martes, 8 de agosto de 2017

CUANDO MUERE EL IMPÍO, PERECE SU ESPERANZA

LA VIDA Y LA PALABRA
                                                                                                       Por José Belaunde M.
CUANDO MUERE EL IMPÍO, PERECE SU ESPERANZA
Un Comentario de Proverbios 11:7 al 11
7. “Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza; y la expectativa de los malos perecerá.” (Nota).

Por implicancia la esperanza del justo no perece al morir. La esperanza del impío está limitada a este mundo, lo que contrasta con el justo, que sabe que su esperanza trasciende esta vida y no perece, porque será recompensada con creces en el más allá.
            Aquí faltaría la frase de paralelismo antitético que contraste con el primer estico: “Pero la muerte no anula la esperanza de los justos, sino al contrario, la colma”.
¿Por qué perece la esperanza del impío cuando muere? Porque sólo en esta vida puede él esperar alcanzar lo que desea, mientras que detrás de la muerte le espera un destino triste.
¿En qué consiste la esperanza del impío? En larga vida, en más riquezas y en mayor prosperidad; en más honores, y en gozar de más placeres, de más afectos, de más amistades, de más satisfacciones, y en general, de cosas que sólo se obtienen en esta vida. Pero cuando muere el impío no sólo su propia esperanza y expectativa perecen, perece también la de aquellos que dependían y confiaban en él.
Un ejemplo claro de cómo perece la esperanza del impío cuando muere lo expone Jesús en la parábola del rico insensato que, habiendo tenido varias cosechas abundantes, se dice a sí mismo: “Tienes muchos bienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe y regocíjate. Pero Dios le dijo: Esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lc 12:19,20) Por eso dice acertadamente otro proverbio: “No te jactes del día de mañana, porque no sabes qué dará de sí el día.” (Pr 27:1).
Los hombres hacemos grandes planes para nuestro futuro estimulados por el éxito de que hemos gozado hasta el momento, pero si la muerte nos sorprende cuando menos lo esperamos ¿a dónde van a parar todos nuestros proyectos? A la tumba junto con nuestros restos mortales. ¿Es duro recordarlo? No. Es necesario, porque ¡qué terrible será la sorpresa del impío cuando al morir se encuentre en medio de las llamas del infierno cuya existencia negaba! Mejor es que esté advertido (cf Sir 41:8,9).
La continuación lógica no expresada de este versículo sería: Mas cuando muere el justo su esperanza permanece, o se realiza. (cf Pr 10:28). En términos semejantes completa la Septuaginta este pensamiento. La Biblia de Jerusalén traduce el segundo estico así: “la confianza en las riquezas se desvanece”. Jb 8:13b dice algo semejante.
            Con la muerte del impío muere su esperanza, porque él no espera nada más de allá de la muerte, pues piensa que no hay nada (Pr 10:29).
            Este proverbio claramente apunta hacia la vida eterna. Si dice que la esperanza de los impíos perece cuando mueren es porque hay otros cuya esperanza no perece cuando mueren, como ya hemos sugerido, esto es, cuya esperanza no es defraudada al morir, sino que se revela justificada, porque hay una recompensa eterna. En cambio, todo lo que el impío ateo espera de bueno se cumple en esta vida. Por eso la muerte es el fin de su esperanza, aunque no se resigne a ella. Pero si aun siendo impío cree que hay vida más allá de la muerte, y cifra su esperanza en ella, será defraudado, porque no recibirá el premio que en su engaño creía que recibiría, sino lo contrario, el castigo que merecen sus obras, como dice claramente Job: “Porque ¿cuál es la esperanza del impío, por mucho que hubiere robado, cuando Dios le quitare la vida?”. (27:8).
            Jesús dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.” (Mt 6:19,20). Es mejor invertir nuestros esfuerzos en el más allá, porque los bienes materiales que alcancemos en la vida presente se esfumarán en la muerte, y nada podremos llevarnos, ni los necesitaremos.
            Con mucha razón David escribió: “No temas cuando se enriquece alguno, cuando aumenta la gloria de su casa; porque cuando muera no llevará nada, ni descenderá tras él su gloria.” (Sal 49:16,17). ¿Habrá alguien que pueda decir al llegar al otro mundo: Yo he sido tal y tal cosa en la tierra. Exijo que se me trate con la consideración debida a mi rango?
8. “El justo es librado de la tribulación; mas el impío entra en lugar suyo.”
Cuando la tribulación amenaza el justo es librado de ella por la mano de Dios, quien “en su lugar pone al malvado”. (Versión “Dios Habla Hoy”, c.f.21:8). Eso fue lo que ocurrió con Amán, que fue colgado en la horca que él había preparado para Mardoqueo (Est 7:10); y con los acusadores de Daniel, que fueron echados al pozo donde antes habían echado a Daniel, que no sufrió ningún daño porque un ángel lo libró de las fauces de los leones (Dn 6:23,24). Y también con el apóstol Pedro, que estaba en la cárcel esperando ser ajusticiado después de la Pascua, cuando un ángel lo libró milagrosamente de sus cadenas. Enfurecido el rey Herodes Agripa mandó matar a los soldados que lo custodiaban como si ellos tuvieran la culpa (Hch 12:4,6-19).
            La rectitud permite escapar de la trampa, pero la impiedad hace caer en ella. Por eso es bueno recordar lo que dice el salmo 34:19: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo librará Jehová.” Y asentir con Isaías: “Daré pues hombres por ti, y naciones por tu vida” (43:4b).
9. “El hipócrita con la boca daña a su prójimo; mas los justos son librados con la sabiduría.”
La boca es el arma preferida de los malévolos e intrigantes. Sin embargo, Dios le dio al hombre la boca para que con su lengua hiciera el bien, trayendo paz donde hubiere conflictos, consuelo donde hubiere pena, confortando al atribulado y aconsejando al que lo necesite. No para hacer daño. La boca es pues un arma de doble filo, según quién y para qué la emplee.
¿Cómo empleas tú tu boca? ¿Para hacer el bien, o para hacer daño? ¿Son tus palabras agradables de oír para los que las escuchan, o les quitan la paz y los atormentan? ¿Fomentan la concordia, o la división? ¡Cuántas palabras ociosas, o dañinas, habremos pronunciado en nuestra vida, de las que algún día deberemos dar cuenta! (Mt 12:36).
            En lugar de “hipócrita” algunos autores prefieren aquí “impío”, el cual con su boca necia, carente de sabiduría, daña a su prójimo. ¿Cómo lo hace? Intrigando, mintiendo, calumniando, insultando. Al respecto escribe Santiago: “La lengua es un fuego, un mundo de maldad… Está puesta entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.” (3:6) La lengua contamina todo el cuerpo, porque quien la usa mal mintiendo se llena del mal que profiere, y puede llegar hasta enfermarse por el veneno que pronuncia. Él dice “inflama la rueda de la creación…”, por las perturbaciones que la lengua con sus mentiras e intrigas causa. De ello tenemos varios ejemplos en la Biblia: Amán, que con su maledicencia casi logra que se destruya en un solo día al pueblo judío que vivía en Persia (Est 3:8-12).
            Siba, el perverso criado de Mefiboset, que obtuvo que David le otorgara todos los bienes de su amo, al que había calumniado (2Sm 16:1-4), aunque el despojo fue después parcialmente rectificado por el rey (2Sm 19:24-30).
            Jesús nos advirtió contra los falsos profetas, que vendrán como lobos rapaces vestidos de ovejas para devorar al rebaño si el pastor se descuida (Mt 7:15). El apóstol Pedro también nos previno contra los falsos profetas y maestros que con sus palabras fingidas y halagüeñas tratarán de introducir herejías en la iglesia, pervirtiendo las buenas costumbres (2P 2:1-3). ¿Cómo pueden los fieles ser librados de estos agentes de Satanás? Mediante el Espíritu Santo y el conocimiento de Dios y de su palabra, que los arma como una coraza contra las artimañas del maligno. Por algo nos exhorta Pedro: “Añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento.” (2P 1:5).
            Pero el justo que fue dañado se libra de ese perjuicio mediante la sabiduría que le da su justicia, la cual se expresa a través de la boca. Aquí pues se contraponen boca y boca, necedad y sabiduría. (cf Pr 18:21)
            Una de las maneras cómo el hipócrita puede causar daño al justo es mediante la lisonja, no sólo con el chisme o la calumnia, que es más insidiosa (cf 29:5). Pero el justo es librado de todo ello con la sabiduría que le da el temor de Dios (Sir 19:18), la cual le otorga el don de una mirada que penetra en el corazón de los impíos descubriendo sus dobleces. De ahí que Isaías diga a los impíos: “Tomad consejo, y será anulado; proferid palabra, y no será firme, porque Dios está con nosotros.” (8:10). Si está con nosotros no está con ellos.
            Los dos proverbios siguientes están íntimamente relacionados y suelen comentarse juntos. De hecho, la Septuaginta suprime la segunda línea del versículo 10 y la primera del vers. 11, construyendo un nuevo proverbio cuyo sentido, según Delitzsch, es: “Por las bendiciones y oraciones piadosas del recto la ciudad se alza siempre a una mayor eminencia y prosperidad; mientras que, al contrario, las habladurías engañosas, arrogantes y blasfemas del impío la arruinan.”
10. “En el bien de los justos la ciudad se alegra; mas cuando los impíos perecen hay fiesta.”
Este proverbio antitético expresa una verdad doble que es más que obvia. Comencemos por la primera. Los pueblos reconocen y aprecian la rectitud de los hombres, porque en ellos ven un ejemplo y un modelo a seguir. Cuando el justo alcanza una posición de autoridad, saben que va a actuar de una manera precisamente justa, y que no abusará del poder que se le otorgue. En cambio ¡cuánto tienen que sufrir por las arbitrariedades y abusos del impío! El malvado deja a su paso un reguero de lamentos, injurias e insultos. Aunque a veces sepa disimular, su accionar tiene siempre consecuencias negativas. Por eso cuando desparecen los impíos la gente da un suspiro de alivio. Ya no están más en condiciones de hacer daño.
            Pero es notable que aun los impíos admiren al justo, como ocurría con el rey Herodes, el Tetrarca, que protegía a Juan Bautista de los malos designios de Herodías, a pesar de que Juan lo acusaba de adulterio por haber tomado a la mujer de su hermano. La Escritura dice que se quedaba perplejo oyéndolo, “pero lo escuchaba de buena gana.” (Mr 6:20). No obstante, lo hizo decapitar, satisfaciendo el capricho de Salomé, impulsada por Herodías (Mt 14:6-11).
            Cuando los justos ocupan cargos de autoridad la población se alegra, como dice Pr 29:2a, porque saben que los asuntos públicos serán administrados de manera sabia y honesta. Eso sucedió cuando Mardoqueo fue investido de autoridad, sucediendo al impío Amán (Est 8:15).
            ¡Cuánto bien le hizo el rey Ezequías a su pueblo gobernando con justicia, y restableciendo el culto del templo que había sido descuidado! (2Cro 29). ¡O el sacerdote Joaiada que, mientras vivió, ejerció una buena influencia en el rey Joas que él había hecho colocar de niño en el trono! (2Cro 23:3-24:2) ¡Y cuánta falta le hizo después cuando murió, y los príncipes retornaron al culto de los ídolos!
            Y mucho antes que ellos ¡cuánto bien le hizo a su pueblo el rey Salomón gobernando con la sabiduría que le había pedido a Dios, antes de que su corazón se corrompiera! (1R 11:4-8).
            La ciudad se alegra en el bienestar del justo y en la muerte del impío, porque los impíos, cuando gobiernan, hacen daño a la población y cometen grandes injusticias. Por ello el pueblo gime (cf Pr 29:2b) y “tienen que esconderse los hombres” porque son perseguidos (28:12b, 28a). ¡Qué bueno es que nosotros vivamos siendo deseados por todos, y que muramos siendo lamentados!
            En el Haiti del dictador Duvalier, y del presidente Aristide, hace dos décadas, la partida del primero alegró al pueblo, pero el regreso del segundo aún más. El primero presidió un régimen de terror y de opresión, mientras que el segundo representaba la esperanza de la consolidación de la democracia y del cese de los abusos. (Véase Sir 10:1-3).
11. “Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida; mas por la boca de los impíos será trastornada.”
¿Por la bendición que pronuncian los rectos, o por la bendición que les viene? Para estar de acuerdo con la segunda línea, sería lo primero. De hecho la boca del recto bendice a la ciudad y promueve su progreso, mientras que el impío la trastorna.
            La presencia de personas rectas es una bendición para la ciudad, no sólo porque la hacen prosperar y hacen que la población se alegre, sino porque atraen la bendición de Dios sobre ella. (cf Pr 29:2a). En cambio los agitadores  y los demagogos desatan el caos: “Los hombres escarnecedores ponen la ciudad en llamas” (29:8a).
La historia nos muestra que cuando gobiernan los justos reina la justicia y las ciudades prosperan, mientras que cuando los impíos gobiernan se cometen toda clase de abusos, la gente emigra y la economía decae. Esto lo estamos viendo en un país de nuestro continente que antes gozaba de gran bonanza, pero donde hoy la gente padece por todo tipo de carencias, y sufre incontables atropellos.
            Este proverbio opone la boca del recto a la boca del impío. El primero bendice a su ciudad y atrae beneficios sobre ella (cf 14:34; 28:12a). La boca del segundo, en cambio, no sólo profiere maldiciones, sino que también habla mentiras y palabras de odio que enardecen los ánimos; y encima de ello, pronuncia sentencias injustas que provocan la reacción indignada de los afectados. Todo ello nos recuerda otro proverbio que dice: “La muerte y la vida están en el poder de la lengua.” (18:21a) El progreso y el bienestar de la sociedad es promovido por las palabras que pronuncian los rectos, que influyen favorablemente en el ánimo y actitudes de la población, promoviendo la paz y la concordia con sus buenos consejos y sus oraciones (Jr 29:7). En cambio, los chismosos, los revoltosos y los demagogos con sus palabras mentirosas trastornan la vida de la población, provocando desórdenes que con frecuencia causan víctimas mortales.
Nota: La Septuaginta traduce la primera línea así: “Cuando muere el hombre recto su esperanza no se desvanece,” en claro contraste con la segunda.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#945 (02.10.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


martes, 1 de agosto de 2017

EL PESO FALSO ES ABOMINACIÓN A JEHOVÁ

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL PESO FALSO ES ABOMINACIÓN A JEHOVÁ
Un Comentario de Proverbios 11:1-6
En el capítulo 11 figuran con frecuencia las palabras “justo” y “justicia”, y sus contrarios, las palabras “impío” e “impiedad”. Pero la temática es variada y abarca varios aspectos de la vida.
1. “El peso falso es abominación a Jehová, mas la pesa cabal le agrada.”

El peso falso (el original hebreo dice “la balanza falsa”) es el fraude en las transacciones comerciales, el engaño consciente y planeado para obtener una ganancia a costa de la credulidad o de la buena voluntad del prójimo. Eso desagrada mucho a Dios, (20:10,23. Ver también Lv 19:35,36; Dt.25:13-16). Él lo detesta, al punto que lo llama “abominación”, palabra que en otros lugares es aplicada a cosas execrables, como la idolatría (Dt 7:25), los sacrificios humanos y las perversiones sexuales (1R 14:24; 2R 16:3; Lv 18:22; 20:13). En cambio, la honestidad, la transparencia en los tratos le agrada. Más que eso, es su delicia (ratson). Por eso los profetas denuncian con palabras severas el fraude en las transacciones comerciales (Am.8:4-8; Miq.6:10,11). (Nota) Como al principio no se acuñaban monedas, el oro y la plata eran pesados para realizar pagos. De ahí la importancia de tener pesas y balanzas exactas. La razón es sencilla. La estabilidad del comercio depende de la confiabilidad de las balanzas, las pesas y las medidas. La justicia de Dios es el “estándar” al cual deben sujetarse para que haya paz. Cuán importantes eran ellas para Dios puede verse en el proverbio 16:11: “Peso y balanzas justas son de Jehová; obra suya son todas las pesas de la bolsa.” Las pesas eran llevadas en una bolsa para que el comprador pudiera verificar su exactitud con los comerciantes del lugar: “No tendrás en tu bolsa pesa grande y pesa chica” (Dt 25:13; cf Ez 45:10). Entiéndase, pesa grande para comprar, pesa chica para vender.
Pero peso falso es también en las relaciones humanas todo lo que aparenta ser lo que no es. El que se muestra solidario, pero en realidad no lo es; el que aparenta amistad, pero va siempre en busca de lo suyo; el que ofrece, pero no cumple, etc. En cambio, el que promete y cumple, el amigo fiel, el que ve el dolor ajeno como propio, ése agrada a Dios.
El ojo de Dios recorre la tierra observando todas las acciones humanas (2Cro 16:9; Pr 15:3; Zc 4:10). Se deleita en algunas, y abomina otras. Él desea que en el campo de las transacciones nosotros seamos perfectamente justos y honestos, como Él lo es (Sal 11:7).
2. “Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; mas con los humildes está la sabiduría.” 
Aquí se contraponen la soberbia y la humildad. La primera lleva a la deshonra; la segunda, a la sabiduría, lo que permite concluir que la soberbia es necedad, mientras que la humildad, siendo sabia, terminará siendo honrada.
Cabría preguntarse si se trata de la deshonra del soberbio, o de aquellos a los que el soberbio humilla.  A juzgar por el segundo estico, sería lo primero. Este proverbio es una variante, o desarrollo, de aquel que dice: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu.” (16:18).
En el Antiguo Testamento hay muchos casos que ilustran esta verdad históricamente. El faraón que se negó repetidas veces a dejar salir de Egipto al pueblo hebreo sufrió por ello repetidas humillaciones y derrotas, y finalmente, la destrucción de su ejército que pereció ahogado en el Mar Rojo (Ex 14:21-28). El mismo pueblo hebreo, que se rebeló contra Dios que los había sacado del cautiverio egipcio con maravillas y prodigios, y que no obstante, estando a las puertas de la Tierra Prometida, quiso designar un capitán que los hiciera volver a la tierra de servidumbre (Nm14:1-4; Nh 9:16,17). Como consecuencia Dios decretó que ninguno de los que se habían rebelado contra Él, de veinte años para arriba, entraría en la tierra, salvo Caleb y Josué; todos los demás morirían en el desierto, por lo cual la congregación tuvo que deambular pastoreando en el yermo durante 40 años (Nm: 20-25, 32-35).
A lo largo de su historia los israelitas no quisieron en su soberbia escuchar la voz de los profetas que Dios les enviaba para amonestarlos, hasta que por fin vieron que la ciudad santa era conquistada por los babilonios, y la crema y nata de la sociedad hebrea era enviada al exilio (2Cr 36:17-21 Jr 25:8-11).
Que la soberbia precede a la caída (Pr 16:18) lo vemos desde el inicio de la creación del hombre, cuando Eva fue tentada por la serpiente a ser como Dios, y comieron ella y su marido del fruto prohibido y, como consecuencia, se dieron cuenta de que estaban desnudos (Gn 3:1-7). Peor aún, huyeron de la voz de Dios que los llamaba, porque tuvieron miedo a causa de su desnudez (Gn 3:8-10).
Los descendientes de Noé establecidos en la llanura de Sinar, que hablaban todos una misma lengua, se propusieron construir una ciudad y una torre “cuya cúspide llegue al cielo” nada menos, y con ello hacerse un nombre para el caso de que fueran esparcidos por toda la tierra. Pero Dios confundió su lengua para que ninguno entendiera a su vecino. De esa manera les sucedió lo que querían evitar: ser esparcidos por toda la tierra y que los pueblos descendientes de ellos no se entendieran entre sí, porque hablaban distinto lenguaje (Gn 11:1-9).
El rey Uzías se hizo poderoso al fortalecer su ejército, pero se enalteció su corazón y pretendió quemar incienso en el altar, algo que estaba reservado a los sacerdotes. Cuando ellos quisieron oponerse, se encendió su ira, y le brotó lepra en la frente, por lo que tuvo que ser recluido hasta su muerte, y gobernó su hijo Jotam en su lugar (2Cro 26:16-21).
Amán se jactó de sus riquezas y del poder que había logrado gracias al favor del rey (Est 5:10,11), pero terminó siendo colgado en la horca que él había hecho preparar para Mardoqueo, su odiado enemigo (7:10).
El rey Herodes Agripa permitió que el pueblo le aclamara como a Dios, pero un ángel del Señor le tocó y murió comido de gusanos (Hch 12:21-24)
Pero ¿qué mayor ejemplo que el de Nabucodonosor, el soberano más poderoso de su tiempo, que se jactó de la belleza de su capital, Babilonia, que él había construido, y que de golpe se vio reducido a la condición de una bestia del campo? (Dn 4:29-33)
“Cuando viene la soberbia viene también la deshonra”, porque el soberbio, el altanero, suele comportarse de una manera que ofende a los demás. Pero al final cosecha el fruto de su arrogancia, porque “el que se exalta será humillado.” (Mt 23:12; Lc 14:11; 18:14).
2b. “Mas con los humildes está la sabiduría.” La sabiduría no está en lo alto, no tenemos necesidad de subir al cielo para traerla, no está en la mucha ciencia ni en la mucha erudición, sino en la simplicidad de espíritu, en la humildad de corazón, en la pureza (“¡Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios!” Mt 5:8).
¿Qué mayor fuente de sabiduría, qué mejor libro, que contemplar el rostro de Dios? Los que son como niños captan las verdades con una lucidez que ninguna escuela puede dar. Sin embargo, nosotros despreciamos a los humildes, porque en muchos casos no saben expresarse, o porque su aspecto no inspira respeto. Quizás sean, en efecto, unos ignorantes. Pero ¿a cuántos revelará Dios secretamente cosas que a los sabios les están vedadas? (Sal.51:6).
La arrogancia es una coraza para la luz del espíritu ¡y cuántos, creyéndose espirituales, se acercan a Dios armados de esa coraza! ¡Como si esa coraza tuviera una falla que permitiera que fueran heridos por un rayo de la luz inmarcesible! ¡Quiera Dios que siempre estemos desarmados de todo amor propio, de toda suficiencia, para que su luz nos llene y alumbre todos los rincones de nuestra alma, de manera que veamos sin engaño nuestra miseria!
Notemos que en este estico se dice "con los humildes está la sabiduría", mientras que el segundo estico de Pr 13:10 se dice "con los avisados". Luego el avisado es humilde, y viceversa, el humilde, avisado, es decir, sabio. En efecto, el hombre verdaderamente sabio es humilde, porque reconoce que lo que sabe es nada comparado con lo que ignora.
3. “La integridad de los rectos los encaminará; pero la perversidad de los pecadores los destruirá.” 4. “No aprovecharán las riquezas en el día de la ira; mas la justicia librará de muerte.” 5. “La justicia del perfecto enderezará su camino; mas el impío por su impiedad caerá.” 6. “La justicia de los rectos los librará; mas los pecadores serán atrapados en su pecado.” 
Estos proverbios expresan pensamientos semejantes. A manera de ilustración: Si a un hombre honesto se le ofrece, a cambio de un soborno, participar en una operación dolosa, su sentido de lo justo le impedirá aceptar la propuesta y, de esa manera, se librará de ser acusado como cómplice cuando se descubra la maniobra. En cambio, el impío acepta la propuesta y cae en la trampa que su deshonestidad le ha tendido. Por ello puede decirse que el camino más seguro, la decisión más acertada, es siempre el camino honesto, aunque a corto plazo pueda parecer desventajoso. En cambio a la larga, la deshonestidad paga mal.
No hay contradicción entre los vers. 11:5 y 3:6 (“Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas.”) en el sentido de que, según el primero, es la justicia del hombre, sin necesidad de la de Dios, la que endereza sus caminos, mientras que, según el segundo, es Dios quien lo hace. Lo que ocurre es que “justicia” tenía el sentido de obedecer los mandamientos de Dios. Tener en cuenta a Dios supone precisamente acatar sus mandamientos. O dicho de otro modo, el piadoso es justo porque reconoce a Dios en todos sus caminos. De ahí le viene su justicia.
3. La integridad (concepto emparentado al de justicia) del recto lo encamina, es decir, lo conduce hacia el bien; mientras que la perversidad, que es lo contrario, lo descamina, lo destruye. (c.f. 10:9,29; 13:6,21; 28:18). De otro lado, las cosas que la impiedad impulsa a hacer al impío son las que causan su caída. Cosa semejante dice el v.5.
La integridad hace caminar derecho.  En cambio, a los deshonestos tarde o temprano, se les descubrirá sus trapacerías. El vers. 3 está  ligado a los vers. 5  y 6  que desarrollan y amplían el mismo pensamiento. La integridad es aquí una disposición del corazón que aparta al hombre instintivamente de lo malo e  incorrecto. El íntegro busca la luz; en cambio, el perverso se orienta hacia lo oscuro y torcido. Cada cual recoge el fruto de lo que siembra. Al recto su conducta íntegra le permite escapar de las trampas en las que cae el impío. (c.f.10:9,29; 13:6,21; 20:7).
4. “No aprovecharán las riquezas en el día de la ira; mas la justicia librará de muerte.”
“El día de la ira” es aquí el día en que sucede una desgracia (guerra, catástrofe natural, etc). Las riquezas son impotentes en esas ocasiones (Sof 1:18; Ez 7:19), pero Dios cuida del justo y lo libra. (c.f. Pr 11: 28;10:2; Sal.49:6-9; Sir.5:8). Un poeta medioeval llama “dia de la ira” (dies irae) al tremendo juicio final (Mt 25:31-46) en el que cada cual recibe su merecido, como se dice en Gal 6:7: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará.”
“La justicia librará de muerte”. Un ejemplo de la verdad de este dicho –que recuerda lo que dijo Jesús en Jn  8:51- es el caso de Noé, que fue librado de morir, él y su familia, en el diluvio, porque Dios vio que él era justo en medio de una generación perversa (Gn 7:1). Pero nadie puede comprar un minuto de vida con su dinero cuando le llega la hora, y menos podrá comprar el perdón de Dios si ha pecado, porque es gratuito (Jb 36:18,19). Las riquezas que se poseyeron en vida no pueden ni siquiera comprar una gota de agua para refrescar la lengua del condenado, como nos enseña la historia del rico y de Lázaro que narra Lucas 16:19-25.
5. “La justicia del perfecto enderezará su camino; mas el impío por su impiedad caerá.”
Si la justicia endereza, la impiedad tuerce. La primera hace andar por caminos rectos que llevan a puerto feliz; la segunda hace andar por caminos torcidos que llevan al abismo. La justicia del perfecto y la impiedad del impío están en este proverbio contrastadas en sus resultados.
La justicia del que ha nacido de nuevo libra de la condenación, mientras que a los pecadores la muerte los alcanza en estado de pecado y, por tanto, serán condenados.
Cuando en la Escritura se habla de camino, “torcido” se refiere al mal camino, el camino por el que uno se desvía y se despeña. Mal camino es lo mismo que conducta descarada, perversa, y es lo contrario a camino recto. La justicia, que es obediencia a la voluntad de Dios, hace que el hombre camine rectamente, esto es, que obre bien, que tenga una buena conducta.
6. “La justicia de los rectos los librará; mas los pecadores serán atrapados en su pecado.”
Este proverbio presenta una idea afín a la del proverbio anterior, señalando el  contraste entre la suerte del recto y la del impío, que en el día de la ira perecerá en su pecado. Morir en su pecado es morir sin arrepentirse y, por tanto, sin ser perdonado, lo que equivale a condenarse. También podría interpretarse: el impío morirá a causa de su pecado.
Nota: Vale la pena notar que en la antigüedad se usaban piedras como pesas, y era fácil reducir su tamaño. En Israel los sacerdotes del templo eran los encargados de establecer los patrones de peso y medidas. Por eso se hablaba del “siclo del santuario” (Ex 38:26).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#944 (25.09.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).