viernes, 25 de julio de 2014

EL PATRIOTISMO EN LA BIBLIA Y EN LA HISTORIA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

EL PATRIOTISMO EN LA BIBLIA Y EN LA HISTORIA

Con ocasión de las fiestas patrias del año 2001 publiqué un artículo con algunas reflexiones sobre el Patriotismo en la Biblia, que luego volví a publicar en 2008 ampliándolo para abarcar algunos aspectos del tema del patriotismo en la historia. Creo oportuno volver a publicar ese texto revisado, omitiendo algunos párrafos no esenciales.


No hay evidencia en la Biblia de que Dios creara a las naciones del mundo, con la sola
excepción del pueblo de Israel, al cual hizo surgir de un hombre para que fuera "su" pueblo y que de su seno naciera el Salvador del mundo (Gn 12:1,2). Pero eso no quiere decir que Dios no haya intervenido en la formación y desarrollo de otras naciones y de otros pueblos, porque sabemos que nada ocurre en la tierra sin que sea querido o permitido por Dios.
Humanamente hablando la existencia de naciones y pueblos tiene su origen en la separación física de grupos humanos que, al vivir en entornos geográficos distintos, adquieren características propias y evolucionan de manera diferente.
Por ejemplo, el habitante de la costa, que suele dedicarse a la pesca y al comercio, es diferente del habitante de los valles, que se dedica preferentemente a la agricultura, y diferente del poblador de las montañas que se dedica sobre todo al pastoreo.
La primera separación física de la familia humana ocurrió cuando Caín asesinó a su hermano Abel. Dios expulsó a Caín del lugar en que vivía con sus padres y lo hizo caminar errante por muchas comarcas, hasta que, suponemos, se estableció en algún lugar fijo (Gn 4). Vemos pues en ese episodio que el alejamiento de Caín y de su clan fue causado por el pecado. El cap. 6to. del Génesis nos sugiere que la humanidad se dividió al cabo de cierto tiempo en dos: los hijos de Dios, descendientes de Set, y los hijos de los hombres, descendientes de Caín (6:1-4).
La segunda y más importante separación ocurrió después del diluvio en la torre de Babel. Hasta entonces todos los hombres hablaban un solo idioma, que es signo de identidad común. Pero, a causa de su orgullo, Dios confundió sus lenguas y los esparció por toda la tierra (Gn 11:1-9). Una vez más, el pecado es el que lleva a la separación de los pueblos.
Las grandes distancias hicieron que surgieran pueblos de costumbres, historia y religiones diferentes. Viviendo en entornos geográficos y climáticos muy variados, a veces aislados unos de otros, los diversos pueblos adquirieron las características raciales que los distinguen, aunque en qué forma lo hicieron y cuándo, es para nosotros un misterio, pues la Biblia no dice nada al respecto, y las ciencias naturales tampoco lo explican del todo satisfactoriamente.
El hombre es un ser gregario, nos dice la sociología, haciendo eco de las palabras de Dios: "no conviene que el hombre esté solo," (Gn 2:18). El hombre necesita juntarse con otros seres semejantes a él para sentirse acompañado y para defenderse. En las sociedades modernas, tan alejadas de la antigua organización tribal con sus estrechos lazos de sangre, se forman corrientemente grupos de personas ligadas por algún nexo común, como pudiera ser una misma afición, un mismo deporte, una misma profesión, o vivir en el mismo barrio, etc. Esas asociaciones obedecen a un instinto humano primario de hermandad, de compartir experiencias, pero también muchas veces a la necesidad de defensa mutua. Esas mismas motivaciones, junto con el lazo de la sangre, están en el origen de las tribus, que son el origen de las naciones.
Llegados a este punto podemos preguntarnos ¿qué cosa es el patriotismo? Y ¿cuán aceptable es a los ojos de Dios? Y ¿qué tiene que hacer con lo que estamos hablando? El patriotismo es ante todo amor de lo propio: amor a nuestras raíces, amor a la tierra en que habitamos y a los que habitan en ella, amor de sus paisajes y costumbres, amor de su historia (Nota 1). Esto es, amor del pasado -que recordamos con afecto pues nos enseña cómo vinimos a ser lo que somos- y amor del futuro al que nos proyectamos en nuestros hijos.
En la Biblia podemos ver cómo Dios estimula esos sentimientos. En el Pentateuco hay varios pasajes en donde Dios exhorta al pueblo a recordar lo que Él hizo por ellos y a estarle agradecidos (Dt 15:15). El Dios que los hebreos adoraban era el Dios de sus padres, de Abraham, Isaac y Jacob, fundadores de su pueblo (Ex 3:15). La sola mención de esos nombres los hacía remontar a sus orígenes y reafirmaba su fe en las promesas que Dios dio a sus mayores.
Antes de entrar a la tierra prometida, Israel era un arameo errante, sin territorio propio, huésped o esclavo de otros pueblos (Dt 26:5-9). Pero una vez que entraron  a la tierra que fluye leche y miel, ellos la amaron, la cultivaron y se dedicaron a engrandecerla. Los pasajes del Antiguo Testamento que exaltan la tierra que Dios les dio en herencia son numerosos (Dt 8:7-10; 11:11,12).
Cuando las circunstancias los obligaron a alejarse de ella sienten una gran tristeza. Los salmos de la cautividad están llenos de sentimientos de nostalgia por la tierra que habían dejado (Sal 137:1, 4-6). Cuando Nehemías oye el relato del estado en que se encuentra Jerusalén, llora y hace duelo (Nh 1:4). Esos sentimientos y esas palabras las inspiraba el Espíritu Santo, pero no eran exclusivos del pueblo elegido. Todos los habitantes de la tierra sienten nostalgia por su país de origen y se afligen cuando le va mal. Es algo instintivo.
Los pueblos adquieren su identidad y su personalidad a través de los acontecimientos de su historia y de sus sucesos más notables. Es su historia, lo que hicieron, lo que lograron y lo que sufrieron juntos lo que les da el sentimiento de pertenencia y de solidaridad. El pueblo que no recuerda su historia, su pasado, no sabe qué ni quién es.
¿Qué es la Biblia? En buena parte no es otra cosa sino una colección de libros de historia, de "historia sagrada". Dios se revela a sí mismo, y nos revela su voluntad a través de la historia del pueblo elegido y de sus muchas intervenciones providenciales en su destino. Porque es bueno que sepamos que todos los pueblos y países tienen un destino que se desarrolla bajo la mirada amorosa y vigilante de Dios, “que tiene cuidado de nosotros” (1P 5:7).
Si nosotros leemos con cuidado, y sin prejuicios, los hechos básicos de la historia de nuestro país, podemos ver la mano de Dios en el giro que tomaron muchos acontecimientos. De hecho no hay acontecimiento en la historia peruana en el que Dios no haya intervenido. A eso lo llamamos Providencia. Si amamos a nuestro país deberíamos conocer la historia de nuestra patria y detectar en ella las intervenciones providenciales de Dios (2).
Pero Dios no hizo surgir sólo a Israel como nación con un propósito. Aunque la Biblia no lo diga expresamente, varias de las naciones a lo largo de los siglos llevan la marca de la misión que Dios les encomendara. Por ejemplo, la expansión del imperio griego bajo Alejandro Magno en el siglo IV antes de Cristo, permitió que el idioma de ese pueblo se difundiera por todo el Medio Oriente y el Mediterráneo. Como sabemos, el griego fue el lenguaje de la primera evangelización y del Nuevo Testamento. La predicación de los apóstoles habría sido muy difícil si no hubieran podido hablarles a todos en un mismo idioma en sus viajes.
La expansión del pueblo romano en el Mediterráneo oriental unos dos siglos después de Alejandro, aseguró las condiciones que permitirían la predicación del Evangelio a todas las naciones y los viajes apostólicos por mar y tierra en un ambiente de paz, orden y seguridad: la famosa "Pax Romana".
El amor a la patria, cuya raíz es el amor a la familia, es pues algo que Dios alienta. Sin embargo, cuando viene el Cristianismo, la cruz derriba las barreras que separan a los pueblos y hace de ellos uno solo en Cristo, como dicen Gálatas (3:28) y Efesios (2:11-16).
Es muy interesante observar cómo cuando la rama occidental del Imperio Romano fue conquistada por los bárbaros y desapareció la autoridad central que le daba coherencia (476 DC), la cultura, la administración pública, la actividad económica y el bienestar general empezaron a decaer. Para entonces ya hacía casi un siglo que el Cristianismo había sido declarado religión oficial bajo el reinado de Teodosio I (381 DC) y había consolidado las estructuras de su organización. En el ambiente de decadencia y caos provocado por la anarquía y las invasiones de los bárbaros, el principio unificador y consolidador fue la religión, el Cristianismo. Los obispos asumieron la responsabilidad que las autoridades civiles no podían ejercer; la gente buscaba seguridad asentándose en torno a los conventos, dando origen a nuevas ciudades.
En esa época la Cristiandad era una sola, aunque las lenguas de los pueblos que la componían eran diferentes. El lazo común que los unía era más fuerte que las diferencias de raza, idioma y costumbres. El latín era el lenguaje común del culto, de la administración y del conocimiento.
No había países en Occidente, en el sentido moderno, durante esa época oscura para nosotros pero luminosa para Dios (Era la infancia de la cultura occidental cristiana. Sabemos que Dios ama a los niños). Sólo había barones locales que buscaban afirmarse unos sobre otros, hasta que los reyes fueron consolidando gradualmente su autoridad sobre los demás señores feudales. Así, poco a poco, se fueron formando las principales naciones europeas, al mismo tiempo que se desarrollaba su cultura. Cuando se consolida el estado-nación, en el siglo XVI, surge el moderno sentimiento patriótico: amor al propio país y a su soberano. Es un sentimiento de afirmación nacional, pero también de afán de hegemonía y de dominio, en el cual el orgullo y la ambición de los reyes y pueblos juegan un papel importante. Vemos pues que en el sentimiento patriótico hay cosas buenas y cosas que no lo son tanto, que provienen del pecado que anida en el corazón del hombre.
El amor a la patria y el sentido de misión dan cohesión a los pueblos y los impulsa a realizar grandes hazañas. Pero el nacionalismo puede convertirse en una idolatría cuando, por ejemplo, gira en torno del sentimiento de superioridad racial, y puede ser explotado por individuos ambiciosos, ansiosos de gloria personal, y con fines políticos y de expansión territorial. Ahí está el origen de muchas guerras, y de la última conflagración mundial, que fue la más sangrienta y destructora de todos los tiempos.
El cristiano sabe que es ciudadano del mundo. El reino de Dios al que pertenece no tiene fronteras y él es capaz de amar por igual a todos los habitantes de la tierra y a todos los pueblos, porque todos son criaturas de Dios, y a todos mandó Dios que se les predicara el Evangelio y se les discipulara (Mt 28:18-20).
Al mismo tiempo, el cristiano ama la tierra que le vio nacer y donde se encuentran sus raíces. Reconoce las cualidades de su pueblo, pero no es ciego a sus defectos. Obedece a las leyes de su patria, paga sus impuestos y respeta a sus autoridades, porque sabe que toda autoridad procede de Dios (Rm 13:1,2), pero tampoco las adora servilmente, pues es conciente de que son limitadas y falibles. Da lo mejor de su tiempo y de sus fuerzas trabajando para su propio sostenimiento y para el progreso de su nación. Y desea para ella lo mejor, a saber, que Cristo sea el Rey y Señor de todos sus habitantes. 
En la historia del pueblo hebreo vemos cómo el sentido particularista se superpone al sentido de identidad común (ser hijos de Abraham) cuando los reinos de Judá y del Norte (que agrupaban a dos y a diez de las tribus, respectivamente) se enfrentan en guerras fraticidas frecuentes (1R 12;15:16ss; 2R 13:12, etc.). Varios pasajes de la historia de David, empero, nos hacen ver que la rivalidad entre ambos sectores del pueblo elegido era anterior a la división del reino de Salomón. (2S 2:1-7;5:1-5;19:41-43).
El exilio babilónico exacerbó el nacionalismo de los judíos. El libro de Ester es una buena muestra de ello, así como los libros de los Macabeos. El infortunio sufrido bajo pueblos que eran más poderosos que ellos (babilonios, persas, griegos y romanos) hizo que, por compensación, el sentimiento de pertenecer a un pueblo escogido por Dios para un destino especial y glorioso, y que era, por tanto, superior a los demás pueblos, aumentara y se convirtiera en un sentimiento de orgullo excluyente.
Por eso cuando nació Jesús los judíos -que eran política y económicamente inferiores a sus conquistadores- se consideraban superiores a ellos y despreciaban a los incircuncisos. Los judíos no entraban a casas de gentiles ni comían con ellos (Hch 10:28). El que lo hacía se contaminaba. Dios tuvo necesidad de hacer comprender al apóstol Pedro, y con él, a los discípulos, "que Dios no hace acepción de personas sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia." (Hch 10:34,35) 
En el pasado los pueblos conquistadores se han sentido siempre superiores a los conquistados. Pero Dios ha castigado su orgullo haciendo que su supremacía fuera de corta duración (Lc 1:52; Sal 37:35,36) y ha levantado a pueblos que eran antes oprimidos. La visión de los cuatro imperios que surgen y desaparecen en el libro de Daniel es un claro ejemplo (Dn 2:31-45). Al auge de los grandes imperios posteriores de la historia (Roma, Persia, Arabia, España, el Imperio Otomano, Gran Bretaña) sucede su decadencia y, algunas veces, su desaparición, o por lo menos, el ser desplazados de los primeros lugares.
El sentimiento de amor justo a lo propio, a los nuestros, el amor de la tierra y del paisaje, el sentimiento de pertenencia y de las propias raíces, no tienen que coincidir necesariamente con el espíritu de conquista o de agresión. A los pueblos pacíficos les va a la larga mejor que a los guerreros. Eso se ha podido comprobar en tiempos recientes: Suecia y Suiza, que fueron pueblos guerreros en el pasado, pero que adoptaron una actitud de neutralidad en las dos últimas guerras, escaparon a la destrucción que sobrevino a los países beligerantes convertidos en campos de batalla. Costa Rica, el país más avanzado de la América Central, no tiene ejército.
El patriotismo se expresa mejor en el amor al trabajo, en la laboriosidad, en la disciplina y en el respeto de las leyes –garantía del orden- que en las arengas patrioteras y en los desfiles.
El día en que Cristo venga a reinar en la tierra los muros de separación que cayeron en el espíritu cuando Él murió en la cruz por judíos y gentiles, se derrumbarán también en lo físico, y todos los pueblos se unirán en la adoración a un solo Señor y Rey. (29.07.01)
Notas: 1. La palabra "patriotismo" viene de "patria" en latín que, a su vez, deriva de "pater", es decir, "padre".
2. Ha habido casos patentes. Por ejemplo: cómo se salvó Lima de ser incendiada por los chilenos. El nombre de una avenida de la capital, Almirante Du Petit Thouars, lo recuerda, pero pocos saben qué fue lo que le hizo dar vuelta y regresar al Callao con sus naves cuando ya se alejaba de nuestras costas.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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miércoles, 23 de julio de 2014

UNA SABIDURÍA ANTIGUA Y PRECIOSA ...

Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo
Una sabiduría antigua y preciosa regía la vestimenta femenina que
era tradicional, y lo es aún, en algunos pueblos del Medio Oriente, la cual cubría totalmente el cuerpo de la mujer y, siendo holgada, disimulaba su atractivo físico. Esa vestimenta puede verse todavía en algunos países musulmanes, pero era la vestimenta femenina tradicional entre los hebreos, y fue la de las mujeres cristianas durante los primeros siglos.
(Naturalmente no se pueden reproducir en nuestros tiempos las modas del pasado, pero los principios de pudor y recato que regían esa vestimenta siguen siendo válidos en el presente. No es necesario ni conveniente que la mujer cristiana se presente ante el mundo vestida de una manera que llame demasiado la atención por lo fuera de común o lo atractivo, aunque es normal que la muchacha soltera desee atraer las miradas de los jóvenes solteros. Pero la discreción y el buen gusto pueden guiarla para hacerlo de una manera conforme a las palabras de Pedro: "Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos...sino el interno, el del corazón..." (1P 3:3,4)].
Estos resguardos de la pureza del matrimonio de que estoy hablando tienen sentido porque el matrimonio es un pacto que no sólo tiene a Dios por testigo, sino que además, lo tiene por garante… Dios es el garante del pacto que contraen marido y mujer al casarse, y cualquiera de los dos puede acudir a Dios para exigir el cumplimiento de sus cláusulas en el caso de que uno de ellos las incumpla: "Porque el Señor es testigo entre ti y la mujer de tu juventud..." dice Malaquías en el pasaje que he citado (2:14-16).
        
El divorcio atenta contra el carácter sagrado del matrimonio. Rompe la unidad irrevocable con que Dios ha querido que hombre y mujer se unan en pacto perpetuo: "...dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y se harán un sola carne." (Gn 2:24). Jesús añadió: "...lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre." (Mr 10:9). Si son uno solo ¿cómo pueden separarse? Dios ha sellado con su pueblo un nuevo pacto que es irrevocable, perpetuo. Este pacto es imagen del pacto que une al marido con su mujer. ¿Cómo podría ese pacto romperse? Por eso es que en la ceremonia de todos los matrimonios cristianos figura esa frase con la que los esposos se juran uno al otro amarse "hasta que la muerte nos separe". Si esas palabras no son pronunciadas con todo el corazón, si uno de los dos tiene una reserva mental sobre el carácter "hasta la muerte" de su compromiso, si está pensando de antemano que podría quizá algún día romperlo, su matrimonio es un engaño, es inválido. Está casado ante los hombres, pero en su fuero interno, y ante los ojos de Dios que lo ve todo, es un fornicario. (A menos que más adelante cambie la intención de su corazón).
(Págs 31 y 32. Editores Verdad y Presencia, Av. Petit Thouars 1191, Santa Beatriz, Lima, Tel 4712178)

lunes, 21 de julio de 2014

¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES? II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES? II
Un Comentario del Salmo 2:7-9
7-9. “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te he engendrado
hoy. Pídeme y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás.”
En esta estrofa es el mismo Cristo, el Hijo de Dios, el que habla, recordando el decreto proclamado por su Padre Dios desde toda la eternidad, y que expresa su voluntad inconmovible. Las palabras “Mi hijo eres tú” expresan la relación existente entre el Padre, la cabeza de la Trinidad, y el Verbo, de quien el Credo atestigua: “Engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre.”
Esas palabras del Credo son un eco de lo que escribe Juan en el Prólogo de su Evangelio: “En el principio era el Verbo, y el verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.” (Jn 1:1).
Por eso el decreto divino afirma: “Yo te he engendrado hoy.” Hoy es el día sin comienzo ni fin en que vive la Trinidad. Por eso también Hebreos dice que el Hijo es “el resplandor de su gloria (entiéndase, del Padre) y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas por la palabra de su poder.” (Hb 1:3). Igualmente, refiriéndose a la eternidad del Hijo, Colosenses afirma: “Él es antes de todas las cosas y todas las cosas subsisten en Él.” (Col 1:17).
Hablando acerca de Jesús, poder y sabiduría de Dios (1Cor 1:24), el libro de Proverbios dice: “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado…” (Pr 8:22,23a). Y más abajo afirma: “Cuando establecía los fundamentos de la tierra, con Él estaba yo ordenándolo todo…” (Pr 8:29b, 30a).
Las palabras del salmo segundo que comentamos están reflejadas en la voz del cielo que se oyó cuando Jesús fue bautizado por Juan: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia.” (Mt 3:17), y nuevamente en el monte de la transfiguración, pero con el agregado: “A Él oíd.” (Mt 17:5).
Pablo, predicando en Antioquía de Pisidia, cita las palabras “Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy,” vinculándolas a la resurrección de Jesús (Hch 13:33). Recordando esas palabras el apóstol afirma que Jesús “fue declarado Hijo de Dios… por la resurrección de entre los muertos…” (Rm 1:4).
La epístola a los Hebreos cita dos veces las palabras que comentamos de este salmo para probar, primero, que Jesús es superior a los ángeles (Hb 1:5); y segundo, que no fue Él mismo sino su Padre quien lo estableció como sacerdote para siempre “según el orden de Melquisedec”, tal como está escrito en el salmo 110:4 (Hb 5:5,6).
De Jesús dijo también Dios: “Yo haré de mi primogénito el más grande de los reyes de la tierra.” (Sal 89:27).
Pero no debemos olvidar que las palabras que comentamos se refieren en primer lugar al día en que el Verbo se hizo carne en el vientre de María, sin intervención de varón, cuando el Espíritu Santo vino sobre ella y ella concibió por el solo poder del Altísimo que la cubrió con su sombra (Lc 1:35). Ese día el Padre bien pudo haber dicho: “Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy”, porque esas palabras se cumplieron literalmente.
El Hijo único de Dios dice que su Padre le dijo: “Pídeme y yo te daré por herencia las naciones, y en propiedad los confines de la tierra.”
La heredad del Señor en el Antiguo Testamento era el pueblo de Israel, el pueblo que Él escogió en Abraham como propio (Gn 17:1-7). La heredad de Cristo son todos los pueblos y naciones de la tierra. Según H.A. Ironside, es como si el Padre le dijera al Hijo: Tu propia gente no te ha querido, el pueblo de Israel te ha rechazado (cf Jn 1:11), pero yo tengo para ti algo más grande que ser aceptado por ellos. Pídeme y yo te daré por herencia todas las naciones del mundo entero.
No está de más que recordemos que Satanás le hizo a Jesús un ofrecimiento semejante cuando ayunaba en el desierto: Darle todos los reinos del mundo si postrándose delante de él, le adoraba. Jesús lo rechazó diciéndole: “Vete Satanás porque escrito está que al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás.” (Mt 4:8-10). Pero bien pudo haberle también contestado: No necesito que me des nada de eso porque lo que tú me ofreces me pertenece por herencia. (Nota)
No obstante, aun siendo Dios, Jesús tiene que pedirle al Padre que le dé lo que por herencia le pertenece. Tenemos varias instancias en los evangelios en que Jesús le pide algo a su Padre. Por ejemplo, en la oración angustiada que hace en Getsemaní pidiéndole que si es posible le libre de la copa amarga que ha de beber (Mt 26:39,42). Asimismo, poco después de la última cena, en la oración que Jesús dirige al Padre por sus discípulos, registrada en Juan 17, en la que Él le pide, entre otras cosas, que no los quite del mundo, pero que los guarde del mal (v. 15); que los santifique en la verdad, que es su palabra (v. 17); pero, sobre todo, que sean uno “para que el mundo crea que tú me enviaste.” (v. 21), petición que nosotros, los cristianos, obstinadamente nos hemos empeñado en frustrar.
No hay poder que se compare al poder de la oración. La fuerza del hombre, su verdadero poder, reside en su capacidad de orar. El que ora con fe todo lo alcanza. Alguien ha escrito que la oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios. La oración abre, en efecto, las puertas a todo lo que el hombre en justicia desea.
Estando en vida Jesús dijo: “El Padre ama al Hijo y le ha entregado todas las cosas en su mano.” (Jn 3:35; cf Mt 11:27a). Al terminar su carrera en la tierra ese poder empezará a ponerse de manifiesto. Antes de subir al cielo, Jesús dijo a sus discípulos: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra,” (como corresponde al que, según Apocalipsis 19:16, es “Rey de reyes y Señor de señores.” ). “Por tanto, id y haced discípulos (míos se entiende) a todas las naciones.” (Mt 28:18,19)
En Hechos 1:8 ese mandato es ligeramente diferente, porque Jesús añade: “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines de la tierra.” (cf Is 49:6). A Él, por quien todo fue creado, le pertenece todo por derecho propio y por herencia (Hb 1:2b).
Sin embargo, Él ha puesto en nuestras manos, en cierta manera, la realización de ese derecho, es decir, la extensión de su reino. En nosotros está que lleguemos con las palabras del Evangelio hasta lo último de la tierra para que Él pueda poseerla. Él nos ha confiado el cumplimiento de la profecía que contiene el salmo que comentamos.
Al final de los tiempos, cuando Jesús venga por segunda vez, esta profecía se cumplirá plenamente, pues todos sus enemigos habrán sido quebrantados. Entonces veremos cumplida la solemne promesa que Dios le hizo a su Hijo cuando ascendió al cielo: “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (Sal 110:1). Su señal será vista ese día por todos en el cielo antes de que descienda con las nubes con poder y gran gloria (Mt 24:30). En ese momento se cumplirá el sueño profético que tuvo Daniel acerca del Hijo del Hombre: “…He aquí con las nubes venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.” (Dn 7:13,14).
El salmo 72 al referirse a este día dice: “Todos los reyes se postrarán delante de Él; todas las naciones le servirán.” (v. 11). Y también: “Será su nombre por siempre…Benditas serán en Él todas las naciones.” (v. 17).
Nuestro salmo prosigue: “los quebrantarás con vara de hierro, como vasijas de barro los desmenuzarás.” Este versículo es citado entero en la carta que el Señor dirige a la iglesia de Tiatira (Ap 2:27), otorgándole a ella el poder que a Él le fue dado, porque el cristiano puede ejercer en el nombre de Jesús los poderes que a su Maestro le fueron otorgados.
Es propio de los reyes tener un cetro de oro, una vara dorada que es símbolo de su poder (Est 4:11; 5:2; cf Sal 45:6b). Pero en este salmo no se trata de un cetro, sino de un arma, y no de oro sino de hierro; no simboliza tan sólo, sino es el instrumento del poder con el cual el rey quebrantará a todos sus enemigos (Ap 12:5; 19:15), y los desmenuzará con la facilidad con que se quiebra una vasija de barro (Jr 19:1,10).
Nota: Nosotros no nos damos cuenta de que Satanás constantemente nos tienta de una manera semejante, no para que le adoremos directamente, sino a través de objetos y cosas del mundo que él nos ofrece, y que son instrumentos suyos (tales como dinero, lujos, posición social, fama, etc.). Muchísimos son lamentablemente los que caen en la trampa que él les tiende sin ser concientes de que han reemplazado a Dios por uno o varios ídolos.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#812 (12.01.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 16 de julio de 2014

EL CARIÑO EN PÚBLICO

Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran con el Tiempo
EL CARIÑO EN PÚBLICO
También es bueno que los esposos se guarden de expresiones excesivas de cariño en público. El amor es una cosa privada, no para ser exhibida. Por eso uno de los grandes daños que hace la pornografía, hoy día que pasan escenas de amor candente en la televisión y el cinema, es que ponen a la vista de todos cosas que pertenecen exclusivamente a la intimidad de dos seres. La pornografía viola la santidad del matrimonio, viola el plan de Dios, y contamina terriblemente el corazón de los hombres, de las mujeres y, peor aún, de los niños.
¿Saben ustedes que existe una relación muy estrecha entre pornografía y violencia? Hasta el año 1977 el Perú era una isla donde casi no había violencia, comparado con otros países latinoamericanos, pero ese año apareció la primera revista pornográfica, que se llamaba Zeta, quizá algunos se acuerden de ella. Cuando yo vi eso y vi que las autoridades no hacían nada, yo tuve la certidumbre que el Perú empezaría a sufrir la misma violencia que sufrían los países vecinos, pero que nosotros no conocíamos. Y así ocurrió, en efecto, al poco tiempo, porque el año 80, en que surgió el movimiento de Sendero, ya había un tipo de violencia delincuencial en las calles que nuestro país antes desconocía.
 La pornografía le hace gran daño al ser humano, rompe los frenos internos y permite que toda la violencia, que toda la crueldad que hay dentro de él, se desate. Cuando el hombre pierde el dominio de sus instintos, sobre el instinto sexual, en particular, todo lo demás se desboca. Por eso nadie se extrañe de la violencia y de la delincuencia que campea en nuestras ciudades. Están íntimamente ligadas a lo que muestran el cinema y la TV.
(Págs 196 y 197. Editores Verdad y Presencia Av. Petit Thouars 1191, Santa Beatriz, Lima, Tel. 4712178)




¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES? I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿P0R QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES? I

Un Comentario del Salmo 2: 1-6
Introducción.
Este es el salmo mesiánico por excelencia, el salmo más citado en todo el Nuevo Testamento, lo que muestra cuán apreciado era por los primeros discípulos de Jesús. Es el salmo también que originalmente figuraba al inicio del Salterio, como el primero, tal como da testimonio el vers. 33 del capítulo 13 del libro de los Hechos que, en el original griego, dice textualmente: “Como está escrito también en el salmo primero…” Esa frase ha sido modificada en las versiones comunes para que coincida con la ubicación actual del salmo en segundo lugar. No se sabe en qué año de nuestra era los masoretas judíos le antepusieron el salmo que figura ahora como primero (“Bienaventurado el varón…”). Nótese, sin embargo, que así como ese salmo comienza con una bienaventuranza, con una bienaventuranza termina el segundo, lo que muestra cuán ligados están ambos poemas.
El tema de este salmo –dice Lowht, citado por Spurgeon- es el establecimiento de David sobre su trono como rey de Israel, pese a toda la oposición de sus enemigos; pero su desarrollo sugiere un sentido más profundo: El salmo apunta al David espiritual, al antitipo, al Rey de los judíos, a quien aluden algunas de sus frases. Eso es evidente, para comenzar, porque a David nunca se le prometió que poseería toda la tierra (v. 8).
A medida de que los reyes de Judá se daban cuenta de que la promesa de un reino eterno hecha a David para un descendiente suyo (2Sm 7:12-16), no era para ellos, pues su poder en vez de aumentar disminuía, tuvieron que aceptar que se refería a un futuro lejano. Después de la caída de Jerusalén y de la supresión de la monarquía el año 587 AC, éste y otros salmos semejantes empezaron a ser entendidos en un sentido profético y mesiánico. Los autores del Nuevo Testamento, y los escritores cristianos de los primeros siglos, ven el cumplimiento de la promesa de este salmo en el reinado de Cristo.
Este salmo consta de doce versículos distribuidos en cuatro estrofas de tres versículos cada una. Se ha dicho que en cada una de esas cuatro partes habla una voz distinta. En la primera estrofa habla el mundo, o un observador objetivo; en la segunda es la voz del Padre la que habla; en la tercera es la voz del Hijo; y en la cuarta, el Espíritu Santo.
1-3. “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantaron los reyes de la tierra y príncipes consultaron unidos contra Jehová y contra su Ungido, diciendo:Rompamos sus ligaduras y echemos de nosotros sus cuerdas.” (Nota 1)
Al comienzo del libro de los Hechos, cuando después de la liberación de Pedro y Juan, que habían sido detenidos por el Sanedrín en Jerusalén acusados de predicar a Cristo (4:1-22), los discípulos se pusieron a orar para darle gracias a Dios por su libertad, ellos citaron los dos primeros versículos de este salmo, aplicándolos a su situación presente y a lo ocurrido con Jesús, que fue víctima de las conspiraciones en su contra de los gentiles, representados por Poncio Pilatos y Herodes, unidos con las autoridades del pueblo de Israel (Hch 4:25-27) y el pueblo mismo que gritaba “¡Crucifícalo, crucifícalo!” (Mt 27:22,23). No obstante, ellos eran concientes de que los enemigos de Cristo, no podían hacer nada contra Él o sus discípulos, que no hubiera sido de antemano permitido por Dios, pues ellos, al citar este pasaje, añadieron: “para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.” (Hch 4:28).
Pero cuando el salmo fue escrito (no se sabe por quién, quizá por David mismo) esas palabras del inicio se referían al que había sido de muchacho ungido por Samuel como futuro rey de Israel, al hijo menor de Isaí, contra el cual, cuando estaba en Hebrón, se levantó una gran oposición a que fuera proclamado rey de Judá por parte de las tropas leales a Saúl (2Sm 2:8-3:1). Y se levantó nuevamente cuando, siete años más tarde, fue proclamado rey de todo Israel (2Sm 5:1-5), y conquistó Jerusalén -que estaba en poder de los jebuseos (2Sm 5:6-10)- para que Sión fuera cabeza del reino. Los filisteos celosos hicieron entonces también guerra contra él, y fueron derrotados (2Sm 5:17-25). Siendo David una figura de Cristo, ambas aplicaciones, la histórica y la profética, son posibles y compatibles.
¿Por qué se agitan las gentes como lo hace el mar embravecido, y traman intrigas contra Dios y su Ungido que no pueden prevalecer? Amotinarse es rebelarse contra la autoridad establecida y querer derribarla, pero los planes que urden y todos sus esfuerzos, están condenados al fracaso porque nadie puede oponerse a Dios.
Los rebeldes, azuzados por el diablo, creyeron por un momento haber triunfado porque crucificaron a Jesús, pero no se dieron cuenta de que su victoria momentánea se convirtió en derrota, porque la muerte de Jesús libertó al hombre de la esclavitud del pecado (Rm 6:11-14), e inició una nueva etapa para la humanidad con la predicación del Evangelio.
Ellos dicen: “Rompamos sus ligaduras y echemos de nosotros sus cuerdas.” Ésa es la actitud de los rebeldes e incrédulos de todos los tiempos: alzarse contra las leyes de Dios, que conocen por lo menos a través de su conciencia, o por la educación religiosa que recibieron de jóvenes. Quieren vivir a su manera, haciendo lo que les venga en gana, su capricho del momento, para gozar de todos los atractivos materiales que les ofrecen las circunstancias cambiantes de la vida, y los halagos del mundo. Ellos se jactan de su “libertad”, sin prever el lecho, no de rosas sino de espinas, que preparan para sí mismos.
En el versículo 3, de paralelismo sinónimo, las ligaduras y las cuerdas representan las leyes que Dios dio al hombre para que conduzca rectamente su vida y sea feliz, de las cuales en otro lugar se dice. “Haz esto y vivirás” (Lc 10:28), frase en que Jesús hace eco de Proverbios cuando enseña: “Guarda mis mandamientos y vivirás.” (Pr 7:2). Éste, a su vez, refleja un mandato de Levítico: “Guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo, el hombre vivirá por ellos.” (Lv 18:5; cf Nh 9:29; Ez 18:9; 20:11).
Muchos ven en esas ligaduras un límite a su libertad, o una señal de esclavitud, y por eso las arrojan de sí (Jr 5:5), sin comprender que ellas son verdaderamente “cuerdas de amor” (Os 11:4), con las que Dios los quiere atraer a sí mismo para darles la verdadera libertad, la libertad del espíritu, olvidando que Jesús dijo: “Mi yugo es fácil y mi carga ligera.” (Mt 11:30). Las leyes de Dios son en verdad “más deseables que el oro” y “más dulces que la miel.” (Sal 19:10).
4-6. “El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego les hablará en su furor, y los turbará con su ira (2). Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte.”
Desde las alturas empíreas en donde figuradamente vive Dios, y desde donde contempla todo lo que se mueve y ocurre en la tierra (Sal 11:4; 14:2; 2Cro 16:9), Él se ríe de los esfuerzos vanos del hombre para oponerse a sus planes y propósitos (Sal 37:13; 59:8; 2R 19:21,22).
Es como si una pequeña cucaracha desafiara al hombre que tiene delante y que con la sola suela de su zapato puede aplastarla sin el menor esfuerzo.
Todos los planes y esfuerzos orgullosos del hombre para oponerse a Dios están condenados irremediablemente al fracaso. Faraón quiso detener el éxodo del pueblo escogido que, en un momento de debilidad y de terror ante la muerte de los primogénitos de su casa y de todo el pueblo, había autorizado (Ex 12:29-33). Pero él, con todo su ejército y sus carros de guerra que se lanzaron a perseguirlos, perecieron ahogados en el Mar Rojo (Ex 14:26-28).
Herodes Agripa I metió presos a algunos miembros de la iglesia de Jerusalén e hizo matar a Santiago, hermano de Juan. Viendo que esto agradaba al pueblo mandó apresar a Pedro con el mismo propósito, pero el Señor libró a Pedro de manera milagrosa. Cuando el rey se enteró, en su frustración hizo matar a los guardias, que no tenían culpa alguna (Hch 12:6-19). Más adelante un ángel del Señor lo tocó y murió comido por gusanos por haber aceptado un homenaje que sólo se debe rendir a Dios (Hch 12:20-23).
Las autoridades romanas persiguieron y torturaron a los cristianos en su afán de suprimir lo que ellos llamaban “la secta de los nazarenos”, porque se negaban a rendir culto a los emperadores, que eran elevados a la categoría de dioses. Pero todos sus esfuerzos fueron vanos, porque la semilla del Evangelio se difundía inconteniblemente, regada por la sangre de los mártires. Al final el cristianismo se convirtió en la religión en las ciudades del imperio, desplazando al culto de las estatuas, y los templos paganos, una vez limpios de ídolos, se convirtieron en iglesias.
Uno de los emperadores, sin embargo, Juliano el Apóstata (332-63), quiso restablecer el culto pagano y persiguió a la iglesia en un último intento de suprimir el cristianismo, pero en la guerra que había emprendido contra el imperio persa, que amenazaba sus fronteras, una flecha inesperada le alcanzó y pereció exclamando: “¡Venciste Galileo!”
Luego de haberse reído de sus opositores, el Señor hablará y pronunciará su veredicto: Pese a toda vuestra oposición yo he colocado a mi rey como soberano en el monte santo, a David, mi escogido.
En efecto, después de haber reinado sobre Judá en Hebrón siete años, David reinó en Jerusalén treinta y tres años sobre todo Israel. De nada sirvió la oposición de sus muchos enemigos que trataron de impedir su triunfo y que hasta el final amenazaron su trono. Dios declaró que su reinado, en un sentido espiritual, sería eterno (2Sm 7:16).
Pese a todas las intrigas de sus enemigos, que estaban impulsados por el diablo, Jesús venció en el Calvario al que tenía el imperio de la muerte (Hb 2:14), y lo aplastó bajo sus pies, como estaba predicho (Gn 3:15). Él reina ahora en el monte de Sión espiritual que es la iglesia, y reina también en el corazón de todos sus siervos, a los cuales Él con su resurrección dio una nueva vida que les permite triunfar sobre el pecado. Y ha de venir una segunda vez para juzgar a vivos y muertos y destruir definitivamente a sus enemigos. Cuando aparezca triunfante montado en un caballo blanco, en sus muslos y en sus vestiduras blancas llevará inscritas las palabras: “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19:16).
Notas: 1. El verbo hebreo hagáh figura también en el Sal 1:2, traducido como “medita”. Mientras el justo piensa o medita en la ley del Señor, los impíos piensan cosas vanas (A. R. Faucett). Esto es, mientras el primero piensa en las cosas buenas que puede hacer para beneficio de la gente, los segundos sólo piensan en cómo destruir y hacer daño.
2. Aunque el Antiguo Testamento habla con frecuencia de la ira de Dios, es evidente que lo hace metafóricamente, atribuyéndole sentimientos humanos. Si Él alguna vez se ve obligado a corregir al hombre, lo hace con amor; y si permite que le ocurran cosas que lo afligen, lo hace movido por su misericordia y para su bien.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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martes, 8 de julio de 2014

EL FÚTBOL COMO METÁFORA DE LA VIDA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL FÚTBOL COMO METÁFORA DE LA VIDA
Los partidos de fútbol son una metáfora de la vida.

 El adolescente es como un equipo que sale a la cancha y está haciendo ejercicios de calentamiento antes de que el árbitro toque el pito para iniciar el juego.
Cuando sale del colegio se inicia el partido. Los muchachos están llenos de impulso, de energía, de vida y deseos de triunfar.
El adolescente tiene dos tiempos por delante para ganar o perder, para meter goles o que se los metan. Cuenta con una barra que lo apoya y con otra que le es contraria: sus padres y amigos de un lado; sus rivales y enemigos, del otro.
Los goles que quiere anotar son las metas que se propone alcanzar en los años que tiene por delante.

Para meter esos goles necesita tener una estrategia de juego que tome en cuenta las condiciones de la cancha así como las fortalezas y las debilidades del adversario. Es decir, no sólo sus propias condiciones sino también las circunstancias concretas con las que se tiene que enfrentar, las ventajas y desventajas de su entorno, las dificultades y las facilidades que encuentre en la vida.
Los padres lo pueden ayudar y aconsejar, pero los goles los tiene que meter él.
Al frente está el guardameta, rodeado de los defensas, que tratarán de impedir que la pelota penetre en el arco. Ya sabemos quién es el guardameta y sus defensas. Es el enemigo de siempre que trata de frustrar nuestros planes y robarnos el éxito, junto con la esperanza (Jn 10:10).
A medida que transcurre el primer tiempo el marcador va señalando los goles anotados. Llega la mitad del primer tiempo y quizá le han metido un par de goles al muchacho y él todavía no ha metido ninguno.
O pudiera ser que él mismo, en un momento de atolondramiento se  metió un autogol y cuando quiere recuperarse lo "faulean". Alguien le ha serruchado el piso en el trabajo, o lo calumniaron y lo botan. Sigue moviéndose el minutero, vuelan las hojas del calendario, pero él todavía no obtiene nada. ¡Qué rápido pasa el tiempo! Se agita, empieza a sudar angustiado. Todavía le quedan 15 minutos para voltear el marcador, o siquiera para empatar.
¡Tiempo! grita el árbitro. Se detiene el juego y todos a la banca. Hay momentos en que la vida nos saca de la cancha para que podamos reflexionar.
Cuando empieza el segundo tiempo ya tiene unos 40 años. Ya no está fresco como al comienzo, pero todavía guarda energías.
Los goles que metió son las cosas que ha logrado en la vida: profesión, casa propia, auto, familia... Pero quizá no metió ninguno, no tiene nada de eso y se siente derrotado.
Los goles que le metieron son las adversidades, las desilusiones, los fracasos, las enfermedades...
Pero aun le queda el segundo tiempo por delante para recuperarse y ganar el partido. ¿Cómo se moverá el marcador? ¿Meterá más goles o se los meterán?
¿Cómo anda tu vida si ya estás jugando el segundo tiempo? ¿Cuántos goles has hecho? ¿Cuántos te han metido? Si el marcador está en tu contra, todavía puedes voltearlo con la ayuda de Dios antes de que termine el encuentro.
Al final se juega el tiempo de descuento, cuando se jubila. Todavía tiene una chance de ganar el partido si le quedan piernas para correr y se esfuerza. En las tribunas el público retiene el aliento. Pero cuando el árbitro toca el pito final, se acaba el partido y ahí queda el marcador.
Habrá quienes celebren el triunfo porque se alzaron con la copa, y quienes lamenten su derrota y se vayan a llorar al camarín, como harán algunos deudos afligidos. Pero lo que importa y alegra a los espectadores es que el partido haya sido bien jugado, respetando las leyes de la ética, y que nadie ganó dinero injustamente.
En las exequias dirán que fue un gran goleador, que se dio por entero en la cancha de la vida, y no fue un ocioso que se aprovechó del esfuerzo ajeno; que tenía un gran dominio de la pelota, pero que no la retuvo cuando convenía pasársela a otro; que supo jugar en equipo y no pretendió meter él solo todos los goles.
Es muy importante que el niño sepa que a la cancha de la vida se sale para meter goles y que debe empezar a hacerlo desde temprano. No vaya a ser que su vida pueda ser comparada con el futbolista de barrio, del que se dice que sabe jugar bonito y lucirse, pero no sabe meter goles.
Al niño hay que enseñarle (pero con prudencia, pues no es sino un niño) desde pequeño a fijarse metas, a planificar cómo las alcanza y, sobre todo, a lograrlas, a no aceptar los fracasos.
Esas metas que se proponga serán las adecuadas a su edad, a la etapa de la vida en que se encuentra, y estarán relacionadas con sus estudios, con los deportes que practica, con sus colecciones, con sus juegos, sus lecturas...
El niño debe ser estimulado a fijarse propósitos para su vida y es bueno que converse sobre ellos con sus padres y que sienta que sus padres lo apoyan. Más tarde, cuando la vida lo lleve por otros caminos y se independice, buscará el consejo de sus padres porque está acostumbrado a hacerlo desde pequeño y sabe que en ellos encuentra a sus mejores amigos.
NB. Este escrito formó parte de una enseñanza dada hace más de una década en la escuela de padres de un colegio cristiano. Se publica con algunos pequeños cambios.


Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#835 (22.06.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).