miércoles, 22 de febrero de 2017

LO QUE EL IMPÍO TEME, ESO LE VENDRÁ

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LO QUE EL IMPÍO TEME, ESO LE VENDRÁ
Un Comentario de Proverbios 10:24-27
24. “Lo que el impío teme, eso le vendrá; pero a los justos les será dado lo que desean.”
El temor es la fe de los impíos, de los que no creen en Dios, que atraen sobre sí lo que temen. Temen a los hombres, a lo que ellos pueden hacerles. Pero no temen a Dios y si le temen, le temen sin esperanza. En cambio, el justo le teme y confía.
            El temor es fe a la inversa. Los que creen (es decir, temen) reciben aquello en que ponen su fe (es decir, su temor). Como el justo tiene puesta su confianza en Dios, lo que desee lo desea con fe, y por eso lo recibe. Dicho de otro modo, tanto la fe como el temor atraen a su objeto.

            Eso ocurre incluso con los justos, como atestigua Job: “Porque el temor que me espantaba me ha venido, y me ha acontecido lo que yo temía.” (3:25). Y lo anuncia sarcásticamente el proverbista respecto de los simples que no hacen caso de las reprensiones de la sabiduría: “También yo me reiré de vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere los que teméis.” (Pr 1:26; cf v. 27; Is 66:4).
            El impío recibe no lo que desea sino lo que es indeseable, y que intuye con temor que   le va a venir. Su temor es no sólo la voz de su conciencia que él trata de acallar, sino la voz de su entendimiento, que percibe cuáles serán las consecuencias inevitables de sus actos. Sabe, aunque no quiera verlo, que a la larga uno cosecha lo que siembra (Gal 6:7). En términos simples: El que daña, se hace daño. O como dice otro proverbio: “Al que busca el mal, éste le vendrá.” (11:27b). En cambio Dios se inclina hacia el justo y se complace en satisfacer sus deseos, porque nunca le desea mal a nadie (11:23a): “Le has concedido el deseo de su corazón, y no le negaste la petición de sus labios.” (Sal. 21:2; cf 20:4; 37:4; 145:19).
            “Pero a los justos les será dado lo que desean.” ¡Qué contraste formidable! El impío recibe lo que teme; el justo, lo que desea. El primero lo que no quisiera; el segundo, lo que desea. En el primero, es el temor lo que atrae lo que recibe; en el segundo, es el amor,  porque desear es amar.
            En la historia sagrada hay varios ejemplos de impíos que reciben lo que temen, justamente por el medio que emplean para impedir que les sobrevenga. Uno de los más instructivos es el del rey Acab de Israel, que se había aliado con Josafat, rey de Judá, con el propósito de recuperar la ciudad de Ramot de Galaad, que había caído en poder de los sirios. Acab temía que él pudiera morir en el enfrentamiento, tal como el profeta Micaías había predicho. Por ello le propuso a Josafat intercambiar sus ropas, de manera que los que se propusieran matarlo, no lo atacaron a él sino a su aliado. Su astucia estuvo a punto de tener éxito porque los sirios atacaron a Josafat pensando que era Acab. Pero cuando se dieron cuenta de que no lo era, lo dejaron. Entonces un hombre (no sabemos de qué bando) tomó su arco y disparó una flecha a la ventura, que fue a caer sobre Acab, hiriéndolo de muerte (1R 22:10-37). Por más precauciones que él tomara, lo que Dios había decretado que sucediera, y que él temía, le ocurrió.
            Por el lado contrario, vemos que Dios nos asegura que nosotros tendremos las cosas buenas que le pedimos (1Jn 5:14,15; cf Jn 16:23), según dice un salmo: “Abre tu boca y yo la llenaré.” (Sal 81:10b). La condición, sin embargo, es que todo lo que pidamos sea bueno (Pr 11:23a), y no como a veces, en un momento de depresión, pudiéramos desear, tal como ocurrió con Elías y Jonás, que desearon morir cuando aún tenían mucho que hacer para Dios (1R 19:4; Jon 4:3).
25. “Como pasa el torbellino, así el malo no permanece; mas el justo permanece para siempre.”
El impío es, en efecto, como un torbellino o un huracán que pasa raudo y todo lo destruye a su paso, pero no dura y al poco tiempo desaparece: “Vi al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como laurel verde. Pero él pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué y no fue hallado.” (Sal. 37: 35, 36; cf v.10; 73:19; Jb 20:4-9).
El justo, en cambio, es como un roble que tiene sus raíces firmemente plantadas en la tierra. El torbellino puede afectarlo, pero no desarraigarlo: “Lo que confían en Jehová son como el monte de Sión, que no se mueve, sino que permanece para siempre.” (Sal. 125:1; cf Pr. 12:3; 1Jn 2:17).
            Aunque pueda parecer débil, el justo es como la brisa que refresca, que es duradera, y cuando falta, se le extraña. Pero nadie desea que venga el torbellino.
            Él es como la piedra angular sobre la que reposa el edificio. Nadie la ve. Está escondida en tierra, pero sin ella el edificio no se sostendría. Él no será removido jamás porque está plantado sobre la roca firme que es Jesucristo (Mt 7:24,25), la piedra angular por excelencia (Sal 118:22).
            Juan Crisóstomo hace una observación interesante, basada en el texto ligeramente diferente de la Septuaginta (que era la versión del Antiguo Testamento que los cristianos de habla griega usaban en los primeros siglos): Cuando viene el torbellino de la tentación el impío no permanece firme, sino cede a ella y peca, porque no sabe resistirla. En cambio el  justo, acostumbrado como está a buscar siempre el bien en todo, sabe resistirla, y por eso permanece firme en la gracia de Dios hasta alcanzar la vida eterna.
26. “Como el vinagre a los dientes, y como el humo a los ojos, así es el perezoso a los que lo envían.”
¿Cuál es el efecto que el vinagre, y todo ácido, tiene sobre los dientes? Hace que sus raíces, aunque estén ocultas, y toda parte cariada, duelan. ¿Y qué ocurre cuando el humo nos envuelve? Nuestros ojos se irritan y lagrimean, y no podemos ver bien. Así de enojoso es el perezoso para quienes lo emplean.
            El que confía a un perezoso un encargo urgente esperará en vano que lo cumpla, porque encontrará mil excusas para no partir, y cuando lo haga, se detendrá cansado a cada rato en el camino, o se distraerá conversando con la gente que encuentre. No tiene prisa en cumplir su cometido. Y puede ocurrir que cuando llegue habrá olvidado lo que tenía que decir o hacer. Por eso, estando advertido, tan culpable es el perezoso que no cumple bien el encargo que se le confió, como el que lo envió, porque no supo escoger bien al mensajero. Si después la frustración le hace llorar, no tendrá a quién quejarse, porque le dirán: ¿No sabías tú que este perezoso no es confiable? Pusiste tu dinero en un bolsillo roto. No te quejes, pues, de tu pérdida (Pr 13:17a; 26:6).
            El personaje del perezoso ocupa un lugar importante en el libro de Proverbios, y está muy bien descrito (Nota). De él se dice que así como la puerta gira sobre sus goznes, pero no se mueve de su sitio, el perezoso se revuelve en su cama, pero no sale de ella (26:14), se entiende, para hacer lo que le toca hacer, y de esa manera lo va postergando. Da como pretexto la excusa más ridícula: el león está en la calle y en los caminos, y si salgo expongo mi vida (22:13; 26:13), como si ya no lo hubieran matado si fuera cierto lo que teme. Es tan perezoso que, estando en la mesa, prefiere pasar hambre a hacer el pequeño esfuerzo de llevar el bocado del plato a la boca (19:15; 26:15). Es tan necio en su vana opinión de sí mismo, que él, que nunca estudió ni investigó nada, se considera más sabio que los que por el estudio diligente y su experiencia de vida, están en condiciones de dar consejos útiles a la gente que se los pide (26:16).
            A menos que haya heredado mucho dinero, no dejará de sentir algún día las consecuencias de su negligencia, cuando la pobreza inexorable asome a su puerta (6:9-11; cf 24:32-34). Así actúa pese a que tiene el ejemplo del más pequeño de los insectos, la hormiga, que por instinto, y sin que nadie se lo ordene, acopia su comida en la estación favorable (6:6-9).
            Si es agricultor, evita el esfuerzo de arar su campo en invierno, de modo que no puede sembrar, y menos podrá cosechar cuando todos lo hagan en verano (20:4), provocando la compasión y las críticas burlonas de sus vecinos. Llegará el momento en que, como se negó a trabajar cuando debía (21:25), su vida se llenará de dificultades, de las que está exento el recto que es diligente (15:19).
27. “El temor de Jehová aumentará los días; mas los años de los impíos serán acortados.”
Esta es la primera vez que el concepto del temor de Dios aparece en la segunda parte del libro de Proverbios que empieza en este capítulo.
En este proverbio se señala que el temor de Dios es un factor positivo en la duración de nuestra vida. El que teme a Dios tenderá a vivir más años que el que no le teme (9:11). ¿Por qué la diferencia? El temor de Dios tiene este efecto positivo: Nos ayuda a regular nuestra vida de una manera racional y sana. Nos aleja de vicios que podrían afectar nuestra salud, y nos preserva de situaciones comprometedoras y peligrosas. Nos ayuda a mantener buenas relaciones con allegados y parientes, así como con extraños, lo cual aparta de nosotros las tensiones que pueden causar las relaciones humanas tirantes o desagradables. En fin, y sobre todo, el temor de Dios nos aleja del pecado, proporciona paz a nuestra alma y nos colma de satisfacciones espirituales.
La contraparte (que la vida del que carece de temor de Dios es corta) se desprende sola y no necesita de pruebas. Eso es algo, además, que la experiencia con multitud de ejemplos demuestra (Ecl 8:12,13). La existencia de las personas que llevan vidas irregulares, entregadas al vicio y proclives a acciones deshonestas, suele ser corta, sea porque las malas costumbres arruinan su salud, sea porque exponen su vida a peligros en los que el que teme a Dios no incurre (Jb 15:32).
El temor de Dios es una gracia multiforme que abarca muchas cosas, siendo como es el principio, o fundamento, de la sabiduría (Pr 1:7). El temor de Dios nos hace sabios, mientras que su ausencia nos vuelve necios. Porque carece de temor de Dios, el impío vive lleno de temores, reales o imaginarios. Teme a los que odia; teme la venganza de los que de alguna forma perjudicó, o hizo daño. Él sabe en el fondo de su corazón cuánta verdad encierra el proverbio que comentamos al inicio de este artículo: “Lo que el impío teme, eso le vendrá.” Porque su conciencia lo acusa, carece de paz y esa carencia afecta su salud.
Con frecuencia la vida de los que no temen a Dios es cortada de golpe, como ocurrió con los dos hijos impíos del sacerdote Elí, a los que su padre no corrigió como debiera haber hecho en su momento (1Sm 2:12-17,34; 3:11-14; 4:11); o con Ananías y Safira, que le mintieron al Espíritu Santo (Hch 5:1-10).
El que teme a Dios sabe que al final de su vida terrena sus días se prolongarán en el día sin ocaso en que no habrá necesidad de sol ni de luna para alumbrarnos, porque Jehová será nuestra luz perpetua (Is 60:19; cf Ap 21:23; 22:5).
Nota: Derek Kidner le dedica un interesante estudio en su libro “Proverbios”.
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#934(17.07.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 1 de febrero de 2017

CON MI VOZ CLAMARÉ A JEHOVÁ

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
CON MI VOZ CLAMARÉ A JEHOVÁ
Un Comentario del Salmo 142
“Masquil de David. Oración que hizo cuando estaba en la cueva.”

“Masquil” quiere decir enseñanza. Según la inscripción que figura en el encabezamiento, este salmo habría sido compuesto cuando David se encontraba escondido en una cueva, huyendo de Saúl, en lo que fue quizá el momento más bajo de su carrera. Él se encontró dos veces en ese trance. Una, cuando se escondió en la cueva de Adulam (1Sm 22:1,2), y sus hermanos y una turba de afligidos vino a juntársele; y otra, cuando se escondió en una cueva en el desierto de En-Gadi, cerca del Mar Muerto, en que pudo haber matado a Saúl, que se encontró en un momento a su merced, pero renunció a atentar contra el ungido de Dios (1Sm 24:1-7). Nos es difícil imaginar que un hombre, que iba a ocupar un lugar tan prominente en su país, pudo haber pasado por situaciones tan desesperadas, huyendo de un hombre que se había propuesto matarlo. Pero quizá esa prueba sirvió de preparación para la misión que después le tocaría desempeñar.
El salmo habría sido escrito en una de esas dos ocasiones, o quizá algún tiempo después recordando esas penosas experiencias. Pero debe tenerse en cuenta que las inscripciones como éstas, que figuran en muchos salmos, fueron añadidas mucho tiempo después de su composición por personas que querían vincularlos con incidentes, o circunstancias determinadas de la vida del rey poeta. No forman parte del texto inspirado y, por tanto, la información que proporcionan no es necesariamente infalible.
Podemos notar que, pese a su tono angustiado, el salmo termina con una nota de esperanza. Los dos primeros versículos son ejemplos de paralelismo sinónimo.
1. “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia.”
El salmista angustiado eleva su voz a Dios, pidiendo auxilio, apelando a su misericordia. Esto es imagen de lo que todos nosotros hacemos cuando nos encontramos desesperados. ¿A quién recurrir en esa situación sino a Dios? ¿Quién puede apiadarse más de uno que Él, y quién tiene el poder de socorrernos sino Él?
El salmista dice que clamará y pedirá con su voz a Dios misericordia, esto es, que se apiade de él y lo ayude.
¿Por qué insiste tanto en que lo hará “con su voz”? ¿Hay alguna manera de pedir ayuda sin hacerlo en voz alta? Levantamos la voz cuando nos encontramos en peligro y estamos angustiados. En ese tipo de situaciones no basta con orar mentalmente, aunque Dios escuche nuestros pensamientos. Es necesario clamar a voz en cuello, que todos los que estén alrededor escuchen, que todos estén enterados, aunque no hagan nada para ayudarnos, para vergüenza suya.
Quizá la actitud de no atender al clamor del angustiado esté dominada por el pensamiento: ¿Para qué me voy a meter en problemas? Esa es una actitud cobarde muy prevaleciente.
Cuando nuestra oración desesperada ha sido escuchada, nos conforta recordar las circunstancias en que lo fue, y volver a sentir ese alivio y ese agradecimiento a Dios que nos conforta con la seguridad de que si volvemos a pasar por una situación angustiosa, nuestra oración volverá a ser escuchada. David recuerda que fue a Dios a quien acudió. No buscó otro defensor, otro abogado, porque Él bastaba.
2. “Delante de Él expondré mi queja; delante de Él manifestaré mi angustia.”
Este versículo es la continuación del versículo anterior y es también un ejemplo de paralelismo sinónimo.
Felizmente cuando el hijo de Dios se encuentra en dificultades, no está desamparado. Puede acudir a su Padre para exponerle su situación y pedirle ayuda, seguro de que no será rechazado. Puede presentarse delante de Él, pues tiene acceso a su cámara privada.
Cuando nos encontramos en un peligro angustioso, o simplemente en necesidad, podemos recibir diversos tipos de respuesta a nuestro pedido de ayuda. Habrá algunos orgullosos que, satisfechos de su poder, creen no necesitar de nadie, y que miran con desprecio al que clama por ayuda. Habrá quienes respondan con frialdad, porque la necesidad ajena los deja indiferentes. Habrá también la falsa simpatía de los hipócritas que no mueven un dedo para ayudar a otro.
Spurgeon dice que podemos quejarnos a Dios, pero no de Dios. Con Él podemos ser completamente francos, describiendo nuestra situación sin reservas ni timidez, algo que no podríamos hacer con la mayoría de nuestros semejantes, pues podrían aprovecharse más tarde de nuestra franqueza, y echarnos en cara lo que imprudentemente revelamos.
Él dice también que nosotros le mostramos nuestra situación a Dios, no para que Él la vea, sino para que nosotros lo veamos a Él, para alivio nuestro; no para informarle de lo que Él ya conoce, sino para que estemos seguros de que Él nos escucha y tiene el poder para ayudarnos. Al describirle nuestra situación Él nos iluminará para que veamos cómo la situación peligrosa puede desvanecerse, o en qué medida no es tan grave como nosotros lo imaginamos. Pero si el peligro en verdad fuera grande, más grande es su poder para salvarnos de él.
3. “Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda.”
“En el camino en que andaba me escondieron lazo.”
Cuando enfrentamos un grave peligro, o una situación difícil, es natural que nos angustiemos, que tengamos temor ante el posible desenlace contrario. El salmista le dice a Dios: Cuando yo estaba en esa situación, tú eras consciente de lo que me ocurría, y acudiste en mi ayuda en el momento oportuno. Tú viste cómo mis enemigos sin escrúpulo alguno me tendieron una trampa para hacerme caer. Estaba enteramente a su merced.
David, que era un héroe, dice Spurgeon, pudo derribar a un gigante, pero no pudo en este aprieto mantenerse espiritualmente de pie. Entonces, después de haber descrito la condición en que se hallaba, dejó de mirarla, y elevó su pensamiento a Dios que todo lo ve y todo lo puede.
Dejó de mirar su propia impotencia, para ver al Omnipotente. Él entendíó  que Dios ve lo que nosotros no vemos,  que Él puede lo que nosotros no podemos; que Dios nunca ignora nuestra situación, porque si bien nosotros todos los días nos echamos a dormir para descansar, el que guarda a Israel nunca se cansa ni se duerme (Sal 121:4).
Nosotros muchas veces no sabemos qué podemos hacer, o qué camino tomar, pero Dios siempre sabe qué es lo que se puede hacer, sabe cuál es la solución, qué medio usar.
¡Oh, sí, confiemos en Él! Cuanto más difícil y peligrosa sea la situación, más debemos confiar en Él, porque para Él no hay nada imposible (Lc 1:37).
4. “Mira  a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer.”
“No tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.”
El salmista clama a Dios para que vea la situación en que se encuentra como si Él no la conociera. Pero es una manera de expresar su angustia, y también una forma de describirla para beneficio de los lectores del salmo que no la conocen.
“Mira a mi diestra” es una manera convencional de decir: Mira la situación en que me hallo. No encuentro a nadie que me acoja, o con quien pueda hablar. Soy un indeseable para todos. Me encuentro desamparado. Si tú no cuidas de mí, nadie lo hará.
Una de las situaciones más difíciles en que se pueda encontrar una persona es cuando se encuentra en un lugar inhóspito, donde no conoce a nadie y nadie lo conoce. Es un extraño y todos lo miran con desconfianza, si no es con desagrado, o antipatía, o directamente rechazo, sobre todo si su aspecto es diferente, sea por el color de su piel, u otra característica física, sea por su indumentaria. Cuanto más pequeño es el pueblo o lugar, cuanto más apartado del tráfico de la gente, mayor será la reacción negativa frente al forastero.
¡Qué triste es cuando necesitamos que se nos ayude, y no encontramos a nadie que esté dispuesto a hacerlo! Todos nos dan la espalda y nos abandonan a nuestra suerte. Ésa fue la experiencia por la que pasó Jesús según Él mismo había predicho que ocurriría cuando los esbirros enviados por los sacerdotes del templo vinieran a apresarlo, según lo profetizado por Zacarías: “Hiere al pastor y serán dispersadas las ovejas.” (Zc 13:7; cf Mt 26:31)
David había conocido a muchos que le debían tanto, pero ahora que él necesitaba ayuda nadie lo conocía, todos lo habían olvidado. Eso sucede a menudo en el mundo: Cuando estás arriba todos alegan conocerte desde la cuna; cuando estás abajo, todos te desconocen, no recuerdan tu nombre ni tu cara. Nadie se interesa por tu suerte.
5. “Clamé a ti, oh Jehová; Dije: tú eres mi esperanza, Y mi porción en la tierra de los vivientes.”
Pero yo sé que puedo confiar en ti; tú eres la roca firme en que puedo apoyar mis pies, y mi escudo que me protege de mis enemigos. En verdad, tú eres el único en quien puedo confiar, porque eres el único que no falla, el único que me ama con amor eterno. Desde antes de que naciera, desde antes de que me cargara mi madre, tú me has tenido en tu regazo.
“La tierra de los vivientes” es una expresión que designa a los habitantes que pueblan la tierra, en oposición a los que ya descendieron al Seol, a la tumba. Es una manera de decir: en este mundo.
La expresión “mi porción” nos remite al salmo 16 en que David dice que Jehová es la porción, o parte, que le ha tocado como herencia; esto es, algo que es realmente suyo, una propiedad que nada ni nadie le puede discutir. Y así es realmente. Aunque somos sus criaturas y le pertenecemos, Dios a su vez, nos pertenece.
Notemos que en este versículo David clamó primero, y que después habló. Su grito fue angustioso, pero las palabras que salieron de su boca rebosaban confianza: “Tú eres mi esperanza”. Yo sé que no estoy solo, que tú no me has abandonado. Yo estaba huyendo de los enemigos que me persiguen, y encontré refugio en esta cueva, pero mi verdadero refugio eres tú, el inconmovible, el que nunca cambia.
Dios era la porción que le quedaba en la tierra de los vivientes porque le habían arrebatado la porción que en justicia le correspondía en la corte, el sitial que se había ganado con sus proezas.
6. “Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido. Líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo.”
Sólo tú, oh Dios, puedes librarme de esta aflicción. Por eso clamo a ti desesperado. Tú tienes el poder de librarme de los que me acosan, que son más numerosos y fuertes que yo. Reconozco mi debilidad en esta situación. No tengo nada de qué jactarme, y sólo cuento contigo para protegerme.
Cuando nos encontramos en una situación angustiosa, de grave peligro, sólo Dios es nuestro auxilio. Pero podemos acudir a Él confiados, sabiendo que Él nos ama y se preocupa por nosotros. En verdad, a lo largo de toda esa situación apremiante sus ojos no se han apartado de nosotros y sabe qué es lo que va a hacer. Yo me encuentro en un hoyo sin salida, según creo, pero Él sabe cómo me va a librar.
David reconoce que los que le persiguen son más fuertes que él. Él no puede enfrentarlos porque le superan en número. Pero si ellos son más fuertes que yo, tú, mi Dios, eres más fuerte que ellos.
Yo he caído muy bajo, pero no tan bajo que no me puedas rescatar. ¿Habré caído tan bajo que mis oraciones no lleguen a tus oídos? Aunque estuviere en lo más profundo de la tierra, tú escucharías mi voz.
Yo no puedo librarme de los que me persiguen, pero tú sí puedes librarme, tú que estás siempre a favor de los oprimidos y en contra de los opresores. Yo soy ahora uno que es oprimido y perseguido. Tengo derecho a recibir tu ayuda, y sé que no me la negarás, porque tú eres fiel a tu palabra.
Si hay alguien que ha estado una vez afligido, ése ha sido Jesús. Él pudo gritar desde la cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27:46) porque Él estaba rodeado de enemigos que eran más numerosos y fuertes que Él. Habían ensañado su odio contra Él, golpeándolo cruelmente y clavándolo a una cruz, y su aspecto llegó a ser miserable y de dar pena.  Pero la victoria de sus enemigos no duró mucho, porque Dios lo levantó de entre los muertos, y ya no pueden hacer nada contra Él.
7. “Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; Me rodearán los justos, porque tú me serás propicio.” 
Si tú me sacas de esta situación desesperada yo me dedicaré a alabarte para que todos sepan que tú, y sólo tú, eres mi salvación.
Todos los que te aman, los que conocen por propia experiencia cuán grande es tu fidelidad y tu misericordia, vendrán para escuchar de mi boca cómo tú me has ayudado y unirán sus voces a las mías para alabarte y agradecerte.
No hay prisionero que no agradezca al que lo sacó de la cárcel. Pero la liberación más gloriosa es la espiritual, la liberación de la desesperanza, de la soledad, del asedio de las tentaciones, del envilecimiento que produce el pecado, … Sólo Dios puede llevarla a cabo, pero cuando lo hace todos quieren oír el testimonio del que fue liberado de las cadenas que oprimían su alma, y puso una nueva canción en sus labios.
¡Qué tremendo contraste entre la caverna en que se consumía el ánimo de David, y el júbilo de las doce tribus que más adelante se unirán para proclamarlo rey de Israel (2Sm 5:1-3). Ese día en verdad Dios le fue propicio y lo bendijo abundantemente. Él había empezado este salmo llorando y clamando. Lo terminó proclamando proféticamente victoria.
P.H. Reardon (“Christ in the Salms”) dice que son varios los personajes de la Biblia que hubieran tenido motivo para recitar porciones de este salmo, comenzando por Jacob cuando huía de Esaú: “Clamé a ti oh Jehová; Tú eres mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha mi clamor porque estoy muy afligido.” O José, cuando fue vendido por sus hermanos como esclavo y fue acusado falsamente y echado en una cárcel: “Mira a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer; no tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.” O Elías, cuando huía de la perversa reina Jezabel, y fue a encontrarse con Dios en una cueva: “Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda. En el camino en que andaba me escondieron lazo.” O Jeremías, cuando fue echado en un pozo profundo, y después fue encerrado en un calabozo: “Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; me rodearán los justos porque tú me serás propicio.”  O Job, cuando estaba sentado sobre un montón de ceniza, huérfano de todo consuelo humano: “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia. Delante de Él expondré mi queja; delante de Él manifestaré mi angustia.”
Pero ninguno con mayor motivo que Jesús, “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Is 53:3), que fue abandonado por sus amigos, traicionado por uno de ellos, negado públicamente por otro, acosado por enemigos que eran más fuertes que Él, que fue “crucificado, muerto y sepultado, y descendió” a la cárcel del infierno, de donde salió para resucitar triunfante, y dar vida todos los que creen en Él.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos.

#933(10.07.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).