miércoles, 25 de noviembre de 2009

MOISÉS A LOS OCHENTA

Este texto está basado en la trascripción de una charla pronunciada en el ministerio de la Edad de Oro de la CCAV, con ocasión del cumpleaños de su líder.

Vamos a hablar hoy día acerca de Moisés. ¿Quién no conoce a Moisés? ¿Quién no sabe quién fue Moisés? Todos sabemos quién fue. ¿Por qué es él conocido? Porque fue salvado de las aguas. De ahí viene su nombre. Él fue un famoso guía turístico que condujo a su pueblo a través de un desierto que nadie sino él conocía. El fue el primer guía turístico de la historia, que yo sepa. Por eso, creo yo, el gremio de los guías de turismo debería escogerlo como patrón.

La historia de su vida está llena de enseñanzas para nosotros. Primero que nada, sorprendentemente, él fue condenado a muerte antes de nacer, porque el Faraón había dado orden de que las parteras mataran a todo niño varón de los hebreos que naciera y que solamente dejaran vivir a las mujercitas. Pero las parteras tuvieron temor de Dios y se negaron a hacer lo que se les mandaba. Entonces el faraón ordenó que los padres cuyos hijos varones hubieran sobrevivido al parto mataran a sus hijos. Pero los padres de Moisés, Amram y Jocabed, se negaron a cumplir ese mandato.

En verdad, Moisés tuvo una madre admirable, porque ella y su marido arriesgaron su vida al no matar a este hijo que el Señor les había dado. Quizá ellos percibieron en su espíritu que ese niño que les había nacido tenía una unción especial, que era un escogido de Dios para una misión singular. En todo caso, ellos lo mantuvieron oculto durante unos tres meses, desobedeciendo al mandato del Faraón. Pero llegó un momento en que ya no podían tenerlo oculto. ¿Por qué ya no podían tenerlo oculto? Yo creo que el motivo debe haber sido que Moisés tenía desde pequeño una voz muy fuerte y cuando lloraba, su llanto se escuchaba en todas partes y no lo podían callar. ¿Ustedes han oído el berrinche de un bebé con hambre? Yo sí lo he oído y les aseguro que a veces uno tiene que taparse los oídos.

Sea lo que fuere, ellos decidieron que ya no podían ocultarlo más tiempo y tenían que ver qué hacían con él. Entonces, ¿qué fue lo que hicieron? Lo que hicieron fue realmente un tremendo acto de fe en la Providencia de Dios, porque lo confiaron a las aguas del río Nilo. Tejieron una pequeña cuna de carrizo, la calafatearon para que fuera impermeable, pusieron en ella al niño y depositaron la canasta en medio de los carrizales que había en las orillas del Nilo.

Y ahí estaba el niño, seguramente preguntándose qué hacía él ahí y mirando las hojas puntiagudas del cañaveral. Cuando empezó a sentir hambre, su llanto fue escuchado por la hija del faraón que había ido a bañarse al río. En aquel entonces no había duchas ni tinas como las que tenemos ahora, y las orillas de los ríos eran buenos lugares para bañarse, porque no estaban contaminadas como lo están ahora. Ella había ido pues al río a bañarse, acompañada por sus doncellas. Cuando escuchó el llanto hizo que una de sus doncellas le trajera a ese bebé que gritaba. Al verlo ella se dio cuenta de que era un hijo de los hebreos. ¿Cómo se dio cuenta de que era un hijo de los hebreos? ¿Por la vestimenta, o por la manta que llevaba puesta? No. Yo creo que se dio cuenta porque el pequeño había sido circuncidado, como bien sabía ella que hacían los hebreos con los recién nacidos al octavo día. (Los egipcios circuncidaban a los varones al alcanzar la pubertad.)

De modo pues que no cabía dudas, era un niño hebreo. ¡Y qué curioso! Ella pudo haberlo hecho matar, como estaba ordenado, pero el instinto maternal femenino fue más poderoso que el prejuicio, y prefirió guardarlo para sí. Le cayó en gracia ese pequeño que berreaba y decidió acogerlo en su casa como propio a pesar de la orden real.

¡Qué interesante! Moisés fue guardado en vida y fue salvado por la hija del hombre que lo había condenado a muerte! ¡Qué paradoja! Pero como ella no lo podía criar, le pidió a la hermana de Jocabed, que se había quedado cerca, vigilando, viendo qué iba a pasar con el niño, que le trajera una mujer de los hebreos para que fuera la nodriza. La hermana, ni corta ni perezosa, se fue corriendo a traer a la mamá.

¡Miren qué gran ajedrecista es Dios! Él juega ajedrez con nosotros, los seres humanos, como si fuéramos los peones, las piezas en el tablero de ese juego que Él maneja a su manera, según su infinito consejo. Así que la mamá de Moisés resultó siendo la nodriza a sueldo -porque le pagaban por eso- ¡de su propio hijo! Le pagaban por hacer lo que ella hubiera hecho de todas maneras gratis. Fíjense cómo Dios bendecía a esta familia fiel, y bendecía la vida de este hombre escogido desde el vientre de su madre.

¿Ustedes creen que eso fue una cosa excepcional que sólo ocurrió en el caso de Moisés? Claro pues, alguno dirá, es que él nació con corona. ¿Ustedes creen? ¿No ocurrirá también algo parecido con todos? ¿No ha estado Dios vigilando nuestra vida desde el comienzo, desde el día en que nacimos, o incluso antes? Claro que nadie nos puso a nosotros en una canasta ni tuvimos que ser salvados de las aguas. Pero ¿cuántos de ustedes no han pasado peligros de pequeños? Dios cuidó de nosotros desde antes de que naciéramos, porque Él tiene un propósito para cada uno de nosotros. Para cada uno de ustedes que leen estas líneas, Él tiene un propósito especial. No tiene que ser necesariamente un propósito tan grande, tan trascendente como el que tenía para Moisés, pero todos tenemos una misión que llevar a cabo en nuestra familia, en nuestro medio, en nuestro barrio, en nuestra calle, en nuestra ocupación o profesión, etc.

Pues bien, pasaron los años y cuando creció el niño fue llevado a palacio para ser criado como un príncipe egipcio. ¡Cuidado con el que se metiera con él! Él era un aristócrata, muy seguro de la posición que tenía. Él era nada menos que el hijo adoptivo de la princesa, de la hija del faraón. Sin embargo, él era un hijo del pueblo despreciado y odiado por los egipcios, a quienes ellos trataban como esclavos.

Siendo como era un hombre de temperamento un poco violento, un día en que se fue de paseo, de curioso, a ver cómo les iba a los de su pueblo, vio que se estaban peleando un egipcio y un hebreo. Y aunque él era un noble egipcio, el calor de la sangre fue más grande que sus títulos, y osadamente salió en defensa de su hermano hebreo, y mató al egipcio que lo estaba golpeando. Como consecuencia, tuvo que huir al desierto porque corría peligro de ser condenado a muerte como asesino.

Allá en el desierto vivió cuarenta años como pastor de ovejas. Los hebreos eran pastores de ovejas, pero los egipcios despreciaban ese oficio, les parecía una cosa inferior. ¿Por qué sería? Quizá era a causa del olor de las ovejas, que no debe haber sido muy agradable. No sé si alguno de ustedes ha estado alguna vez en el campo cerca de un rebaño de ovejas. En efecto, no huelen muy bien, no usan desodorante.

Pero fíjense ¡qué tal contraste! ¿Cómo se sentiría Moisés? ¡Pasar de vivir en un palacio, con docenas de sirvientes a sus órdenes, a un desolado desierto como empleado de su suegro! (Porque un sacerdote de Madián, que vivía en esas soledades, lo había acogido y le había dado a una de sus hijas como esposa) ¡Pasar del lujo palaciego, a la pobreza de una tienda de campaña improvisada! ¡De vivir en la corte como un señor, a vivir rodeado de ovejas apestosas!

Su caso me hace pensar en Jesús, que pasó de la compañía de su Padre y de los ángeles en el cielo, a vivir entre los hombres en la tierra, para tomar, como dice Filipenses, forma de siervo. Porque eso es lo que somos nosotros, esclavos de nuestras pasiones. ¿Quién creen ustedes que sufrió más con el cambio? ¿Jesús o Moisés? Sin duda Jesús, porque las ovejas balan, pero no insultan. Son mansas y tontas, según dicen, pero no envidian como los hombres. Apestan, pero no traman asesinatos. Son beneficiosas porque dan su lana, su leche y su carne. Dan topetones con su frente, pero no matan.

Un buen día, cuando andaba pastoreando las ovejas de su suegro, Dios se le apareció en medio de una zarza ardiente, de un arbusto que se estaba quemando pero que no se consumía. Un arbusto normal cuando se quema, se consume. Pero éste no se consumía aunque estaba ardiendo. Intrigado por el fenómeno él se acercó para verlo de cerca y, de pronto, una voz le habló y le dijo: “Yo soy el Dios de tus padres.”

Moisés debe haberse dicho: ¿Dios? ¿Cuál Dios? ¿Qué tengo que hacer yo con Dios? ¿Y qué tiene que hacer Dios conmigo? Así respondemos nosotros muchas veces cuando Dios nos llama: ¿Qué tengo que hacer yo con Dios? Déjame vivir mi vida. Yo estoy aquí contento criando ovejas; me alimento de su leche. No la paso mal. Ya estoy acostumbrado a esta vida.

Moisés debe haber pensado: Yo he sido criado de pequeño en el conocimiento del Dios de mis padres, pero ese Dios debe haberse ya olvidado de nuestro pueblo porque vivimos ahí en Egipto como esclavos. Después penetré en el misterio de la sabiduría de los egipcios que, en efecto, tienen muchos dioses. Me dediqué a estudiar su sabiduría y llegué a ser un hombre lleno de conocimientos. Pero hace cuarenta años que vivo con un sacerdote del Dios de Madián que me acogió y me casé con una de sus hijas. Ya tengo mi nueva vida hecha y estoy satisfecho.

Pero Dios, que conoce nuestros pensamientos, no hace caso de sus objeciones, sino le dice: “Yo quiero que vayas a los ancianos de tu pueblo y les digas que yo te envío a ellos para sacarlos de la esclavitud y llevarlos a la tierra que prometí darles a sus antepasados.”

Moisés contesta: “¿Yo tengo que decirles eso? ¿Yo? Me tomarán por loco, Señor.”
“No importa, al final te escucharán.”
“No, no Señor, te has equivocado. Yo no puedo hacer eso. Yo soy un tatatatatartamudo, yo no puepuepuedo ir. ¿Cómo voy a hacer yo algo semejante?. Además a mis años, yo yayaya me he jubilado; yo soy de la Edad de Oro, no estoy para esas cosas.”
“No importa, igual irás. Tú les hablarás porque yo estaré contigo,” le dice el Señor.

Claro, si el Señor está con nosotros, ¿qué cosa no podemos hacer?

Entonces Moisés replica: “Y si me preguntan: cómo se llama el Dios que te envía a nosotros, ¿qué les digo?”

Dios le contesta de una forma maravillosa: “Yo no tengo nombre. No necesito tener nombre porque yo soy el único Dios que hay. Yo Soy el que Soy, y fuera de mí no hay otro. ¿Para qué quieres tú que yo tenga nombre?”

El Dios verdadero es un Dios sin nombre. ¡Qué curioso! Porque todos los dioses que había entonces tenían nombre. Ustedes quizá preguntarán: ¿Cómo es eso de que Dios no tenía nombre? El Shaddai, Jhiré, Rafá, y todas esas palabras que figuran en el Antiguo Testamento, ¿no son nombres de Dios acaso? No, no son nombres. Nosotros le atribuimos a Dios las cualidades, las virtudes que significan esas palabras hebreas, pero no son nombres de Dios, sino sus atributos. El nombre de Dios es ‘Yo Soy el que Soy’, y ese no es nombre alguno. (Nota)

Pero Moisés no está todavía convencido. A él le parece que no puede hacer lo que Dios le pide que haga, aunque le prometa que va a estar con él, y le asegure que su hermano Aarón hablará por él si teme tartamudear.

Entonces Dios para convencerlo recurre a una estratagema y le pregunta: “¿Qué tienes tú en la mano?”
“Esta vara es mi cayado de pastor.”
“Bótala al suelo.” Moisés lo hace y la vara se convierte en serpiente. Moisés huye despavorido.

Entonces Dios le dice: “Toma la serpiente por la cola”. Con mucha cautela Moisés la coge por la cola y la serpiente se convierte nuevamente en vara.

Luego Dios le dice: “Mete tu mano en tu seno, debajo de tu ropa.” Moisés lo hace y la saca: Su mano se ha vuelto leprosa. Dios le dice: “Métela de nuevo.” La mete de nuevo y la saca, y la mano está sana, limpia. Moisés debe haber pensado: Este Dios se las sabe todas.

Entonces Dios le dice: “Si dudan de ti, haz esto que te he mostrado, y se convencerán de que yo te he mandado.”

Bien, nosotros no vamos a seguir con la historia porque nos quedaríamos acá hasta no sé qué hora. Además ustedes la conocen muy bien…o deberían conocerla. (Véase Éxodo caps. 1 al 4)
Pero yo me digo ¿qué edad tenía Moisés cuando Dios lo llamó? ¿Qué edad tenía? Tenía cuarenta años cuando huyó al desierto y pasó en el desierto cuarenta años más. ¿Cuánto es cuarenta más cuarenta? Ochenta.

¡Qué coincidencia! Miren, es la edad que acaba de cumplir nuestro hermano y Pastor José León. Así que él tiene algo en común con Moisés. Ahora, que yo sepa y ustedes también, él no es tartamudo, ¿no es cierto? Sino todo lo contrario. Él habla muy bien, muy pausado y muy bonito. Y, que yo sepa, aunque no conozco toda su vida, él nunca ha tirado al suelo una vara que se haya convertido en una serpiente, aunque de repente él hace ese truco en su casa. Habría que preguntarle a su mujer que lo conoce mejor.

Pero de lo que yo sí estoy seguro es que así como Dios llamó a Moisés y le habló, Dios le habló a nuestro Pastor José y lo llamó para una misión especial. Ahora, yo no sé cómo le habló. No sé si se le apareció en una zarza ardiente, o si le habló en sueños, o si le habló simplemente como Dios nos habla a la mayoría de nosotros, es decir, a través de nuestros pensamientos. Pero lo que sí sé es que a él Dios lo ha llamado a una misión, y a nosotros a colaborar con él. Sabemos muy bien cuál es esa misión. No lo llamó como a Moisés para guiar a un pueblo a través del desierto, ni para sacarlo de la esclavitud, sino lo ha llamado para conducir a un grupo de personas que tienen una edad que brilla como el oro por su experiencia y por su sabiduría. Lo ha llamado no para llevar a esas personas al desierto, sino, lo contrario, para alegrar sus vidas, para darnos a todos una oportunidad de tener “koinonía” entre nosotros, y pasar ratos juntos de esparcimiento; de tener amistad unos con otros, de tener oportunidad de ser edificados con enseñanzas sabias, de ser confortados por la oración, por la intercesión y por el amor que hay, que se siente, y que palpita en estas reuniones. ¿No es así?

A esa misión lo ha llamado a nuestro hermano y Pastor José. Por eso es que nosotros lo amamos y lo admiramos, lo apreciamos y le deseamos que, como a Moisés, Dios le conceda cuarenta años más de vida, con salud y fuerza. Y para que ese deseo nuestro se haga realidad en su vida, vamos orar por él en este momento.

Nota: El tetragrama YWHW se transcribe en español como Jehová o Yavé.

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jueves, 12 de noviembre de 2009

LA DESPENALIZACIÓN DEL ABORTO Y LA PÍLDORA DEL DÍA SIGUIENTE

Voy a abordar en este artículo dos temas que están agitando a la opinión pública y que están íntimamente ligados. El primero es un proyecto de ley que intenta introducir una radical modificación en el régimen legal peruano respecto del embrión (al que la Constitución vigente llama “el concebido”). Ese proyecto pretende que el aborto sea legalmente permitido (es decir, despenalizado) en los tres siguientes casos:

1) Cuando la continuación del embarazo pone en peligro la vida de la madre. A eso se le llama “aborto terapéutico” (Nota 1).

2) Cuando se sospecha, o se teme, o incluso se tiene, gracias a los métodos modernos, la certidumbre de que el feto sufre de alguna malformación congénita, o de alguna anomalía genética. A eso lo llaman “aborto eugenésico”.

3) Cuando el embarazo es consecuencia de una violación sufrida por la mujer. A ése, por ponerle un nombre, lo llaman “aborto sentimental”.

El segundo tema es la propuesta –denegada por el Tribunal Constitucional- de que el Ministerio de Salud distribuya gratuitamente la llamada “píldora del día siguiente”, o “anticonceptivo oral de emergencia” (AOE), a todas las mujeres que lo soliciten. Lo que la propuesta perseguía era librar a la mujer, de cualquier condición social, y a su pareja, de las consecuencias de haber mantenido relaciones íntimas sin haber tomado precauciones para evitar un posible embarazo.

Aunque enfocan situaciones disímiles, ambos temas están íntimamente vinculados por el hecho simple de que lo que está en juego es la vida de un ser humano en su etapa más indefensa, la del no nacido.

Para abordar el primer tema, que tiene tres variantes, quiero citar el excelente artículo escrito por Gonzalo Zegarra Mulanovich, editor de la revista “Semana Económica”, que está redactado desde un punto de vista estrictamente racional y no religioso, y por el mismo motivo, es sumamente pertinente (Puede leerse completo en la página web: http://www.semanaeconomica.com/).

Después de señalar que la práctica del aborto no es en sí moderna, sino que es muy antigua (2), pero que, después de haber estado estrictamente prohibida (salvo en los EEUU en las etapas iniciales del embarazo) en la mayoría de países, empezó a ser legalmente permitida a partir de la controvertida sentencia de la Corte Suprema norteamericana en el caso Roe vs. Wade en 1973. El autor explica que dicha sentencia, de tremenda trascendencia histórica, no estuvo basada en el fondo del asunto, es decir, en determinar si el embrión, o el feto, es un ser humano o no, sino en los precedentes legales.

El autor menciona después el artículo 2, inciso 1, de la Constitución vigente, (cuyo párrafo inicial dice así: “Toda persona tiene derecho a la vida, a su identidad, a su integridad moral, psíquica y física y a su libre desarrollo y bienestar.”), citando textualmente las palabras cruciales que lo completan: “El concebido es sujeto de derecho en todo cuanto le favorece.” Esta frase significa que el no nacido, como todo ser humano, tiene derechos que no pueden ser conculcados, y tiene por fin primordial protegerlo del aborto porque, como dice el autor, “¿de qué otra manera se podría proteger al feto sino evitando que sea abortado?”. Es importante tener esto en cuenta porque, a partir de la concepción, el embrión, aunque esté alojado en el cuerpo de su madre, no forma parte del cuerpo de ella y, por tanto, la madre no puede disponer libremente de él.

Es importante enfatizar esto porque el derecho de la mujer a disponer libremente de su cuerpo es uno de los argumentos falaces que con más insistencia esgrimen los partidarios del aborto.

Sigue preguntando el autor: “¿Cómo podría ser favorecido el concebido –que es lo que manda la Constitución- si su vida mereciera menor protección” que la de cualquier otro ser humano? “Peor aun, ¿cómo podría ser cumplido este mandato constitucional si aceptamos que la ley subordine la vida del concebido al bienestar de la madre?”. Es obvio que no puede estarlo. En un estado de derecho, la vida de nadie está subordinada a la vida de otro, salvo en casos de legítima defensa. Pero el concebido normalmente no constituye una amenaza para la vida de la madre, -salvo en algunos casos excepcionales - pero sí, es cierto, puede afectar su comodidad, su independencia, su vida laboral o sentimental, su deseada “calidad de vida”, eventualmente, hasta su salud. Y son precisamente estos últimos inconvenientes, los que pueden afectar la vida privada de la madre, y que los partidarios del aborto quieren eliminar a costa de la vida del no nacido.

Como bien dice Zegarra, los abortistas arguyen falsamente que aquí estamos frente a un conflicto de derechos: el derecho de la madre a decidir acerca de su propio cuerpo (que ya hemos puntualizado no incluye al feto que su cuerpo alberga, porque es una vida independiente de la de ella), y el derecho del no nacido a vivir. Naturalmente la dicotomía es absurda. Ninguna persona puede imponer su propio derecho a costa de la vida ajena. Hacerlo es entrar al campo de la delincuencia. Nadie puede hacer prevalecer su derecho a llevar la clase de vida que desea (una vida libre de las responsabilidades maternales) por encima del derecho a la vida que tiene todo ser humano.

De hecho ese abuso del derecho propio ocurre con cierta frecuencia cuando la madre, o el conviviente, asesinan a la criatura que les hace incómoda la vida. No hay ninguna diferencia moral ni legal entre el asesinato de un bebé y el asesinato, mediante el aborto, de una criatura por nacer, en cualquier etapa de su desarrollo. Sólo que lo primero nos conmueve más porque el bebé habla o llora, mientras que el no nacido, encerrado en el vientre de su madre, no tiene forma de manifestar su deseo de vivir.

Ese conflicto de derechos tampoco se da en el caso del pretendido “aborto terapéutico”, porque nadie puede con toda seguridad predecir si la continuación del embarazo hasta su término, va a ocasionar o no la muerte de la madre. En casos extremos la obligación del médico es tratar de preservar la vida de ambos, la de la madre y la del hijo. El médico no puede decidir cuál de las dos vidas vale más. Yo no estaría en vida si el médico que atendía a mi madre, después de 24 horas de dolores inútiles que la habían llevado al agotamiento, no hubiera perseverado hasta el final para sacarme con vida de su vientre.

El contra argumento de los abortistas consiste en sostener que el feto no es un ser humano que tenga un derecho inalienable a la vida, sino sólo un proyecto de vida. Si así fuera, ¿cuándo se convierte el feto en un ser humano? ¿Recién cuando sale del vientre materno? ¿O unas semanas antes, cuando ya está perfectamente formado? Si puede sobrevivir a los seis meses de la concepción, de producirse un alumbramiento prematuro, ¿por qué no sería el feto en ese momento ya un ser humano con pleno derecho a la vida? No puede probarse que haya un momento o etapa del embarazo en que el feto adquiera una esencia humana que no tenga desde la concepción. Es un ser humano único y diferenciado desde el momento en que el espermatozoide se une al óvulo. Para citar de nuevo textualmente a Zegarra: “Antes de la concepción hay un espermatozoide con una carga genética y un óvulo con otra. Son elementos separados y distintos. Cuando se fusionan dan lugar a un nuevo y distintivo ADN humano” que, agrego, yo permanecerá incambiado hasta la muerte. Nosotros, en verdad, podríamos celebrar el nacimiento de las personas no cuando salen del vientre materno, sino cuando se unen la esencia masculina y la femenina, porque es en ese momento cuando se inaugura y se inicia una nueva vida humana. (3)

Como ha sido demostrado mediante la filmación intrauterina de embarazadas, a pocas semanas de la concepción el comportamiento del feto en el útero materno tiene muchas de las características usuales en el recién nacido: responde cuando se acaricia el vientre de la madre pegándose a la pared del útero, se tensa o se relaja según sea el estado anímico de ella; más adelante siente dolor, se chupa el dedo, mueve la manos y los pies, etc.

Ese es el motivo por el cual los abortistas en los EEUU se han opuesto con todas sus fuerzas a que sea obligatorio que a las mujeres que solicitan un aborto se les haga ver, mediante la pantalla ecográfica, a la criatura que quieren abortar. La mayoría de las mujeres que tienen esa experiencia, desisten de su propósito. Si se impusiera esa medida precautoria, se arruinaría el negocio de las clínicas abortistas.

Lo que palpita en el seno de la mujer en cualquier etapa del embarazo es un ser humano pleno que llegará a nacer si ningún factor exógeno se lo impide y que, por tanto, tiene todo los derechos que el artículo 2.1 de la Constitución del estado le reconoce, y sobre los cuales ningún derecho, o interés ajeno, puede prevalecer.

Tampoco puede alegarse –como suele hacerse en el caso del “aborto eugenésico”- que la vida que va a llevar el ser que presenta algunas malformaciones, o tiene algún defecto genésico, no es digna de ser vivida debido a las limitaciones a las que podría estar sometida. Eso sólo lo puede decidir el propio interesado. Ni los padres, ni los médicos pueden tomar esa decisión por él. Hay muchos seres humanos que luchan con graves limitaciones congénitas y que no obstante llevan vidas plenas y fructíferas. Que se pregunte a cualquier ser humano, hombre o mujer, que haya nacido con serios impedimentos físicos, si hubiera preferido ser abortado antes que nacer. Habrá muy pocos que contesten que lo primero, porque la vida es un bien en sí mismo, incomparable. Puesto ante la disyuntiva de ser o no ser, sólo Hamlet puede dudar. Todo ser humano en su sano juicio escogerá ser a no ser, cualquiera que sea el sufrimiento que ser le cueste.

Por último, se alega que se debe permitir el aborto en los casos de violación que resulten en embarazo. Es cierto que la violación es un crimen detestable, que debería ser sancionado con penas tan altas como para disuadir definitivamente a todo potencial violador. Tradicionalmente nuestra legislación ha sido muy permisiva con los violadores. Ya no lo es tanto, pero nuestra sociedad sigue siendo indulgente con ellos como si la mujer fuera en parte culpable de la violencia sufrida.

Sin embargo, por grande que sea el crimen de la violación, no tiene sentido responder a un crimen con otro, como lo sería abortando al pequeño ser que es inocente del abuso que sufrió su madre. En esos casos lo que debe hacerse es apoyar a la madre en su embarazo y proveer alternativas de adopción para el caso en que ella no quiera conservar al hijo concebido a pesar suyo. Existen instituciones muy valiosas que se dedican a encontrar padres adoptivos adecuados para estos casos.

Las entidades abortistas suelen ocultar que si bien la mujer que aborta evade los inconvenientes prácticos de un embarazo no deseado, se enfrentará luego a consecuencias psicológicas que pueden afectarla seriamente, como sufrir de angustia, de jaquecas, insomnios, y sentimientos de culpa, que pueden prolongarse durante años. Son muchísimas las mujeres que han confesado, años después de haber abortado, que hubiera sido mucho mejor para ellas haber llevado su embarazo a término.

La sentencia del Tribunal Constitucional prohibiendo al gobierno distribuir gratuitamente la llamada “píldora del día siguiente” (PDS) ha suscitado un enconado debate en los medios de comunicación. ¿Qué es lo que está de por medio? (4)

La PDS es un fármaco (del cual hay diversas marcas y presentaciones) que contiene una dosis masiva de la hormona levonorgestrel. Sus fabricantes lo promueven como siendo la solución perfecta para las mujeres que quieran evitar las consecuencias de haber mantenido relaciones sexuales “desprotegidas”. Para entender cómo actúa debe tenerse en cuenta que cuando hay relaciones sexuales los espermatozoides tratan de fecundar al óvulo que está en las Trompas de Falopio, detrás del útero.

Según la literatura de sus fabricantes, la PDS consigue su cometido mediante tres posibles efectos. En primer lugar, impidiendo o retrasando la ovulación, o evitando que el óvulo salga del ovario. En segundo lugar, si ya se ha producido la ovulación, dificultando el paso de los espermatozoides por el cuello cervical al útero. En tercer lugar, si ya se ha producido la fecundación, impidiendo (o al menos, dificultando) que el embrión (el óvulo fecundado) anide en la pared interna del útero (llamada endometrio), y que, por tanto, muera y sea expulsado. Esto es un aborto temprano.

Según estudios hechos en España, el tercer efecto es el que se produce por lo menos en el 75% de los casos. Por tanto, aunque la píldora tiene cierto efecto anticonceptivo, su acción abortiva es la que predomina. Teniendo en cuenta este hecho, y aunque no esgrima específicamente este argumento en sus considerandos, la sentencia del Tribunal Constitucional es correcta. (5)

Para negar que la PDS sea un abortifaciente la Organización Mundial de la Salud (OMS), que está dominada por abortistas, ha redefinido la noción de la concepción, alegando que ésta no se produce en el momento de la fecundación, como siempre se había pensado, sino recién cuando el embrión anida en el endometrio. Esto no es más que un vulgar truco lingüístico. Manipulando o torciendo el significado de las palabras no se cambia la realidad que las sustenta. (6)

Es sorprendente que el Ministerio de Salud proponga la distribución gratuita de un fármaco que por contener una dosis hormonal masiva, expone a las mujeres que lo consuman con frecuencia a graves riesgos para su salud. Cualquiera que lea los folletos de los fármacos que contienen Levonorgestrel se dará cuenta que su uso es muy delicado y que no deben, por razones elementales de prudencia, ponerse masivamente a disposición de las mujeres sin advertirles de los riesgos colaterales que su uso implica.

Mientras se escriben estas líneas el debate arrecia. Me llama la atención la carga de inquina que se aprecia en los argumentos avanzados por los partidarios del aborto, cuyos objetivos ciertamente van más allá de las limitadas metas que persiguen las medidas actualmente propuestas. Ellos apuntan a objetivos más altos. La legalización del aborto se ha convertido para sus defensores, aquí y en otras partes, casi en una especie de dogma religioso, vinculado a un sacrificio ritual que quisieran poder celebrar con toda frecuencia: el aborto mismo en que la pequeña criatura es la víctima inmolada. Sabemos quién es el que se ceba en esa sangre inocente sacrificada.

Aunque sus objetivos no sean alcanzados en la actual coyuntura, están convencidos de que a la larga triunfarán. Desgraciadamente las cifras de la evolución de la opinión pública parecen darles la razón, porque el porcentaje de la población que se opone al aborto, todavía mayoritario, está disminuyendo. Eso es el resultado de una campaña incansable que cuenta con la complicidad de importantes medios de comunicación, si no la mayoría.

Yo exhorto a mis lectores a no bajar la guardia. En última instancia ésta es una batalla que no se gana en la tierra sino en los lugares celestiales (Recuérdese el episodio que narra Ex 17:8-14). Aunque no debemos descuidar nuestras armas carnales, no debemos olvidar que “las armas de nuestra milicia no son carnales sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas…” (2Cor 10:4). Esta es una batalla en la que está en juego mucho más que el aborto en sí mismo. Lo que está en juego es qué fuerzas espirituales van a dominar el futuro de nuestra nación.

Visto desde otra óptica podríamos decir que ésta es una batalla entre concepciones de la vida opuestas. Una, que pone al hombre, sus intereses y sus apetencias personales como centro de todas sus aspiraciones y esfuerzos; y otra, que reconoce que el hombre no es un ser autónomo, sino un ser creado por Dios para que lo ame y le sirva. Ésta es una batalla que se inició cuando la serpiente se deslizó en el Edén y le sugirió a Eva que el hombre podría ser igual a Dios (Gn 3). Una vez más la serpiente antigua está sugiriendo al oído de muchos hombres y mujeres contemporáneos que ellos son pequeños dioses, dueños de su vida, de su cuerpo y de sus placeres. ¡Ah sí, el fruto prohibido es dulce de comer, pero una vez comido deja un sabor muy amargo, tan amargo como la muerte! (Pr 9:17,18) (7)

Notas: 1. Ese término es una contradicción lógica, porque un procedimiento médico es por definición “terapéutico” cuando tiene un efecto sanador. Pero el aborto no sana ninguna condición patológica del cuerpo, ya que el embarazo no es una enfermedad.

2. En realidad el aborto es mucho más antiguo de lo que el autor indica porque era práctica corriente en las sociedades antiguas, especialmente en el Imperio Romano, en que los hombres no querían tener más de dos o tres hijos, e imponían a sus mujeres someterse a prácticas abortivas que en esa época eran primitivas y salvajemente dolorosas y, con frecuencia, ocasionaban la muerte de la madre. Uno de los aspectos del cristianismo que atraía más a las mujeres a la nueva fe era precisamente el hecho de que los maridos cristianos no rehusaban el tener hijos, sino al contrario, los acogían como una bendición del cielo, y consideraban al aborto como un crimen. Esta fue la concepción que ha predominado en el mundo occidental cristiano hasta mediados del siglo XX.

3. Véase el salmo 139:15,16.

4. Cualquier persona que lea imparcialmente la sentencia del Tribunal Constitucional, aunque discrepe de sus conclusiones, tendrá que reconocer que es un documento muy bien elaborado y acucioso, que analiza en detalle todos los argumentos esgrimidos por las partes intervinientes.

5. Es frecuente escuchar opiniones aparentemente entendidas que niegan la realidad del tercer efecto, o lo ponen en duda. Sin embargo, ese tercer efecto figura claramente en el folleto del propio fabricante. Cualquiera puede verificarlo visitando la página web: www.comp-sanmartin.org/plm/PLM/productos/32067.htm. Ahí se lee: “(Postinor) previene la fecundación e implantación en el ciclo luteal”, es decir, en la fase inicial del proceso de implantación.

6. Es necesario estar alerta a la manipulación del lenguaje a la que suelen apelar los abortistas. Por ejemplo, para evitar usar la palabra “aborto”, que tiene una connotación desagradable, han inventado la expresión “interrupción del embarazo”. Pero es imposible interrumpir un embarazo, porque sólo se interrumpe lo que se puede reanudar. Pero ¿cómo se puede reanudar el embarazo si el feto ha muerto al sacarlo del útero? Llamemos al aborto por su nombre y no caigamos en la trampa de los que quieren engañarnos manipulando las palabras.

7. Ésta es una batalla que no sólo se libra en nuestro país. En estos momentos en el Senado de los EEUU se están presentando varios proyectos de ley de reforma de los servicios de salud que establecen un financiamiento masivo de abortos con fondos federales. Esto ocurre a pesar de que el sentimiento popular contra el aborto en los EEUU está aumentando.

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