viernes, 28 de abril de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II
Un Comentario de Lucas 21:12-21
12. “Pero antes de todas estas cosas os echarán mano, y os perseguirán, y os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre.”
Jesús dijo que una de las señales por las que se reconocerá a sus discípulos será el amor que se tienen unos por otros (Jn.13:35), algo que, efectivamente, llamaba mucho la atención de los paganos, según atestigua el escritor Tertuliano del siglo III. Otra sería la persecución.
Lo que aquí se menciona que experimentarían los discípulos de Cristo puede ser expresado con los siguientes verbos: detener, perseguir, confinar, acusar. A nosotros en el Perú no nos parece que esta señal ocurriendo en nuestro país, ni en ningún otro país del mundo occidental, pero hay países en que ésa es la experiencia diaria de los cristianos, que son hostigados, calumniados, apresados, acusados, torturados y condenados a muerte. De manera que si alguien alega que esta señal aún no es aparente hoy en día, debería precisar la ubicación geográfica, porque no en todas las regiones del orbe prevalece el mismo clima de tolerancia.
Tampoco podemos negar que los cristianos empiezan a ser mal vistos aún en
países tradicionalmente cristianos. Incluso entre nosotros se descalifica las opiniones de algunos cristianos, llamándolos “conservadores”, “fanáticos”, o “inflexibles”, por el sólo hecho de expresar opiniones ortodoxas frente a las situaciones del presente. Y en verdad, esos cristianos “conservadores” son en muchos casos los únicos que merecen el calificativo de cristianos, porque muchos de aquellos a los que no se aplica esa chapa han abandonado la fe verdadera, o al menos, son tibios.
Sin embargo, no debemos olvidar que las palabras de Jesús en este versículo eran antes que nada una profecía de lo que ocurriría a sus discípulos antes de la destrucción del templo de Jerusalén por las tropas romanas. En efecto vemos, por los episodios que se narran en el libro de los Hechos, que los discípulos de Jesús fueron perseguidos desde el nacimiento de la iglesia en Pentecostés, como cuando Pedro y Juan fueron apresados por predicar en el templo, y al día siguiente fueron llevados ante el Sanedrín, donde se les prohibió terminantemente que predicaran en el nombre de Jesús (Hch 4:3-22). O como la muerte de Esteban (7:54-60), y la persecución que se desató a continuación (8:1-3). O como Saulo, que una vez convertido en Pablo, de perseguidor pasó a ser perseguido (9:23-25; 2Cor 11:24); o como la prisión y muerte de Santiago (Hch 12:1,2), y el intento de Herodes Agripa de hacer lo mismo con Pedro (12:3-19).
Aquí es importante notar que todo el que persigue a un discípulo de Jesús, lo persigue a Él, como se desprende de la pregunta que el Resucitado le hizo a Saulo al salirle al encuentro cuando iba camino de Damasco: “¡Saulo,  Saulo! ¿Por qué me persigues?” (9:4).
13. “Y esto os será ocasión para dar testimonio.”
Debemos alegrarnos de la persecución porque nos proporciona ocasión de dar testimonio de nuestra fe y de que, como consecuencia, muchos se conviertan. El sufrimiento de los creyentes que predican produce abundante cosecha de salvación. En cambio la comodidad y la prosperidad –como ya había observado John Wesley- producen tibieza.
Conviene notar que dar testimonio se dice en griego “martureo”, de donde viene nuestra palabra “mártir”. Mártir es, en efecto, el que da testimonio, y, por eso mismo, arriesga su vida y su integridad física. A los mártires de ayer y hoy los matan porque dan testimonio. En el caso de los discípulos de Jesús la persecución fue efectivamente bienvenida ocasión para que dieran testimonio de su fe, tal como vemos en los casos de Pedro y Juan, y de Esteban, que ya hemos mencionado; o en la predicación en Samaria (8:4-25); y en las muchas ocasiones que Pablo tuvo de dar testimonio al defenderse de sus acusadores (22:1-21; 24:10-21; 26:1-29; 28:23-29).
14,15. “Proponed en vuestros corazones no pensar antes cómo habéis de responder en vuestra defensa; porque yo os daré palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se opongan.”
Esta es una magnífica promesa. Llegado el momento de la prueba no nos preocupemos de lo que habremos de decir o contestar, porque palabras poderosas y cargadas del Espíritu fluirán de nuestra boca sin que tengamos que pensarlas.
Esta asistencia de Jesús a través del Espíritu Santo es una prueba más de que contamos con su compañía y apoyo cuando los necesitamos. ¿Quién no ha tenido la experiencia de encontrarse en una situación delicada, en que era importante pronunciar la palabra adecuada, y que ésta venía a sus labios sin que tuviera que pensarla?
En estos versículos se nos dice:
1) Que no necesitamos preocuparnos por nuestra defensa. El Espíritu Santo será nuestro abogado. Ésa es una de sus funciones como paráclito.
2) Que no podrán resistir a nuestras palabras ni contradecirlas. Un buen ejemplo del cumplimiento de esta promesa es la escena ya mencionada en que Pedro y Juan comparecen ante los sacerdotes y fariseos del Sanedrín (Hechos 4:5-22), y los confunden con su inesperada elocuencia.
16. “Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros;”
He aquí un anuncio de nuestro Señor que es realmente terrible: los más cercanos a nosotros serán los que nos denuncien. ¡Que doloroso será eso para nosotros! Pero ya Jesús lo había predicho cuando dijo que Él no había venido a traer paz sino guerra; y que habría división en las familias; que se levantarían padres contra hijos, e hijos contra padres, etc. (Lucas 12:51-53). Nuestros primeros enemigos serán nuestros seres más queridos.
Y algunos justos perecerán, como en verdad ha ocurrido en el pasado y seguirá ocurriendo en el futuro. El camino cristiano supone ese riesgo. Pero no debemos inquietarnos por ello. La fe triunfa cuando sus hijos dan la vida por ella. Ese fue el camino de Jesús: triunfar muriendo (Nota 1).
17. “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre.”
¡Cuántas veces se ha cumplido esta profecía! El cristiano es aborrecido a causa de su fe. Ocurre en el seno de las familias, de los grupos, de la sociedad, de los países. Está atestiguado en lo que Pablo declara acerca de su propia carrera como apóstol (2Cor 11:24-26). En el menos malo de los casos al cristiano se le toma como un “aguafiestas” y se le margina.
18. “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.”
Al versículo anterior, que amenaza nuestra seguridad, sigue éste que nos conforta: ni uno solo de nuestros cabellos perecerá (ver Lc 12:7; Mt 10:30). Pero ¿no ha dicho poco antes Jesús que algunos morirían? (Lc 21:16). En efecto, pero también había dicho que ni un solo pajarillo cae a tierra sin que nuestro Padre lo sepa (Mt 10:29). Como consecuencia de la persecución nuestro cabello puede caer, pero lo hace en manos del Padre que permite que caiga, y Él lo recoge y lo guarda para la vida eterna. Aunque caiga no perecerá. No sólo nuestros cabellos, sino ninguna de nuestras acciones, aún las más pequeñas, dejarán de ser tenida en cuenta y producir su recompensa.
19. “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas.”
Yo creía que con la fe se ganaba el cielo. Pero es cierto que también se gana con la paciencia (en el sentido de soportar las pruebas): “con la fe y la paciencia se alcanzan las promesas” (Hb.6:12). Lo que el versículo quiere decir es que la fe verdadera persevera pese a toda oposición, y no se muda. Aquellos cuya fe es débil abandonan la lucha pronto cuando las cosas se vuelven difíciles. (Mr.4:17) “Mas el que persevere hasta el fin, ése será salvo.” (Mt 10:22) Y “al que venciere yo le daré de comer del árbol de la vida” (Ap 2:7).
20. “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.” Los cinco versículos que siguen a continuación (contando éste) contienen una profecía famosa acerca de la destrucción de Jerusalén, que corrobora la predicción hecha anteriormente por Jesús acerca de la destrucción del templo (Lc 19:41-44). Lo primero que Jesús indica es la señal de su cumplimiento: el día en que Jerusalén se vea rodeada de ejércitos. (2)
Jerusalén, como toda Judea, estaba ocupada por tropas romanas, pero las guarniciones que mantenían ahí para conservar el orden eran relativamente pequeñas. Jesús anuncia que se vería rodeada de ejércitos, como efectivamente ocurrió el año 69, cuando un poderoso ejército, bajo las órdenes de Tito, después de someter a sangre y fuego el resto del país, puso sitio a Jerusalén.
El año 66 DC el descontento latente del pueblo judío contra los romanos, agravado por la incompetencia y torpeza del gobernador Florus, (3) estalló en una revuelta en Jerusalén, en que se quemaron varios edificios importantes, y que pronto se convirtió en una insurrección general, es más, en una verdadera guerra de independencia. Una legión romana, al mando de Cestus Gallus, legado imperial en Siria, quien, subestimando la amplitud de la rebelión, acudió apresuradamente a sofocarla, fue perseguida y derrotada por las improvisadas fuerzas judías. Esta efímera victoria, que infló de vano y exaltado optimismo a los rebeldes, tuvo un alto costo para los judíos, porque suscitó la organización de una expedición punitiva en gran escala que el emperador Nerón encargó al experimentado general Vespasiano. Éste, al mando de 60,000 hombres, sometió a Galilea, Perea y otras regiones. Cuando algún tiempo después, al ser asesinado Nerón, Vespasiano fue proclamado emperador, y debió retornar a Roma para ser coronado y asumir el trono, su hijo Tito quedó al mando de las tropas con el encargo de llevar la guerra a su término y aplastar sin misericordia la rebelión.
21. “Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella.”
Jesús pronuncia una seria advertencia que salvará a muchos del peligro: los que estén a lo largo y ancho del territorio de Judea huyan de las ciudades y del campo a los montes; los que estén en Jerusalén misma, huyan adonde fuere, porque si se quedan, perecerán; y los habitantes de la ciudad que estuvieren en el campo, o en algún otro lugar, no piensen en retornar a la urbe, porque ahí la destrucción los sorprenderá. Es como si Jesús les dijera: Váyanse de Jerusalén porque Dios la ha abandonado a causa de su impiedad (Véase Lc 13:34,35).
En el pasaje paralelo de Mateo y de Marcos Jesús añade que los que estén en la azotea no entren en casa para recoger lo que fuere (Mt 24:17; Mr 13:15). Al techo de las casas en Oriente se accedía entonces por una escalera exterior (no interior como en nuestros días). Lo que Jesús quiere subrayar es que deben huir tan rápidamente que no tendrán tiempo ni para entrar a sus casas a recoger su abrigo. Esta urgencia es enfatizada por el dicho de que los que estén en el campo no deben retornar a la ciudad. (4).
Contrariamente a lo aconsejado por Jesús, cuando los judíos vieron el avance de las tropas romanas, corrieron a refugiarse en las ciudades y, en especial, en Jerusalén, algo que es natural desde cierto punto de vista, ya que es más seguro estar en las ciudades amuralladas que en el campo abierto. Si a ello se añade que la ofensiva final romana coincidió con la celebración de la Pascua, que atraía a muchísimos peregrinos, podrá comprenderse por qué la ciudad estaba en esos días repleta de judíos provenientes de otros lugares. Ellos estaban tan confiados de que derrotarían a los romanos, que no dejaron de acudir a Jerusalén, según su costumbre, para tomar parte en la fiesta.
Sin embargo, las instrucciones de Jesús equivalían a una orden de no ofrecer resistencia a los romanos, sino de salvar su vida huyendo. Eso fue precisamente lo que hicieron sus seguidores, a quienes los judíos entonces llamaban “nazarenos”. Según el historiador Eusebio, al ver los movimientos de las legiones romanas, y recordando las palabras de advertencia de Jesús, la comunidad cristiana de Jerusalén, al frente de la cual estaba Simeón, hijo de Clopas y primo de Santiago, abandonó prudentemente la ciudad, y se refugió en la ciudad de Pella, en la vecina Perea.
La huida de los cristianos de Jerusalén fue considerada por los líderes de la comunidad judía como una traición a su pueblo, y agravó las tensiones ya existentes entre la sinagoga y la naciente iglesia (5). Fue por ese motivo que el rabino Schmu-‘elHaKatan compuso entre los años 70 y 90 DC, la bendición (llamada así eufemísticamente porque, en realidad, es una maldición) “Birkat-HaMinim” contra los herejes (con lo que se aludía principalmente a los “nazarenos”) que fue agregada a la Amida, una de las oraciones principales del culto judío, que todo creyente debe, aún en nuestro tiempo, recitar tres veces al día con los pies juntos (6). Los cristianos judíos que asistieran a la sinagoga -como muchos entonces todavía lo hacían- no podían participar en el servicio recitando una maldición que estaba dirigida contra ellos mismos. Por ese motivo empezaron a alejarse del culto sinagogal donde quiera que se introdujera esa “bendición”. Ése fue precisamente el efecto que los rabinos buscaban: eliminar de sus asambleas a las tendencias discrepantes con el fin de consolidar a las comunidades, y asumir plenamente el control de su religión, que ellos consideraban amenazada por fuerzas exteriores (7). No fue pues la Iglesia la que se separó de sus raíces judías, como algunos judaizantes modernos nos quieren hacer creer, sino fue la sinagoga la que excluyó a los seguidores de Jesús.
Los que se quedaron en Jerusalén y ofrecieron resistencia a los romanos desobedecieron al mandato que Jesús les había dado ordenándoles huir, y por eso, como veremos más adelante, perecieron de una muerte horrible.
Notas: 1. Esta verdad incontrovertible no puede ser distorsionada, como hacen algunos fanáticos de otras religiones, que la toman como pretexto para inmolarse matando a sus enemigos. Cuando el cristiano muere por su fe lo hace como Jesús, como víctima inerme e inocente, no como verdugo de otros.
2. Según Lucas, Jesús pone como señal para huir y ponerse a salvo que Jerusalén se vea rodeada de ejércitos. Según Mt 24:15,16 y Mr 13:14, la señal es la abominación desoladora de que habla Dn 9:27, entre otros lugares. ¿Qué relación hay entre ambos signos? La relación puede encontrarse en Dn 8:13 y 11:31 donde se habla a la vez de tropas y de la abominación desoladora. En opinión de muchos intérpretes la expresión “abominación desoladora” en los evangelios representa a las insignias imperiales de las legiones romanas paganas acampando en el territorio que rodeaba a la ciudad santa.
3. Él quiso mediante el uso de la fuerza obligar a los judíos a entregar 17 talentos de oro (¡una fortuna!) del tesoro del templo.
4. Es muy singular que esas palabras de Jesús se encuentren en un capítulo anterior de Lucas, en el que el evangelista habla de la venida del Reino (17:31). Buena parte del contenido de ese largo pasaje lucano (vers. 20 al 37) está intercalado en Mt 24 y Mr 13. ¿Por qué Lucas separa lo que Mateo y Marcos juntan? No lo sabemos.
5. Según una tradición judía, el rabino Yohanán Ben Zakai logró salir de Jerusalén durante el sitio, escondido en un ataúd. Habiendo escapado de la matanza él pudo convocar en Yavné de Galilea a los escribas judíos dispersos en otras ciudades, e iniciar el movimiento de reconstrucción del judaísmo rabínico que ha sobrevivido hasta nuestros días.
6. Esa bendición en su forma actual no contiene ninguna referencia a los “herejes”, pero según el Talmud originalmente sí la tenía.
7. Es de notar que, contrariamente a la multiplicidad de tendencias que exhibía el judaísmo antes de la destrucción de Jerusalén, el judaísmo renovado posterior a la catástrofe, muestra una notable unidad doctrinal en que la corriente farisea prevaleció absorbiendo a las demás.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados, pidiéndole humildemente perdón a Dios por ellos.

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jueves, 6 de abril de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESUS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN I
Un Comentario de Lucas 21:5-11


Después de su entrada triunfal en Jerusalén el día domingo, Jesús está enseñando en el atrio del templo y discutiendo con los escribas y saduceos. El capítulo 21 de este evangelio se inicia con el episodio de la ofrenda de la viuda, y continúa con unas palabras solemnes de advertencia:
5,6. “Y a unos que hablaban de que el templo estaba adornado de hermosas piedras y ofrendas votivas, dijo: En cuanto a estas cosas que veis, días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida.”
Ya en aquel tiempo era costumbre adornar los templos con diversos objetos preciosos, como se hace en las iglesias, sobretodo, pero no únicamente, católicas. Se decoraban y embellecían todos los templos, comenzando por los paganos, lo cual nos hace ver que es un instinto natural del hombre embellecer los ambientes en que vive y en los que rinde culto a Dios. (Nota 1)
  De hecho, sabemos por las descripciones acerca del tabernáculo en el desierto y del templo de Salomón, que leemos en la Biblia, que sus ambientes estaban sumamente decorados. ¿Añade eso a la piedad? Más se podría pensar que distraen. Sin embargo, a mucha gente la decoración del templo, junto con el incienso y los ritos, le ayuda a concentrarse en un ambiente de recogimiento y adoración.
Pues bien, todo el fastuoso lujo arquitectónico del que los judíos estaban orgullosos (2), -aunque fuera obra de un rey odiado, como lo fue Herodes el Grande- será enteramente reducido a ruinas y escombros, y no quedará piedra sobre piedra (3). Ese anuncio inesperado hecho por Jesús a sus discípulos debe haberlos impresionado inmensamente.
Jesús dice que toda esa belleza acumulada en las piedras cuidadosamente talladas del templo desaparecerá, y que no quedará una sobre otra, subrayando el grado absoluto de destrucción que se abatiría sobre ese lugar, como efectivamente ocurrió 40 años después cuando las legiones romanas, al mando de Tito, después de un largo sitio, ocuparon la ciudad. (4)
Sin embargo ¿qué cosa hay en la tierra, qué monumento humano, que no sea algún día destruido por el paso del tiempo? Las cosas en las cuales el hombre pone su confianza y que considera más firmes, son meras sombras y apariencia que desaparecen, no son duraderas. Claro está que, en el caso del templo de Jerusalén, la destrucción no ocurriría como consecuencia del paso normal del tiempo, sino por una intervención providencial ordenada por Dios a través de manos humanas.
7. “Y le preguntaron, diciendo: Maestro, ¿cuándo será esto? ¿y qué señal habrá cuando estas cosas estén para suceder?”
Al escuchar el anuncio lo primero que viene en mente a los apóstoles es preguntar cuándo ocurriría esa catástrofe. No preguntan cómo ni por qué sucedería, algo que a nosotros nos parece que debería interesarles en primer lugar saber. Dan por sentado que lo que anuncia Jesús se cumplirá de todas maneras. Sólo les interesa saber cuándo ocurrirá. Si nos llama la atención su poca curiosidad sobre esos dos aspectos conviene recordar que la población judía vivía entonces en un ambiente mental de expectativa escatológica, por la convicción de que vivían en los últimos tiempos predichos por los profetas antiguos, en los que Dios intervendría poderosamente; como ya lo había hecho en el pasado (Véase al respecto 2 Reyes, cap. 25 y 2 Crónicas, cap. 36).
Si los apóstoles preguntan por una señal que indique que el día anunciado se acerca, es porque los judíos estaban acostumbrados a que los grandes acontecimientos desatados por el juicio de Dios estuvieran precedidos por señales que anunciaban su proximidad. Jesús mismo les habló en varias oportunidades en esos términos. “Cuando veáis todas estas cosas…” (Mt 24:33) “Estas señales seguirán …” (Mr 16:17).
8. “Él entonces dijo: Mirad que no seáis engañados; porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y: el tiempo está cerca. Mas no vayáis en pos de ellos.”
Jesús no contesta a ambas preguntas sobre el cuándo; las soslaya como si no fuera necesario ni importante para ellos saber el momento. En efecto, lo que sí importa para ellos, y para todos, es estar preparados para cuando venga ese día. (Véase la Parábola de las Vírgenes Sabias y las Vírgenes Necias, Mt 25:1-13).
Una de las estrategias que con más efectividad usa el diablo para engañar a la gente, es imitar lo que Dios dice o hace, induciéndoles a creer que lo que ven u oyen viene de Dios. De esa manera logra que lo sigan. Por eso Jesús les advierte: “No os dejéis engañar ni vayáis tras ellos”. Pero no les dice cómo diferenciar de manera segura los anuncios falsos de los verdaderos; cómo distinguir entre el modelo y la imitación.
La señal que indica Juan en su primera epístola para reconocer al espíritu que viene de Dios –esto es, si confiesa que Jesús vino en carne, e.d. que hubo verdadera encarnación (1 Jn.4:1,2), como algunos herejes de los primeros siglos negaban- es poco aplicable a nuestros días, porque ya no se dan las controversias teológicas acerca de la naturaleza de Cristo que agitaron a la iglesia de los primeros siglos.
La verdad es que no hay un método que sea a la vez fácil y seguro. No obstante, Juan nos da en el pasaje citado una indicación muy pertinente: No debemos creer a todo espíritu que se manifieste, o que pretenda hablar por boca humana en nombre de Dios. Debemos probarlos a todos (5).
Hay un don específico para este fin entre los que enumera Pablo: el discernimiento de espíritus (1 Co.12:10). Sin embargo el pasaje de la 1ª Epístola de Juan nos da una pauta muy actual y vigente sobre cómo reconocer al espíritu que anima determinadas declaraciones: Si el que habla confiesa que Jesús es Dios. Porque hay muchos hoy día -como los había entonces y los ha habido en todos los tiempos- que se dicen cristianos, y que incluso ocupan cátedras de teología, pero que ponen en duda, o niegan, la divinidad de Cristo, o su nacimiento virginal, o que efectivamente resucitara de los muertos. Indaguemos qué creen, o qué predican acerca de esos puntos esenciales de nuestra fe, antes de prestar crédito a lo que dicen.
Por supuesto podría decirse que Jesús les da a sus discípulos efectivamente la señal que ellos piden: Habrá muchos que vendrán queriendo pasar por mí. No les hagáis caso. Mi venida será con tal fuerza que no habrá la menor duda de que Yo Soy.
9,10. “Y cuando oigáis de guerras y de sediciones, no os alarméis; porque es necesario que estas cosas acontezcan primero; pero el fin no será inmediatamente. Entonces les dijo: Se levantará nación contra nación, y reino contra reino;”
Tampoco será señal de la proximidad del fin el que haya terribles guerras entre las naciones, como las hay hoy día. Sin embargo, eso es algo que tendrá que ocurrir previamente, aunque será sólo una señal distante, o como dijo en otra ocasión, “principio de dolores” (Mt 24:8), sufrimientos que, como dolores de parto, precederán al nacimiento de la era gloriosa del reino mesiánico.
Es interesante -por su referencia al presente- que Jesús hablara de “etnós” (que Reina Valera traduce por “nación”, palabra que para nosotros tiene la connotación de “estado”, pero que en el contexto bíblico quiere decir más propiamente “pueblo”). En nuestros días, incluso al interior de las naciones, los pueblos dispares que las conforman se hacen internamente la guerra. Los ejemplos son numerosísimos (los vascos separatistas contra el resto de España; o la ex Yugoslavia donde se produjo un festival sangriento de todos contra todos; en Nigeria y otros países africanos, como Ruanda y Burundi, donde grupos tribales enemigos se agredieron hasta exterminarse; los terribles atentados perpetrados por el Estado Islámico, no sólo en las ciudades europeas, sino también en territorios musulmanes, etc. etc.). Al mismo tiempo vemos cómo surgen también súbitamente conflictos entre países que solían vivir en paz, o que se toleraban.
Pero ¿por qué es necesario, como dice Jesús, que se produzcan guerras, y en qué sentido lo es? ¿Como signo del fin, o hay una razón intrínseca para que ello ocurra?
11. “y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo.”
Hacia el año 70 se produjeron frecuentes terremotos y erupciones volcánicas, como la que destruyó la ciudad de Pompeya en Italia. Pero los sucesos que Jesús anuncia se están produciendo también en el presente en muchas partes. Los terremotos y las inundaciones son muy frecuentes (6). Hay hambruna en muchos lugares, mientras que en otros sobran los alimentos; pese a los grandes adelantos de la medicina, las epidemias, como el Sida y la gripe aviar, el dengue y el zika, están a la orden del día, y están arrasando con muchas poblaciones, o las han diezmado recientemente. (7)
Lo que no se puede decir que ocurre ahora de forma constante son las grandes señales del cielo que provoquen  terror, a menos que se considere como tales a los huracanes -que ciertamente provocan pánico en las poblaciones- o los pretendidos avistamientos de naves espaciales. Pero lo que la gente entendía entonces por “señales del cielo” era más bien la aparición de cometas, u otros cuerpos celestes, o fenómenos como los eclipses, o el oscurecimiento del sol.
¿Existe alguna relación entre las guerras y las catástrofes naturales? Las guerras se originan en el campo emocional (rivalidades entre pueblos, ambiciones territoriales); las catástrofes naturales, en el plano físico. Ambos son reflejo de un estado de cosas perturbado. Si pensamos que todo lo que ocurre en el mundo está bajo el control de Dios y que nada es casual, tenemos razón para pensar que esos dos tipos de fenómenos están relacionados.
Ahora podemos contestar a la pregunta que hicimos al comentar el versículo anterior: Es inevitable (esto es, necesario) que los enfrentamientos, los odios entre las personas y las rivalidades entre los pueblos se manifiesten en conflictos armados, porque esos sentimientos fomentan la agresividad. Pero así como la paz suele ser un premio que Dios otorga a las naciones por su fidelidad y buena conducta, las guerras son de hecho también con mucha frecuencia, consecuencia de la ira de Dios frente a la impiedad y la inmoralidad que reina en la sociedad.
            La primera guerra mundial (1914-1918), que causó millones de bajas entre las tropas rivales y la población civil, fue consecuencia de la gran inmoralidad que prevaleció en las naciones europeas al final del siglo XIX. Pero los sufrimientos causados por esa guerra no provocaron como reacción una mejora de las costumbres, sino lo contrario, por lo que a esa guerra siguió una segunda conflagración mundial (1939-1945) que causó una destrucción masiva mucho mayor, porque los ejércitos disponían de armas aún más mortíferas, como las bombas atómicas. Recién entonces las grandes potencias y las naciones del mundo reaccionaron creando la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que estableció mecanismos para evitar los grandes enfrentamientos armados entre los pueblos. Si bien el estallido de una tercera guerra mundial ha podido ser evitado, los enfrentamientos armados locales entre los pueblos no se han detenido, y siguen provocando mucho sufrimiento, muertes y desplazamiento de poblaciones.
Notas: 1. Naturalmente se suscita la cuestión: ¿Es el culto pagano legítimo y aceptable a Dios? El instinto religioso es innato en el hombre. Aunque pueda estar mezclado con errores y supersticiones, todos los seres humanos (salvo el hombre racionalista occidental de los dos últimos siglos) intuye y reconoce la existencia de un Ser Supremo, origen de todas las cosas y de quién depende. Véase al respecto el comienzo del discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17:22,23). En la epístola a los Romanos Pablo explica cómo la intuición primitiva de la divinidad degeneró en idolatría (Rm 1:20-23) con todas sus consecuencias (1:24-32). Eso no impide que haya habido siempre, y haya actualmente, hombres que, sin tener el conocimiento del Dios verdadero, vivan de acuerdo al testimonio de su conciencia, que es también innato en el ser humano. (Rm 2:14-16).
(2) El historiador Josefo nos da una idea de lo que era el esplendor del templo: su fachada estaba cubierta por grandes placas de oro macizo que reflejaban el brillo del sol al amanecer con tanta intensidad que no se le podía mirar de frente. El exterior del templo mismo tenía la apariencia de una montaña cubierta de nieve, pues sus muros estaban vestidos de mármol blanco. En sus atrios y pórticos había columnas de mármol de más de 10 metros de altura.
(3) Esa destrucción masiva la llevaron a cabo las tropas romanas el año 70 por consigna, a fin de humillar a los judíos.
(4) Los romanos saquearon los tesoros del templo. Uno de los frisos que adornan el arco del triunfo de Tito, que todavía puede verse en Roma, muestra en bajo relieve a sus soldados llevando en cortejo triunfal el famoso candelabro de oro de siete brazos que estaba en el lugar santísimo.
(5) Notemos que algunas veces detrás de ciertas prédicas se esconde un espíritu de avaricia o de codicia. Desconfiemos de ellas. No buscan nuestra edificación sino nuestra billetera.
(6)  De hecho las estadísticas que mantienen las compañías de seguros acerca de las catástrofes naturales, que ellas muy pertinentemente llaman “acts of God” (“acciones de Dios”), -y que es un tema que les interesa mucho porque ellas asumen el riesgo de cubrir el costo de sus consecuencias materiales- muestran que la frecuencia de los huracanes, inundaciones y movimientos sísmicos, se ha incrementado considerablemente en las dos últimas décadas.
(7) El porcentaje de adultos infectados por el Sida en algunos países africanos supera el 50% de la población. Es interesante observar que esas altas proporciones se alcanzan en países que tienen un pequeño porcentaje de población cristiana, mientras que en los países donde los cristianos conforman una proporción muy considerable, como en Uganda, por ejemplo, el porcentaje de infectados de Sida es bajo. Eso nos muestra elocuentemente que el factor principal de contagio es el comportamiento de la gente.
NB. En octubre de 2005 se publicaron dos artículos con el mismo título del epígrafe. Su contenido ha sido revisado y ampliado para ser nuevamente publicado en tres partes.
Amado lector: Jesús dijo: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados: "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

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