viernes, 23 de marzo de 2012

ENCARCELADOS EN FILIPOS

Por José Belaunde M.


Consideraciones acerca del libro de Hechos XIII

La pequeña comitiva formada ahora por Pablo y sus tres acompañantes: Silas, Timoteo y Lucas, se embarcó en Troas, pasó al día siguiente de largo por la pequeña isla de Samotracia, desembarcó en el puerto de Neápoles y subió a la ciudad más importante del primer distrito de la provincia romana de Macedonia, que llevaba el nombre de Filipos, el padre de Alejandro Magno, donde permanecieron algún tiempo. (Nota 1). Lucas puntualiza que la ciudad era una colonia romana. Esto quiere decir que allí había estacionada una guarnición romana, y que la ciudad era administrada según las leyes y la constitución de la capital del imperio, y además que estaba exenta del pago de impuestos. (v. 11,12).


Esta es la primera ciudad donde explícitamente se dice que Pablo no empezó su labor evangelística yendo el día sábado a la sinagoga porque, aparentemente, pese a la importancia de la ciudad, no había una. Eso es curioso porque no había ninguna ciudad importante del mundo greco-romano de entonces donde no se hubiera establecido una comunidad judía suficientemente grande, en que hubiera por lo menos diez varones (minyam) que era el mínimo exigido para establecer una sinagoga.


Por ese motivo los pocos judíos que vivían en la ciudad se reunían a orar en una capilla junto al río Gangites, a un kilómetro y medio de las puertas de ciudad. Pablo y su grupo, que deben haber estado desconcertados de que no se les abriera inmediatamente una puerta grande para la predicación del Evangelio, en vista del llamado sobrenatural que los había llevado a ese lugar, se sentaron junto a las mujeres que estaban en la capilla, y Pablo empezó a hablarles. Una de ellas, llamada Lidia, que aparentemente no era judía sino una mujer gentil “temerosa de Dios”, que es lo que las palabras “que adoraba a Dios” parecen indicar, fue tocada por las palabras que escuchó y creyó (v.14). E inmediatamente fue bautizada ella y su familia. El texto no indica si sus familiares estaban con ella en la capilla junto al río cuando hablaba Pablo, o si ella fue a su casa a buscarlos para que también oyeran. Lo cierto es que ella creyó junto con los suyos. ¡Cuál debe haber sido el entusiasmo que el encuentro con Cristo produjo en la mujer que ella enseguida invitó al grupo de desconocidos a alojarse en su casa! Y debe haberlo hecho de una manera insistente, pues Lucas escribe: “nos obligó a quedarnos” (v.15), quebrando la resistencia inicial de ellos. Ella debe haber sido una persona de medios de fortuna para permitirse hacer esa invitación. Al aceptar su invitación Pablo rompió con su costumbre de sostenerse a sí mismo y a sus colaboradores con su trabajo de fabricante de tiendas (Ver Hch 18:3; 1Cor 9:4-18). Pero lo hizo porque habría sido una descortesía negarse. No deja de ser sorprendente, sin embargo, que ella invitara sin más a su casa unos desconocidos. Pero la presencia del Espíritu hace que surja una confianza natural entre las personas que lo tienen.


Al sostenerse a sí mismo con un oficio manual Pablo seguía una tradición rabínica que debe haber aprendido a los pies de Gamaliel (Hch 22:3), según la cual “el que obtiene una utilidad con las palabras de la Torá, contribuye a su propia destrucción”. Él seguía esta costumbre porque no deseaba que se le pudiera acusar de propósitos mercenarios al predicar el Evangelio. De otro lado, él concede que otros puedan seguir la norma dada por Jesús: “el obrero es digno de su salario.” (Mt 10:10; 1Cor 9:14; 1Tm 5:18).


Lidia, –que fue la primera persona convertida por Pablo en Europa- era originaria de Tiatira, ciudad de Asia Menor, una de la siete ciudades de la provincia romana de Asia a cuyas iglesias son dirigidas las cartas mencionadas al inicio del Apocalipsis (Ap 2:18-29). Ella –dice el texto- se dedicaba al comercio de púrpura, sin indicar si vendía sólo el colorante, o también telas teñidas con ese color.


La púrpura es un colorante rojo extraído de unos moluscos, y como era sumamente caro, sólo las personas muy ricas e importantes podían vestirse con mantos teñidos de ese color. Por ese motivo la púrpura era símbolo de realeza. Se recordará que los soldados romanos colocaron sobre las espaldas de Jesús un manto de color púrpura (seguramente viejo) para burlarse del que era llamado “rey de los judíos”. (Mr 15:17; Jn 19:2). Según Mt 27:28 el manto era de color escarlata, que es menos intenso que la púrpura.


Poco tiempo después ocurrió un inconveniente muy singular. El texto dice que cuando Pablo y sus acompañantes –incluyendo a Lucas- iban al lugar de la oración a orillas del río -¿en día de reposo o en día ordinario? no se especifica- les salió al encuentro una muchacha “que tenía espíritu de adivinación”. (2). En esos tiempos una de las manifestaciones más notorias de la influencia de Satanás en el mundo pagano era la presencia de un “espíritu de adivinación” o de oráculos, que se manifestaba en algunos lugares que eran famosos –como en Delfos, donde había una pitonisa renombrada- y hasta en personas ordinarias. Mucha gente acudía a estos lugares pagando por las predicciones y augurios que recibían.


Había pues en la ciudad una muchacha esclava que tenía ese espíritu, a quien seguramente mucha gente consultaba –como en nuestros días la gente va a los cartomancistas- pagando una suma que iba a los bolsillos de sus amos (v.16).


Esta muchacha se puso a seguir a Pablo y a su grupo durante varios días seguidos gritando a gran voz: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación.” (v.17). (3).


Cabe preguntarse: si el espíritu de adivinación es satánico ¿porqué se ponía a hacer propaganda al apóstol y a los suyos? ¿Estaría Satanás a favor de que la gente se convirtiera a Cristo? ¿No dijo Jesús que un reino dividido contra sí mismo no puede subsistir? (Lc 11:17)


El hecho es que Pablo terminó por impacientarse de tener esta ayuda no solicitada, y volteándose hacia la muchacha, increpó al espíritu ordenándole que saliera en nombre de Jesucristo. Lo cual al instante ocurrió.


¿Por qué se molestó Pablo si después de todo lo que la muchacha hacía le favorecía, pues atraía a la gente en torno suyo? Él debe haber pensado que el espíritu de adivinación no lo estaba ayudando realmente, sino al contrario, estaba fomentando un ambiente de excitación a su alrededor que no era favorable a la exposición calmada del Evangelio, y posiblemente estaba creando también una resistencia interna a su prédica entre sus oyentes por la presencia del mal espíritu.


Cuando sus amos vieron que debido a la reprensión de Pablo, la muchacha había perdido el espíritu de adivinación que les proporcionaba pingües ganancias, se abalanzaron sobre Pablo y Silas y los llevaron al foro (4), acusándolos ante las autoridades (en griego stratégoi, en latín praetores) de pervertir al pueblo con sus enseñanzas. ¡Cuántas veces la predicación de la Palabra afecta los intereses económicos o comerciales de personas inescrupulosas provocando una oposición enardecida!


¿En qué pudo haber consistido objetivamente la acusación tendenciosa que les dirigieron? Ellos sabían que Pablo y Silas eran judíos y, por tanto, asumían que eran practicantes de una religión que era tolerada en el Imperio Romano, pero sobre la que pesaban muchos prejuicios, pues no teniendo un dios visible personificado en estatuas, eran considerados “ateos”, y estaban además prohibidos de hacer proselitismo. Siendo judíos los acusados, los magistrados de la ciudad no tenían cómo distinguir entre el naciente Evangelio y el judaísmo. (v. 19-21).


La multitud que se juntó como consecuencia del bullicio, y los propios magistrados que castigaron a los acusados por la plebe sin concederles la palabra ni juzgarlos propiamente (v.37), pueden haber estado movidos por un sentimiento antijudío, que era muy extendido en todo el Mediterráneo, debido a las costumbres singulares de ese pueblo y a su exigente moral sexual, que los apartaba del resto de la población.


Las autoridades actuaron sin consideración alguna pues les rasgaron la ropa que llevaban puesta, para dejar su piel al descubierto, y “ordenaron azotarlos con varas” y meterlos en la cárcel (v.22,23). Los azotes que recibieron pueden muy bien haber superado el número de 40 menos uno que permitían los judíos como máximo, según lo ordenado por Moisés (Dt 25:3), pues sus verdugos no eran judíos sino macedonios romanos que no guardaban esas consideraciones e ignoraban la ley mosaica. Pablo, en su segunda carta a los Corintios, no se queja de ése y otros severos maltratos recibidos, sino al contrario, se jacta de ellos como formando parte de sus títulos en el Evangelio, y de sus credenciales como apóstol (2Cor 6:4,5; 11:25). En otra parte él dirá que se goza en sus tribulaciones (2 Cor 7:4), porque ellas lo identifican con Cristo y producen en él un excelente y eterno peso de gloria, refiriéndose a su recompensa futura.


Y nosotros ¿cómo reaccionamos ante las adversidades y las injusticias que sufrimos en nuestro caminar con Cristo? ¿No nos quejamos y lamentamos acaso preguntando llorosos por qué lo permite Dios? ¿No será porque queremos llegar al cielo desembarazados de todo “peso de gloria”, y preferimos nuestra comodidad presente a la recompensa futura?


El carcelero, que no debe haber sido un hombre de sentimientos tiernos, los encerró en el calabozo más profundo y aseguró sus pies en el cepo (v. 24). (5). ¿Pueden imaginarse el hedor de ese lugar sin ventilación?


Pablo y Silas estaban en las peores circunstancias imaginables, capaces de demoler el ánimo y de desalentar al más esforzado. Sin embargo, ellos cantaban y alababan a Dios. Se gozaban porque aun en ese calabozo estaban en la presencia de Dios que los consolaba. Eso les bastaba para estar alegres.


El texto dice: “y los presos los escuchaban.” (16:25) y seguramente se admiraban de que estando en esa situación pudieran alegrarse en lugar de lamentarse. Notemos: Todo lo que al hombre natural aflige, para el espiritual es motivo de alegría. Todo lo que sería para uno derrota, es para el otro victoria. Los hombres que cantan estando en cadenas, son hombres que no pueden ser encadenados.


Cuando Pablo y Silas estaban alabando y cantando gozosos al Señor a media noche “sobrevino de repente un gran terremoto”, de modo que todo el edificio tembló desde los cimientos, y de pronto, de una manera milagrosa, las puertas de la cárcel se abrieron y las cadenas que sujetaban a los presos –incluyendo el cepo- se soltaron (v.26). La alabanza en medio de la oscuridad de la prisión desató el poder del cielo que sacudió el lóbrego edificio e hizo que las cadenas se cayeran.


El carcelero -que aparentemente no dormía en la misma cárcel sino suponemos al lado con su familia- se despertó con el movimiento, corrió a la cárcel, y al ver las puertas de la cárcel abiertas, sacó su espada para matarse pensando que los presos, aprovechando la conmoción, habían escapado, ya que él respondía con su vida por el encarcelamiento de ellos. Pero Pablo, que vio desde el interior –si era de noche cómo lo vio no sabemos, pero pudo haber visto su silueta contra la luz que entraba por la puerta- lo que el hombre iba a hacer le gritó: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí.” (v.27,28). No sólo estaban Pablo y Silas ahí, sino también los demás prisioneros, cuando lo natural era que hubieran aprovechado la oportunidad para escapar. Ellos estaban sobrecogidos por el poder de la alabanza de los dos evangelistas. ¿Se convertirían algunos de ellos? Es posible. Los cánticos de Pablo y Silas eran para ellos más elocuentes que la mejor prédica.


Entonces el carcelero, temblando, tomó una luz, corrió adentro y se precipitó a los pies de Pablo y Silas, los sacó afuera y les preguntó: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” (v.29, 30).


¿Por qué motivo les hizo él esa pregunta? ¿Qué sabía él de la salvación? Quizá había oído algo de lo que Pablo y Silas cantaban, o había escuchado en los días anteriores algo de su prédica en la ciudad, u oído hablar de ella. No sabemos. Pero lo cierto es que, conmovido por el milagro, tuvo como una revelación interior de las realidades espirituales que él necesitaba conocer, y de su necesidad de salvación.


Pablo y Silas entonces le contestaron con una frase que se ha vuelto proverbial en la doctrina cristiana pues contiene una promesa divina: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” (V. 31; cf 11:14). Serás salvo no sólo tú, sino también tu familia contigo.


Pablo y Silas aprovecharon la oportunidad para predicar las buenas nuevas a todos los que estaban con él. El carcelero, ya convertido, se ocupó de curar las heridas que tenían Pablo y Silas y “le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa. Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos.” (v. 32,33). “Les lavó sus heridas y él mismo fue lavado de sus pecados” anota Juan Crisóstomo. (6)


¿Dónde y cómo se bautizarían? Era en ese momento imposible que se dirigieran al río para sumergirse en él. Debe haber habido, por tanto, ahí mismo, o muy cerca, una poza de agua suficientemente profunda como para hacerlo, o quizá había una cisterna, como era entonces común en todas las casas, aunque es poco probable que, siendo el agua de la cisterna utilizada para beber y cocinar, quisieran ensuciarla introduciendo sus cuerpos en ella. Hay por eso quienes sostienen que, siendo eso poco probable, la única forma cómo pueden todos haber sido bautizados es por aspersión, como se practica en muchas iglesias, no sólo en la Iglesia Católica, sino también en las iglesias ortodoxas, así como en las iglesias protestantes tradicionales. (7)


El carcelero hizo entonces algo inaudito, si se tiene en cuenta que él era responsable de la seguridad de los presos, y que no tenía autorización para liberar a ninguno de ellos: llevó a Pablo y a Silas a su casa, les sirvió de comer, “y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios.” (v.34).


Pablo y Silas deben haber pensado que los azotes padecidos eran poca cosa comparado con el gozo de ver cómo esta familia se convertía al Señor.


A la mañana siguiente los magistrados deben haber pensado que habían obrado precipitadamente al castigar y encarcelar a esos dos hombres, y enviaron decir al carcelero que los soltara, quien transmitió la buena noticia a sus dos prisioneros (v.35,36). Pero Pablo no aceptó ese trato, sino que afirmando su derecho como ciudadano romano a no ser azotado ni encarcelado sin ser sometido a un juicio previo, se negó a dejar la cárcel sin recibir las excusas apropiadas por parte de los magistrados que habían obrado inconsultamente (v.37). Éstos, al enterarse de que los dos presos eran ciudadanos romanos, y que habían violado la ley al tratarlos de esa manera se asustaron, temiendo que pudieran ser denunciados y perdieran sus cargos, sin perjuicio de sufrir alguna sanción mayor. (Notemos que la mansedumbre cristiana no impide que podamos reclamar nuestros derechos cuando han sido violados). Entonces ellos fueron a la cárcel y seguramente se deshicieron en excusas rogando a Pablo y Silas que se fueran de la ciudad. (v.38, 39).


Si ambos evangelistas hubieran sido otra clase de personas, posiblemente hubieran exigido que les dieran una suma de dinero en compensación del maltrato del que habían sido víctimas. Pero ellos habían sido ampliamente compensados por la cosecha de almas que hicieron como consecuencia de la injusticia sufrida. ¡Cuántas veces no había Pablo escrito que él se alegraba de sufrir por Cristo, sabiendo que ese padecimiento no era en vano! Y nosotros, ¿estamos dispuestos a aceptar penalidades y cansancio con tal de salvar un alma?


Pablo y Silas entonces, antes de abandonar la ciudad como les pedían para no aumentar el escándalo, fueron a casa de Lidia que los había alojado tan gentilmente, y reuniéndose con los hermanos de la naciente iglesia, los consolaron antes de partir (v.40).


Pablo guardará una estrecha relación con la iglesia de Filipos -como puede verse por el hecho de que le dedica una de sus más bellas epístolas (8)- sea por la cordial acogida que habían experimentado en casa de Lidia, sea más propiamente porque la había dado a luz, por así decirlo, con grandes dolores de parto. Aquello que logramos a costa de esfuerzos y sufrimiento nos es más querido que lo que alcanzamos fácilmente.

Notas: 1. Cerca de la ciudad tuvieron lugar el año 42 AC las tres batallas entre Octavio (el futuro emperador Augusto) y Antonio, y los conspiradores Brutus y Cassius, en las que los segundos fueron finalmente derrotados, sellando el final de la República Romana y el inicio del Imperio.


2. El original dice “espíritu de Pithón”, que en la antigüedad se refería a una serpiente mítica en la que Apolo, el dios de los oráculos, se habría encarnado, y que cuidaba el templo donde se rendía culto a ese dios, en la ciudad de Delfos.


3. El original no dice “el camino de salvación” sino “un camino de salvación”, y eso puede haber molestado también a Pablo pues implicaba aceptar que hubiera más de un camino de salvación, cuando bien sabía él que Cristo es el único nombre mediante el cual podemos ser salvos (Hch 4:12).


4. En las ciudades romanas (el nombre oficial de Filipos era “Colonia Augusta Julia Philippensis”) el lugar de reunión pública donde se trataban los asuntos de interés general y despachaban los magistrados se llamaba “foro”. En las ciudades griegas, como Atenas, según veremos luego, se llamaba “ágora”.


5. El cepo consistía en una pieza pesada de madera con huecos para las piernas, que se fijaba a la pared, y según fuera la distancia entre los huecos, podía ser tanto una manera de inmovilizar a los presos, como un instrumento de tortura. Tertuliano escribió al respecto: “Las piernas no sienten nada en el cepo cuando el corazón está en el cielo.”


6. Se ha discutido mucho acerca de si la frase “todos los suyos” incluye entre los que se bautizaron sólo a los adultos y a los que tenían uso de razón, o si incluye también a los niños pequeños. La respuesta que se dé a esa pregunta juega un papel muy importante en la discusión sobre el bautismo de los infantes. (Véase Hch 10:44-48; 11:14; 16:15 y 1Cor 1:16)


7. El bautismo por inmersión fue olvidado por la iglesia durante siglos, pero reapareció con los anabaptistas en Suiza al inicio de la Reforma, en el siglo XVI. Esa forma de practicar el bautismo fue adoptada por los bautistas, herederos de los anabaptistas, y luego por varias denominaciones surgidas posteriormente.


8. Pablo dedica un largo párrafo al final de esa epístola para agradecer a los filipenses por la frecuente ayuda económica que recibió de ellos (Flp4:10-18).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:


“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#718 (18.03.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 16 de marzo de 2012

PABLO ENCUENTRA A TIMOTEO Y A LUCAS

Por José Belaunde M.
Consideraciones acerca del Libro de Hechos XII

En el artículo anterior hemos dejado a Pablo y Silas atravesando la cordillera del Tauro por las famosas “Puertas de Cilicia” para llegar a Licaonia.

Las primeras ciudades que Pablo visitó en su nuevo periplo fueron Derbe y Listra. En esta última tuvo lugar el encuentro con quien se convertiría en el colaborador más cercano de Pablo, el joven Timoteo (Nota 1) que, aunque de padre pagano, era nieto e hijo de dos mujeres creyentes –Loida y Eunice respectivamente- que lo habían iniciado en la fe judía primero, y luego en la fe cristiana (2 Tm 1:5). Es posible que ambas mujeres se convirtieran a Cristo durante el primer viaje de Pablo.

El hecho de que él fuera hijo de un matrimonio mixto constituía un estigma para los judíos pues esas uniones les estaban prohibidas. (Pablo mismo en una de sus cartas se muestra contrario a la unión matrimonial de cristianos y paganos. “¿Qué comunión tiene Cristo con Belial?” 2 Cor 6:15a). Por eso él se apresuró a circuncidarlo, como dice el texto “a causa de los judíos que había en aquellos lugares.” (Hch 16:3). Que Timoteo no hubiera sido circuncidado de infante es explicable por el hecho de que su padre fuera griego, ya que la iniciativa de la circuncisión de los recién nacidos correspondía al padre, no a la madre. Pero él no hubiera podido predicar a los judíos si ellos se hubieran enterado de que siendo su madre judía- y por tanto considerado por ellos como judío- no estuviera circuncidado. (2)

No obstante, circunciso o no, él era muy apreciado por los creyentes gentiles de Listra e Iconio (Hch 16:2). Antes de unirse a Pablo se habían pronunciado profecías acerca de él (1Tm 1:18) y dones especiales le habían sido impartidos por la imposición de manos de los ancianos de su iglesia (1 Tm 4:14), en la que el propio Pablo participó (2Tm 1:6).

Él parece haber sido muy afectuoso (2Tm 1:4) pero, a la vez, tímido y de poca confianza en sí mismo (2Tm 1:6-8), pues la famosa admonición de Pablo acerca del espíritu de cobardía está dirigida a él. Pero de ningún otro de sus colaboradores se expresa Pablo tan elogiosamente como de él (1Cor 16:10,11; Flp 2:19-22) y a ningún otro llama “amado hijo” (1 Cor 4:17; 2 Tm 1:2), recalcando que es hijo suyo en la fe (1 Tm 1:2), lo cual no quiere decir necesariamente que se convirtiera por la predicación de Pablo, sino más probablemente que él lo instruyó y fue su mentor. En el curso del tiempo Pablo le encomendaría diversas misiones y, especialmente, en una ocasión dejaría a su cargo la iglesia de Éfeso mientras él proseguía a Macedonia (1 Tm 1:3). Según Hb 13:23 Timoteo estuvo preso algún tiempo en Roma.

Timoteo, hijo de padre gentil y de madre judía, ejemplifica la naturaleza esencialmente mixta de la iglesia de los primeros tiempos, formada por unos y otros, hasta que el componente judío fue poco a poco desapareciendo, o perdiendo su identidad racial, tal como Pablo lo había expuesto: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gal 3:28). (3)

¡Cuánta utilidad puede haberle reportado a un apóstol esforzado como Pablo contar con un colaborador fiel y plenamente identificado con su espíritu y su obra como lo era Timoteo! ¿Podemos dudar de que fuera Dios el que lo había preparado para dárselo en el momento oportuno?

El relato dice que al proseguir Pablo su recorrido por la ciudades que visitaban iba entregando en las iglesias que había en ellas –que él había fundado, o quizá también otros, pues no especifica en detalle cuáles ciudades- “las ordenanzas que habían acordado los apóstoles y los ancianos que estaban en Jerusalén” y agrega que “así eran confirmadas en la fe y aumentaban en número cada día.” (Hch 16:4,5). Eso quiere decir que los fieles hablaban de su fe a otros que eran atraídos por el mensaje de salvación y se convertían. Las iglesias aumentaban porque sus miembros evangelizaban a sus vecinos y conocidos, y porque el Espíritu Santo daba eficacia a sus palabras. Aunque ésa era en parte una obra humana, ella era sobretodo una obra divina, porque sin el poder del Espíritu Santo sus esfuerzos habrían sido vanos. Y eso ocurre con todo lo que se haga en los campos del Señor: Si el poder de Dios no nos acompaña, todos nuestros afanes serán inútiles.

De acuerdo al relato Pablo, secundado ahora por Silas y Timoteo, atravesó la provincia de Frigia y luego Galacia (no la del Sur, sino la del Norte donde todavía no había estado), pero queriendo predicar el evangelio en la provincia de Asia, situada al Oeste de Anatolia, no les fue permitido por el Espíritu Santo y, llegando a Misia (que estaba hacia el Noroeste), quisieron dirigirse a Bitinia (que estaba al Noreste de Misia), en cuyas ciudades había importantes comunidades judías y sinagogas, lo que favorecía su predicación, pero el Espíritu también se lo prohibió. ¿Por qué lo hacía? Porque tenía otros planes reservados para ellos.

La fraseología en ambos casos es diferente. En el primero dice “les fue prohibido por el Espíritu Santo”; en el segundo dice: “el Espíritu (de Jesús) no se lo permitió”. Esta diferencia sugiere que se trató de formas diferentes de guía negativa (Hch 16:6).

Cabe preguntarse ¿cómo los instruía el Espíritu Santo sobre lo que no debían hacer? ¿Sería por medio de algún profeta local como en Hch 13:2? El texto no nos da ninguna indicación, pero yo pienso que –aparte de que se tratara de inconvenientes u obstáculos materiales en los que Pablo reconocía la conducción del Señor- lo más probable es que fuera a través de un sentimiento o convicción fuerte en su ánimo cuando oraba. Él era un hombre de oración que vivía en comunión estrecha con el Espíritu Santo y no deseaba hacer nada sin que el Espíritu lo guiara. Él no tenía planes personales a los que pudiera aferrarse, sino que estaba totalmente subordinado a los propósitos de Dios. Él comprendía que la obra que hacía no era suya sino de Dios, y por eso estaba dispuesto a cambiar sus planes a la menor indicación de Dios.

Esas rectificaciones del camino nos muestran cómo a veces nosotros obramos de acuerdo a nuestro propio criterio, aun queriendo seguir la guía del Espíritu Santo, pero Dios tiene planes diferentes para nosotros que nosotros no hemos ni siquiera soñado. Si Pablo, como se proponía, hubiera ido a Misia y Bitinia, encontrando sin duda en ambos territorios un gran campo misionero, no hubiera abierto Europa al Evangelio, como era el propósito de Dios.

El relato omite decirnos si en su recorrido por las regiones por las cuales atravesó él iba fundando iglesias, pero aunque no se diga expresamente podemos suponer que sí lo hacía, como había hecho en su viaje anterior. Pienso que el autor da por supuesto que lo entendamos así, pues lo había especificado al narrar el viaje anterior. Y si no lo hacía en este nuevo periplo ¿cuál podía ser su propósito de este viaje si la pasión que lo dominaba era extender el Evangelio mediante el establecimiento de nuevas comunidades?

Bordeando Misia, Pablo y los suyos llegaron al puerto de Troas, al Norte de Anatolia, sobre el Mar Egeo, cerca de donde había estado la antigua Troya. Ahí tuvo Pablo una visión que explica porqué el Espíritu no le había permitido predicar en Asia, ni que se dirigiera a Misia y Bitinia. En sueños vio que “un varón macedonio estaba en pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos.” (Hch 16:9). Enseguida Pablo comprendió que el propósito del Señor era que atravesaran el mar y se dirigieran a esa provincia romana que estaba en el continente europeo.

Este es uno de los pasos fundamentales del ministerio de Pablo, porque permitió que la nueva fe no permaneciera sólo en el Oriente, sino que se extendiera al continente europeo y, desde allí, por el impulso universalista de sus habitantes, al mundo entero. Pero notemos que al ser impulsado a dar ese paso él no era conciente de sus consecuencias. ¡Cuántas veces ocurre que, por obediencia al Espíritu, y a pesar nuestro, tomamos decisiones que tendrán importantes consecuencias futuras, pero de cuyos efectos no fuimos concientes cuando las tomamos!

¿Cómo sabía Pablo que el varón que le apareció en sueños era macedonio? Él mismo debe habérselo dicho, o en la visión Pablo debe haber recibido la convicción de que lo era.

Un aspecto novedoso en la redacción del texto es que a partir de Hch 16:10 el texto está redactado ya no en tercera persona plural, sino en primera persona plural (“procuramos”, “nos llamaba”) indicando que a partir de Troas, el narrador, esto es, Lucas se incorpora al grupo. Pero no se nos dice porqué ni qué hacía él en Troas. Lo que sí sabemos, a pesar de la parquedad del relato, es que a partir de ese momento él se convirtió en un compañero fiel de Pablo.

Quién era este Lucas y de dónde lo conocía Pablo no se sabe. La tradición ha atribuido desde temprano el tercer evangelio y el libro de Hechos (que por testimonio del Prólogo de éste, son del mismo autor) a Lucas pero, como sabemos, ninguno de los cuatro evangelios está firmado, por así decirlo, esto es, ninguno dice quién lo escribió.

El nombre de Lucas aparece tres veces en el Nuevo Testamento: 1) En la epístola a los Colosenses 4:14 figura entre los que une sus saludos a los de Pablo, que lo menciona agregando las palabras: “el médico amado” (4), lo cual nos permite saber cuál era su profesión. Al mismo tiempo como en esa epístola Pablo hace una distinción entre sus colaboradores judíos (4:9-11) y los que no lo son (v.14), podemos deducir que Lucas era gentil. ¡Qué interesante es que fuera un gentil y no un judío el que escribiera el literariamente más bello de los cuatro evangelios! Lucas es, en efecto, un escritor consumado que adorna su relato con detalles humanos muy valiosos. Él es el único evangelista que consigna algunas de las más bellas parábolas de Jesús (La del Hijo Pródigo y el Buen Samaritano, entre otras). 2) En la epístola a Filemón, Lucas es uno de los cinco que unen sus saludos a los de Pablo (v.23,24). 3) En 2Timoteo 4:11, escrita desde la prisión, Pablo rinde homenaje a su fidelidad cuando dice “sólo Lucas está conmigo”.

Son tres los pasajes de Hechos que están escritos en primera persona plural (Hch 16:10-17; 20:5-21:18; 27:1-28:16) lo cual no quiere decir necesariamente que en ninguno de los pasajes escritos en tercera persona a partir del capítulo 16, Lucas no estuviera con Pablo.

En todo caso Lucas lo acompañó en su viaje por mar de Troas a Filipos, pero no participó de la experiencia en la prisión en la que sólo Silas estaba con Pablo. El hecho de que el primer pasaje en primera persona plural termine en Filipos (16:17), y que el segundo empiece en la misma ciudad (20:5) hace suponer que Lucas se quedó en esa ciudad y que no acompañó a Pablo en su recorrido subsiguiente por Grecia. (5) Y debe haberse quedado allí, o en todo caso, haber permanecido cerca, porque lo acompañó en su último viaje a Jerusalén, y luego se embarcó con él en Cesarea, en el largo y accidentado viaje por mar que llevará al apóstol a Roma (27:1).

Según la tradición Lucas era originario de Antioquía, lo cual es plausible porque vemos en varios pasajes de Hechos que él se interesa particularmente por lo que ocurre en la iglesia de esa ciudad.

Según el llamado Prólogo antimarcionita del tercer Evangelio, Lucas era soltero y murió en Beocia a los 84 años de edad. (6)

Notas: 1. Su nombre significa “el que adora (u honra) a Dios”.
2. Algunos acusan a Pablo de inconsistencia, pues en un caso, el de Tito, que era griego, rechaza que se circuncide (Gal 2:3-5), y en otro, el de Timoteo, él mismo lo circuncida, a pesar de que él mismo escribió “si os circuncidáis de nada os aprovecha Cristo” (Gal 5:2). Pero se trata de dos casos muy distintos. Al primero, que era gentil, los falsos hermanos de Jerusalén lo querían circuncidar para que pudiera ser cristiano; el segundo era judío de nacimiento por su madre y debió haber sido circuncidado al nacer. Para los judíos su situación era más que irregular, inaceptable. Para que él pudiera llevar el Evangelio a los judíos y predicar en sus sinagogas era indispensable que sus compatriotas lo aceptaran como uno de los suyos sin reproche. Las razones que movieron a Pablo para circuncidarlo no fueron pues de orden ritual o religioso, sino exclusivamente de orden práctico. Bien había él escrito dos veces en Gálatas: “Porque en Cristo Jesús ni la circuncisión vale algo ni la incircuncisión…” (v. 5:6; 6:15; cf 1Cor 7:19).
3. De hecho como bien sabemos, cuando un judío de nacimiento se convierte a Cristo, deja de ser considerado judío por las autoridades de la sinagoga.
4. ¡Qué sugestivo es que Dios diera por compañero a Pablo a un médico que lo cuidara en sus últimos años, cuando su salud empezaba a declinar, y especialmente cuando estuvo preso!
5. Si Lucas permaneció en Filipos hasta unirse a Pablo en Hch 20:5 al iniciar éste su último viaje a Jerusalén, es posible que el pedido personal que Pablo hace en Filipenses 4:3 a su “compañero fiel”, sea dirigido a Lucas.
6. Marción fue un hereje del segundo siglo que era enemigo del Antiguo Testamento y un fanático de Pablo. Él intentó reescribir el Nuevo Testamento, incluyendo sólo las epístolas de Pablo y el evangelio de Lucas, pero excluyendo de éste los pasajes de la infancia de Jesús.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#717 (11.03.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

martes, 13 de marzo de 2012

PABLO EMPRENDE SU SEGUNDO VIAJE

Por José Belaunde M.


Consideraciones acerca del Libro de Hechos XI

Quiero retomar la serie del subtítulo, interrumpida hace un año. En el último artículo de la misma (El Concilio de Jerusalén II) dejamos a Pablo y Bernabé en la ciudad de Antioquía, adonde habían sido enviados por los apóstoles llevando la carta que fue dirigida a esa ciudad por la asamblea reunida en la capital judía para decidir acerca del tema de la circuncisión de los creyentes gentiles que inquietaba a los creyentes antioqueños (Véase los artículos “El Concilio de Jerusalén I y II). La carta que daba cuenta de la decisión adoptada por esa trascendental reunión no mencionaba para nada la circuncisión entre las cuatro normas cuyo cumplimiento debía exigirse a los creyentes de la gentilidad, y que consistían en no comer carne sacrificada a los ídolos, ni sangre, ni carne no hubiera sido desangrada (ahogado), así como abstenerse de fornicación. Por ese motivo la lectura de la carta les fue de gran consuelo (Hch 15:28-31).

El versículo 36 del capítulo 15 de Hechos comienza con las palabras: “Después de algunos días”, frase que es una forma bastante imprecisa de indicar el tiempo que había transcurrido desde su llegada a la capital siria. ¿Cuánto tiempo puede haber sido? ¿Uno o dos años? ¿Algunos meses? No hay manera de saberlo, pero me parece poco probable que superase el año. El hecho es que Pablo sintió que era conveniente ir a ver cómo andaban las iglesias que ambos fundaron en su periplo. Ellos podían confiar que, habiéndoselas encomendado al Espíritu Santo al nombrar ancianos en cada una de ellas, las iglesias estaban en buenas manos y estarían llenas de vida y creciendo. Pero era muy prudente de su parte el que quisieran constatar personalmente si continuaban siendo fieles al Evangelio que les habían predicado, y si estaban creciendo en la fe, en la gracia y en el conocimiento del Señor Jesús.

Estando ambos de acuerdo en partir surgió entre ambos un grave desacuerdo acerca de Juan Marcos, a quien su tío Bernabé (Hch 12:12) quería llevar consigo, a lo que Pablo se oponía porque los había abandonado al empezar la parte más dura de su viaje anterior. (Nota 1)

Pablo sin duda pensaba que Marcos, que era quizás todavía muy joven, no tenía el temple necesario para enfrentar los peligros y penalidades de su nueva aventura misionera y que, si los abandonaba nuevamente, las cargas para ellos serían mayores. Bernabé, posiblemente menos exigente que Pablo, estaba encariñado con su sobrino, el hijo de su hermana María, y percibía que él tenía muchas cualidades pese a su inmadurez.

El desacuerdo fue tan grave (2) que ambos decidieron separarse y partir cada uno por su lado en expediciones independientes, llevando Bernabé a su sobrino, y Pablo escogiendo por compañero a Silas.

Vale la pena destacar la honestidad de Lucas como narrador, pues no disimula la gravedad del desacuerdo surgido, ni se pone de lado de uno ni de otro, reconociendo que ambos compañeros eran –como el propio Pablo había admitido en Hch 14:15, según reza el original- hombres de pasiones semejantes a las de los demás seres humanos.

¿Fue Pablo demasiado severo con Juan Marcos? El hecho es que Marcos –que debe haber ido madurando entretanto- fue más tarde un colaborador eficaz de Pedro, quien en su primera epístola lo llama “mi hijo” (1Pedro 5:13); y lo fue también de Pablo, pues en su segunda carta a Timoteo, al ordenar a éste que venga a verlo a Roma, donde estaba prisionero, le pide que traiga consigo a Marcos, pues le “es útil para el ministerio” (2Tm 4:11). Su deseo fue cumplido ya que en una de las cartas escritas desde la prisión lo menciona entre los que le acompañaban, añadiendo que pronto le iba a encomendar una misión, y recomendando a los colosenses acogerlo si iba donde ellos (Col 4:10). En los saludos finales a la epístola a Filemón (v. 23), Pablo menciona a Marcos entre los cuatro colaboradores que le acompañan, junto con Lucas entre otros.

Es sabido, de otro lado, que este Juan Marcos fue muy posiblemente el autor del segundo evangelio, en el cual, se sostiene, él habría plasmado lo que él había escuchado predicar al apóstol Pedro acerca de Jesús. Si esa conjetura es correcta, Marcos ha ejercido a través de su evangelio una influencia decisiva en la vida de la iglesia, que ha visto en el relato escrito por él una de las fuentes principales de nuestro conocimiento de la vida y enseñanzas de Jesús, pues contiene dichos e información que no figuran en los otros evangelios.

Nótese también que por la feliz circunstancia de haber estado vinculado con ambos, Marcos constituye un vínculo entre Pedro y Pablo. Sea como fuere, la Providencia divina sacó provecho de esa disputa pues en lugar de una sola expedición misionera partieron dos a difundir el Evangelio.

No sabemos si Pablo y Bernabé se volvieron a encontrar. En todo caso el libro de Hechos no vuelve a mencionar a Bernabé. Cómo prosiguió su misión y qué lugares visitó después Bernabé nos es desconocido, pues el libro de Hechos se concentra en las actividades de Pablo. En todo caso Pablo lo menciona dos veces con aprecio en dos epístolas posteriores: Primero, en la ya nombrada epístola a los Colosenses; y segundo, en 1Corintios 9:6, defendiendo la política que él y Bernabé seguían de proveer a su propio sostenimiento con su trabajo sin depender de las iglesias. Como esta epístola fue escrita unos 5 ó 6 años después del incidente, la mención que Pablo hace de su ex compañero parece indicar que estaba enterado de sus actividades. El hecho de que lo mencione en esta última epístola muestra también la importancia que Pablo daba al ministerio conjunto que había desarrollado con su antiguo colega.

Ahora pues Pablo se prepara para ir a visitar las iglesias fundadas por él y Bernabé en el Sur de Anatolia. Con ese propósito escoge como compañero de viaje a Silas. Esa elección no podría haber sido más oportuna por varios motivos. Silas había sido uno de los enviados por la iglesia de Jerusalén para comunicar a las iglesias de Siria y Cilicia los acuerdos tomados en la reunión apostólica celebrada en Jerusalén, prueba del prestigio de que él gozaba en esa iglesia. Él estaba pues en la mejor situación para poder absolver las dudas que los creyentes judíos de los territorios visitados pudieran tener acerca de las decisiones que les eran comunicadas.

De otro lado Silas era también –como su “cognomen” latino de Silvanus da a entender- ciudadano romano tal como era Pablo (algo que también Hechos 16:37 sugiere pues en ese versículo Pablo habla en plural en nombre de ambos). Esta circunstancia les permitía a ambos enfrentar en igualdad de condiciones –como el incidente en Filipos lo demuestra- cualquier dificultad que se pudiera presentar, evitando cualquier situación que hubiera sido embarazosa para Pablo si él hubiera estado protegido por sus derechos como ciudadano y su compañero no.

Silas acompañaría a Pablo a través del Asia Menor hasta Macedonia y se reuniría nuevamente con él en Corinto (Hch 16-18; véase 2 Cor 1:19). En el saludo inicial de las dos cartas a los Tesalonicenses, Pablo lo menciona junto con Timoteo.

Silas constituye también un vínculo entre los dos principales apóstoles, pues las palabras de saludo finales de la primera epístola de Pedro en que éste dice que escribe “por conducto de Silvano” (1P 5:12), muestran que Silas fue colaborador suyo. Estas palabras sugieren además que Silas no fue sólo un mero amanuense usado por Pedro para dictar su carta, sino que, por la calidad literaria del griego de esa epístola, se puede deducir que él tuvo un rol literario activo en su redacción. (3)

Salió pues Pablo junto con Silas “encomendados por los hermanos a la gracia de Dios” para visitar las iglesias que él había fundado en Siria y Cilicia (Hch 15:40,41), en la misión que menciona en Gal 1:21, durante el largo período que separa sus dos visitas a Jerusalén (ver Hch 9:26-30). No sabemos exactamente en qué ciudades de esas regiones las había establecido, de modo que su nombre no ha llegado a nosotros.

De ahí partió para visitar las iglesias en Derbe y Listra que había fundado en su viaje anterior realizado con Bernabé (Ver Hch 14:5-7). Pablo no tenía reparos en volver a Listra, a pesar de que en esa ciudad había sido apedreado por la turba, porque el celo por el Evangelio que lo consumía le hacía desechar todo temor.

Para llegar a esas ciudades Pablo y Silas deben haber pasado a través de las famosas “Puertas de Cilicia”, que permiten atravesar la formidable cordillera del Tauro: un largo desfiladero –como los que hay en nuestro país entre la costa y la sierra- y que a ratos se estrecha hasta no ser más que una garganta angosta.

Por ese mismo desfiladero pasaron los ejércitos conquistadores hititas, asirios, persas y griegos durante mil años de historia. Por ese mismo desfiladero bajó el joven general macedonio Alejandro –al que la historia ha dado el calificativo de “Magno”- hacia la costa siria para conquistar Judea. Es irónico pensar que ahora por ese mismo desfiladero subía en sentido contrario el judío Pablo tres siglos después no con un ejército poderoso sino con un solo compañero, y no para conquistar para su propia gloria sino para la gloria de Cristo los territorios paganos de Asia Menor y, cruzando el Mar Egeo, de Macedonia, de donde venía Alejandro, y luego Grecia y Europa. La historia tiene ironías elocuentes. Las conquistas de Alejandro sirvieron para extender el uso del idioma griego por el Oriente, idioma común que fue el vehículo usado para la difusión del Evangelio por todo el mundo civilizado de entonces.

La conquista iniciada por Pablo y los demás apóstoles cambió la faz de la civilización e inició una nueva era en la historia de la humanidad. Si bien no fue una conquista material sino espiritual, fue mucho más poderosa y de consecuencias más duraderas para las fulgurantes conquistas militares de Alejandro. Pablo era consciente de que, por la gracia de Dios, el triunfo coronaría la conquista que él emprendía (2 Cor 2:14). (4)

Notas: 1. De retorno del viaje que hicieron a Jerusalén, Pablo y Bernabé trajeron consigo a Juan Marcos (Hch 12:25) que había regresado a la capital judía cuando abandonó a los apóstoles en Panfilia (Hch 13:13). ¿Estaría Marcos arrepentido de su deserción? Es posible.
2. El texto usa la palabra paroxismós, esto es, sentimiento agudo, de donde viene nuestra palabra “paroxismo”.
3. Los apóstoles, como era costumbre entonces, no escribían personalmente sus cartas, sino las dictaban a un amanuense, lo cual aseguraba que estuvieran escritas con una letra legible. Véase al respecto el saludo final de las epístolas a los Colosenses y 2ª a los Tesalonicenses, que Pablo dice escribir con su propia mano, esto es, en contraste con el cuerpo de la carta que fue escrito por un amanuense.
4. Según una antigua leyenda judía, que consigna el historiador Josefo, antes de dejar Macedonia Alejandro tuvo un sueño en que veía al Sumo Sacerdote judío invitándolo a conquistar el Oriente. Cuando el Sumo Sacerdote –obedeciendo también a un sueño- salió de Jerusalén en una procesión solemne a recibir al conquistador, Alejandro lo reconoció por el sueño que había tenido y respetó la ciudad. (Relatado por A. Schlatter en “La Historia de la Primera Cristiandad”). El sumo sacerdote había llamado a Alejandro de Macedonia venir a Judea, así como, siglos después, según veremos un poco más adelante, un macedonio llamaría al judío Pablo a venir a su tierra (Hch 16:9).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#716 (04.03.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 2 de marzo de 2012

DAVID Y JONATÁN

Por José Belaunde M.

Una Amistad Ejemplar

Situémonos en el campo de batalla en que un joven pastor de ovejas desconocido, apenas un muchacho, mató al temible gigante Goliat con su honda.

¿Pueden imaginarse el asombro de los filisteos al ver que su invencible paladín caía derribado por una piedra certera que se le incrustó en la frente? ¿Y más aun cuando vieron que el jovencito tomaba la espada del gigante y le cortaba la cabeza? Apenas lo vieron los filisteos huyeron despavoridos.

Los hebreos los persiguieron, mataron a un gran número y saquearon su campamento.

David, llevando consigo la cabeza sangrante de Goliat, regresó tranquilamente a su campamento. Entonces Abner, el general de los israelitas, lo llevó donde el rey Saúl, y se lo presentó.

Saúl le preguntó. ¿De quién eres hijo? (1S 17:55-58)

Entonces a las personas se les identificaba por su padre.

Por eso es que en la genealogía de Jesús, que figura en Lc 3:23ss, se dice: “José, hijo de Elí, hijo de Matat, hijo de Leví…” Y Jesús llama a Pedro: “Simón, hijo de Jonás…” (Mt 16:17) (Nota 1)

Saúl no permite que David vuelva a casa de su padre y lo pone sobre un grupo de hombres de guerra para hacer lo que el rey le ordene. (M. Henry anota al respecto: El que quiera gobernar debe aprender primero a obedecer.)

“Aconteció que cuando él hubo acabado de hablar con Saúl, el alma de Jonatán quedó ligada con la de David, y lo amó Jonatán como a sí mismo.” (1S 18:1) (2) ¿Quién era Jonatán, dicho sea de paso? El hijo mayor de Saúl y, por tanto, el heredero del trono.

¿Qué hay de extraordinario en eso de que lo amara como a sí mismo si el mandamiento dice: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” (Lv 19:18b) ¿Por qué lo destaca el texto inspirado si no estaba haciendo otra cosa sino cumplir la ley? Porque en el fondo es poco común; pocos son los que aman a su prójimo de esa manera.

¿Cuántos hay aquí que aman a su prójimo como a sí mismos? Digan la verdad. ¿A su prójimo, es decir, a alguien que no sea su mujer, o su esposo, o su hijo? Yo creo que ninguno, y yo menos.

Así deberíamos amar todos a nuestro prójimo, pero no lo hacemos en realidad, porque esa clase de amor es un amor absoluto.

¿A quién amamos más? Digan la verdad.

¿A Dios? Ojalá. Pero ¿a quién realmente?

Yo creo que la mayoría más que a nadie nos amamos a nosotros mismos, incluso más que a Dios. Por eso nos cuidamos, nos arreglamos, nos miramos al espejo para tratar de embellecernos, etc. Nos engreímos, en suma.

La ley en Levítico dice que debemos amar a nuestro prójimo tal como a nosotros mismos. Si eso se cumpliera la tierra sería un cielo.

Jonatán cumplió esa ley con David, y entre ambos surgió una amistad profunda, verdadera.

Todos necesitamos tener un amigo íntimo semejante, en quien podamos confiar totalmente, como dice un proverbio: “Hay amigo que es más unido que un hermano.” (Pr 18:24b).

¿Tenemos un amigo semejante? Hágase cada uno esa pregunta a sí mismo. Si no lo tenemos, pidámoselo a Dios, porque tener un amigo así es una bendición.

Dios le proporcionó a David esa clase de amigo, que era precisamente ¡oh paradoja! hijo del hombre que muy pronto sería su enemigo mortal, del hombre que lo odiaría y querría matarlo. Es sorprendente. ¿No podría Dios haber escogido para David un amigo menos problemático? No, porque en lo difícil y contradictorio de la situación se iba a mostrar la calidad de esa amistad.

El relato dice que enseguida David y Jonatán hicieron un pacto (1S 18:3,4). En prueba de su afecto Jonatán le entregó a David su manto, su armadura, su espada, su arco y su cinto. Esto es, sus cosas más preciadas.

El que es verdadero amigo da a su amigo algo propio que le sea muy valioso. Con ese gesto muestra el valor que tiene para él su amistad. Hacemos regalos valiosos a las personas que valoramos. Con el valor del regalo, según lo permitan nuestros recursos, expresamos nuestro cariño.

Jonatán le da esas cosas posiblemente también porque David, como pastor que era, estaba vestido muy modestamente. David debe haberse sentido muy honrado. Entre los antiguos una manera de honrar a una persona era darle lo mejor de la ropa que uno tiene para que se la ponga. En el libro de Ester vemos que cuando el rey Asuero quiso honrar a Mardoqueo le hizo vestirse con su ropaje real (Es 6:10,11).

Algunos sostienen que David le entregó por su parte a Jonatán la ropa que llevaba, esto es, que hubo un intercambio de ropa, porque así se sellaban en esa época los pactos de amistad. Pero es poco probable que hiciera eso, porque la ropa que él llevaba puesta era demasiado modesta para que se la pusiera un príncipe de linaje real. En todo caso, el texto no lo dice.

Saúl puso soldados a las órdenes de David y David comenzó a batallar contra los filisteos (1S 18:5). Sus triunfos empezaron a hacerlo famoso y popular entre las mujeres, que cantaban: “Saúl mató a sus miles, y David a sus diez miles.” (v. 7)

Cuando Saúl se enteró se puso furioso y empezó a tener celos de David, al punto que quería matarlo. Con ese fin comenzó a enviar arteramente a David a misiones peligrosas en la esperanza de que los filisteos lo mataran. Pero David se conducía prudentemente y salía siempre triunfante.

Cuanto más éxito tenía David, más lo odiaba Saúl (v. 28-30).

En una ocasión Saúl dio orden a Jonatán y a sus siervos de matar a David. Jonatán advirtió de ello a David y le pidió que se escondiera hasta el día siguiente en que él persuadiría a su padre de no matarlo. (1S 19:1,2).

Y Jonatán habló bien de David a Saúl su padre, y le dijo: No peque el rey contra su siervo David, porque ninguna cosa ha cometido contra ti, y porque sus obras han sido muy buenas contigo; pues él tomó su vida en su mano y mató al filisteo, y Jehová dio gran salvación a todo Israel. Tú lo viste y te alegraste: ¿por qué pues pecarás contra la sangre inocente, matando a David sin causa? ” (19:4-6).

Jonatán defiende a David y convence a su padre de que no debe matarlo. Así actúa el verdadero amigo: Defiende a su amigo, y si estuviera en falta, trata de disculparlo.

Jonatán le comunica a David que la cólera de Saúl contra él ha disminuido, y él mismo lo trae donde Saúl para que entrara y saliera de la corte como antes. (v. 7)

Pero los celos de Saúl recrudecen al ver los éxitos que David obtiene contra los filisteos, y nuevamente intenta dos veces matarlo. En uno de esos intentos David es salvado por su mujer, Mical, que era hija de Saúl, el cual se lo reprocha airadamente (19:11ss).

David pues se ve obligado a huir de Saúl; él va donde Jonatán y se queja: ¿Qué he hecho yo para merecer el odio de tu padre? ¿Acaso no combato yo contra sus enemigos? (20:1) Pero el odio de los envidiosos no suele tener justificación alguna. Es un odio gratuito y no puede ser aplacado con nada. Cuanto más muestras de amor se dé a la persona que envidia, más odia el envidioso. La envidia es un veneno, un espíritu que viene de parte de Satanás, que se apodera de los pensamientos de una persona. La única cura contra la envidia es la distancia.

Jonatán le asegura a David que su padre no lo va a matar, y que si realmente quisiera hacerlo, él le avisaría con tiempo para que huya. Pero David le responde que Saúl le ocultará sus propósitos, porque conoce la amistad que los une.

David considera que su vida está en grave peligro. Jonatán le asegura que hará por él lo que le pida: “Lo que deseare tu alma, haré por ti.” (v. 4)

Pongámonos en la situación en que se encuentran ambos amigos. Jonatán es el príncipe heredero. Él está arriba, por así decirlo. David, aunque yerno del rey, es sólo un oficial más del ejército. Él está abajo. Pero el cariño que Jonatán tiene por él lo levanta a su altura.

Entonces David le dice que con ocasión de la próxima luna nueva habrá banquetes en casa de su padre en los que él, como yerno del rey, deberá estar presente y sentado en un lugar de honor. Pero él no quiere acudir sin estar seguro de que su vida no corre peligro. Entonces acuerdan una estratagema para que Jonatán pueda avisarle del estado de ánimo de su padre sin que tenga que decírselo de palabra.

Si su padre nota la ausencia de David, Jonatán tratará de excusarlo. Pero si se enoja es señal de que su propósito maligno no ha cesado.

Llegada la fiesta David estuvo ausente el primer día y Saúl no dijo nada, pero en el segundo día le llamó la atención. Jonatán excusó la ausencia de su amigo diciendo que le había pedido permiso para participar en un sacrificio con su familia en Belén.

Saúl se enfurece y le increpa a Jonatán que se haya puesto del lado de David a sabiendas de que mientras David viva su trono y el del propio Jonatán, que deberá sucederlo como primogénito, está en peligro. Finalmente le ordena que lo traiga porque debe morir.

Jonatán defiende a su amigo preguntando: “¿Qué de malo ha hecho David para que muera?” (v. 32)

En un arranque de furia Saúl le arroja su lanza a su hijo para herirlo. Jonatán se levanta de la mesa furioso, pero ya sabe que su padre ha decidido la muerte de David.

Al tercer día de la fiesta ambos van por separado al campo acordado y David se esconde. Jonatán dispara tres flechas como haciendo tiro al blanco. Jonatán había dicho a David: “Si las flechas caen entre tú y yo, puedes venir en paz. Pero si las flechas caen más allá de donde tú estás, no conviene que vengas.” Y esto último es lo que Jonatán hace.

Cuando el paje que estaba con Jonatán se aleja, ambos amigos se abrazan y lloran copiosamente. La Escritura anota: “David lloró más.” (v. 41)

En la ocasión en que acordaron esa estratagema, ambos amigos renovaron su pacto de amistad delante de Jehová. Jonatán le hizo jurar a David que cuando Dios hubiera hecho perecer a todos sus enemigos, David tendría misericordia de él y de su linaje y que no haría que su linaje desaparezca de la tierra. (v. 14-17)

Es obvio que Jonatán presentía el triunfo futuro de David sobre la casa de Saúl. Jonatán le exige a David que le haga esta promesa bajo juramento, porque en esa época era usual que cuando alguien accedía al trono en pugna con un rival, el vencedor hiciera matar a todos los del linaje rival que quedaran con vida, para evitar que alguno de ellos pudiera pretender al trono y armar una revuelta.

Notemos que Jonatán podría haber participado del encono y de la envidia que tenía su padre contra David, porque el éxito que tenía éste lo perjudicaba a él también, ya que le estaba quitando la gloria y el favor del pueblo que él podía tener. Pero él no envidiaba a David. Al contrario, lo admiraba. ¿Por qué? Porque era un alma noble. No envidiar al rival es un signo de nobleza espiritual.

Pero también de sentido común. ¿Qué es mejor: admirar o envidiar? ¿Hay alguien que sea feliz envidiando? El envidioso sufre por los éxitos y cualidades de su rival; el que admira se goza en los éxitos de su amigo.

Notemos: Los verdaderos amigos se aceptan tal como son y no hay rivalidad entre ellos. No condicionan su amistad.

Amigo es alguien en quien podemos confiar nuestros asuntos más personales, en la seguridad de que no los va a revelar a nadie. Es un verdadero y leal confidente. “Hay amigo que es más unido que un hermano.” (Pr 18:24)

A veces necesitamos de alguien en quien descargar nuestras inquietudes, angustias, preocupaciones, nuestras heridas y decepciones; y en quien podamos hacerlo sin temor de que nos juzgue o nos critique. Al contrario, seguros de que se mostrará comprensivo, nos confortará y consolará, y nos dará un buen consejo.

Para terminar David y Jonatán renuevan su alianza y el segundo le dice a David: “Jehová esté entre tu y yo, entre tu descendencia y mi descendencia para siempre.” (1S 20:42) Conciertan una alianza que durará mientras vivan y aún más allá.

A partir de ese momento se inicia la larga etapa en la vida de David en la que él huye de un sitio a otro perseguido por Saúl y viviendo como un bandolero.

En un momento dado, cuando David se había refugiado en la cueva de Hores, en el desierto de Zif, Jonatán vino a buscarlo y “fortaleció su mano en Dios.” (1S 23:16).

Ese es quizá el momento más bajo en la azarosa vida de David. Justo en ese momento acude Jonatán a fortalecer a su amigo.

Como dice el proverbio: “En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia.” (Pr 17:17).

Jonatán desinteresadamente le augura a David que él reinará sobre Israel y que él, Jonatán, que es el heredero legítimo, será su segundo. Y una vez más renuevan su pacto (23:17,18).

Jonatán no tiene reparos de que David más adelante ocupe el trono de Israel que le estaba destinado como heredero legítimo. Al contrario, él se alegra del triunfo de su amigo y se conforma con ser el segundo en el reino. Esta actitud nos muestra una vez más la nobleza de carácter de Jonatán.

David y Jonatán no se volvieron a encontrar. Sus caminos en adelante siguen rumbos diferentes. David vivirá como un aventurero, una especie de Robin Hood, rodeado inicialmente de una banda de forajidos (1S 22:2), que él convierte en soldados valientes. Jonatán, por su lado, acompañará a su padre en la guerra interminable que sostiene contra los filisteos.

En el monte de Gilboa se enfrentan ambos ejércitos en una gran batalla, y los israelitas son derrotados. En su huida Jonatán y dos de sus hermanos son abatidos (1S 31:1,2).

Poco después Saúl, que estaba herido, se hace matar por su escudero para no caer vivo en mano de sus enemigos (v. 4-6).

Cuando los filisteos descubren los cadáveres de Saúl y de sus hijos les cortan la cabeza y los exhiben públicamente, deshonrándolos. Pero unos israelitas de Jabes de Galaad las sacan de ahí y les dan digna sepultura (v. 7-13).

Cuando David se entera de la muerte del rey y de su amigo, canta una bella endecha lamentando su muerte, que es uno de los poemas más bellos de toda la Biblia.

¡Ha perecido la gloria de Israel sobre tus alturas! ¡Cómo han caído los valientes! No lo anunciéis en Gat, ni deis las nuevas en la plaza de Ascalón; para que no le alegren las hijas de los filisteos; para que no salten de gozo las hijas de los incircuncisos.

Montes de Gilboa, ni rocío ni lluvia caigan sobre vosotros, ni seáis tierra de ofrendas, porque allí fue desechado el escudo de los valientes…”

“Sin sangre de los muertos, sin grosura de los valientes, el arco de Jonatán no volvía atrás, ni la espada de Saúl volvió vacía…”

“¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla! ¡Jonatán muerto en las alturas! Angustia tengo por ti, hermano mío Jonatán, que me fuiste muy dulce. Más maravilloso me fue tu amor que el de las mujeres. (3) ¡Cómo han caído los valientes, han perecido las armas de guerra!” (2S 1:17-27)

Años después, siendo David rey en Jerusalén, se acuerda de la promesa que había hecho a Jonatán de tener misericordia de su linaje (2S Cap. 9).

Entonces pregunta si no ha quedado en vida ningún descendiente de Jonatán. Le contestan que ha quedado su hijo Mefiboset que es lisiado de los pies.

David lo hace venir, y cuando Mefiboset teme que David lo quiere hacer matar, David ordena que le sean devueltos a Mefiboset todos los bienes que habían sido de Saúl, y que Mefiboset en adelante coma a la mesa del rey como si fuera uno de sus hijos.

De esa manera honró David la memoria de su amigo y cumplió la promesa que le había hecho de tener misericordia de su linaje.

¡Ojalá tuviéramos nosotros un amigo como lo fue Jonatán para David, que pudo haberlo odiado como a un rival, pero a quien, exento de toda envidia, vio como un héroe de su pueblo y estuvo dispuesto a cederle el primer lugar!

¿Somos nosotros capaces de cederle a otro el primer lugar; de ceder el sitio que nos corresponde a otro a quien consideramos mejor que nosotros? Si somos capaces, entonces se podrá decir de nosotros que tenemos un alma del calibre de la de Jonatán.

Notas: 1. De esa costumbre derivan los apellidos españoles que terminan en “ez”: Pérez, hijo de Pedro; Gonzalez, hijo de Gonzalo; Dominguez, hijo de Domingo, etc. O los apellidos ingleses que terminan en “son”: Johnson, hijo de John; Richardson, hijo de Richard, etc.

2. Literalmente:“como a su alma…(en hebreo: nefesh)

3. En nuestro tiempo, en que tantas cosas se interpretan con facilidad torcidamente, esta frase podría dar pábulo a especulaciones maliciosas acerca del carácter de las relaciones entre ambos amigos. Pero sería pérdida de tiempo, porque si hubiera algo remotamente cercano a lo que los mal pensados pudieran sospechar, ambos amigos hubieran sido apedreados por el pueblo en el acto.

NB. Este artículo está basado en una charla dada en el ministerio de la Edad de Oro, con ocasión del Día de la Amistad.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#715 (26.02.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).