lunes, 28 de diciembre de 2009

EL INICIO DE LA VIDA

Cada vez que se discute acerca de la legitimidad del aborto surge la cuestión: ¿A partir de qué momento empieza la vida humana? ¿Desde la concepción, cuando los padres se unen y se engendra el embrión, o cuando nace la criatura? ¿Es el feto sólo un apéndice del cuerpo de la madre, como sostienen algunos, esto es, un ente sin vida propia, o es un verdadero ser humano? Para el cristiano es importante tener ideas muy claras sobre este punto para no ser confundido con los argumentos que a veces se esgrimen. Para ello nada mejor que ir a la palabra de Dios.´

El salmo 71, dice así: “En ti somos sustentados desde el vientre materno” (Sal 71:6ª). Dios sustenta al ser humano no sólo desde que nace sino desde el instante de la concepción. Es el aliento de Dios lo que nutre la vida del feto a través de la madre.

La vida humana no está en la alimentación, ni en el oxígeno del aire, ni es producto de reacciones químicas, sino es una esencia o energía que viene de Dios y que reside en la sangre.

Todos los seres vivientes, toda la creación, se mantiene, crece y se desarrolla porque Dios la sustenta. Nosotros concebimos el acontecimiento de la creación, que narra el primer capítulo del Génesis, como un acto único, ocurrido de una vez por todas en el pasado remoto. Pero, en realidad, la creación es un acto continuo de Dios, desde la eternidad hasta la eternidad, que nunca cesa. El salmo 104 dice: “Envías tu espíritu y son creados y renuevas la faz de la tierra.” (v. 30). Es decir, Dios está creando constantemente vidas nuevas. Si no lo hiciera, la humanidad desaparecería por extinción. Si ese recrear continuo se interrumpiera un solo instante, si Dios dejara de sostenerla un solo momento, la creación entera desaparecería y en un abrir y cerrar de ojos volvería a la nada de donde salió. Apunta el mismo salmo 104: “Les quitas el hálito y cesan de ser y vuelven al polvo.” (v. 29b). Como dice el libro de los Hechos: “Él es quien da a todos vida y aliento.” (v. 17:25). Cuando Dios quita el hálito al hombre y al animal, ambos mueren, porque la vida de uno y otro la sostiene Dios.

La Escritura insiste no sólo en el hecho de que es Dios quien da vida al ser humano desde que es concebido, sino también en que Él es quien hace salir del vientre a la criatura que está por nacer: “De las entrañas de mi madre tú fuiste el que me sacó” dice el salmo 71:6b.

El alumbramiento, ese acto decisivo de la existencia, por el cual el ser humano inicia su vida independiente, es un acto causado por Dios –no un hecho automático provocado por fuerzas biológicas ciegas. Nadie tiene derecho de interferir en ese acto, de sacar al feto antes de que Dios lo haga, salvo que, por razones médicas, para salvar la vida del hijo o de la madre, o para evitar un alumbramiento difícil, se adelante el parto o se haga una cesárea. Pero no se puede sacrificar la vida del feto para salvar la de la madre.

Algunos sostienen que el alma y el espíritu son creados por Dios en el momento mismo del nacimiento. Si así fuera, quedaría por contestar a la pregunta: ¿De qué vida vive el feto si no tiene alma y espíritu? Porque sin alma y espíritu no hay vida. Se dice que el feto vive de la vida prestada de la madre, lo cual es verdad en cierto sentido, porque el oxígeno y los nutrientes que alimentan sus células le llegan con la sangre de la madre a través de la placenta.

Pero, ¿acaso no tiene el feto conciencia? Algunos investigadores han descubierto que tiene inclusive memoria. Dado que la conciencia y la memoria son personales y residen en el espíritu, ¿de dónde las tiene si no tiene vida propia?

La Escritura afirma que el feto tiene vida propia cuando el ángel le dice a Zacarías del hijo que va a tener su mujer Isabel, (esto es, del futuro Juan Bautista): “Será lleno del Espíritu Santo, aun desde el vientre de su madre.” (Lc 1:15b). Lo dice de la criatura por nacer, no de su madre.

¿Cómo podría saltar de gozo al oír la voz de María, que viene a visitar a Isabel, si no tuviera oídos que escuchen? (Lc 1:42-44) ¿Oyó la criatura la voz de María al mismo tiempo que su madre, o cuando Isabel oyó la voz la criatura supo por intuición de quién se trataba? Es indiferente, porque la criatura no conocía a María pero, iluminada por el Espíritu, supo a Quién traía en el seno, y por eso saltó de alegría.

Por ello, es más plausible suponer que el alma y el espíritu son creados por Dios en el momento mismo de la concepción, junto con el embrión, y que los padres son los agentes de la generación tanto material como espiritual del ser humano. De ahí también la responsabilidad que asumen al unirse.

Ten bien en cuenta: Los padres son los intermediarios de la creación de un nuevo ser que existe en esencia completo con cuerpo, alma y espíritu, desde el momento mismo de la fecundación. Pero el creador de ese nuevo ser humano es Dios y su vida le pertenece a Él, tanto como la vida de cualquier hombre o mujer que camine sobre la tierra. Atentar contra la vida del feto, arrancarlo del vientre es un asesinato. Amiga o amigo que lees estas líneas, nunca seas reo de la sangre de un ser humano indefenso.

NB Estos dos artículos fueron escritos para la radio el 06.11.99, el primero; y el 19.06.96, el segundo. Se publican por primera vez.

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LLAMADO INDIVIDUAL Y CONSAGRACIÓN

En los dos artículos anteriores estuvimos hablando acerca de cómo Dios escoge a algunas personas para llevar a cabo misiones específicas para bien de su pueblo o de toda la humanidad, o simplemente, para cumplir determinados propósitos.

Vimos, con ayuda de algunos ejemplos de la Biblia, cómo Dios llamó en el curso de la historia de Israel, y al comienzo de la vida de la Iglesia, a algunos personajes cuyas andanzas y vicisitudes han quedado registradas en la historia santa. Hablamos de Moisés, Abraham, David y Pablo.

Pero conviene que tengamos en cuenta que Dios no sólo tiene propósitos y tareas específicas para algunos seres excepcionales, sino que Él llama a cada ser humano que pisa la tierra a desempeñar una función y un propósito concreto dentro de su plan; plan que, dicho sea de paso, abarca a cada hombre y mujer que Él crea.

Él nos ha creado, en efecto, a cada uno de nosotros con una finalidad específica. No sólo a los que Él ha escogido para salvarlos, a los que creen en Él y desean servirlo, sino a todos los hombres, incluso a los malvados. Dice la Escritura en efecto en Proverbios: "Todas las cosas ha hecho el Señor para sí mismo; incluso al impío para el día malo" (Pr 16:4). (Nota)

Ahora bien, nosotros no podemos entender los secretos del plan de Dios, ni tampoco cómo Satanás y sus huestes actúan en el mundo para contrarrestar los propósitos de Dios, que siempre son buenos. Ni menos podríamos entender por qué caminos Dios usa la maldad de los hombres y las artimañas del Maligno para sacar adelante sus buenos propósitos y hacer que su voluntad se cumpla. En verdad, todos, hombres y mujeres, ángeles y demonios, están al servicio del plan de Dios, aunque no lo sepan.

Pero si bien es cierto que la mayor parte de la humanidad, que no conoce a Dios, que no cree en Él ni desea servirle, sirve a sus propósitos sin quererlo, o más aun, a pesar suyo, los que creen en Él y le aman, pueden colaborar conciente y voluntariamente con los planes concretos que Él tiene para sus vidas y para las de otros, y así cumplir de una manera más eficiente los deseos que Él tiene para cada uno.

Lo que tenemos que hacer para ello es pedirle de una manera insistente y ferviente que nos revele, que nos haga saber, con qué propósito, con qué finalidad, nos ha hecho Él nacer, con qué fin nos ha puesto en el lugar que ocupamos en el mundo.

Pues no debemos dudar de que si hemos nacido en tal año, en tal nación, y en tal familia, y en tal situación económica y social, no es como resultado del azar, de pura casualidad. Él ha creado individualmente a cada ser humano y lo ha colocado en el tiempo, en el lugar y en la posición que Él ha elegido especialmente para cada hombre. Nótese bien: nosotros somos todos responsables de la manera cómo desempeñamos el papel que Él nos ha asignado en la vida y en la sociedad, de cómo negociemos con los talentos que Él nos ha dado.

Es cierto que Él ha creado a todos los seres humanos para que le amen, le adoren y le den gloria, y para que cumplan sus mandamientos, como dice el Catecismo. Ese es su propósito general para todas sus criaturas.

Pero a algunas personas las ha creado más específicamente para ser buenos padres o madres, o buenos ciudadanos, o para ocupar determinados cargos, o desempeñar determinadas funciones en la sociedad. A algunos, por ejemplo, para ser jueces o gobernantes; a otros, para ocupar posiciones intermedias; mientras que a otros, la mayoría, los ha llamado para ocupar posiciones humildes. Pero todas esas posiciones, las elevadas y las modestas, son importantes y tienen un lugar dentro de su plan, y algún día veremos cómo muchos de los que ocuparon posiciones altas están debajo de los que ocuparon posiciones bajas, según las palabras de Jesús: "Los últimos serán los primeros, y los primeros, últimos". (Lc 13:30). Porque no es el rango o la importancia de la posición lo que cuenta para Dios, sino la disposición del corazón con que se cumplen las tareas que Él nos ha asignado.

Si nosotros le pedimos a Dios que nos muestre cuál es la tarea específica que Él desea que nosotros cumplamos, Él nos va a empezar a revelar poco a poco qué espera de nosotros, qué papel ha previsto que desempeñemos. En consecuencia, nuestra vida va a empezar a tomar una dimensión espiritual desconocida, no soñada por nosotros, en que muchos sucesos y circunstancias, cuyo sentido no podíamos entender, aparecerán bajo una luz inesperada.

Si además nosotros nos ponemos a su disposición, y le pedimos que nos utilice día a día; si le consagramos todo nuestro ser, nuestras facultades, nuestros talentos, nuestro tiempo y, sobre todo, nuestra voluntad; y si, adicionalmente, le pedimos que nos utilice para ser de bendición para otros , Él va a tomar nuestra palabra en serio, y va a empezar a usarnos para propósitos concretos; unos de largo alcance, otros de corto aliento, sea para ayudar a muchos de nuestros semejantes de diversas maneras durante un lapso más o menos largo de tiempo, sea para ayudar a un solo individuo en una ocasión única y no repetida.

Y al comenzar a ser nosotros un motivo de bendición para otros, Él va a empezar a bendecirnos de maneras que nosotros no imaginamos y nos mostrará su favor por caminos insospechados.

Ahora bien, Dios no nos revela siempre cómo Él quiere usarnos y cómo nos usa específicamente. Le basta que nosotros deseemos ser empleados por Él para que Él pueda aprovechar la buena disposición de nuestro corazón. Y puede ocurrir que al cabo de cierto tiempo, nosotros caigamos en la cuenta de que durante el tiempo en que nosotros sentíamos que Dios no respondía a nuestro pedido de que Él nos use, y nos preguntábamos por qué no lo hacía, Él ya nos estaba utilizando para sus fines; ya nos estaba usando para bien de nuestros semejantes de una forma que no podíamos adivinar, y sin que nosotros nos diéramos cuenta.

Lo cierto es que pedirle a Dios que se valga de nosotros, trae felicidad a nuestras vidas, porque Él se ocupará de los menores detalles de nuestra existencia: de nuestra casa, de nuestras finanzas, de nuestra familia. Viviremos entonces realmente, como dice el salmista: "Bajo el amparo del Altísimo y a la sombra del Omnipotente". (Sal 91:1). Él nos protegerá de las circunstancias adversas, cuidará de nuestras posesiones, prosperará nuestras ocupaciones.

Eso no quiere decir que nos sean ahorradas las pruebas. Las pruebas y las tentaciones son necesarias porque nosotros crecemos a través de ellas. Pero bien puede ocurrir, y sucede de hecho, a juzgar por testimonios que he escuchado más de una vez, que con frecuencia Dios utiliza nuestros períodos de prueba, nuestras tribulaciones, y cuando más afligidos estamos, para bendecir a otros. En muchos casos es precisamente durante los momentos más difíciles de nuestra vida, cuando Dios más nos usa.

Un caso que ilustra bien lo que quiero decir es el episodio en la vida de Pablo en el que él y Silas, después de haber sido azotados, fueron arrojados a un oscuro calabozo en la cárcel de Filipos. Ellos, en lugar de desanimarse y quejarse, se pusieron a alabar a Dios y a cantarle salmos. De repente se produjo un terremoto, se abrieron las puertas de la cárcel y se les cayeron las cadenas. Como resultado de esa conmoción, el carcelero creyó en Dios y fue bautizado junto con su familia. Poco después Pablo y Silas fueron liberados (Hch 16:16-34).

Dios los había llevado a esa prisión para salvar a ese carcelero y a su familia. Ahora, aunque no lo narre la historia, ¿podemos imaginar a cuánta gente en la prisión de ahí en adelante el carcelero, que había experimentado tan poderosamente el poder de Dios, debe haber hablado de Cristo y haber animado a convertirse? La tribulación momentánea por la que pasaron Pablo y Silas produjo –podemos pensarlo- una gran cosecha de almas así como un gran peso de gloria en ellos.

Pidámosle pues a Dios sin temor alguno que Él nos use para bendecir a otros, y nosotros veremos, como resultado de nuestra oración, cuántas personas acuden a nosotros a pedirnos consejo o ayuda. Y en la medida en que nosotros sirvamos a esas personas, Dios usará a otros para que, a su vez, nos bendigan y nos sirvan.

Es bueno que nosotros le entreguemos a Dios todos los días en la mañana nuestra voluntad y la libertad de decisión que Él nos ha dado, porque por más que logremos someter nuestra voluntad a la suya durante veinticuatro horas, es seguro que al día siguiente volveremos nuevamente a querer hacer lo que nos da la gana. No hay nada más difícil que sujetar nuestra voluntad a la de Dios.

Por eso es que nosotros debemos repetir diariamente ese acto de sumisión que he sugerido, para que se vuelva en nosotros finalmente una actitud natural y habitual. ¡Qué gran bendición para nuestras vidas, para la de nuestras familias y para muchos conocidos y desconocidos podemos nosotros ser si lo hacemos así todos los días, y la unión de nuestra voluntad con la de Dios se convierte para nosotros en una segunda naturaleza!

Quisiera hacer una observación final: Con frecuencia se habla de la necesidad de mostrar amor a las personas. Eso nos gusta y es ciertamente muy bueno. Pero hay una diferencia entre mostrar amor y mostrar misericordia. Nosotros crecemos espiritualmente mucho más mostrando misericordia porque la misericordia se inclina hacia el dolor, se acerca a la miseria humana, y hay en ello algo penoso, sacrificial, que exige esfuerzo. Y también porque al hacerlo, nos asemejamos a Jesús que se inclinaba hacia los miserables.

Se muestra misericordia al que la necesita porque carece de lo más necesario o está sufriendo, no a los que prosperan y están felices. En cambio se puede mostrar amor a toda persona, esté en una buena situación o en una mala. Pero el contacto con el dolor humano exige negarse a sí mismo en mayor medida que codearnos con la prosperidad y la felicidad, y por eso nos es provechoso.

Sin embargo, se puede mostrar también misericordia a los que prosperan pero están caminando por el sendero ancho que lleva a la perdición. Ellos son de todos los seres humanos los que más misericordia necesitan. Se les muestra misericordia mostrándoles el camino angosto que lleva a la salvación, e invitándolos a aceptar a Cristo en sus vidas.

Nota : Un caso interesante que ilustra lo que dice ese proverbio figura en el libro de Ester. Es el del malvado Amán, que Dios usó para provocar que el pueblo de Israel obtuviera una gran victoria sobre sus enemigos (Est 9:2-6). Otro más patente es el de Judas, y el de las otras personas que Dios usó para que Jesús fuera condenado y padeciera la muerte que en su eterno consejo había previsto (Hch 2:23; 4:27,28).

viernes, 18 de diciembre de 2009

ALTIBAJOS DEL LLAMADO II

En nuestro artículo anterior estuvimos hablando acerca de los altibajos que los hombres llamados por Dios para una misión específica, sufren en el desarrollo de la visión que Dios les ha dado. Vimos cómo, contrariamente a lo que una concepción superficial podría hacer suponer, que dado que es Dios quien llama, el éxito y la línea ascendente de la misión encomendada está asegurada, en los hechos el cumplimiento de la misión que Dios les encarga está sembrado de obstáculos, de tribulaciones y de luchas, que muchas veces los llevan al borde del más completo fracaso.

Examinamos esta realidad en las vocaciones de Pablo y de Moisés para mostrar cómo Dios refina el carácter de sus escogidos a través de duras pruebas, que son en verdad una característica del verdadero llamado y una condición necesaria del éxito final.

Vamos a ver hoy el caso del patriarca Abraham, a quien Dios dio una visión de las multitudes de sus descendientes que Él suscitaría a partir de un hijo legítimo suyo, a pesar de que Abraham, cuando recibió la promesa, era ya de edad avanzada y su mujer, Sara, estéril. No obstante, Abraham le creyó a Dios, dice la Escritura, “y (su fe) le fue contada por justicia”. (Gn 15:6). De esa manera el patriarca establece lo que será el patrón de la salvación de todos los seres humanos, que son salvos por gracia mediante la fe.

Pero el hijo prometido, que inauguraría el linaje anunciado, no venía, mientras que los años corrían. Hasta que, en un momento de desilusión y de duda, Abraham cedió a la sugerencia de su esposa Sara, de que tuviera un heredero indirectamente de ella, a través de su esclava Agar, que sería la madre natural (Gn 16:1,2).

Este niño, a quien pusieron el nombre de Ismael -hijo pues no de la promesa de Dios, sino de un proyecto humano- nació y fue motivo de disensiones entre los dos esposos, porque Agar, la orgullosa madre, se burlaba de su patrona que no podía darle a su marido un heredero, mientras que ella sí (Gn 16:3,4). Durante ese tiempo se mostraron también las debilidades humanas del carácter de Abraham. Pero Dios, aunque parecía alejado de él, no dejó de sostener su fe en la promesa que le había hecho. Hasta que, finalmente, y de una manera realmente extraordinaria, pues Abraham tenía 100 años y su esposa unos diez menos, el heredero ansiado nació (Gn 21:1,2,5). Recibió el nombre de Isaac, que quiere decir "risa", pues tanto Abraham como su esposa rieron cuando Dios, en un pasaje misterioso en que se les presenta en la figura de tres varones, les anuncia que dentro de nueve meses, su hijo habrá nacido (Gn 17:17; 18:10-15).

Veinticinco años había durado la espera de Abraham, y ¿cuántas veces debe él haber salido de su tienda de noche a contemplar las estrellas del cielo, cuyo número, le había prometido Dios, sería inferior al de los descendientes que saldrían de sus lomos? No sabemos, pero podemos pensar que muchas. Y ¿cuántas veces debe haberse preguntado si Dios no lo habría olvidado? ¿O habría él hecho algo que lo hubiera vuelto indigno de que el Altísimo cumpla lo que le había prometido? Pero nunca le sugirió Dios que el cumplimiento de su promesa estaba condicionado.

Sin embargo, cuando por fin su hijo había nacido y ya el muchacho entraba en la adolescencia, y hacía las delicias de su anciano padre, Dios le pide a Abraham que se lo ofrezca en sacrificio, según una costumbre que no era inusual entre los pueblos del Oriente en esa época (Gn 22:1,2). Ese sacrificio implicaba renunciar para siempre al proyecto de fundar una raza, en el que Dios lo había involucrado sin que él se lo pidiera.

No podemos saber cuáles pueden haber sido los sentimientos de Abraham ante tamaña y cruel exigencia. Pero lo cierto es que el anciano padre no dudó en obedecer a Dios (Gn 22:3), estando convencido -como dice la epístola a los Hebreos- de que Dios podía levantarlo de los muertos y devolvérselo vivo (Hb 11:19).

Sabemos que el sacrifico de Isaac apunta a otro sacrificio de un Hijo de un muchísimo mayor valor, por parte de un Padre de un valor infinito. Porque, así como Abraham recibió a su hijo de los muertos, pues él ya lo daba como tal, de manera semejante ese otro Padre recibió en la cruda realidad de los hechos, verdaderamente a su Hijo de los muertos, tras un suplicio cruel, porque las ligaduras de la muerte no podían retener al que era autor de la vida (Hch 2:24).

Al aceptar Abraham, en un acto heroico de fe, el sacrificio de su único hijo legítimo, él abrió el camino hacia ese otro sacrificio que culminaría la obra de salvación que Dios había anunciado desde la caída de Adán (Gn 3:15). Por eso Dios le confirmó mediante juramento las promesas que ya le había hecho (Gn 22:16; Hb 6:13).

Pero notemos cómo, así como Isaac fue sustituido por un cordero sobre el altar del holocausto (Gn 22:10-13), cada uno de nosotros ha sido sustituido en la condena de muerte que la justicia de Dios pronuncia sobre cada pecador, por un cordero sin mancha, no terrenal sino divino, y cuya sangre preciosa tiene el poder de lavar todos nuestros pecados (Jn 1:29).

El caso de David, que veremos enseguida, es aun quizá más sugestivo, por lo que se refiere a las debilidades humanas comunes que aquejan también a los hombres que Dios llama. Dios había ordenado al profeta
Samuel que ungiera como futuro rey de Israel al octavo hijo de un hombre de Belén, cuando David era apenas un muchacho (1Sam 11:13). Los primeros éxitos del jovenzuelo como vencedor del gigante filisteo Goliat (1Sm 17:45-51), podrían haberle hecho esperar que la corona de Israel ceñiría pronto sus sienes. Pero la ingratitud y los celos de Saúl premiaron la fidelidad de David no con regalos sino con amenazas de muerte y David tuvo que emprender la huída.

Durante varios años, seguido por unos 300 valientes, David llevó la vida de un guerrillero, emboscando a los soldados de Saúl y escapando con las justas de su asedio.

David puede haberse preguntado ¿qué habrá ocurrido con la unción real que un día el profeta Samuel me confirió en presencia de mis hermanos? ¿Habría el profeta escuchado mal la voz de Dios y todo era un malentendido? Pues él hasta ese momento sólo veía los frutos de esa unción en el hecho de no poder reposar su cabeza en ningún lugar sin temer que los soldados de Saúl pudieran alcanzarlo.

El punto más bajo de su carrera llegó cuando, desalentado por el incesante acoso, y temiendo por su vida, se fue a refugiar en los dominios del rey filisteo Aquís (1Sm 27:1-7).

Allí David se convirtió, de guerrillero que había sido hasta entonces, en un vulgar bandolero, que asolaba las campañas y los pueblos vecinos, y que no dejaba un solo sobreviviente que fuera a contarle a Aquis lo que él estaba realmente haciendo, en vez de lo que él le aseguraba que hacía, esto es, atacar a los mismos israelitas (1Sm 27:8-12).

Vemos aquí a David convertido no sólo en un vulgar mentiroso sino, lo que es peor, en un sanguinario bandido.

Su aparente enemistad contra los de su pueblo era a los ojos de Aquis tan sincera que lo enroló, junto con los valientes de su séquito, en el ejercito que los filisteos estaban juntando para atacar a Saúl (1Sm 28:1-3).

¿Marcharía David, que había triunfado en el pasado tantas veces sobre los enemigos jurados de su propio pueblo, esta vez como aliado de esos enemigos y como traidor contra su propia sangre? Pero la Providencia libró a David de cometer tamaña ignominia, porque, felizmente, los otros reyes filisteos se opusieron a que David los acompañara, temiendo que en medio de la batalla él se pasara al bando de los de su pueblo (1Sm 29:1-7).

El texto da a entender que David se sintió ofendido por el hecho de que los filisteos no confiaran en él (1Sm 29:8,9). Pero no sabemos si el darse por ofendido era o no una finta para no descubrir sus verdaderas intenciones. El hecho es que fue sólo después de este punto bajo y vergonzoso de su carrera, cuando Saúl fue muerto por los filisteos y que el trono de Israel quedó vacante (1Sm 31:1-6). Y fue entonces también cuando finalmente Dios se acordó de su promesa y el antiguo pastor de ovejas fue coronado como rey, aunque sólo de las tribus de Judá (2Sm 2:1-4ª), porque las otras diez tribus encumbraron como sucesor de Saúl a Isboset, uno de sus hijos (2Sm 2:8,9).

El hecho de que fuera precisamente después de la mayor crisis que había atravesado David hasta entonces, cuando pudo alcanzar la corona que Dios le había prometido, nos muestra cómo muchas veces la victoria esperada viene cuando ya se han perdido todas las esperanzas y el hombre deja de confiar en sus propias fuerzas y en su propia capacidad, para depositar su confianza sólo en Dios. Ése es el momento que Dios está esperando para actuar en nuestra favor.

Siguiendo con la historia, siete años de guerra civil entre las tribus del Norte y las tribus del Sur pasaron antes de que David pudiera ceñirse finalmente la corona de las doce tribus que se le había prometido y de que pudiera trasladar su trono a Jerusalén (2Sm 5:1-10).

Muy largo había sido en verdad su peregrinar como fugitivo y lleno de muchos altibajos. ¿Perdió David en medio de todas sus contrariedades, de los peligros, las tribulaciones y las humillaciones que sufrió, la visión que Dios le había dado, de que algún día se sentaría en el trono de su pueblo? No lo sabemos exactamente pero, a juzgar por la firmeza de la fe que los salmos escritos por él manifiestan, no habría razón para creerlo.

Dios levantó a David no sólo como rey de Israel, sino también como arquetipo de otro rey que sería su descendiente, y que ocuparía un día el trono de Israel para siempre (2Sm 7:8-16). A ese rey, simbólicamente hijo suyo, él lo llama Señor (Sal 110:1; Mr 12:36), como lo es en realidad, no sólo de David mismo y de los de su sangre, sino también de todos aquellos que creen en su Nombre, entre los que yo espero que tú, amigo lector, también te encuentres. Y si no lo estuvieres, yo te invito a decir en este momento esta oración:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#603 (29.11.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. Las páginas web www.lavidaylapalabra.com y
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jueves, 10 de diciembre de 2009

ALTIBAJOS DEL LLAMADO I

Todos sabemos que Dios llama a ciertos hombres y mujeres que Él escoge para llevar a cabo alguna tarea específica para beneficio de su pueblo, como nos escoge a cada uno de nosotros para un fin también específico, aunque sea más modesto. Suele suponerse que una vez recibido el llamado, el hombre o la mujer escogidos por Él empiezan una carrera ascendente que los llevan de triunfo en triunfo hasta la consumación de su obra. Si Dios es el que hace el llamado y el que proporciona la visión, tendemos a pensar que el éxito está asegurado en todas las etapas de la obra hasta su culminación.

Pero no suele ser así en la práctica, pues la persona a quien Dios escoge puede sufrir fracasos, pasar por etapas de desaliento, y hasta puede llegar a perder totalmente el sentido de la visión que Dios le dio. Durante ese tiempo su fe estará siendo probada repetidas veces para que sea fortalecida y para que su carácter sea perfeccionado.

Conocemos el caso de Saulo de Tarso. Jesús se le reveló sobrenaturalmente cuando iba camino a Damasco a proseguir su tarea infame de perseguidor de cristianos. Pero cuando el Señor se le apareció y lo tumbó al suelo, el perseguidor Saulo se convirtió en Pablo, su más ardiente propagandista (Hch 9:1-9).

Tan pronto como él recibió el encargo de llevar el evangelio a los gentiles, Pablo se puso a la obra predicando en las sinagogas de Damasco, para asombro de todos los que le conocían como azote de los discípulos de Cristo (Hch 9:20,21). El disgusto de sus antiguos correligionarios, los judíos, fue tan grande que resolvieron matarlo y pusieron guardias en las puertas de la ciudad para que no se les escape. Por ese motivo los discípulos tuvieron que descolgarlo por las murallas de la ciudad a fin de que se pusiera a salvo (Hch 9:22-25).

Estas dificultades iniciales no amilanaron a Pablo. Llegado a Jerusalén, él trató de juntarse con los cristianos, pero éstos, conociendo sus andanzas anteriores, le tenían miedo y lo evitaban. Fue necesaria la intervención de Bernabé para que lo aceptaran mientras él seguía su labor proselitista entre los judíos de habla griega. Como consecuencia, una vez más el peligro de muerte se cirnió sobre él y debió ser enviado a su tierra (Hch 9:26-30).

¿Se abatió el ánimo de Pablo a causa de todas esas dificultades? No sabemos. Lo que sí sabemos es que en algún momento del comienzo de su carrera apostólica él se retiró por un período de tres años al desierto, posiblemente para meditar acerca de la misión que Jesús le había encomendado y para recibir las revelaciones a las que él alude veladamente en alguna de sus cartas (2Cor 12:1-4).

Si observamos el conjunto de su vida no cabe duda de que él realizó una obra extraordinaria. No obstante, su tarea estuvo signada por grandes dificultades y pruebas, que ya le habían sido anunciadas cuando Jesús le dijo a Ananías que Él le mostraría "cuánto había de sufrir por Su causa" (Hch 9:16. Véase 2Cor 11:24-33). Todos los sufrimientos por los que él pasó y los obstáculos que tuvo que vencer no le impidieron escribir en una de sus epístolas: "Sobreabundo de gozo en medio de nuestras tribulaciones" (2Cor 7:4), palabras que son para nosotros de gran consuelo y aliento.

Llegado a cierto punto de su carrera, Pablo es tomado preso (Hch 21:26-36). En lugar de ir a predicar las buenas nuevas a donde el Espíritu Santo lo guiara, en adelante sólo podrá predicar a las piedras de su oscura prisión y a las personas que lo visiten. Su obra como esforzado evangelista, cuando todavía tenía tanto por hacer, queda truncada y es llevado en cadenas a Roma, como un vulgar malhechor, a comparecer ante el tribunal del César, al que él había apelado para escapar a los deseos de venganza de sus antiguos correligionarios (Hch 25:1-12; 27:1,2).

¿Ha fracasado Pablo en su misión? De ninguna manera. Ya no podrá visitar, como deseaba, a las iglesias de Asia que él había fundado, para confirmarlas en la fe; pero desde la prisión escribirá algunas de las cartas que hoy atesoramos y en las que su corazón ardiente ha vertido los consejos y la doctrina que el Espíritu le inspira.

Los caminos de Dios son insondables. A veces Él lleva a cabo más conquistas a través de los fracasos de sus mensajeros que a través de sus triunfos visibles. Él puede transformar nuestras derrotas en victorias y mostrar a través de ellas su gloria. Confía pues siempre en tu Señor. No te desanimes por el fracaso. Él siempre está contigo y aunque tú no comprendas su manera de obrar, Él perfeccionará hasta el fin la tarea que Él te ha confiado y cumplirá sus propósitos en tí por senderos que tú no puedes imaginar (Flp 1:6).

El caso de Moisés es en algunos sentidos semejante al de Pablo, aunque sus altibajos sean aun más impresionantes. Por encargo providencial de la hija del Faraón, que lo había recogido de la ribera del río, Moisés fue criado por su madre, una mujer hebrea piadosa que, sin duda, le habló de niño de las promesas que Dios había hecho a sus antepasados, los patriarcas. Educado más tarde en la corte del faraón y gozando de todas las ventajas de la vida en la corte, se sintió un día movido a ir a visitar a los de su pueblo que vivían oprimidos bajo el yugo del soberano egipcio. La sangre de sus mayores que corría por sus venas se enardeció cuando vio a un egipcio que golpeaba duramente a un israelita y, saliendo en su defensa, mató al agresor. Cuando el hecho fue conocido se vio obligado a huir al desierto para escapar de la ira del Faraón.

Cuarenta años después, cuando Dios se le apareció en la zarza ardiente para encomendarle la tarea de sacar a su pueblo de la esclavitud, su celo por la causa de su pueblo parecía haberse desvanecido, pues al llamado de Dios respondió: "¿Quién soy yo para ir donde el faraón?". Pero él era la persona indicada pues había sido criado en la corte y estaba familiarizado con las costumbres y modos de pensar de la realeza egipcia.

Dios prevaleció sobre sus dudas para hacerle aceptar esa arriesgada misión y le aseguró el triunfo final. No obstante, al principio todo parecía anunciar un seguro fracaso: los hebreos se negaron a creer inicialmente en su misión y sus esfuerzos por liberarlos de la servidumbre chocaron con la resistencia terca del faraón. Peor aún, todas las palabras que Dios le inspiraba para convencer al soberano tuvieron como consecuencia inicial el que las cargas que se imponía a los hebreos fueran aumentadas y que la situación del pueblo, ya mala, empeorara. Ellos pues se quejaron amargamente y le reprocharon que hubiera venido a inquietarlos. Y él, a su vez, se quejó a Dios.

Pero Dios ya lo había prevenido, diciéndole que sería sólo por medio de prodigios y con mano fuerte cómo él lograría liberar al pueblo de la esclavitud. Moisés pudo haberse desanimado por esos fracasos iniciales, pero no cedió al desaliento, sino que mantuvo su confianza en Dios y no cejó en su empeño hasta ver salir marchando a las multitudes de su pueblo por el desierto camino al Mar Rojo. Nosotros podemos ahora pensar que esos obstáculos y esas luchas eran necesarias, pues en ellas se manifestó el poder de Dios.

Durante su largo peregrinar por el yermo muchas fueron las dificultades que le causaron la rebeldía y la incredulidad de los hebreos, a los que, sin embargo, Dios daba constantemente tantas muestras de su poder. Pero Moisés no se desanimó sino que mantuvo su fe y siguió creciendo en autoridad ante su pueblo. Con buen motivo. Es posible que ningún hombre, aparte de Jesús, haya gozado de tanta intimidad con Dios como él, y que nadie haya llevado a cabo tantos prodigios como los que Dios hizo por intermedio suyo.

El punto culminante de la salida de Israel de Egipto es la teofanía de Dios en el monte Sinaí, en donde el Altísimo se reveló a su pueblo en toda la majestad de su poder, cuando el monte humeó y la tierra tembló (Ex 19:15-19).

Pero ¿qué ocurrió después de este acontecimiento extraordinario? Moisés sube al monte al encuentro de Dios y permanece en su presencia durante 40 días. Cuando desciende al llano se encuentra con que el pueblo, que había jurado a Dios que obedecería a todos sus mandatos y que nunca serviría a dioses ajenos, estaba adorando a un becerro de oro. Su propio hermano, Aarón, a quien él había ungido como sacerdote del Dios verdadero, era el que les había fundido la imagen ante la cual el pueblo infiel se inclinaba (Ex 32:1-8).

¡Qué día terrible para Moisés! ¿Donde habían quedado las promesas y los juramentos solemnes pronunciados por el pueblo? ¿Para contemplar esta apostasía masiva había hecho él tantos sacrificios y había arriesgado tanto? En el furor de su cólera el profeta arrojó al suelo las tablas de piedra, en las que Dios había grabado el Decálogo, y las rompió (Ex 32:19).

Pero calmada su ira y apaciguada también la cólera de Dios, Moisés siguió conduciendo a los israelitas rebeldes por donde la nube de gloria los guiaba, hasta que llegaron a la frontera de la tierra prometida. Por fin llegaban al término de su peregrinaje y estaban listos para entrar. Sólo tenían que cruzar el Jordán y pelear contra los pueblos que ocupaban la tierra. Dios les había prometido que con su ayuda los podían vencer, con que tan sólo se atrevieran y confiaran.

Pero he aquí que el pueblo elegido nuevamente le falla y atemorizado, se niega a entrar. ¡Más les habría valido -claman en su rebeldía- morir en el desierto, o permanecer en Egipto, que ir a perecer bajo la espada de los gigantes que pueblan esa tierra! Ya estaban dispuestos a apedrear a Moisés (Ex 14:1-10).

Entonces Dios pronuncia estas palabras terribles: "Les ocurrirá exactamente como han dicho; todos los que se negaron a entrar y murmuraron contra mí, morirán en el desierto como dijeron." (Nm 14:28,29)

A partir de allí empieza ese largo peregrinar errante de un lugar a otro, en el que la paciencia de Dios y la de Moisés fue tantas veces probada y en el que misericordia de Dios fue puesta tantas veces de manifiesto.

Cumplidos 40 años de peregrinaje, una nueva generación de adultos se había levantado y había sustituido a la antigua. Nuevamente el pueblo fue llevado hasta la frontera de la tierra que Dios había prometido a sus mayores. Pero Dios le dice a Moisés: Tú no entrarás con ellos a la tierra que fluye leche y miel; otro será el que los guíe y reparta a cada tribu su heredad. (Dt 3:23-28)

¡Qué desilusión para Moisés! ¡La meta por la cual él había luchado tanto se le esfumaba de las manos! Por fin había llegado al final de su camino y estaba a punto de culminar la obra que Dios le había encomendado, y Dios le dice: “Tú no, sino Josué los introducirá.”

Pero Moisés no se rebela sino se somete y suplica: “Déjame al menos contemplar la tierra ansiada de lejos.” Moisés escala el monte Nebo y llega a la cumbre donde ha de morir. Allí en la cima, Dios le muestra la tierra que Él juró a Abraham que un día sería suya (Dt 34:1-5).

¿Qué es lo que contempla Moisés de lejos? La tierra prometida con la cual él había soñado durante años y en la que no llegó a entrar, estando a sus puertas. ¿Qué es la tierra prometida para nosotros que no vivimos en aquellos tiempos? Es la salvación en Cristo. El lugar de reposo que hemos alcanzado ya en esta vida los que hemos creído en su mensaje (Hb 4:1-3), y que nos anuncia otra tierra de reposo más sublime a la que llegaremos al final de nuestro camino (Hb 4:9-11). ¡No! ¡Moisés no ha fracasado! Él cumplió la misión que el Señor le había encomendado. Cumplida su tarea, Dios se lo llevó consigo a gozar de los frutos de sus trabajos y otro hombre más joven que él tomó su lugar. Ese es el destino humano. (Nota)

Si a nosotros no nos es dado ver con nuestros propios ojos el cumplimiento de todas nuestras metas en el Señor, tengamos por seguro que Dios no las archivará ni las olvidará cuando nos hayamos ido, sino que suscitará a otros que terminen de realizar lo que nosotros hemos empezado. Ningún esfuerzo se pierde en el Señor, ninguna oración ferviente deja de ser contestada. Todos nuestros esfuerzos, todos nuestros sufrimientos, todas nuestras lágrimas son atesoradas en su redoma y todas formarán parte de la corona que Dios ha prometido a los que le son fieles.

Nota: Quizá habría que decir: “menos joven que él”, porque Josué tenía 80 años cuando sucedió a Moisés.


NB. El texto de este artículo y del siguiente del mismo título constituyeron charlas que se transmitieron por radio a finales de octubre de 1999. Se publican ahora por primera vez.

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miércoles, 25 de noviembre de 2009

MOISÉS A LOS OCHENTA

Este texto está basado en la trascripción de una charla pronunciada en el ministerio de la Edad de Oro de la CCAV, con ocasión del cumpleaños de su líder.

Vamos a hablar hoy día acerca de Moisés. ¿Quién no conoce a Moisés? ¿Quién no sabe quién fue Moisés? Todos sabemos quién fue. ¿Por qué es él conocido? Porque fue salvado de las aguas. De ahí viene su nombre. Él fue un famoso guía turístico que condujo a su pueblo a través de un desierto que nadie sino él conocía. El fue el primer guía turístico de la historia, que yo sepa. Por eso, creo yo, el gremio de los guías de turismo debería escogerlo como patrón.

La historia de su vida está llena de enseñanzas para nosotros. Primero que nada, sorprendentemente, él fue condenado a muerte antes de nacer, porque el Faraón había dado orden de que las parteras mataran a todo niño varón de los hebreos que naciera y que solamente dejaran vivir a las mujercitas. Pero las parteras tuvieron temor de Dios y se negaron a hacer lo que se les mandaba. Entonces el faraón ordenó que los padres cuyos hijos varones hubieran sobrevivido al parto mataran a sus hijos. Pero los padres de Moisés, Amram y Jocabed, se negaron a cumplir ese mandato.

En verdad, Moisés tuvo una madre admirable, porque ella y su marido arriesgaron su vida al no matar a este hijo que el Señor les había dado. Quizá ellos percibieron en su espíritu que ese niño que les había nacido tenía una unción especial, que era un escogido de Dios para una misión singular. En todo caso, ellos lo mantuvieron oculto durante unos tres meses, desobedeciendo al mandato del Faraón. Pero llegó un momento en que ya no podían tenerlo oculto. ¿Por qué ya no podían tenerlo oculto? Yo creo que el motivo debe haber sido que Moisés tenía desde pequeño una voz muy fuerte y cuando lloraba, su llanto se escuchaba en todas partes y no lo podían callar. ¿Ustedes han oído el berrinche de un bebé con hambre? Yo sí lo he oído y les aseguro que a veces uno tiene que taparse los oídos.

Sea lo que fuere, ellos decidieron que ya no podían ocultarlo más tiempo y tenían que ver qué hacían con él. Entonces, ¿qué fue lo que hicieron? Lo que hicieron fue realmente un tremendo acto de fe en la Providencia de Dios, porque lo confiaron a las aguas del río Nilo. Tejieron una pequeña cuna de carrizo, la calafatearon para que fuera impermeable, pusieron en ella al niño y depositaron la canasta en medio de los carrizales que había en las orillas del Nilo.

Y ahí estaba el niño, seguramente preguntándose qué hacía él ahí y mirando las hojas puntiagudas del cañaveral. Cuando empezó a sentir hambre, su llanto fue escuchado por la hija del faraón que había ido a bañarse al río. En aquel entonces no había duchas ni tinas como las que tenemos ahora, y las orillas de los ríos eran buenos lugares para bañarse, porque no estaban contaminadas como lo están ahora. Ella había ido pues al río a bañarse, acompañada por sus doncellas. Cuando escuchó el llanto hizo que una de sus doncellas le trajera a ese bebé que gritaba. Al verlo ella se dio cuenta de que era un hijo de los hebreos. ¿Cómo se dio cuenta de que era un hijo de los hebreos? ¿Por la vestimenta, o por la manta que llevaba puesta? No. Yo creo que se dio cuenta porque el pequeño había sido circuncidado, como bien sabía ella que hacían los hebreos con los recién nacidos al octavo día. (Los egipcios circuncidaban a los varones al alcanzar la pubertad.)

De modo pues que no cabía dudas, era un niño hebreo. ¡Y qué curioso! Ella pudo haberlo hecho matar, como estaba ordenado, pero el instinto maternal femenino fue más poderoso que el prejuicio, y prefirió guardarlo para sí. Le cayó en gracia ese pequeño que berreaba y decidió acogerlo en su casa como propio a pesar de la orden real.

¡Qué interesante! Moisés fue guardado en vida y fue salvado por la hija del hombre que lo había condenado a muerte! ¡Qué paradoja! Pero como ella no lo podía criar, le pidió a la hermana de Jocabed, que se había quedado cerca, vigilando, viendo qué iba a pasar con el niño, que le trajera una mujer de los hebreos para que fuera la nodriza. La hermana, ni corta ni perezosa, se fue corriendo a traer a la mamá.

¡Miren qué gran ajedrecista es Dios! Él juega ajedrez con nosotros, los seres humanos, como si fuéramos los peones, las piezas en el tablero de ese juego que Él maneja a su manera, según su infinito consejo. Así que la mamá de Moisés resultó siendo la nodriza a sueldo -porque le pagaban por eso- ¡de su propio hijo! Le pagaban por hacer lo que ella hubiera hecho de todas maneras gratis. Fíjense cómo Dios bendecía a esta familia fiel, y bendecía la vida de este hombre escogido desde el vientre de su madre.

¿Ustedes creen que eso fue una cosa excepcional que sólo ocurrió en el caso de Moisés? Claro pues, alguno dirá, es que él nació con corona. ¿Ustedes creen? ¿No ocurrirá también algo parecido con todos? ¿No ha estado Dios vigilando nuestra vida desde el comienzo, desde el día en que nacimos, o incluso antes? Claro que nadie nos puso a nosotros en una canasta ni tuvimos que ser salvados de las aguas. Pero ¿cuántos de ustedes no han pasado peligros de pequeños? Dios cuidó de nosotros desde antes de que naciéramos, porque Él tiene un propósito para cada uno de nosotros. Para cada uno de ustedes que leen estas líneas, Él tiene un propósito especial. No tiene que ser necesariamente un propósito tan grande, tan trascendente como el que tenía para Moisés, pero todos tenemos una misión que llevar a cabo en nuestra familia, en nuestro medio, en nuestro barrio, en nuestra calle, en nuestra ocupación o profesión, etc.

Pues bien, pasaron los años y cuando creció el niño fue llevado a palacio para ser criado como un príncipe egipcio. ¡Cuidado con el que se metiera con él! Él era un aristócrata, muy seguro de la posición que tenía. Él era nada menos que el hijo adoptivo de la princesa, de la hija del faraón. Sin embargo, él era un hijo del pueblo despreciado y odiado por los egipcios, a quienes ellos trataban como esclavos.

Siendo como era un hombre de temperamento un poco violento, un día en que se fue de paseo, de curioso, a ver cómo les iba a los de su pueblo, vio que se estaban peleando un egipcio y un hebreo. Y aunque él era un noble egipcio, el calor de la sangre fue más grande que sus títulos, y osadamente salió en defensa de su hermano hebreo, y mató al egipcio que lo estaba golpeando. Como consecuencia, tuvo que huir al desierto porque corría peligro de ser condenado a muerte como asesino.

Allá en el desierto vivió cuarenta años como pastor de ovejas. Los hebreos eran pastores de ovejas, pero los egipcios despreciaban ese oficio, les parecía una cosa inferior. ¿Por qué sería? Quizá era a causa del olor de las ovejas, que no debe haber sido muy agradable. No sé si alguno de ustedes ha estado alguna vez en el campo cerca de un rebaño de ovejas. En efecto, no huelen muy bien, no usan desodorante.

Pero fíjense ¡qué tal contraste! ¿Cómo se sentiría Moisés? ¡Pasar de vivir en un palacio, con docenas de sirvientes a sus órdenes, a un desolado desierto como empleado de su suegro! (Porque un sacerdote de Madián, que vivía en esas soledades, lo había acogido y le había dado a una de sus hijas como esposa) ¡Pasar del lujo palaciego, a la pobreza de una tienda de campaña improvisada! ¡De vivir en la corte como un señor, a vivir rodeado de ovejas apestosas!

Su caso me hace pensar en Jesús, que pasó de la compañía de su Padre y de los ángeles en el cielo, a vivir entre los hombres en la tierra, para tomar, como dice Filipenses, forma de siervo. Porque eso es lo que somos nosotros, esclavos de nuestras pasiones. ¿Quién creen ustedes que sufrió más con el cambio? ¿Jesús o Moisés? Sin duda Jesús, porque las ovejas balan, pero no insultan. Son mansas y tontas, según dicen, pero no envidian como los hombres. Apestan, pero no traman asesinatos. Son beneficiosas porque dan su lana, su leche y su carne. Dan topetones con su frente, pero no matan.

Un buen día, cuando andaba pastoreando las ovejas de su suegro, Dios se le apareció en medio de una zarza ardiente, de un arbusto que se estaba quemando pero que no se consumía. Un arbusto normal cuando se quema, se consume. Pero éste no se consumía aunque estaba ardiendo. Intrigado por el fenómeno él se acercó para verlo de cerca y, de pronto, una voz le habló y le dijo: “Yo soy el Dios de tus padres.”

Moisés debe haberse dicho: ¿Dios? ¿Cuál Dios? ¿Qué tengo que hacer yo con Dios? ¿Y qué tiene que hacer Dios conmigo? Así respondemos nosotros muchas veces cuando Dios nos llama: ¿Qué tengo que hacer yo con Dios? Déjame vivir mi vida. Yo estoy aquí contento criando ovejas; me alimento de su leche. No la paso mal. Ya estoy acostumbrado a esta vida.

Moisés debe haber pensado: Yo he sido criado de pequeño en el conocimiento del Dios de mis padres, pero ese Dios debe haberse ya olvidado de nuestro pueblo porque vivimos ahí en Egipto como esclavos. Después penetré en el misterio de la sabiduría de los egipcios que, en efecto, tienen muchos dioses. Me dediqué a estudiar su sabiduría y llegué a ser un hombre lleno de conocimientos. Pero hace cuarenta años que vivo con un sacerdote del Dios de Madián que me acogió y me casé con una de sus hijas. Ya tengo mi nueva vida hecha y estoy satisfecho.

Pero Dios, que conoce nuestros pensamientos, no hace caso de sus objeciones, sino le dice: “Yo quiero que vayas a los ancianos de tu pueblo y les digas que yo te envío a ellos para sacarlos de la esclavitud y llevarlos a la tierra que prometí darles a sus antepasados.”

Moisés contesta: “¿Yo tengo que decirles eso? ¿Yo? Me tomarán por loco, Señor.”
“No importa, al final te escucharán.”
“No, no Señor, te has equivocado. Yo no puedo hacer eso. Yo soy un tatatatatartamudo, yo no puepuepuedo ir. ¿Cómo voy a hacer yo algo semejante?. Además a mis años, yo yayaya me he jubilado; yo soy de la Edad de Oro, no estoy para esas cosas.”
“No importa, igual irás. Tú les hablarás porque yo estaré contigo,” le dice el Señor.

Claro, si el Señor está con nosotros, ¿qué cosa no podemos hacer?

Entonces Moisés replica: “Y si me preguntan: cómo se llama el Dios que te envía a nosotros, ¿qué les digo?”

Dios le contesta de una forma maravillosa: “Yo no tengo nombre. No necesito tener nombre porque yo soy el único Dios que hay. Yo Soy el que Soy, y fuera de mí no hay otro. ¿Para qué quieres tú que yo tenga nombre?”

El Dios verdadero es un Dios sin nombre. ¡Qué curioso! Porque todos los dioses que había entonces tenían nombre. Ustedes quizá preguntarán: ¿Cómo es eso de que Dios no tenía nombre? El Shaddai, Jhiré, Rafá, y todas esas palabras que figuran en el Antiguo Testamento, ¿no son nombres de Dios acaso? No, no son nombres. Nosotros le atribuimos a Dios las cualidades, las virtudes que significan esas palabras hebreas, pero no son nombres de Dios, sino sus atributos. El nombre de Dios es ‘Yo Soy el que Soy’, y ese no es nombre alguno. (Nota)

Pero Moisés no está todavía convencido. A él le parece que no puede hacer lo que Dios le pide que haga, aunque le prometa que va a estar con él, y le asegure que su hermano Aarón hablará por él si teme tartamudear.

Entonces Dios para convencerlo recurre a una estratagema y le pregunta: “¿Qué tienes tú en la mano?”
“Esta vara es mi cayado de pastor.”
“Bótala al suelo.” Moisés lo hace y la vara se convierte en serpiente. Moisés huye despavorido.

Entonces Dios le dice: “Toma la serpiente por la cola”. Con mucha cautela Moisés la coge por la cola y la serpiente se convierte nuevamente en vara.

Luego Dios le dice: “Mete tu mano en tu seno, debajo de tu ropa.” Moisés lo hace y la saca: Su mano se ha vuelto leprosa. Dios le dice: “Métela de nuevo.” La mete de nuevo y la saca, y la mano está sana, limpia. Moisés debe haber pensado: Este Dios se las sabe todas.

Entonces Dios le dice: “Si dudan de ti, haz esto que te he mostrado, y se convencerán de que yo te he mandado.”

Bien, nosotros no vamos a seguir con la historia porque nos quedaríamos acá hasta no sé qué hora. Además ustedes la conocen muy bien…o deberían conocerla. (Véase Éxodo caps. 1 al 4)
Pero yo me digo ¿qué edad tenía Moisés cuando Dios lo llamó? ¿Qué edad tenía? Tenía cuarenta años cuando huyó al desierto y pasó en el desierto cuarenta años más. ¿Cuánto es cuarenta más cuarenta? Ochenta.

¡Qué coincidencia! Miren, es la edad que acaba de cumplir nuestro hermano y Pastor José León. Así que él tiene algo en común con Moisés. Ahora, que yo sepa y ustedes también, él no es tartamudo, ¿no es cierto? Sino todo lo contrario. Él habla muy bien, muy pausado y muy bonito. Y, que yo sepa, aunque no conozco toda su vida, él nunca ha tirado al suelo una vara que se haya convertido en una serpiente, aunque de repente él hace ese truco en su casa. Habría que preguntarle a su mujer que lo conoce mejor.

Pero de lo que yo sí estoy seguro es que así como Dios llamó a Moisés y le habló, Dios le habló a nuestro Pastor José y lo llamó para una misión especial. Ahora, yo no sé cómo le habló. No sé si se le apareció en una zarza ardiente, o si le habló en sueños, o si le habló simplemente como Dios nos habla a la mayoría de nosotros, es decir, a través de nuestros pensamientos. Pero lo que sí sé es que a él Dios lo ha llamado a una misión, y a nosotros a colaborar con él. Sabemos muy bien cuál es esa misión. No lo llamó como a Moisés para guiar a un pueblo a través del desierto, ni para sacarlo de la esclavitud, sino lo ha llamado para conducir a un grupo de personas que tienen una edad que brilla como el oro por su experiencia y por su sabiduría. Lo ha llamado no para llevar a esas personas al desierto, sino, lo contrario, para alegrar sus vidas, para darnos a todos una oportunidad de tener “koinonía” entre nosotros, y pasar ratos juntos de esparcimiento; de tener amistad unos con otros, de tener oportunidad de ser edificados con enseñanzas sabias, de ser confortados por la oración, por la intercesión y por el amor que hay, que se siente, y que palpita en estas reuniones. ¿No es así?

A esa misión lo ha llamado a nuestro hermano y Pastor José. Por eso es que nosotros lo amamos y lo admiramos, lo apreciamos y le deseamos que, como a Moisés, Dios le conceda cuarenta años más de vida, con salud y fuerza. Y para que ese deseo nuestro se haga realidad en su vida, vamos orar por él en este momento.

Nota: El tetragrama YWHW se transcribe en español como Jehová o Yavé.

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jueves, 12 de noviembre de 2009

LA DESPENALIZACIÓN DEL ABORTO Y LA PÍLDORA DEL DÍA SIGUIENTE

Voy a abordar en este artículo dos temas que están agitando a la opinión pública y que están íntimamente ligados. El primero es un proyecto de ley que intenta introducir una radical modificación en el régimen legal peruano respecto del embrión (al que la Constitución vigente llama “el concebido”). Ese proyecto pretende que el aborto sea legalmente permitido (es decir, despenalizado) en los tres siguientes casos:

1) Cuando la continuación del embarazo pone en peligro la vida de la madre. A eso se le llama “aborto terapéutico” (Nota 1).

2) Cuando se sospecha, o se teme, o incluso se tiene, gracias a los métodos modernos, la certidumbre de que el feto sufre de alguna malformación congénita, o de alguna anomalía genética. A eso lo llaman “aborto eugenésico”.

3) Cuando el embarazo es consecuencia de una violación sufrida por la mujer. A ése, por ponerle un nombre, lo llaman “aborto sentimental”.

El segundo tema es la propuesta –denegada por el Tribunal Constitucional- de que el Ministerio de Salud distribuya gratuitamente la llamada “píldora del día siguiente”, o “anticonceptivo oral de emergencia” (AOE), a todas las mujeres que lo soliciten. Lo que la propuesta perseguía era librar a la mujer, de cualquier condición social, y a su pareja, de las consecuencias de haber mantenido relaciones íntimas sin haber tomado precauciones para evitar un posible embarazo.

Aunque enfocan situaciones disímiles, ambos temas están íntimamente vinculados por el hecho simple de que lo que está en juego es la vida de un ser humano en su etapa más indefensa, la del no nacido.

Para abordar el primer tema, que tiene tres variantes, quiero citar el excelente artículo escrito por Gonzalo Zegarra Mulanovich, editor de la revista “Semana Económica”, que está redactado desde un punto de vista estrictamente racional y no religioso, y por el mismo motivo, es sumamente pertinente (Puede leerse completo en la página web: http://www.semanaeconomica.com/).

Después de señalar que la práctica del aborto no es en sí moderna, sino que es muy antigua (2), pero que, después de haber estado estrictamente prohibida (salvo en los EEUU en las etapas iniciales del embarazo) en la mayoría de países, empezó a ser legalmente permitida a partir de la controvertida sentencia de la Corte Suprema norteamericana en el caso Roe vs. Wade en 1973. El autor explica que dicha sentencia, de tremenda trascendencia histórica, no estuvo basada en el fondo del asunto, es decir, en determinar si el embrión, o el feto, es un ser humano o no, sino en los precedentes legales.

El autor menciona después el artículo 2, inciso 1, de la Constitución vigente, (cuyo párrafo inicial dice así: “Toda persona tiene derecho a la vida, a su identidad, a su integridad moral, psíquica y física y a su libre desarrollo y bienestar.”), citando textualmente las palabras cruciales que lo completan: “El concebido es sujeto de derecho en todo cuanto le favorece.” Esta frase significa que el no nacido, como todo ser humano, tiene derechos que no pueden ser conculcados, y tiene por fin primordial protegerlo del aborto porque, como dice el autor, “¿de qué otra manera se podría proteger al feto sino evitando que sea abortado?”. Es importante tener esto en cuenta porque, a partir de la concepción, el embrión, aunque esté alojado en el cuerpo de su madre, no forma parte del cuerpo de ella y, por tanto, la madre no puede disponer libremente de él.

Es importante enfatizar esto porque el derecho de la mujer a disponer libremente de su cuerpo es uno de los argumentos falaces que con más insistencia esgrimen los partidarios del aborto.

Sigue preguntando el autor: “¿Cómo podría ser favorecido el concebido –que es lo que manda la Constitución- si su vida mereciera menor protección” que la de cualquier otro ser humano? “Peor aun, ¿cómo podría ser cumplido este mandato constitucional si aceptamos que la ley subordine la vida del concebido al bienestar de la madre?”. Es obvio que no puede estarlo. En un estado de derecho, la vida de nadie está subordinada a la vida de otro, salvo en casos de legítima defensa. Pero el concebido normalmente no constituye una amenaza para la vida de la madre, -salvo en algunos casos excepcionales - pero sí, es cierto, puede afectar su comodidad, su independencia, su vida laboral o sentimental, su deseada “calidad de vida”, eventualmente, hasta su salud. Y son precisamente estos últimos inconvenientes, los que pueden afectar la vida privada de la madre, y que los partidarios del aborto quieren eliminar a costa de la vida del no nacido.

Como bien dice Zegarra, los abortistas arguyen falsamente que aquí estamos frente a un conflicto de derechos: el derecho de la madre a decidir acerca de su propio cuerpo (que ya hemos puntualizado no incluye al feto que su cuerpo alberga, porque es una vida independiente de la de ella), y el derecho del no nacido a vivir. Naturalmente la dicotomía es absurda. Ninguna persona puede imponer su propio derecho a costa de la vida ajena. Hacerlo es entrar al campo de la delincuencia. Nadie puede hacer prevalecer su derecho a llevar la clase de vida que desea (una vida libre de las responsabilidades maternales) por encima del derecho a la vida que tiene todo ser humano.

De hecho ese abuso del derecho propio ocurre con cierta frecuencia cuando la madre, o el conviviente, asesinan a la criatura que les hace incómoda la vida. No hay ninguna diferencia moral ni legal entre el asesinato de un bebé y el asesinato, mediante el aborto, de una criatura por nacer, en cualquier etapa de su desarrollo. Sólo que lo primero nos conmueve más porque el bebé habla o llora, mientras que el no nacido, encerrado en el vientre de su madre, no tiene forma de manifestar su deseo de vivir.

Ese conflicto de derechos tampoco se da en el caso del pretendido “aborto terapéutico”, porque nadie puede con toda seguridad predecir si la continuación del embarazo hasta su término, va a ocasionar o no la muerte de la madre. En casos extremos la obligación del médico es tratar de preservar la vida de ambos, la de la madre y la del hijo. El médico no puede decidir cuál de las dos vidas vale más. Yo no estaría en vida si el médico que atendía a mi madre, después de 24 horas de dolores inútiles que la habían llevado al agotamiento, no hubiera perseverado hasta el final para sacarme con vida de su vientre.

El contra argumento de los abortistas consiste en sostener que el feto no es un ser humano que tenga un derecho inalienable a la vida, sino sólo un proyecto de vida. Si así fuera, ¿cuándo se convierte el feto en un ser humano? ¿Recién cuando sale del vientre materno? ¿O unas semanas antes, cuando ya está perfectamente formado? Si puede sobrevivir a los seis meses de la concepción, de producirse un alumbramiento prematuro, ¿por qué no sería el feto en ese momento ya un ser humano con pleno derecho a la vida? No puede probarse que haya un momento o etapa del embarazo en que el feto adquiera una esencia humana que no tenga desde la concepción. Es un ser humano único y diferenciado desde el momento en que el espermatozoide se une al óvulo. Para citar de nuevo textualmente a Zegarra: “Antes de la concepción hay un espermatozoide con una carga genética y un óvulo con otra. Son elementos separados y distintos. Cuando se fusionan dan lugar a un nuevo y distintivo ADN humano” que, agrego, yo permanecerá incambiado hasta la muerte. Nosotros, en verdad, podríamos celebrar el nacimiento de las personas no cuando salen del vientre materno, sino cuando se unen la esencia masculina y la femenina, porque es en ese momento cuando se inaugura y se inicia una nueva vida humana. (3)

Como ha sido demostrado mediante la filmación intrauterina de embarazadas, a pocas semanas de la concepción el comportamiento del feto en el útero materno tiene muchas de las características usuales en el recién nacido: responde cuando se acaricia el vientre de la madre pegándose a la pared del útero, se tensa o se relaja según sea el estado anímico de ella; más adelante siente dolor, se chupa el dedo, mueve la manos y los pies, etc.

Ese es el motivo por el cual los abortistas en los EEUU se han opuesto con todas sus fuerzas a que sea obligatorio que a las mujeres que solicitan un aborto se les haga ver, mediante la pantalla ecográfica, a la criatura que quieren abortar. La mayoría de las mujeres que tienen esa experiencia, desisten de su propósito. Si se impusiera esa medida precautoria, se arruinaría el negocio de las clínicas abortistas.

Lo que palpita en el seno de la mujer en cualquier etapa del embarazo es un ser humano pleno que llegará a nacer si ningún factor exógeno se lo impide y que, por tanto, tiene todo los derechos que el artículo 2.1 de la Constitución del estado le reconoce, y sobre los cuales ningún derecho, o interés ajeno, puede prevalecer.

Tampoco puede alegarse –como suele hacerse en el caso del “aborto eugenésico”- que la vida que va a llevar el ser que presenta algunas malformaciones, o tiene algún defecto genésico, no es digna de ser vivida debido a las limitaciones a las que podría estar sometida. Eso sólo lo puede decidir el propio interesado. Ni los padres, ni los médicos pueden tomar esa decisión por él. Hay muchos seres humanos que luchan con graves limitaciones congénitas y que no obstante llevan vidas plenas y fructíferas. Que se pregunte a cualquier ser humano, hombre o mujer, que haya nacido con serios impedimentos físicos, si hubiera preferido ser abortado antes que nacer. Habrá muy pocos que contesten que lo primero, porque la vida es un bien en sí mismo, incomparable. Puesto ante la disyuntiva de ser o no ser, sólo Hamlet puede dudar. Todo ser humano en su sano juicio escogerá ser a no ser, cualquiera que sea el sufrimiento que ser le cueste.

Por último, se alega que se debe permitir el aborto en los casos de violación que resulten en embarazo. Es cierto que la violación es un crimen detestable, que debería ser sancionado con penas tan altas como para disuadir definitivamente a todo potencial violador. Tradicionalmente nuestra legislación ha sido muy permisiva con los violadores. Ya no lo es tanto, pero nuestra sociedad sigue siendo indulgente con ellos como si la mujer fuera en parte culpable de la violencia sufrida.

Sin embargo, por grande que sea el crimen de la violación, no tiene sentido responder a un crimen con otro, como lo sería abortando al pequeño ser que es inocente del abuso que sufrió su madre. En esos casos lo que debe hacerse es apoyar a la madre en su embarazo y proveer alternativas de adopción para el caso en que ella no quiera conservar al hijo concebido a pesar suyo. Existen instituciones muy valiosas que se dedican a encontrar padres adoptivos adecuados para estos casos.

Las entidades abortistas suelen ocultar que si bien la mujer que aborta evade los inconvenientes prácticos de un embarazo no deseado, se enfrentará luego a consecuencias psicológicas que pueden afectarla seriamente, como sufrir de angustia, de jaquecas, insomnios, y sentimientos de culpa, que pueden prolongarse durante años. Son muchísimas las mujeres que han confesado, años después de haber abortado, que hubiera sido mucho mejor para ellas haber llevado su embarazo a término.

La sentencia del Tribunal Constitucional prohibiendo al gobierno distribuir gratuitamente la llamada “píldora del día siguiente” (PDS) ha suscitado un enconado debate en los medios de comunicación. ¿Qué es lo que está de por medio? (4)

La PDS es un fármaco (del cual hay diversas marcas y presentaciones) que contiene una dosis masiva de la hormona levonorgestrel. Sus fabricantes lo promueven como siendo la solución perfecta para las mujeres que quieran evitar las consecuencias de haber mantenido relaciones sexuales “desprotegidas”. Para entender cómo actúa debe tenerse en cuenta que cuando hay relaciones sexuales los espermatozoides tratan de fecundar al óvulo que está en las Trompas de Falopio, detrás del útero.

Según la literatura de sus fabricantes, la PDS consigue su cometido mediante tres posibles efectos. En primer lugar, impidiendo o retrasando la ovulación, o evitando que el óvulo salga del ovario. En segundo lugar, si ya se ha producido la ovulación, dificultando el paso de los espermatozoides por el cuello cervical al útero. En tercer lugar, si ya se ha producido la fecundación, impidiendo (o al menos, dificultando) que el embrión (el óvulo fecundado) anide en la pared interna del útero (llamada endometrio), y que, por tanto, muera y sea expulsado. Esto es un aborto temprano.

Según estudios hechos en España, el tercer efecto es el que se produce por lo menos en el 75% de los casos. Por tanto, aunque la píldora tiene cierto efecto anticonceptivo, su acción abortiva es la que predomina. Teniendo en cuenta este hecho, y aunque no esgrima específicamente este argumento en sus considerandos, la sentencia del Tribunal Constitucional es correcta. (5)

Para negar que la PDS sea un abortifaciente la Organización Mundial de la Salud (OMS), que está dominada por abortistas, ha redefinido la noción de la concepción, alegando que ésta no se produce en el momento de la fecundación, como siempre se había pensado, sino recién cuando el embrión anida en el endometrio. Esto no es más que un vulgar truco lingüístico. Manipulando o torciendo el significado de las palabras no se cambia la realidad que las sustenta. (6)

Es sorprendente que el Ministerio de Salud proponga la distribución gratuita de un fármaco que por contener una dosis hormonal masiva, expone a las mujeres que lo consuman con frecuencia a graves riesgos para su salud. Cualquiera que lea los folletos de los fármacos que contienen Levonorgestrel se dará cuenta que su uso es muy delicado y que no deben, por razones elementales de prudencia, ponerse masivamente a disposición de las mujeres sin advertirles de los riesgos colaterales que su uso implica.

Mientras se escriben estas líneas el debate arrecia. Me llama la atención la carga de inquina que se aprecia en los argumentos avanzados por los partidarios del aborto, cuyos objetivos ciertamente van más allá de las limitadas metas que persiguen las medidas actualmente propuestas. Ellos apuntan a objetivos más altos. La legalización del aborto se ha convertido para sus defensores, aquí y en otras partes, casi en una especie de dogma religioso, vinculado a un sacrificio ritual que quisieran poder celebrar con toda frecuencia: el aborto mismo en que la pequeña criatura es la víctima inmolada. Sabemos quién es el que se ceba en esa sangre inocente sacrificada.

Aunque sus objetivos no sean alcanzados en la actual coyuntura, están convencidos de que a la larga triunfarán. Desgraciadamente las cifras de la evolución de la opinión pública parecen darles la razón, porque el porcentaje de la población que se opone al aborto, todavía mayoritario, está disminuyendo. Eso es el resultado de una campaña incansable que cuenta con la complicidad de importantes medios de comunicación, si no la mayoría.

Yo exhorto a mis lectores a no bajar la guardia. En última instancia ésta es una batalla que no se gana en la tierra sino en los lugares celestiales (Recuérdese el episodio que narra Ex 17:8-14). Aunque no debemos descuidar nuestras armas carnales, no debemos olvidar que “las armas de nuestra milicia no son carnales sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas…” (2Cor 10:4). Esta es una batalla en la que está en juego mucho más que el aborto en sí mismo. Lo que está en juego es qué fuerzas espirituales van a dominar el futuro de nuestra nación.

Visto desde otra óptica podríamos decir que ésta es una batalla entre concepciones de la vida opuestas. Una, que pone al hombre, sus intereses y sus apetencias personales como centro de todas sus aspiraciones y esfuerzos; y otra, que reconoce que el hombre no es un ser autónomo, sino un ser creado por Dios para que lo ame y le sirva. Ésta es una batalla que se inició cuando la serpiente se deslizó en el Edén y le sugirió a Eva que el hombre podría ser igual a Dios (Gn 3). Una vez más la serpiente antigua está sugiriendo al oído de muchos hombres y mujeres contemporáneos que ellos son pequeños dioses, dueños de su vida, de su cuerpo y de sus placeres. ¡Ah sí, el fruto prohibido es dulce de comer, pero una vez comido deja un sabor muy amargo, tan amargo como la muerte! (Pr 9:17,18) (7)

Notas: 1. Ese término es una contradicción lógica, porque un procedimiento médico es por definición “terapéutico” cuando tiene un efecto sanador. Pero el aborto no sana ninguna condición patológica del cuerpo, ya que el embarazo no es una enfermedad.

2. En realidad el aborto es mucho más antiguo de lo que el autor indica porque era práctica corriente en las sociedades antiguas, especialmente en el Imperio Romano, en que los hombres no querían tener más de dos o tres hijos, e imponían a sus mujeres someterse a prácticas abortivas que en esa época eran primitivas y salvajemente dolorosas y, con frecuencia, ocasionaban la muerte de la madre. Uno de los aspectos del cristianismo que atraía más a las mujeres a la nueva fe era precisamente el hecho de que los maridos cristianos no rehusaban el tener hijos, sino al contrario, los acogían como una bendición del cielo, y consideraban al aborto como un crimen. Esta fue la concepción que ha predominado en el mundo occidental cristiano hasta mediados del siglo XX.

3. Véase el salmo 139:15,16.

4. Cualquier persona que lea imparcialmente la sentencia del Tribunal Constitucional, aunque discrepe de sus conclusiones, tendrá que reconocer que es un documento muy bien elaborado y acucioso, que analiza en detalle todos los argumentos esgrimidos por las partes intervinientes.

5. Es frecuente escuchar opiniones aparentemente entendidas que niegan la realidad del tercer efecto, o lo ponen en duda. Sin embargo, ese tercer efecto figura claramente en el folleto del propio fabricante. Cualquiera puede verificarlo visitando la página web: www.comp-sanmartin.org/plm/PLM/productos/32067.htm. Ahí se lee: “(Postinor) previene la fecundación e implantación en el ciclo luteal”, es decir, en la fase inicial del proceso de implantación.

6. Es necesario estar alerta a la manipulación del lenguaje a la que suelen apelar los abortistas. Por ejemplo, para evitar usar la palabra “aborto”, que tiene una connotación desagradable, han inventado la expresión “interrupción del embarazo”. Pero es imposible interrumpir un embarazo, porque sólo se interrumpe lo que se puede reanudar. Pero ¿cómo se puede reanudar el embarazo si el feto ha muerto al sacarlo del útero? Llamemos al aborto por su nombre y no caigamos en la trampa de los que quieren engañarnos manipulando las palabras.

7. Ésta es una batalla que no sólo se libra en nuestro país. En estos momentos en el Senado de los EEUU se están presentando varios proyectos de ley de reforma de los servicios de salud que establecen un financiamiento masivo de abortos con fondos federales. Esto ocurre a pesar de que el sentimiento popular contra el aborto en los EEUU está aumentando.

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jueves, 29 de octubre de 2009

EL ANCIANO II

Nuevo Testamento

En el artículo anterior hemos examinado la posición relevante que ocupaban los ancianos en Israel como representantes y autoridades del pueblo en tiempos del Antiguo Testamento. Ahora vamos a hacer el mismo estudio en relación con el Nuevo Testamento.

En vida de Jesús los ancianos tenían también gran importancia, como puede verse por los evangelios. Eso puede verse en el episodio en que Jesús expulsa a los mercaderes del templo, cuando los “principales sacerdotes y los ancianos del pueblo” le increpan “¿Con qué autoridad haces estas cosas?”. (Mt 21:23). Ellos, como miembros del sanedrín, representan a la autoridad religiosa en Israel.

Poco después los ancianos juegan junto con los sacerdotes y escribas, un lamentable papel en el complot para juzgar y condenar a Jesús (Mt 26:3,4,47,57,59; 27:1, 20,41-43). (Nota 1)

Muerto ya Jesús, cuando los apóstoles empiezan a anunciar su resurrección, “los gobernantes, los ancianos y los escribas” se reúnen en consejo para preguntarles con qué autoridad predican (Hch 4:5,7).

Era natural, pues, que la iglesia apostólica, siendo exclusivamente judía al comienzo, y habiendo surgido del seno del judaísmo de ese tiempo, continuara la práctica tradicional de poner ancianos al frente de las congregaciones.

La primera mención que hace el Nuevo Testamento de ancianos que gobiernan la iglesia de Jerusalén se encuentra en Hch 11:30. A ellos se les envía, por medio de Pablo y Bernabé, el dinero recaudado por la iglesia de Antioquia para ayudar a los hermanos de la ciudad santa que pasaban necesidad.

Los ancianos, en efecto, estaban al comienzo asociados a los apóstoles en el gobierno de la iglesia. Eso puede verse claramente en el libro de los Hechos, en el capítulo que narra lo discutido y decidido en el primer concilio de Jerusalén. En el texto se repite varias veces la fórmula “los apóstoles y los ancianos (Hch 15:2,4,6,22). La carta que al concluir el concilio envía la iglesia de Jerusalén a las iglesias de Antioquia, Siria y Cilicia, comunicándoles las decisiones que han tomado, comienza con el siguiente saludo: “Los apóstoles, los ancianos y los hermanos, a los hermanos entre los gentiles…salud.” (Hch 15:23) Nótese: primero los apóstoles, después los ancianos.

Una de las funciones de los ancianos en la iglesia, fueran ordenados o no, era orar por los enfermos, tal como puede verse en la carta que el apóstol Santiago escribe a las iglesias de la dispersión: “Si alguno está enfermo entre vosotros, llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor.” (St 5:14).(2).

No sólo estaban los ancianos asociados a los apóstoles en la dirección de la iglesia de Jerusalén (Hch 16:4; 21:18), sino que, en ausencia de éstos, los ancianos gobernaban las iglesias de la gentilidad (Hch 20:17).

Los apóstoles se llaman a sí mismos “ancianos”, como hace Pedro, por ejemplo, en su 1ra. epístola: “Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos…” (1P 5:1). El apóstol Juan comienza su segunda epístola con el siguiente saludo: “El anciano a la señora elegida…” (2Jn 1). E igualmente su tercera epístola: “El anciano a Gayo…” (3Jn 1). Pablo, por su lado, no tiene miedo de calificarse a sí mismo como “anciano” en su epístola a Filemón (v. 9). Pero nosotros huimos de la palabra “anciano”, a pesar de que, bien mirado, es un título de honor.

La principal tarea de los ancianos en la iglesia era y sigue siendo trasmitir la enseñanza recibida, porque el anciano es por naturaleza también maestro, tal como le escribe el apóstol Pablo a su discípulo Timoteo: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” (2Tm 2:2).

Pedro define en términos generales cuáles son las funciones de los ancianos en la iglesia: “Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta sino con ánimo pronto; no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey…” (1P 5:2,3). Cuando dice: “Apacentad la grey de Dios…” está indicando que el anciano es también pastor.

Pablo lo expresa en otros términos cuando se despide de los ancianos de la iglesia de Éfeso que había hecho llamar al puerto de Mileto: “…Mirad por vosotros y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor, la cual Él ganó con su propia sangre.” (Hch 20:28). Eso incluye ocuparse del estado espiritual de la iglesia y ejercer la disciplina, aparte de enseñar. Por ese motivo los ancianos deben ser “tenidos por dignos de doble honor” en la iglesia, “mayormente los que trabajan en predicar y enseñar”, según le escribe Pablo a su discípulo Timoteo (1Tm 5:17). También les toca reprender a los que promueven falsas doctrinas (Tt 1:9-11).

Desde su primer viaje misionero Pablo y Bernabé nombran ancianos en cada iglesia que fundan para que la gobiernen en su ausencia (Hch 14:23). En las iglesias de la gentilidad los ancianos son nombrados por los apóstoles, o por las personas delegadas por ellos, para que ejerzan autoridad en representación suya (Tt 1:5).

Debido a la gran responsabilidad que ejercen, Pablo establece altos requisitos para ser nombrado anciano: Deben ser irreprensibles (es decir, que no haya nada que reprocharles), temerosos de Dios, maridos de una sola mujer (porque entonces había mucha ligereza de costumbres), que muestren los frutos del Espíritu Santo en sus vidas, que no sean amantes del vino, que sean capaces de enseñar y de refutar a los herejes, pero que a la vez no sean aficionados a las contiendas y discusiones, y que no se dejen enredar en controversias vanas (1Tm 3:1-7; Tt 1:5-9).

El término “obispo”, que ha usado Pablo en su despedida en Mileto, y en la epístola a Tito, ambas citadas arriba (Hch 20:17; Tt 1:7), proviene de la palabra griega epíscopo (que está formada por la preposición epí, que quiere decir “sobre”; y del verbo skopeo, que quiere decir “mirar”) y que significa “supervisor”, esto es, el que “mira sobre algo”. Ambos términos, “obispo” y “anciano”, son intercambiables en la práctica en el Nuevo Testamento, tal como puede verse en Tt 1: 5 y 7, donde se mencionan los dos términos, pero se habla de una sola función, que se refiere a la responsabilidad de vigilar y supervisar que tienen los ancianos, y que incluye además la de ser jueces en la congregación (3).

A ese respecto, Pablo se queja de que en Corinto haya hermanos que acudan a los jueces incrédulos para resolver disputas entre ellos, como si en la iglesia no hubiera personas sabias que puedan juzgar entre hermano y hermano cuando haya diferencias entre ellos (1Cor 6:2-6).

Por lo que se refiere a las posibles faltas que puedan cometer los ancianos, Pablo advierte: “No reprendas al anciano, sino exhórtale como a padre.” (1Tm 5:1). Más adelante indica: “Contra un anciano no admitas acusación, sino con dos o tres testigos.” (1Tm 5:19).

Sin embargo, Pablo parece contradecir el significado primario de la palabra “anciano”, que se refiere a la edad, porque él nombra como anciano a uno que era joven, esto es, a su discípulo Timoteo, a quien pone al frente de la iglesia de Éfeso, pues le escribe: “que nadie te reproche tu juventud.” (1Tm 4:12).

O sea, que el anciano no tiene que ser necesariamente anciano en edad. Puede también ser joven, valga la paradoja. Es posible que los pastores de muchas iglesias hayan tomado el apunte de ese pasaje paulino, porque han nombrado como líderes que ejercen autoridad a algunos hombres y mujeres jóvenes.

En el libro del Apocalipsis la palabra “anciano” ocurre con mucha frecuencia referida al grupo de 24 ancianos que rodean el trono de Dios (5:5,6,8; 7:11,13; 11:16; 14:3; 19:4). Allí leemos que el apóstol Juan, estando en el espíritu, vio un gran trono y a uno sentado en el trono, cuyo aspecto “era semejante a piedra de jaspe y de cornalina.” (Ap 4:2,3).

Alrededor del gran trono había 24 tronos, y “sentados en ellos había veinticuatro ancianos, vestidos con ropas blancas, con coronas de oro en sus cabezas”. (Ap 4:4).

¿De dónde viene eso de 24 ancianos? En el libro del Apocalipsis casi todo tiene antecedentes en el Antiguo Testamento.

El número 24 puede ser aquí una referencia a los 24 grupos sacerdotales que oficiaban por turnos, o suertes, en el templo de Jerusalén, y que tenían un anciano a la cabeza de cada grupo (1Cro 24:7-18).

O puede ser una referencia a los 12 patriarcas y a los 12 apóstoles, que suman 24. Los doce patriarcas representan a la congregación del Antiguo Testamento; los doce apóstoles, a la iglesia del Nuevo Testamento. O puede ser una alusión a los 24 libros que tiene la Biblia hebrea.

Los 24 ancianos del Apocalipsis tienen arpas y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos, y entonan un cántico nuevo al Cordero Inmolado (Ap 5:8,9).

Quiero terminar haciendo mención de un pasaje del profeta Daniel -cuyo eco resuena en Apocalipsis- y en el cual la palabra “anciano” adquiere una dimensión suprema, una altura y una solemnidad especial: “Estuve mirando hasta que fueron puestos tronos (Ap 20:4), y se sentó un Anciano de días, cuyo vestido era blanco como la nieve, y el pelo de su cabeza como lana limpia (Ap 1:14); y su trono, llama de fuego, y las ruedas del mismo fuego ardiente.”

“Un río de fuego procedía y salía de delante de Él; millares de millares le servían, y millones de millones asistían delante de Él (Ap 5:11). Y el juez se sentó, y los libros fueron abiertos.”

¿Qué libros? Los libros en que están escritos todos los hechos de nuestras vidas, según los cuales hemos de ser juzgados (Ap 20:12).

“Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, (Ap 1:7,13; 14:14)
que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de Él.”

“ Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran (Ap 11:15). Y su dominio es dominio eterno que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.” (Dn 7:9,10,13,14).

¿Quién es ese “Anciano de días” que vio Daniel en visión, sino el Padre Eterno? De manera que es un gran honor ser llamado anciano, porque “Anciano de días” es uno de los nombres de Dios en la Biblia.

¿Y quién es Aquel que tiene aspecto como de “hijo de hombre”, a quien es dado dominio sobre todas las naciones, sino el mismo Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, cuyo reino eterno nunca pasará?

A ambos pues, démosles gloria, al Padre y al Hijo, al Anciano de días y al Hijo del Hombre que vino para salvarnos.

Notas: 1. Es interesante notar que en el relato de la pasión en Lucas el término “anciano” casi no figura, posiblemente para no echar una sombra sobre esa palabra que jugará un papel importante en la historia de los primeros pasos de la expansión de la iglesia entre los gentiles, que narra el mismo Lucas en el libro de Hechos. En el evangelio de Juan, los sacerdotes, escribas, fariseos y ancianos son designados con el término genérico de “los judíos”.
2. La palabra griega presbus quiere decir originalmente “embajador”, pero suele usarse en el Nuevo Testamento en el sentido comparativo de persona mayor de edad: presbúteros. En ese sentido simple es usada en Lc 15:25; y en plural (presbúteroi) en Jn 8:9 y Hch 2:17. En masculino y femenino es usada en 1Tm 5:1,2. En plural es también usada en el sentido de “antecesores” en Mt 15:2 y Mr 7:3,5. En todas las ciudades de Israel había ancianos del pueblo sin ninguna conexión con el sanedrín (Lc 7:3), que sí estaba conformado en parte por ancianos de elevada posición (Mt 16:21; 26:3; 27:41; Mr 11:27; 15:1; Lc 20:1; 22:52. De presbúteros vienen las palabras españolas “presbítero”, “presbiterio” (consejo de ancianos) y “presbiteriano” (Iglesia gobernada por un consejo de ancianos). “Presbítero” en español es el título del sacerdote en la Iglesia Católica. De presbúteros derivan las palabras “priest” en inglés, “pretre” en francés e italiano, “priester” en alemán, que quieren decir todas “sacerdote”. (Esta nota, así como la nota correspondiente en el artículo anterior, está basada en parte en las excelentes anotaciones de Spyros Zodhiates en “The Hebrew-Greek Study Bible”)
3. La separación de funciones entre “anciano” y “obispo”, con supremacía del segundo, es una evolución posterior que data del siglo II.

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martes, 27 de octubre de 2009

LA OFENSIVA DEL ABORTO

Se ha iniciado en el Perú una nueva ofensiva para lograr la legalización del aborto, esta vez con el pretexto del llamado “aborto terapéutico” (cuando la salud de la madre podría estar en peligro a consecuencia del embarazo), del llamado “aborto eugenésico” (cuando el feto presenta malformaciones o tiene problemas de tipo genésico), y de la violación.

Esta ofensiva no es casual, sino obedece a una estrategia de muy largo plazo, concebida por los que se han propuesto imponer a nuestra sociedad la aceptación del más vil de los asesinatos, el de los inocentes indefensos.

Lo primero que tiene que observarse es que esta campaña es alimentada por mentiras clamorosas, como la fábula de que en el Perú se producen 400,000 abortos al año, es decir, más de mil abortos al día. ¿Es creíble esa cifra? ¿Sobre qué datos se basa si, por definición, siendo el aborto ilegal a Dios gracias hasta la fecha, no se compìlan estadísticas al respecto?

Es el mismo tipo de mentiras que se usaron en los EEUU hasta el cansancio, para ablandar a la opinión pública hace más de 40 años. Uno de los estrategas de la campaña pro-aborto, el Dr. B. Nathanson, (que llegó a tener en Nueva York la clínica abortista más grande del mundo, pero que luego, atormentado por tanta sangre inocente derramada, se convirtió a Cristo) puso al descubierto las mentiras y falacias que su organización había usado para obtener que la Corte Suprema de ese país legalizara el aborto en 1973.

Lo segundo es que una vez que se abre la puerta al aborto como medida excepcional, la brecha se va abriendo poco a poco hasta convertirse en una puerta amplia que permite las excepciones más caprichosas. La salud de la madre en peligro puede llegar a incluir malestares psicológicos como excusa para abortar. Es sabido, al contrario que el aborto suele producir estragos psicológicos en las mujeres que se someten a él.

Tercero, es que si bien tener un hijo excepcional puede ser una carga para muchas familias sin recursos, son millares los testimonios de padres que han bendecidos por el nacimiento de un hijo excepcional.

Cuarto, la violación es un crimen que no es suficientemente sancionado en nuestro país. Antes que permitir el aborto en casos de violación, debe incrementarse las penas de modo que pocos hombre estén dispuestos a dejarse llevar por sus pasiones o deseos abusando de una mujer. La violación de menores acompañada de la muerte de la víctima debe ser sancionada con cadena perpetua. La violación con contagio del Sida debe ser sancionada con cárcel efectiva no menor de 20 años. La violación acompañada de lesiones debe ser sancionada con prisión efectiva no menor de 8 años. Aun en los casos menos graves la sanción debe ser siempre cárcel efectiva. No creo que haya hombres que estén dispuestos a pasar varios años en la cárcel para satisfacer sus deseos.

En los casos en que haya embarazo a consecuencia de la violación, debe poderse ofrecer a la madre renuente la opción de entregar a su hijo en adopción. Hay organizaciones cristianas que cumplen un excelente papel en estas circunstancias.

Detrás de esta campaña se mueve muchísimo dinero que compra conciencias o las ablanda. Hay varias organizaciones en el país que ofrecen servicios útiles como fachada de su verdadero propósito: promover la legalización del aborto. Las organizaciones abortistas en los EEUU reciben grandes aportes económicos del sector privado que les sirven para financiar a sus filiales en el extranjero.

No es coincidencia el hecho de que esta ofensiva (junto con campañas paralelas en otros países latinoamericanos) se realice al mismo tiempo que se está debatiendo en el Congreso americano una iniciativa presentada por el presidente Obama para reformar el sistema de los seguros médicos en ese país. Esa reforma es sin duda necesaria, porque el actual sistema deja injustamente a muchos millones de ciudadanos sin cobertura pero, lamentablemente, propone también que el estado financie los abortos, tal como ocurre ya en Europa.

Es bueno recordar que la campaña electoral del presidente Obama fue financiada con millonarios aportes de las entidades abortistas, y que él ha colocado en puestos claves de la salud pública a conocidos activistas pro-aborto, que no están ociosos para promover su ideología.

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EL ANCIANO I

Antiguo Testamento
El presente texto está basado en la trascripción de una charla dada recientemente en el ministerio de la Edad de Oro de la Comunidad Cristiana Agua Viva.

Pienso que a ninguno de los que estamos acá –incluyéndome a mí- le gusta que le digan anciano. Y sin embargo la palabra “anciano” es muy honrosa en la Biblia, y está acompañada de gran prestigio. Para ver por qué y cómo, y cuán ilustre es el “pedigree”, la prosapia de esta palabra, voy a ofrecerles una charla cuyo título es precisamente “El Anciano”.

No podemos negar que en nuestros días la palabra “anciano” tiene una connotación negativa, casi peyorativa, humillante. Por eso empleamos en su lugar eufemismos tales como “adulto mayor”, o “persona de la tercera edad”. Dicen que a partir de los 80 (ya casi estoy ahí) es la “cuarta edad”. ¿A partir de los 100 años será la “quinta edad”? ¿Quién quisiera llegar a la “quinta edad”? A mi me encantaría, siempre y cuando llegue fresco como un pollo.

En nuestra iglesia, por generosidad de nuestros pastores principales, y por iniciativa de nuestro hermano y pastor José y de su esposa Gladys, se ha fundado el ministerio de la “Edad de Oro”. El nombre es muy apropiado, porque es la edad en la que el fruto de la vida alcanza su plenitud.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que esta desvaloración de la edad avanzada a la que me he referido es cuestión de una moda cultural reciente, que puede ser pasajera y que podría ser revertida. Ahora muchas empresas piensan que un funcionario a los 40 años ya está demasiado viejo para nombrarlo Gerente General. Los altos funcionarios de los bancos tienen una edad promedio de 35 años. Conseguir un trabajo bien renumerado después de los 40 es muy difícil, y después de los 50, es prácticamente imposible. A esos supuestos viejos se les arruma cuando están en la plenitud de sus capacidades.

Pero antes no era así, sino todo lo contrario. El mundo antiguo privilegiaba la ancianidad. Roma era gobernada por el “senado”, que estaba formado por los ciudadanos “senior”, palabra latina que quiere decir “anciano”; esto es, en aquellos tiempos de menor expectativa de vida, por los ciudadanos mayores de 45 años. En Grecia ocurría algo parecido. Igual entre los árabes. La palabra “sheik”, que sin duda ustedes conocen por los “comics” de antaño que leían de niños, quiere decir “anciano”.

En nuestro país, hasta no hace mucho los jóvenes tenían que esperar que los viejos se murieran para poder ser ascendidos. Los mejores cargos eran para los mayores de 60.

Ni ocurre en todas las culturas lo que ocurre ahora en la nuestra, por influencia norteamericana naturalmente. Por ejemplo, el Japón es conocido por ser una “gerontocracia” (Nota 1), una sociedad gobernada por ancianos. Para ser primer ministro hay que tener por lo menos 70 años, si no más. Bueno, ahora admiten a los menores de 70 siempre y cuando sean mayores de 60.
Pero basta de introducción, y vayamos al tema.

En la antigüedad bíblica los ancianos encarnaban la autoridad. Eso lo vemos, por ejemplo, en la historia de José, en Génesis 50:7, en donde se habla de los ancianos de la casa del Faraón y de la tierra de Egipto. O en Números 22:7, donde se habla de los ancianos de Moab y de Madián, es decir, de las autoridades de esos pueblos.

Se suponía, con razón, que el anciano está lleno de experiencia y de sabiduría, y es la persona a la cual hay que acudir para pedir consejo. Por ejemplo en el libro de Job se dice: “En los ancianos está la sabiduría y en la larga edad, la inteligencia.”(Jb 12:12).

Al anciano se le debe honrar dice el Levítico: “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano.” (Lv 19:32). Yo recuerdo que cuando era niño me enseñaron a levantarme cuando entraba al salón una persona de edad, y a ofrecerle mi asiento. Me temo que eso es algo que ya no se enseña ni a los niños ni a los jóvenes. Sin embargo, es una muy buena costumbre y una señal de buena educación.

Cuando Dios ordena a Moisés que vaya a liberar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, no le dice que vaya a hablar a la multitud de los israelitas directamente, sino que vaya a hablar a los ancianos del pueblo, porque ellos representan al pueblo y tienen autoridad. (Ex 3:16). (2)

Por consejo de Jetro, su suegro, Moisés nombra 70 jueces para que compartan con él la responsabilidad de juzgar los asuntos del pueblo. (Ex 18:13-27). No se menciona en ese pasaje la palabra “anciano”, pero está sobreentendida. Pero se dice que los jueces deben ser:
- virtuosos,
- temerosos de Dios,
- que aborrezcan la avaricia (para que no sean tentados por el soborno)
- veraces.

¿Cuántos de los que estamos aquí podemos decir que esas cualidades nos describen a nosotros?
En el pasaje paralelo (Nm 11:16,17), sí se menciona la palabra “anciano” y Dios le dice a Moisés: “Tomaré de tu espíritu y lo pondré sobre ellos.”

Eso es muy interesante, porque quiere decir que cuando el pastor nombra “ancianos” en la iglesia (es decir, líderes que compartan con él la responsabilidad pastoral) Dios toma parte del Espíritu Santo que reposa sobre el pastor y lo pone sobre cada uno de sus colaboradores que está ordenando.

El Espíritu Santo es Dios y está muy por encima de nosotros, pero en cierta manera hay una unción personal que se transmite del mayor al menor, como cuando Eliseo le pide a Elías, antes de que sea levantado al cielo, que repose sobre él una doble porción del Espíritu que el profeta anciano tenía (2R 2:9). Y le fue concedido lo que había pedido porque Eliseo realizó mayores milagros de los que Elías había hecho.

Cuando Dios iba a dar a Moisés las tablas de la ley, Él le ordena que suban al monte él, Aarón, sus dos hijos y setenta ancianos, pero éstos no debían acercarse, sino sólo inclinarse de lejos (Ex 24:1,2). Así hicieron y tuvieron como una visión de Dios de lejos (v.9,10). Posteriormente Moisés subió a la cima y un nube cubrió el monte, “y la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí.” (v. 12,16).

En varios pasajes del Pentateuco vemos cómo Moisés encarga que cuando el pueblo se establezca en la Tierra Prometida, los ancianos administren justicia. Por ejemplo, deben
- investigar los asesinatos (Dt 21:2);
- apresar y juzgar a los asesinos que se escondan en las ciudades de refugio (Dt 19:12) (3);
- velar por la castidad de la novia (Dt 22:15-19).

Los ancianos tenían que velar también porque el pueblo recuerde las proezas que Dios hizo con ellos cuando los sacó de Egipto, para que el pueblo le sirva fielmente cumpliendo su ley (Dt 32:7-10).

Si los ancianos no cumplen esa obligación, el pueblo olvidará lo que Dios ha hecho por ellos y se apartará de Él, como en efecto ocurrió en la época de los jueces (Jc 2:7-10).

Nosotros los mayores somos responsables de trasmitir a los jóvenes, a nuestros hijos y nietos, los recuerdos y tradiciones de nuestra familia. La pérdida de los recuerdos familiares tiene como consecuencia una pérdida de la identidad personal. Esa es una de las causas por las cuales nuestra juventud carece de raíces y, como consecuencia, está desorientada. No sé si todos, pero muchos tenemos antepasados de los cuales nos enorgullecemos, que no fueron necesariamente personas famosas o ricas, pero sí personas honestas, que cumplieron su deber, o que se sacrificaron por una causa noble, o que murieron defendiendo a su patria. Los recuerdos de nuestros mayores nos orientan en la vida y nos dan la seguridad de lo que somos. Tenemos de quiénes orgullecernos, y ese orgullo sano –siempre que no sea exagerado- nos inspira y nos sostiene en la vida. Los jóvenes que no tienen mayores de quiénes sentirse orgullosos tienen una identidad débil, que tratarán de compensar haciendo quizá cosas de las después pudieran arrepentirse. Es decir, si Dios no viene en su ayuda y les da una identidad mejor, una identidad divina como hijos de Dios, que es superior a cualquier identidad humana.

¡Cuán bienaventurados son los que pueden decir que la gracia de Dios se manifestó en la vida de sus padres, o de sus abuelos, o de alguno de sus antepasados, o que Dios los salvó de situaciones difíciles! Si hechos semejantes forman parte de los recuerdos familiares, como sé de algunos, ellos tienen la obligación de transmitirlos a sus hijos, nietos y descendientes, para que no los olviden y sepan que Dios es real y se preocupa por nosotros.

A lo largo de la historia de Israel vemos la presencia constante de los ancianos a la vez como representantes y como autoridades del pueblo. Por ejemplo, los ancianos de Israel van donde el profeta Samuel, que estaba ya viejo, para pedirle que les nombre un rey como tienen los demás pueblos (1Sam 8:4,5). Samuel se molesta porque piensa: Ya no quieren que yo les gobierne. Pero Dios le dice: Hazles caso. Y Samuel les ungió a Saúl como rey, pero no sin advertirles todas las cargas que el rey impondría sobre ellos (1Sam 8:9-18).

Más adelante vemos cómo los ancianos de Israel, después de muerto Saúl, ungen a David como rey (2Sam 5:3; 1Cro 11:3).

Muerto David, Salomón convoca a los ancianos de Israel para traer el arca de la alianza al templo que él había construido en Jerusalén (2Cro 5:2-5).

¿Quiénes cargaron el arca? ¿Los jovencitos? No, ese honor les cupo a los ancianos.

Ante la rebelión de las tribus del Norte, su hijo y sucesor, Roboam, pide consejo a los ancianos que habían estado delante de su padre (1R 12:6,7) pero, desgraciadamente, no les hace caso, sino sigue el consejo contrario y necio de los jóvenes que eran sus amigos. Como consecuencia el reino se divide en dos reinos rivales, y él se queda con la parte menor (vers. 8 al 17). Si les hubiera hecho caso, otra habría sido su suerte y la de su pueblo.

Cuando en tiempos de Josías se encuentra el libro de la ley, que por descuido se había extraviado, y no se cumplían sus mandatos, el rey convoca a todos los ancianos y a todo el pueblo para que oigan la lectura del libro sagrado (2R 23:1-3). Con esa ocasión comienza un gran avivamiento en Judá.

Durante su cautividad en Babilonia, el pueblo, privado de su libertad, siguió teniendo ancianos a su cabeza (Jr 29:1; Ez 14:1; 20:1). Pero también los que habían quedado en Judá seguían teniendo ancianos que los gobernaban, aunque mal porque no los apartaron de la idolatría que había causado su ruina. (Ez 8:1). ¿De qué sirve tener ancianos que gobiernen si no guían al pueblo en el temor de Dios?

El anciano siempre debe dar buen ejemplo, porque si lo da malo ¿qué cosa podemos esperar de los jóvenes?

Durante la época de la dominación griega, que va desde el año 323 AC, cuando Alejandro Magno conquistó Israel, hasta el año 63 AC, en que Jerusalén fue conquistada por los romanos, hubo un consejo de ancianos llamado “gerusía”, según narran 1Mac 12:6 y 14:20, y el historiador Josefo. Ese consejo tomará pronto el nombre de “sanedrín” tal como lo conocemos nosotros por los evangelios, y estaba formado por los sacerdotes, los escribas (en su mayoría fariseos) y por los ancianos de Israel, es decir, por las personas notables por su posición y experiencia.

Notas: 1. La palabra “gerontocracia” viene del griego gerontos (anciano, adjetivo) y kratos (poder) y significa gobierno por un consejo de ancianos. La palabra “gerusía” (Ver más arriba) tiene el mismo origen etimológico.
2. La palabra hebrea que traducimos como “anciano” es zakén (que la Septuaginta traduce como presbúteros). Cuando se la usa como sustantivo plural, el contexto determina si se trata del cuerpo gobernante de ancianos o de la clasificación correspondiente a la edad avanzada. Como lo primero solían sesionar en las puertas de la ciudad (Pr 31:23) para resolver diversos asuntos (Dt 21:1-9; Rt 4:11), siendo el “quórum” requerido diez hombres (Rt 4:2).
3. La legislación mosaica preveía el establecimiento de ciudades de refugio en las que el que hubiera matado involuntariamente a una persona pudiera refugiarse y escapar hasta que fuera juzgado, del “vengador de la sangre”, el pariente encargado de matar al asesino. (Nm 35:9-28; Dt 19:1-13; Jos 20:1-9).

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