miércoles, 19 de diciembre de 2012

EL MUNDO OS ABORRECERÁ II


Por José Belaunde M.
EL MUNDO OS ABORRECERÁ II
Un Comentario de Juan 15:26-16:4ª
26. “Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí”.
Después de haberles hablado a sus discípulos del odio que el mundo tenía por su Padre y por Él, y que luego tendría por ellos, Jesús pasa a hablarles de la venida del Espíritu Santo que Él les anuncia, y acerca del cual ellos casi no tenían idea antes de que Él se lo revelara. Él lo llama “el Paráclito”, (del griego ho parákletos) (Nota 1), el que acompaña, conforta, ayuda, consuela, aboga. Todo eso es el Espíritu Santo, la tercera persona de la Trinidad, para el cristiano, una fuente de inspiración, fortaleza y consuelo. Notemos que en Jn 14:16 Jesús ha dicho que su Padre les daría “otro Consolador”, es decir, uno que es distinto y, a la vez, semejante a mí, que también os he consolado, confortado, ayudado. (2).
Jesús dice que Él mismo lo enviará a ellos del seno del Padre porque procede del Padre –como Él también procede del Padre y había venido a la tierra tomando carne humana, enviado por el Padre. Implícitamente Jesús afirma aquí su deidad, porque enviar al Espíritu Santo es una prerrogativa esencialmente divina. Ninguna criatura puede hacerlo. (3)
Lo llama “Espíritu de Verdad” (cf Jn 14:17), como Él había dicho de sí mismo que Él era “el camino, la verdad y la vida” (14:6). Él podía decir eso porque el Espíritu de Verdad estaba en Él, era uno con Él.
En el diálogo que sostendrá con Pilatos, poco más adelante, Jesús le dirá que Él había venido “para dar testimonio de la Verdad” (Jn 18:37b), frase que Pilatos no entiende porque él, siendo pagano, no sabe qué es la Verdad en sentido absoluto.
Jesús agrega que el Espíritu de Verdad daría testimonio acerca de Él. ¿Cómo daría el Espíritu testimonio de  Él? Revelando aquellas cosas acerca de Él que ellos, sus discípulos, todavía no estaban en condiciones de entender. Pero el Espíritu se las revelaría abriendo su mente para que entendieran cabalmente cuál había sido la misión de Jesús en la tierra (Jn 14:26).
Y, en efecto, una vez muerto Jesús y venido el Espíritu Santo en Pentecostés, ellos empezaron a comprender muchas cosas de Él que hasta ese momento habían quizá escuchado, pero que no habían entendido cabalmente, así como muchas otras cosas que ignoraban. El Espíritu les recordaría también muchas palabras suyas que ellos podrían haber olvidado, de modo que quedaran registradas en los evangelios.
27. “Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio.”
Finalmente agrega que ellos mismos también darían testimonio de Él, de lo que Él había sido, había dicho y había hecho a su paso por la tierra, porque habían estado desde el inicio de su vida pública con Él, y habían sido testigos de su vida, milagros y enseñanzas, y finalmente de su pasión, muerte y resurrección. Gracias a la intimidad de que habían gozado con Él, ellos serían sus testigos más fehacientes, como se dice en Hch 4:33: “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús, y abundante gracia era sobre todos ellos.”
En un episodio ligeramente anterior, en que los gobernantes judíos increpan a Pedro y a Juan, preguntándoles con qué autoridad sanan enfermos y predican en el templo, Pedro, “lleno del Espíritu Santo”, (Hch 4:8), contesta que lo hacen en nombre de Jesús de Nazaret, y agrega que “en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, por el que podemos ser salvos.” (v. 12). Entonces las autoridades “viendo el denuedo de Pedro y Juan, y sabiendo que eran hombres sin letras y del vulgo, se maravillaban; y les reconocían que habían estado con Jesús.” (v. 13).
En un pasaje relacionado de los evangelios sinópticos Jesús les había anunciado que cuando fueran perseguidos y llevados ante los tribunales, no deberían preocuparse por lo que debían decir o responder, porque el Espíritu Santo hablaría por ellos (Mt 10:19ss; Mr 13:11ss). Un episodio notable en que esta promesa se cumplió está registrado en Hch 5:29-33, cuando Pedro y Juan fueron llevados ante el Sanedrín acusados de predicar el nombre de Jesús, pese a que se lo habían prohibido estrictamente, y Pedro y los apóstoles contestaron: “Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”. (v. 29) O también cuando Pedro fue llevado a predicar a la casa de Cornelio y, mientras hablaba, el Espíritu Santo descendió sobre los gentiles presentes haciendo que empezaran a hablar en lenguas, para asombro de los creyentes judíos (Hch 10:34ss).
16:1. “Estas cosas os he hablado para que no tengáis tropiezo.”
Jesús les anuncia estas persecuciones del mundo para que cuando llegue el día no se sorprendan ni se inquieten por lo que les está ocurriendo, sino que sepan que Él está con ellos a través de su Espíritu, y que no tienen nada que temer. Eso mismo nos dice Jesús a todos los que por algún motivo podemos ser perseguidos por predicar su nombre: No estáis solos.
2. “Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios.”
Jesús continúa diciéndoles que sus compatriotas, los judíos, los expulsarán de las sinagogas considerando que el mensaje de Cristo que ellos proclaman es contrario a la fe que ellos han profesado siempre, y es una herejía.
Esta predicción había tenido un cumplimiento anticipado cuando los padres del ciego de nacimiento que Jesús había sanado, negaron saber cómo su hijo había recobrado la vista, “por cuanto los judíos ya habían acordado que si alguno confesase que Jesús era el Mesías, fuera expulsado de la sinagoga.” (Jn 9:22). Asimismo Juan afirma que muchos de los gobernantes creyeron en Jesús, “pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga.” (Jn 12:42). Ser expulsado de la sinagoga era lo peor que le podía suceder a un judío, pues equivalía a ser separado definitivamente de su pueblo.
Este anuncio de Jesús se cumplió muy pronto cuando los discípulos empezaron a ser perseguidos y tuvieron que huir de Jerusalén a Judea y Samaria (Hch 8:1).
Jesús les dice que no solamente los expulsarían de las sinagogas, sino que los llevarían ante el tribunal del Sanedrín, acusándolos de blasfemar del nombre de Dios, y que condenarían a muchos de ellos a muerte pensando que al hacerlo servían a Dios. Eso ocurrió para comenzar con el diácono Esteban, que fue apedreado fuera de la ciudad por proclamar el nombre de Cristo (Hch 7). Él no sería el único. Saulo, al inicio de su carrera, con el respaldo de las autoridades del templo, viajaba a las ciudades cercanas de la diáspora para apresar a los seguidores de Jesús, a fin de que sean acusados ante el Sanedrín, de donde se podía seguir su condena a muerte. (Hch 8:3; 9:1,2).
Es un hecho histórico que los discípulos de Jesús en Judea, después de la destrucción del templo el año 70, seguían asistiendo a las sinagogas, como habían estado siempre acostumbrados, pero los principales de las sinagogas se sentían incómodos con su presencia. Para obtener que los “nazarenos”, como los llamaban, se alejaran de las sinagogas de “motu propio”, sin necesidad de expulsarlos violentamente, introdujeron en las bendiciones de la “Amida” que se recitaba, al inicio del culto, la famosa “Birkat-ha-Minim” (“Bendición contra los herejes”) que los aludía a ellos. (4)
3, 4ª. “Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho.”
El motivo por el cual actuarán de esa manera tan equivocada es que pese a ostentar títulos religiosos y jactarse de su conocimiento de la ley, en su soberbia vana no “conocen al Padre”, y como no lo conocen, tampoco reconocen a su enviado. Esto es, viven a espaldas a Dios, enfundados en su necio orgullo, y alejados de su voluntad sirviéndose a sí mismos, y aprovechando los cargos y funciones que desempeñan para su propio provecho, algo que ha ocurrido con frecuencia a través de los siglos.
Jesús les dice que no se sorprendan cuando empiecen a suceder estas cosas que Él les anuncia, sino acuérdense de que Él ya se lo había advertido más de una vez (Jn 13:19; 14:29). Y alégrense de que sucedan porque, como ya en otra ocasión les había también dicho, su recompensa será grande en los cielos (Mt 5:11,12). Pablo se hizo eco de estas palabras cuando dijo: “Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.” (Hch 14:22b). Como dice sabiamente el Obispo anglicano Ryle, sólo pueden ceñirse la corona los que previamente han cargado la cruz. Antes que odiar a sus perseguidores y quejarse a Dios por lo que sufren, deben orar por ellos para que los perdone, porque no saben realmente lo que hacen, y para que, saliendo de su error, rectifiquen su conducta para bien de sus almas.
Jesús actuó muy sabiamente cuando advirtió a sus discípulos de las persecuciones que habían de sufrir, porque cuando sabemos de antemano las pruebas que nos esperan, estamos mejor preparados para sobrellevarlas y en menor peligro de descorazonarnos ante las tribulaciones.
Notas: 1. Nótese el uso del artículo definido masculino, que subraya la personalidad del Espíritu Santo.
2. En griego hay dos palabras que significan “otro”: allos, (otro de la misma clase), y héteros (otro de una clase o especie diferente). En este pasaje Juan dice allos, subrayando la semejanza entre ambos.
3. El verbo “procede” que aparece aquí, ekporeúetai (infinitivo ekporeúomai=venir de, proceder, salir de) ha sido interpretado de dos maneras diferentes. Una en sentido temporal, referida a la venida del Espíritu Santo sobre los 120 discípulos en el Cenáculo en Pentecostés, y a las consecuencias que siguieron a la manifestación sobrenatural de su presencia en los primeros años de la vida de la iglesia. La otra es tomada en sentido teológico, y alude a un tema muy complejo y controvertido: el de la “procesión” –o procedencia- eterna del Espíritu Santo. En la economía trinitaria (un solo Dios en tres personas consustanciales y coeternas) el Hijo unigénito es engendrado por el Padre, y el Espíritu Santo procede de ambos. En el evangelio de Juan el Espíritu Santo es enviado unas veces por el Padre (14:16,26) y otras por el Hijo (15:26; 16:7; Lc 24:49; cf Hch 2:33), y se arguye que, por analogía, el enviar incluye la procedencia.
Parafraseando a San Agustín diríamos que ninguna persona de la Trinidad es enviada por otra a menos que proceda de ella. Por ejemplo, nunca se dice que el Padre sea enviado, porque no procede de ningún otro. Del Hijo se dice que es enviado por el Padre (de quien procede), pero no por el Espíritu Santo (porque no procede de Él). El Espíritu Santo es enviado por el Padre y por el Hijo, porque procede de ambos.
El Credo de Nicea (325) decía: “Creo en el Espíritu Santo”. El de Constantinopla (381) añadió: “que procede del Padre”. El Concilio de Toledo (589) añadió: “y del Hijo” (en latín “filioque”). Esta adición no fue aceptada sin resistencia por la iglesia latina, pero fue rechazada por la iglesia griega, que insistía en que el evangelio dice literalmente: “el cual procede del Padre”. El conflicto se agudizó cuando Focio era patriarca de Constantinopla el año 870, y llevó a la separación definitiva de las dos iglesias el año 1054, cuando el patriarca Miguel Cerulario, y el papa León IX se excomulgaron mutuamente. Pese a los esfuerzos que se hicieron posteriormente, el cisma no ha podido ser sanado. Las iglesias surgidas de la Reforma han adoptado el Credo Niceno-Constantinopolitano que en incluye la frase filioque. Nótese, en abono de la doble procedencia, que el Nuevo Testamento llama al Espíritu Santo algunas veces “Espíritu de Dios”, y otras “Espíritu de Jesús” o “de Cristo”.
4. La “Birkat-ha-Minim” es la duodécima bendición -en este caso realmente maldición- de la “Amida”, la oración que daba inicio al culto sinagogal los días ordinarios de la semana. Según algunos fue redactada durante la lucha de los macabeos contra los judíos que colaboraban con el opresor seléucida –siglo II AC. Después de la destrucción del templo el año 70 DC, el judaísmo, amenazado en su existencia, se vio obligado a endurecer su posición contra las sectas en su seno, y se agregaron las cláusulas que se conocen actualmente, y que incluyen un anatema contra los nazarenos. Al principio éstos habían sido tolerados en las sinagogas, pero dado que ellos, siguiendo las instrucciones de Jesús (Mt 24:15-22), no habían participado en la rebelión contra los romanos (años 66-70) sino que huyeron de Jerusalén y se establecieron en Pella, considerando que el sitio de la ciudad era un castigo merecido por haber rechazado y matado a Jesús, los rabinos comenzaron a mirarlos como enemigos de su pueblo.
En su forma modificada la Birkat-ha-Minim consistía en una maldición que los nazarenos no podían recitar sinceramente en voz alta en la sinagoga, porque estaba dirigida contra ellos. Era una manera de alejarlos del culto público y de romper los lazos que los unían al pueblo judío. (Diccionaire Encyclopédique du Judaism). Según el escritor judío cristiano, Jacob Jocz, sin embargo, la maldición fue compuesta recién hacia el año 90 DC por Samuel el Pequeño, a pedido expreso del patriarca Rabban Gamaliel II.
Exhortación: Quisiera permitirme animar a mis lectores a orar porque la sentencia que debe emitir la Corte Internacional de La Haya sobre el diferendo marítimo con nuestro vecino del sur, contribuya a la paz entre las dos naciones.
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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viernes, 14 de diciembre de 2012

EL MUNDO OS ABORRECERÁ I


Por José Belaunde M.
EL MUNDO OS ABORRECERÁ I
Un Comentario de Juan 15:18-25
Continuando el discurso iniciado en el Cenáculo, en el que Jesús les habló a sus discípulos de la vid verdadera, y mientras caminaban hacia el huerto de Getsemaní, Él les advierte:
18. “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.”
Jesús les hace saber a sus discípulos que ellos van a correr la misma suerte que Él: Seguirme a mí implica sufrir las mismas cosas que yo he sufrido. Es bueno que lo sepáis. En otra ocasión ha dicho, expresando en otro contexto la misma idea, que “el discípulo no es más que su maestro” (Mt 10:24). San Agustín, comentando este pasaje, señala: “¿Porqué quiere el miembro exaltarse por encima de la cabeza? Rehúsas ser miembro del cuerpo si no quieres soportar el odio del mundo.” Esto es, si no quieres soportar lo que la cabeza ha sufrido.
En lugar de entristeceros de que el mundo os aborrezca debéis alegraros por ello, porque es una prueba de que me pertenecéis. El mundo os odia porque reconoce vuestra filiación, reconoce que sois míos. Es a mí a quien odian a través vuestro. Es como la pregunta que Jesús le hace a Saulo cuando se le aparece camino a Damasco: “¿Por qué me persigues?” (Hch 9:4). Al perseguir a la iglesia, Saulo perseguía a Jesús.
Téngase en cuenta que en la terminología de Juan la palabra “mundo” no significa la humanidad entera, sino representa a ese sector de la sociedad humana, mayoritario en tiempos de Jesús y quizá también en el nuestro, que vive a espaldas de Dios y se opone a Él, y que, por tanto, se opone necesariamente a sus hijos.
Aquí también un comentario de San Agustín es oportuno. “Si el mundo os aborrece…” ¿Qué mundo? ‘Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo…’ (2Cor 5:19) El mundo condenado persigue; el mundo reconciliado, sufre persecución. El mundo condenado incluye todo lo que está fuera y aparte de la iglesia; el mundo reconciliado es la iglesia.”
19. “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.”
El sentido es bastante obvio: Todos solemos amar a los de nuestro grupo, a aquellos con los cuales nos identificamos, y rechazamos a los que son contrarios a nuestros gustos, hábitos y maneras de vivir.
El odio del mundo por lo que los discípulos de Jesús representan está pues en la naturaleza de las cosas. Ellos representan todo lo contrario a lo que el mundo aspira. Para que el mundo no los odie sería necesario que el mundo se convirtiera a ellos, porque cada cual ama lo que le es afín, ama lo que se le parece, no lo que niega o se opone a lo que uno es.
Por eso Jesús añade: Vosotros pertenecíais al mundo antes de que os encontrarais conmigo, pero yo os saqué del mundo para que me siguierais. Como dejasteis de pertenecer a lo que ellos son, y os alejasteis de ellos para seguirme a mí, es inevitable que os odien.
Ese fenómeno sigue ocurriendo en nuestros días. Todos los que al convertirse dan la espalda a la mentalidad del mundo son odiados, o despreciados, por aquellos de quienes se han separado. El que se convierte a Cristo ya no es uno de ellos, ya no hace lo que ellos hacen, ni vive como ellos viven; persigue ahora ideales que ellos no entienden y rechazan. Como dice Juan Crisóstomo, es una prueba de virtud ser odiado por el mundo, y una prueba de iniquidad ser amado por él. El mundo reconoce instintivamente y ama a los segundos, y detesta a los primeros, porque son un reproche para ellos. Si su conciencia no se ha apagado les recuerdan lo que ellos deberían ser.
Para que dejaran de odiarlos bastaría que abandonaran a Jesús y se volvieran al mundo. Entonces el mundo los acogería gozosos en sus brazos y lo consideraría como un gran trofeo para su causa. Pero si eso hicieran, estarían vendiendo su alma a vil precio, cambiando un gozo eterno, por una satisfacción momentánea. (Nota 1)
20. “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor (Jn 13:16). Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra también guardarán la vuestra.”
El discípulo no goza de privilegios que su maestro no tenga, no goza de una inmunidad que lo proteja del odio del mundo. Si persiguieron a su maestro, lo perseguirán a él también por la misma causa y con igual saña.
Eso no debe ser motivo de aflicción, sino de alegría para el discípulo, porque Jesús dijo en otro lugar: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” (Mt 5:11,12).
Ser perseguido por causa de Jesús es un privilegio. Así lo estimaban los mártires (esto es, los testigos) de los primeros siglos, que no querían verse privados de la corona del martirio, pese a las terribles torturas a las que se exponían. (2). Ignacio, obispo de Antioquia (35-107 aproximadamente) siendo llevado preso a la capital del imperio para ser juzgado por cristiano, en su Carta a los Romanos les pide a los creyentes de esa ciudad que no aboguen por él en consideración a sus canas, mostrando una benevolencia inoportuna. Él les escribe: “Permitidme ser pasto de las fieras por las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de presentarme como limpio pan de Cristo.”
Al mismo tiempo Jesús les dice a sus discípulos que así como hubo muchos que se dejaron tocar por mis palabras, habrá muchos también que se dejarán tocar por las vuestras, porque a vosotros os anima el mismo Espíritu que vive en mí.
21. “Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.”
Por causa de mi nombre quiere decir por causa mía, es decir, porque sois mis discípulos y porque predicáis acerca de mí. El odio que tienen contra mí lo tendrán también contra vosotros, porque no conocen a Dios que me envió al mundo. Si ellos reconocieran que yo he venido de parte de mi Padre Dios, no me odiarían. Pero como no conocen a Dios, a pesar de que alegan servirlo y juran por Él, no me reconocen a mí por lo que soy.
En este pasaje resuenan como trasfondo las palabras que Jesús dijo en otro lugar: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10:30; 14:10). Si desconocen al primero desconocerán también al segundo, porque ambos están íntimamente unidos al punto de ser uno solo.
Pero ¿cómo es posible que ellos, los maestros de la ley y los sacerdotes del templo, no conozcan a Dios, cuando viven dedicados los unos al estudio de las Escrituras inspiradas por Él, y los otros al oficio del culto en el santuario? ¿No es eso contradictorio? Pero es que aunque se dedican a las cosas de Dios no han recibido su Espíritu y lo hacen hipócritamente. “Son ciegos guías de ciegos” (Mt 15:14). Aunque tienen el nombre de Dios en su boca están alejados de Él. Afirman conocer a Dios pero su conocimiento es sólo intelectual, no los ha transformado interiormente ni modela su conducta, porque no lo aman. ¿Cuántos hay en nuestros días, y cuántos ha habido en la historia, a quienes ocurre y ocurría lo mismo? Decían servir a Dios pero se servían a sí mismos. Dios era y es para muchos sólo un pretexto para hacer avanzar su propia causa, para realizar sus propias metas y ambiciones y para enriquecerse.
¡Cuánta hipocresía ha habido y hay entre muchos que se dicen cristianos! ¡Cuántos a quienes el diablo ha cautivado y ha enrolado en su servicio! ¡Cuántos apóstatas encubiertos! Pero si alguno se cree superior a ellos imaginando que las artimañas del enemigo no pueden tocarlo, recuerde las palabras de Pablo: “El que cree estar firme, mire que no caiga.” (1Cor 10:12)
22. “Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.”
Si Jesús no se hubiera manifestado, con las grandes demostraciones de poder que Él hizo; si ellos no hubieran oído las palabras de vida eterna que salieron de su boca (Jn 6:68); si Él no hubiera predicado y enseñado abiertamente por calles y plazas a la vista de todos; si no hubiera conversado con ellos; si Él no les hubiera dado a conocer la voluntad de su Padre, no serían culpables del pecado de no reconocer quién era y quién lo ha enviado. Pero como Él ha venido a ellos y ellos han estado con Él, que lo rechacen no tiene excusa alguna pues brota de la entraña de su corazón endurecido.
23. “El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece.”
El que me rechaza a mí, no me rechaza a mí solamente, sino que rechaza al Padre de parte de quién he venido y con quien estoy estrechamente unido. Esta frase es válida en todos los tiempos y circunstancias desde su venida: Todos los que dicen amar a Dios y servirlo, pero al mismo tiempo rechazan a Jesús y se niegan a reconocer que Él es el Hijo único de Dios que vino a salvarlos, rechazan también al Dios que dicen adorar, tal como dice el apóstol Juan en otro lugar: “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre,” (1 Jn 2:23) porque el Padre y el Hijo son uno. (3)
24. “Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre.”
Jesús echa en cara a sus enemigos un nuevo motivo para declarar su pecado, que consiste no solamente en el hecho de que Él les hubiera hablado y estado con ellos y, no obstante, no lo reconocieron, sino en que Él hubiera hecho tantas obras extraordinarias, señales y prodigios a la vista de todos, obras que nadie había hecho antes de Él. Pero ellos se negaron a reconocer el testimonio de esas obras como prueba de que Él venía de parte de Dios, y más bien las atribuyeron al poder de Belzebú que, según ellos, obraba en Él (Mt 10:24-28, Lc 11:15).
Puesto que eran una prueba irrefutable de su divinidad, las obras que Él hizo delante de ellos fueron motivo para que arreciara su odio contra Él y su Padre, tan cerrado estaba su corazón a la verdad. (4)
25. “Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron.”
Jesús añade, sin embargo, que ese rechazo había sido anunciado en un pasaje que Él cita: “Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza los que me aborrecen sin causa”. (Sal 69:4; 38:19). Su rechazo estaba pues previsto, pero eso no los hace menos culpables. Ellos cumplían sin querer el plan de Dios, pero eso no justificaba su odio. (5)
Todo lo que Jesús experimentó en la tierra, todo lo que Él padeció en su pasión, estaba previsto en la mente de Dios, nada fue una sorpresa; todo había sido planeado minuciosamente con un propósito determinado, el de nuestra redención y la constitución de un nuevo pueblo de Dios que siguiera los pasos de Jesús.
Notas: 1. San Agustín anota que también los mundanos odian a los mundanos. Odian a aquellos que se oponen a sus designios, o que compiten con ellos por las recompensas del mundo.
2. Estas torturas están documentadas en las “Actas de los Mártires” del siglo II, que si bien contienen algunos elementos legendarios, en su mayor parte contienen el registro de procesos judiciales seguidos ante los tribunales romanos contra los cristianos.
3. Aquí se plantea un serio problema teológico que no podemos soslayar. Las frases del Evangelio y epístola de Juan que hemos citado estaban obviamente dirigidas a las autoridades judías de ese tiempo que se negaron a recibir a Jesús y lo rechazaron, por cuyo motivo la ciudad y el templo de Jerusalén fueron destruidos hasta no quedar piedra sobre piedra el año 70, tal como Jesús había anunciado (Lc 21:5,6; Mt 24:1,2). El judaísmo rabínico que se desarrolló después de esa catástrofe a partir de la reunión de los sucesores de los fariseos en Yavné, con el auspicio de los romanos, hacia el final de ese siglo, consolidó ese rechazo. ¿Pero puede decirse que los judíos de los siglos posteriores que demostraron un gran amor por Dios y llevaban una vida devota, aborrecían a Dios porque continuaban rechazando a Jesús? ¿Puede decirse eso en particular de los judíos que residían en Europa durante la Edad Media, marginados y discriminados, y con frecuencia perseguidos por los cristianos? ¿O de los que residían en la Rusia zarista en el siglo XIX, que fueron víctimas de sucesivos “progroms” despiadados? ¿Puede reprochárseles que se negaran a creer en Aquel en cuyo nombre eran perseguidos? ¿Los había Dios enteramente abandonado?
4. Es de notar que el judaísmo rabínico, como reacción, y para desvirtuar estas palabras de Jesús, afirma que los milagros que hace una persona no son prueba de su divinidad, y mencionan en abono de esa tesis, los casos de algunos sabios judíos del pasado que vivieron poco antes que Jesús, y que hicieron prodigios semejantes a los suyos, pero que nunca se atrevieron a declararse hijos de Dios por ese motivo; y añaden que tampoco lo hicieron Elías y Eliseo que, sin embargo, hicieron milagros semejantes a los de Jesús.
Pero si bien es cierto que el poder de Dios se manifestó a través de ambos profetas de manera extraordinaria, y es posible que los milagros atribuidos a los santos judíos que menciona la literatura rabínica, no sean legendarios, las señales y prodigios hechos por Jesús asumen por su cantidad y frecuencia, una dimensión incomparablemente superior, y fueron además coronados por su resurrección en un cuerpo glorioso que aparecía y desaparecía a voluntad (Rm 1:4).
5. En el lenguaje de esa época, la palabra “ley” (nomos en griego, torá en hebreo) puede designar tanto la ley de Moisés, es decir, el Pentateuco, como el conjunto de las Escrituras del Antiguo Testamento.


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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#755 (02.12.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

LA VID VERDADERA III


Por José Belaunde M.
LA VID VERDADERA III
Un Comentario de Juan 15:12-17
En el versículo 10 de este mismo capítulo Jesús les ha dicho a sus discípulos que si quieren permanecer en su amor, deben guardar sus mandamientos (aunque “precepto” sea quizá en este caso la traducción más adecuada de entolé). Ahora Él les precisa qué mandamiento en concreto tenía en mente.
12. “Éste es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado.” (Nota 1)
Este mandamiento es el mismo que les dio poco antes al lavarles los pies, mientras cenaban en el Cenáculo (Jn 13:34). Es un mandamiento que es a la vez antiguo -como lo es el de amar al prójimo como a sí mismo (Lv 19:18)- y nuevo, por el elemento personal que Jesús agrega, esto es: “Amaos unos a otros como yo os he amado.” Ya no como uno se ama a sí mismo, que es el amor más fuerte que anida en el corazón de la mayoría de los seres humanos, sino tal como yo os he amado, es decir, hasta la muerte; esto es, con un amor que me llevará a dar la vida por vosotros. Esa es la forma cómo Jesús, en efecto, nos ha amado a todos: más que a su propia vida. Y así es cómo Él y su Padre desean que sus discípulos se amen, hasta estar dispuestos a dar la vida, si fuera necesario, unos por otros.
En su primera epístola el apóstol Juan comentó al respecto: “En esto hemos conocido el amor, en que Él puso su vida por nosotros; también nosotros debemos poner nuestras vidas por los hermanos.” (1Jn 3:16) Por eso Jesús añade que no puede haber amor más grande que el de dar la vida por aquellos a quienes uno ama:
13. “Nadie tiene mayor amor que éste: que uno ponga su vida por sus amigos.”
Porque uno puede hacer muchas cosas por amor de sus amigos, esforzarse hasta agotarse de cansancio, privarse de toda clase de comodidades, pero nada de eso se compara con dar la vida.
Ciertamente un padre, o una madre, estarían dispuestos a dar la vida por su hijo, y un hijo estaría dispuesto a darla por sus padres, o hasta por sus hermanos de carne. ¿Pero quién estaría dispuesto a dar la vida por un amigo, por mucho que lo ame? Yo creo que la mayoría de nosotros no iría hasta ese extremo, salvo que ame al amigo con un amor extremo, como a un padre, o a un hijo, o a un hermano.
Jesús estaba dispuesto a dar la vida por sus discípulos, a quienes llamará amigos. Más aun, Él estaba dispuesto a dar la vida, y lo hizo, por quienes no eran sus amigos sino sus enemigos; por aquellos a quienes, a pesar de todo, Él consideraba más que amigos, como hermanos –es decir, por toda la humanidad- a pesar de que los hombres no correspondían a su amor, ni se consideraban sus amigos, sino, al contrario, gran número de ellos lo odiaban y lo despreciaban. ¿Quién sería capaz de hacer eso? ¿Dar la vida por quien te desprecia y está dispuesto a matarte?
En la práctica es como si Jesús les reprochara: Yo estoy dispuesto a dar la vida por ustedes, pero ustedes se adelantan y me la quitan. Ése fue el oprobio que sufrió Jesús: que su sacrificio –el sacrificio supremo- no fuera apreciado, sino fuera tenido en menos por aquellos a quienes beneficiaba.
14. “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.”
Jesús llama amigos a los doce que lo han seguido durante los últimos tres años aprendiendo de Él. Al llamarlos así los promueve de la condición de discípulos que hasta ese momento tenían.
Para entender lo que este cambio significa debe recordarse que en Israel de entonces había maestros que tenían en torno suyo a un grupo de hombres con los cuales compartían sus enseñanzas y su vida. Aprendían de su maestro porque escuchaban sus palabras y veían la vida que llevaba. Había una relación de intimidad cercana pero, a la vez, una distancia marcada por el respeto y la obediencia. No obstante a estos discípulos suyos que lo amaban y admiraban más allá del respeto que sentían por Él, Jesús los llama ahora amigos, bajo una condición especial. En el Israel de entonces no era concebible que hubiera una relación de amistad propiamente dicha entre maestro y discípulo, pese a la cercanía de su relación diaria, porque la veneración que el discípulo sentía por su maestro lo impedía. Que Jesús los considerara amigos era un privilegio excepcional y una gracia.
La condición que Jesús les pone para ello no es la de la mera obediencia del que cumple los encargos y mandatos de su maestro como lo hace un siervo, sino la de conducir su vida de acuerdo al modelo que Él les pone por delante con su ejemplo y enseñanzas. Más allá de eso, implícitamente es como si les dijera: Os llamaré amigos si obedecéis a mis menores deseos, aún si fueran sólo sugeridos.
Esto me recuerda el caso de los valientes que arriesgaron su vida para complacer el deseo de David, cuando huía de Saúl, de beber el agua de la fuente que había en Belén. Para complacerlo tres de ellos atravesaron con grave peligro las líneas enemigas y volvieron con el preciado líquido (2Sm 23:15-17).
Ésa es la clase de fidelidad que Jesús esperaba de sus discípulos, y la que espera de nosotros, que aspiramos a ser considerados sus amigos. ¿Deseas tú que Jesús te considere y te llame amigo? Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Primero, compenétrate de todas sus enseñanzas, como hace un discípulo con las de su maestro; y segundo, llévalas a la práctica con la fidelidad y la decisión del que obra impulsado por el amor.
15. “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque  todas las cosas que oí de mi Padre, os he dado a conocer.”
El siervo, en efecto, obedece a los mandatos de su señor sin conocer los motivos de las órdenes que recibe, y que su señor no se dignaría darle a conocer. El siervo tiene que obedecer sin pretender conocer las razones de lo que se le ordena, ni podría reclamar que se le informe antes de obedecer.
Pero Jesús ha compartido con sus discípulos los motivos por los cuales Él obraba como lo hacía porque, aunque no fueran capaces de comprenderlo del todo, les ha revelado todo lo que su Padre le ha dicho acerca de la misión que Él había venido a cumplir a la tierra.
Más que discípulos ellos se han convertido en los últimos días en sus confidentes. Han aprendido de Él cosas secretas que no es dado normalmente al discípulo conocer. (2) Las palabras de Jesús nos recuerdan la comunicación constante que Él mantenía con su Padre, a la que Él se refería cuando dijo que Él no hacía nada que su Padre no le hubiera mostrado (Jn 5:19). Sin embargo, es de notar que Jesús en ningún momento de su caminar juntos los ha llamado “siervos”. Quizá eran ellos los que se sentían tales frente a su Maestro. Notemos, de paso, que en el mundo natural con frecuencia el siervo (el empleado) se convierte en amigo de su amo (su empleador) por la intimidad y confianza de su relación, y por la fidelidad con que le sirve.
16ª. “No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros…”
¿Podrían los discípulos pensar que ellos habían elegido a su Maestro? Cuando fueron llamados cada uno de ellos estaba abocado a la tarea diaria con la que se ganaba su sustento y no tenían, que sepamos, la menor intención de dejarla para convertirse en seguidores de un Rabí. ¿Cómo podían ellos haber elegido a alguien a quien no conocían? Pero Jesús sí los conocía, aunque nunca los había visto con los ojos de la carne. Con los ojos del espíritu sí los había visto desde la eternidad y los tenía marcados para cuando llegara el momento. (3)
De acuerdo a qué criterios los escogió Jesús no sabemos, pero ciertamente no eran los comunes del mundo. Al contrario, según los parámetros mundanos, ellos eran las personas menos apropiadas para la misión que más tarde les iba a confiar.
 Pero notemos que así como Él llamó a sus discípulos a seguirle, de igual manera Él nos ha escogido a nosotros desde la eternidad para que le sirvamos, y nos ha llamado a seguirle. No fuimos nosotros quienes lo escogimos, sino fue Él quien nos escogió a nosotros. Por qué lo hizo no sabemos, pero es un gran privilegio. ¿Qué pudo haber visto en nosotros sino nuestra indignidad?
Pablo escribe al respecto con palabras que nos caen a pelo: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mucho escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mucho escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1Cor 1:26-29).
Pero así como Él transformó a sus discípulos durante el tiempo en que estuvo con ellos, de manera semejante nos ha transformado a nosotros, y nos ha capacitado para la tarea a la que nos ha llamado. (4)
Ellos asintieron al llamado inesperado de Jesús, pero pudieron haberlo rechazado pues eran libres. Sin embargo, había algo en Él que los atraía de una manera irresistible. Al aceptar y seguir su llamado, ellos aceptaron la vida como discípulos a la que Él los invitaba, sin adivinar a dónde los llevaría, y qué extremos de devoción y sacrificio iba a demandar de ellos. Igualmente nosotros no sabemos hasta dónde nos quiere llevar Jesús, y cuánto puede demandar de nosotros. Pero no será poco.
16b. “Y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca…”
En esta frase hay una profecía. Al decirles Jesús “para que vayáis” está anticipando la orden que les dará al despedirse antes de irse al cielo: “Id y haced discípulos a todas las naciones…” (Mt. 28:19)
Ir supone moverse, salir de la propia comodidad y de aquello a lo que está uno acostumbrado, y asumir riesgos.
Llevar fruto es la obra que iniciarán saliendo de Jerusalén, para ir a predicar el Evangelio y hacer discípulos por el mundo entero. Esta tarea ha sido realizada a cabalidad por los apóstoles y sus sucesores a lo largo de los siglos, pues el Evangelio ha sido predicado en todo el orbe, proclamando el nombre de Cristo a las multitudes. Es un fruto muy rico y abundante que ha brotado de la vid verdadera transformando la vida de un número ingente de individuos y de innumerables pueblos, y que ha hecho surgir una civilización moldeada por el cristianismo –la más avanzada de todos los tiempos- que se ha impuesto en el mundo entero.
Es un fruto que ha permanecido vivo durante los veinte siglos transcurridos desde que se impartió esa orden hasta nuestros días. Es cierto que pareciera como si en los últimos tiempos y en algunas regiones, el fruto primigenio se estuviera desvaneciendo, y la sal estuviera perdiendo su sabor, porque las sociedades y las naciones que antes eran cristianas están sucumbiendo al embate del paganismo y han corrompido sus costumbres. Y por ese motivo una severa crisis económica –que es de origen espiritual- se ha abatido sobre ellas y el descontento ha recrudecido.
16c. “Para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, Él os lo dé.”
Esta frase es una reiteración de la promesa dada en otros lugares a los apóstoles, y a nosotros, acerca del pedir al Padre en el nombre de Jesús (Jn 14:13 y 16:23), en la seguridad de que Él nos concederá todo lo que se le pida (Jn  15:7).
Pedir en el nombre de Jesús no consiste en pronunciar la frase: “Padre, yo te pido en nombre de Jesús”, como si fuera una fórmula mágica que siempre produce resultados.
Lo importante no son las palabras que se pronuncien como una fórmula, sino consiste en vivir una vida que sea “conformada” por el carácter de Cristo; una vida que en todos sus aspectos manifieste la influencia del ejemplo y de la personalidad de Jesús. Lo importante es ser uno con Cristo en la práctica, de modo que uno pueda pedirle algo al Padre como si fuera el propio Jesús quien lo pidiera. Pero si no vivimos en unión con Él las palabras que se pronuncien serán una mera fórmula vana carente de vida.
17. “Esto os mando: Que os améis unos a otros.”
¿Puede ordenarse amar? Sí se puede porque amar es una decisión. El amor no es sólo una cuestión de afectos, es también un asunto de la voluntad. ¿Pero por qué insiste Jesús en este mandamiento que ya les ha dado?
Que Jesús repita este mandamiento que ya dio anteriormente a sus discípulos muestra la importancia que Él le daba a su cumplimiento. De hecho –como ha quedado registrado en testimonios antiguos- lo que caracterizaba a los cristianos de los primeros tiempos, y lo que más llamaba la atención en el ambiente pagano en que se movían, era justamente la forma cómo se amaban unos a otros. Les sorprendía cómo cuidaban a sus enfermos en las frecuentes epidemias que asolaban las ciudades, mientras que ellos los expulsaban de sus casas, temerosos del contagio, y dejaban que se murieran en los caminos.
El amor entre los seguidores de Jesús es una obra del Espíritu Santo en sus corazones, (“Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.” Rm 5:5), pero también es resultado de su unión personal con Cristo. A los apóstoles no les costaba amarse unos a otros, superando las desavenencias que pudiera haber entre ellos, porque estaban unidos en espíritu a Jesús. Esa unión con Él les hacía sobreponerse a las incompatibilidades mutuas de carácter que hubiera entre ellos, porque la figura y el recuerdo de su Maestro imperaba en su alma.
Puede pues decirse sin temor a equivocarse que el amor verdadero entre los cristianos –no de palabra sino en hechos- es una manifestación y un signo de su unión personal con Cristo. Cuanto más unidos estemos a Jesús, más amaremos a los demás. Si su amor llena nuestros corazones, ese amor se desbordará hacia los que tenemos cerca y a todas las personas con que entremos en contacto. Si su amor no nos llena, poco amor tendremos para dar a otros.
Si tú honestamente constatas que no amas como debieras a tus consiervos y a los que te rodean, no basta que te decidas a hacerlo. Es necesario que examines tu corazón y averigües qué es lo que detiene el amor en ti. Podrían ser frustraciones y resentimientos no superados, u ofensas no perdonadas. Pero, por encima de ello, necesitas voltearte a Aquel que es la fuente del amor y arrojarte en sus brazos. Si no lo haces tus mejores intenciones, y tus más sinceras decisiones de amar, podrían ser vanas.
Notas: 1. El griego es enfático (literalmente): “Este es el mandamiento, el mío.”
2. Recuérdese que Abraham fue llamado “amigo de Dios” en las Escrituras (Is 41:8; 2Cro 20:7; St 2:23), y el Altísimo no rehusó revelarle lo que iba a hacer (Gn 18:17,18).
3. En dos pasajes anteriores de este evangelio Jesús señala que es Él quien ha escogido a sus discípulos, pero que uno de ellos lo traicionaría (Jn 6:70; 13:18). Lo menciona para subrayar el hecho de que la elección del traidor fue hecha concientemente con el fin de que se cumplieran las Escrituras y el propósito de su venida a la tierra.
4. La elección divina es siempre inmerecida. Así como Dios escogió a Israel para que fuera su pueblo especial, no por algún mérito que ellos tuvieran, sino por puro amor (Dt 7:6-8), de igual manera Jesús escogió a sus doce, y nos ha escogido a nosotros, por puro amor inmerecido.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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viernes, 7 de diciembre de 2012

LA VID VERDADERA II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA VID VERDADERA II
Un Comentario de Juan 15:7-11
Proseguimos con el comentario que comenzamos en el artículo anterior. En el versículo siguiente Jesús pone dos condiciones para que nuestras oraciones puedan ser contestadas.
7. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que quisiérais, y os será hecho.” (Nota 1)
Ya hemos visto en qué consiste permanecer en Él (“La Vid Verdadera I” al explicar el vers. 5). ¿En qué consiste que sus palabras permanezcan en nosotros? Téngase en cuenta que Él se estaba dirigiendo en primer lugar a sus apóstoles (aunque también lo hace a nosotros), y que ellos habían escuchado sus palabras “en vivo y en directo”, como suele decirse, usando la terminología de la TV; y que sus palabras, como les acaba de decir, los habían limpiado de todo pecado.
Nosotros no hemos escuchado su palabra de la misma forma, pero la hemos leído, escuchándola en el espíritu, y la hemos oído desde el  púlpito; y a nosotros también su palabra nos ha limpiado de todo pecado, y nos ha transformado interiormente. Que sus palabras permanezcan en nosotros quiere decir no solamente que las mantengamos en nuestra memoria –aunque se dé por sentado- sino además tres cosas: 1) Que el efecto que han tenido sus palabras en nosotros permanezca y no se diluya; 2) Que las saboreemos deleitándonos en ellas, estimándolas más que el mismo alimento, según el dicho: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.” (Sal 119:103); y 3) que sus palabras gobiernen nuestra vida, es decir, que procuremos llevarlas a la práctica, obedeciendo lo que ellas mandan, y haciendo lo que ellas recomiendan. Sólo entonces podremos realmente decir que su palabra permanece viva en nosotros, y que es el norte de nuestra existencia.
Si las dos condiciones que ha puesto Jesús en este versículo se dan, Él afirma que el Padre nos concederá todo lo que le pidamos. Ésa es una promesa extraordinaria, casi como si se nos diera un cheque en blanco: Podemos obtener de Él todo lo que deseamos.
Ésa no es, sin embargo, una promesa absurda, o ilusoria, que abra la puerta a peticiones caprichosas, exageradas, o inconsistentes, porque si permanecemos en Él, y sus palabras permanecen en nosotros, no le pediremos nada que no esté de acuerdo con su voluntad, para comenzar; no le pediremos nada que Él no esté dispuesto de antemano a concedernos.
Recuérdese lo que Él ha dicho en otro lugar, y volverá a decir: Que todo lo que pidamos en su Nombre nos será concedido (14:13; 15:16; 16:23). En el fondo se trata de la misma promesa formulada en términos diferentes, porque ambas tienen el mismo alcance, ya que no podemos pedir nada en su Nombre si no permanecemos unidos a Él. (2)
Pero ¡qué abanico de posibilidades abre! Podemos pedirle, en primer lugar, todo aquello que contribuya a la extensión de su reino; todo aquello que contribuya a nuestro bienestar y a nuestro progreso espiritual, y al de otros; todo aquello que satisfaga nuestras necesidades materiales reales; pero nada que sea superfluo, frívolo o lujoso. Podemos –debemos- pedirle por la salud de otras personas, así como por la nuestra, etc., etc., etc. Pero no podemos ni soñando pedirle algo que Él que no esté dispuesto a avalar.
Sobre todas las cosas debemos pedirle la gracia de conocerlo cada día más y mejor, y de amarlo cada día más; la gracia de servirlo con más eficacia, y de que todos puedan llegar a conocerlo. (3) Esto es, debemos incansablemente pedirle por la extensión de su reino, porque ésa es su voluntad suprema: Que su mensaje y su salvación lleguen hasta los lugares más apartados de la tierra (Hch 1:8).
Pero de nada sirve que las palabras de Jesús permanezcan en nuestra memoria si no las ponemos por obra. Al contrario, ellas nos juzgarán y serán testigos en contra nuestra porque, conociéndolas, no las cumplimos. Nosotros mismos nos habremos arrancado de la vid y nos secaremos.
Jesús nos dejó un modelo de oración en el Padre Nuestro. Si todas nuestras peticiones son hechas en el sentido y en el espíritu de esa oración (en la que pedimos: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.”), tenemos la seguridad de que Él nos escucha y de que obtendremos lo que le pidamos.
8. “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.”
Su Padre, el Viñador, es glorificado cuando las ramas están cargadas de racimos de uvas, no cuando permanecen desnudas e infructíferas.
Pareciera, desde un punto de vista lógico, que este versículo debiera haber sido formulado así: “En esto es glorificado mi Padre, en que seáis mis discípulos y llevéis mucho fruto”, porque para poder llevar frutos espirituales se requiere primero ser discípulo suyo, es decir, estar unido a Él. Ser discípulo es una condición de lo segundo, no al revés. Pero Juan, al transcribir las palabras de Jesús, no se ciñe a la lógica humana, sino declara más bien que la condición previa para ser discípulo de Jesús, es llevar fruto. Una vez que el hombre produce frutos espirituales en su vida, ya puede ser discípulo de Jesús. Primero llevar fruto; después, ser discípulo, lo cual hace suponer que al escoger a los doce, Jesús había tenido en cuenta cualidades que prefiguraban cómo se comportarían más adelante.
Ahora bien, ¿a qué frutos se refiere Jesús? ¿O qué cosas son esos frutos que produce el pámpano que está unido al tronco de la vid? Lo primero en que podemos pensar es en el fruto del Espíritu del que habla Pablo en Gal 5:22,23: amor, gozo, paz, etc. Esto es, aquellos rasgos de carácter que son propios de la naturaleza de Cristo. Pero ¿se trata solamente de eso? Ese fruto no está conformado por cualidades o virtudes estáticas. Son la manera de ser de una persona. Pero no sólo se trata de eso, sino también de las acciones, de los actos concretos, que esas cualidades internas impulsarán al individuo a realizar; de cómo se manifiestan esas cualidades en la vida y conducta de la persona.
Por ejemplo, el amor llevará a un discípulo de Cristo a interesarse por su prójimo, a tratar de ayudarlo, a suplir a sus carencias espirituales o materiales. Esto es algo de lo que vemos numerosísimos ejemplos en la vida cristiana: personas, o instituciones, fundadas por cristianos, sean hombres o mujeres, que se dedican a socorrer al prójimo.
La paciencia llevará al discípulo de Cristo a soportar la compañía de personas cuyo trato no le sea agradable, mostrándoles una cara sonriente; la fidelidad (fe) lo impulsará a ser siempre leal en sus tratos con los demás, etc.
Jesús dijo una vez: “Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios.” (Mt 5:9). El que está lleno del amor de Cristo y de su paz, se esforzará en propiciar que las personas que están en conflicto lleguen a un acuerdo que ponga fin a sus contiendas.
Pero el mayor y más importante de los frutos que Jesús espera de sus discípulos es el de difundir su mensaje de salvación y hacer que los hombres vengan a sus pies, se arrepientan y se salven, tal como Él les encargó antes de subir al cielo (Mt 28:19,20).
Resumiendo: el fruto del que habla Jesús está constituido no sólo por las cualidades, o virtudes, que adornan a la persona, sino también por las acciones concretas mediante las cuales esas cualidades y virtudes se manifiestan exteriormente. En ambas cosas es glorificado el Padre, porque en ellas su carácter se ve reflejado.
9. “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.”
Tal como el Padre me ha amado, es decir, de la misma manera, con el mismo amor con que el Padre me ha amado, y me sigue amando, así también yo os he amado a vosotros, mis discípulos, que habéis estado conmigo desde el principio, y os sigo amando.
Ahora bien ¿cómo puede ser el amor del Padre por su Hijo? ¿Cuán intenso y profundo puede ser? No podríamos describirlo si quisiéramos porque, siendo su amor infinito, está más allá de nuestra comprensión, como seres finitos que somos, aunque sí podríamos mencionar algunas de las cualidades que como seres humanos, por analogía, podemos atribuirle. Así diríamos que es un amor eterno, infinito, inmutable, constante, perfecto, sabio y justo.
Pues con la misma intensidad y profundidad, con el mismo amor de un Dios infinito, amó Jesús a sus discípulos y nos ama a nosotros ahora, porque sus palabras también están dirigidas a nosotros y a todos los que han sido sus discípulos a través del tiempo. (4)
Por eso Él pudo dirigirse a los doce, y se dirige a nosotros, diciéndonos: “Permaneced en mi amor.” Es decir, no os apartéis de él, permaneced unidos a él, no os alejéis de lo que es la fuente de vuestra vida, porque ya os lo he dicho: Sin mí nada podéis hacer, sin mí estáis perdidos y condenados a las llamas eternas.
Permaneced en ese estado de comunión perfecta con que los amantes se aman gozándose el uno en el otro. ¿No es el amor de Dios que se ha derramado en vuestros corazones una fuente de gozo intenso? Pues permaneced en él, no haciendo vosotros nada que pueda enfriarlo. La misma vida de la vid puede pulsar en nosotros que somos sus ramas, y que formamos un solo cuerpo con Él. Eso es lo que Él desea para nosotros, ni más ni menos. Pero, ¿de qué manera podríamos nosotros apartarnos de Él, perdiendo nuestra comunión con Él?
En el versículo siguiente contesta Jesús a esa pregunta:
10. “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.”
Si es guardando sus mandamientos como permanecemos en su amor, se deduce que dejando de guardarlos dejamos de permanecer en Él.
Nuestro amor a Dios se manifiesta en nuestra obediencia a su voluntad, a sus menores deseos, como ya Jesús les había dicho: “Si me amáis guardad mis mandamientos” (Jn 14:15). Cuanto más intensamente amamos a Jesús, más fielmente guardaremos sus mandamientos, y más unidos permaneceremos a Él. (5)
Jesús vino al mundo no a hacer su propia voluntad, sino a cumplir la voluntad de su Padre. Es cierto que ambos estaban, y están, estrecha y sustancialmente unidos, y por eso Jesús en la tierra no podía querer hacer otra cosa sino la voluntad de su Padre y permanecer enteramente en su amor.
Pues bien, guardando las distancias, un grado similar de obediencia a sus mandamientos es aquella a la que Jesús nos anima. Y no sólo a sus mandamientos, sino también a sus más pequeños deseos, cuando Él nos habla en el interior de nuestra alma.
Sabemos que somos débiles y frágiles y sujetos a todas las limitaciones humanas. Pero si Él nos exhorta a obedecerlo con la misma fidelidad con que Él obedeció a su Padre es porque Él está dispuesto a ayudarnos en esa tarea, de manera que no tenemos excusa si nos negamos a hacerlo. En la medida en que le obedezcamos iremos descubriendo las maravillas de su amor y los secretos de su voluntad.
11. “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.”
¿Cómo podía Jesús estar gozoso en ese momento cuando Él era consciente de que se acercaba la prueba terrible de su pasión? La respuesta se halla en Hb 12:2 donde se dice que Jesús “por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz”. El sufrimiento que Él iba a afrontar era para Él un motivo de gozo en consideración a lo que Él iba a lograr: la salvación del género humano. Ésa era la tarea que él había venido a cumplir, y cumplirla lo llenaba de alegría pese al terrible sacrificio que implicaba.
Lo que Jesús se propone al confiarles a sus discípulos estas cosas es que ellos participen del mismo gozo que Él experimentó al cumplirse el propósito por el cual Él se hizo hombre.
No hay fuente de gozo mayor para  el hombre que cumplir lo que se ha propuesto, sobre todo si se trata de una gran obra, y más aún si es algo que procede de la voluntad de Dios. ¿Y qué obra más grande puede haber que la redención del género humano? Nadie ha realizado jamás una tarea más trascendente y maravillosa que ésa, que restituyó nuestra amistad con Dios, y nos abrió las puertas del cielo.
Hay otra interpretación posible del gozo de Jesús. Es como si Él les dijera a sus discípulos: Mi gozo viene de que mi Padre me ha amado porque yo he guardado sus mandamientos. Guarden ustedes también siempre mis mandamientos para que mi Padre pueda complacerse en vosotros, como lo hizo conmigo, de tal modo que experimentando su amor, vuestro gozo sea pleno.
Ese gozo es también el de la unión de los amantes, del esposo y de la esposa; el gozo del cual Él es el autor, el gozo de la llenura del Espíritu Santo, que nos permite contemplarlo cada día con mayor claridad, y que será perfeccionado el día que anuncia Pablo, en que lo veremos cara a cara, tal como Él es (1Cor 13:12).
Notas: 1. O según otras copias: “os será dado.”
2. Mathew Henry anota: “Los que permanecen en Cristo como deleite de su corazón, tendrán en Cristo lo que su corazón desea. Las promesas que permanecen en nosotros están listas para convertirse en oraciones que, teniendo ese fundamento, no tardarán en cumplirse.”
3. Estando unidos a Jesús deseamos ciertas cosas; pero cuando estábamos en el mundo deseábamos otras que nos eran perjudiciales. Si hemos dejado el mundo para unirnos a Jesús, no tengamos nostalgia de las cosas que antes deseábamos, porque enfriarán nuestra comunión con Él, sino deseemos más y más lo que nos une a Él. Si eso es lo que le pedimos, no dudemos de que lo obtendremos.
4. Ya en la escena del lavamiento de los pies Jesús les había dado a sus discípulos una demostración práctica de su amor, que era –según Jn 13:1- un amor eis telos, expresión griega que combina los sentidos de “hasta el fin” y “hasta el extremo”, o “hasta lo sumo”, es decir, un amor absoluto.
5. San Agustín pregunta: “¿Es el amor el que hace guardar los mandamientos, o es guardarlos lo que hace al amor? ¿Pero quién duda de que el amor viene primero? El que no ama no tiene motivos para guardar sus mandamientos.”
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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#753 (18.11.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).