martes, 4 de noviembre de 2008

TESTIGOS PRESENCIALES DE LA GLORIA DE CRISTO Un Comentario a Segunda de Pedro 1:16-21

16-18. “Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida del Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando Él recibió de Dios Padre honra y gloria una voz decía: Este es mi Hijo amado en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos una voz enviada del cielo, cuando estábamos con Él en el monte santo.”
A Pedro, Santiago y Juan les fue dado tener una experiencia inolvidable de Jesús glorificado en el Monte Tabor, cuando Él se transfiguró delante de ellos y pudieron contemplar su gloria mientras conversaba con Moisés y Elías. (Mt 17:1-8) (Una experiencia en cierto sentido semejante a la que tuvo Pablo camino a Damasco cuando se le apareció Jesús resucitado. Hch 9:1-9).

Esa experiencia extraordinaria les dio a los tres apóstoles una convicción absoluta de la realidad de las cosas de que Jesús les hablaba: las habían visto y oído, y casi tocado. Esa vivencia marcó su fe. En cierta manera ellos podían decir que ya no andaban solamente por fe, como la mayoría de nosotros simples mortales que no hemos gozado de una experiencia semejante; sino que andaban por vista, porque efectivamente habían visto la gloria de Jesús. (2Cor 5:7). Por eso Pedro pudo escribir que habían visto con sus “propios ojos su majestad”.

Y no solamente vieron sino que oyeron con sus oídos físicos la voz que venía de lo alto, y que decía: “Este es mi Hijo amado en quien tengo complacencia” (Mt 17:5), esto es, en quien me agrado porque cumple mi voluntad.

Pedro no cita las últimas palabras de esa voz celestial que menciona Mt 17:5: “a Él oíd”. (Sin embargo, Lucas 9:35 sí lo hace). Esas palabras evocan el anuncio hecho por Moisés al pueblo hebreo de que algún día Dios les enviaría un profeta como él, a quien el pueblo debía oír porque Dios pondría sus palabras en su boca y “hablará todo lo que yo le mandare” (Dt. 18:15,18). Les advirtió además que a todo el que no obedeciere (“oír” en la Biblia con frecuencia significa “obedecer”), Él le pediría cuentas (Dt 18:19). (Nota 1)

Las palabras de la voz celestial evocan también la profecía de Isaías en que se habla del siervo escogido por Dios, “en quien mi alma tiene contentamiento” (Is 42:1).

Se recordará que cuando Jesús fue bautizado por Juan hubo una voz del cielo que dijo palabras semejantes: “Este es mi hijo amado en quien tengo complacencia.” (Mt 3:17; Mr 1:11; Lc 9:35).

Esas palabras deben haber hecho gran impresión en los discípulos de Jesús que las oyeron, pues Mateo –aunque él todavía no había sido llamado- las evoca nuevamente luego de un milagro hecho por Jesús en día sábado, después del cual los fariseos se confabulan para matarlo (Mt 12:9-18).

Es de notar que en Lucas y Mateo el episodio de la transfiguración viene inmediatamente después del anuncio que Jesús hace a sus atribulados apóstoles de que pronto ha de morir y resucitar (Mt 16:21-28). Es como si Él hubiera querido confirmar este anuncio dándoles una visión momentánea de su gloria y, a la vez, consolarlos, dándoles una prueba de quién era Él y de que el anuncio de su resurrección se cumpliría porque, en verdad, la transfiguración prefigura la venida gloriosa de Jesús resucitado al final de los tiempos. Es interesante que Pedro la designe con la misma palabra con que se designa su retorno en otros pasajes del NT (como en Mt 24:3 o 1Ts 4:15, por ejemplo), esto es, parousía, (que quiere decir, presencia, estar presente, venir a un lugar, venida, llegada). Pedro opone esta manifestación gloriosa de Jesús a las dudas que manifestaban los burladores que cuestionaban irónicamente su promesa de retornar pronto. A ellos se referirá él más adelante (3:3,4).

De otro lado, conviene recordar que todos podemos aplicar a nuestras vidas las palabras del Padre que declara complacerse en su Hijo amado, en la medida en que seguimos los pasos de Jesús y nos esforzamos por hacer su voluntad.

En este pasaje Pedro hace alusión a ciertas “fábulas artificiosas” que entonces circulaban, y que, posiblemente, eran de origen gnóstico. Esa herejía ya acechaba a la predicación del Evangelio para desnaturalizarlo y, de hecho, inundó en el siglo II a la iglesia y llegó, incluso, a poner en peligro su subsistencia. Nótese que en sus epístolas pastorales, Pablo advierte también contra las fábulas que él llama profanas y de viejas (1Tm 1:4; 4:7; 2Tm 4:4; Tt 1:14).

19. “Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones;”
Este versículo plantea algunos problemas. ¿A qué palabra profética se refiere? Pudiera pensarse que se trata de las palabras que Dios hizo oír en el Tabor acerca de su Hijo; o de las palabras del mismo Jesús que figuran en los evangelios acerca de los acontecimientos futuros. Pero esta última posibilidad se acomoda poco con lo que se dice a continuación en el capítulo segundo.

Por ese motivo yo me inclino a pensar –junto con muchos comentaristas- que con la expresión la “palabra profética” Pedro se está refiriendo al conjunto de todo el Antiguo Testamento que, siendo palabra de Dios, es profético en sí mismo, y más especialmente, a la palabra de los mismos profetas que anunciaban la venida del Mesías y de su obra redentora.

Esa palabra profética brillaba como una antorcha en un lugar oscuro (el de la ignorancia en que vivían la mayoría de los judíos antes de la venida de Jesús) alumbrándolos con la luz del Evangelio.

La aurora del nuevo día esclareció primero cuando el Bautista anunció la venida del Salvador esperado, que es “el lucero de la mañana” (2), que amanece en los corazones alumbrándolos como el astro del día aparece en el horizonte al rayar el alba. El conocimiento de Cristo es una verdadera luz que disipa las tinieblas que envuelven a los que no lo conocen y no han experimentado su gracia (c.f. Jn 8:12).

Sin embargo teniendo en cuenta el carácter apremiante de la exhortación de Pedro puede pensarse que la palabra profética a la que él se refiere, son las dichas por los profetas del Antiguo Testamento y del propio Jesús respecto de su próximo retorno (parousía) como rey y juez, que los creyentes aguardaban con impaciencia. Cuando Él retorne las tinieblas que envuelven al mundo serán disipadas. Mientras tanto esas palabras son como una antorcha que brilla en medio de la noche hasta que amanezca, manteniendo despierta nuestra esperanza y alumbrando el camino que hollan nuestros pies.

20, 21. “entendiendo primero esto, que ninguna profecía es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.”
Estos versículos son una advertencia contra las interpretaciones caprichosas de los anuncios proféticos –como se dan muchas hoy día- con que algunos tienden lazo a los incautos para quedarse con su dinero.

Puesto que las profecías nunca vinieron por voluntad (o por impulso) del hombre, y si lo fueron eran falsas, sino que vinieron de parte de Dios, cuyo Espíritu Santo movió a unos hombres santos a pronunciarlas, su interpretación no puede estar sujeta a los caprichos de los hombres. Si fueron inspiradas por el Espíritu Santo, el mismo Espíritu debe darnos su explicación. Pero ¿cómo reconocer la interpretación del Espíritu? He ahí el tema de una vieja polémica.

La frase crítica de este versículo dice más exactamente: “Ninguna profecía es de interpretación propia”, lo que quiere decir que ninguna persona debe creerse autorizada a interpretar las profecías a su manera.

Entendidas así estas palabras de Pedro podrían condenar previsoriamente el libre examen luterano de las Escrituras. Lutero sostenía en efecto que toda persona tiene derecho no sólo a leer sino también a interpretar las Escrituras de acuerdo a su mejor criterio, con lo cual, sin querer, él abrió la caja de Pandora de una multitud de interpretaciones diferentes y opuestas. Él mismo, al final de su vida, se lamentaba que cualquier ignorante se sintiera autorizado a interpretar las Escrituras según su mejor entender. A esa multiplicidad de posibles interpretaciones atribuía él el surgimiento de varios movimientos disidentes dentro la Reforma. Y de hecho, el gran número de iglesias y denominaciones que existen en el mundo protestante es resultado, en muchos casos, del gran número de diferentes interpretaciones que ha surgido en el curso del tiempo, cada una de las cuales alega ser la correcta.

La Iglesia Católica, por su lado, distingue entre temas que son de fe –es decir fundamentales- y los que son opinables, -es decir, que tienen una menor importancia. En los primeros ella se atribuye el derecho magisterial exclusivo de interpretación; en los segundos admite que haya diversas interpretaciones posibles e, incluso, discrepantes de la interpretación oficial. (3)

Pero debe distinguirse, de un lado, entre la lectura personal de la Biblia y de las profecías, en la que el creyente busca la guía del Espíritu Santo; y, de otro, la proclamación pública y autoritaria de una interpretación determinada, para la que se busca ganar adherentes. Mientras que lo primero forma parte no sólo de las prerrogativas sino también de los obligaciones de todo creyente, lo segundo está reservado a la iglesia. Recuérdese que Jesús mismo animó a escudriñar las Escrituras (Jn 5:39) y que Pablo elogió a los creyentes de Berea que no se contentaban con escucharlo, sino que escudriñaban las Escrituras para ver si efectivamente confirmaban lo que él les decía (Hch 17:11).

De otro lado, es posible que el interés de Pedro en este pasaje haya sido más resaltar la confiabilidad de las Escrituras que la idoneidad de sus intérpretes. Notemos que si bien los profetas del AT eran muy concientes de la aplicación de sus palabras inspiradas al tiempo y circunstancias en que vivían, ellos no podían conocer plenamente sus implicancias futuras.

Notas: 1. Jesús es ese profeta anunciado por Moisés. Se recordará que en más de una ocasión Jesús afirmó que lo que Él decía eran las palabras que el Padre le había ordenado que dijera: Jn 8:28; 12:49,50.

2. Es cierto que Venus es designado con esas palabras, pero la luz con que ese planeta brilla es un reflejo de la luz del sol. De otro lado, es muy probable que al usar esa expresión Pedro tenga en mente el pasaje de Nm 24:17 que inicialmente reza así “Lo veré, mas no ahora; lo miraré, pero no de cerca, saldrá Estrella de Jacob y se levantará cetro de Israel…” Esos versos son una profecía acerca del rey David, que Pedro entiende como referidos al Hijo de David, tal como lo hace también Ap 2:28 y 22:16, recordando la estrella que guió a los magos a Belén: Mt 2:2,9,10.

3. Un ejemplo muy actual es el de la pena de muerte, o el de la guerra justa, temas en los que la Iglesia Católica admite opiniones diversas. En cambio, exige que todos los católicos la secunden en su rechazo absoluto del aborto y de la eutanasia, porque está de por medio la vida que sólo Dios puede dar y quitar. En este punto su opinión coincide con la mayoría de las iglesias evangélicas conservadoras.


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