viernes, 31 de julio de 2009

JEROBOAM, EL QUE HIZO PECAR A ISRAEL I

2 Reyes 12:25. “Entonces reedificó Jehová a Siquem en el monte de Efraín, y habitó en ella; y saliendo de ahí, reedificó a Penuel.”
Al terminar el artículo anterior (“La Necedad de Roboam” #584) hemos visto cómo Roboam, al escuchar la palabra del profeta, desistió de su propósito de tratar de someter a Jeroboam y a las diez tribus rebeldes por las armas, porque entendió que la división del reino unido que había heredado de su padre era cosa que el Señor había hecho y no había nada que él pudiera hacer en contra.
Jeroboam, por su lado, posiblemente no entendió por qué motivo Roboam no había venido para hacerle la guerra, como era de esperarse. Pero libre de la presión de un ataque inminente, fortificó la ciudad de Siquem, que había escogido como residencia, e hizo lo mismo con Penuel, al otro lado del Jordán, para el caso de que más adelante tuviera que defenderse de ataques de sus enemigos.
Él podía ahora considerarse bien instalado como soberano del nuevo reino que había surgido como consecuencia de la división del reino que David y Salomón habían forjado. Sin embargo, tenía un motivo serio de preocupación:

26,27. “Y dijo Jeroboam en su corazón: Ahora se volverá el reino a la casa de David, si este pueblo subiere a ofrecer sacrificios en la casa de Jehová en Jerusalén; porque el corazón de este pueblo se volverá a su señor Roboam rey de Judá, y me matarán a mí, y se volverán a Roboam rey de Judá.
Él sabía que el pueblo, acostumbrado como estaba ya a ir al templo que Salomón había edificado espléndidamente en Jerusalén para ofrecer holocaustos a Jehová, tal como Moisés había ordenado, no dejaría de querer seguir haciéndolo. Entonces, no sin razón, pensó: si el pueblo sigue yendo a Jerusalén para rendir culto a Dios, inevitablemente sus afectos se inclinarán hacia el que reina en la ciudad santa, sobre todo si tienen alguna queja contra mí, como fácilmente puede ocurrir, siendo el corazón humano tan inestable y cambiante (Jr 17:9) y, en ese caso podrían rebelarse y matarme. Nótese cómo el que ha hecho algo contra su prójimo empieza a temer que otro pueda hacer lo mismo contra él.

28,29. Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso uno en Bet-el, y el otro en Dan.”
Así pues, después de haber buscado el consejo de las personas sabias que había reunido en su corte, decidió que lo oportuno era darle al pueblo dos lugares de culto, uno al Norte en Dan, y otro al Sur, en Betel, poniendo en cada una de esas ciudades un becerro de oro, esto es, un ídolo, para que lo adoraran. (Betel quiere decir “casa de Dios”)
Podríamos decir quizá que aquí cometió Jeroboam el pecado contra el Espíritu Santo, pues él hizo concientemente lo que él sabía había sido el pecado que Aarón y el pueblo habían cometido cuando peregrinaban en el desierto mientras Moisés hablaba con Dios en el monte Sinaí: hacer que el pueblo adorara a un becerro de oro diciéndole que ése era el dios que los había sacado de Egipto (Ex 32:1-6). No sólo pecó Jeroboam él mismo, sino que sedujo al pueblo, apartándolo del culto al Dios verdadero, y haciendo que cayera en el mismo pecado de idolatría, fomentando la inclinación natural ya demostrada que entonces tenía el pueblo por los ídolos. Esto, por lo demás, no es de extrañar si se tiene en cuenta que no era fácil, en un mundo idólatra y acostumbrado, a las imágenes adorar a un Dios invisible.
Por razones de egoísta conveniencia política él hizo, conciente y voluntariamente, que el pueblo pecara. ¡Cuántas veces ocurre que los políticos por conveniencia personal, llevan a sus pueblos por caminos equivocados, sabiendo lo que hacen, es decir, no por ignorancia! El amor al poder es una tentación muy poderosa. Antes que adorar al becerro de oro Jeroboam adoraba al dios del poder que ese becerro simbolizaba.
Así como muchos rinden culto al dinero y otros al sexo, hay quienes lo sacrifican todo –en cierta manera, vendiendo su alma al diablo- con tal de gozar de una pequeña cuota de poder. Se dejan seducir por Satanás que les pinta engañosamente los beneficios y las satisfacciones que puede traerles ejercer poder sobre otros. Pero no son concientes de todo el daño que pueda derivarse de sus actos para la nación, y de todo lo malo que el pueblo pueda hacer como consecuencias de sus acciones e iniciativas demagógicas. ¡Qué terrible responsabilidad asumen los que, como modernos Jeroboam, tienen la capacidad de influir de una manera u otra en la conducta del pueblo! Esa responsabilidad no se limita a los que ejercen el poder desde el Ejecutivo, o desde cualquiera de los órganos del estado, sino se extiende también a los que pueden hacerlo a través de los medios de comunicación. Es cierto que en uno u otro caso la influencia que ejercen también puede ser buena, a Dios gracias, y hay hombres y mujeres que desde la porción de poder, grande o pequeña, que Dios les ha asignado, pueden hacer, y hacen de hecho, mucho bien.
Pero en el caso concreto de los medios de comunicación, impresos, radiales o visuales, la tentación de influir en un mal sentido es muy grande, porque hay mucho dinero de por medio y el mal se vende mejor que el bien, es decir, el pecado mejor que la virtud. Por eso se dice, tristemente con razón, que las buenas noticias no son marqueteras, no ganan “rating”, salvo cuando se trata del deporte. De ahí viene que las pantallas de la TV y los titulares de los periódicos estén llenos de sucesos escandalosos, y que las páginas interiores de los diarios se ensucien con pornografía.
¡Escucha bien Jeroboam, tú y los que siguen tus pasos, las palabras que pronunció Jesús: “!Ay de aquel por quien vienen los escándalos!” (Mt 18:7) ¡Ay de los que hacen tropezar a otros! ¡Más les valiera no haber nacido.!

31-33. “Hizo también casas sobre los lugares altos, e hizo sacerdotes de entre el pueblo, que no eran de los hijos de Leví. Entonces instituyó Jeroboam fiesta solemne en el mes octavo, a los quince días del mes, conforme a la fiesta solemne que se celebraba en Judá; y sacrificó sobre un altar. Así hizo en Bet-el, ofreciendo sacrificios a los becerros que había hecho. Ordenó también en Bet-el sacerdotes para los lugares altos que él había fabricado. Sacrificó, pues, sobre el altar que él había hecho en Bet-el, a los quince días del mes octavo, el mes que él había inventado de su propio corazón; e hizo fiesta a los hijos de Israel, y subió al altar para quemar incienso.”
En su ciego deseo de encumbrarse y de asegurar la posición que había conquistado, Jeroboam entró a terrenos que no le estaban permitidos y por los que sólo Dios podía transitar. Dios había dispuesto que sólo fueran sacerdotes los descendientes del levita Aarón, hermano de Moisés, (Ex 28:1; Nm 3:3), y que sólo sirvieran en el templo en otros cargos los de la tribu de Leví (Nm 3:12). Necesitando sacerdotes para el culto que él había inventado, Jeroboam comenzó a nombrar sacerdotes a los que a él se le ocurriera, según su capricho, y posiblemente poniendo a personas indignas de ese cargo. Y a los que nombró sacerdotes los indujo a pecar doblemente, pues ellos sabían muy bien que sólo podían estar en el sacerdocio los descendientes de Aarón y que al ejercer esa función indebidamente ellos se convertían en usurpadores.
Hizo más Jeroboam. Durante las décadas en que no hubo reyes ni templo en Jerusalén, el pueblo iba a ofrecer sacrificios a Dios a los llamados “lugares altos”, donde con frecuencia el culto se mezclaba con graves desórdenes: orgías y prostitución sagrada, por lo cual acudir a esos lugares fue gravemente prohibido. Pero Jeroboam sabía que por el mismo motivo al pueblo le gustaba acudir a esos lugares atraídos por esas prácticas lujuriosas. Pues bien, en lugar de reforzar la prohibición él no tuvo escrúpulos de incentivar esa mala costumbre, construyendo facilidades para la gente que acudiera a esos lugares y nombrando sacerdotes con ese fin.
Hizo más aun Jeroboam. Para que no fuera el pueblo a Jerusalén a celebrar la alegre fiesta de los Tabernáculos, que era muy popular, instituyó una fiesta paralela, semejante a la que se celebraba en Jerusalén, pero en un mes y días distintos a lo señalado por Dios (que era durante una semana a partir del día 15 del sétimo mes, Lv 23:34). La Biblia dice que él se había inventado esa fiesta “de su propio corazón”. Pero sabemos bien que si él hacía eso era porque él había entregado su corazón a Satanás, que era quien le inspiraba todas esas acciones sacrílegas. Dios había levantado en Egipto, a un legislador y profeta, a Moisés, para que le diera leyes al pueblo y ordenanzas para el culto que Jehová deseaba que el pueblo le rindiera. Siglos después Satanás levantó en Israel a un falso legislador que diera leyes espúreas y estableciera nuevos lugares de culto que reemplazaran a lo que Dios había establecido.
A la vista de todas las medidas religiosas que él tomó se hace patente que Jeroboam se había apartado completamente de Dios, pero a sabiendas de lo que hacía. La religión que el hombre se inventa de acuerdo a su propio corazón es abominación ante los ojos de Dios. ¡Cuántas veces ha ocurrido en nuestro cristianismo que el hombre ha sustituido la palabra de Dios por lo que él mismo se inventa, en muchos casos para alcanzar metas humanas, metas propias, independientes o contrarias a los objetivos de Dios!
Dios no podía dejar que la conducta soberbia de Jeroboam quedara sin reprensión pública. Por eso levantó a un profeta para que en su nombre condenara esos hechos.

13:1,2. “He aquí un varón de Dios, por palabra de Jehová vino a Bet-el; y estando Jeroboam junto al altar para quemar incienso, aquél clamó contra el altar por palabra de Jehová, y dijo: Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres.” (Es decir, sobre el mismo altar sobre el cual los sacerdotes falsos queman incienso se quemarán los huesos de esos sacerdotes).
Es sorprendente que el profeta pronuncie el nombre del rey justo que, unos trescientos años después, Dios iba a dar a Judá para que restableciera el culto en su reino, que también se había desviado del recto camino (2R 23:4-14), y que además, en cumplimiento de esta profecía, tomaría Betel y sobre el altar que allí Jeroboam había levantado, quemaría los huesos de los sacerdotes falsos que habían oficiado en ese lugar (2R 23:15-18).
Para que no hubiera duda de que sus palabras venían de parte de Jehová, el mismo día el profeta “dio una señal diciendo: Esta es la señal que confirma que Jehová ha hablado: He aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará.” (1R 13:3).
¿Qué signo más patente de la intervención de Dios que un altar construido sólidamente de piedra, sin que medie golpe alguno, se quiebre por sí mismo derramando por el suelo la ceniza que sobre su superficie se había acumulado? ¡Eso fue lo que el profeta anunció! Pero en lugar de temblar ante el aviso que Dios le enviaba, “cuando el rey Jeroboam oyó la palabra del varón de Dios, que había clamado contra el altar de Bet-el, extendiendo su mano desde el altar, dijo: ¡Prendedle! Mas la mano que había extendido contra él, se le secó, y no la pudo enderezar.” (2R 13:4)
Nosotros solemos dar órdenes extendiendo el brazo en señal de autoridad. En esta ocasión el mismo brazo con el cual Jeroboam señaló al infractor que quería castigar, se quedó extendido sin que lo pudiera traer a sí. Es como si Dios le dijera: Toda tu autoridad y el poder de que te jactas está en mis manos y nada puedes contra mí.
Notemos cómo cuando el impío religioso ve que alguien denuncia su hipocresía con un signo inconfundible de que la denuncia viene de parte de Dios, en lugar de arrepentirse, su corazón se endurece y se vuelve contra el que le habló de parte de Dios y lo persigue. Esto ha ocurrido vez tras vez en el pasado y seguirá ocurriendo en el futuro.

13:5. “Y el altar se rompió, y se derramó la ceniza del altar, conforme a la señal que el varón de Dios había dado por palabra de Jehová.”
¡Cómo debe haber abierto Jeroboam sus ojos de estupor al ver que el altar delante del cual él oficiaba se rompía sin que nadie lo hubiera golpeado! Entonces sí, al ver el milagro, Jeroboam tembló y acudió al Dios que había negado, pidiendo que restableciera el movimiento normal de su brazo: “Entonces el rey respondiendo dijo al varón de Dios: Te pido que ruegues ante la presencia de Jehová tu Dios, y ores por mí, para que mi mano me sea restaurada.” (vers. 6ª) Así solemos comportarnos todos. Cuando nos va bien ignoramos a Dios y hasta nos atrevemos a desafiarlo. Pero cuando su mano aprieta y las cosas se ponen negras, nos humillamos y clamamos: ¡Señor, ayúdame! Toda nuestra rebeldía cae por los suelos, como la ceniza que se derramó del altar.
“Y el varón de Dios oró a Jehová, y la mano del rey se le restauró, y quedó como era antes.” (vers. 6b) (Nota) Es posible que el profeta accediera a orar por el rey para mostrarle que él no buscaba hacerle daño sino que se convierta.
Después de esto, ablandado su corazón, Jeroboam quiso invitar al profeta a comer con él para darle un regalo, pero el varón de Dios se negó a aceptar la invitación del rey, porque el Señor se lo había prohibido. Por ahora no deseo comentar el intrigante episodio que sigue y lo que acontece al profeta que había venido a reprender al rey. Lo haré más adelante. Quiero más bien seguirme ocupando de Jeroboam, porque si Dios ha puesto su historia con bastante detalle en las Escrituras es porque quiere que saquemos enseñanzas de su vida y de su mala conducta.
El hecho notorio es que pese al aviso que Dios le había dado, y al doble prodigio del que había sido testigo -la destrucción del altar y la rigidez de su brazo- Jeroboam no se arrepintió de su mal proceder, sino que se obstinó en seguir desafiando a Dios: “Con todo esto no se apartó Jeroboam de su mal camino, sino que volvió a hacer sacerdotes en los lugares altos de entre el pueblo, y a quien quería lo consagraba para que fuese de los sacerdotes de los lugares altos.” (vers. 33). Podemos imaginar cómo muchos en Israel tratarían de obtener para sí esa prebenda, pensando en los beneficios que podrían disfrutar, y usarían de todos los medios a su alcance para ganar el favor del rey, empleando quizá incluso el soborno con sus allegados.
Pero la impiedad de Jeroboam no podía quedar sin castigo, pues la Escritura dice que a causa de su pecado la casa de Jeroboam, es decir, su linaje, sería borrado de la tierra: “Y esto fue causa de pecado a la casa de Jeroboam, por lo cual fue cortada y raída sobre la faz de la tierra.” (vers. 34) En la continuación de esta enseñanza vamos a ver cuán terriblemente se cumplió esa profecía.

Nota. Este incidente me recuerda el episodio en que Pablo reprende al mago llamado Barjesús y ordena que quede ciego durante un tiempo (Hch 13:8-11)

#585 (26.07.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse buen número de artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima; Calle Schell 324, Miraflores; y Av. La Marina 1604. Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.

lunes, 27 de julio de 2009

LA NECEDAD DE ROBOAM

Salomón, hijo de David y de Betsabé, la que fue mujer de Urías, heredó el trono de su padre, según la promesa que Dios le había hecho a David de que le “haría casa”, es decir, que le daría un hijo salido de sus entrañas, que le sucedería en el trono, el cual sería estable para siempre (2Sm 7:11-16).
Una noche, después de haber sacrificado holocaustos en Gabaón (Nota 1), se le apareció el Señor en sueños, diciéndole: “Pide lo que quieras que yo te dé.” (1R 3:5). Salomón en respuesta, después de reconocer que él era un novato, le pide que le dé sabiduría para gobernar a este pueblo tan grande (v. 9). “Y agradó delante del Señor que Salomón le pidiese eso.” (v. 10).
“Y le dijo Dios: Porque has demandado esto y no pediste para ti muchos días, ni pediste para ti riquezas, ni pediste la vida de tus enemigos, sino que demandaste para ti inteligencia para oír juicio, he aquí lo he hecho conforme a tus palabras; he aquí que te he dado corazón sabio y entendido, tanto que no ha habido antes de ti otro como tú, ni después de ti se levantará otro como tú . Y aun te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos tus días”. (1 R 3:12-13).
Dios le dice a Salomón “te he dado” sabiduría y luego “te he dado riquezas y gloria”. Es una declaración definitiva; se las ha dado ya, aunque deban ser suyas en el curso del tiempo (especialmente las riquezas). Es una declaración incondicional, una promesa hecha en virtud de la oración que Salomón había hecho. No le quedaba a él otra cosa sino poseer las riquezas que ya eran suyas. Es algo semejante a lo que, siglos atrás, le dijo Dios a Josué: “Yo os he entregado todo lugar que pisare la planta de vuestros pies.” (Jos 1:3). La palabra de Dios era su título de propiedad. Lo único que tenía que hacer Israel era entrar a poseer la tierra que estaba ocupada por otros pueblos. Su victoria en la guerra de conquista estaba asegurada.
En el caso de la declaración hecha a Salomón vemos una aplicación anticipada de las palabras de Jesús: “Buscad primero el reino de los cielos y todas las demás cosas os serán añadidas.” (Mt 6:33) Salomón sólo había pedido sabiduría, pero Dios le dice: “Por haberme pedido eso, una de las virtudes del reino que vas a necesitar para gobernar, y no las añadiduras que muchos desean, esto es, riquezas y gloria, te daré lo uno y lo otro; lo que me pediste y lo que no me pediste.” Para nosotros la lección práctica consiste en que nos conviene pedir lo más importante, lo mayor, seguros de que también recibiremos de Dios lo menos importante. ¿Qué es lo más importante? Lo que beneficia a otros antes que a mí.
Es interesante que Dios reserve el otro punto, larga vida, para otra promesa (v.14) que se distingue de la primera en que es condicional: “Si anduvieres en mis caminos…yo alargaré tus días.” Vemos pues que Dios promete darnos sus bendiciones de dos maneras diferentes: En un caso, sin condiciones, y en otro, condicionado al cumplimiento de requerimientos específicos.
Cabe la posibilidad, sin embargo, de que una promesa tenga a la vez un aspecto incondicional, y otro condicional. En 2Sam 7:16 Dios le promete a David que su trono será estable para siempre. Sin embargo, en 1R 8:25, cuando Dios le reitera a Salomón la promesa hecha a su padre, esa promesa se ha vuelto condicional: “No te faltará varón delante de mí, que se siente en el trono de Israel, con tal de que tus hijos guarden mi camino y anden delante de mí como tú has andado delante de mí.” ¿Cómo explicar esta disparidad tratándose del mismo aspecto: la estabilidad del trono?
La primera promesa hecha a David representa el designio eterno de Dios, que no está sujeto a ninguna condición, y se refiere al trono del Mesías, hijo de David. La segunda es condicional porque se refiere al trono dinástico del linaje humano de David, y, por ese motivo, su cumplimiento está sujeto a la fidelidad de sus descendientes.
Al final de sus días, Salomón, que había llegado a ser inmensamente rico, como Dios le había prometido, llevado por la sensualidad que se había apoderado de él, amó a muchísimas mujeres paganas, y se desvió hacia los dioses de esas mujeres. En consecuencia su corazón ya no fue perfecto con el Señor Dios, como había sido su padre. “Y se enojó Jehová contra Salomón, por cuanto su corazón se había apartado de Jehová Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces.” (1R 11:9). Y le dijo: “Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu siervo. Sin embargo, no lo haré en tus días, por amor a David tu padre; lo romperé de la mano de tu hijo. Pero no romperé todo el reino, sino que daré una tribu a tu hijo, por amor a David mi siervo, y por amor a Jerusalén, la cual yo he elegido.” (1R 11:11-13). A causa de la infidelidad de Salomón el destino de Israel como nación fue frustrado.
Entre los hombres que Salomón había tomado a su servicio había uno que era esforzado y valiente, que se llamaba Jeroboam. A éste le salió un día al encuentro el profeta Ahías, silonita, que llevaba puesta una capa nueva: “Y tomando Ahías la capa nueva…la rompió en doce pedazos, y dijo a Jeroboam: Toma para ti los diez pedazos; porque así dijo Jehová Dios de Israel, He aquí que yo rompo el reino de la mano de Salomón, y a ti te daré diez tribus; y él tendrá una tribu por amor a David mi siervo…”
El profeta añade que Dios no hará eso en vida de Salomón –como ya le había sido anunciado a éste- sino que lo haría cuando su hijo le suceda, a quien quitará diez tribus para dárselas a Jeroboam, quedando al hijo de Salomón una tribu “para que mi siervo David tenga lámpara todos los días delante de mí en Jerusalén…” (v. 36).
Y agregó el profeta: “Si prestares oído a todas las cosas que te mandare, y anduvieres en mis caminos, (ahí parece que nos estuviera hablando a cada uno de nosotros) …guardando mis estatutos y mis mandamientos, como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré casa firme, como la edifiqué a David, y yo te entregaré a Israel.” (v. 38). Cuando Salomón se enteró de la profecía intentó matar a Jeroboam, por lo que éste tuvo que huir a Egipto (1R 11:40).
Vemos aquí cómo Dios se ve obligado a cambiar radicalmente sus planes respecto de Israel, debido a la desobediencia de Salomón, pues su propósito original había sido que el reino se mantuviera unido bajo el linaje de David. Pero ¿cambia realmente Dios sus planes? Esa es una manera de hablar en términos humanos, porque Dios sabía muy bien desde el principio que Salomón no le sería fiel y que, en castigo, Él tendría que dividir su reino.
La división del reino trajo mucho sufrimiento al pueblo de Israel. ¿Qué culpa tenía el pueblo de la infidelidad de Salomón? Los pueblos pagan muchas veces por los pecados de sus gobernantes. ¿Es pues injusto Dios? A eso habría que repreguntar: ¿Son todos los pueblos inocentes? (¿Somos nosotros, los peruanos, inocentes delante de Dios?) Los caminos de Dios son inescrutables, pero podemos estar seguros de que siempre son justos.
Cuando Salomón murió después de cuarenta años de reinado, su heredero “Roboam fue a Siquem, porque todo Israel había venido a Siquem para hacerle rey.” (1R 12:1) Entretanto gente de las tribus del Norte había enviado a llamar a Jeroboam para que retorne. Jeroboam había estado encargado de la casa de José (1R 11:28). Eso quiere decir probablemente que Salomón le había confiado la administración de los territorios de las tribus de Efraín y Manasés. Era quizá una especie de gobernador. Pero a los ojos de los miembros de esas tribus él era un líder. ¿Estaba la gente enterada de la profecía de Ahías? Es muy probable y eso había hecho que aumentara su prestigio.
Cuando vino todo Israel a encontrarse con Roboam es poco probable que Jeroboam fuera su vocero, sino que fueran los jefes de las principales familias los que le dijeron al rey: “Tu padre agravó nuestro yugo, mas ahora disminuye tú algo de la dura servidumbre de tu padre, y del yugo pesado que puso sobre nosotros, y te serviremos. Y él les dijo: Idos, y de aquí a tres días volved a mí. Y el pueblo se fue.” (1R 12:4,5). Roboam se da cuenta de que necesita un poco de tiempo para pensar bien lo que iba a contestarles. Sabiamente al inicio, él pide consejo a los ancianos que aconsejaban a su padre: “Y ellos le hablaron diciendo: Si tú fueres hoy siervo de este pueblo y lo sirvieres, y respondiéndoles buenas palabras les hablares, ellos te servirán para siempre.”
¡Qué sabio el consejo que le dieron los ancianos! Es válido para todos los tiempos. Jesús dijo algo semejante en términos comparables: “El que quiera ser mayor sea vuestro servidor.” (Mt 23:11). Pero a Roboam no le gustó el consejo prudente de los ancianos. No cuadraba seguramente con su naturaleza arrogante, “y pidió consejo a los jóvenes que se habían criado con él y que estaban delante de él.” Esto es, buscó el consejo de los jóvenes que eran sus compañeros de diversión, entre los cuales seguramente habría algunos parientes. A esos jóvenes (¡dechados de sabiduría!) fue a pedir que le aconsejaran sobre cómo responder a las demandas justas de sus súbditos (v. 8,9). Pero estos jóvenes, seguramente engreídos y arrogantes como él, acostumbrados a vivir en palacio y a dar órdenes, inconcientes de lo que estaba en juego, le dieron el peor de los consejos, justamente lo contrario de lo que los ancianos de su padre le habían recomendado responder, instándole a que les contestara así: “…mi padre os cargó de pesado yugo, mas yo añadiré a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, mas yo os castigaré con escorpiones.” (v. 11). Y que aun les dijera: “el menor de mis dedos es más grueso que los lomos de mi padre.” (v. 10).
Cuando al tercer día, el pueblo, con Joroboam a la cabeza, vino a escuchar la respuesta del rey, éste les contestó exactamente como le habían aconsejado sus sabios amigos. ¿Cómo reaccionó el pueblo al escuchar la respuesta dura e insultante del rey? Con indignación y rechazo, como es natural: “¿Qué parte tenemos nosotros con David? No tenemos heredad en el hijo de Isaí. ¡Israel, a tus tiendas! ¡Provee ahora en tu casa, David! Entonces Israel se fue a sus tiendas.” (v. 16) (2)
Para entender esta respuesta hay que recordar que ya desde antiguo había cierta rivalidad entre Judá y los descendientes de José. Cuando muerto Saúl David fue coronado rey de Judá en Hebrón, hubo guerra entre David y la casa de Saúl (2S, 2:8ss). Tuvieron que pasar siete años de luchas fraticidas antes de que las tribus del Norte se animaran a reconocerlo también como rey. (2Sm 5:1-5).
Notemos de paso que el libro comenta lo siguiente sobre la forma arrogante y necia como Roboam respondió a los que habían venido dispuestos a ser súbditos: “Y no oyó el rey al pueblo; porque era designio de Jehová para confirmar la palabra que Jehová había hablado por medio de Ahías silonita a Jeroboam hijo de Nabat.”
Es muy interesante constatar cómo en el caso del dilema que enfrentó Roboam, lo que va a producir la escisión del reino y a casi provocar una guerra civil, es una cuestión de impuestos y cargas tributarias muy pesadas. ¡Cuántas rebeliones y revoluciones ha habido en la historia de los pueblos a causa de los impuestos!
Cuando Roboam se dio cuenta de lo que pasaba quiso reaccionar enviándoles a Adoram, administrador de los tributos (¡el más inadecuado de los embajadores en este caso!) “pero lo apedreó todo Israel, y murió. Entonces el rey Roboam se apresuró a subirse en un carro y huir a Jerusalén.” En eso terminó la arrogancia y valentía de Roboam, en una huída cobarde. ¡Ah, Roboam, qué neciamente te has comportado!
Entonces sucedió lo inevitable. Las tribus del Norte, que necesitaban contar con un líder que las condujera, escogieron a Jeroboam para que fuera su rey. (v. 20).
Pero Roboam no estaba dispuesto a darse vencido. Reunió un ejército de 180,000 guerreros escogidos para hacer la guerra a la casa de Israel y someterlos. Cuando estaba a punto a partir Dios suscitó a un profeta, Semaías, para que le hablara a Roboam, y a los príncipes de Judá y a todo el pueblo reunido, estas palabras: “Así ha dicho Jehová: No vayáis, ni peleéis contra vuestros hermanos los hijos de Israel; volveos cada uno a su casa, porque esto lo he hecho yo. Y ellos oyeron la palabra de Dios, y volvieron y se fueron, conforme a la palabra de Jehová.” (v. 24)
Dios utiliza nuestros errores y defectos para llevar a cabo sus propósitos cuando desea castigarnos o despertar nuestro espíritu a la realidad. Él abandona a Roboam a las veleidades de su mente frívola, por causa de la cual perdió en Siquem la oportunidad única de heredar todo el reino que su padre y abuelo habían poseído. Si Dios hubiera querido tener compasión de él en esta ocurrencia, lo hubiera hecho recapacitar para que llegara a un acuerdo con los descontentos. Pero Dios sabía a dónde lo llevaría su espíritu contumaz e irreflexivo y lo tenía todo previsto. En verdad Roboam cosechó lo que él mismo había sembrado.

Nota 1. Antes de que se construyera el templo de Jerusalén el pueblo de Israel ofrecía sacrificios en los lugares altos, como también hacían los paganos a sus dioses.
2. Los israelitas ya no vivían en tiendas de campaña sino en ciudades y pueblos. Pero la mención de las tiendas en las que habían habitado los patriarcas y sus antepasados hasta la conquista de la tierra prometida, era una referencia a su pasado heroico del que ellos estaban orgullosos, y les servía como grito de rebeldía (2Sm 20:1).
NB. El núcleo de este artículo fue escrito en noviembre de 1990, pero nunca fue publicado. Lo he revisado y ampliado para esta ocasión.

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miércoles, 15 de julio de 2009

EL ROL PROFÉTICO E INTERCESOR DE LA IGLESIA

A finales del mes pasado, una vez resuelto el problema en Bagua con los nativos, enfrentaba el país una situación de emergencia ante la convulsión que agitaba varias regiones de la Sierra.

En Andahuaylas una turba de campesinos había ocupado la capital del departamento, bloqueando la carretera de acceso, y reclamaba la presencia del Primer Ministro para presentarle una serie de reclamos, algunos de ellos irracionales.

Simultáneamente en Sicuani (Puno) y en Canchis (Cuzco), había movimientos del mismo orden que amenazaban volverse violentos. El país parecía estar al borde de una sublevación popular que adquiría visos de un levantamiento de consecuencias incalculables, en el cual, sin duda, intervenían agitadores extranjeros.

En esa peligrosa situación, los pastores de la iglesia Agua Viva dispusieron que en las sesiones matinales diarias de intercesión se orara pidiendo a Dios el retorno de la paz. Al mismo tiempo, el Grupo Pacífico puso en la brecha al Movimiento Nacional de Oración e hizo un llamado a todas las iglesias para que elevaran sus voces al cielo pidiendo por el restablecimiento del orden en el país.

Al hacer ese llamado urgente se puso énfasis en el hecho de que detrás de esas perturbaciones se mueve la mano del enemigo que quiere hacer daño a nuestra nación, recordando las palabras de Pablo en Efesios 6:12: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes”.

Pues bien, pasados unos pocos días la grave situación en la Sierra se había diluido, los manifestantes que habían tomado las carreteras volvieron a sus pueblos, y el gobierno había llegado a un acuerdo con los dirigentes de las protestas para resolver mediante el diálogo los reclamos presentados.
Esa fue una respuesta patente a la oración unida del pueblo de Dios. ¿Cómo dudar del poder del arma que Dios ha puesto en nuestras manos? ¿Del arma que ha puesto no sólo en manos de los individuos, sino también corporativamente en manos de la iglesia?

No hay poder más grande en la tierra que el poder de la oración. Es más grande que el de todos los ejércitos juntos, más que el del dinero, mayor que el de la bomba atómica, si puede hacerse la comparación. La oración mueve montañas, según dijo Jesús: “Porque de cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate y échate en el mar, y no dudare en su corazón, sino creyere que será hecho lo que dice, lo que diga le será hecho.” (Mr 11: 23

Dios ha puesto ese poder invencible en nuestras manos, pero de nada nos sirve si no lo usamos. De nada nos sirva ni no nos valemos de él.

Pablo escribió: “Nuestras armas no son carnales…” Es decir, no son como las armas de que se valen los seres humanos para defenderse, o para atacar, o para alcanzar sus fines personales. No son armas de fuego, o de acero filudo, con los que se ataca a la gente y se puede matar. Nuestras armas no hacen daño a nadie, salvo a los planes del enemigo, porque son armas espirituales.

“sino poderosas en Dios…” Su poder es exclusivamente sobrenatural y, por tanto, es sólo beneficioso, ya que no pueden esgrimirse para hacer el mal.

“para destruir fortalezas…” Las fortalezas que el enemigo ha levantado en la sociedad, en el mundo de los negocios, en las relaciones entre las naciones, en la salud de los pueblos, pero también y sobre todo, en la mente de la gente que retiene cautiva. Esas son fortalezas que producen opresión e injusticia, sufrimiento y odio en la gente, así como también violencia y rebelión.

“derribando argumentos…” que el demonio usa para confundir a la gente y llevarla extraviada a donde él quiere; argumentos que él usa para corromper las buenas costumbres, empujando a la juventud a la promiscuidad sexual, o peor, a los vicios y a las drogas.

“y toda altivez que se levante contra el conocimiento de Dios…” Hay gran número de supuestos sabios que pontifican desde las tribunas de los medios de comunicación y que pretenden negar la existencia de Dios, o que aseguran que, de existir un Dios, Él no se ocupa de nuestros asuntos porque está demasiado ocupado; o que proclaman que “la moral moderna ha superado los prejuicios anticuados” sobre la conducta sexual.

“llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia de Cristo…” (2Cor 10:4,5). No sólo el pensamiento de los que están a su servicio, sino aun el de aquellos que neciamente lo niegan y se oponen a su soberanía, porque nadie puede resistir al poder de Dios y Él impone su voluntad aun a los que se le rebelan: “¿Quién será aquel que diga que sucedió algo que el Señor no ordenó?” (Lam 3:37).

La oración es una arma valiosa no sólo en las situaciones personales, por las que todos alguna vez atravesamos, sino también en la situaciones sociales que perturban la paz pública o que atizan conflictos; en las confrontaciones políticas en las que se enfrentan fuerzas contrarias y que no tienen visos de solución; en las situaciones en que la salud de la población se ve amenazada por epidemias, como la gripe que está afectando a cada vez más gente, y que ya ha cobrado sus primeras víctimas. En todas esas situaciones de emergencia la oración es un arma eficaz para alejar el peligro.

Hemos constatado recientemente cómo varias amenazas sucesivas a la paz pública han sido resueltas de manera satisfactoria, pero no podemos adormecernos y bajar la guardia porque otras nubes de tempestad se avizoran en el horizonte y nos amenazan.

En el libro del Éxodo hay un episodio, al que me he referido en otras ocasiones, y al final del cual Dios advierte a Moisés: “Escribe esto para memoria en un libro.” (Ex 17:14). Él desea que ese episodio quede registrado para que todos los lectores venideros de la Biblia puedan aprender de él.

En ese texto leemos que el pueblo de Israel, de camino a la tierra prometida, comandado por Josué se enfrenta al ejército de Amalec, mientras Moisés sube al monte para orar, acompañado por Aarón y Hur. “Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec.” (Ex 17:11).

En vista de que la victoria dependía de que Moisés levantara sus manos en oración, pero él se cansaba de mantenerlas en alto, le pusieron una piedra para que se sentara, y Aarón y Hur se colocaron cada uno a un lado suyo sosteniendo sus brazos hasta que Amalec fue derrotado.

Este episodio encierra una preciosa enseñanza: Mientras que la batalla arrecie, mientras que no se haya obtenido victoria total, no debemos dejar de orar, ilusionados por las victorias parciales, sino que debemos persistir en la oración hasta el final y el resultado deseado sea obtenido, porque si no actuamos de esa manera perseverante podemos perder el fruto ya logrado.

De lo que podemos estar seguros es de que el enemigo va a tratar por todos los medios a su alcance de crearle dificultades al gobierno y a nuestro país. El motivo de su odio es que nuestro país está marcado por la mano de Dios. Lo está porque por primera vez en nuestra historia el actual período presidencial se inició con un culto de acción de gracias, en el que se oró por el flamante presidente y sus ministros, pidiendo que las bendiciones del cielo se derramaran sobre nuestro país, y en el que se predicó la Palabra de Dios. Ese acontecimiento revolucionario entre nosotros se ha repetido en la misma fecha los años subsiguientes.

El resultado no tardó en ser notado. La bonanza económica de que veníamos disfrutando en los últimos tiempos se ha acentuado; el Perú está siendo mirado de una manera cada vez más favorable por la comunidad financiera internacional; y los inversionistas extranjeros vienen cada vez en mayor número a explorar las oportunidades que ofrece el país. La crisis financiera mundial no nos está afectando tanto como a otros países. El nivel de la pobreza, aunque todavía es alto, ha sido reducido considerablemente.

Pero esta no es la primera vez que la mano de Dios interviene de una manera notable entre nosotros en respuesta a la oración. A finales del año 2000 vino al Perú desde Costa Rica una voz profética para advertirnos que nuestro país había caído en manos de una fuerte influencia satánica que daba al gobernante de entonces un poder casi incontrastable. Retó a los asistentes a la reunión en que se pronunciaron esas palabras, a iniciar una batalla espiritual sin descanso –sobre la que ella dio algunas pautas- para que Dios cambiara drásticamente la situación.

Un grupo de personas asumió ese desafió y empezó a batallar por el Perú reprendiendo a las fuerzas satánicas que manejaban el poder político y nos oprimían. No pasaron diez días para que se difundiera el famoso “vladivideo” que inició una cadena de acontecimientos que precipitó la inesperada caída del gobierno y la elección de un gobierno provisional encabezado por una personalidad de gran autoridad moral – que, desgraciadamente, ya no está con nosotros. (Yo publiqué entonces un artículo sobre esos hechos, “La Batalla Espiritual contra las Fortalezas del Enemigo”, #185; que volví a publicar el 2006, #406)

Al interceder por nuestro país debemos recordar que Jesús nos prometió darnos autoridad para “hollar serpientes y escorpiones y sobre toda fuerza del enemigo…” (Lc 10:19), esto es, para reprimir toda potencia satánica. Conviene también recordar ciertos pasajes del Antiguo Testamento que nos hablan de la protección de Dios en respuesta a la oración. En uno de ellos el rey Josafat tenía que enfrentar a las fuerzas superiores del rey de Siria, aliado a los amonitas y edomitas. Conciente del peligro convocó a una gran asamblea de notables para pedir la ayuda de Dios. Entonces, dice la Palabra, vino el espíritu de Jehová sobre un profeta presente que dirigió estas palabras, entre otras, a la congregación: “No temáis ni os amedrentéis delante de esta multitud tan grande, porque la guerra no es vuestra sino de Dios.” (2Cro 20:15b). De más está decir que Dios les concedió la victoria.

Si nosotros tratamos de hacer la voluntad de Dios en todo lo que emprendemos, pese a nuestras deficiencias, y si los gobernantes buscan sinceramente la guía de Dios para sus decisiones (y hemos gozado durante los últimos meses de la presencia de un Primer Ministro cristiano, aunque no evangélico, en el gabinete), no debemos temer que nos falte la ayuda de lo alto, por grandes que sean las fuerzas contrarias.

En otro episodio ocurrido algunas décadas después, el rey de Siria puso sitio a la ciudad en que se encontraba el profeta Eliseo para capturarlo. El siervo del profeta, al ver la ciudad rodeada por un gran ejército se alarmó al ver el inminente peligro. Pero el profeta le contestó: “No tengas miedo porque más son los que están con nosotros que los que están con ellos.” (2R6:16) Y sigue diciendo la Palabra: “Y oró Eliseo, y dijo: Te ruego, oh Jehová, que abras sus ojos para que vea. Entonces Jehová abrió los ojos del criado, y miró; y he aquí que el monte estaba lleno de gente de a caballo, y de carros de fuego alrededor de Eliseo.” (v. 17) Eran ángeles que protegían al profeta y que desviaron a las fuerzas enemigas.

Nosotros no estamos solos. Estamos rodeados por un ejército de ángeles que lucha a favor nuestro y nos protege, si realmente acudimos al Señor y lo tenemos presente en todos nuestros caminos. (Sal 16:8) Tenemos muchos motivos par hacerlo. Hay numerosas situaciones que requieren la atención de la iglesia, frente a las cuales los creyentes no pueden permanecer indiferentes, sino que deben hacer escuchar su voz.

Dios le ha dado a la iglesia una misión profética para denunciar el pecado en nuestra nación. Las palabras del profeta Miqueas que cité en mi artículo anterior se aplican también a esta coyuntura: “Mas yo estoy lleno de poder del Espíritu de Jehová, y de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebelión, y a Israel su pecado.” (Mq 3:8).

El que no denuncia el pecado se hace su cómplice. Por eso la iglesia no puede permanecer callada como si no tuviera ninguna responsabilidad ante la nación. Incumbe a la iglesia despertar la conciencia de sus miembros a los males de nuestra sociedad, porque hay entre nosotros un espíritu de resignación, como si la corrupción fuera un mal inevitable. Es cierto que existe mucha corrupción en todos los estamentos del gobierno, en la administración de justicia (aunque existen también, a Dios gracias, jueces probos), y en el Congreso, que debe ser enfrentada sin derrotismos.

La denuncia de la iglesia debe hacerse no en términos políticos sino en términos espirituales, lo cual no excluye que se pueda denunciar casos concretos, sin mencionar nombres, a menos que sea indispensable. Se debe denunciar los hechos dolosos ante la congregación -que ya los conoce quizá por los medios- pero que necesita escuchar la voz autoritativa de sus pastores. Y debe hacerse no irguiéndose en juez, sino para instar a la congregación a que ore pidiendo a Dios que reprima las fuerzas del mal que están en obra en tantos lugares altos, a fin de que los culpables sean castigados y los inocentes sean librados.

Sabemos muy bien que la corrupción destruye a las familias y a los hogares; que la corrupción tolerada destruye a las congregaciones y a las iglesias. Pero la corrupción en el gobierno no sancionada y castigada destruye al país no sólo porque provoca un gran despilfarro de recursos y anula la esperanza del pueblo en un futuro mejor, sino también porque le da muy mal ejemplo y lo vuelve cínico. (“Si los de arriba se aprovechan, ¿por qué no puede hacerlo también yo”?)

La denuncia debe estar acompañada por el llamado a la oración y a la batalla espiritual. Al hacer ésta debe tenerse en cuenta que la batalla espiritual efectiva es aquella que apunta a blancos precisos, no vagos; de ser posible con nombre propio, ordenando al espíritu satánico que opera o influya en tal o cual persona, o en tal institución concreta, que se retire y detenga su obra.

El cazador que sale al campo armado de su escopeta no dispara a la bandada de aves que surca el cielo, sino apunta a un ave precisa si quiere dar en el blanco. De igual manera el guerrero de la oración debe apuntar a un blanco bien identificado y hacia él dirigir su escopeta espiritual, si quiere alcanzar resultados. No se obtiene resultados cuando se reprende al espíritu de adulterio, o de fornicación, o de deshonestidad en general. Eso no existe, salvo en un sentido figurado. Los demonios son seres personales que actúan bajo las órdenes de jerarquías celestes (Rm 8:38; Col 2:15; Ef 6:12), que nosotros desconocemos, pero que son reales.

Sin embargo, conviene hacer una grave advertencia. Quien entre a esta lucha debe saber que ingresa a un campo minado. Satanás no perdona a quienes interfieren en su maligna obra. El que lo haga atraerá inevitablemente su cólera y su odio, y sus deseos implacables de venganza.

Por eso nadie debe atreverse a enfrentar al diablo sin llevar bien puesta la coraza de justicia (e.d. de la rectitud y santidad de su conducta), sin resquicios por donde el enemigo pueda incrustar sus dardos, y sin llevar puesto el yelmo de salvación (Ef 6:13-17). Pero sobre todo, sin haberse cubierto con la sangre de Cristo, que es nuestra más poderosa defensa. El que lo haga sin tomar esa precaución, puede salir malamente golpeado como lo fueron los hijos de Esceva de que habla el libro de los Hechos (19:13-16).

El cristiano tiene la autoridad del nombre de Cristo, del nombre “que está por encima de todo nombre” (Flp 2:9), para dar órdenes a Satanás que éste no puede ignorar. Él puede tratar de defenderse, puede tratar de evadirlas dando pretextos, porque es muy astuto, pero si se le conmina con suficiente firmeza, debe obedecer con el rabo entre las piernas, porque él ya fue derrotado por Cristo en la cruz.

El poder del diablo sobre nosotros radica en que él actúa en lo invisible, a nuestras espaldas, y en que nunca duerme; pero sobre todo, en nuestra ignorancia de que nosotros tenemos un poder mucho mayor que el suyo, y que no solemos usar. Pero si lo usamos, no podemos dudar de que Dios nos dará la victoria.

Nota: Es una lástima que la columna diaria de Charles Colson, “Breakpoint” (el fundador de “Fraternidad Carcelaria”) no se publique también en español, porque sus artículos cortos cotidianos están llenos de sabiduría y suelen tratar de temas de mucha actualidad. A los que pueden leer inglés, y tienen acceso a Internet, yo les sugiero visitar esta dirección, www.breakpoint.org o suscribirse a su servicio diario. No lo lamentarán.

#583 (12.07.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse buen número de artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604. Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.

martes, 14 de julio de 2009

PROFECÍA Y PERIODISMO

En el libro del profeta Miqueas leemos: "Yo estoy lleno de poder del Espíritu del Señor y de juicio y de fuerza, para denunciar a Jacob su rebeldía y a Israel su pecado..." Miqueas 3:8). La misión del profeta es denunciar la maldad y con ese fin ha sido llenado del poder del Espíritu. Esta lleno del poder del espíritu para denunciar. Si es verdadero profeta la palabra del Senor le quema en el pecho y no puede contenerla.

En cierto sentido el periodismo puede cumplir en el mundo moderno una función profética cuando es movido por el sentimiento de lo justo y el amor de la verdad, lo que incluye la indignación ante la injusticia. La libertad de prensa, entre las otras libertades, sirve a los propósitos divinos porque facilita la proclamación y la difusión de la verdad. Sin la libertad de prensa muchos hechos delictuosos permanecerían ocultos y no serían denunciados.
(Pero la libertad de prensa no debe ser usada como pretexto para explotar ni fomentar el gusto del público por el escándalo, entrometiéndose en la vida privada de las personas, y exponiéndolas al ridículo)

El episodio de Acán, que narra el libro de Josué, nos muestra cómo el delito que permanece oculto y no es expuesto y sancionado contamina la moral de la nación y es causa de derrota ante los enemigos. Así como la basura que permanece oculta se pudre en la oscuridad, corrompe el ambiente y causa enfermedades, la deshonestidad no denunciada y no expuesta ante la opinión publica se propaga al amparo de la impunidad y contamina a la sociedad. Antes de la década del 70 la inmoralidad en la administración pública era un fenómeno esporádico, pero durante los años de la dictadura militar la corrupción cundió en nuestro país porque no había libertad de prensa y quienes tenían el valor de acusar eran perseguidos y deportados.

Han habido periodistas en nuestro país y en el mundo que, aun sin ser creyentes y aun teniendo las fallas comunes a los seres humanos, han escrito movidos por una unción que procede de lo alto, cuando denunciaron la injusticia y proclamaron la verdad. Con su pluma demostraron tener hambre y sed de justicia. No perderán ciertamente su recompensa.

Muchos periodistas en el Perú y en el mundo arriesgan su vida en el cumplimiento de su misión usando su pluma, o su voz ante el micro, como un arma para denunciar abusos. Algunos de ellos han pagado con su vida su osadía. Como muestra: en Lima se está ventilando el juicio contra un alcalde de una localidad del Oriente que es acusado de haber hecho matar al periodista radial que denunciaba sus actividades como narcotraficante.

No es de extrañar que una de las primeras preocupaciones de las dictaduras comunistas y fascistas de este siglo, cuyo poder verdaderamente procedía del reino de las tinieblas, fuera siempre suprimir la libertad de prensa para poder luego utilizar mentirosamente los medios de comunicación para sus fines, falseando y deformando los hechos.

Es una práctica común de los regímenes dictatoriales controlar con mano férrea los medios de comunicación, sea mediante amenazas o el soborno. Así ocurrió durante la pasada dictadura, en la que los directores de medios que se atrevían a levantar su voz eran acosados o encarcelados, y en que se entregaba fajos de billetes en gran cantidad a un magnate de la TV que vendió la línea periodística de su canal –tal como pudo verse en un famoso video.

Hablándole a los fariseos Jesús les dijo una vez: "Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis llevar a cabo los deseos de vuestro padre. El ha sido homicida desde el principio (cuando mato a Abel por mano de Caín) y no se mantuvo en la verdad, pues no hay verdad en el. Cuando dice mentiras habla de lo suyo (esto es, conforme a su propia naturaleza) porque es mentiroso y padre de la mentira." (Juan 8:44).

Si nos atenemos a las palabras de Jesús, los periódicos que mienten al informar, o que dan un sesgo tendencioso a las noticias que imprimen, manifiestan públicamente de quien proviene el espíritu que los anima.

Y luego agrega Jesús: "Pero a mi, porque os digo la verdad, no me creéis." El destino y la tragedia del profeta es que no se le cree, porque habla y predica contra la corriente del mundo, es decir, contra la opinión prevaleciente. Debemos reconocer con tristeza que a la gente con frecuencia no le gusta oír la verdad. Prefieren ser engañados. Ya esto ocurría en tiempos del Antiguo Testamento: "...dicen a los profetas: no nos profeticéis lo recto, decidnos cosas halagüeñas, profetizad ilusiones..." (Isaías 30:10)

Hay publicaciones que hacen un negocio pingüe satisfaciendo este pedido y dando a las masas que quieren ser engañadas, adormecidas, el opio que reclaman. Pero la prensa que es conciente de su deber cumple su función desafiando a las opiniones en boga, denunciando los abusos y las corruptelas, abogando por los indefensos y proclamando la verdad aun a riesgo de ser impopular y de atraer las iras de los poderes de turno.

NB. Los dos presentes artículos fueron publicados en la revista “Oiga” hace cerca de 20 años, bajo el pseudónimo “Joaquín Andariego” con que escribía entonces. Los vuelvo a imprimir, convenientemente puestos al día, porque creo que no han perdido actualidad.

#582 (05.07.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse buen número de artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604. Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.

SU ENSEÑANZA PRIMERA

"Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías: 'He aquí, yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará tu camino. Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas'. Apareció Juan bautizando en el desierto y predicando un bautismo de arrepentimiento para perdón de los pecados." (Mr 1:1-4)

Si se preguntara a un grupo de personas al azar en la calle: ¿cuál es la doctrina fundamental del Evangelio de Jesucristo? es muy probable que la mayoría respondiera: su enseñanza acerca del amor.

Sin duda el mensaje de amor sin límites que trajo Jesucristo, del amor que entrega la propia vida no sólo por los amigos, sino hasta por los enemigos, es la corona de las enseñanzas de Jesucristo, su aspecto más novedoso y revolucionario. Pero no es su fundamento. La doctrina primera y fundamental del Evangelio es el arrepentimiento de los pecados o conversión a Dios. (Estas dos palabras que se usan con frecuencia como equivalentes en el lenguaje común no son exactamente sinónimas, aunque expresan ideas muy afines).

Por ello es adecuado que San Marcos empiece su Evangelio escribiendo: "Comienzo de la Buena Nueva ("Evangelio" quiere decir "buena nueva") acerca de Jesucristo...Apareció Juan bautizando en el desierto predicando un bautismo de arrepentimiento..." (Mr 1:1-4)

Cuando poco después Jesús empezó su propia predicación, lo hizo proclamando: "El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios se ha acercado. Arrepentíos y creed en el Evangelio." (Mr 1:15).

De igual manera, cuando, en el curso de su primer sermón a la multitud congregada en el día de Pentecostés, el apóstol Pedro, ungido por el Espíritu, llevó a sus oyentes a preguntarle compungidos: "Hermanos, ¿qué tenemos que hacer?", él no les contestó "Amaos los unos a los otros", sino "Arrepentíos y haceos bautizar en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados". (Hch 2:37,38).

Vemos aquí pues, claramente, como toda evangelización debe comenzar por el arrepentimiento. Porque es imposible que nadie pueda amar a su prójimo como a sí mismo, y, para comenzar, cumplir ninguno de los preceptos del Evangelio, si antes no ha abandonado sus pecados y se ha vuelto de todo corazón hacia Dios. Es tan absurdo predicar el amor (o la paz, si se quiere) antes que el arrepentimiento como pretender construir el tercer piso de una casa antes de levantar el primero. Sin el primero, ni el segundo ni el tercero ni ningún otro piso se sostienen. Sin embargo, ese absurdo se da en algunas iglesias.

Citando al profeta Isaías, el Bautista proclamaba: "Preparad el camino del Señor, enderezad sus senderos...". ¿Porqué debe el hombre enderezar sus senderos? Porque "el camino del hombre perverso es torcido y extraño". (Pr 21:8). (La palabra "camino" en el lenguaje bíblico es sinónimo de "conducta", "comportamiento", "género de vida"). No pide el profeta que hagan sus senderos menos torcidos, sino que los hagan derechos.

El ladrón no es menos ladrón porque modere sus robos, ni el corrupto es menos corrupto porque rebaje la coima. Así como no se le dice al ladrón: "Roba un poco menos", sino que deje de robar del todo, tampoco podemos decirle al pecador: "Peca un poco menos; sé menos malo", sino "dale la espalda al pecado".

No hay dos maneras de convertirse: una a medias y otra del todo, sino una sola. El que pretende convertirse a medias, poco a poco, no se convierte nunca, permanece en sus pecados. Comete además un grave error: tratar de convertirse por sus propios medios, apelando a sus propias fuerzas. Y eso es imposible. Por más que trate, nunca lo logrará. De ahí que el profeta Jeremías pusiera en boca del pueblo hebreo esta petición al Señor: "Conviérteme y seré convertido." (Jr 31:18)

El hombre es incapaz de dejar el pecado por sí mismo, porque la ley del pecado vive en sus miembros y lo domina. "¡Ay de mí", escribió San Pablo, "¿quién me librará de este cuerpo de muerte?...Porque con la razón sirvo a la ley de Dios, pero con la carne a la ley del pecado." (Rm 8:24,25) Sólo cuando el hombre reconoce su incapacidad de convertirse a sí mismo y se entrega a Cristo de todo corazón, puede la gracia obrar el milagro de transformarlo interiormente. Mientras no lo haga permanecerá en su miserable condición.

De ahí que sea preocupante escuchar en algunas iglesias (no evangélicas) esa novedosa doctrina de la conversión gradual, o repetida, como de un esfuerzo que el hombre deba realizar para mejorarse a sí mismo.
Se ha reemplazado la vieja noción de "la conversión de los pecadores", a predicar la cual tantos heroicos santos y santas del pasado dedicaron sus vidas, por una moderna "moderación de los pecadores", más comprensiva de las debilidades humanas, más actualizada, liberal y fácil. El pecador puede llegar a ser bueno, alegan, si tan sólo se esfuerza por pecar menos o se aleja de los pecados más graves.

Admiten que Jesús dijo en la montaña: "Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición." (Mateo 7:13). Pero agregan que eso no hay que tomarlo tan literalmente. Si Jesús viviera en nuestros días, dan a entender, con todo lo que ha progresado el mundo, seguramente nos confortaría diciendo que también por el camino ancho hay un recoveco para llegar al cielo; que no sólo se llega por el camino estrecho.

A los que así predican se les podría aplicar el reproche que Jesús dirigió a los fariseos, diciéndoles que habían cerrado a la gente la puerta del reino de los cielos, que ni ellos entraban ni dejaban entrar a otros, (Mt 23:13)y que eran “ciegos, guías de ciegos” (Mt 15:14). Los que esas cosas predican tropezarán y caerán junto con los que los escuchan.

No es posible seguir dos caminos a la vez, aunque parezcan que están cercanos. No es posible seguir a Cristo sin romper con Satanás. No se puede ser amigo de éste y serlo a la vez de Jesús. Escojamos a quién queremos servir.

martes, 7 de julio de 2009

EL VARÓN COMO ESPOSO II

Continúo en este artículo el segundo punto de la exposición de nuestro tema (el esposo amante) que fue interrumpido en el artículo anterior por razones de espacio. Estaba hablando de la importancia de la cortesía y del buen trato en las relaciones entre los esposos, especialmente de las consideraciones que el marido debe guardar con su mujer por ser ella, como dice Pedro, un “vaso más frágil”. (1P 3:7). Ahora quiero abordar un aspecto que es sumamente delicado pero que tiene mucha importancia en el éxito del matrimonio.

Dije en el artículo anterior que es responsabilidad del hombre hacer feliz a su mujer. Pues bien, hacer feliz a su mujer siendo un esposo amante implica cultivar el amor físico. Fue Dios quien inventó el sexo, no el diablo. Lo hizo por dos motivos principales: 1) para que los esposos gocen y sean felices amándose el uno al otro; y 2) para que se reprodujeran, como se dice en Génesis: “Sed fecundos y multiplicaos.” (1:22).

La mujer no desea que su marido tenga sexo con ella. Eso lo puede él hacer con cualquier mujer (si no teme pecar). Ella desea que él le haga el amor. Ahí hay un gran diferencia que muchos hombres ignoran, sobre todo cuando la rutina se instala en la alcoba conyugal. Para que la intimidad sea realmente “hacer el amor” (en el buen sentido de la palabra, no en el sentido del mundo) el marido debe tratar a su mujer cariñosa y amorosamente en todo tiempo y circunstancia, y ella a él también por supuesto.

Pero sobre todo, supone acercarse a ella en la intimidad con ternura, sin apresuramiento, dándole a ella tiempo para responder. Apoyándonos en Pablo (Ef 5:28) hemos dicho que el marido debe tratar al cuerpo de su mujer como si fuera su propio cuerpo. Aunque eso no lo diga la Biblia, podemos afirmar que si el marido está realmente enamorado, la tratará mejor que a su propio cuerpo.

Las relaciones sexuales alegran el corazón de la esposa y profundizan la intimidad espiritual y anímica entre ambos. Cuando marido y mujer son felices en la intimidad no sólo empiezan a parecerse, sino que se unen anímicamente tanto que adivinan mutuamente lo que siente y piensa el otro, de modo que, estando en compañía de otras personas, una mirada les basta para comunicarse.

Pero la felicidad conyugal trae también unidad al hogar y crea un clima de armonía que beneficia a todos sus miembros. Los hijos, especialmente cuando son pequeños, perciben la felicidad de sus padres, y eso los hace a ellos a su vez felices y los vuelve dóciles.
Nótese lo siguiente porque es muy importante: cuando los esposos no son felices en la intimidad, difícilmente puede haber felicidad en el hogar. Su insatisfacción se transmite a sus hijos y agria el trato mutuo. Los hijos se vuelven rebeldes y obedecen de mala gana.

La fidelidad es una condición indispensable de la felicidad conyugal. La infidelidad es una intrusión grave –una ingerencia de un elemento ajeno- en la unidad espiritual de los esposos que puede dañarla de una manera irreparable. Aun si fuere oculta, la infidelidad destruye la unidad emocional y la confianza mutua que debe existir entre los esposos. (Nota 1). Coloca al infiel en una situación de inferioridad moral por el sentimiento inevitable de culpa que lo embargará.

Pero la fidelidad no concierne sólo al cuerpo. La mente y la imaginación deben ser igualmente fieles al cónyuge si ha de preservarse la unidad emocional. Eso supone también la fidelidad de los ojos que no deben dejarse atraer por otros ojos o por otros cuerpos. Maridos: su mente, su imaginación, sus sentimientos y sus ojos pertenecen a sus esposas. Naturalmente lo recíproco es también cierto. (Mt 5:28)

La infidelidad del esposo, tan común en nuestro medio, no sólo destruye el amor de la mujer, sino también el respeto que ella tiene por su marido. Más aun, si los hijos llegan a enterarse, o tan sólo a sospecharla, perderán el respeto que ellos sienten por su padre, aunque lleguen a perdonarlo. Podrán respetarlo exteriormente, porque le temen, pero no lo respetarán en su interior y dejarán de amarlo como antes, porque conciente o inconcientemente, se solidarizan con su madre. La ofensa inflingida a ella los ofende también a ellos.

La infidelidad de la mujer en el matrimonio es aun más grave que la del hombre y hace a éste un daño aún más grave porque golpea su hombría. Es más grave además porque, como he dicho en otro lugar, el cuerpo de la mujer es el altar del amor. La infidelidad lo mancilla.

Pero nótese que es muy difícil que una mujer feliz sea infiel a su marido, salvo que sea una casquivana. Su felicidad la guarda mucho mejor que los celos del marido.

Por último, el marido amante debe ser amigo de su mujer, debe ser su confidente, y ella de él. Si el marido prefiere estar con sus amigos, si prefiere contar sus asuntos a sus amigos –o viceversa, ella a sus amigas- algo está fallando en el matrimonio. Hay algo que impide que ambos se abran completamente el uno al otro y que conspira contra el amor, porque entre ambos no debe haber secretos si hay verdadera intimidad. Cuanto más unidos son, más transparentes serán necesariamente el uno con el otro.

III. En tercer lugar el varón es el proveedor de su casa. Proveer a las necesidades del hogar es primordialmente su responsabilidad.

Puede parecer vano insistir en la importancia del trabajo, porque en principio todos los hombres trabajan, sea por necesidad o porque desean progresar en la vida. El hombre, por lo general, es ambicioso, aspirante, y eso lo empuja a ganarse el dinero con el sudor de su frente. El trabajo además le proporciona muchas satisfacciones.

Sin embargo, me he encontrado con hombres que deseaban casarse pero que no tenían un trabajo estable y no consideraban necesario tenerlo, porque contaban con los ingresos de su novia y futura esposa para sostener el hogar. Parece aberrante, pero esos casos se dan. Cuando eso ocurre es obvio que el hombre no ama a su novia, sino sólo la desea y quiere explotarla. La está engañando al declararle su amor (como hacen gran número de hombres que confunden deseo por amor) y la engañará luego casi inevitablemente en los hechos. El hombre que ama realmente a su prometida la cortejará con regalos, pero ¿cómo podrá hacerlo si no tiene ingresos suficientes, a menos que robe?

De hecho, el trabajo, todo trabajo, dignifica al hombre y le permite desarrollar sus aptitudes, sus cualidades, los dones que Dios le ha puesto en su ser. Trabajando el hombre (y la mujer) se realizan a sí mismos, aunque el trabajo sea de orden rutinario, pues aun el trabajo rutinario puede proporcionar oportunidades para desarrollar la propia creatividad. (2) Más aun cuando el trabajador es conciente de que con su trabajo da gloria a Dios y hace su obra. Si interioriza esta idea tratará de mejorar, de perfeccionar de alguna manera la obra que realiza, y Dios lo recompensará no sólo haciendo que encuentre una verdadera satisfacción en lo que hace sino también dándole un trabajo mejor. (“Porque has sido fiel en lo poco, sobre mucho te pondré.” Mt 25:21).

Nótese que, contrariamente a lo que a veces equivocadamente se afirma, el trabajo no es una maldición que alcanzó al hombre como consecuencia del pecado. Dios no creó al hombre para que estuviera ocioso sino que “lo puso en el huerto del Edén para que lo labrara y lo guardase.” (Gn 2:15). La maldición del pecado consistió en que el trabajo le fuera ingrato y penoso, y tuviera que comer su pan “con el sudor de su frente”, es decir, con mucho esfuerzo. (Gn 3:19).

Sin embargo, es importante que el hombre casado sepa que el fruto de su trabajo es para su hogar, para las necesidades de su casa, y no para emborracharse y divertirse, ni tampoco, en primer lugar, para sus aficiones y “hobbies”, aunque éstos sean sanos. Naturalmente el hombre, una vez que ha satisfecho todas las necesidades de su casa, que incluyen no sólo las tres necesidades básicas de vivienda, alimento y vestido, sino comprenden también escuela y estudios para sus hijos, así como el cuidado de la salud, puede dedicar una parte del sobrante de sus ingresos a sus aficiones y gustos particulares, siempre y cuando ellos no lo absorban tanto que descuide su hogar.

Es de suma importancia, si ambos trabajan, pero no sólo en ese caso, que haya transparencia en los ingresos y los gastos. Cada uno debe saber cuánto gana el otro y debe contribuir al presupuesto familiar en proporción al monto de sus ingresos, a menos que ambos hayan llegado a un acuerdo diferente. Si marido y mujer se tienen mutuamente confianza debe reinar una transparencia absoluta en lo económico, sin secretos que oculten algo que no deseen compartir con el otro (y que pueda despertar sospechas).

Los maridos deben confiar el presupuesto doméstico a su mujer. A muchos peruanos no les gusta eso y quieren mantener el control del dinero siendo ellos quienes manejen el gasto diario. Es humillante para la mujer estarle pidiendo dinero constantemente al marido para los gastos diarios. ¿Cómo puede ella amarlo si la humilla? En cambio, el marido honra a su mujer confiándole la administración del dinero destinado al mantenimiento del hogar (o administrándolo conjuntamente con ella), porque la mujer maneja el presupuesto familiar mejor que el hombre, siendo ella por naturaleza ahorrativa y el hombre gastador.

El marido sustenta y cuida a su esposa como Cristo a la iglesia (Ef 5:29). Hay maridos que descuidan la salud de su esposa, o que le exigen esfuerzos superiores a sus fuerzas. Al comportarse de esa manera demuestran que no la aman como a su propio cuerpo, sino que la tratan como si fuera un cuerpo ajeno. Pero es el suyo propio y es más frágil (1P 3:7). Si no la cuidan, después no pueden quejarse de que su salud se deteriore o se enferme. En verdad en muchos casos el microbio responsable de la enfermedad de la mujer es el marido.

El marido debe proveer el pan –insisto en ello- el vestido y la vivienda, etc., y todas las necesidades de su casa, como lo manda la palabra. De lo contrario “ha negado la fe y es peor que un incrédulo.” (1Tm 5:8). Pero es un hecho que la vida moderna, por el costo de vida, que incluye los altos precios de los servicios esenciales y del colegio, entre otros rubros, obliga con frecuencia a la mujer a trabajar para contribuir al presupuesto familiar. Pero ése no es el ideal sino una deformación impuesta por las realidades económicas actuales. Sin embargo, cuando hay hijos pequeños la mujer debe en lo posible permanecer en el hogar y no confiar a sus hijos a una empleada doméstica, porque en ese caso, será ella quien los forme y les enseñe quizá hábitos indeseables. (3)

Si es necesario que la mujer trabaje es mejor que lo haga en su casa. Hay muchas formas de ganar dinero hoy en día que no requieren acudir a un centro de trabajo. El Internet lo ha hecho posible.

IV. Por último, el esposo es protector de su esposa. Él la protege de las tensiones que inevitablemente se presentarán dentro y fuera del hogar, frente a los vecinos, a los transeúntes, a los vendedores, o frente a extraños en general.

La protege también de las tensiones que pudieran surgir con su propia familia. A veces ocurre que la mujer es mal vista por la familia del esposo, como también puede ocurrir al revés. Con frecuencia la suegra se resiste a dejar de controlar o influir en su hijo, a expensas de la mujer, y surge una competencia entre ambas. Esas son situaciones enfermizas y peligrosas, delicadas, que pueden hacer necesario que la joven pareja viva sola, y si fuera posible, alejados de los padres de ambos. Bien dice el dicho: “El casado, casa quiere”. Las dificultades para conseguir vivienda dificultan muchas veces llevar este sano consejo a la práctica.
El marido debe sacar siempre la cara por su esposa y no dejar que ningún familiar suyo la agravie o la incomode, si es que quiere conservar el aprecio de su mujer. Porque ¿qué pensará ella del marido que no la defiende? Que es poco hombre. Comenzará a pensar que se equivocó al escoger marido, y a desear tener otro.

Finalmente el marido protege a su mujer del maltrato de los hijos, cuando éstos son pequeños, si han sido muy engreídos o son muy agitados, o ella es demasiado consentidora. Hay hijos pequeños que se convierten en tiranos de su madre por sus exigencias constantes. El padre debe intervenir en esos casos para restablecer el orden.

El esposo debe ser muy severo en no permitir que sus hijos falten el respeto a su madre. Ellos deben saber que si le faltan el respeto a ella, le faltan el respeto a él y tendrán que vérselas con él, porque ella es su cuerpo.

Aunque sea salirme un poco del tema, quisiera decir, para terminar, algunas palabras acerca de la importancia que tiene el que, antes de casarse, ambos esposos hayan sido sanados de las heridas que relaciones anteriores pueden haberles producido porque, de no ser así, esas heridas del pasado pesarán en sus relaciones presentes. Existe el peligro de que ellos tiendan a ver y a reaccionar frente a las actitudes y palabras de su cónyuge desde la óptica de sus experiencias dolorosas pasadas. Inconcientemente pueden querer vengarse en el cónyuge inocente de lo que otro u otra les hizo sufrir. Pueden surgir también, como fantasmas del pasado, desencuentros y resentimientos innecesarios.

Notas: 1. El refrán “Ojos que no ven, corazón que no siente”, no siempre se cumple en este caso, porque la parte infiel se comporta de una manera extraña, nerviosa, y porque la parte engañada tiene “antenas”.
2. Ser creativo es una cualidades más valiosas del ser humano que viene de que ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios, el Ser creativo por excelencia.
3. En el Japón la mujer que trabaja cuando tiene un hijo, tiene derecho a permanecer con él en casa para cuidarlo hasta que cumpla 12 años. Pasado ese lapso recupera el puesto de trabajo que tenía.

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