viernes, 17 de julio de 2015

JESÚS SANA A UN MUCHACHO ENDEMONIADO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS SANA A UN MUCHACHO ENDEMONIADO
Un Comentario de Mateo 17:14-21
En este episodio, dice W. Wiersbe, pasamos del monte de la gloria (el de la Transfiguración) al valle de la necesidad. Tomar parte de la primera no hace a Jesús insensible a la segunda, sino al contrario. Hay un cuadro del famoso pintor renacentista Rafael, que ilustra muy bien el contraste entre ambas realidades. En la parte superior se ve a Jesús glorificado flotando en el aire, rodeado de Moisés y Elías, mientras que sus discípulos están postrados por tierra. En la parte inferior del cuadro se ve a un numeroso grupo de personas agitadas en torno a un hombre que sostiene a un muchacho atormentado, mientras que los brazos alzados de varias de las personas señalan a Jesús en la parte superior del cuadro.
14. “Cuando llegaron al gentío, vino a él un hombre que se arrodilló delante de él,”
Jesús y sus tres acompañantes descendieron del monte Tabor y fueron donde habían dejado a los otros nueve discípulos, que estaban rodeados de mucha gente que había estado siguiendo a Jesús y que parecía estar agitada.
En el pasaje paralelo de Marcos se dice que, al verlo, el gentío quedó enormemente sorprendido, atónito, como asustados (ékzambos). ¿No sería porque aún quedaba en el rostro de Jesús algún vestigio del brillo que tuvo en la montaña, tal como la cara de Moisés brillaba cuando descendió del Sinaí y la gente tenía miedo de acercarse a él? (Ex 34:30).
De en medio del gentío surgió un hombre que estaba muy angustiado, y que, corriendo donde Jesús, se arrodilló, y con una voz que denotaba desesperación, clamó:
15,16. “Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar.”
 ¿Cuál podía ser la condición del chico? El evangelio dice “lunático”, que es una traducción de “seluniásetai”, palabra griega que designa un desarreglo nervioso crónico al que se dio en esa época ese nombre, porque se había observado que sus síntomas variaban con las fases de la luna. Por la descripción que hace Lucas 9:39 de su condición (sacudidas violentas, espuma en la boca) podría pensarse que se trataba de epilepsia. La descripción que hace Marcos 9:24 refuerza esa hipótesis. Pero nosotros sabemos bien que la causa verdadera era otra.
El hecho es que el muchacho, cuando era víctima de los accesos de su enfermedad, se precipitaba sobre las fogatas encendidas, o sobre el fuego abierto de la cocina, como se usaba entonces, o se echaba al agua, corriendo el peligro sea de quemarse, o de ahogarse.
Podemos imaginar la angustia de sus familiares, en especial de sus padres, que estaban siempre pendientes de él, cuidando de que no sufriera un accidente, o se hiciera daño.
El padre, que posiblemente había escuchado que Jesús estaba cerca, lo había traído para que Jesús lo sanara pero, no encontrándolo, pidió a sus discípulos que lo hicieran, pues sabía que ellos también hacían algunas señales por el poder que su Maestro les había conferido. Pero ellos se habían mostrado incapaces de ayudarlo.
17. “Respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! (Nota 1) ¿Hasta cuándo he de estar con vosotros? ¿Hasta cuándo os he de soportar? Traédmelo acá.”
La respuesta de Jesús parece insólitamente dura e impaciente. ¿A quién estaba dirigida? ¿A sus discípulos, o al gentío? Si a los discípulos, contiene un reproche por su incapacidad de lidiar con el demonio que poseía al joven, que en parte era merecido. Pero si estaba dirigida a la muchedumbre, no es difícil de entender la causa, puesto que se dejaba llevar por las argucias de los escribas, a los cuales también el reproche alcanza, así como al padre angustiado de fe incierta, como veremos enseguida.
Pero lo más probable es que sus palabras estuvieran dirigidas a la gente de su tiempo en general, a la generación en medio de la cual le había tocado vivir, gente incrédula y perversa, calificativos que suelen ir juntos, porque la carencia de fe lleva a toda clase de desvaríos morales.
El reproche de Jesús apunta particularmente al hecho de que la fe pura y ferviente del pueblo elegido con el tiempo se había deteriorado debido a las malas influencias a las que había estado expuesta, sea de los pueblos paganos de los que estaba rodeado, sea de los mismos maestros de Israel, los escribas y fariseos que les enseñaban.
Si viviera en nuestro tiempo ¿con cuánta mayor razón no nos dirigiría ese reproche a nosotros, y cuánto mayor no sería su impaciencia?
Sin embargo Jesús, con los milagros numerosos que hacía, había estado tratando de vivificar la fe de su pueblo. Sus palabras de reproche expresan su tristeza ante la inutilidad de sus esfuerzos, como si dijera: ¿Hasta cuándo perderé mi tiempo tratando de ayudarlos? Ya en oportunidades anteriores Jesús había mostrado su disgusto ante la incredulidad (Véase Mr 8:12 y 3:5), pero en esta ocasión su desagrado se tiñe de una encendida impaciencia.
En el pasaje paralelo de Marcos vemos que Jesús le pregunta al padre: ¿Desde cuándo está el niño así? Y él responde que desde pequeño. Enseguida el padre suplica a Jesús: “Si puedes hacer algo… ayúdanos” (Mr 9:22). Notemos que él no viene a Jesús con la seguridad de que Él puede sanar a su hijo, sino dudando. Quizá su fe se había debilitado oyendo la discusión entre los discípulos y los escribas (v. 14), los cuales posiblemente alegaban las razones por las cuales los nueve no habían podido expulsar al demonio. Jesús responde al padre: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo, ayuda mi incredulidad.” (v. 23,24).
¡Cuántos de nosotros, si somos sinceros, podríamos decir esas mismas palabras: “Creo, ayuda a mi incredulidad”! que es como si se dijera: Sí, yo creo en ti; pero soy consciente de que mi fe no basta, porque es débil e indecisa.
La clave del éxito de la vida espiritual es la fe. Si la fe se debilita, todas las otras facultades espirituales, y las virtudes decaen. Nuestra intrepidez, nuestro entusiasmo por las cosas de Dios, desfallecen. Los israelitas cruzaron a pie el mar Rojo sin dudar –recuerda J.C. Ryle- pero cuando llegaron a la frontera de la Tierra Prometida, que era el objetivo de su largo peregrinaje en el desierto, no se atrevieron a entrar y estuvieron pensando en dar vuelta y regresar. Dudaron del poder de Dios que los había sacado con mano fuerte de Egipto (Hb 3:19) y, como consecuencia estuvieron vagando durante casi cuarenta años en el desierto hasta que se les diera una nueva oportunidad de llegar a la frontera de la tierra prometida (Nm 14:21-23; 34,35; 33:49).
La incredulidad suele llevar a la perversión. La fe es el sometimiento de nuestra inteligencia a la revelación divina; la incredulidad se opone a Dios, lo contradice, y por eso es impotente en términos espirituales. Pero puede ser usada con provecho por el demonio para extender su influencia maligna.

“Traédmelo acá”. Pese a estar molesto con la incredulidad de la gente, Jesús no deja de apiadarse del que tiene necesidad de un toque de su poder. Cuando toda ayuda humana falla, la puerta de la misericordia divina está siempre abierta para el que la necesita.
18. “Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho, y éste quedó sano desde aquella hora.”
Como en tantas ocasiones, bastó que Jesús ordenara al demonio que salga de la persona atormentada para que el espíritu malo obedezca, no sin antes sacudir violentamente al muchacho, según Marcos, dejándolo como muerto, a tal punto que “muchos decían: Está muerto. Pero Jesús tomándolo de la mano, lo enderezó y se levantó” (Mr 9:26,27) (2). A partir de ese momento el muchacho quedó sano, es decir, no volvió a presentar los síntomas que antes lo aquejaban.
Pero sus discípulos se quedaron inquietos:
19. “Viniendo entonces los discípulos a Jesús, aparte, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?”
Era natural que ellos se hicieran esa pregunta. Al elegir a los doce Jesús les había dado autoridad sobre los espíritus malignos (Mt 10:1,8). En otra ocasión Él había enviado en misión a los setenta que había escogido para que sanaran enfermos (Lc 10:1,9), y ellos habían retornado asombrados de que los demonios se les sujetaran en su nombre. En ese momento Él les confirmó a esos discípulos la “potestad de hollar serpientes y escorpiones”, (Lc 10:17-19), facultad que se extiende a todos nosotros, si tenemos fe suficiente para hacerlo. ¿Pero por qué esta vez ellos no habían podido liberar al joven del demonio que lo poseía?
20. “Jesús les dijo: Por vuestra poca fe; porque de cierto os digo, que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará, y nada os será imposible.”
La respuesta de Jesús es intrigante. Porque carecéis de la fe necesaria; esto es, de la fe que hubiera podido hacer que vosotros reprendierais al demonio con una autoridad irresistible. Para explicarse Jesús emplea enseguida el lenguaje paradójico que tanto le gustaba usar: Opone el tamaño minúsculo de la fe al de la inmensa montaña que puede mover. Si tuvierais una fe tan pequeña como la más pequeña de las semillas del campo, podríais ordenar a un monte que se desplace, y el monte os obedecería. No hay nada que la fe, cuando es sólida y profunda, y excluye toda duda, no pueda alcanzar (cf Mr 11:23). En cierta medida Dios nos ha confiado una parte de su poder al darnos la fe.
La frase: “Nada os será imposible” es un eco de la frase que el ángel le dijo a María en la anunciación: “No hay nada imposible para Dios”, refiriéndose al hecho de que su pariente Isabel pudiera concebir en su vejez (Lc 1:37), lo que recuerda la promesa que Dios le dio a Abraham, asegurándole que su esposa Sara, anciana y estéril, concebiría un hijo (Gn 18:14).
¿Somos nosotros conscientes del poder que Dios nos ha dado? ¿Lo usamos cuando es necesario y las circunstancias lo justifican? ¡Pero cuántas veces por nuestra falta de fe no alcanzamos las cosas que deseamos lograr! El reproche que Jesús dirigió a sus discípulos nos alcanza también a nosotros: Por nuestra falta de fe. ¿Y cómo hacer que nuestra fe aumente? Es el mismo pedido que los discípulos hicieron una vez a Jesús (Lc 17:5). Nuestra fe aumenta en la medida en que cultivemos nuestra intimidad con Dios, y en la medida en que usemos la poca o mucha fe que tenemos.
Sin embargo, Jesús concede que hay demonios cuya expulsión demanda un especial esfuerzo:
21. “Pero este género no sale sino con oración y ayuno”.
Esto es, se requiere fortalecernos con una oración más intensa, y con el ayuno que potencia nuestras facultades espirituales. Esto es algo que se aplica a muchos campos de nuestra vida cristiana. Todas las gracias son gratuitas en términos de dinero. Por eso se les llama “gracias”. Pero tienen, a su vez, un costo espiritual tanto mayor cuanto más alto sea lo que deseamos alcanzar.
Notas: 1. Este reproche se parece a las palabras que Moisés dirigió al pueblo de Israel: “Generación torcida y perversa.” (Dt 32:5b; cf Flp 2:15).
2. Si nosotros queremos ser levantados de nuestra condición de frustración y debilidad, lo primero que tenemos que hacer es tomarnos de la mano de Jesús, que siempre está dispuesto a extendérnosla; y en segundo lugar, debemos dejar que Él nos enderece y nos corrija, para que pueda llevarnos por los caminos por los cuales debemos andar siguiendo sus pasos.
Consideraciones adicionales. El notable comentarista anglicano J.C. Ryle observa, a propósito de este episodio, que con frecuencia Satanás ejerce un dominio sobre la juventud que es de peores consecuencias que el que se describe en este pasaje: “Parecen ser esclavos de la voluntad del maligno, y haber cedido del todo a sus tentaciones. Desechan el temor de Dios y violan sus mandamientos; rinden culto a la concupiscencia y al deleite; se entregan a toda clase de desórdenes y excesos… Son, en una palabra, esclavos voluntarios de Satanás.”
Esta observación es muy justa, y yo mismo lo he podido comprobar alrededor mío en mi juventud. Sin embargo, agrega él, que no por eso debemos perder la esperanza respecto de esos jóvenes, porque el poder de nuestro Señor Jesucristo es infinito para salvar. “Por duros que parezcan sus corazones, son susceptibles de conmoverse; por profunda que parezca su corrupción, aún pueden ser reformados”. Por eso sus padres y maestros no deben dejar de orar por ellos.
Hay quienes hacen un paralelo entre el espíritu maligno que se apodera del muchacho y el espíritu de la guerra que en ocasiones se apodera de las personas y de las naciones, que los hace botar figuradamente espumarajos de cólera y odio, llegando a los límites de la histeria, como se vio en la última guerra mundial; un espíritu fanático frente al cual las iglesias, conscientes de lo que se venía, se vieron impotentes; o peor aún, con el cual en algunos casos colaboraron, aun sabiendo los terribles estragos y el gran sufrimiento que causan las guerras.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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viernes, 10 de julio de 2015

LA TRANSFIGURACIÓN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA TRANSFIGURACIÓN II
Un Comentario de Mateo 17:7-13
7,8. “Entonces Jesús se acercó y los tocó, y dijo: Levantaos, y no temáis. Y alzando ellos los ojos, a nadie vieron sino a Jesús solo.”
Tan súbitamente como había surgido, la visión despareció. Los discípulos fueron despertados de su asombro por Jesús, que los tocó gentilmente y les dijo: Levántense del suelo y no tengan temor.
Todo ha vuelto a la normalidad. Moisés y Elías no están allí. Jesús está solo. Pero la impresión que la visión ha dejado en sus espíritus no ha desparecido. ¿Cómo podría?
Podemos decir que al no estar más ahí Moisés y Elías al lado suyo, la ley y los profetas, que eran sombra de lo que había de venir (Col 2:17), fueron reemplazados y absorbidos por la luz del Evangelio de Cristo, cediéndole su lugar. Pero la desaparición de la visión nos muestra además que todo lo de esta tierra, aún lo más maravilloso, es transitorio y pasajero, mientras que la gloria del cielo, que está reservada para nosotros, y de la que algún día gozaremos, será eterna.
Hemos dicho que Jesús los tocó gentilmente. ¿Conocemos algún caso en que Jesús haya sacudido a alguien, o no haya tratado gentilmente a una persona, Él, que era manso y humilde de corazón? Sí, cuando expulsó a los mercaderes del templo con un látigo, porque habían convertido la casa de su Padre en una cueva de ladrones, profanándola (Jn 2:13-17). Fue un arrebato de ira santa. Y también cuando encaró a los fariseos por su hipocresía y los llamó: “Raza de víboras” (Mt 23:33).
Esas son excepciones plenamente justificadas. Pero nosotros, ¿tratamos siempre gentilmente a la gente? ¿O nos encolerizamos fácilmente por quítame estas pajas? ¿No nos dejamos llevar por nuestro temperamento, y humillamos altaneramente a los que discrepan de nosotros, demostrándoles la pretendida superioridad de nuestro conocimiento? ¡Cuánto tenemos que aprender de Jesús!
9. “Cuando descendieron del monte, Jesús les mandó, diciendo: No digáis a nadie la visión hasta que el Hijo del Hombre resucite de los muertos.” (Nota)
Al llegar al pie del monte, del cual descendieron posiblemente en silencio, por lo abrumados que estaban los tres discípulos por la visión (horama en griego) que les había sido dado contemplar, Jesús les advierte: No comentéis con nadie lo que habéis visto y experimentado. Guardadlo para vosotros hasta que yo haya resucitado.
¿Por qué no quería Jesús que le dijeran a nadie lo que habían visto? ¿Por qué no quería que lo compartieran ni siquiera con sus compañeros, los otros nueve apóstoles? Porque Jesús no quería suscitar revuelo, ni deseaba que hubiera habladurías, como ocurriría si el hecho se divulgaba. Incluso podría surgir un sentimiento de pena, o de envidia, entre los nueve por haber sido excluidos de esa experiencia. Por todas esas razones debían guardar silencio al respecto hasta que resucitara.
Pero ocurrida esa manifestación extraordinaria de su divinidad, sí podrían hacerlo, así como podrían hablar libremente de lo que Él había hecho, de su predicación y milagros, de todo lo que sabían, de todo lo que sirviera para la proclamación de la Buena Nueva, porque una vez resucitado, la transfiguración no sería difícil de creer. En cierta manera la transfiguración fue un anuncio, o un adelanto, de la gloria de su resurrección.
Algún día nosotros también veremos a Jesús así como ellos lo vieron en el monte, y aun más resplandeciente, porque en esa ocasión, por consideración a la frágil condición humana, Jesús no les descubrió más de su gloria que lo que podían soportar. Pero cuando venga en el último día, en el poder y la gloria de su Padre, escoltado por el ejército de sus ángeles, cubierto ya no por una nube, sino bajo el firmamento luminoso entero, toda la humanidad que pobló la tierra a lo largo de los siglos se presentará para juicio delante de Él, y lo verá sentado en su trono, listo para dictar sentencia.
A algunos les dirá: “Venid benditos de mi Padre…porque tuve hambre y me disteis de comer; tuve sed y me disteis de beber…”. Y le preguntaremos ¿cuándo tuviste hambre y te dimos de comer, y cuándo estabas sediento y te dimos de beber? Y Él nos contestará que: “en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.” (Mt 25:34-40). Y nos acordaremos de las veces que nos compadecimos del hambriento y guarecimos del frío al miserable. O de lo contrario, recordaremos las veces en que endurecimos nuestro corazón contra el prójimo y no quisimos aliviar su necesidad, o su pena, satisfechos de que nosotros no la sufríamos. ¡Cómo nos pesará entonces nuestra avaricia, o nuestra soberbia, y no haber tenido entrañas de misericordia! Porque ¡Dios no quiera! podríamos oír la sentencia: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” “donde será el llanto y el crujir de dientes.” (Mt 25:41; 24:51).
Ese día los justos, entre los cuales esperamos encontrarnos nosotros, brillarán como el sol (Mt 13:43), y mucho más aun, porque el resplandor de ese astro será poca cosa comparado con la luz de los santos en el cielo.
Pero ¿entendieron cabalmente sus discípulos eso de que Jesús resucitaría? Ya Jesús se lo venía diciendo, aparejado con el anuncio de su muerte. Pero hasta que no sucediera, no comprenderían plenamente sus palabras.
Lápide dice que al hacer público el reproche de la cruz y ocultar la gloria de la transfiguración, Jesús nos enseña a esconder los dones y favores que Dios nos otorga, hasta el día en que muramos, tal como Pablo ocultó las revelaciones que había recibido de Dios para no ser tentado a enorgullecerse de ellas, y perdiera su fruto (2Cor 12:3-9).
10. “Entonces sus discípulos le preguntaron, diciendo: ¿Por qué, pues, dicen los escribas que es necesario que Elías venga primero?
La pregunta de los discípulos estaba motivada por el hecho de que ellos habían visto a Elías glorificado, junto a Jesús, y se acordaron del anuncio del profeta Malaquías que dice que, antes de que venga el día de Jehová, grande y terrible, Dios va a mandar a Elías para hacer volver el corazón de los padres a los hijos, y el de los hijos a los padres (Mal 4:5,6), acontecimiento que está ligado a la venida del Mesías esperado. Pero es interesante que ellos no mencionaran a Malaquías, sino a los escribas. Seguramente porque ese anuncio les había llegado a través de los dichos de los escribas que circulaban entonces en Israel.
La pregunta que se hacen los discípulos en ese contexto es obvia: Si tú ya has venido, ¿cómo es que no se ha cumplido el anuncio de la venida previa de Elías?
11,12. “Respondiendo Jesús, les dijo: A la verdad, Elías viene primero, y restaurará todas las cosas. Mas os digo que Elías ya vino, y no lo conocieron, sino que hicieron con él todo lo que quisieron; así también el Hijo del Hombre padecerá de ellos.”
La respuesta de Jesús es a la vez esclarecedora e intrigante, porque afirma la verdad del anuncio: Elías tenía que venir para restaurar todas las cosas, como estaba anunciado. Pero, en verdad, ya vino, y aunque el pueblo salió a escucharlo y muchos se arrepintieron de sus pecados, haciéndose bautizar por él, las autoridades no lo reconocieron, sino lo mataron, tal como van a hacer conmigo.
¿Cómo y cuándo ya vino? Jesús ya lo había dicho, pero esa vez no comprendieron sus palabras. Él lo había dicho al hacer el elogio de Juan Bautista, cuando vinieron mensajeros de parte suya a preguntarle si Él era el Mesías esperado, o si debían esperar a otro (Mt 11:2,3). Cuando los mensajeros de Juan se fueron, Jesús dijo: “Porque éste es de quien está escrito: He aquí yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino delante de ti.” (Mt 11:10; cf Mal 3:1). Y enseguida reafirmó: “Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir.” (Mt 11:14). Más claro ni el agua.
Pero ¿cómo podría Juan Bautista ser el profeta Elías anunciado? ¿Acaso se reencarnó Elías en Juan Bautista, como algunos, influenciados por el hinduismo, sostienen? No, no es necesario revivir esas teorías falsas. Se recordará que años atrás un ángel se había aparecido al anciano sacerdote Zacarías, y le había anunciado que en respuesta a sus oraciones, su mujer Isabel iba a tener un hijo que iría delante del Señor “con el espíritu y poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.” (Lc 1:13,17; cf Mal 4:5,6).
Sí, Elías había venido, tal como estaba anunciado, en la persona del precursor, su pariente y casi exacto contemporáneo, que encarnó el espíritu de Elías y que desplegó una elocuencia y un denuedo indómito semejante al del profeta, para proclamar la palabra de Dios y hacer que los hombres se conviertan.
Pero la mayoría de los padres de la iglesia –y con ellos también la mayoría de los intérpretes modernos- entienden que Elías es también uno de los dos testigos que aparecerán antes de la segunda venida de Cristo, según la profecía de Malaquías: “He aquí, yo os envío al profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible.” (Mal 4:5), lo que encaja dentro de la descripción que hace Ap 11:6: “Estos tienen poder para cerrar el cielo, a fin de que no llueva en los días de su profecía; y tienen poder sobre las aguas para convertirlas en sangre, y para herir la tierra con toda plaga, cuantas veces quieran.” (cf Ap 11:3-10).
Pero ¿quién sería el otro? Según la descripción de sus poderes en ese versículo, el otro sería Moisés. Pero Moisés murió y no se comprende cómo podría morir dos veces. Por eso se estima que el segundo testigo sería Enoc, que fue trasladado al cielo –como lo fue Elías- sin haber muerto (Gn 5:21-24), y que es mencionado en la epístola de Judas 14,15, en una referencia velada a la segunda venida de Cristo.
Notemos –dice Spurgeon- que Jesús responde a la pregunta de sus discípulos. Jesús tiene siempre la respuesta adecuada para todas nuestras inquietudes y preocupaciones. ¿Acudimos nosotros a Él para preguntarle cuando tenemos dudas o conflictos, o descansamos en nuestra propia limitada sabiduría?
13. “Entonces los discípulos comprendieron que les había hablado de Juan el Bautista.”
Sólo entonces a los discípulos se les abrió la mente, y comprendieron que su Maestro se estaba refiriendo a Juan Bautista, el que lo había bautizado en el Jordán, después de negarse a hacerlo, porque consideraba que él era indigno incluso de desatar las correas de sus sandalias.
Hay una relación estrecha, no sólo familiar, entre Jesús y Juan Bautista, como la hay, según el espíritu de las profecías, entre Elías y el Salvador que había de venir para rescatar a su pueblo de sus pecados. Ambos, Jesús y Juan, anunciaron el juicio de Dios. Pero la hay también en la suerte que cupo a ambos, pues sus enemigos hicieron con ellos lo que quisieron, después de haberse deleitado durante un tiempo con sus palabras.
Cabría preguntar: ¿Cómo podía el Bautista ser el Elías anunciado si, como es sabido, cuando los sacerdotes y levitas le preguntaron si él era Elías, él contestó francamente que no lo era? (Jn 1:21) Y decía verdad. Él no era la misma persona que el profeta, sino que había venido revestido con la misma unción y el poder de Elías, lo que no es lo mismo.
¿En qué fecha ocurrió la transfiguración? La primera observación a hacer es que, como lo muestra el Evangelio de Juan, los grandes acontecimientos de la vida de Jesús guardan una estrecha relación con el calendario de las fiestas judías, lo que les da un profundo significado.
Se han hecho diversos estudios sobre la datación del acontecimiento. Según algunos eruditos, dado que sólo cinco días separan el Día de Expiación (Yom Kippur) de la fiesta de los Tabernáculos (Sucot), que dura una semana, la confesión de Pedro habría tenido lugar en la primera, y la transfiguración habría ocurrido al comienzo de la segunda. Según otros, la confesión de Pedro y la transfiguración se enmarcan dentro de la semana de la fiesta de Sucot, lo que explicaría los seis días (u ocho días según cómo se cuente) que separan ambos acontecimientos.
Nota. El pasaje paralelo de Lucas dice: “Al día siguiente…” (9:37) Este detalle, unido al hecho de que Lucas anota que los discípulos estaban cargados de sueño (9:32), sugiere que la transfiguración se produjo de noche, o al atardecer.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#872 (15.03.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


martes, 7 de julio de 2015

LA TRANSFIGURACIÓN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA TRANSFIGURACIÓN I
Un Comentario de Mateo 17:1-6
En vista de la terrible prueba por la que Jesús iba a tener que pasar en Jerusalén, que podría conmover la fe de sus discípulos, Él se propone fortalecer esa fe, que ha sido expresada en la confesión de Pedro, mediante una experiencia extraordinaria que no deje ninguna duda en su espíritu acerca de quién es Él, y de su deidad.
Mt 17:1,2. “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y sus vestidos se hicieron blancos como la luz.”
Seis días después del anuncio  que había hecho de su muerte (Mt 16:21) (Nota 1) Jesús tomó consigo a los tres discípulos con los cuales tenía una relación más íntima (cf Mr 5:37; Mt 26:37). Y los llevó a un monte que no es nombrado, pero que la tradición antigua identificó con el monte Tabor, situado al norte de Galilea, aunque algunos estudiosos recientes se inclinan a pensar que era el monte Hermón. (2)
Sea como fuere, estando en la cima, y teniéndolos a ellos como únicos testigos, dice el texto que “se transfiguró”.
Metamorfóo es un verbo que figura tres veces en el Nuevo Testamento, y que parece que hubiera sido creado a propósito, “ad hoc”, para designar este acontecimiento (3). Quiere decir que su aspecto cambió: Todo él, su rostro y los vestidos que cubrían su cuerpo, brillaban con una luz extraordinaria, al punto que su rostro resplandecía como el sol.
¿Qué significa eso? Yo creo que ése es el aspecto que tienen los cuerpos gloriosos en el cielo. A los tres discípulos se les concedió ver qué aspecto tiene Jesús actualmente, y tienen los salvos, en la gloria. En el caso concreto de Jesús el aspecto visible que tomó Él es una revelación de su divinidad. “La gloria eterna de Dios brilló a través del velo de su carne” dice Ironside. En ese momento Él manifestó hacia afuera lo que Él era por dentro.
El rostro de Jesús que resplandecía nos recuerda que cuando Moisés descendió del monte Sinaí, después de hablar con Dios, la piel de su rostro brillaba de tal modo que los hijos de Israel tuvieron temor de acercársele, y él tuvo que cubrir su rostro con un velo para hablar con ellos (Ex 34:29-35). El brillo del rostro de Jesús nos recuerda también al varón que se le apareció a Daniel cuando estaba a orillas del río Hidekel, cuyo rostro brillaba como un relámpago (Dn 10:6).
¿Por qué escogió a esos tres? De Pedro sabemos que desde el inicio él tenía por su temperamento una posición destacada entre los doce; y de Juan sabemos que tenía una relación de afecto especial con Jesús. Pero de su hermano Jacobo (Santiago en el habla usual) no sabemos que hubiera destacado en nada. Jesús, sin embargo, lo escoge, pienso yo, porque habiendo escogido a Juan, no convenía que su hermano no perteneciera al mismo círculo íntimo. Pero este hecho, a la vez,  nos muestra que no es necesario haber destacado en algo para que Dios nos escoja para tener una experiencia especial con Él. ¡Cuántos de sus  preferidos viven desconocidos entre nosotros! Jacobo, sin embargo, se unió a su hermano Juan al responder que sí estaban dispuestos a beber la copa que Él iba a beber, y a ser bautizado con el bautismo con que Él iba a ser bautizado (Mr 10:38,39). Y lo probó cuando, algún tiempo después, fue ajusticiado por Herodes Agripa I (Hch 12:1,2).
3. “Y he aquí, les aparecieron Moisés y Elías, hablando con Él.”
Poco después aparecieron junto a Jesús dos personajes muy conocidos hablando con Él: Moisés y Elías. ¿Por qué ellos y no otros, como los tres primeros patriarcas, Abraham, Isaac y Jacob? ¿Y por qué no Eliseo, que hizo más milagros que Elías? Porque, si prescindimos de Abraham, ellos son los dos personajes más grandes e importantes del Antiguo Testamento.
Moisés, el hombre que hablaba con Dios cara a cara, y que Dios usó para sacar con mano fuerte al pueblo escogido de Egipto, y darles las leyes y normas que iban a regir su conducta. Y Elías, el profeta más poderoso en obras y el más osado después de Moisés. Notemos de paso, que ambos representan a las dos grandes secciones en que los judíos dividían las Escrituras: la ley y los profetas; donde constaban las profecías a las que Jesús vino a dar cumplimiento (Mt 5:17). Notemos además que ambos personajes recibieron revelaciones de Dios en el monte Sinaí (Véanse Exodo capítulos 19, 33 y 34 en el caso de Moisés, cuando Dios le reveló los mandamientos y ordenanzas que el pueblo debía cumplir; y 1R 19:9-13, en el caso de Elías, en el episodio en el que al monte se le llama Horeb, cuando él huye de la reina Jezabel que quería asesinarlo) (4).
Existe un notable paralelismo que no es casual entre la transfiguración y el episodio en que Moisés subió al Sinaí, y una nube de gloria reposó sobre el monte, cubriéndolo durante cuarenta días y cuarenta noches, mientras Jehová Dios hablaba con Moisés (Ex 24:15-18).
Dice que se les aparecieron a ellos, los discípulos, pero que conversaban con Jesús. Notemos que el hecho de que Moisés y Elías aparecieran en sus cuerpos gloriosos es una prueba de que estaban vivos en una dimensión gloriosa a la que también nosotros estamos destinados.
4. “Entonces Pedro dijo a Jesús: Señor, bueno es para nosotros que estemos aquí; si quieres hagamos aquí tres enramadas (5): una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías.”.
No cabiendo dentro de sí por el asombro y la alegría que les producía lo que contemplaban (Imagínense: es como si ellos hubieran sido trasladados momentáneamente al cielo), Pedro le sugirió a Jesús quedarse ahí, no sabemos por cuánto tiempo, pero tiene que haber pensado en un tiempo largo, porque propone construir con la maleza del lugar, tres enramadas o chozas improvisadas, donde puedan guarecerse Jesús, Moisés y Elías. Marcos agrega que no sabía lo que decía porque estaban espantados (Mr 9:6). La visión los había dejado fuera de sí, como ebrios.
Pero notemos que Pedro piensa sólo en la comodidad de Jesús y de sus dos acompañantes para pasar la noche; él y sus dos compañeros podían dormir en el descampado.
Lucas, por su lado, agrega que los tres hablaban de la próxima partida de Jesús (éxodo es el verbo griego que emplean), la cual debía cumplirse próximamente en Jerusalén (Lc 9:31), y que incluía, como sabemos, su muerte, resurrección y ascensión, con los cuales Jesús iba a redimir a su pueblo, tal como siglos atrás, Moisés, guiado por Dios, había redimido a su pueblo de la esclavitud en Egipto.
El deseo de Pedro de permanecer allí largo tiempo se explica por la dicha, el gozo, que se experimenta cuando se está en la presencia de Dios. ¡Quién no desearía quedarse allí eternamente!
5. “Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a Él oíd.”   
No había terminado Pedro de hablar cuando una nube de gloria los cubrió, y desde el interior de la nube, tronó una voz diciendo palabras que recuerdan las palabras que se oyeron cuando Jesús fue bautizado por Juan en el Jordán: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.” (Mt 3:17).
Esa nube nos recuerda, como ya se ha dicho, la nube de gloria que cubrió el monte Sinaí durante seis días cuando Moisés subió a hablar con Dios (Ex 24:13-16), así como también la nube que cubrió el tabernáculo de reunión cuando fue terminado, al punto que Moisés no podía entrar en él (Ex 40:34,35); así como la nube que cubrió el templo de Jerusalén recién concluido por Salomón, y los sacerdotes no podían permanecer en él para ministrar, porque la gloria de Jehová había llenado la casa (1R 8:10,11).
Las palabras surgidas de la nube contienen tres elementos en los que vale la pena fijarse: 1) El Padre señala claramente que Jesús es su Hijo amado; 2) Afirma que en Él se complace; y 3) Nos exhorta a escuchar lo que Él diga e, implícitamente, a obedecerle. Jesús es, en efecto, el profeta que Moisés anunció que Dios levantaría algún día, y a quien su pueblo debía oír como a un nuevo Moisés, porque “pondré mis palabras en su boca, y Él les hablará todo lo que yo le mandare.” (Dt 18:15,18; cf Jn  17:8; Hch 3:22,23).
Es una declaración definitiva y consagratoria de la identidad y misión de Jesús en la tierra. Ellas nos recuerdan las pronunciadas proféticamente siglos atrás por Isaías: “He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre Él mi espíritu; Él traerá justicia a las naciones.” (Is 42:1).
En ese pasaje, todo él aplicable a Jesús, Isaías añade: “Diré al norte: Da acá; y al sur: No detengas; trae de lejos a mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los llamados de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice.” (Is 42:6,7; cf Is 61:1-3).
Moisés había sido el canal usado por Dios para comunicar al pueblo elegido su voluntad. Pero ahora el Padre no dice: “Oíd (esto es, obedeced) a Moisés”, sino: “Prestad atención y obedeced a mi Hijo”. La ley proclamada por Moisés fue preparación para la revelación definitiva en Jesús.
Notemos, de paso, que en el segundo pasaje citado de Isaías Dios dice que nos ha creado y formado para su gloria. ¡Qué privilegio! Dios nos ha creado no porque sí, así no más; sino nos ha creado para su gloria. Es decir, para que nuestra existencia le dé gloria a Él. ¿Le estamos dando realmente gloria con nuestra vida, o lo decepcionamos? Es una pregunta que conviene que todos nos hagamos en privado, y que contestemos lo más sinceramente posible: ¿Le doy yo gloria a Dios con todo lo que hago?
Años después, Pedro, en su segunda epístola, recordará esta experiencia inolvidable, escribiendo: “No os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad.” Y subrayo: con nuestros propios ojos. “Pues cuando Él recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con Él en el monte santo.” (2P 1:16-18). Sí, ellos oyeron esa voz del cielo, y no lo olvidarán nunca.
Lo mismo hará Juan cuando afirme en el prólogo de su evangelio: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y verdad.” (Jn 1:14). Juan tampoco olvidaría esa experiencia.
6. “Al oír esto los discípulos, se postraron sobre sus rostros, y tuvieron gran temor.”
Abrumados por lo que vieron y por el sonido de la voz, se llenaron de santo temor y se postraron en adoración por tierra. ¿Qué otra actitud cabe cuando se recibe la gracia de una semejante revelación de la grandeza de Dios y de sus propósitos? ¡Ah, felices los que la recibieron! ¡Quién no desearía haber estado allí, y haber sido partícipe de ella!
Notemos que una actitud semejante de adoración adoptó el profeta Ezequiel cuando tuvo una visión de la grandeza de Dios y oyó su voz (Ez 1:28). Por su lado, Juan, al comienzo del Apocalipsis, dice que cayó como muerto cuando vio en visión a uno semejante al Hijo del Hombre en medio de siete candeleros (Ap 1:17. Véase también Gn 17:1-3). Pero nótese que mayor impresión les produjo escuchar la voz de Dios, que contemplar a Jesús transfigurado y rodeado de Moisés y Elías.
Notas: 1. Lucas en el pasaje paralelo dice: “Aconteció como ocho días después de estas palabras…” (9:28). La diferencia temporal se explica porque Mateo cuenta los días completos que separan los dos hechos, mientras que Lucas no intenta ser preciso, sino señalar el tiempo aproximado trascurrido.
2. La identificación del monte Tabor como el lugar donde se produjo este acontecimiento es tan antigua que en las iglesias orientales, a la fiesta litúrgica que recuerda este hecho extraordinario se le llama “Thaborium”. La emperatriz Helena, madre de Constantino, hizo construir el año 326 DC, un santuario que recuerda este acontecimiento.
El Tabor tiene una altura de 562 metros sobre el nivel del mar, y se encuentra al sudoeste del mar de Galilea, y a 10 Km al este de Nazaret. Tiene una meseta de más de un kilómetro de largo en la cumbre. Muchos dudan actualmente de que la transfiguración tuviera lugar en ese monte porque había una guarnición romana estacionada en la cumbre. De hecho la mayoría de los autores piensan actualmente que la transfiguración ocurrió en el monte Hermón, debido a que no se encuentra lejos de Cesarea de Filipo, donde tuvo lugar pocos días antes la confesión de Pedro. El Hermón se eleva 2800 metros sobre el nivel del mar. Por tanto, la ascensión hasta la cima era necesariamente larga y fatigosa. Pero la visión pudo haberse producido en una de sus cumbres intermedias. Se encuentra en una región que era mayormente pagana en esa época (Véase mi artículo “La Confesión de Pedro I”). Por ello se objeta que cuando Jesús descendió del monte fue recibido por una multitud de judíos al pie de la montaña, en la que había algunos escribas (Mr 9:14). ¿De dónde salía esa multitud de judíos si el Hermón se encontraba en un paraje pagano? Por lo demás, el contexto en el evangelio de Marcos sugiere que la liberación del muchacho endemoniado al pie del monte, se produjo en Galilea (Mr 9:30).
Otra alternativa que tiene sus méritos es que la montaña fuera la que hoy es llamada Jebel Jermek, la más alta de Galilea (unos 1200 metros) y que se levanta en el oeste, frente al Safed, en una zona llena de centros judíos, lo que explicaría la presencia de escribas en medio de la multitud que recibió a Jesús al bajar. Los seis días indicados por Mateo sobraban para que Jesús y los suyos regresaran desde las cercanías de Cesarea de Filipo a pie. No obstante, esta plausible alternativa, sugerida por W. Ewing, no ha recibido mucha atención.
3. En 2Cor 3:18 y Rm 12:2 se trata de una transformación interna que se produce por acción de la gracia, pero con la colaboración voluntaria del individuo a partir del nuevo nacimiento. De metamorfóo viene la palabra “metamorfosis”.
4. En cierta forma Elías es un tipo de los creyentes que estarán vivos cuando el Señor vuelva, y que, sin pasar por la muerte, serán arrebatados para recibirlo en el aire (1Ts 4:17), como él fue arrebatado por un carro de fuego (2R 2:11,12).
5. El griego dice skenás, esto es, “tabernáculos”.
NB. Este artículo forma parte de una enseñanza dada recientemente en el ministerio de la Edad de Oro.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#871 (08.03.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).