jueves, 23 de abril de 2015

JESÚS ANUNCIA SU MUERTE I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA SU MUERTE I
Un Comentario de Mateo 16:21-25

Después de que Pedro, bajo inspiración divina, confesara que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo, como preparación, o paso previo a su viaje final a Jerusalén, Jesús confió en Pedro la responsabilidad de asumir el liderazgo de la iglesia que Él anuncia que va a edificar (Mt 16:16-18).
21. “Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas; y ser muerto, y resucitar al tercer día.”
A partir de este momento la vida pública de Jesús toma un nuevo y dramático giro inesperado e incomprensible para sus discípulos: Su carrera hacia su trágico destino final.
Jesús anuncia que “le era necesario”, esto es, no era un capricho inesperado de su parte, sino que estaba previsto en los planes de su Padre para Él. “Le era necesario”. (Nota 1) Tenía que cumplir la misión para la cual había venido a la tierra.
Tenía que padecer de manos de las autoridades religiosas de Jerusalén (esto es, del Sanedrín), morir y resucitar al tercer día. (2)
Parece que esto último no fue captado por sus discípulos pues, de haberlo sido, debió haberlos asombrado y, aunque no lo comprendieran, debió haberlos tranquilizado acerca del anuncio de su muerte. Pero es obvio que no lo captaron, pues continúa diciendo el Evangelio:
22. “Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.”
Pedro, en su impetuosidad, no tiene pelos en la lengua para regañar a Jesús por lo que acaba de decir. ¿Y qué le dice Pedro? Ten compasión de ti mismo.
¡Qué consejo tan humano! Lo primero que tienes que hacer, tu más alta prioridad, es preservar tu vida, buscar tu bien, no tu mal. Además, si mueres ¿cómo vas a cumplir tu misión como rey de Israel? Cuando agrega: “De ninguna manera esto te acontezca” Pedro está diciendo que Jesús tiene los medios, o el poder, para evitar ese cruel destino.
Pero notemos que lo hace en privado, “tomándolo aparte”, no delante de sus compañeros. Él no se atreve a contradecir a Jesús delante de todos. Pero es obvio que los sentimientos que él expresa eran compartidos por los demás. Todos ellos consideraban impensable que su Maestro pudiera sufrir tal suerte.
La reconvención de Pedro estaba inspirada por su sincero amor a Jesús y por su esperanza en la restauración del trono davídico. Sin embargo, Jesús no lo toma así, sino al contrario:
23. “Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.
¡Qué tal reproche! Lo llama Satanás a Pedro. Es decir, mi enemigo, mi adversario. Le acaba de declarar que le entregará las llaves del Reino y que sobre él edificará su iglesia, pero ahora le reprocha: Tú eres como Satanás para mí, eres un obstáculo. ¿Por qué? Porque no piensas en las cosas de Dios, es decir, no las tienes presente. Sólo piensas en los fines y propósitos de la carne, que sólo piensa en satisfacerse a sí misma, y aborrece el sacrificio (Rm 8:7). Tus palabras están inspiradas por el afecto que me tienes, pero desconoces el propósito redentor por el cual mi Padre me envió al mundo.
¡Cuántas veces nosotros, aun sirviendo a Dios, no entendemos sus propósitos y, peor aún, pensamos  en nuestro beneficio, no en las miras superiores de Dios! ¿Qué beneficio personal voy a obtener de esta obra, de esta prédica, de esta campaña que estoy llevando a cabo? ¿Aumentará con ella mi prestigio? ¿Asegurará mi futuro económico? Nuestro amor a Dios no es desinteresado, sino al contrario, mayor es el amor con que nos amamos a nosotros mismos, que el amor que tenemos por Dios y su obra.
Enseguida Jesús aprovecha este intercambio para darles a sus discípulos, y darnos a todos, una gran lección, una de sus lecciones más importantes:
24. “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame.”
Habiendo reprendido severamente a Pedro en privado, Jesús se torna a los discípulos que estaban cerca, y quizá sorprendidos de lo que ocurre entre su Maestro y Pedro, y dice una frase que es uno de los principios básicos de su doctrina y del cristianismo: “El que quiera ser mi discípulo –y por tanto, parecerse a mí- niéguese a sí mismo.” Detengámonos en esta palabra un momento antes de seguir adelante.
           
Jesús podía dar este consejo a sus discípulos con más autoridad que nadie, porque nadie se ha negado a sí mismo como Él lo hizo. Su propia encarnación, es decir, su venida al mundo humano del sufrimiento, del dolor y del pecado, dejando la gloria de que gozaba al lado de su Padre, era una renuncia para nosotros inimaginable, porque no podemos imaginar, ni comprender cuál era esa gloria.
Su vida en la tierra no fue otra cosa sino un constante negarse a sí mismo, al aceptar y someterse a todas las incomodidades que la naturaleza humana padece: hambre, sed, cansancio, dolor, frío, tentaciones, incomprensiones, ataques, odio, etc. No sabemos si Jesús estuvo alguna vez enfermo –Él que era la vida misma- pero no podemos descartarlo, pues fue como uno más de nosotros en todo menos en el pecado.
¿Y qué mayor negarse a sí mismo que renunciar a lo que estaba fácilmente en sus manos, cuando iba a ser arrestado en Getsemaní? Cuando Pedro trató de defenderlo, Jesús le dijo: ¿Acaso no puedo pedir a mi Padre que mande doce legiones de ángeles para protegerme de estos esbirros? Jesús se entregó mansamente en sus manos –como oveja que es llevada al matadero- cuando podía haber escapado de sus captores con sólo desearlo.
(En otra ocasión Él les dijo a sus discípulos: El que no renuncie a sus afectos naturales para amarme a mí, no es digno de ser mi discípulo: Lc 14:26).
Pero notemos –como escribe Juan Crisóstomo- que Jesús no dice: Quieras o no quieras, tienes que pasar por esto, sino dice: “Si alguno quiere…” Yo no fuerzo ni obligo a nadie. Es voluntario; libre eres de tomarlo, o dejarlo.
Pero ¿en qué consiste en concreto negarse a sí mismo? Negarse satisfacciones en sí lícitas, comodidades y ventajas; o ayunar, o dejar de ver espectáculos, o la TV, para ir a buscar a un perdido; tomar de mi bolsillo el dinero que hubiera podido gastar en mí mismo para dárselo a un pobre; armarse de paciencia para escuchar a un desventurado que busca con quien compartir sus desdichas y consolarlo. Más aun, puede ser negarse sueños y aspiraciones personales por amor de Dios y del prójimo; despreciar riquezas, honores y gloria; afrontar peligros y soportar insultos y humillaciones por Cristo, como Él sugirió en Mt 5:11, etc.
Jesús continúa diciendo: “Tome su cruz y sígame.” Él podía decirles eso a ellos, y a todos nosotros, porque sabía que en poco tiempo Él iba a cargar con el madero en el que iba a ser crucificado para morir. Él tomó sobre sí el cruel instrumento de tortura en el que iba a exhalar el último suspiro. La cruz fue para Él el lecho donde moriría.
¿Qué cosa es nuestra cruz que Jesús nos exhorta a tomar? El lugar, la ocasión, el momento, las circunstancias en que morimos a nosotros mismos. Así como Él no rechazó cargar con la cruz que le imponían, nosotros no debemos rechazar la cruz que Dios nos presente para morir a nosotros mismos. ¿Qué cosa es esa cruz? Cada cual lo sabe y alguna vez la ha tomado, y en otra quizá, la ha rechazado. ¡Y no sabe lo que se ha perdido! Porque tomar la cruz que Jesús nos ofrece nos hace semejantes a Él.
En otra ocasión Jesús dijo que el que no tomaba su cruz y lo seguía (entiéndase: en el camino del negarse a sí mismo) no podía ser su discípulo (Lc 14:27). Anteriormente había sido incluso más directo: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí.” (Mt 10:38). En otras palabras, al que no esté dispuesto a morir en la cruz que yo le presente, yo lo rechazo como discípulo. Éstas son palabras duras. Pero ¿acaso vino Jesús a la tierra a divertirse, o a gozar? ¿Puede el discípulo ser más que su Maestro? ¿Puede el discípulo gozar de gollorías de que no gozó Jesús? Por algo dijo Jesús en el mismo contexto que el que quiera seguirlo debe primeramente calcular el costo para asegurarse, de que está realmente dispuesto a asumirlo y a perseverar hasta el fin. (Lc 14:28-30). De lo contrario, terminaría siendo objeto de burla. ¿Puede alguien pretender ser discípulo de Jesús sin tomar su vida como modelo?
¡Ah no, Jesús, lo que tú me pides es demasiado! Yo no quiero renunciar a todo lo bueno y lícito que el mundo y la vida me ofrecen. Yo no quiero ser echado al ruedo para ser comido por leones. Yo creo en ti ciertamente, y en tu sangre que ha lavado mis pecados, pero ahora que soy salvo quiero llevar una vida cristiana cómoda, no sacrificada. Aunque sea paradójico, quiero seguir tus enseñanzas sentado plácidamente en mi sillón.
¿Quién no ha sido tentado alguna vez a pensar de esa manera? Yo confieso que alguna vez lo he sido. Quizá la mayoría de los cristianos sinceros del mundo ha cedido a esa tentación, y por eso el testimonio que da la iglesia es tan débil, y por eso tan pocos la siguen.
Nadie podrá acusar a Jesús de haber sido un hipócrita, de haber ofrecido a sus seguidores una vida fácil. Lo que Él ofrece es “sangre, sudor y lágrimas”, como reza el título de una canción. Lo que Él ofrece es una vida como la suya, una vida sacrificada. Nadie te obliga a aceptarla, nadie te obliga a seguirlo. Pero si quieres hacerlo, calcula primero el costo, y asegúrate de que puedes pagarlo hasta el fin.
25. “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará.”
Esta frase de Jesús puede entenderse de dos maneras: Una dentro del contexto del anuncio  que ha hecho Jesús de su próxima pasión y muerte, y otra en un sentido más amplio.
Veamos la primera. Si yo voy a ir a Jerusalén a cumplir la misión por la cual he venido al mundo, a afrontar la muerte por la redención de los pecadores, el que quiera seguir en pos de mí no puede ser menos que yo; es decir, si quiere salvar su pellejo, por así decirlo, si quiere conservar su vida negándome, la perderá.
En cambio, el que permanezca fiel a mí y pierda su vida por mi causa (y por causa
del Evangelio, como se dice en Mr 8:35), lo cual es el “súmmum” del negarse a sí mismo, ése tal se salvará una vez muerto, porque será recibido en los cielos. Este es el sentido que Jn 12:25 recalca: El que aborrece su vida, es decir, en el sentido de que la deseche por causa mía, la está guardando para la vida eterna. Como señala “The Jewish Annotated New Testament”, Jesús formula en este versículo una paradoja: El que se aferra fuertemente a algo, corre el riesgo de perderlo; en cambio, el que lo suelta por una buena causa, lo preserva.
El segundo sentido indirecto es: El que quiere gozar de esta vida, el que la ama y quiere disfrutar de todos los placeres que ella le ofrece, desechando todo llamado mío al arrepentimiento, se condenará. Pero el que rechace la seducción del mundo para seguir mis pasos, negándose a sí mismo, como se ha dicho antes, ese tal recibirá una gran recompensa en los cielos. A eso apunta lo que dirá unas líneas más abajo: Que cuando Él venga en la gloria de su Padre, pagará a cada cual según sus obras (Mt 16:27).
Los mártires de los primeros siglos tomaron muy en serio estas palabras de Jesús en el primer sentido que hemos señalado, pues ellos estuvieron dispuestos a afrontar la muerte, negándose a ofrecer sacrificios a los dioses, como les exigían las autoridades romanas, y confesando su fe en Cristo sin importarles las torturas a los que los sometían, y con las que querían obligarlos a apostatar de su fe. De ellos se dice en Apocalipsis: “Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte.” (12:11).
El ejemplo que dieron de entereza hizo que muchos paganos se convirtieran a Cristo y engrosaran las filas de la iglesia, estando incluso dispuestos a ofrendar también sus vidas. La sangre de los mártires –dijo Tertuliano- es la semilla del Evangelio.
Notas: 1. En griego dei: Una necesidad urgente, inevitable, exigida por la naturaleza de las cosas (cf Jn 3:7; Lc 2:49; 4:43).
2. Es interesante que Jesús diga que tiene que padecer en Jerusalén, la ciudad santa, que fue fundada por David, y donde su hijo Salomón construyó un gran templo dedicado a la gloria de su Padre, y que tenga que sufrir y morir de manos precisamente de aquellos que tenían un mayor conocimiento de las Escrituras, de los que esperaban ardientemente el advenimiento del Mesías, y que hubieran debido reconocerlo. Nótese que si bien fueron los romanos quienes lo ejecutaron, ellos lo hicieron por instigación de las autoridades judías (Hch 3:17; 4:10; 7:52).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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viernes, 17 de abril de 2015

LA CONFESIÓN DE PEDRO III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA CONFESIÓN DE PEDRO III
Un Comentario de Mateo 16:18-20
Después de haber examinado en el artículo anterior lo que Jesús dice acerca de Pedro en el vers. 18, veamos enseguida lo que Jesús dice ahí acerca de la iglesia.
Jesús le dice a Pedro: “sobre esta roca edificaré mi iglesia.” Subrayo el pronombre “mi” porque la iglesia es suya, es Él quien la edifica y es a Él a quien pertenece.
Es notable que la palabra “iglesia”, que ocupa un lugar prominente en el libro de los Hechos, aparezca sólo dos veces en boca de Jesús y en los evangelios: en este pasaje, y en Mt 18:17, cuando Él habla de la solución de entredichos entre creyentes.
Esta palabra, “ekklesía”, viene del verbo ekkaleo (convocar, congregar), de modo que su sentido primario es el de una asamblea de ciudadanos, como la que se menciona en Hch 19:39, pasaje en el que la palabra griega que es traducida por “asamblea” es ekklesía.
Pero Pablo en tres ocasiones se refiere a la “iglesia” en casa de alguien (Rm 16:5; Col 4:15; Flm 2). En este caso la iglesia es un grupo de personas que celebra reuniones de culto de manera regular en casa de un creyente.
En el lado opuesto vemos que en la Septuaginta, la palabra ekklesía es usada para traducir la palabra hebrea qahal (congregación, convocación, asamblea) como en Sal 22:22, la cual, como es el caso de ekklesía, viene también de un verbo que significa “convocar”.
Pero el sentido en el cual Jesús parece usar esta palabra tiene un significado espiritual más profundo, que apunta al que aparece con claridad en Ef 1:22, por ejemplo, donde se afirma que la iglesia es el cuerpo de Cristo (cf Col 1:18,24). Él usa esta palabra en oposición conciente a la otra palabra con que se solía traducir qahal, esto es, “sinagoga”.
Todos los cristianos son miembros de esta congregación que es edificada “sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Ef 2:20). En ella sus miembros son “piedras vivas”, edificadas como “casa espiritual” y cuya “cabeza del ángulo” es la piedra que los edificadores anteriores desecharon y que, por ese motivo, se convirtió en piedra de tropiezo para muchos (1P 2:4-8).
Es interesante notar que mientras que a la congregación, o casa de Israel, se pertenecía por nacimiento físico, a la iglesia, o congregación de los santos, se pertenece no automáticamente al nacer, sino en virtud de un nuevo nacimiento diferente, de orden espiritual, como le explicó Jesús a Nicodemo (Jn 3:3-6), por el cual el Espíritu Santo viene a morar en el creyente. Por ello a la iglesia, cuerpo de Cristo, pertenecen no necesariamente todos los llamados –que son muchos- sino sólo los escogidos –que son pocos (Mt 20:16; 22:14).
Jesús continúa diciéndole a Pedro en 16:18b: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.”
El Hades, o Sheol, no es aquí el lugar de tormento, lo que nosotros llamamos “infierno” (aunque con frecuencia la frase es traducida como “las puertas del infierno”), sino simplemente el poder o dominio de la muerte. El significado básico de esta frase es que la iglesia no será tocada o absorbida por la muerte, sino que subsistirá eternamente, porque eterno es el que la fundó y sostiene, Aquel que constituye su fundamento.
Ésta es una predicción muy osada si se tiene en cuenta, primero, que todas las instituciones humanas son pasajeras; y, segundo, que fue dicha por un maestro itinerante, en un pequeño país dominado por fuerzas extranjeras, y que Él mismo no contaba con ningún apoyo ni sello de aprobación oficial que pudiera dar cierta semblanza de credibilidad a sus palabras.
La expresión “Las puertas del Sheol” (o del Hades) es muy común en la literatura pseudoepigráfica, y en la literatura griega, y es usada en el Antiguo Testamento para significar la cercanía de la muerte, como en el caso del rey Ezequías cuando, habiendo enfermado, estaba a punto de morir, y después de llorar, exclamó: “A la mitad de mis días iré a las puertas del Sheol; privado soy del resto de mis años.” (Is 38:1-10. Pasar a través de esa puerta es morir. (Como sabemos, en respuesta a su oración, Dios le prometió, por boca de Isaías, quince años de vida adicionales.) Expresiones similares se encuentran en Jb 38:17 y en los salmos 9:13 y 107:18. (Nota 1)
En Hebreos se dice que Jesús por medio de su muerte destruyó “al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo” (2:14). Satanás es el enemigo jurado de la iglesia, que ha suscitado, y sigue suscitando, enemigos de la iglesia que lucharán contra ella, buscando destruirla, como vemos claramente en nuestros días.
Ése es el poder de las tinieblas que trata de arrastrar al mayor número de almas a su reino, y que ve en la predicación del Evangelio el más grande obstáculo para sus propósitos malignos. Y por eso conspira junto con sus aliados humanos para destruir la obra que hace la iglesia, o para pervertirla o destruirla, suscitando persecuciones contra sus miembros fieles, suscitando falsas doctrinas y herejías que desvirtúan su mensaje, extraviando a los incautos; o inventando “religiones” rivales que atraen a los creyentes, y que le hacen la guerra al cristianismo tratando de que desaparezca. El salmo 83 describe figuradamente esos esfuerzos: “Oh Dios, no guardes silencio; no calles, oh Dios, ni te estés quieto. Porque he aquí que rugen tus enemigos, y los que te aborrecen alzan cabeza. Contra tu pueblo han consultado astuta y secretamente, y han entrado en consejo contra tus protegidos.” (vers 1-3)
Vemos cómo en nuestros días un espíritu de incredulidad se ha difundido por los países que eran antes cristianos, y que en el pasado llevaron valientemente el Evangelio a costas y continentes lejanos. Hemos leído recientemente que en Inglaterra, un país que se distinguió en el pasado por el número de misioneros evangélicos que envió por el mundo, una gran cadena hotelera, con más de quinientos locales, ha decidido terminar con la antigua costumbre de poner un ejemplar de la Biblia en cada una de sus habitaciones. Aduce para ello “razones de diversidad”. Es sabido también que muchas empresas, y algunas líneas aéreas de ese país, prohíben a sus empleadas llevar una cruz, u otro emblema cristiano, como adorno. El Reino Unido se ha convertido, en efecto, según estadísticas recientes, en uno de los países más descreídos del mundo.
Las palabras de Jesús no garantizan que la iglesia no sufrirá persecuciones, sino que, a pesar de todas ellas, y en medio de la furia del mundo que busca destruirla (2Cor 4:9), Jesús no la abandonará, sino que la sostendrá hasta el fin de los tiempos, según su promesa (Mt 28:20). De hecho, sabemos por la historia que los cristianos fueron perseguidos ferozmente en Israel desde el nacimiento de la iglesia, habiendo sido Pablo antes de su conversión, uno de sus más encarnizados perseguidores; y empezaron a serlo en el Imperio Romano, a partir del año 64 DC por decreto del emperador Nerón, que los acusó falsamente de ser culpables del incendio de Roma, que él mismo había provocado, y que luego fueron perseguidos por sucesivos emperadores hasta inicios del siglo IV.
19. “Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos.”
La expresión “las llaves del reino” evoca una costumbre difundida en la antigüedad: la de entregar al vencedor de una batalla las llaves de la ciudad cuando entraba en ella victorioso (2). Era un gesto simbólico y, a la vez, práctico, porque con frecuencia el vencedor reemplazaba en el gobierno al que ejercía el poder anteriormente.
En un sentido elemental, el que posee las llaves de una casa tiene, primero, la capacidad de abrir y cerrar las puertas para dejar entrar y salir, o para prohibir el ingreso y la salida. En un sentido figurado, Jesús reprocha a los intérpretes de la ley el haber quitado, o sustraído, la llave de la ciencia, (esto es, del conocimiento de la palabra de Dios), sin que ellos entraran al mismo; y, al mismo tiempo, les reprocha impedir que otros lo hagan (Lc 11:52). En Isaías 22:22 Dios dice que pondrá sobre el hombro del sacerdote Eliaquim la llave de la casa de David, “y abrirá y nadie cerrará; cerrará y nadie abrirá.”
De otro lado, el administrador, o mayordomo, (el ama de llaves en nuestro tiempo) tiene las llaves de los depósitos, de las alacenas y de los cajones, para guardar y almacenar, o para sacar lo que sea necesario.
A Pedro se le dio, por tanto, la capacidad de abrir y explicar las verdades del Evangelio a los que las ignoraban, y con ella la misión de predicar, primero a los judíos, y luego a los gentiles, como él hizo efectivamente en Pentecostés, en un caso (Hch 2:14-40), y en el otro, cuando fue a la casa de Cornelio, y no sólo les predicó sino hizo que fueran bautizados (Hch 10). Este encargo fue por supuesto después ampliado a todos los apóstoles, y a la iglesia entera, cuando Jesús les dio el encargo de ir y hacer discípulos en todas las naciones (Mt 28:19,20). Los ministros del Evangelio tienen las llaves de un tesoro que está a su cuidado para ponerlo a disposición de otros que han de ser bendecidos y enriquecidos por ellos, así como son administradores de los misterios y “de la multiforme gracia de Dios” (1Cor 4:1; 1P4:10).
En la literatura rabínica la expresión “atar y desatar” tiene el sentido de prohibir y permitir, ser estricto o ser laxo. Así se decía, por ejemplo, que la estricta escuela de Shammaí ataba lo que la escuela liberal de Hillel desataba.
Inspirado en ese uso, lo que Jesús le está diciendo a Pedro con esta frase es que Dios avalaría todo lo que lo que él prohíba o disponga en la tierra respecto de la vida de la iglesia. Nótese, sin embargo, que en Mt 18:18 Jesús hizo extensivo este poder a todos los apóstoles y, por extensión implícita, a la iglesia, incluyendo el poder de perdonar, o no perdonar los pecados (que es lo que retener quiere decir), que Él confirió a sus discípulos al aparecérseles después de su resurrección (Jn 20:22,23). Esta facultad sólo puede ser ejercida de una manera responsable, porque el que la ejerza tendrá que dar cuenta ante el tribunal de Dios de cómo lo haga.
Así por ejemplo, podría decirse que en el Concilio de Jerusalén, convocado unos años después de la muerte de Jesús para resolver algunas controversias que habían surgido respecto de la necesidad de que los gentiles que creyeran en Jesús se circuncidaran y se abstuvieran de comer los alimentos prohibidos por la ley de Moisés, Pedro recomendó desatar lo que los judaizantes querían atar (Hch 15:7-11). Al no exigir que los cristianos no judíos se circuncidaran y respetaran las normas alimenticias de la ley, el Concilio estaba usando la autoridad de desatar que Jesús le había otorgado a Pedro y a los apóstoles en forma colegiada y, por tanto, a toda la iglesia reunida.
Pablo da cuenta del hecho de que los cristianos no están obligados a guardar los días, los meses, los tiempos y los años (Gal 4:9,10), así como tampoco los días de fiesta, las lunas nuevas y los días de reposo (Col 2:16), que los judíos de la sinagoga estaban obligados a guardar. Éstos seguían atados por normas que para aquéllos habían sido desatadas. En adelante (según Gal 3:28; Hch 10:28; 11:2,3,18) a los cristianos les estaba permitido (desatado) tener trato con gentiles, entrar en sus casas y comer con ellos, algo que a los judíos les estaba estrictamente prohibido (atado). La novedad que para el partido de la circuncisión significó ese cambio explica el reproche indignado que le dirigen a Pedro cuando regresa de casa de Cornelio: “¿Por qué has entrado en casa de hombres incircuncisos y has comido con ellos?” (Hch 11:3).
20. “Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijesen que Él era Jesús el Cristo.”
¿Por qué Jesús no quería que sus discípulos divulgasen que Él era el Mesías esperado por Israel? Porque esa revelación habría frustrado el plan de salvación del género humano concebido por Dios, que consistía en que Jesús fuera crucificado en expiación de los pecados de todos los hombres. De haber sido conciente el pueblo de quién era Jesús en realidad, no lo hubieran acusado ante los romanos, ni habrían exigido que fuera ejecutado.
Sin embargo, puede decirse que Jesús dio suficientes signos durante su vida pública de que Él era el Mesías y el Hijo del Dios vivo. Pero el reconocer estas señales estaba reservado para aquellos a quienes Dios había escogido otorgar esa gracia. Eso no libra, empero, a sus acusadores de la responsabilidad de su ceguera. La mesianidad y deidad de Jesús debían ser reveladas al mundo plenamente sólo una vez que Él hubiera resucitado. (3)
Es de notar que, de haberlo sido antes, la revelación de que Jesús era el Mesías hubiera excitado el fanatismo de las masas que esperaban la aparición de un rey guerrero que empuñara las armas y se rebelara contra los romanos (4). Esa sublevación masiva ocurriría de hecho cuarenta años después, y conduciría al aplastamiento sangriento de la rebelión, y a la destrucción del templo de Jerusalén que Jesús había previsto y anunciado (Lc 21:5,6, 20-24, Mt 24:1,2; Mr 13:1,2), como castigo porque la ciudad no conoció el día de su visitación (Lc 19:43,44).
Notas: 1. Las puertas de las ciudades en la antigüedad solían ser lugares fortificados, coronados por torres, porque en la guerra eran el primer objetivo de los que atacaban una ciudad para apoderarse de ella. De allí que la expresión. “tomar las puertas de una ciudad” era sinónimo de conquistarla.
2. Todavía en nuestros días se entrega una copia de las llaves de la ciudad a los visitantes distinguidos para honrarlos.
3. No es la primera vez que Jesús no desea que sus milagros se divulguen (Mt 8:4; 9:30). De igual manera Jesús prohibiría más adelante a sus discípulos que revelaran lo que habían visto en la transfiguración hasta después de su muerte (Mt 17:9).
4. Para evitar precisamente que los que habían sido alimentados en la multiplicación de los panes, asombrados por el milagro, quisieran proclamarlo rey, Jesús se retiró al monte a orar en forma discreta (Jn 6:14,15).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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viernes, 10 de abril de 2015

LA CONFESIÓN DE PEDRO II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M-
LA CONFESIÓN DE PEDRO II
Un Comentario de Mt 16:18
Después de que Pedro confesara que Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente, y que Jesús lo llamara bienaventurado, porque esa verdad sólo le podía haber sido revelada por su Padre, Jesús añade:
18. “Mas yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.”
Este es uno de los versículos del Nuevo Testamento que más polémicas ha suscitado en los últimos siglos. Notemos para comenzar que a las enfáticas palabras de Pedro en el vers. 16: “Tú eres el Cristo…”, Jesús le responde con igual énfasis: “Tú eres Pedro…” Y no le dice “Tú serás llamado…”, sino: “Tú eres Pedro”, significando el papel que él estaría llamado a cumplir en los primeros pasos de la iglesia, función que él desempeñaría no en virtud de sus cualidades personales, sino de la unción que reposaría sobre él.
Notemos de otro lado que en este versículo hay dos partes: lo que Jesús dice acerca de Simón Pedro, y lo que dice acerca de la iglesia.
Comencemos por lo primero. Apoyándonos en Robert Stein (Nota 1) lo primero que tenemos que considerar es que en su traducción al griego la frase contiene un juego de palabras entre pétros (piedra) y petra (roca). Algunos autores minimizan la importancia de este juego de palabras señalando que no son idénticas: Pétros es masculino, mientras que petra es femenina.
Pero hay dos argumentos contra esa posición: 1) La diferencia entre ambas palabras se debe a que la palabra petra es siempre femenina en griego, mientras que Pétros es necesariamente masculino, siendo el nombre atribuido a un varón. 2) En el idioma arameo en que Jesús hablaba no hay ninguna diferencia entre las dos palabras. La palabra usada por Jesús para Pedro y roca es la misma: Kefa. En ese idioma Jesús dijo: “Tú eres Kefa y sobre este Kefa edificaré mi iglesia”.
Algunos comentaristas, como Calvino, sostienen que petra se refiere a la confesión de Pedro, o a su fe, no a él mismo. Pero esta interpretación, como atinadamente sostiene Marvin Vincent, (2) es contraria al sentido natural de la frase.
Otros arguyen que petra se refiere a Cristo, pero eso es insostenible, porque en esa frase Jesús aparece como el arquitecto, como el que edifica, no como el fundamento. No puede ser las dos cosas a la vez.
No deja de ser sorprendente que Jesús aplique a Pedro la palabra “roca” que en otro lugar el Nuevo Testamento la aplica a Él, como cuando Pablo escribe: “Todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo.” (1Cor 10:4). De hecho el Antiguo Testamento llama con frecuencia a Dios “roca”. Por ejemplo en 2Sm 22:2, o en el Salmo 89:26.
Pero eso no debe llamarnos la atención, porque el Nuevo Testamento no considera impropio aplicar a los miembros de Cristo los términos que se aplican a Él, como cuando 1P 2:4 llama a Cristo “piedra viva”, y el vers. 5 llama a los creyentes “piedras vivas”.
Dicho sea de paso, vale la pena notar que ni en arameo ni en griego existían los nombres propios Kefa, o Cefas, o Pétros. Ése es un uso que Jesús introdujo en los lenguajes del mundo.
Algunos autores, en el calor de las discusiones teológicas, minimizan la importancia del papel que jugó Pedro en las primeras décadas de la iglesia.
Voy a concentrarme en este aspecto porque es importante desde el punto de vista de la historia. Sin embargo, quisiera hacer previamente una constatación fundamental: La iglesia es a la vez una institución humana (es decir, constituida y gobernada por seres humanos), terrena, temporal, y una institución divina, atemporal, como cuerpo de Cristo. Un hombre podía ser puesto como fundamento de la primera, pero sólo Jesús puede serlo de la segunda, como Pedro mismo da testimonio en su primera epístola: “Acercándoos a Él, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, mas para Dios escogida y preciosa”,  añadiendo: “La piedra que los edificadores desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo.” (1P2:4,6,7). O como Efesios confirma: “Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor.” (2:20,21).
Es innegable que Pedro desempeñó un papel de liderazgo en el grupo de los doce discípulos que Jesús llamó a su lado, y que luego lo desempeñó en los primeros pasos que dio la iglesia, en ambos casos como “primus inter pares”, es decir, como el primero entre iguales.
Desde el inicio de la vida pública de Jesús, Simón, por su temperamento fogoso, jugó un papel de líder dentro del grupo (3).
Este es un hecho que los redactores de los evangelios reconocen porque en las listas de los doce apóstoles, Pedro aparece siempre a la cabeza –y Judas, el traidor, al final (Mt 10: 2-4; Mr 3:14-19; Lc 6:12-16; Hch 1:13). Simón Pedro figura también siempre a la cabeza de los tres que conformaban el círculo más íntimo de Jesús (Mt 17:1; Mr 9:2; Lc 9:28).
Al hablar de los doce a veces la Escritura se refiere simplemente a Pedro y a los demás apóstoles (Hch 2:37; véase  Lc 9:32; Mr 16:7). Sintomáticamente el Nuevo Testamento menciona a Pedro 195 veces, muchas más veces que al apóstol a quien más se menciona enseguida, que es Juan, que figura 27 veces; seguido por Judas, 17 veces; Andrés, 11; y Tomás, 10. Esto nos da una idea de la importancia que el Nuevo Testamento adjudica a Pedro. Incluso a Pablo, pese a su enorme importancia, se le menciona menos veces que a Pedro, esto es, 173.
Con frecuencia Pedro cumple el papel de vocero de sus colegas expresando los sentimientos del grupo (Mt 16:22; 18:21; 19:27; Jn 6:68,69).
Pedro juega un papel protagónico en la Última Cena. Cuando Jesús empieza a lavarles los pies a sus discípulos, Pedro se niega a que Jesús lo haga con él, pero cuando Jesús le contesta que si no se los lava no tendrá parte con Él, Pedro reacciona impulsivamente diciendo que le lave entonces también las manos y los pies (Jn 13:6-9). Más adelante cuando Jesús anuncia que uno de los doce lo va a traicionar, Pedro sugiere a Juan, que está recostado al lado de Jesús, que le pregunte quién es. El Maestro responde con un gesto discreto que aparentemente no es captado por nadie (Jn 13:21-28).
En Getsemaní al llegar Judas acompañado de una turba con palos para prender a Jesús, Pedro (según Jn 18:10,11; los otros evangelistas no lo identifican) hiere a un siervo del sumo sacerdote en la oreja. Jesús reprende al discípulo agresor (Mt 26:51-54) y sana la oreja del siervo (Lc 22:49-51).
Cuando las mujeres que habían ido a ungir el cadáver de Jesús se dieron con la sorpresa de que Jesús había resucitado, el ángel que estaba sentado a la derecha del sepulcro les dijo que fueran a dar la noticia “a sus discípulos y a Pedro”, como reconociendo el papel prominente que éste desempeñaba (Mr 16:7). Al recibir la noticia Pedro y Juan reaccionan corriendo al sepulcro para verificar lo ocurrido. Juan, que es el más joven, llega primero, pero no entra en el sepulcro, sino, en señal de deferencia, espera que llegue Pedro y sea él quien entre primero (Jn 20:4-8). Lucas menciona en ese episodio sólo a Pedro (24:12).
Pedro es el apóstol a quien Jesús resucitado se aparece primero, como atestiguan Lucas (24:34), y Pablo (1Cor 15:5). Después de haberse aparecido a siete de sus discípulos en el mar de Tiberias, y ocurrida la pesca milagrosa (Jn 21:1-14) –episodio en que Pedro juega un papel principal- Jesús da a Pedro tres veces el encargo único y especial de apacentar, o pastorear, a sus ovejas, es decir, a los que más adelante iban a creer en Él (Jn 21:15-17). Es interesante que en esa ocasión Jesús se dirija nuevamente a Pedro llamándolo Simón, añadiendo su patronímico, hijo de Jonás, como hizo cuando lo llamó “bienaventurado”, en el versículo 17 que estudiamos en el artículo anterior.
Es cierto también que Pedro fue el único de los apóstoles que en el momento de la prueba negó a su Maestro tres veces, tal como Jesús había anunciado (Mt 26:69-75; Mr 14:66-72; Lc 22:55-62; Jn 18:15-18 y 25-27). Por ello el diálogo mencionado arriba, en que Jesús le pregunta a Pedro tres veces si lo ama, es considerado como la ocasión en que Jesús restaura a Pedro, confirmándole que lo ha perdonado, y asignándole un rol particular.
Cuán importante sea el episodio de la negación de Pedro lo muestra el hecho de que sea consignado por los cuatro evangelistas. Y es por un buen motivo, porque el episodio contiene para nosotros una enseñanza capital, porque nos advierte contra el peligro de confiar soberbiamente en nuestras propias fuerzas.
Cuando los discípulos regresan a Jerusalén después de contemplar a Jesús ascender al cielo, es Pedro el que toma la iniciativa de que se escoja a un discípulo para que tome el lugar de Judas (Hch 1:15-26).
Una vez iniciada la vida de la iglesia Pedro asume el papel asignado de liderazgo, como puede verse en los primeros capítulos del libro de los Hechos. El domingo de Pentecostés, es Pedro, no Juan ni su hermano Santiago, quien predica a las multitudes, con el resultado de que tres mil se añaden a la iglesia (Hch 2:14-41). Después de la curación del paralítico en la puerta del templo, obrada por Pedro y Juan, Pedro es el que se dirige a las multitudes en el pórtico de Salomón (Hch 3:11-26). Cuando los dos apóstoles son llevados ante el Concilio para responder por sus actos, es Pedro quien toma la palabra (Hch 4:8-12). Juan se queda discretamente callado o, al menos, el libro de Hechos no consigna ninguna palabra suya en ese momento.
Más adelante es Pedro, como jefe de la naciente comunidad, quien increpa a Ananías y Safira por haber mentido respecto del precio de venta de una propiedad que trajeron a los apóstoles (5:1-11).
El libro de Hechos menciona varias veces los milagros que hace Pedro (5:15; 9:33,34,38-42), pero rara vez los que hacen los otros apóstoles, aunque no hay dudas de que también los hacían (5:12-16;8:13).
Cuando el Evangelio empezó a ser predicado con éxito en Samaria los apóstoles enviaron allá a Pedro y a Juan para que los recién convertidos reciban el Espíritu Santo (Hch 8:14), pero nótese que son los apóstoles, como cuerpo colegiado, los que toman esa decisión. Luego es Pedro quien confronta a Simón el Mago, cuando éste les ofrece dar dinero a cambio de la facultad de otorgar el Espíritu Santo mediante la imposición de manos (8:18-23).
Cuando el Espíritu Santo decide que ha llegado el momento de abrir la puerta del Evangelio a los gentiles, es Pedro el que es llamado a hacerlo, predicando en casa de Cornelio (10:1-5).
Era inevitable que Pedro sufriera persecución. Después de haber hecho decapitar a Santiago el mayor (Hch 12:2, que era uno de los tres del círculo íntimo de Jesús) Herodes Agripa hizo apresar a Pedro con un propósito semejante. La historia de su liberación milagrosa es narrada en Hch 12:3-19. (4)
Pablo, después de haber predicado en Damasco a los gentiles, sin haber consultado con ningún apóstol, dice que al cabo de tres años consideró necesario subir a Jerusalén para ver a Pedro, con quien permaneció quince días, pero no vio a ningún otro apóstol sino a Santiago, el hermano del Señor, que compartía con Pedro la dirección de la iglesia de esa ciudad (Gal 1:17-19). Cuán conciente era la iglesia entonces del papel que cumplía Pedro lo vemos en la declaración de Pablo de que, cuando volvió a subir a Jerusalén catorce años después de la visita anterior, los ancianos de Jerusalén reconocieron que a él se le había “encomendado el evangelio de la incircunsición, como a Pedro el de la circunsición” (Gal 2:7), es decir a él se le encomendó predicar a los gentiles y a Pedro a los judíos. En esa ocasión, relata él, los “que eran considerados como columnas”, esto es, Santiago, Cefas y Juan, le dieron a él y a Bernabé “la diestra en señal de compañerismo.” (Gal 2:9).
La posición prominente de Pedro se observa además en el desarrollo del Concilio de Jerusalén. Pedro es el primero que se levanta para zanjar la discusión entre los que querían imponer la circuncisión y el cumplimiento de toda la ley de Moisés a los gentiles que se convirtieran, y los que no lo consideraban necesario, poniéndose del lado de los segundos. Eso dio pie a que Santiago lo secundara proponiendo que se enviara a las iglesias de la gentilidad una carta conciliatoria pidiéndoles solamente que se abstengan de cuatro cosas: “de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación” (Hch 15:29), la cual sería llevada por Bernabé y Pablo, acompañados por Judas y Silas.
Es cierto que, pese a lo decidido en el Concilio de Jerusalén, Pedro en una ocasión se mostró vacilante respecto de la incorporación sin restricciones de los gentiles a la iglesia, porque cuando él fue a Antioquia, al comienzo se sentaba a la mesa junto con los cristianos gentiles. Pero cuando vinieron a la ciudad unos cristianos judíos cercanos a Santiago, que todavía mantenían que los gentiles que se convirtieran a Cristo debían primero hacerse judíos, circuncidándose, Pedro -e incluso el mismo Bernabé- dejó de juntarse con los cristianos gentiles, por lo que Pablo se vio obligado, según cuenta él mismo, a reprenderlos delante de todos por su conducta hipócrita (Gal 2:11-16). Sin embargo, notemos que no es a Bernabé, ni a ninguno del partido de Santiago, sino a Pedro a quien Pablo reprende, porque la actitud que Pedro tomara servía de ejemplo para los demás.
Recapitulando todo lo expuesto podemos decir que los primeros cristianos, y los ancianos de la iglesia, reconocieron que Pedro había recibido un encargo especial del Señor para que él fuera el líder de los demás apóstoles en la edificación del edificio de la iglesia como institución humana, edificación cuyo fundamento es Cristo. (Continuará).
Notas: 1. Profesor del Nuevo Testamento en el Seminario Teológico (Bautista) de Bethel, y autor entre otros libros, de “Interpreting Puzzling Texts in the New Testament”, cuya lectura recomiendo.
2. Profesor del Union Theological Seminary de Nueva York, a finales del siglo XIX, y autor del libro capital “Word Studies in the New Testament”, en cuatro volúmenes.
3. Los dos primeros discípulos de Jesús fueron Juan y Andrés. Éste trajo donde Jesús a su hermano Simón y Jesús le dijo en ese momento: “Tú eres Simón, hijo de Jonás, y serás llamado Cefas.” (Jn 1:42), que es la forma griega del arameo Kefa. Vale la pena notar que Andrés es el primero de los apóstoles que declaró que Jesús es el Mesías (Jn 1:41), y que incluso Marta hizo esa declaración antes que Simón, aunque en privado (Jn 11:27).
4. Este Herodes es Agripa I, nieto de Herodes el Grande, que gobernó sólo tres años, del año 41 al 44, en que murió comido por gusanos por haber aceptado un homenaje que sólo se puede rendir a Dios (Hch 12:22,23).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#863 (11.01.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). DISTRIBUCIÓN GRATUITA. PROHIBIDA LA VENTA.