miércoles, 16 de diciembre de 2015

CÓMO SE DEBE PERDONAR AL HERMANO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
CÓMO SE DEBE PERDONAR AL HERMANO
Un Comentario de Mateo 18:15-22
15. "Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano."
¿De qué manera puede tu hermano pecar contra ti? De infinitas maneras. Una sería insultándote, o tratándote sin consideración. Otra sería tomando algo tuyo sin tu autorización, o pretendiendo violar tu propiedad; otra sería hablando mal de ti, o calumniándote; y tantas otras maneras.
Si ése fuere el caso, anda donde él a solas -porque los testigos sobran en un primer abordaje y para no avergonzarlo- para que puedas hablarle con confianza, y reclamarle por lo ocurrido. Pero hazlo de buena manera, sin asperezas, con un tono  conciliatorio que no excluya la firmeza, apoyado en lo que dice Lv 19:17 ("razonarás con tu prójimo”) en un pasaje que trata de las relaciones con el prójimo, que prohíbe vengarse y guardar rencor contra “los hijos de tu pueblo”, y que incluye el mandamiento que Jesús cita, calificándolo como el segundo gran mandamiento de la ley: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lv 19:18; cf Mt 22:39).
Si él te hiciera caso y te diera la razón, disculpándose, como dice Jesús, has ganado a tu hermano que estaba a punto de convertirse en tu enemigo. Y haced las paces.
Pero observemos que, según Jesús, trastocando los criterios del mundo, no es el ofensor el que debe pedir disculpas, sino es el ofendido el que debe buscar la reconciliación.
Sin embargo, vale la pena notar que en la mayoría de manuscritos no figuran las palabras "contra ti", lo que hace pensar que Jesús podría estarse refiriendo aquí a pecar en términos generales, no necesariamente a ofensas personales. Eso coincidiría con lo que expone St 5:19 respecto del que "se ha extraviado de la verdad", es decir, que ha apostatado de la fe.
16. "Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra."
Pero si no quiere hacerte caso, ni darte la razón cuando tú la tienes, entonces ha llegado el momento de que convoques a una o dos  personas neutrales, para que ellos sean testigos de lo que tú y tu hermano se digan, y puedan, de paso, ayudarlos a llegar a un  arreglo amistoso. De esa forma ya no será tu palabra contra la suya si no hay arreglo, sino que será la de dos o tres testigos, incluyéndote a ti, los que den fe del asunto contra tu hermano.
Al proponer esta fórmula Jesús no está proponiendo nada nuevo, sino recurriendo a un principio sentado por el Deuteronomio,  según el cual no se puede acusar en ningún caso a una persona por el testimonio de un solo testigo, sino que se necesita que lo hagan por lo menos dos o tres. (Dt 17:6; 19:15).
Notemos que el procedimiento propuesto por Jesús, sobre la base de un sabio principio deuteronómico, puede aplicarse con provecho a faltas, o pecados, en sentido general que ofenden a la moral  pública, o que sean contrarias a una conducta recta y, con mayor motivo, a pecados cometidos contra Dios y al honor debido a su nombre, no exclusivamente a ofensas personales.
¿Es aplicable este principio en nuestros días -en que la legislación es tan complicada- a las relaciones interpersonales, o a las  infracciones contra la sociedad? No estoy seguro, salvo en los procedimientos de conciliación, o de arbitraje, que se han instaurado en muchos países como etapa previa antes de pasar a la etapa judicial, o para evitar hacerlo, y ahorrarse todos los costos de tiempo y dinero que eso significa. (Nota 1)
17. "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano".
Finalmente, si el ofensor no hace caso de los conciliadores de  buena voluntad, Jesús propone que el asunto se someta a la iglesia, para que sea ella como cuerpo, representada por sus cabezas, la que decida en la queja o contienda y si se llegara al extremo de que el ofensor tampoco hace caso de la iglesia, entonces se le tenga por un pagano o publicano, es decir, por alguien con quien nadie  quisiera tener trato, lo que implica excluirlo también de la iglesia. Esta decisión de exclusión es algo que Pablo también permite en algunos casos extremos (1 Cor 5:3-5), llegando a señalar que ni  siquiera se coma con el ofensor (1Cor 5:11).
Es notable en este caso que Jesús no diga que el ofensor recalcitrante debe ser denunciado ante la Sinagoga, que intervenía en estos asuntos en su tiempo, sino que manda expresamente que  el asunto sea sometido a la iglesia ¡que todavía como tal no existía! pero que Él estaba llamando a la existencia al anunciar que la edificaría (Mt 16:18).
Es también muy interesante el hecho de que en situaciones de ofensas personales, o de violación de derechos, Jesús no aconseje presentar (figuradamente) la otra mejilla al que ofendió, sino  buscar una solución justa a través de la comunidad como cuerpo constituido. El motivo es, sin duda que, más allá de las motivaciones personales, el sentido de la justicia debe prevalecer. Sin justicia la sociedad humana no puede subsistir. La justicia es uno de sus pilares. Jesús en su pasión, cuando estaba delante del sumo sacerdote Anás y fue golpeado fuertemente en la mejilla por un alguacil, no le presentó mansamente la otra mejilla al esbirro para que lo golpeara nuevamente, sino protestó: "Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?" (Juan 18:23). De otro lado, Él se negó a responder a todas las acusaciones que presentaban falsos testigos contra Él.
Jesús concluye su enseñanza sobre este punto diciendo: "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano." Es decir, obedeciendo a la decisión que ha tomado la iglesia al respecto, tú tenlo por alguien con quien no quieras tener arte ni parte, un hombre del mundo, no un cristiano.
Esta palabra nos pone delante de una conclusión obvia: El cristiano, el miembro de una iglesia, tiene la obligación de someterse a las decisiones de ésta. Y si creyere que por serias razones de conciencia no puede hacerlo, debe apartarse de ella.
18. "De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo."
Jesús repite aquí la promesa que le hizo a Pedro cuando le entregó las llaves del reino de los cielos (Mt 16:19); promesa que ahora hace extensiva no sólo a todos los apóstoles, sino a la iglesia entera simbolizada por ellos.
"Todo lo que atéis...". En el simbolismo judío de su tiempo, atar es prohibir y desatar es permitir. Esta autoridad abarca todas las decisiones y acciones que la iglesia puede tomar acerca de las personas, así como respecto de los asuntos más diversos,  incluyendo los económicos.
Interesante es que esta vez haga como introducción a esas palabras una afirmación solemne: "De cierto os digo..." como diciendo: tengamos esto muy en cuenta. Ésta es una potestad que yo, como cabeza de la iglesia, doy a los que la dirigen en la tierra. Yo avalo todo lo que vosotros permitáis, así como todo lo que vosotros prohibáis. Tenéis autoridad para ello, una autoridad que procede de mí.
Con esas palabras Jesús ha dado a la iglesia una autoridad muy grande en asuntos graves de gobierno, por lo que podemos también estar seguros, aunque no lo diga aquí, que Él pedirá a la iglesia una cuenta severa de cómo usó esa autoridad. No es algo que pueda ser tomado a la ligera, porque cuanto mayor es la autoridad, mayor es la responsabilidad. Pero esta delegación de autoridad lleva la promesa implícita de que la iglesia contará con la asistencia del Espíritu Santo para ejercerla.
19,20. "Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca del cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."
Una muestra de la gran unidad que existe entre Cristo y su iglesia, entre Cristo y sus discípulos, entre Cristo y sus seguidores, es esta promesa de Jesús sobre el poder de la oración. Basta que dos o tres creyentes se pongan de acuerdo sobre cualquier cosa que quieran pedirle al Padre, para que Él lo haga.
Pero muchos se dirán: ¿Ocurre eso en la realidad? Porque muchas veces le hemos pedido algo a Dios poniéndonos de acuerdo dos o tres personas al orar, y no se nos ha sido concedido. ¿Es ésta una promesa vana, o una promesa exagerada en la práctica? ¿Accede Dios tan fácilmente a nuestras peticiones?
La condición que pone Jesús para que esta promesa se cumpla está claramente expuesta en seguida: Que esos dos o tres que piden estén reunidos en su Nombre, porque cuando eso suceda, Él estará en medio de ellos. Esto es, ya no serán ellos solos los que oren, sino
Jesús mismo lo hará con ellos: Yo haré mía su petición. Estas  palabras resaltan una realidad espiritual que excede en mucho al mero hecho de orar o pedir: Que donde quiera y cuando quiera que estén reunidos en su Nombre dos o más discípulos suyos, Él estará presente con ellos.
En otras palabras: Nosotros podemos invocar la presencia de Jesús en medio nuestro con tan sólo reunimos en Nombre suyo. Jesús está en todas partes, porque Él es Dios y lo llena todo, pero lo está de una manera especial y personal cuando dos o tres, o más personas, invocan su presencia. ¿Somos conscientes de esta maravillosa verdad? Donde quiera que yo me reúna con un  cristiano, hombre o mujer, amigo o pariente, Él está en medio nuestro como lo estaba en medio de sus discípulos cuando andaba y conversaba con ellos en Galilea. Si tuviéramos fe suficiente podríamos, por así decirlo, tocar sus vestidos, sentir su aliento.
De otro lado, es obvio que Jesús no puede hacer suya una petición nuestra que no sea conforme a la voluntad de Dios, por mucho que nos reunamos en su nombre para orar. Véase al  respecto Jn 5:14,15: "Y esta es la confianza que tenemos en Él, que  si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él no oye. Y si  sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho."
21,22. "Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús  le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete." (2)
Los versículos 18 al 20, importantes como son, son casi como un paréntesis insertado en medio del tema del perdón.
Mateo retoma ese tema indicándonos una preocupación que ha quedado en la mente de sus discípulos y que, como de costumbre, Pedro expresa: ¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano que me ofenda? ¿Hasta siete veces? Siete es un número que, como sabemos, tiene una significación simbólica, y establece también un límite.
La respuesta de Jesús implica que no hay límites al perdón, porque eso es lo que la cifra de setenta veces siete, es decir, cuatrocientos noventa, significa en este contexto. (3). Nunca te canses de  perdonar a tu prójimo. Debes perdonarlo tantas veces como tu Padre celestial está dispuesto a perdonarte a ti, cuando te arrepientes y le pides perdón. ¿Pone Dios un límite al perdón que Él continua y gratuitamente nos ofrece? No. Entonces tú tampoco lo hagas. Si quieres ser perfecto como tu Padre que está en los cielos es perfecto (Mt 5:48), tampoco debes poner límite tú al número de veces que perdones a tu hermano.
Para ilustrar su pensamiento Jesús recurre, como era su costumbre, a narrar una parábola que veremos en el siguiente artículo.
Notas: 1. El principio deuteronómico de dos o tres testigos puede ser el motivo por el cual gran número de hechos, palabras, o actos de Jesús, suelen tener tres testigos (es decir, pasajes) en los evangelios sinópticos que los sustentan. Por ejemplo, las tres tentaciones de Jesús están en Mr 1:12,18; Mt 4:1-11 y Lc 4:1-13. O el llamado a los cuatro pescadores para que se conviertan en pescadores de hombres, que está en Mr 1:16-20; Mt 4: 18-22 y Lc 5: 1-11. O la curación de la suegra de Pedro, que está en Mr 1:29-34; Mt 8:14-17 y Lc 4:38-41, por citar algunos ejemplos. Algunos episodios están narrados en sólo dos evangelios sinópticos, y otros, dada su importancia, están narrados en los cuatro evangelios, como la negación de Pedro y la crucifixión.
2. En Lc 17:3,4 la respuesta de Jesús es ligeramente diferente, aunque el sentido es el mismo: perdónalo siete veces cada día si es necesario.
3. Al decir setenta veces siete Jesús está citando una locución bíblica que se remonta a los inicios del Génesis (4:24). En esa ocasión Lamec dice que él se vengará setenta veces siete por las ofensas que reciba. Aquí, en cambio, Jesús insta a sus discípulos a perdonar igual número de veces al hermano. Es interesante notar que, según el judaísmo rabínico (Talmud de Babilonia), el hombre está obligado a perdonar sólo tres veces a su prójimo, lo que tendría cierto apoyo en Am 1:3,6,9,11, etc. Su espíritu práctico pone un límite a la ilimitada caridad cristiana.
Amado lector: yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que  no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces  gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis  pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

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viernes, 4 de diciembre de 2015

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XI - FILADELFIA II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XI
A LA IGLESIA DE FILADELFIA II
Un Comentario de Apocalipsis 3:9-13
9. “He aquí, yo entrego de la sinagoga de Satanás a los que se dicen ser judíos y no lo son, sino que mienten; he aquí, yo haré que vengan y se postren a tus pies, y reconozcan que yo te he amado.”
Este versículo alude al conflicto que desde el inicio de la predicación del Evangelio surgió con los judíos, que se hicieron perseguidores de la Iglesia. Pablo mismo, cuando se llamaba Saulo, fue un acérrimo perseguidor de los creyentes, hasta que cambió su corazón cuando se le apareció Jesús camino a Damasco (Hch 9:1-9).
A estos enemigos de la iglesia Jesús los llama falsos judíos, porque los verdaderos judíos son los que han circuncidado no su carne sino su corazón, creyendo en Él. (Rm 2:28,29). De esos incrédulos Jesús anuncia que algunos reconocerán su error, se arrepentirán y vendrán humillados a los pies de aquellos que persiguieron (Is 45:14; 49:23; 60:14). No está declarado explícitamente que creerán en Él, aunque no debe descartarse que lo hagan. De los que permanecen impertérritos en su error Jesús dice que son miembros de la sinagoga de Satanás, término que también da en su carta a la iglesia de Esmirna a los judíos de esa ciudad (Ap 2:9) porque, en verdad, es el maligno quien impulsa a los enemigos de Dios a perseguir a los creyentes, como bien nos lo recuerda Pablo en Ef 6:12.
Nótese, sin embargo, que la profecía de Isaías que hemos citado se refiere a una vindicación de Israel frente a sus opresores, que los habían conquistado y enviado al exilio. Pero esa vindicación no se produjo, porque la mayoría del pueblo de Israel, al desconocer al Mesías esperado, anunciado por los profetas, renunció a ese triunfo. Por tanto, la promesa de Dios fue transferida a los seguidores de Cristo, a quienes no sólo los pueblos gentiles, sino los mismos judíos, vendrán un día a reconocer como su Salvador.
Por tanto, podemos ver en este versículo una alusión a la futura conversión en masa del pueblo judío, que anuncia Pablo en Rm 11:2, cuando las ramas del buen olivo que es Israel, que fueron desgajadas por su incredulidad, (Rm 11:20), sean de nuevo injertadas al creer en Jesús (Rm 11:23), y “todo Israel sea salvo” (Rm 11:26).
Entretanto los judíos incrédulos posiblemente excluían de la sinagoga a los judíos creyentes, levantando contra ellos acusaciones falsas, siguiendo el ejemplo del acusador mayor, Satanás, de quienes ellos eran, en verdad, hijos, aunque alegaban ser hijos de Abraham (Véase Jn 8:33-47).
Jesús continúa diciendo:
10. “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra.”
¿Qué quiere decir “la palabra de mi paciencia”? Haber soportado la persecución sin flaquear. La frase de Jesús que debe haber resonado en sus oídos y en sus mentes es: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” (Mt 5:11,12). Nótese que Jesús dice: “la palabra de mi paciencia”, lo que nos recuerda la frase de Pablo: “la paciencia de Cristo” (2Ts 3:5). Esto es, la paciencia con que Jesús soportó los padecimientos de la cruz, que es para nosotros un modelo digno de imitar. Los judíos de la sinagoga de Satanás los acosaban y calumniaban con el fin de alejarlos de la fe y mellar su fidelidad a Cristo, pero no pudieron vencer su constancia, porque ellos se mantuvieron fieles al mensaje que habían recibido, imitando a Cristo en su mansedumbre frente a los padecimientos. Y fue sin duda, ésta y no elocuentes argumentos, lo que venció a la incredulidad de sus enemigos.
En recompensa a su constancia Jesús les promete guardarlos de los rigores de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero. Aquí la pregunta que surge es: Históricamente ¿a qué prueba que vendría sobre el mundo entero se refiere Jesús? ¿Se trata de la gran tribulación que vendría en los últimos días? Véase lo que se dice más abajo al respecto. Yo me atrevería a suponer que se trata de una de esas epidemias ocasionales que asolaban el imperio romano de tiempo en tiempo, y en las que moría muchísima gente. Una calamidad de ese tipo constituye una verdadera prueba para cualquier grupo de personas. ¿O sería una nueva serie de terremotos, como los que habían asolado la región entre los años 17 y 20 DC?
Pero también puede suponerse que se refiere a la persecución de los cristianos que sería desatada por los emperadores romanos, en particular por Domiciano, hacia fines del primer siglo, que fue especialmente cruel (La decretada por Nerón en la década del 60, estuvo limitada a la ciudad de Roma). Otros, en fin, piensan que se trata de la “gran tribulación” de los últimos días, (mencionada por Jesús en Mt 24:21,22; Mr 13:14,19,20) y que ha de preceder a su segunda venida.
Si se tratara de esto último habría que considerar dos aspectos:
1) la persecución de la iglesia instigada por el anticristo (Ap 13:7) al que adorarán todos aquellos cuyos nombres no estén inscritos en el libro de la vida (13:8); y
2) la ira de Dios que se descargará sobre los seguidores de la bestia (Ap 9:20,21).
Siempre que aparece la expresión “los que moran en la tierra” se refiere al mundo pagano que no se arrepiente (Ap 6:10; 8:13; 11:10; 12:12; 13:8,12,14; 14:6; 17:2,8) y que se distingue de aquellos que llevan “el sello de Dios en sus frentes” (Ap 9:4), y que serán protegidos. Es muy interesante notar que uno encuentra en el comentario de este pasaje de Apocalipsis escrita por Andrés de Cesarea (567-637), una alusión clara al “arrebatamiento pretribulacional” que enseñan los dispensacionalistas, basándose en 1Ts 4:16,17. (Nota)
11. “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona.”
Esta no es la única epístola a las iglesias en las que Jesús dice clara y enfáticamente: “Yo vengo pronto”.
También lo dice a las iglesias de Éfeso y de Pérgamo (Ap 2:5 y 16). En la epístola anterior, al ángel de la iglesia de Sardis, le ha amenazado con venir si no vela (3:3). Es un anuncio severo, pero condicional. A la iglesia de Tiatira le dice como una admonición referida a un evento lejano: “lo que tenéis retenedlo hasta que yo venga” (2:25).
Y a la iglesia de Laodicea –la epístola siguiente- le dice esas palabras que se han hecho tan conocidas: “Yo estoy a la puerta y llamo” (Ap 3:20). Se trata de una venida personal.
Todas estas palabras de anuncio se refieren a su segunda venida. Ellas expresan la expectativa en que vivía la iglesia de que la anunciada venida de Jesús en las nubes (Hch 1:9-11), era inminente. Es el anuncio con que se cierra también el libro: “Ciertamente vengo en breve”. A lo que responde Juan: “Sí, ven, Señor Jesús”. (Ap 22:20).
¿Por qué tarda en venir? Este sentimiento de expectativa defraudada debe haber sido tan fuerte en algún momento que Pedro se vio obligado a explicar el motivo de lo que para la percepción de los fieles era tardanza: “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” (2P 3:9). Lo dice después de explicar que para el Señor “un día es como mil años, y mil años como un día” (v.8). Los tiempos del Señor son muy diferentes a los del hombre. Ése es un mensaje que desde Isaías se escucha: “Porque mis pensamientos no son como vuestros pensamientos.” (Is 55:8). Y así es, en verdad: una cosa es cómo ven los hombres el futuro anunciado, y otra cómo Dios lo ve. Por eso es que las profecías no se entienden plenamente sino cuando ocurren. Pero al ángel de la iglesia de Filadelfia Jesús le dice, después de anunciar su pronta venida: “Retén lo que tienes”. Es una exhortación dirigida a todos los que congrega esa iglesia, “para que ninguno tome tu corona”, y que recuerda las palabras dirigidas a la iglesia de Esmirna: “Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida.” (Ap 2:10).
¿De qué corona se trata? ¿De la corona de la salvación, o de la corona de la recompensa? De lo segundo, porque nadie puede tomar el lugar de otro en el libro de la vida, pero otro sí puede tomar mi lugar en la recompensa, si Dios debido a mis fallas, se ve obligado a llamar a otro para que cumpla la tarea que me había asignado, y que yo no supe cumplir. ¿A cuántos les habrá sucedido eso? ¿Que Dios los llamó para una misión específica que no cumplieron, y Dios tuvo que llamar a otro que la lleve a cabo? Ocurrió, como sabemos, con Saúl, el primer rey de Israel, a quien Dios desechó y que fue reemplazado por David.
¡Ah, que a ninguno le suceda eso! ¡Que Dios nos llame con un propósito definido, y no sepamos retener lo que teníamos, y Él tenga que llamar a otro para que ocupe nuestro lugar y reciba la corona que nos estaba destinada! ¿De qué depende el que no nos ocurra? De nuestra fidelidad.
Pero ¿podemos realmente perder lo que el Señor nos había dado? ¿Nuestra obediencia, nuestra fidelidad, nuestra paciencia? Sí, en verdad, podemos perder los tesoros de virtud que nos habían sido dados. Por eso Jesús exhortó a sus discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación” (Mt 26:41). El enemigo merodea en torno nuestro para ver a quién puede tentar para que se enfríe y deje su antiguo amor y que acaso peque (1P 5:8). A todos nos puede suceder, que se enfríe nuestro primer amor y se vuelva rutina.
12. “Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios, y nunca más saldrá de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.”
Al que triunfare sobre todas las tentaciones que el enemigo provoque, y todos los ataques del entorno hostil, y se mantenga firme hasta el final, una vez que sea llamado de esta vida, dice Jesús, yo lo haré columna en el nuevo templo donde se adora a Dios sin cesar, el cual, a diferencia del antiguo, no será hecho por manos humanas. Es un templo espiritual conformado por todos los que son salvos a manera de piedras vivas, en el que se adora perpetuamente a Dios (1P 2:5).
La palabra “columna” da una idea de estabilidad y de firmeza, pero también de adorno, que contribuye a la belleza del lugar. Las columnas atraen la mirada de todos. Al que se paró firme como una columna cuando fue sometido a prueba, Dios lo premiará, en primer lugar, haciendo que sea uno de los pilares que adorne la Nueva Jerusalén, que ha de descender del cielo al final de los tiempos.
Y en segundo lugar, escribirá sobre él el nombre eterno de Dios y de su ciudad que descenderá sobre la tierra para habitación de los que fueron fieles (Véase Ap 21:9ss). Tener escrito el nombre de Dios es un signo de pertenencia. Pero Jesús añade que Él escribirá sobre el que venciere el nombre nuevo que Él va a recibir (y al que alude Ap 19:12) cuando, a su vez, venza al anticristo (Ap 19:20). ¿Cuál puede ser ese nombre que aún no ha sido revelado? ¿Qué sorpresa nos tiene reservado el Señor?
Nótese que la Nueva Jerusalén (la ciudad santa) es el nombre simbólico del reino consumado de Dios (Hb 12:22) que aún ha de manifestarse, por cuya venida todos nosotros rogamos y en el que ciframos nuestra esperanza (Ap 21:1-3). Mientras ese reino no llegue –y sólo llegará cuando Jesús vuelva- nosotros no tenemos ciudadanía en la tierra, seguimos siendo extranjeros y peregrinos en ella, como se dice en 1P 2:11.
El día en que la Nueva Jerusalén descienda del cielo, el cielo y la tierra se unirán, y la tierra será finalmente librada de la esclavitud de la corrupción, a la que estuvo sujeta a causa del pecado (Rm 8:20,21). Junto con ella se llevará a cabo la redención del cuerpo (Rm 8:23), según anuncia Pablo (1Cor 15:51-54).
Por último, la carta concluye con la frase con que también han terminado las cartas a las otras iglesias:
13. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
Ya se ha explicado en artículos anteriores lo que esta frase repetida significa, por lo que no creo necesario volverlo a decir aquí. Véase en particular la carta dirigida a la iglesia de Pérgamo (#901 del 11.10.15).
Nota: A ese respecto quisiera anotar que los creyentes que son levantados para recibir al Señor en el aire, lo son para descender enseguida con Él a la tierra, a la manera como los habitantes de las ciudades en la antigüedad solían recibir a los generales victoriosos para entrar triunfantes con ellos.
NB. Desde el punto de vista histórico-simbólico la iglesia de Filadelfia representa a la época actual, a partir de mediados del siglo XVIII, en que, mediante la expansión del movimiento misionero, el Evangelio viene siendo progresivamente predicado en el mundo entero. Esta época subsiste simultáneamente con la representada por la iglesia de Laodicea, la era de la apostasía, en que la verdad de las Escrituras es puesta en duda, cuando no directamente negada por la alta crítica; en que las naciones antes cristianas abandonan la fe de sus mayores, y retornan al paganismo; una época en que parece que Sodoma y Gomorra hubieran resucitado del fuego que las consumió para extender por doquier su perversa influencia.


Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#907 (). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 24 de noviembre de 2015

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS X - FILADELFIA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS X
A LA IGLESIA DE FILADELFIA I
Un Comentario de Apocalipsis 3:7,8


7. Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre:”
La sexta carta está dirigida a la iglesia de Filadelfia (Nota 1). Al identificarse a sí mismo, Jesús no recurre como en cartas anteriores, a las descripciones de la visión de Juan, sino en parte a palabras que figuran más adelante y que describen al jinete del caballo blanco, de quien el texto dice que se llama “Fiel y Verdadero” (Ap 19:11). Pero aquí primero Jesús se llama a sí mismo “el Santo”. Sólo Dios es santo aunque se nos exhorta a que, a imitación suya, nosotros tratemos de serlo: “Sed santos, porque yo soy santo.” (1 P 1:16; cf Lv 11:45). Los demonios a quienes Jesús expulsa lo llaman “el Santo de Dios” (Mr 1:24; Lc 4:34). En Hch 3:14 el apóstol Pedro, evocando la muerte de Jesús, lo llama Santo y Justo. 

Jesús no sólo es santo siendo Dios, sino que es el único verdadero. ¿Qué quiere decir eso? Que es el único hombre cuyas palabras sean todas verdad, porque Él es la verdad misma (Jn 14:6). Siendo Él la verdad, y no habiendo en Él ni sombra de error o engaño, todo lo que Él diga es verdad y debe ser creído. Ésa es la obligación que Él nos impone. Y sin embargo, no todos creen en sus palabras, porque ya lo dijo Jesús, que no todos pertenecen a la verdad sino son hijos, es decir, siervos del padre de la mentira, el diablo (Jn 8:44). Y lo son porque el pecado y el orgullo han cerrado sus oídos. Pero notemos que en hebreo la palabra “verdad” (emuna) tiene la connotación de fiel y confiable. Como dice el Sal 146:6: “El que guarda verdad para siempre.”

Luego Jesús dice de sí mismo palabras que son una cita de la frase que el profeta Isaías dirige al mayordomo Eliaquim, a quien Dios llama a tomar el lugar del impío Sebna: “Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá.” (Is 22:22). Y, en verdad, Jesús es el supremo mayordomo de la casa de su Padre: la puerta que Él abre, nadie la puede cerrar; y la puerta que Él cierra, nadie la puede abrir, porque a Él se le ha dado “toda potestad en el cielo y en la tierra.” (Mt 28:18).

En el contexto del Antiguo Testamento la llave de David es la llave de la “casa” o “linaje de David”, es decir, el reino mesiánico que pertenece a Jesús, el león de la tribu de Judá (Ap 5:5), el “Rey de Reyes y Señor de Señores” (Ap 19:16), que está destinado a reinar “sobre la casa de David para siempre, y su reino no tendrá fin.” (Lc 1:33).

¿Qué representa para nosotros la puerta que está implícita aquí? En primer lugar, la puerta del cielo, es decir, de la salvación (Jn 10:7,9). Es Él quien la abre de par en par para nosotros, o el que la cierra inexorablemente a los que lo rechazan.

En Mt 7:13,14 Jesús dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” Jesús no sólo dijo de sí mismo que Él era “el camino, la verdad y la vida.” (Jn 14:6), sino que Él era también “la puerta de las ovejas.” (Jn 10:7).

Hay dos caminos y dos destinos finales totalmente distintos. Él nos muestra el camino que lleva a la vida, pero para que vayamos por él es necesario que Él nos abra la puerta estrecha por donde empieza, y que es Él mismo. Para entrar por ella debemos despojarnos de todo orgullo y de todo egoísmo; y hacernos humildes como Él era, y estar dispuestos a morir en la cruz que Él nos asigne (Mt 16:24).

Pero la puerta representa también oportunidades que Él nos abre para que trabajemos; o los caminos que Él nos señala para que los sigamos; o los que cierra para que nos alejemos de ellos. Pablo usa con frecuencia la figura de una puerta abierta para referirse a las oportunidades que el Señor le brinda para predicar el Evangelio (Hch 14:27; 1Cor 16:9; 2Cor 2:12). Pero él no sólo predicaba a Cristo cuando estaba libre, sino también cuando estuvo preso en Roma, esperando ser juzgado por el César, a quien había apelado (Hch 25:10-12), gozando, es verdad, de cierta libertad –lo que nosotros llamaríamos “arresto domiciliario”- pues vivía en una casa alquilada “y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.” (Hch 28:30,31; cf Col 4:3,4).    

¡En verdad cuánta bendición trae a nuestras vidas que nosotros dejemos que sea Jesús quien nos dirija abriendo o cerrando puertas a nuestras actividades, y a nuestro servicio; que dejemos que Él nos diga a diario lo que nosotros debemos hacer, y que lo hagamos. El que lo siga, es decir, el que le obedezca, “no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12), y será también una luz para otros (Mt 5:14-16). Así pues también nosotros, en nuestra modesta medida, podemos ser una luz que anime y edifique a otros, y que les ayude a seguir el camino que Dios les traza; que les recuerde que, pese a nuestras limitaciones, Dios nos capacita para la obra a la que Él nos ha llamado. No seamos pues tímidos sino osados, porque si Él nos llama, Él también obrará a través nuestro.

8. “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.”
Así como hay dos cartas que contienen reproches, esta carta, dirigida posiblemente a una iglesia pequeña (tienes poca fuerza) es sumamente elogiosa, como lo es también la carta dirigida a la iglesia de Esmirna.

Jesús afirma, como en todas sus otras epístolas, que conoce muy bien las obras del ángel (pastor u obispo) de la iglesia. Conoce no sólo las suyas, conoce también las de cada uno de nosotros y, por tanto, también las mías. Todo lo que hacemos, sentimos, pensamos y hablamos lo conoce Él en detalle. ¡Cuánto motivo para temblar delante de Él, si no fuera por su misericordia que atempera su justicia!

Hacia los que son pocos y pequeños, y luchan contra circunstancias adversas, Él se inclina con benevolencia, pero a los que tienen todo a su favor, pero no aprovechan las oportunidades que se les presentan, Él los tratará con severidad.

En este caso Jesús dice a la iglesia: Aunque no eres numerosa has guardado mi palabra –y he aquí lo más importante- pese a la persecución, no has negado mi nombre; es decir, no has renegado de mí, me has confesado sin temor delante de los hombres. Por eso, yo confesaré el tuyo delante del trono de mi Padre. ¡Pero qué tremendo sería que nosotros diéramos ocasión a que Él nos niegue delante de su Padre, porque nosotros lo negamos delante de los hombres! (Mt 10:32,33)

Las palabras “tienes poca fuerza” pueden aludir al hecho de que no había en esta iglesia “muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles” (1Cor 1:26), pese a lo cual Dios pudo obrar poderosamente a través de ellos.

Yo he abierto una puerta de oportunidad delante de ti –no sabemos en qué consistía esa oportunidad- para que anuncies mi nombre delante de los infieles. Tal vez la puerta consistía en la cantidad de gente que venía a la ciudad debido a su actividad comercial. La llave de David con que se abre la puerta denota la extensión del reino. Quizá la puerta era precisamente la persecución que sufrían los de Filadelfia, porque es probable que concitara la atención de la gente y que eso les diera ocasión para proclamar el mensaje de Jesús. El ejemplo de constancia que han dado los perseguidos ha convertido siempre a muchos espectadores.  (2)  Por eso Satanás es derrotado muchas veces cuando creía haber vencido. Ese fue el secreto de la muerte de Cristo. Satanás pensó que había vencido al verlo morir, cuando en realidad fue derrotado. Igual sucede con los cristianos: ellos triunfan cuando parecen vencidos. Su influencia aumenta con la persecución. En nuestro tiempo hay muchos lugares donde los cristianos son perseguidos, y otros donde les está prohibido, bajo pena de muerte, evangelizar. Pero hay también muchos, como nuestro país, donde las puertas están abiertas. Esas son las oportunidades que nosotros debemos aprovechar para llevar el mensaje de salvación a los perdidos, a los que, sin saberlo, andan por el camino ancho y espacioso que lleva a la perdición, porque nadie les ha advertido. A nosotros toca mostrarles la puerta y el camino estrecho que lleva a la vida. No  tenemos excusa si no lo hacemos.

Notas: 1. Filadelfia es el nombre de una ciudad situada en la provincia romana de Asia (que no debe confundirse con el continente de ese nombre) que fue fundada por Eumenes, rey de Pérgamo en el segundo siglo AC. El nombre de la ciudad [Philadelphia en griego, de philia (amor filial) y adelphós (hermano)] se lo puso Eumenes II en recuerdo de su hermano Attalus II, que fue llamado Philadelphus (hermano amante) por su fidelidad proverbial.

Estaba situada en la parte alta de un ancho valle y en el umbral de una llanura muy fértil, de donde provenía la riqueza comercial de la ciudad. Albergaba varios templos paganos, que le aseguraban un flujo constante de peregrinos, por lo que llegó a ser conocida como “pequeña Atenas”. A inicios del siglo II, Ignacio, obispo de Antioquía, camino a Roma, donde sería martirizado, escribió una carta a la iglesia de Filadelfia.

Sin embargo, esa región estaba sujeta a terremotos, uno de los cuales, el año 17 DC, destruyó totalmente la ciudad. Reconstruida generosamente por los romanos, la ciudad adoptó el nombre de Neocesarea, en homenaje al César, su benefactor, pero pronto retomó su antiguo nombre. La ciudad se hizo famosa por sus templos y festivales religiosos. Pero no era la única ciudad en ese tiempo que se llamaba así. Había otra en Egipto. Filadelfia era también el nombre de una de las ciudades de la Decápolis, la antigua Rabá, capital de los amonitas, que fue conquistada por David (2Sm 12:26-31). En los EEUU, donde abundan las ciudades con nombres bíblicos, hay una gran ciudad en el estado de Pennsylvania que se llama así, donde se firmó la independencia de ese país el año 1776.  

La carta dirigida al ángel de la iglesia de Filadelfia alude posiblemente a algunas de las circunstancias de la ciudad. Como Philadelphus fue renombrado por su fidelidad a su hermano, la iglesia fue conocida por su fidelidad a Cristo. Como la ciudad está situada en una puerta abierta a la región de donde deriva su riqueza, a la iglesia se le ofrece la oportunidad de ser una “puerta abierta” para la extensión del Evangelio. En contraste con la inestabilidad del suelo, debido a los terremotos, a los que vencieren se les ofrece la estabilidad suprema de ser columnas en el templo de Dios. (Información tomada principalmente del “New Bible Dictionary”). La ciudad sobrevive con el nombre de Ala-sehir, (probablemente “ciudad de Alá”), una cuarta parte de cuya población es griega y cristiana.

2. En cambio la inconstancia, o la infidelidad de la Iglesia, alejan de ella a los que pudieran haberse convertido. De ahí la tremenda responsabilidad de los que causan escándalos en la iglesia que la vuelven indigna del nombre que llevan.



Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


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viernes, 13 de noviembre de 2015

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS IX - SARDIS II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS IX
A LA IGLESIA DE SARDIS II
Un Comentario de Apocalipsis 3:4-6

4. “Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas.” (Nota 1)
Pese a lo que ha dicho anteriormente acerca de la infidelidad de los miembros de esta iglesia, Jesús admite, no obstante, que sí hay algunos que han permanecido fieles, pese a las presiones e influencias corruptoras del ambiente de la ciudad. Ellos, dice Jesús, no han manchado sus vestiduras, es decir, sus almas, y por ese motivo algún día andarán con Él con vestiduras blancas, es decir, cubiertas por la gloria celestial.

Las vestiduras limpias del alma anuncian las vestiduras blancas que recibirán en el cielo. Jesús asegura que los llamará a su presencia para honrarlos delante de todos porque son dignos de ese premio, ya que resistieron los halagos con que el mundo quiso atraerlos para que le dieran la espalda a su Salvador. ¿A cuántos de nosotros dirigirá Jesús palabras semejantes? Esto es, ¿no manchaste tu alma con el pecado ofendiéndome? ¿Te mantuviste firme frente a las tentaciones, y diste un testimonio impecable de mí con tu comportamiento? ¿Somos dignos nosotros también de recibir esa recompensa algún día, y de que Jesús –como dice más adelante- confiese nuestro nombre delante de su Padre y de sus ángeles? (Mt 10:32; Lc 12:8). Bienaventurados nosotros si lo somos, porque no rechazamos la gracia que se nos dio para que nos mantuviéramos fieles.

5. “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.”
Una vez más Jesús promete “al que venciere” que heredará el reino prometido. El secreto para recibir la recompensa esperada es haber vencido en la lucha contra el mundo, la carne y la vanagloria de la vida (1Jn 2:16). La vida del cristiano es una lucha constante, en primer lugar, consigo mismo –es decir, contra sus pasiones- y, en segundo lugar, contra las influencias del entorno; contra las seducciones que nos atraen, y contra las amenazas de aquellos a quienes nuestra firmeza ofende.

Al que venciere Jesús le promete que su nombre no será borrado del libro en el que están consignados los nombres de los que serán admitidos a gozar del banquete del reino, al que nadie puede entrar con vestiduras manchadas.

El concepto de un libro en que están inscritos todos los salvos aparece temprano, en Ex 32:32,33, cuando Moisés intercede por el pueblo que ha sido infiel adorando al becerro fundido; y luego figura en diversos lugares (Sal 69:28; Is 4:3; Dn 12:1 Flp 4:3; Hb 12:23; Ap 13:8; 17:8; 20:12,15), y nos habla de la predestinación de los salvos. Pablo escribe en Romanos “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (8:30). En este pasaje se describe el proceso que empieza en la mente de Dios, sigue en el llamado, se concreta en la justificación por la fe, y culmina en la gloria.

Jesús dijo a sus apóstoles que mayor motivo de alegría debía ser para ellos el que sus nombres estén escritos en el cielo, que todas las señales y milagros que ellos pudieran hacer con el poder del Espíritu. (Lc. 10:20). En última instancia, el asunto más importante de toda nuestra existencia terrena no es nuestra carrera, nuestro negocio, nuestro ministerio, si nos casamos o no, y con quién, sino es saber si nos salvamos o no, es decir, si vamos al cielo para gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, o si vamos al infierno para ser atormentados sin fin por el diablo. Todo lo demás, aquellas cosas por las cuales nos afanamos tanto y por las cuales se encienden las rivalidades, las peleas y las guerras entre los hombres, son secundarias y de mucha menor importancia. Como dijo Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26).

Jesús dijo en una ocasión: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.” (Mt 10:32). ¿Qué mayor privilegio que Jesús mencione nuestro nombre delante de su Padre (y de sus ángeles, Lc 12:8), como diciendo: éste es uno de los que me permanecieron fieles en medio de las tribulaciones y de las acechanzas que tuvo que afrontar? ¿Y que nos haga avanzar hasta el trono de gloria para presentarnos a su Padre? (2)

6. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
¿No tenemos todos oídos acaso? Aun el sordo si lee algo, oye interiormente el mensaje que le transmite el texto. Jesús dijo en más de una ocasión: “El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mt 11:15; 13:9,43; Mr 4:23; Lc 8:8; 14:35). El sentido es: No basta que oiga; es necesario, además, que sus oídos hayan sido abiertos para que entienda. Siglos atrás el profeta Jeremías dirigió al pueblo elegido un reproche alusivo a su sordera espiritual: “Pueblo necio y sin corazón, que tiene ojos y no ve; que tiene oídos y no oye.” (Jr 5:21).

En efecto, todos oímos, pero no todos entendemos, porque no nos conviene, o porque no queremos obedecer (Pr 29:19). Por eso el sentido de este versículo es: el que tenga oídos que escuchen, oiga y entienda lo que el Espíritu dice y, además, haga caso. ¿Quién lo dice? ¿Quién habla? El Espíritu Santo. ¿Y no hemos de prestar atención a sus palabras? ¿Nos haremos los desentendidos, los que no entienden? ¿A quién le habla el Espíritu? No a un hombre en particular del pasado, sino a todos los fieles, a todos los miembros de todas las iglesias. Porque estas cartas dirigidas a una iglesia del pasado en particular, contienen un mensaje para todas hoy. Conciernen a la situación particular de una iglesia del pasado, pero todas participan, o pueden participar, de las mismas circunstancias que motivan el mensaje.

Si Dios habla a las iglesias, me está hablando a mí que soy cristiano. Este no es un mensaje trasnochado, dirigido a creyentes que vivieron siglos atrás, y con cuyas circunstancias yo no tengo nada en común. No. El mensaje es para mí y para ti, amigo lector. Cuando el Espíritu habla, habla a todos. El mensaje es de hoy tanto como de ayer. Siempre será actual.

Me habla a mí y te habla a ti. ¿Tienes oídos para oír y entender? Si no estás seguro, pídele: ‘Señor, ábreme los oídos como se los abriste al sordo para que oyera.’ (Mr 7:37). Haz que entienda lo que quieres decirme. Que tu Espíritu ilumine tu palabra cuando la lea o la oiga, para que entienda lo que quiere decirme. ¡Oh sí, Señor! Dame un oído atento a tu reprensión, a tu aliento, a tu llamado, a tu dirección.

“Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn 6:68). Aliméntame Señor con ellas. Dame un oído sabio, que saboree tus palabras y se goce en ellas. Que se hagan carne en mí y las atesore en mi corazón. Despierta, Señor, mi espíritu para que oiga tu voz y te siga.

Notas: 1. El original griego dice: “Tienes algunos nombres”. El que llamó a Moisés por su nombre desde la zarza ardiente (Ex 3:4), conoce a todas sus ovejas por su nombre.
2. Si bien Jesús en algunos pasajes habla de los ángeles de su Padre, en otras ocasiones se refiere a los ángeles del cielo como siendo suyos, como cuando habla de la venida del Hijo del Hombre: “Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos…” (Mt 24:31). Esto apunta a la identidad del Padre y del Hijo: lo que pertenece a Uno, pertenece también al Otro.

Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:

   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#905 (). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).