viernes, 19 de julio de 2019

DEFENSA DE PABLO ANTE AGRIPA II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
DEFENSA DE PABLO ANTE AGRIPA II
Un Comentario de Hechos 26:12-23
En el artículo anterior hemos visto cómo Pablo, presentado en audiencia solemne ante el rey Herodes Agripa II, hace una corta reseña de su vida previa como fanático fariseo, y cómo consideraba su deber perseguir a los seguidores de Jesús de Nazaret en Jerusalén y en las ciudades de la diáspora.
12-14. “Ocupado en esto, iba yo a Damasco con poderes y en comisión de los principales sacerdotes, cuando a mediodía, oh rey, yendo por el camino, vi una luz del cielo que sobrepasaba el resplandor del sol, la cual me rodeó a mí y a los que iban conmigo. Y habiendo caído todos nosotros en tierra, oí una voz que me hablaba, y decía en lengua hebrea: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dura cosa te es dar coces contra el aguijón.”
Yendo camino a Damasco para llevar adelante esta tarea, de pronto vieron él y los que lo acompañaban una luz deslumbrante que los hizo caer al suelo, y él oyó una voz potente que le hablaba en su propio idioma (Nota 1) y le preguntaba ¿Por qué me persigues?, añadiendo “Dura cosa te es dar coces contra el aguijón”. (2). Este es un conocido refrán de la época referido al hecho de que cuando los pastores llevaban al ganado de un sitio a otro en el campo, para impedir que se detuvieran a mordisquear el pasto o algún arbusto, les daban hincones con un palo largo armado de una punta. Los animales reaccionaban dando patadas con las patas posteriores, que siendo cortas, no alcanzaban al que los aguijoneaba.

Jesús le está diciendo a Saulo: De más está que tú trates de sofocar la voz de tu conciencia y mi llamado para que me sirvas, porque no puedes escapar de mí. Ese dicho nos sugiere que Pablo, posiblemente desde que presenció el lapidamiento de Esteban (Hch 7:58), sentía en el fondo de su corazón la verdad del mensaje del Evangelio, y que, no queriendo renunciar a lo que él siempre había creído, perseguía a los cristianos con furia para acallar esa creciente convicción interna.
15. “Yo entonces dije: ¿Quién eres, Señor? Y el Señor dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues.” 
Saulo no dudó un instante de que era una voz de lo alto la que le hablaba, y preguntó a su vez: ¿Quién eres Señor? ¿Quién eres tú que eres capaz de aparecerte a mí envuelto en una luz más brillante que el sol? La respuesta vino clara y contundente: “Yo soy Jesús a quien tú persigues”.
Yo soy Aquel a quien tú realmente persigues y acosas en la persona de mis seguidores; soy Yo, tu Señor y tu Dios, y no ellos el blanco de tus ataques y de tu furia. Pero cesa ya de resistirte, porque yo tengo una misión que encargarte.
A propósito de la luz resplandeciente que vio Pablo en esa ocasión y cuyo brillo lo dejó ciego, el padre de la iglesia, Efrén, el sirio (306-373), comenta que si hace daño mirar directamente a la luz del sol, que pertenece al mismo orden físico natural que los ojos humanos, cuánto mayor será el daño que cause mirar una luz de lo alto, que es de un orden sobrenatural al que nunca los ojos humanos han estado acostumbrados.
16-18. “Pero levántate, y ponte sobre tus pies; porque para esto he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti, librándote de tu pueblo, y de los gentiles, a quienes ahora te envío, para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios; para que reciban, por la fe que es en mí, perdón de pecados y herencia entre los santificados.”
En estas frases Pablo resume el llamado repetido que él ha recibido del Señor en diversas ocasiones, sea directamente (como cuando estando orando en el templo, oyó la voz de Jesús, 22:18), o a través de Ananías (22:14-16), agregando esta vez algunos elementos nuevos que no se  mencionaron en el primer relato de su conversión (9:7).
Las palabras de esta comisión: “Levántate y ponte en pie”, y “a quienes ahora te envío”, recuerdan las frases del llamado inicial que Dios hizo al profeta Ezequiel: “Me dijo: Hijo de hombre, ponte sobre tus pies, y hablaré contigo” y “yo te envío a los hijos de Israel” (Ez 2:1,3); así como el llamado hecho al joven Jeremías: “Porque a todo lo que te envíe irás tú y dirás todo lo que te mande”, “porque yo estoy contigo para librarte”. (Jr 1:7,8).
“Porque para esto me he aparecido a ti, para ponerte por ministro y testigo de las cosas que has visto, y de aquellas en que me apareceré a ti.” (cf 22:14,15). Estas palabras incluyen  las experiencias que Pablo tuvo, o tendrá, desde que recibió su llamado camino a Damasco, y las cosas que el Señor le ha revelado directamente, como, por ejemplo, la visión que tuvo en Éfeso ordenándole que predicara sin temor en esa ciudad, porque Él tenía ahí mucho pueblo (18:9,10); o también en Jerusalén, cuando estando orando en el templo, le ordenó que se fuera de la ciudad porque no recibirían su testimonio, y que fuera a predicar a los gentiles (22:17-21); o más adelante, anunciándole que daría testimonio de Él en Roma (23:11); o cuando estando en medio de la tempestad con grave peligro de sus vidas, el Señor le aseguró que todos los ocupantes del barco se salvarían (27:23-25). En 2Cor 12:1-7 Pablo cuenta cómo una vez fue arrebatado hasta el tercer cielo, y oyó palabras que no ha sido dado al hombre expresar. Por todo ello él pudo afirmar en Gálatas que el evangelio que él predicaba no le fue enseñado por ningún hombre, sino que le fue revelado directamente por Jesucristo (1:11,12).
“Librándote de tu pueblo y de los gentiles, a quienes ahora te envío”, tal como Dios, siglos atrás, llamó a Isaías: “Yo Jehová te he llamado en justicia, y te sostendré por la mano; te guardaré y te pondré por pacto al pueblo, por luz de las naciones” (Is 42:6, cf 49:6).
Se recordará que cuando Pablo hizo su defensa ante el pueblo, al citar la frase del llamado que le hizo Jesús, que se refería a los gentiles (Hch 22:21), provocó un alboroto tal entre sus oyentes que no pudo seguir hablando. Ésta era la gran piedra de tropiezo que para los judíos tenía el ministerio de Pablo, que el mensaje de Dios, que ellos consideraban que estaba exclusivamente dirigido a ellos, como pueblo escogido, se hiciera extensivo a todos los pueblos de la tierra, esto es, a los no judíos, que ellos despectivamente llamaban “gentiles”. Ése era el motivo por el cual le odiaban tanto.
En otro lugar Pablo ha dicho que a él le fue revelado el misterio que no había sido revelado anteriormente, “que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio.” (Ef 3:6, pero léase todo el párrafo del 1 al 7). La predicación del evangelio a los gentiles no era un capricho de Pablo, sino era parte del plan de Dios para la redención del género humano, y fue la misión específica que el Señor le confió como apóstol, tal como le dijo más de una vez, y él con frecuencia afirma (Rm 11:13; 15:16; Gal 1:16; Ef 3:8; 1Tm 2:7, etc.)
Por lo demás la salvación de los gentiles había sido repetidas veces anunciada por los profetas, en especial por Isaías (42:1-6; 49:6 –pasaje que Simeón cita en su himno, Lc 2:32- 60:3; 66:12-21), pero también Jeremías 16:19-21; y Malaquías 1:11. Al oponerse a la predicación a los gentiles, los judíos se oponían al designio manifiesto de Dios, que ya Moisés había dejado entrever (Dt  32:21).
“Para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios”. Estas palabras son un eco de las dichas a Isaías: “Para que abras los ojos de los ciegos, para que saques de la cárcel a los presos, y de casas de prisión a los que moran en tinieblas.” (42:7; cf 16) y se encuentran también en la carta que el apóstol dirige a los Colosenses: “Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención por susangre, el perdón de pecados.” (Col 1:12-14; cf 1P 2:9. Véase  también 2Cor 4:4).
He aquí, sucintamente descrita, la gran obra que realiza la predicación del evangelio, donde quiera que es creído: Saca a las personas de la esclavitud del pecado en que vivían, y las hace criaturas nuevas, capaces de resistir a las tentaciones por el poder de Cristo que habita en ellas, a la vez que les revela las verdades sobrenaturales que hasta entonces desconocían.
Las últimas palabras del llamado de Pablo apuntan a un aspecto nuevo en el mensaje del Evangelio: “para que reciban por la fe que es en mí perdón de pecados…” La fe en Cristo borra los pecados y nos hace hijos de Dios (Jn 1:12), a la vez que nos abre las puertas de la salvación (Hch 10:43; Lc 8:48; Ef 2:8).
Pablo lo expresa claramente en Gálatas: “Pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús” (3:26), tal como expone en Rm 3:21-24, y en Rm 8:17: “Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo…”.
Con buen motivo, pues, a la salvación se le llama “herencia entre los santificados”. Herencia es una posesión que se recibe gratuitamente, es decir, sin haber tenido que ganarla con esfuerzo, y que, a la vez, se recibe como un derecho, en este caso, que otro ganó para uno. Todo el que pertenece a Cristo, y ha sido revestido del hombre nuevo (Col 3:10), al recibir el espíritu de adopción como hijo (Rm 8:15), es heredero de las promesas hechas a Abraham (Gal 3:29).
¿Quiénes son los santificados? Los que han lavado sus ropas con la sangre del Cordero (Ap 7:14b), es decir, aquellos cuyos pecados han sido perdonados porque creyeron en el sacrificio de Jesús. El versículo 18 de este capítulo es como un título de propiedad que recibe todo cristiano por el hecho de haber creído y ser hijo de Dios. Atesóralo en tu corazón como tu posesión más valiosa.
19-21. “Por lo cual, oh rey Agripa, no fui rebelde a la visión celestial, sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento. Por causa de esto los judíos, prendiéndome en el templo, intentaron matarme.”
Pablo dice que él obedeció inmediatamente al llamado de Jesús. “No fui rebelde”, esto es, no me resistí a hacer lo que se me pedía, a pesar de que iba en contra de todo lo que había hecho antes. Fue un “volte face” súbito, un giro repentino de 180 grados. Eso es lo que ha llamado la atención de muchos en la conversión de Pablo: Que de pronto, sin ninguna etapa de transición, pasara a hacer apasionadamente lo contrario de lo que antes hacía con todo empeño. En efecto, en adelante Pablo conocerá un solo Señor, a Jesús crucificado y resucitado, y él hará sin dudar todo lo que su Señor le ordene. ¡Oh, cómo tuviéramos todos una consagración semejante! Que su caso nos sirva de ejemplo.
Enseguida empezó Pablo la obra de evangelización que lo convirtió en el más grande de los apóstoles, primero entre los de su pueblo, y luego entre los gentiles que fueron siempre considerados como excluidos de las promesas de Dios, por lo cual él era perseguido encarnizadamente por los judíos, que llegaron incluso a querer matarlo cuando fue encontrado en el templo de Jerusalén. Ellos consideraban inaudito, y como una traición a su pueblo, que él ofreciera a los gentiles los mismos privilegios espirituales que se preciaban de que fueran exclusivos de ellos. (3)
¿Y qué predicaba él a unos y otros? Lo mismo que predicaba el Bautista (Mt 3:2,8; Lc 3:8), y Jesús al inicio de su ministerio, esto es, el arrepentimiento (Mt 4:17). El mensaje no ha cambiado: Lo que se debe predicar a los incrédulos es que crean en Jesús y se arrepientan de sus pecados cambiando de vida. No el amor, o que sean buenas personas, o buenos ciudadanos, o que adquieran ciertas cualidades. Eso lo hará la gracia después.
22,23. “Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy, dando testimonio a pequeños y a grandes, no diciendo nada fuera de las cosas que los profetas y Moisés dijeron que habían de suceder: Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles.”
Pablo reconoce que Dios vino en su ayuda para librarlo de los peligros que lo acechaban, y que eso le ha permitido perseverar en la misión que Dios le ha dado de hablar tanto a los grandes de este mundo como a las personas del pueblo, de las cosas de las que él ha sido testigo. Pero asegura que él no afirma nada que no sea lo anunciado por los profetas antiguos de Israel, y por el mismo Moisés en la ley, esto es, que el Mesías esperado por Israel tenía que ser rechazado por las autoridades de su pueblo, que lo iban a juzgar y hacer condenar a muerte injustamente, pero que Dios lo levantaría de los muertos por el poder de su Espíritu como primicia entre los muertos, para que en su Nombre se anunciase la salvación a todos, tanto a los de su propio pueblo, como a los gentiles, a quienes también ahora la gracia de Dios alcanza. (4)
Cuando Pablo dice que Jesús fue el primero en resucitar de los muertos, está diciendo que a su resurrección seguirá la de otros. La resurrección de Jesús es la garantía de la resurrección de todos (1Cor 15:20-23).

Notas: 1. El texto dice “en lengua hebrea”. ¿Quiere decir la lengua que se hablaba comúnmente en Judea, esto es, en arameo, o propiamente el antiguo idioma hebreo que según algunos había caído en desuso? Aunque el tema sea ahora muy debatido, tradicionalmente se ha pensado que, salvo en Apocalipsis, siempre que en el Nuevo Testamento se menciona al idioma hebreo, se refiere al arameo.
2. Según Hch 22:9 sus acompañantes vieron la luz –aunque seguramente no con la misma intensidad con que la vio Pablo- y oyeron la voz, pero no entendieron lo que decía.
3. Era muy importante para la causa de Pablo que el rey Agripa, dada su cercanía con Nerón, estuviera bien enterado de la causa de la animosidad de los judíos contra él, porque su opinión tendría peso cuando se le juzgara en Roma.
4. Es probable que Pablo citara en este punto todos los pasajes del Antiguo Testamento que habían encontrado su cumplimiento en la vida, muerte y resurrección de Jesús.
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
   "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
 #976 (21.05.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).