martes, 31 de diciembre de 2013

EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD I
Uno de los rasgos psicológicos más saltantes del peruano, en términos generales (admitiendo que haya numerosas excepciones), es la carencia del sentido de responsabilidad.

¿Qué cosa es el sentido de responsabilidad? Es aquella convicción, o impulso interno, que nos impele a cumplir con las obligaciones y compromisos que hemos asumido frente a nosotros mismos y frente a los demás; y que, al mismo tiempo, nos hace considerar las consecuencias que nuestros actos y nuestras palabras pueden tener, así como las que puede causar el dejar de actuar, o hablar en determinado momento, cuando sería apropiado hacerlo.
            Creo que esta definición es bastante amplia como para cubrir todo el abanico de posibilidades que pueden presentarse en nuestras actividades, incluyendo eventualmente las que son recreacionales.
Para poner un ejemplo común, el sentido de responsabilidad impulsará al padre de familia a progresar en su trabajo para poder contar con los recursos necesarios para el sostenimiento de los suyos; lo llevará a indagar acerca del colegio más adecuado en donde poner a sus hijos; lo impulsará a preocuparse por las amistades de sus vástagos, y por el desarrollo de sus estudios, etc.
El sentido de responsabilidad de una madre la hace sacrificarse por asegurar el bienestar de su hijo pequeño, la impulsa a levantarse de noche para ver si está con fiebre, o si está bien abrigado; le hace asumir infatigablemente la tarea de darle de mamar, pese a las incomodidades que esto pueda traerle, etc.
El sentido de responsabilidad impulsará al médico a examinar cuidadosamente al paciente que tiene delante, sin dejar de prescribirle los exámenes que puedan ser necesarios, y le recetará con sumo cuidado los medicamentos que sean los más adecuados a su condición.
El sentido de responsabilidad motiva al empleado o funcionario a desempeñar sus funciones (de ahí viene la palabra "funcionario") de la manera más eficiente y honesta posible, y le hará permanecer en su escritorio hasta tarde, si fuere necesario, para completar sus tareas. Asimismo lo motivará a rechazar sin titubeos todo intento de sobornarlo.
Hará también que el congresista se informe lo más completamente posible acerca de los proyectos de ley que están sobre el tapete, o sobre otros asuntos acerca de los cuales debe dar su parecer, o emitir su voto.
En suma, el sentido de responsabilidad es aquella cualidad que asegura el buen desempeño de las labores asignadas, o asumidas, por cada miembro de la sociedad en el lugar que ocupa. Al mismo tiempo es la cualidad indispensable que nos permite ser conscientes de las consecuencias de nuestros actos, y que nos frena cuando tememos que puedan ser negativas o perniciosas para nosotros mismos, o para terceros.
El sentido de responsabilidad está íntimamente vinculado al desarrollo económico. La población de los países desarrollados suele caracterizarse por poseer un alto sentido de responsabilidad. La de los países subdesarrollados se caracteriza, en términos generales, por no haber "desarrollado" precisamente esa cualidad tan importante. El inadecuado desarrollo de esa cualidad es un freno al progreso económico y material. La razón es obvia. Cuando los ciudadanos no hacen lo apropiado, o lo racional, en sus tareas u ocupaciones, sean las que fueren, reina el desorden y el descuido. El "Decálogo del Desarrollo", que promovía el empresario Octavio Mavila, ya fallecido, para inculcar en nuestra población ciertos buenos hábitos, no es otra cosa sino un sumario de los ingredientes del sentido de responsabilidad. (Nota 1)
Al que carece de esta cualidad, sea hombre o mujer, le decimos "irresponsable". Irresponsable es la persona a la que no le importa cómo hace o ejecuta las cosas que le han encargado, o que debe llevar a cabo por su posición en la vida. El libro de los Proverbios lo llama "necio", y dice que "como el que se corta los pies y bebe su daño es el que envía recado por medio de un necio," (26:6) aunque, obviamente, la irresponsabilidad no agota el significado de esa palabra.
Hay una edad irresponsable, por la que la mayoría de nosotros hemos pasado. Los niños y los adolescentes, cuya subsistencia y comodidad están aseguradas --y dependiendo de la educación que reciban-- suelen ser, en mayor o menor grado, irresponsables hasta que maduran. Esto quiere decir que cuando crecen suelen –o debieran- volverse responsables de una manera casi espontánea y natural (2). Sabemos por experiencia que el sentido de responsabilidad se acrecienta con los años. Pero hay algunas personas que nunca desarrollan esa cualidad y siguen comportándose como niños, o adolescentes, aun en la edad adulta.
El desarrollo del sentido de responsabilidad es pues un síntoma de madurez. La irresponsabilidad es un síntoma de inmadurez. Cuando decimos que la mayoría de los peruanos son irresponsables, estamos diciendo que la mayoría de los peruanos son inmaduros en tanto que seres humanos.
Esto es triste decirlo, pero más penoso es constatarlo. La irresponsabilidad de nuestra gente es la razón por la cual nuestras calles están sucias, los servicios públicos están descuidados, nuestras ciudades han sido mal planificadas, las reglas de tránsito no se cumplen... No sigamos la letanía.
Es la razón por la cual hay tantos niños no reconocidos y que crecen sin padre. Fueron engendrados por un hombre que no asume su responsabilidad, y que evade el más sagrado y elemental de sus deberes.
Es también el motivo principal por el cual ocurren tantos accidentes de tránsito, sea porque los choferes hacen maniobras imprudentes, o toman el timón estando ebrios, o los frenos no son bien mantenidos, o se hace subir más pasajeros de los que soporta el vehículo, o las carreteras están en mal estado, etc., etc. El resultado de la irresponsabilidad, en el caso concreto del transporte, significa sangre en las carreteras, tragedias humanas, dolor en las familias, hombres y mujeres lisiados de por vida. Ésta es una de las mayores desgracias que afligen a nuestro país.
La irresponsabilidad tiene en verdad un altísimo costo personal y social. Donde quiera que se manifieste, sus consecuencias son sumamente negativas. A escala nacional es un fenómeno mucho más devastador que cien terremotos, que cien corrientes del Niño. Lo que es peor, es una catástrofe permanente.
A título de ejemplo, podemos comparar a las sociedades cuyos miembros tienen un sentido de responsabilidad desarrollado y donde, por tanto, se cumplen -por consenso y voluntariamente- las normas establecidas, y la gente actúa razonablemente, a un cruce de varias avenidas donde transitan miles de vehículos al día, y en donde los semáforos funcionan perfectamente y todos los respetan. ¿Cuál es el resultado? El denso tránsito fluye sin inconvenientes, no hay atascos ni accidentes.
Pero imaginemos que los semáforos se descompongan y el cambio de luces se descoordine, de manera que den paso simultáneamente al tráfico en sentidos encontrados, y que, encima, nadie respete la luz roja. ¿Cuál será el resultado? Lo sabemos por triste experiencia. Se forman enormes atoros y congestiones; cruzar la intersección se transforma en una pesadilla; transpiramos, nos sube la presión, llegamos tarde a la cita...
Ésa es la imagen de una sociedad donde prima la irresponsabilidad y nadie respeta leyes ni normas. Mientras que en la sociedad responsable todo fluye y se realiza fácilmente; esto es, los trámites, los negocios, las actividades comunes, etc., en la irresponsable, donde no se respetan las normas, y la gente actúa irracionalmente, nada funciona, nada fluye, la menor gestión cuesta enorme esfuerzo, tiempo y  dinero.
¿Conoces un país donde se dan esos síntomas? Creo que lo conocemos demasiado bien, por desgracia. Y si a las características anotadas le añadimos la corrupción de las autoridades, el despilfarro de los escasos recursos, la injusticia de las sentencias, el desorden en la administración pública, etc., los síntomas de esa carencia adquieren proporciones dantescas y la vida se vuelve un infierno.
Hay muchos peruanos que se han ido al extranjero para escapar al caos que reina en nuestra tierra. Cabe entonces preguntarse ¿Por qué en algunas sociedades el sentido de responsabilidad es una característica común y generalizada de sus habitantes, y en otras no?
En primer lugar, el sentido de responsabilidad está condicionado por el entorno natural, por las condiciones ambientales. Así como el niño que crece en un ambiente de pobreza, si está bien guiado, adquiere pronto un gran sentido de responsabilidad, porque la supervivencia de su familia y la suya propia, depende de que desempeñe bien las pequeñas funciones que se le asignan (por ejemplo, ir a traer agua del pozo, recoger los desperdicios que después se venden, cuidar al hermanito menor, etc.); de manera semejante en los países de clima inhóspito, frío, la supervivencia depende de que se hagan ciertas labores claves a tiempo, en la estación propicia, y que no se descuiden.
Por ejemplo, sembrar en el otoño o en la primavera, y cosechar en el verano (si se deja de hacerlo a tiempo, no habrá qué comer); conservar y almacenar alimentos para el invierno (si se omite hacerlo las provisiones se terminan); cortar leña en los meses cálidos para calentarse en los gélidos; proveerse de ropa abrigada, etc. Tantas labores sin cuya ejecución oportuna la vida en los países fríos sería imposible -sobretodo antes de que la tecnología facilitara las cosas- pero que siguen siendo indispensables aun en nuestros días sofisticados.
En cambio en los trópicos, donde la naturaleza es más benigna, donde las frutas cuelgan en abundancia de los árboles esperando ser cogidas, y donde no hay necesidad de abrigarse, las condiciones de la existencia son más fáciles y no incentivan el desarrollo del sentido de responsabilidad, porque la naturaleza provee generosamente lo necesario para el sustento a lo largo del año y subsana los descuidos humanos.
Por una razón semejante el habitante de la sierra es mucho más responsable y trabajador que el habitante de la costa. En las alturas la vida es más dura y difícil, y hay que luchar para subsistir. Eso hace también que el serrano sea más aguerrido que el costeño.
Pero hay también otras razones de diferente orden, que influyen en la gestación y desarrollo del sentido de responsabilidad. Éstas son más difíciles de identificar, pues son de naturaleza moral, psicológica y cultural.
El peruano que emigra a un país del hemisferio Norte se vuelve por necesidad responsable. De lo contrario lo marginan. No encuentra trabajo, y si lo tiene, lo despiden. El entorno, es decir, la cultura reinante, lo disciplina.
En nuestras ciudades grandes el trabajo, la competencia y la lucha por la vida, fuerzan al empleado a volverse responsable. En un gran banco, por ejemplo, hasta el más humilde empleado se vuelve por necesidad responsable, porque los errores pueden costarle caro, no sólo su puesto.
También los hábitos familiares, el buen o mal ejemplo de los padres, favorece, o desfavorece el desarrollo del sentido de responsabilidad. El exceso de dinero en la infancia, o el engreimiento, entorpecen el desarrollo de esta cualidad y vuelven irresponsable al joven.
Entonces podríamos decir que el entorno nos forma y nos vuelve responsables, o lo contrario. Pero esas causas solas no lo explican todo. Hay una base más profunda en la gestación y desarrollo del sentido de responsabilidad.
En las culturas del Extremo Oriente, en el Japón especialmente, el sentido de responsabilidad tiene su base en la filosofía de Confucio que impregna a la sociedad y gobierna la vida pública. Ese alto sentido de responsabilidad explica el gran desarrollo alcanzado por ese país. Nótese al respecto que el desarrollo material es siempre manifestación de una cualidad de carácter específica muy extendida en sus miembros.
En la cultura occidental el sentido de responsabilidad tiene su base en la moral cristiana, y sobretodo, en el amor al prójimo.
No se puede cumplir la regla de oro evangélica ("Trata a los demás como tú quisieras que los demás te traten"), si no somos responsables en el cumplimiento de nuestras tareas, porque si no las desempeñamos bien, hacemos daño al prójimo. El amor al prójimo, la consideración por los demás, nos obliga a ser responsables en nuestros actos, nos fuerza a medir las consecuencias de todo lo que hacemos, o dejamos de hacer. Pero dejemos el tema por hoy, pues el tiempo nos ha ganado. Lo continuaremos en la próxima charla.
Notas: 1. El Decálogo del Desarrollo contiene los siguientes puntos:
1. Orden. 2. Limpieza. 3. Puntualidad. 4. Responsabilidad. 5. Deseo de superación. 6. Honradez. 7. Respeto de los derechos de los demás. 8. Respeto de la ley y de los reglamentos. 9. Amor al trabajo. 10. Afán por el ahorro y la inversión.
2. El niño malcriado (que ha sido criado mal) el niño engreído, suele ser irresponsable, pero el que ha sido “bien criado” desarrolla temprano esa cualidad.
NB En 1998 hice una pequeña edición en fotocopia de dos charlas radiales dedicadas a este tema. El año 2004 hice una edición impresa más numerosa de estos textos, y los vuelvo a publicar con algunas ligeras revisiones, a fin de ponerlos a disposición del mayor número posible de lectores.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#798 (29.09.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

LA FIDELIDAD EN EL MATRIMONIO

Pasaje tomado de mi Libro
MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO
LA FIDELIDAD EN EL MATRIMONIO

Aún más importante que la fidelidad de pensamiento es la fidelidad del deseo. Jesús dijo que el que codicia a una mujer casada ya cometió adulterio en su corazón con ella; y la mujer que codicia a un hombre casado, sea ella casada o no, igual (Mt 5:27,28). De manera que ni el hombre ni la mujer casados deben desear a otra persona, porque eso contamina gravemente su alma, contamina su relación. ¿Cómo puede una mujer abrazar a su marido si está deseando a otro? ¿O cómo puede la mujer entregarse a su marido si tiene el pensamiento puesto en otro hombre? ¿Cómo puede un hombre unirse a su mujer si desea a otra? La está engañando; se están engañando mutuamente en esos casos.
Quizás la mujer diga: Es que él no me trata bien, y ese hombre me mira con cariño, con una mirada dulce. La manzana que la serpiente le mostró a Eva debe haber sido muy dulce. Ella dijo que era agradable de ver y buena para comer (Gn 3:6). Así que en esas situaciones el hombre, o la mujer, están en un grave peligro, y mejor será que huyan, como huyó José de la mujer de Potifar (Gn 39:10-12).
La Escritura dice algo al respecto que vale la pena que leamos. Vamos a Proverbios, y esto, aunque hable del hombre, vale para ambos: “¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Caminará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen? Así es el que se llega a la mujer de su prójimo, no quedará impune ninguno que la toque.” (Pr 6:27-29) Yo creo que esa palabra es suficiente para que los esposos cristianos sepan guardarse de ese peligro.
(Páginas 184 y 185.  Editores Verdad y Presencia Tlf. 4712178.)


jueves, 19 de diciembre de 2013

BIENAVENTURADO EL VARÓN

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
BIENAVENTURADO EL VARÓN
Comentario del Salmo 1
Introducción: En hebreo al libro de los salmos se le llama Sefer Tehillim, el Libro de las Alabanzas, porque ése es el tema de gran número de ellos. En el culto judío los salmos eran cantados con el acompañamiento de un instrumento al que la Septuaginta llama “Salterio” (Nota 1), y que ha prestado su nombre a toda la colección, pues así se le llama en griego y en latín.
La palabra salmo proviene del verbo griego psalein: cantar con el acompañamiento de un instrumento de cuerda. Salmo en hebreo se dice mizmor, que viene del verbo zamar (cortar o separar), porque al cantarlos a cada sílaba se le asigna una nota diferente. Esta manera de cantar fue adoptada por la naciente iglesia, dándosele el nombre de “salmodia”: una nota por cada sílaba del texto.
Se asume que la colección de 150 salmos fue recopilada por Esdras, el escriba, en el siglo V AC y él sería también quien la dividió en cinco partes, en imitación de la Torá, que tiene cinco libros (el Pentateuco). (2) Cada una de ellas termina con una “doxología” (del griego doxa, gloria) glorificando a Dios.
El texto masorético atribuye la autoría de 73 salmos a David, 12 a Asaf, 11 a los hijos de Coré, dos a Salomón, y uno cada uno a Moisés, Hemán y Etán. 49 son anónimos. 124 salmos tienen un título sobrescrito que da alguna información acerca del autor, o de la ocasión en fue compuesto. Los salmos restantes son llamados por ese  motivo “huérfanos”.
Dado que uno de los códices más antiguos del Nuevo Testamento menciona, en Hch 13:33, al segundo salmo como al primero de la colección, algunos eruditos asumen que este salmo fue añadido posteriormente, poniéndolo en primer lugar. (3) De hecho este salmo constituye una introducción muy apropiada para todo el libro.
Este salmo de autor desconocido y de carácter sapiencial describe los dos caminos opuestos que puede seguir el hombre. Consta de seis versículos, y se divide en dos partes de tres versículos cada una. La primera está dedicada al justo; la segunda al malo, o impío.
El primer versículo señala tres cosas por las que el justo es considerado bienaventurado y que él no ha hecho. El segundo versículo indica dos cosas que, por el contrario, él hace. El tercer versículo señala las consecuencias que para él tiene esa manera de obrar. La segunda parte se inicia con una corta descripción figurada de los malos. El versículo 5 señala dos consecuencias que afrontará el malo, que lo excluyen de la compañía y privilegios de los buenos. El versículo 6 es una consideración general referida a los justos y al triste final de los malos.
1. “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado;” (4)
El original hebreo dice: “¡Oh, las bendiciones del hombre que….!” En plural porque son muchas. Esta es una exclamación gozosa exaltando la felicidad del varón del que habla la primera parte del salmo.
Bienaventurado, bendito, feliz, es el que no anda en compañía de personas impías, tomando parte de sus conciliábulos malévolos que procuran aprovecharse de otros, en particular de los indefensos, o urdiendo trampas para defraudar a los inadvertidos; ni se junta con los que llevan una vida disoluta dedicada al pecado; y menos con los que se burlan de toda norma y principio santo (Véase Sal 26:4,5 en donde esta idea es expandida; cf Jr 15:17). El justo ha puesto en práctica el consejo que da Pr 4:14,15; cf 1:10-16.
Cabe preguntarse ¿Por qué es bienaventurado? Porque recibirá las bendiciones que se detallan más abajo y que describen una vida plena y lograda en comunión con Dios.
Nótese que el libro de los salmos comienza con la misma palabra (“Bienaventurado”) con que Jesús empieza su enseñanza en el Sermón del Monte (Mt 5:3).
En este versículo se describen dos progresiones en el mal en que el justo no incurre. La primera está representada por los verbos “andar”, “estar” (de pie) y “sentarse”. Andar es un proceso en curso; estar de pie (o detenerse) es ya una condición más estable; pero el que se ha sentado se ha acomodado confortablemente en una conducta habitual.
La segunda progresión está representada por los adjetivos “malo” (o impío), “pecador” y “escarnecedor”. El malo prescinde del Altísimo en su vida porque carece de temor de Dios. El pecador va más allá porque lo ofende de una manera voluntaria y habitual. El escarnecedor, o burlador, no se contenta con llevar una vida impía, sino que se goza en burlarse de las cosas santas, tratando de apartar a otros del camino recto para traerlos al suyo.
Ambas progresiones ilustran la manera cómo se desarrolla el crecimiento en la maldad, y cómo el hombre que se aparta de Dios se vuelve cada día peor, aunque él se jacte de ser un triunfador. Tengamos compasión de él porque su carrera descendente terminará en el abismo del que no hay retorno, y démosle gracias a Dios por habernos salvado de ese destino terrible.
Agustín y otros padres de la iglesia, así como otros autores recientes, ven en el varón del que habla este salmo a Jesucristo, porque Él es el único que nunca participó en el consejo de los malos; el único que si bien se juntó con pecadores para predicarles la verdad, nunca participó de sus maldades, sino más bien vino para apartarlos de ellas; y es el único que nunca se burló de las cosas santas, sino que, al contrario, dedicó su vida entera a glorificar a su Padre haciendo su voluntad.
2. “Sino que en la ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche.” (5)
El justo no sólo evita la compañía de los hombres malos, sino que dedica gran parte de su tiempo a leer y meditar acerca de la ley divina (Js 1:8; cf Dt 17:18; Sal 37:31; Is 51:7.) (6) en la cual además él se deleita (Sal 112:1; 19:47, 77b, 92, 97, 103, 111b, 127, 143b,162,174).
¿Por qué se deleita en ella? Porque ella le pone en contacto con el Espíritu de Dios y Él le habla a través de ella. No en palabras audibles, sino con ideas y pensamientos que surgen en su mente al leerlas, como dice el Sal 19:11: “Tu siervo es amonestado con ellos” (esto es, con los mandamientos de la ley).
Todos alguna vez hemos experimentado que Dios nos consuela, nos alienta, nos orienta, o nos reprende a través de su palabra, y por eso ella nos es preciosa. Y aunque no nos hable siempre de una manera específica, su lectura nos llena de alegría y de paz, como escribe Pablo: “por la paciencia y la consolación de las Escrituras.” (Rm 15:4; cf Sal 119:165). Con justa razón puede pues el salmista decir que en ella encuentra sus delicias (cf Rm 7:22). No hay lectura que nos agrade tanto al punto de que nos ha hecho perder el gusto por otras lecturas, y hemos dejado de leer novelas y toda literatura que no trate de Dios, o de las cosas que tienen que hacer con Él, o que nos edifiquen.
Jesús dijo: “No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.” (Mt 4:4) La ley del Señor es el pan de cada día del que se alimenta el piadoso, y que lo nutre y fortalece. Deleitarse en ella es pues meditarla, saborearla, descubrir los secretos que encierra y las promesas que contiene; contemplarlas y reclamarlas sabiendo que son nuestras; y experimentar su cumplimiento.
3. “Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará.”
¿Y cuál es el resultado de esa lectura, y de esa meditación? ¿Cuál su recompensa? El árbol que está plantado al borde de una acequia, o de un arroyo, crece vigorosamente porque de sus raíces fluye una savia rica y abundante que nutre al tronco y sus ramas (Jb 29:19; Jr 17:8; Ez 17:5,8; 19:10). (7).
Por eso sus ramas nunca dejan de cargarse de frutos abundantes cuando llega la estación; y sus hojas permanecen verdes hasta el otoño en que empiezan a secarse.
¿Y cuál es su fruto? Según sea la especie del árbol será el fruto que produzca. De igual manera en el caso del varón del cual el árbol frondoso es una figura, su fruto será según su especie, es decir, cada cual según su actividad, profesión u oficio, o su posición en la vida. Él es de la clase de hombres a la cual la gente acude confiada a encomendarles alguna labor, si es mecánico o artesano; o a hacerle una consulta, si es médico o abogado; o a pedirle consejo, porque está segura de que procederá a conciencia y no la defraudará. Jesús lo dijo claramente: “Por sus frutos los conoceréis”.(Mt 7:20) Por la calidad del fruto sabréis si el árbol es bueno. Nótese que dice que da su fruto a su tiempo. Los árboles no dan su fruto apenas son plantados o en cualquier momento, sino en la estación debida. Primero deben nutrirse del humus de la tierra y beber del agua que los riega, esperando que el fruto madure para que pueda ser comido.
De igual manera la vida de oración y de meditación en la palabra no produce una santidad instantánea. Ésta es un asunto de perseverancia y de paciencia. Hay árboles que empiezan a dar fruto sólo después de muchos años (Reardon).
Son tres las clases de fruto que rinde el justo. Uno es el fruto del espíritu, del que habla Pablo en Gal 5:22,23; otro es el fruto de las buenas obras en que se manifiesta su fe (Ef 2:10); y otro, en fin, el de la cosecha de almas que lleva a los pies del Maestro para que sean salvas.
De ahí que el salmista pueda afirmar que todo lo que tal varón hace prosperará, no sólo a causa de su capacidad, seriedad y rectitud, sino porque la mano de Dios está con él (Gn 39:3, 23). Nótese que Jr 17:8 coincide casi literalmente con lo expresado en este versículo, al punto de que pareciera que el profeta fuera el autor del salmo o, al menos, que lo conociera.
¿Y qué puede   decirse de las corrientes de agua, sino recordar las palabras de Jesús cuando dijo: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.”? (Jn 7:37). ¿O cuando le dijo a la samaritana que “el que bebiera del agua que yo le daría no tendría sed jamás”? (Jn 4:14; cf Sal 65:9).
4. “No así los malos, que son como el tamo que arrebata el viento.”
La Septuaginta y la Vulgata traducen elocuentemente así: “No así los malos, no así…”, para subrayar el contraste con lo precedente.
El caso de los impíos, en efecto, es muy distinto. En contraste con los justos que están firmemente arraigados en la tierra, los impíos son como la paja del trigo que cuando se trilla el grano en la era, es dispersada por el viento, y no queda de ellos memoria (Jb 21:18; Sal 35:5; Is 17:13; 29:5b; Jr 13:24; Os 13:3; Sf 2:2). El viento al que aquí se alude es el de las tempestades de la vida que arrasan con ellos.
El Salmo 37 lo explica elocuentemente: “Vi yo al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como laurel verde. Pero él pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué y no fue hallado.” (v. 35; cf 73.18-20; Jb 20:8). Este salmo menciona también el hecho comprobado por la historia, de que la descendencia de los impíos se extingue en poco tiempo y su apellido desaparece.
5. “Por tanto, no se levantarán los malos en el juicio, ni los pecadores en la congregación de los justos.”
El juicio que aquí se menciona es el que pudiera surgir cuando hay una causa ante los tribunales en la cual el malo esté involucrado y en la que, si el juez es recto y los testigos veraces, sus intereses no prevalecen sino todo lo contrario, recibe una sentencia adversa. El impío –dice Agustín- no se levanta en el tribunal para juzgar sino para ser juzgado.
La congregación que también se menciona es la de los hombres que se reunían en la sinagoga (como ahora en la iglesia) para rendir culto a Dios, y en la que uno de los asistentes podía ser llamado a hacer la lectura de la palabra (Véase en la vida de Jesús y de Pablo dos episodios que ilustran esa práctica: Lc 4:16,17; Hch13:15,16) Nótese que aquellos que se sentaron en las reuniones de los pecadores no podrán hacerlo en las asambleas de los piadosos, porque serán automáticamente rechazados. Ellos reciben de esa manera una justa retribución a sus malos caminos.
Pero también el juicio podría referirse al día de la ira de Dios (Sof 1:14-16), al juicio final, al juicio de las naciones, al término del cual los impíos son arrojados al fuego eterno, mientras que los justos son conducidos al cielo (Mt 25:46; cf Ecl 12:14).
6. “Porque Jehová conoce el camino de los justos; mas la senda de los malos perecerá.”
En este versículo se contrastan dos opciones que Dios pone delante del hombre entre los que tiene que elegir y que tienen destinos opuestos, el camino del bien y el camino del mal.
Son varios los lugares de las Escrituras donde Dios reta al hombre a elegir. Uno de ellos es Dt. 30:19: “A los cielos y a la tierra llamo por testigos hoy contra vosotros, que os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia.” Otro es el conocido pasaje del Sermón del Monte acerca de la puerta estrecha que lleva a la vida, y que pocos hallan, que contrasta con la puerta ancha que lleva a la perdición (Mt 7:13,14).
Al ser humano se le da la oportunidad de elegir entre una y otra y, aunque la gracia de Dios puede inclinarlo al bien, la decisión finalmente es suya y él llevará las consecuencias, para bien o para mal, de su elección.
Por eso dice que Dios conoce de una manera particular el camino de los justos (Jb 23:10), es decir, lo aprecia y lo aprueba, y se deleita en él, así como ellos se deleitan en Dios. En cambio la senda escogida por los malos los lleva a la destrucción, porque Dios abandona a sí mismos a los que obstinadamente lo rechazan. (Véase Sal 9:5; 112:10 acerca del triste final de los impíos; cf Jr 21:8; Dt 30:15-20). No solamente desaparecen sino que también todo lo que hicieron es devorado por el olvido. Mientras el justo graba su nombre en la roca –comenta Spurgeon- el impío lo escribe en la arena.
Que cada cual saque la conclusión que corresponda y tome la decisión que más le conviene: gozar de una prosperidad engañosa, porque es transitoria, y que termina en un precipicio; o seguir el camino que puede a ratos ser arduo, pero que está lleno de satisfacciones, y que lleva a la dicha eterna.
Nota 1. Una especie de arpa pequeña cuyas cuerdas eran rasgadas con los dedos, (no con un plectro) llamada en hebreo nebel.
2. Esta división en cinco libros es antigua pues ya era conocida cuando se escribió 1ra de Crónicas (Compárese el salmo 106: 47,48, con 1Cro 16:35,36).
3. Reina Valera 60, y todas las traducciones corrigen el texto original de ese pasaje de Hechos, poniendo allí “salmo segundo”, para adecuarse a la versión corriente de los salmos.
4. En el original hebreo los tres verbos están en tiempo presente.
5. Si para el justo del Antiguo Pacto la palabra “ley” significaba el Pentateuco, y por extensión, todo el Antiguo Testamento, para el cristiano esa palabra engloba la Biblia entera.
6. En esto el salmo se acerca al ideal rabínico de hacer del estudio de la Ley (Torá lishmá) la ocupación más importante del hombre y un fin en sí mismo.
7. Con bastante frecuencia en las Escrituras el árbol es tomado como imagen del hombre. El Salmo 92:12-15 es un ejemplo. (cf Sal 52:8; Is 61:3; Jr 11:19).
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#797 (22.09.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 10 de diciembre de 2013

EL CRISTIANO QUE DA EL DIEZMO

EL CRISTIANO QUE DA EL DIEZMO –de manera voluntaria y
alegremente, no presionado- conforma toda su existencia a la voluntad de Dios, porque le ha entregado su corazón junto con su tesoro. No será un cristiano hasta aquí no más. Cristiano en la iglesia, pero no en la calle; cristiano en casa, pero no en la vida pública. Será un cristiano en todos sus actos, en los que se ven, y en los que no se ven, porque tiene en Dios su tesoro.
El diezmo es para el cristiano lo que el árbol de la ciencia del bien y del mal fue para Adán y Eva. Dios les había encomendado el huerto del Edén para que lo labraran y cuidaran. Ellos podían comer del fruto de todos los árboles que había en el jardín, menos de uno.
Dios te ha dado tu vida y el lugar que ocupas en el mundo, para que lo labres y lo desarrolles, y algún día te pedirá cuentas de cómo lo hiciste. Nosotros podemos comer del fruto de todos los árboles que hay en el jardín de nuestra vida, del fruto de todo nuestro trabajo, menos del diezmo. Tenemos que cultivar el diezmo, es decir, la parte de nuestro trabajo que genera el dinero para el diezmo, pero no podemos comer del fruto de ese árbol, no podemos tocar el diezmo. Le pertenece al dueño del huerto.

(Estos párrafos están tomados del artículo titulado “El Diezmo”, publicado hace nueve años)

LIBRES O ESCLAVOS DEL PECADO II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LIBRES O ESCLAVOS DEL PECADO II
En nuestra charla pasada hablamos de esa contradicción aparente que existe entre, de un lado, las afirmaciones explícitas que contiene la Escritura de que, cuando nos convertimos a Cristo, fuimos libertados de la esclavitud al pecado y ya no podemos pecar, y, de otro, la constatación innegable de que, en la práctica, los creyentes sí pecamos, como también la Escritura, en algunos pasajes que citamos, reconoce.
¿Cómo conciliar esas declaraciones opuestas? ¿Cómo conciliar la realidad de que hemos muerto al pecado, con el hecho innegable de que el pecado todavía vive en nosotros y todavía pecamos? ¿Hay una manera de resolver esa contradicción?
Para entender este conflicto debemos tener en cuenta cómo está constituido el ser humano. Contrariamente a la concepción común, derivada de la filosofía griega, de que el hombre está conformado por dos elementos diferentes, uno material y otro espiritual, esto  es, por cuerpo y alma, la Escritura afirma (1Ts 5:23), que el hombre tiene una constitución tripartita, estando compuesto por espíritu, alma y cuerpo.
Hay muchos que afirman que alma y espíritu son la misma cosa, que no son sino diferentes maneras de considerar una sola realidad. Pero la epístola a los Hebreos dice claramente que la espada aguda de dos filos, que es la palabra de Dios, penetra hasta la línea de separación de alma y cuerpo (4:12) dando a entender que sin bien, en efecto, la división entre ambos es muy sutil, no por eso es menos real. Es cierto que es muy difícil hablar de realidades inmateriales que están más allá de nuestros sentidos, y sobre las que sólo nos es posible especular. Pero, por lo mismo, tenemos que descansar en lo que la verdad revelada en las Escrituras dice acerca del hombre y atenernos a ella.
Dejando pues sentado que el hombre es trino, nuestro espíritu es la parte más íntima de nuestro ser, el asiento de nuestro yo; aquella parte que procede directamente de Dios, a la que Dios habla y que puede comunicarse con Dios.
En nuestra alma residen nuestras facultades: memoria, inteligencia, afectos, pasiones, los rasgos de nuestro carácter, etc. Los animales tienen también alma, aunque menos desarrollada que la del hombre, pero no espíritu, que es un elemento específicamente humano.
El cuerpo es la envoltura física, material, visible en la que el alma y el espíritu operan. El cuerpo no tiene vida propia; muere cuando alma y espíritu lo abandonan.
Pues bien, sabemos que Dios había advertido a Adán y Eva que si comían del fruto del árbol prohibido, morirían (Gn 2:16,17). Pero cuando ellos comieron del fruto y le desobedecieron, de hecho no murieron sino siguieron viviendo, lo que podría hacernos pensar que Dios se había equivocado, o que había pronunciado una amenaza que no podía o no deseaba cumplir.
Pues bien, el hecho es que, aunque no murieran físicamente, la vida del espíritu, la vida divina en ellos, que era lo que los mantenía en relación íntima con su Creador, sufrió un grave daño, se apagó, quedando ellos, como se dice en Romanos, "destituidos de la gloria de Dios" (3:23). No murieron físicamente, pero sí murieron espiritualmente. A partir de entonces el hombre seguirá viviendo, pero estando muerto en sus delitos y pecados (Ef 2:1).
No podemos saber exactamente cómo se tradujo ese cambio en su constitución orgánica, pero la Escritura afirma categóricamente que, como consecuencia de su pecado, la muerte entró en el mundo y pasó a todos los hombres (Rm 5:12). Eso nos da a entender que el hombre antes de la caída era posiblemente inmortal y que, como consecuencia del pecado, la vitalidad de su cuerpo fue mortalmente afectada de tal modo que, en adelante, estaría sujeto a la enfermedad, a la decadencia, al dolor y a la muerte. Así pues, si bien los efectos no fueron inmediatamente visibles, el hombre sí murió físicamente, como Dios había dicho.
El espíritu del hombre no murió literalmente en un sentido pleno porque, de lo contrario, su alma y su cuerpo hubieran muerto también. El espíritu del hombre es inmortal a semejanza del de Dios, en cuya imagen fue creado. Pero la vida de Dios que lo animaba quedó truncada, ensombrecida, y, como consecuencia, su alma quedó a la merced de todos los impulsos, pasiones e instintos de su naturaleza carnal que de allí en adelante la dominaron y la corrompieron. Al mismo tiempo, la agudeza de su inteligencia quedó como enturbiada y ensombrecida.
Podemos comparar lo sucedido en su espíritu con lo que sucede cuando giramos a la izquierda la perilla del "dimmer" de una lámpara, que controla el paso de la electricidad al foco. La luminosidad del foco disminuye y queda sólo un fulgor mortecino que no penetra la oscuridad.
La vida de Dios que tiene el espíritu no se extinguió totalmente, porque el hombre siguió aspirando al bien, pero su voluntad quedó inerme ante el asalto de las pasiones carnales y se volvió incapaz de sobreponerse a ellas. Esa es la condición actual del hombre. Por eso piensa, siente y actúa como lo hace. Por eso es que, como se lamenta Pablo, aun detestando el mal, lo comete. Por eso no puede resistir sino difícilmente a las tentaciones y, casi inevitablemente, peca (Rm 7:21-23).
Como dice el Eclesiastés: "No hay hombre justo en la tierra que haga el bien y nunca peque." (7:20).
El hombre se convirtió en esclavo del pecado, al cual sirve, quiéralo o no, y en eso consiste lo peor de su muerte. Esa es la condición humana que Pablo describe con colores tan vivos en el sétimo capítulo de la epístola a los Romanos.
Para librar al hombre de esa esclavitud vino, entre otras razones, Jesús a la tierra, convertido en el cordero de Dios "que quita el pecado del mundo" (Jn 1:29), esto es, que quita su poder sobre el mundo y los hombres.
Cuando el hombre se vuelve hacia Cristo, cuando nace de nuevo, cuando nace de lo alto, no sólo le son perdonados todos sus pecados, sino que también recupera la vida divina que había perdido, y se restablece su comunión con Dios. Usando la comparación que figura más arriba, el foco que está casi enteramente apagado vuelve a brillar como cuando se gira a la derecha el botón del "dimmer".
Al influjo de esa nueva vida, su ser se llena de gozo, de amor, de paz y esperanza, y de un gran deseo de pureza. Su ser ha sido regenerado, ha renacido a la vida del espíritu.
Pero, fíjense bien, ese cambio glorioso se produce sólo en su espíritu, no en su alma, que permanece sujeta como antes a las pasiones y deseos que habitan en ella, y a las que está acostumbrada. El alma no ha sido transformada y sigue exigiendo sus derechos. Las pasiones que encierra exigen seguir siendo satisfechas.
El cuerpo humano tampoco experimenta cambio alguno cuando el espíritu renace. Sigue estando sujeto a la decadencia y a la muerte, al dolor y a la enfermedad.
Sin embargo, la vida renovada del espíritu que el hombre ha recibido, empieza a hacer sentir su influencia en el alma y empieza a transformarla, a limpiarla, a purificarla. Es un proceso gradual, no ocurre instantáneamente.
La primera consecuencia que experimenta el hombre la expresa Pablo, al comienzo del octavo capítulo de Romanos: "El espíritu de vida en Cristo Jesús, me ha librado de la ley del pecado y de la muerte." (8:2). El hombre deja de ser esclavo del pecado que lo dominaba como una ley, porque ahora está bajo el imperio de una ley superior. Ya no está inerme ante las tentaciones, porque tiene una fuerza interior que le permite resistirlas.
Y si acaso cede ante la tentación, se siente pésimo; ya no se goza en el pecado. El pecado ha perdido para él su sabor; ya no puede permanecer en el fango, e inmediatamente se arrepiente.
No obstante, como he dicho antes, su antigua naturaleza carnal, el hábito de su carne, lo que Pablo llama "el hombre viejo", no ha desaparecido, sigue vivo y, aunque con menos vigor, reclama que sus gustos y caprichos sean satisfechos, que sus inclinaciones habituales sean obedecidas. En muchos casos, pareciera que, como consecuencia de la conversión, las pasiones se hicieran más fuertes, como si se negaran a morir. Porque eso es lo que tienen que hacer: morir por entero, ya que han sido clavadas con Cristo en la cruz (Col 2:14).
Pero eso no ocurre automáticamente. Esa es una tarea que incumbe al propio hombre, como dice Pablo: "En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos...y vestíos del hombre nuevo, creado según Dios..." (Ef 4:22,24).
Se trata de un proceso gradual que no se produce sin lucha. Esta es precisamente la lucha de que venimos hablando, la lucha contra el pecado, la lucha más grande que el hombre tiene que enfrentar, la lucha contra sus pasiones que se niegan a morir, y que quieren seguir dominándolo; la lucha por la santidad. Y como es una lucha sin cuartel, el hombre por desgracia a veces cae; pierde algunas batallas y queda malherido, aunque no pierde la guerra, a menos que se abandone y vuelva atrás.
El hombre salvo está constantemente jalado en dos direcciones contrarias, por las dos naturalezas que viven en él, la vieja y la nueva, como cuando dos bandos contrarios tratan de arrancarse una presa y cada una tira para su lado.
Gálatas alude a esta lucha cuando dice: "Andad en el Espíritu y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el espíritu y el deseo del Espíritu contra la carne. Y ambos se oponen entre sí para que no hagáis lo que quisierais." (5:16,17).
Cuando el hombre quiere seguir sus impulsos superiores y entregarse de lleno a la vida del espíritu, su vieja naturaleza se resiste y le dice: No seas zanahoria, te has vuelto un cucufato fanático; vamos, una canita al aire de vez en cuando no hace daño.
Y cuando el hombre empieza a ceder a las sugestiones de su carne, su espíritu se opone y le recuerda el gozo y la paz que experimenta cuando está cerca de Dios.
He aquí la condición del creyente, a la vez justo y pecador, desgarrado entre dos tendencias opuestas. ¿Comprendes ahora amigo lector cómo es verdad que, si estás en Cristo, has sido libertado de la esclavitud al pecado porque, aunque todavía te atraiga, ya no lo amas? ¿Y por qué todavía eres asediado por tentaciones y a veces, lamentablemente, cedes a ellas y pecas?
Pero tienes una promesa: "Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad". (1Jn 1:9).
En esta lucha no estamos solos, tenemos el auxilio de la gracia, y la promesa de Dios de ayudarnos, como escribe Pablo: "No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana (esto es, superior a vuestras fuerzas); pero fiel es Dios que no os dejará ser tentados más allá de lo que podéis resistir, sino que dará también junto con la tentación la salida, para que podáis soportar." (1Cor 10:13). El resultado de este combate espiritual depende en gran parte del hombre, aunque no lucha solo, como hemos dicho. Depende en gran medida de a cuál de los dos rivales que luchan en su interior él alimente más: Si a la carne o al espíritu.
Si fortalece la vida del espíritu, orando y alimentándose de la palabra de Dios, buscando su rostro, la vida de la carne irá muriendo y podrá oponerse cada vez con menos fuerza al espíritu. Pero si descuida la vida del espíritu y, por el contrario, cultiva sus viejos hábitos, frecuentando los lugares y las compañías que eran el escenario de sus pecados pasados, si asiste a los mismos espectáculos, y hojea las mismas revistas; si contempla los mismos programas y películas, y tiene las mismas conversaciones, la vida de su espíritu languidecerá, mientras que la de su carne se verá fortalecida. No podrá pues quejarse si sigue en la práctica siendo esclavo de sus antiguos pecados y sirviendo al diablo. No vaya a ser que su nuevo estado venga a ser peor que el primero y que le hubiera sido mejor no conocer el camino de la justicia y de la santidad (2P 2:21). ¡Ay de él si ése fuera el caso!
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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#796 (15.09.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).