jueves, 27 de febrero de 2014

HAY OTRA INFIDELIDAD DE LOS OJOS

Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo
Hay otra infidelidad de los ojos a la que las mujeres locamente son proclives y,
en particular, es cierto, las mujeres del mundo. Quizá las mujeres de la iglesia no, pero pudieran caer en esa tentación, y por eso creo conveniente advertirles que deben guardarse celosamente de esa infidelidad. Es la infidelidad de los ojos ajenos. ¿Qué cosa quiero decir con eso? La mujer casada que se viste de una manera vistosa, atrevida; que luce ciertas partes de su cuerpo, inevitablemente atrae las miradas y los pensamientos codiciosos de los hombres. En ese caso la mujer se hace culpable de los pensamientos y deseos que ella provoca. ¿Para quién se viste la mujer en esos casos? ¿Para su marido? No, para las miradas de otros, y, como he dicho, en esos casos ella es culpable de los pensamientos que provoca con su manera de vestirse. ¡Guarda tu belleza, tu atractivo, para los ojos de tu marido! ¡Escóndela de los lobos, para que su aliento fétido no te contamine! Sabemos muy bien lo que la palabra de Dios dice al respecto. Vamos a 1ª de Pedro 3:3-5, ¡y hay tanta sabiduría en este pasaje! “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro, o de vestidos lujosos (parece que esto lo hubieran escrito pensando en el siglo XX o XXI, de los desfiles de moda) sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sometidas a sus maridos”. Pablo dice algo semejante. ¿Por qué será que la
Palabra habla de esto con gran insistencia? Porque tiene una gran importancia.
(Págs. 187 y 188, Editores Verdad y Presencia, Telf. 4712178)


INFIDELIDAD DE JERUSALÉN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
INFIDELIDAD DE JERUSALÉN I
Un Comentario de Ezequiel 16: 1-19
El capítulo 16 del libro de Ezequiel es una fábula alegórica en la que Dios hace memoria de la historia del pueblo de Israel y de sus relaciones con ese pueblo, y le reprocha severamente su infidelidad. Siendo una fábula no se puede relacionar directamente tal episodio, o pasaje de ella con un episodio específico de la historia del pueblo elegido, porque lo recuenta en términos generales, pero sí hay algunas alusiones bastante obvias.
Por boca de Ezequiel Dios se dirige a Jerusalén, capital de la nación, como representante de todo el pueblo y en términos de un contrato matrimonial.
Ezequiel estaba con los israelitas cautivos en Babilonia, y escribe a los que permanecieron en Israel para reprocharles su infidelidad; así como Jeremías, que se encontraba en Jerusalén con el remanente que permaneció en esa ciudad, escribía a los deportados en Babilonia para consolarlos.
1-3. “Vino a mí palabra de Jehová, diciendo: Hijo de hombre, notifica a Jerusalén sus abominaciones, y di: Así ha dicho Jehová el Señor sobre Jerusalén: Tu origen, tu nacimiento, es de la tierra de Canaán; tu padre fue amorreo, y tu madre hetea.”
Cuando viene “palabra de Jehová” a un profeta, ella constituye una orden perentoria de comunicar un mensaje a determinada persona, o grupo de personas, o a todo un pueblo.
Por lo que se ve luego, el profeta comienza refiriéndose a la historia del pueblo elegido, no desde sus inicios con el patriarca Abraham, sino cuando Israel estaba establecido en la tierra de Egipto, tiempo durante el cual el clan familiar  de Jacob, compuesto de setenta personas (Gn 46:27), creció hasta convertirse en un pueblo muy numeroso.
Es muy curioso que el profeta diga para comenzar que el padre de Israel fue un amorreo, porque sabemos que no es así. Abraham no era amorreo. Los amorreos eran un pueblo descendiente de Cam, hijo de Noé, establecidos en la tierra de Canaán desde tiempos inmemoriales, y sumamente corruptos. Fueron casi completamente destruidos durante la conquista de la tierra prometida. Si el profeta los llama padres de Israel, es para humillar a los habitantes de Jerusalén. Y lo mismo puede decirse del hecho de atribuir su maternidad a una mujer hetea, es decir, hitita, perteneciente a otro de los pueblos que habitaban esa tierra cuando fueron conquistados por Israel, pero que no fueron destruidos completamente.
Se recordará que las dos mujeres que Esaú tomó por esposas eran heteas, hecho que afligió sobremanera a su madre Rebeca (Gn 27:46). Recuérdese asimismo que Jerusalén estuvo en poder de un pueblo pagano, los jebuseos, hasta que David la conquistó para convertirla en la capital de su reino (Js 15:63; 2Sm 5:6,7).
Lo que el profeta quiere decir a los hebreos es: Tu origen es nada honorable, aunque tú te jactes de descender de Abraham, porque más te pareces a los paganos idólatras que habitaban esta tierra que al patriarca que fue amigo de Dios, y a quien se le prometió que pertenecería a sus descendientes a perpetuidad. (Nota 1).
En otras palabras, tus antepasados cercanos renunciaron a ese derecho, y tú eres aquí un usurpador. Estás pues listo para ser expulsado.
¿A cuántos que se dicen cristianos colocará Jesús a su izquierda en el juicio de las naciones? ¿Y a cuántos que no consideramos de los nuestros colocará a su derecha? (Mt 25:31-33)
4,5. “Y en cuanto a tu nacimiento, el día que naciste no fue cortado tu ombligo, ni fuiste lavada con aguas para limpiarte, ni salada con sal, ni fuiste envuelta con fajas. No hubo ojo que se compadeciese de ti para hacerte algo de esto, teniendo de ti misericordia; sino que fuiste arrojada sobre la faz del campo, con menosprecio de tu vida, en el día que naciste.”
Lo que se dice acerca de su nacimiento es aún más digno de compasión, porque no se hizo con ella lo que suele hacerse con toda criatura amada al nacer, según las prácticas de entonces. No se le prodigó ningún cuidado, sino que se la arrojó al campo, como si su madre desnaturalizada la abominara y no diera importancia a su vida. Y ahí estaba ella lista para morir. (2) Estas palabras humillantes que les dirige Dios sirven para ilustrar el contraste entre el abandono en que se encontraba el pueblo de Israel en Egipto, oprimido y sometido a trabajos forzados (3), y la misericordia que Dios mostró con ellos al recogerlos y llamarlos su pueblo (Véase Dt 32:10).

6. “Y yo pasé junto a ti, y te vi sucia en tus sangres, y cuando estabas en tus sangres te dije: ¡Vive! Sí, te dije, cuando estabas en tus sangres: ¡Vive!
Dios dice que cuando ella estaba en ese estado de abandono, pasó como de casualidad por donde ella se encontraba por tierra y abandonada, y la vio en “sus sangres”, es decir, cubierta de sangre como una criatura que acaba de nacer después de un parto difícil, y que no ha sido lavada ni limpiada; y viéndola en ese estado y pronta a morir, con su palabra le infundió vida para que reviviera.
De manera semejante Dios le dice al pecador que está inmundo en sus pecados y ensangrentado, “¡Vive!” para que recobre la vida del Espíritu que ha perdido, y nazca de nuevo (Jn 3:7).
7. “Te hice multiplicar como la hierba del campo; y creciste y te hiciste grande, y llegaste a ser muy hermosa; tus pechos se habían formado, y tu pelo había crecido; pero estabas desnuda y descubierta.”
El efecto de todo ello fue que la criatura creció y llegó a ser una joven de pechos bien formados y cabellera ondulada, con los rasgos que hacen a la mujer atractiva al hombre. Sin embargo, la criatura, ahora  convertida en una espléndida muchacha, seguía estando desnuda y sin abrigo. Para que no olvidemos que esta parábola se refiere al pueblo de Israel, dice que se multiplicó en número, tal como efectivamente ocurrió cuando el pueblo hebreo estuvo en Egipto: llegaron 70 personas con Jacob y se multiplicaron hasta llegar a ser cientos de miles (Nm 1:46; Ex 1:7,12).
8. “Y pasé yo otra vez junto a ti, y te miré, y he aquí que tu tiempo era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez; y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Jehová el Señor, y fuiste mía.”
Estando ella así, dice Dios, que pasó de nuevo de manera fortuita junto a ella (cuando sufría bajo la opresión egipcia) y vio que ya estaba madura para el amor. Extender el manto y cubrir la desnudez es una manera discreta de designar la relación amorosa (Rt 3:9). Pero no quedó allí su cuidado amoroso, sino que Dios contrajo matrimonio con ella con un pacto sellado con un juramento (refiriéndose al pacto solemne celebrado en Sinaí en que Dios adoptó a Israel como pueblo suyo: Ex 19,20).
Llegado “el cumplimiento del tiempo Dios envió a su Hijo…” (Gal 4:4) a expiar en la cruz los pecados de todos los hombres, y Jesús celebró con nosotros un nuevo pacto en su sangre (Lc 22:20), tal como fuera anunciado por el profeta Jeremías (Jr 31:31-34).
9-13. “Te lavé con agua, y lavé tus sangres de encima de ti, y te ungí con aceite; y te vestí de bordado, te calcé de tejón, te ceñí de lino y te cubrí de seda. Te atavié con adornos, y puse brazaletes en tus brazos y collar a tu cuello. Puse joyas en tu nariz, y zarcillos en tus orejas, y una hermosa diadema en tu cabeza. Así fuiste adornada de oro y de plata, y tu vestido era de lino fino, seda y bordado; comiste flor de harina de trigo, miel y aceite; y fuiste hermoseada en extremo, prosperaste hasta llegar a reinar.”
Con diversas imágenes sugestivas el profeta describe cómo Dios se ocupó del pueblo que había escogido, primero limpiándolo, cubriendo sus pecados mediante el sacrificio de animales, ungiéndolo con el aceite de la unción, vistiéndolo con la ropa más fina, de lino y seda; y adornándolo con joyas preciosas (4), estableciendo el culto del tabernáculo en el desierto, y ordenando a los sacerdotes y levitas que habían de oficiar en él; alimentándolo con la comida más costosa, con lo que se muestra que él había prosperado y el pueblo se había enriquecido hasta llegar a convertirse en un reino famoso bajo David y Salomón.
Una vez más la palabra del profeta apunta simbólicamente al nuevo nacimiento: “Te lavé con agua…” evoca “el lavamiento de la regeneración y la renovación en el Espíritu Santo” (Tt 3:5). “Lavé tus sangres de encima de ti…”: Esto es, la culpa del pecado que fue limpiada con la sangre de Cristo cuando Él murió en la cruz. “Te ungí con aceite…”: Evoca la unción del Espíritu Santo que se derramó en Pentecostés (Hch 2:2-4). “Te ceñí de lino y te cubrí de seda…”: Fuiste revestida con la justicia de Cristo para que pudieras permanecer de pie en la presencia de Dios (Gal 3:27).
14. “Y salió tu renombre entre las naciones a causa de tu hermosura; porque era perfecta, a causa de mi hermosura que yo puse sobre ti, dice Jehová el Señor.”
El profeta le recuerda al pueblo que la prosperidad de que llegó a gozar durante el apogeo de la monarquía, y la hermosura de sus campos y ciudades no era propia, sino le había sido dada por Dios como un regalo, y que le debía todo lo que llegó a tener.
15. “Pero confiaste en tu hermosura, y te prostituiste a causa de tu renombre, y derramaste tus fornicaciones a cuantos pasaron; suya eras.”
Sin embargo, en lugar de serle fiel al Dios que te había engrandecido como un amoroso marido, y guardar para Él toda tu devoción, empezaste a servir a otros dioses, y a rendirles culto, algo que yo te había expresamente prohibido cuando hice pacto contigo (Ex 20:3,4). Como prostituta callejera te ofrecías al primer ídolo que te presentaran.
La prostitución de Israel comenzó cuando Salomón, ya viejo y corrompido, dejó que su corazón se inclinara hacia los dioses de las muchas mujeres que había tomado por esposas y concubinas, y levantó altares a sus ídolos (1R 11:1-8).
Dios tenga compasión de los cristianos que, como Esaú, venden su primogenitura (su herencia eterna) por un plato de lentejas (Gn 25:27-34), esto es, por un instante de placer, o por las satisfacciones de la fama perecedera que proporciona el mundo.
16. “Y tomaste de tus vestidos, y te hiciste diversos lugares altos, y fornicaste sobre ellos; cosa semejante nunca había sucedido, ni sucederá más.”
Tomaste los regalos que yo te había hecho y con ellos adornaste los lugares altos de tu tierra para rendir culto a ídolos que no son dioses, algo que yo te había prohibido estrictamente que hicieras (Ex 20:4,5).
17, 18. “Tomaste asimismo tus hermosas alhajas de oro y de plata que yo te había dado, y te hiciste imágenes de hombre y fornicaste con ellas; y tomaste tus vestidos de diversos colores y las cubriste; y mi aceite y mi incienso pusiste delante de ellas.”
Tomaste los metales preciosos que yo te había dado y con ellos te forjaste estatuas delante de las cuales te postraste en adoración como si esos objetos inanimados fueran dioses, y tomaste el aceite y el incienso que estaban reservados para mí y los usaste para servirlos.
19. “Mi pan también, que yo te había dado, la flor de la harina, el aceite y la miel, con que yo te mantuve, pusiste delante de ellas para olor agradable: y fue así, dice Jehová el Señor.”
Incluso los frutos del campo con que yo te había bendecido los usaste para presentar ofrendas a esos falsos dioses, y los quemaste en tus altares para que subieran como olor agradable a divinidades que no existían, ni podían sentirlo, pero cuyo perfume a mí me ofendía porque no lo ofrecías a mí.
Notas: 1. Nótese, sin embargo, que Abraham tuvo que comprarles a los hijos de Set un terreno para tener dónde enterrar a su mujer Sara (Gn 23)
2. Es un hecho que la criatura humana recién nacida es un ser desamparado, incapaz de valerse por sí mismo, y que no tendría posibilidades de subsistir si no fuera por el amor que Dios ha infundido en sus padres para ocuparse de ella y cuidarla.
3. Para los egipcios los israelitas, siendo pastores de ovejas, eran abominables (Gn 43:32; 46:34). Con mucha frecuencia los escogidos de Dios son abominables para el mundo.
4. Esto puede referirse a las alhajas y vestidos que los hebreos pidieron a los egipcios antes de partir (Ex 12:35,36).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#802 (27.10.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 14 de febrero de 2014

MATRIMONIO Y FELICIDAD

Pasaje tomado de mi libro
“Matrimonios que Perduran en el Tiempo”
MATRIMONIO Y FELICIDAD
Si tomamos en su conjunto todo lo que la palabra de Dios dice acerca del matrimonio y de la familia, no hay lugar a dudas de que Dios bendice a los hogares donde se da a la madre y esposa el lugar que le corresponde.
¿Y cuál es el lugar que le corresponde ocupar a la mujer en el hogar? El marido es la cabeza, sin duda alguna, el sacerdote de la casa. El papel de la mujer, de la esposa y madre, es ser la reina del hogar, la reina de la casa.
Tú debes darle a ella ese lugar. Tú debes honrarla haciendo que ella sea la reina de tu hogar. La reina para los que están dentro, para tus hijos, para que la obedezcan y la respeten, para que nunca le falten el respeto; y la reina para los de afuera. Que vean que ella es la dueña de tu corazón. No porque ella está sobre ti, porque la reina no está encima del rey, sino porque tú no puedes ser rey si ella no es tu reina. Si tu mujer no es la reina del hogar, tú serás quizás el capataz, el sargento, el mandamás, pero no eres el rey del hogar.
Ella es tu primer ministro, si quieres verlo de otra manera, ella administra tu casa. Ella gobierna en ella y gobierna a tus hijos como la reina. Y tus hijos deben tratarla así, como tu reina. Ellos difícilmente te van a faltar el respeto a ti, pero si tú no los corriges a tiempo, sí se permitirán faltarle el respeto a su madre. Para ti debería ser como si te faltaran el respeto a ti mismo, porque ella es tu cuerpo (Ef 5:28) y lo que le hacen a ella te lo hacen a ti.
Tú debes protegerla. Tú debes ser su cobertura frente al exterior. Que nadie se permita atacarla, que nadie se permita faltarle el respeto, tratarla mal, menospreciarla. Y frente al interior, a los que están en casa, de igual manera. Porque tendrán que vérselas contigo. Tu mujer debe sentir eso, que tú la apoyas, que tú estás detrás de ella para sostenerla. Conviene que te des cuenta de que ella puede sentirse a ratos desbordada por sus hijos cuando crecen, sobre todo si son varios. En esas circunstancias tú debes apoyarla compartiendo sus tareas domésticas.

Págs. 126-128, Editores Verdad y Presencia, Telf. 4712178

jueves, 13 de febrero de 2014

ANOTACIONES AL MARGEN XXXVII

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde
ANOTACIONES AL MARGEN XXXVII
v    ¡Qué privilegio que Dios mire con cariño a través de nuestros ojos, que sonría con
nuestros labios, que consuele con nuestras palabras, que acaricie con nuestras manos!
v    Nuestros buenos deseos, cuando son sinceros, nos enriquecen y embellecen nuestra alma, aunque se vean frustrados. Pero Dios los ve y nos atribuye el mérito de lo no logrado cuando no ha habido negligencia de nuestra parte.
v    El verdadero amor es desinteresado, incluso cuando no es correspondido, aunque es natural que desee serlo. Nosotros solemos amar de una manera egoísta o egocéntrica, deseando ser el centro de la persona amada, u obtener alguna ventaja a cambio de nuestro cariño. Así suelen amar muchos enamorados y enamoradas, amigos y amigas, y hasta incluso algunas madres y esposos.  
v    Sólo en Dios debemos amar a las criaturas, porque sólo de esa manera el amor por ellas se verá libre de las impurezas del egoísmo y de los excesos de la idealización. En Cristo el amor por las criaturas se eleva a un plano superior.
v    La fidelidad se manifiesta en las cosas y asuntos más pequeños. No tanto en los actos heroicos.
v    Yo te busco, Señor. Atráeme más a ti.
v    Cuanto más sabe el hombre, cuanto más logra tecnológicamente, más suficiente se vuelve, y menos reconoce su necesidad de Dios. Sin embargo, nada le vale lo que sabe y puede cuando le llega el día de la muerte. Ahí sólo le vale tener comunión con Dios. Lo demás, frente al más allá, es hojarasca.
v    ¿No será el pecado contra el Espíritu Santo el rechazar las gracias que Dios le otorga a uno?
v    El mayor de los pecados es la soberbia. De él brotan todos los demás delitos y pecados y, en particular, el desprecio y el maltrato del prójimo.
v    Se requiere de mucha humildad para reconocer los propios errores, y más aún, para repararlos. ¡Cuán cierto es esto! Decimos que no somos perfectos, pero nos indignamos si alguien nos señala nuestras imperfecciones, y nos damos por ofendidos.
v    ¡Cuántos méritos tienen los que se ocupan de la limpieza de los baños en la iglesia, y lo hacen con amor! Quizá para Dios lo que hacen vale más que la mejor prédica, porque predican con el ejemplo, y la vanagloria no empaña sus esfuerzos.
v    ¿Por qué será que solemos ser duros con los pobres? Porque olvidamos que Jesús está en ellos (Mt 25:40).
v    Se necesita de mucho amor para romper la caparazón de los orgullosos y de los que cierran su corazón a la verdad, porque Satanás los tiene engañados y les hace creer que son grandes.
v    Las palabras que más nos gusta oír son las que halagan nuestra vanidad, o inflan nuestra autoestima; no las que nos reprenden o critican. Pero éstas nos son más útiles.
v    La soberbia es el pecado que perdió a Lucifer y lo envió al infierno. Es el pecado que sigue enviando a los hombres a hacer compañía al diablo. Es el pecado que origina la rebeldía de las autoridades humanas contra la autoridad de Dios. Es el pecado que va a hacer que pronto desaparezcan de la faz de la tierra.
v    En verdad hay una gran diferencia entre el que peca, recapacita y se arrepiente, y el que no siente ningún remordimiento, sino que, al contrario, está convencido de que está bien lo que hace, imaginando maneras más perversas y dañinas de cometerlo; y encima, se jacta de ello. ¿Cuál puede ser su destino sino el infierno? Los que siguen este camino suelen ser los adoradores de Mamón y los lujuriosos.
v    Todo el mal que hay en la tierra es causado por el pecado del hombre, seducido por mundo, demonio y carne. Pero cuando el hombre es transformado por la gracia, empieza a revertir el mal que se ha hecho a sí mismo y a otros. Pero él solo no puede reparar todo el mal que ha hecho. Eso sólo lo puede hacer Dios.
v    ¿Ustedes creen que los banqueros que concibieron las operaciones dolosas que provocaron la crisis financiera del 2008 están arrepentidos del mal que hicieron y del sufrimiento que causaron? Al contrario, si de algo se lamentan es de que no ganaran con ellas todo los que esperaban.
v    Así como Jesús hablaba a las muchedumbres en Galilea cuando enseñaba y predicaba, en nuestros días Jesús sigue hablando a la humanidad a través de sus palabras registradas en los evangelios, que siguen siendo tan vigentes hoy como lo eran hace dos mil años.
v    ¡Qué tragedia es que el enorme sacrificio hecho por Jesús en la cruz sea en vano para muchos! ¡Y cuán triste es la suerte de los que rechazan la salvación que Él les ofrece!
Más que triste, terrible y horrenda. ¡Y pensar que hay muchos que se arrojan voluntariamente de cabeza al infierno! Hacen todo el mal que pueden, seducidos por los halagos que el poder y el dinero les ofrecen, atrapados en la red que Satanás les ha tendido, y no quieren escapar de ella. A algunos de ellos los conocemos, porque son famosos y sus nombres aparecen en los periódicos y en los noticieros.
v    En lugar de ser venerado y adorado, Dios en nuestros días es injuriado y despreciado por los medios de comunicación de muchos países, que se mofan de las cosas santas.
v    La barca de Pedro –la iglesia- es abofeteada por los vientos tumultuosos que ha levantado el enemigo contra ella. Jesús, que está en la barca, parece dormido. Pero pronto se levantará, y con su sola palabra ordenará a los vientos y a las olas que se calmen (Mt 8:23-27). Entonces los demonios y sus secuaces humanos huirán despavoridos.
v    Mediante una parábola Jesús nos aconsejó, más bien, nos instó, a orar sin desmayar para conseguir lo que queremos (Lc 18:1-7). Si lo hacemos, no hay nada bueno que no podamos obtener de Dios, salvo que Él tenga propósitos mejores para nosotros.
v    Los enemigos de Jesús, dentro y fuera de la iglesia –porque los hay también dentro- quieren destruir a la novia de Cristo. La odian tanto como Satanás, a quien sirven. Si no se arrepienten a tiempo, compartirán su mismo destino eterno.
v    Sólo dos pueden reinar en el corazón del hombre: Cristo o Satanás, el uno o el otro; pero no pueden estar los dos juntos. Escoge pues tú a quién quieres servir (Js 24:15), pero recuerda que lo harás por toda la eternidad.
v    Jesús era amable, paciente y misericordioso. Nosotros debemos ser como Él, y pensar más en los demás que en nosotros mismos, si queremos imitarle.
v    No juzgues a ninguno, porque tú no conoces lo que hay en el corazón de los que juzgas. Pero ¡cuántas veces yo en mi ignorancia lo hago!
v    Nunca debemos cansarnos de orar, porque la oración todo lo puede.
v    ¿Vale la pena trocar un instante de placer por una eternidad de tormento? ¿Hay placer que valga un sufrimiento futuro inacabable?
v    Cuando pecamos, crucificamos de nuevo a Jesús.
v    El pecado ha intensificado sus armas en los últimos tiempos y renovado su ofensiva contra las almas incautas, a las que ciega con sus halagos engañosos para llevarlas al lugar del tormento eterno.
v    El diablo seduce a sus víctimas mediante el sexo, pero ese pecado conduce insensiblemente a otros peores, que alejan más de Dios a los hombres. Poco a poco se convierten en cómplices del diablo para hacer caer a otros en sus redes.
v    El que vive para Dios recibe mucho más de lo que da, y tanto más cuanto más se olvide de sí mismo.
v    ¿Quién puede oponerse a Dios? El que lo haga será aplastado. Sin embargo, hay muchos que lo intentan. Su final es terrible.
v    No podemos negar que el mundo es seductor, y que si uno se acerca a él, puede caer fácilmente en sus lazos, si no cuenta con la ayuda de Dios. Sin embargo, ¿cómo podremos evangelizar a los perdidos si no nos alejamos del marco seguro de la iglesia para ir al mundo?
v    Se requiere tener un alma grande y noble para hacerse pequeño, y más aún, para reconocer las propias faltas.
v    Un alma en estado de gracia consuela y alegra a Jesús. Sin duda porque son pocas comparadas con las que están sumidas en el pecado.
v    El tiempo de la paciencia de Dios se acaba pronto, ¿y quién podrá permanecer de pie cuando se desate su ira?
v    No hay santidad sin sufrimiento, porque el sufrimiento purifica.
v    El sufrimiento que debe ser aceptado es el que sólo Dios puede aliviar, porque viene de Él para nuestro provecho.
v    En la práctica los seres humanos nos comportamos como lobos voraces unos con otros, y no sólo los asaltantes, o los guerreros en el fragor de la batalla. También los empresarios “decentes” se comportan así con sus clientes, y no están satisfechos si no los esquilman y los despedazan con sus dientes para enriquecerse.
v    No cabe duda de que el libertinaje atrae la ira de Dios sobre ciudades y países, y provoca catástrofes naturales cuya causa nadie entiende.
v    ¿Cuál es el remedio que Dios aplicará a los males de un mundo obstinado y rebelde? El que aplicó en tiempos de Noé: Un diluvio, esta vez no de agua sino de fuego, que destruirá y abrasará todo (2P 3:7,12). 
El antídoto       contra la indiferencia             es el amor;  
contra el orgullo,                             la humildad;
contra el egoísmo,                          la generosidad;
contra el pesimismo,                      la confianza en Dios;
contra la lujuria,                               la pureza;
contra la hipocresía,                      la sinceridad;
contra la rebeldía,                           la obediencia;
contra la mentira,                            la verdad;
contra la tibieza,                              el amor ardiente;
contra la avaricia,                            el desprendimiento;
contra el resentimiento,                el perdón.
El antídoto se compra de rodillas, al pie de la cruz.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#801 (20.10.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).