lunes, 26 de enero de 2015

ANOTACIONES AL MARGEN XL

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.


ANOTACIONES AL MARGEN XL
v  Los que niegan la existencia del infierno, son los que con mayor seguridad caerán en él.
v  No hay situación difícil que Dios no pueda solucionar si confiamos en Él.
v  En algún lugar leí esta gran verdad: La guerra espiritual es una batalla entre el bien y el mal que se libra en nuestro interior, y nosotros somos el campo de batalla.
v  Jesús dijo: No podéis servir al mismo tiempo a Mammón y a Dios, porque son opuestos (Lc 16:13). Pero el dios de las riquezas se ha apoderado de la mente de los hombres que le rinden culto, envileciendo sus corazones, y ha traído consigo egoísmo, avaricia, impiedad, opresión, estafas, guerras, fraudes, negocios ilícitos, sembrando el odio entre los pueblos y hasta en el interior de las familias.
v  Puesto que el hombre ha rechazado lo cierto, es decir, la Verdad revelada, es justo que la fecha de su muerte sea incierta para él.
v  ¿Cómo es posible que Dios permita que el diablo tiente al hombre? Porque al hacerlo el diablo cumple sin saberlo los propósitos de Dios.
v  Ésta es una gran verdad: No hay nada bueno en mí, y lo que hubiere, me ha sido dado. No tengo nada, pues, de qué jactarme. Si lo hago, robo la gloria debida a Dios.
v  Cuanto más amamos una cosa, más pensamos en ella.
Cuanto más amamos a una persona, más pensamos en ella.
Cuanto más amamos a Dios, más pensamos en Él.
Si yo no pienso constantemente en Dios, es porque no lo amo mucho. Si lo amara como debiera, no dejaría de pensar en Él un solo instante.
v  Si la gloria de Dios pudiera ser vista por el hombre, su frágil cuerpo perecería, como se debilitaron los que vieron su gloria de lejos en la montaña del Sinaí (Dt 5:23-27). De ahí el dicho del Antiguo Testamento: Nadie puede ver a Dios y vivir (Ex 33:20). Es decir, el que ve el rostro de Dios, muere. Puesto que la gloria de Dios no puede ser vista tal cual es, nosotros vivimos entretanto por fe. Pero algún día la contemplaremos sin trabas por toda la eternidad.
v  ¡Si los impíos supieran lo que les espera después de la muerte! A nosotros nos toca advertirles. Por eso no hay prédica más útil y necesaria que la prédica del infierno. ¿A cuántos habrá librado de caer en él?
v  La encarnación es un misterio extraordinario que nos asombra. En efecto, el contraste entre un Dios infinito y omnipotente, y una criatura pequeña e inerme, es abismal. ¡Que el que lo es todo y todo lo puede se reduzca por amor a la impotencia de un recién nacido!
v  Si a alguien se le ofreciera algo muy valioso gratuitamente y sin límites, al infinito, ¿no lo recibiría encantado? Tanto más si es un bien tan maravilloso y sin precio como es la gracia. ¡Pero cuántos en su ignorancia lo rechazan! Dios no entra en sus planes.

v  El hombre es un ser al que se le hizo un regalo espléndido, pero que en lugar de apreciarlo y gozar de él, lo destrozó, al punto que Jesús tuvo que venir para repararlo. Pero el precio que Él tuvo que pagar por nuestra inconciencia fue inconmensurable.
v  Es bueno mantenerse en la presencia de Dios, es decir, recogido, en medio de las ocupaciones diarias, aun de las más exigentes.
v  Jesús es nuestro huésped interno. Él está dentro de nosotros y nos habla. ¿Cómo no prestarle atención todo el tiempo?
v  Jesús quiere, desea, anhela que le amemos, pero nosotros nos mantenemos fríos, indiferentes, distantes. Decimos que le amamos de la boca para afuera, pero nuestro interior está distante, distraído en otras cosas.
v  En lugar de pensar en las cosas que me preocupan, debo decírselas a Dios, como quien conversa con un amigo.
v  Dios me enriquece, me embellece constantemente. Dios no desea otra cosa sino derramar sus dones en mí; los inmateriales (que son de mayor valor) y los materiales. Necesito abrirme sin reservas a su acción en mí. ¿Cómo? Manteniéndome en su presencia y deseando que me una a Él cada día más y más. Pero sobretodo, dándole plena libertad para obrar en mí como Él quiera, sacando y poniendo lo que a Él le parezca. Aunque por momentos pueda ser doloroso, el fruto al final será sabroso.
v  Que mi alma sea su “chacra” depende de que le rinda mi voluntad sin reservas. Entonces podrá Él arar y abonar, sembrar, regar y cosechar a su antojo.
v  Dios se ama a sí mismo. Eso es algo en lo que antes nunca había pensado. Pero si Él es el amor mismo (1Jn 4:8) ¿cómo podría no amarse? Nuestro amor por nosotros mismos es un reflejo de ese amor suyo de sí mismo.
v  Dios se limitó a sí mismo voluntariamente al establecer que la colaboración del hombre le sería necesaria para sus propósitos. Él quiso que así fuera cuando hizo al hombre libre. El ser humano puede negarse a colaborar con Dios en lo que lo beneficia. Y con frecuencia, en efecto, se niega a hacerlo, o no colabora activamente, o colabora a medias, tibiamente. Él mismo es el perjudicado.
v  Cuando vemos las catástrofes que se producen en la naturaleza, con toda la destrucción que acarrean, y los cataclismos que afectan al hombre, no debemos sorprendernos. Todo eso es consecuencia del pecado, que corrompió a la naturaleza y alteró el orden perfecto establecido por Dios en todos sus dominios. A eso se refiere Pablo en Romanos 8:19-23, cuando habla de la corrupción de la naturaleza.
v  La menor falta aleja a Dios de nuestra alma, que oculta su rostro de nosotros para no ver (Is 59:2). De ahí la necesidad de aborrecer el pecado, la necesidad de la pureza.
v  Hay muchos que quisieran que no haya infierno, porque saben que van a ir ahí. Los que niegan la existencia del infierno son los más seguros candidatos a ser sus huéspedes por toda la eternidad.
v  Somos criaturas de Dios. Hemos salido de sus manos, y Él sabe lo que nos conviene. Que nada se oponga a su acción continua en nosotros, a nuestra comunión con Él.
v  A cada cual le es asignada una manera específica de dar gloria a Dios en su vida.
v  Dios puede a veces detenernos un buen rato en el camino para que le escuchemos mejor.
v  Imaginemos que Dios hubiera creado los astros, galaxias, estrellas y planetas en su inmensa variedad, y que les hubiera fijado a cada uno su órbita para moverse, pero que, al mismo tiempo, los hubiera dejado libres para ir por donde quieran. ¡Qué caos se armaría en el firmamento! ¡Qué de choques y colisiones catastróficas! Eso es lo que ocurre en la tierra con los seres humanos.
v  Cree en Él, en la abundancia de su amor, para que Él pueda llenarte con su gracia.
v  Si Dios no derrama más sus dones en mí, es porque carezco de la sed de ellos que debiera tener. “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas…” (Sal 42:1). Con la misma ansiedad debo desear yo beber de Dios para que Él me sacie.
v  La gracia es un manantial que se ofrece a todos los que quieran beber de sus aguas.
v  ¿Qué somos nosotros frente al infinito? Limaduras de hierro que el imán atrae.
v  Cuando el hombre deja de temer a Dios se extravía y cae en toda clase de desvaríos y excesos de los que, para mal suyo, se enorgullece.
v  La frase “la unión hace la fuerza” es una frase inspirada por Dios. Parece difícil de creer, pero es una verdad divina, que tiene su reverso en la frase de Jesús: “Una casa dividida contra sí misma no puede subsistir.” (Mt 12:25) Esto es, la división debilita.
v  No importa cuán imperfecto yo sea, si me entrego en manos de Dios para que Él me use como quiera.
v  Todo lo que viene de Dios debe recibirse como un regalo, con amor, aunque duela. Ahí está la clave del dicho de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí (es decir, ser mi discípulo), niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Mt 16:24), porque si se abraza con amor, la cruz no es pesada sino ligera.
v  He aquí lo que yo debería hacer cada mañana: Lanzarme hacia Dios al despertar.
v  ¿Cómo podemos santificarnos los unos a los otros? Exhortándonos mutuamente (Col 3:16).
v  El amor al prójimo que se manifiesta en hechos y obras concretas es una manifestación y una irradiación del amor con que Dios nos ama.
v  ¡Qué bueno fuera que Dios me diera el don de detectar la soberbia donde quiera que se manifieste!
v  El amor al prójimo, cuando es real, se anticipa a las necesidades ajenas.
v  Perdonar a los que nos ofenden es el mandamiento más difícil del Evangelio.
v  Pablo escribió algo que puede parecer insensato: “Me gozo en medio de mis tribulaciones…” (2Cor 7:4). Pero expresa una gran verdad, porque en medio del sufrimiento puede, por la gracia de Dios, surgir la alegría. Eso ocurre cuando uno comprende por qué y para qué sufre, y le entrega a Dios ese sufrimiento, ya que en los propósitos de Dios no hay sufrimiento, no hay tristeza, que no tenga sentido y no cumpla un propósito. ¡Cuánto podría consolar esta verdad a todos aquellos desdichados e inválidos que no comprenden por qué les ha tocado padecer en la vida!
v  Si Pablo habla de derribar la muralla que separa a judíos de gentiles (Ef 2:14), la muralla que separa al mundo de la iglesia nunca debe ser derribada. Cuando lo ha sido –y desafortunadamente lo ha sido con frecuencia- la influencia del mundo ha corrompido a la iglesia, despojándola de su vigor e impidiéndole ser verdadero testigo de Cristo.
v  Nosotros somos luz en la medida en que reflejamos la luz de Cristo.
v  El amor trata de no hacer daño y de hacer siempre el bien. En cambio, el odio busca hacer daño, y evita en lo posible hacer el bien.
v  Ser santos es un mandato, una obligación (Lv 19:2). Es lo menos que podemos ser para agradar a Dios. Pero nos retiene la tibieza de nuestro carácter. ¿Habrá habido un santo tibio? Parece imposible. El santo es por necesidad ardiente. Por algo dijo Jesús que vomitaría al tibio de su boca (Ap 3:16).
v  Pero si la iglesia está formada por hombres en su mayoría nada santos ¿cómo puede ella ser santa? Porque santo es el que la fundó, y el que la preserva de los ataques del enemigo.
v  En segunda de Pedro, Dios nos dice que este mundo será destruido por el fuego a causa del pecado, pero que Él podrá regenerarlo con facilidad y hacer uno mejor, como ocurrió después del diluvio (3:10-13).
v  Llegará un momento en que el sufrimiento de la humanidad será muy, muy grande, porque el pecado ha calado muy hondo. ¡Oh, cómo se ofende a Dios en nuestro tiempo! Ni en Sodoma y Gomorra se le ha ofendido tanto.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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martes, 20 de enero de 2015

SIMÓN BAR JONA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
SIMÓN BAR JONA
¿Quién es este hombre a quien Jesús llama así? Él había nacido probablemente por los mismos años que Jesús, o sea entre los años cinco y diez de la era que llamamos “Antes de Cristo”, y eran posiblemente de la misma edad, o quizá Simón era un poco mayor.
Si los huesos que fueron hallados hace unas cinco décadas en un cripta antigua debajo de una iglesia en Roma son los de él, como se cree (y son varios los indicios que hacen pensar que lo sean) su talla era de 1.63 m., la misma talla del general romano Julio César. Hoy eso nos puede parecer poco, pero entonces era la estatura de una persona alta. Jesús era posiblemente más alto aun.
Él había nacido posiblemente en Betsaida, (palabra que quiere decir “casa de pesca”) en la orilla oriental del río Jordán, donde desemboca en el mar de Galilea. La pequeña ciudad estaba poblada principalmente por pescadores que ejercían su oficio en el lago. Esos pescadores eran conocidos por ser muy piadosos. No obstante se recordará que Jesús una vez dijo: “¡Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti Betsaida! Porque si en Tiro o en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza.” (Mt 11:21).
Estando la ciudad en “Galilea de los gentiles”, región poblada por muchos paganos de habla griega, es muy probable que Simón hablara el griego con fluidez, además del arameo natal, que él hablaba con acento galileo (Véase Mr 14:70).
Su padre se llamaba Jonás, por lo que su nombre completo era Simón bar Jona –tal como él más adelante firmará, es decir. Simón, hijo de Jonás.
Su madre se llamaba Juana, según algunas fuentes, aunque no hay certidumbre al respecto.
No se sabe cuántos hijos tuvo la familia, pero Simón tuvo al menos un hermano, Andrés, que era menor que él, y que formó parte del grupo inicial de cuatro discípulos de Jesús.
Según la costumbre judía, sus padres casaron a Simón posiblemente antes de que cumpliera 20 años, con una muchacha del lugar que ellos habían escogido. No sabemos cómo se llamaba la muchacha, pero es sabido, por lo que dice Pablo en una de sus cartas, que más adelante ella lo acompañaría en sus primeros viajes misioneros (1Cor 9:5). Algunas tradiciones antiguas dicen que ella se llamaba Perpetua. De ser cierto, ése debe haber sido el nombre latino que ella adoptó para viajar con su marido a territorio gentil.
No se sabe si tuvieron hijos o no, ni cuántos en el primer caso.
Siendo Simón y Andrés originarios de una ciudad conocida por la piedad de sus habitantes, no debe sorprendernos que ambos se contaran entre los que acudieron a escuchar a Juan Bautista, a orillas del Jordán. Andrés, como bien sabemos, fue el que llevó a su hermano donde Jesús: El siguiente día otra vez estaba Juan, y dos de sus discípulos. Y mirando a Jesús que andaba por allí, dijo: He aquí el Cordero de Dios. Y le oyeron hablar los dos discípulos, y siguieron á Jesús. Y volviéndose Jesús, y viendo que le seguían les dijo: ¿Qué buscáis? Ellos le dijeron: Rabbí (que traducido es, Maestro) ¿dónde moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron, y vieron donde moraba, y se quedaron con Él aquel día; porque era como la hora décima. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. Éste halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro). (Jn 1:35-42).
Andrés fue uno de los discípulos de Juan Bautista que siguieron a Jesús en este episodio. ¿Quién fue el otro? No se le nombra, pero podemos pensar que fue Juan, el autor del evangelio.
“Cefas” es la transliteración al griego de la palabra aramea “Kéfa”, que quiere decir roca, o piedra. “Pétros” es la traducción al griego de esa palabra.
Como podemos ver en sus epístolas, Pablo llama con frecuencia a Simón Cefas (Gal 2:9; 1Cor 1:12; 9:5; 15:5), sin perjuicio de que otras veces lo llame Pedro, incluso en el mismo pasaje de la misma epístola (p. ej. en Gal 1:18; 2:8, 11, 14).
En el episodio que hemos narrado del evangelio de Juan, vemos que Andrés y su compañero le dicen a Jesús: Rabí, es decir mi Maestro. Se lo dicen como marca de respeto, aunque Jesús no había sido ordenado como rabino, porque veían que en Él había una autoridad especial. Lo mismo ocurrirá con Nicodemo cuando va a buscar a Jesús de noche. Le dice Rabí, aunque él sabía muy bien que Jesús no había sido ordenado, porque reconoce que Él había venido como maestro de parte de Dios, ya que nadie podría hacer los milagros que Jesús hacía si Dios no estaba con Él (Jn 3:1,2).
Cuando Jesús se da cuenta de que lo están siguiendo Él se voltea y les pregunta: ¿Qué queréis?, a pesar de que sabía bien qué es lo que querían, esto es, estar con Él, conocerlo. Pero ellos no le dicen: “Queremos conocerte”. Sería muy brusco, mal educado, sino le preguntan, quizá no muy seguros de recibir una respuesta favorable: “¿Dónde vives?” Y Jesús les contesta: “Venid y veréis”, accediendo a su deseo. El tiempo que pasaron con Él esa tarde (serían como las 4) bastó para que se convencieran de que Jesús era el Ungido esperado por su pueblo. Por eso Andrés no estuvo quieto hasta que encontró a su hermano Simón, y le dijo, seguramente muy excitado: “¡Hemos encontrado al Mesías!”
En ese episodio Jesús le anuncia a Simón que su nombre será cambiado por el de Cefas, es decir, roca o piedra. A ningún otro de sus discípulos Jesús le cambia el nombre. Sólo a Juan y a Jacobo Jesús los llamó una vez Bonaerges, es decir, hijos del trueno. Pero fue como un apodo (Mr 3:17). Simón, en cambio, recibirá un nuevo nombre, por el que será conocido en la historia. ¿Qué quiere decir esto?
Hagamos un poco de historia. Dios llamó a Abram en el cap. 12 del Génesis, diciéndole que abandonara la tierra donde él vivía, y su parentela, y que se fuera a la tierra que Él le mostraría, prometiéndole que haría de él una nación grande, aunque Abram no tenía descendencia porque su mujer era estéril. Llegado allí Dios le prometió que daría esa tierra a su descendencia.
Más adelante Dios le promete a Abram que tendrá un hijo y que su descendencia será tan numerosa como las estrellas del cielo. “Y creyó Abram a Jehová y le fue contado por justicia” (Gn 15:6; Rm 4:3; Gal 3:6; St 2:23), porque creyó en algo humanamente imposible.
Cuando Abram tenía ya 99 años y su mujer no había tenido el hijo prometido, Dios le cambia el nombre de Abram por el de Abraham, “porque te he puesto por padre de muchedumbre de gentes”. (Gn 17:5). Entonces le reitera el pacto que ya había celebrado con él, y le da la circuncisión como señal de ese pacto. El cambio de nombre de Abram es la señal de la misión que Él le encomendaba, que incluía no sólo que su descendencia sería tan numerosa como las arenas del mar y las estrellas del cielo, sino que en su simiente serían benditas todas las naciones de la tierra (Gn 22:18). ¿Quién es esa simiente? Jesús de Nazaret, el Salvador de todos los hombres que crean en Él (Gal 3:16). Vemos pues, resumiendo, que la misión de Abraham consistió en ser el origen del pueblo del cual nacería el Redentor de los seres humanos.
El cambio de nombre para Simón significaba que Jesús le encomendaría una misión que no confiaría a ninguno de los otros apóstoles: Ser la roca sobre la que edificaría su iglesia (Mt 16:18), esto es, ser el líder que conduciría los primeros pasos de la naciente iglesia, ser el pastor que apacentaría a sus ovejas (Jn 21:15-17) y quien, llegado el momento, según le encomendó Jesús, confirmaría en la fe a sus hermanos (Lc 22:32)..
Después de haber sanado a un endemoniado en la sinagoga de Cafarnaum (palabra que quiere decir “aldea de Nahum”) donde había estado predicando, Jesús fue a la casa de Simón y halló que su suegra estaba enferma con fiebre alta. Entonces reprendió a la fiebre y la sanó. La mujer se levantó inmediatamente y los atendió (Mr 1:29-31)
Esa casa del apóstol (que posiblemente pertenecía a su suegra) se convirtió en la base de operaciones de Jesús cuando estaba en Galilea. Cuando los evangelios dicen que Jesús estaba o entraba “en casa” se refieren a esa casa (Mt 17:25).
Fue en esa casa, por ejemplo, donde Jesús sanó al paralítico que fue descolgado por el techo, porque estaba llena de tanta gente que escuchaba a Jesús, que no podían entrar por la puerta (Mr 2:1-12). Podemos imaginar que la mujer y la suegra de Pedro no estarían muy contentas de que movieran las tejas del techo para hacer un espacio por donde bajar al paralítico.
Como era allí donde mucha gente venía a buscar a Jesús, podemos pensar que ambas mujeres tuvieron seguramente que hacer grandes esfuerzos para atender a todos los que venían.
Todo parece indicar que Pedro y Andrés no se convirtieron inmediatamente en compañeros constantes de Jesús, porque en Lucas vemos que ambos estaban lavando sus redes cuando Jesús vino a las orillas del lago y, en vista de la muchedumbre que se había agolpado, subiendo a la barca de Pedro, le pidió a éste que la apartara un poco de la orilla y se puso a enseñar a la gente que le escuchaba ávida de sus palabras (Lc 5:2,3). En ese momento –como dice un autor reciente- la barca de Pedro se convirtió en la cátedra de Jesús. (Nota)
Cuando terminó de hablar le dijo a Pedro que bogue mar adentro para echar sus redes. Pero Pedro le contestó que habían estado toda la noche pescando sin resultado; sin embargo, porque tú lo dices lo haremos (Lc 5:4,5).
Entonces pescaron tal cantidad de peces que sus redes se rompían, al punto que tuvieron que llamar a sus compañeros Juan y Jacobo, hijos de Zebedeo, que estaban en la otra barca, para que los ayudaran. Y llenaron ambas barcas con tanto pescado que se hundían por el peso (v. 6,7).
Siendo un pescador experimentado, Pedro sabía muy bien que era algo sobrenatural que hubiera tantos peces donde pocas horas antes no había habido ninguno, por lo que cayó a los pies de Jesús diciendo: “Apártate de mí Señor, que soy un pecador.” (v. 8). Pedro, siendo como era sumamente piadoso, se dio cuenta de que estaba frente a un ser de una naturaleza superior.
Jesús le contestó: “No temas; desde ahora serás pescador de hombres.” (Lc 5:10). (En Mt 4:19 Jesús le dice eso a Pedro y Andrés). E inmediatamente le siguieron. A partir de entonces se convirtieron en sus compañeros constantes, como lo hicieron también Juan y Jacobo, así como Felipe y Natanael (Bartolomé).
¿Qué es un pescador de hombres? Alguien que los captura con el anzuelo de la palabra, y los trae al reino de los cielos, a los pies del patrón de la barca, que es Jesús. En verdad, todos nosotros debemos ser pescadores de hombres si hemos de cumplir el mandato de Jesús: “Id y haced discípulos en todas las naciones.” (Mt 28:19).
Es conocido el episodio después de la primera multiplicación de los panes, en que Jesús “hizo a sus discípulos entrar en la barca e ir delante de él a la otra ribera, entre tanto que él despedía a la multitud.” (Mt 14:22)
Estaban en medio del lago cuando de repente vieron a un hombre que venía hacia ellos caminando sobre el agua. ¿Alguien ha vista jamás a un hombre caminando con los pies desnudos sobre el agua como si fuera tierra firme? Es natural que se asustaran y que comenzaran a gritar: ¡Un fantasma!
Jesús tuvo que tranquilizarlos diciéndoles: Soy yo, no tengan miedo.
¿Quién fue el que entonces se atrevió a pedirle a Jesús, que si era Él realmente  mandara que él vaya caminando hacia Él sobre el mar? No podía ser otro sino el impetuoso y osado Pedro: “Señor, si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas. Y Él dijo: Ven. Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Al momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste? Y cuando ellos subieron en la barca, se calmó el viento. Entonces los que estaban en la barca vinieron y le adoraron, diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios.” (Mt 14:28-33)
Pedro, osado como era, no dudó en pedirle a Jesús que les probara que era Él quien
caminaba sobre el mar, mandando que él pudiera también hacerlo. Y Jesús accedió a su pedido. Pero cuando Pedro se vio en medio de las olas y sintió las ráfagas del viento que azotaban su rostro, tuvo miedo y dudó del poder de Jesús. Al instante empezó a hundirse. ¡Cuántas veces nosotros en medio de las tempestades de la vida que amenazan hundirnos, en lugar de confiar en el Dios que nunca defrauda, empezamos a dudar de que su mano nos sostendrá sin falla! No podemos culpar a Pedro de haber dudado cuando nosotros hacemos lo mismo y merecemos que Jesús nos diga: ¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudas de mi poder y de mi fidelidad?
En efecto, si Jesús está en nuestra barca, es decir, si su espíritu vive en nosotros, nuestra barca no se puede hundir por mucho que arrecien el viento y las olas.
En el Evangelio de Juan leemos que después de haber hablado Jesús acerca del pan de vida, y de su carne como verdadera comida, y de su sangre como verdadera bebida, algunos de los que le seguían empezaron a murmurar y a decir: “Dura es esta palabra; ¿quién la puede oir?” (Jn 6:60). Desde entonces muchos de sus discípulos se apartaron de Él. Jesús les preguntó a los doce: ¿También vosotros queréis iros? Pedro fue rápido en contestar por sí mismo y por los demás: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn 6:68).
¿A quién iremos nosotros si abandonamos a Jesús? En verdad, hay muchos que se dicen maestros en el mundo, y que divulgan sus enseñanzas y atraen a discípulos, gente que se halla desorientada en la vida. Pero nadie tiene palabras como las de Jesús porque sus palabras proceden del cielo y son por eso, en verdad, vida.
Era costumbre entonces que los rabinos tuvieran discípulos que los seguían y con los cuales vivían en comunidad. No sólo recibían instrucción de su maestro, sino que proveían a su manutención, porque los rabinos estaban prohibidos de recibir dinero en pago de su enseñanza.
En eso Jesús no era muy diferente de los rabinos de su época, aunque Él no sólo enseñaba en las sinagogas como ellos, sino también en el campo, en las calles y plazas, en las casas, y desde las cubiertas de las barcas, esto es, dondequiera que estuviese.
A diferencia de los rabinos, que eran buscados por los jóvenes que querían ser sus discípulos, fue Jesús quien escogió a los doce (“y llamó a los que Él quiso, y vinieron a Él”, Mr 3:13), y después a los setenta (Lc 10:1). No fueron ellos los que lo escogieron como maestro, aunque sabemos que había muchos que querían seguirlo, sino fue Él quien los eligió. Te eligió también a ti.
Tampoco alentó Jesús a sus discípulos a que se graduaran como rabinos, como hacían los rabinos del judaísmo, para que llegaran a ser maestros como ellos, según era la práctica común. Porque ¿cómo podían los discípulos de Jesús llegar a ser como Él? Al contrario, Él les advirtió que no pretendieran que se les llamara “maestro·”, que es lo que rabino quiere decir (Mt 23:8). En verdad, Él los estaba preparando para que dieran su vida por el Evangelio (Mt 5:10-12), como en efecto ocurrió.
Tampoco estaban sus discípulos ligados a la ley de Moisés como los discípulos de los rabinos, sino estaban ligados a la enseñanza que Él les daba, que era una Ley nueva.
Era costumbre de los rabinos tener cinco discípulos. Cuando Jesús elevó su número a doce, que es el de las tribus de Israel, así como el de los meses del año, estaba señalando que su misión era algo muy diferente a la de los maestros conocidos.
Algunos se preguntan: ¿Por qué escogió Jesús como discípulos a pescadores ignorantes y no a personas de un mayor rango social y más instruidos? Eso le hubiera dado prestigio ante la sociedad. Pero lo que Él buscaba era hombres piadosos que no estuvieran orgullosos de sus conocimientos, y que fueran, por tanto, enseñables y moldeables. Eso es lo que hoy día, y a través de todos los tiempos, Jesús ha buscado de los que quieren ser discípulos suyos: Que sean humildes, moldeables, enseñables, para que puedan parecerse a Él, que era manso y humilde de corazón.
Nota: Las barcas que usaban los pescadores del lago de Genesaret tenían poco más de 8 metros de largo y 2 metros de ancho, y llevaban 7 u 8 tripulantes.
NB. Esta enseñanza fue dada hace poco en el Ministerio de la Edad de Oro. Para escribirla me he apoyado sobre todo en el excelente libro de C. Bernard Ruffin, “The Twelve”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.

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viernes, 16 de enero de 2015

FELICIDAD

FELICIDAD

Salvo en un sentido espiritual, nadie es feliz solo. La felicidad humana es una felicidad compartida. Son nuestras relaciones afectivas las que nos hacen felices o infelices. Se es feliz de a dos o en grupo. Y son las relaciones afectivas que hemos cultivado a lo largo de la vida las que nos hacen felices, sobre todo al final de la existencia. Si no las hemos cultivado, a la larga no seremos felices.
El que vive sólo para sí al final de su vida se encontrará aislado, solo, cuando más necesite de compañía. Vivirá en un desierto en medio de la ciudad. Pero aun la compañía de una persona enferma, que exige cuidado y sacrificio, nos puede hacer feliz.

En suma la mejor manera de ser feliz, la más segura, es hacer felices a otros. Es una felicidad que rebota, aun en la soledad, aun en la enfermedad, aun en la pobreza.


José Belaunde M.

miércoles, 7 de enero de 2015

PAZ

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

PAZ

El ser humano busca la felicidad más que ninguna otra cosa. Ésa es la meta consciente o inconsciente de todas sus actividades, de todos sus afanes. Busca la felicidad en determinadas cosas o bienes que lo sacien, o en determinadas personas que le den alegría, o que lo exciten. Pero una vez que obtiene lo que desea, descubre que no puede ser feliz, aun poseyendo lo que deseaba, si no tiene además paz. Sin paz no puede gozar de felicidad, no puede gozar de lo que posee. La paz es una condición indispensable de la felicidad. La felicidad y la inquietud se excluyen mutuamente.
Necesita tener paz en lo exterior para sentirse a gusto en su casa, y para gozar de los bienes que posee. Pero también necesita tener paz dentro de ella; esto es, ausencia de conflictos con otras personas de su entorno inmediato, de su familia; así como ausencia de conflictos con personas de afuera; ausencia de peligro y amenazas relativas a su situación económica, a su trabajo o a su salud, etc. por sólo citar lo más importante.
Pero necesita también tener paz interior. Esto es, equilibrio interno, satisfacción, contentamiento. Y eso es mucho más esquivo.
Si no tengo paz en mi hogar no puedo ser feliz, aunque viva en la mansión más bella. Eso lo explica bien Proverbios: "Mejor es vivir en un rincón del techo que con mujer malhumorada en casa espaciosa" (21:9). "Mejor es morar en tierra desierta que con mujer rencillosa e iracunda" (21:19). "El hijo necio es pesadumbre de su padre y amargura a la que le dio a luz" (17:25).
Pero tampoco tengo felicidad ni paz si estoy acosado por enemigos o peligros externos. Y éstos pueden ser de la naturaleza más variada: rivalidades en el trabajo, inestabilidad laboral, dificultades en mis negocios, crisis económica, o peligro de asaltos en la calle, etc.
Pudiera ser también que no esté acosado en el presente por ninguna de las cosas que menciono, pero si existe la posibilidad de que pueda serlo; es decir, si hay alguna amenaza latente, escondida, algún peligro lejano, tampoco tengo paz. Esto es, no tengo paz si no tengo seguridad. La seguridad frente a cualquier peligro o amenaza es un componente indispensable de la paz. La seguridad protege la paz.
Sabemos que la satisfacción de las necesidades humanas puede ser objeto de negocio. De hecho son las necesidades del hombre las que mueven la economía. Por ejemplo, la industria alimentaria hace dinero satisfaciendo el hambre de la gente. La industria textil hace dinero satisfaciendo la necesidad de vestido; la industria de la construcción, satisfaciendo la necesidad de vivienda, etc.
Se puede hacer negocio vendiendo paz a la gente. Por eso se han inventado las pastillas tranquilizantes, y por el mismo motivo acude la gente a los psicólogos, a los psiquiatras y a los consejeros del alma. Esas cosas se han convertido en un negocio floreciente porque, alejado de Dios, el hombre carece de paz interna y necesita tenerla para ser feliz.
Pero también la seguridad es objeto de negocio. Por eso se han inventado los seguros, que aseguran a la gente contra riesgos, de modo que si sufre una pérdida, o un robo, o un accidente, será compensada económicamente. Los seguros de salud proporcionan a los asegurados los medios económicos para hacer frente a los gastos que ocasionan las enfermedades. Pero ¿dónde comprar un seguro que me asegure que no me enferme?
De otro lado, frente al incremento de la delincuencia y de la violencia han surgido en los últimos años las empresas de seguridad que proporcionan protección a la gente que se siente amenazada en su persona, o en sus casas, o en sus empresas.
La gente importante o muy rica, las autoridades públicas, en el Perú y en el mundo, viven rodeados de guardaespaldas que los cuidan. Y cuando se desplazan en automóvil, son seguidos por una o dos camionetas llenas de agentes armados. ¿De qué sirve llegar a tener riquezas o poder, si yo, o mis hijos, nos convertimos en presa de secuestradores o de terroristas? "El rescate de la vida del hombre son sus riquezas (esto es, él se salva pagando un rescate) --dice un proverbio-- pero el pobre no escucha amenazas." (13:8). El pobre no sufre ese tipo de amenazas, aunque también hoy en día, en los barrios en que vive, puede ser víctima de un asalto por robarle unos centavos.
Pero aún teniendo todas esas cosas, como dijimos antes, hay un elemento sin el cual la seguridad y la paz exterior son de poco provecho, y esto es, la paz del alma. No podemos gozar de paz, si no la tenemos dentro.
Aquí también, como ya he sugerido, ha surgido toda una industria dedicada a proporcionar a la gente ese algo tan elusivo que es la paz del alma, la paz espiritual. ¿No han oído nunca hablar de los métodos de relajación o de meditación trascendental, o cosas semejantes? Muchos son lo que acuden a esos grupos o academias, o a maestros que ofrecen la paz del alma, a un precio, porque no es gratis. Esas personas que ofrecen la paz interior han hecho de ese menester un medio de vida, una profesión y cobran por sus servicios.
Pero la paz verdadera, la única verdadera, no tiene precio, es gratis; no se compra por dinero. Jesús dijo: "La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo." (Jn 14:27).
El mundo te da paz, entre otras maneras, con unas pastillas, o con un método de relajación, a tanto la hora, o a tanto la caja. Jesús te da su paz y no te cobra un centavo. ¿Cómo te da su paz? ¿Dónde vas a encontrarla?
En la epístola a los Romanos leemos: "Justificados por la fe tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo." (5:1). No puedes tener paz en el alma si no estás en paz con Dios. Ésa es la condición básica de la paz; la condición indispensable. Estar en paz con tu Creador, con el Señor de cielo y tierra. ¿Y cómo estar en paz con Él?
En el mismo verso citado se dice para comenzar: "justificados pues por la fe..." ¿Qué quiere decir justificado? Quiere decir, primero que nada, perdonado. Pero aún más que eso, quiere decir que Dios no mira tus faltas sino la justicia de Cristo, la santidad de Cristo que cubre tus imperfecciones, y que Dios no se acuerda de ellas. Has sido totalmente absuelto y tu hoja de antecedentes, por así decirlo, está totalmente limpia.
¿Y cómo obtengo eso? Ya se dijo: por la fe. Por creer en Jesús, por creer que Él es el Mesías anunciado por Dios desde antiguo; que Él es el Hijo de Dios que vino al mundo a morir por tus pecados. Eso quiere decir ser justificado por la fe, como lo fue Abraham, cuya fe le fue contada por justicia porque le creyó a Dios (Gn 15:6). Es esa fe la que te justifica, no ningún mérito tuyo. Es algo que Dios da y no cuesta, salvo abrir el alma a su gracia.
¿Cómo obtener esa fe? Oyendo la palabra de Dios. Es la palabra de Dios la que hace brotar la fe en el alma. San Pablo escribió en Romanos: "La fe es por el oír; y el oír, por la palabra de Dios" (10:17), frase enigmática que podemos parafrasear de la siguiente manera: La fe viene por escuchar la palabra de Dios predicada (o por leerla escrita). Sólo así, nada más que así.
Pero viene cuando Dios quiere y a quien Dios quiere que venga. Porque hay muchos que oyen, pero no entienden; que miran, pero no ven (Is 6:10; Mt 13:14,15; Mr:4:12, etc.). Misterios de la misericordia divina que dice por boca de Moisés: "Tendré misericordia del que tenga misericordia." (Ex 33:19; Rm 9:15). Por eso es que hay tanta gente que ha escuchado hablar de Cristo pero no creen.
Pero si tú, que quizá dudas de su existencia, si tú buscas con sinceridad a Dios, porque sientes que hay algo que te falta, aunque no sabes qué cosa sea, Él se dejará hallar por tí, y tú le encontrarás (Dt 4:29; Jr 29:13). Cuando hayas encontrado a Dios y Él te haya perdonado, justificado, entonces estarás en paz con Él y empezarás a sentir esa paz de la que habló Pablo, "que sobrepasa todo entendimiento" (Flp 4:7), y que viene por confiar en Él.
Y entonces empieza un proceso. Dios te inunda con su paz y te llena de alegría cuando te perdona. Pero descubrirás que esa paz es frágil, que puedes perderla si te alejas de Él. Esa paz está amenazada por el pecado. Porque no puedes estar en pecado y, a la vez, estar  en paz con Dios. Es lo uno o lo otro. Dios en tu alma, o el pecado en tus miembros.
Entonces tú vas a aferrarte a esa paz porque descubres que es un bien incomparable que nada iguala, y vas a descartar de tu vida todo aquello que ponga en peligro la paz que has alcanzado y que sientes en tu interior, hasta que, poco a poco, te vayas afianzando en ella, a medida que aumente tu comunión con Dios. ¿Qué quiere decir eso? Tu amistad con Dios, tu intimidad con Él.
Sentirás entonces que, sea lo que fuere lo que ocurre en el mundo, sea cuales fueran las amenazas, las dificultades, los problemas, tú puedes conservar la paz del alma, porque ella no depende de lo que hay afuera, sino de lo que tienes dentro.
"Mucha paz tienen los que aman tu ley" dice un salmo (119: 165a); los que aman la ley de Dios y la cumplen. O como dice Isaías: "Tú guardas en perfecta paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado." (26:3).
Esa paz no te asegura que no tengas enemigos externos, ni te librará de amenazas. Sin embargo va acompañada de una gran seguridad. "Huye el impío sin que nadie lo persiga, mas el justo está confiado como un león." dice Proverbio 28:1.
Sin embargo, hay una promesa de Dios que algún día se cumplirá en tu vida: "Cuando
los caminos del hombre son agradables al Señor, aun a sus enemigos hace estar en paz con él." (Pr 16:7). Si tus caminos son agradables al Señor. Esto es, si vives de acuerdo a su voluntad, haciendo lo que dice en su palabra y sirviéndole, verás cómo los que te eran contrarios, tus enemigos, se convierten en tus amigos, o, al menos, dejan de molestarte.
Incluso te verás libre de peligros en la calle y en la ciudad, porque "El ángel del Señor acampa en torno de los que le temen y los defiende." (Sal 34:7). Sí, "Él enviará a sus ángeles que te guarden en todos tus caminos y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece en piedra." (Sal 91:11,12).
¿Dónde encontrar un servicio de seguridad semejante y que no cueste? ¿Dónde encontrar un médico del alma como Jesús y que no cobre? ¿No quisieras que Él te atienda? -Sí, sí quisiera. ¿Puedes darme su dirección?- Hela aquí: "Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón." (Rm 10:8). Esa palabra es su nombre.
NB. Este artículo fue publicado por primera vez en julio de 2003 en una edición limitada. Se vuelve a imprimir con ligeros cambios.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.

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