viernes, 29 de septiembre de 2017

AL ACERCARNOS AL NRO. 1000 !!!!!

Al acercarse nuestra publicación NRO. 1000
Queremos invitar a todos nuestros lectores y amigos de LA VIDA Y LA PALABRA, a ser parte de esta importante etapa. 
Por ello les invitamos a compartir sus testimonios de cómo ha edificado sus vidas este ministerio, o si el mensaje publicado les fue útil en algún momento específico, o en qué forma les son útiles las publicaciones, … etc.

Nos será muy grato recibir sus comentarios, sugerencias y aún contribuciones…..

jbelaun@outlook.com 

Con amor y gratitud a Dios.

miércoles, 27 de septiembre de 2017

EL IMPÍO HACE OBRA FALSA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL IMPIO HACE OBRA FALSA
Un Comentario de Proverbios 11:18-22
Los versículos 18 y 19 expresan pensamientos semejantes: el “galardón firme” que se menciona es la vida eterna. El texto en el vers. 19 dice sólo “vida”, pero es obvio que la vida de que ahí se habla es la misma de que habla tanto Jesús en el evangelio de Juan (Jn 5:24; 6:40,47; etc.). Es evidente, pues, que la noción de vida eterna existía mucho antes de que Él viniera. El resultado vano que obtiene de sus esfuerzos el impío se revela, una vez desaparecidas todas las apariencias, como muerte.
18. “El impío hace obra falsa; mas el que siembra justicia tendrá galardón firme.”

En este proverbio antitético se contrastan el fruto que se obtiene obrando bien y el que se obtiene obrando mal.
    “El impío hace obra falsa” porque el resultado que obtenga por sus esfuerzos al final lo decepcionará. Si obtuvo alguna ventaja material de la que se ufanaba, ésa será transitoria y puede volverse en contra suya. Dicho de otra manera, “obra falsa” es la fugaz que no dura. Eso es lo que muchos de los que obraron conscientemente mal, al final experimentaron cuando, por una circunstancia inesperada, su mal accionar quedó al descubierto y fueron acusados públicamente. Todo lo que habían obtenido con su mal proceder desapareció, o se volvió en contra suya.
    Cada cual cosecha lo que siembra; lo que cosecha el impío corresponderá a la mala calidad de su semilla. El que siembra justicia es el que se conduce rectamente. Siembra justicia en los surcos de tu vida y cosecharás paz y prosperidad. Ése es tu premio. (c.f. 10:6; Gál.6:7,8). Notemos, de paso, que “sembrar justicia” adquirió en el tiempo también el sentido de “dar limosna”, esto es, ser generoso, que es algo que Dios bendice. (c.f. vers. 24,25; 2Cor.9:6).
    El corazón y la voluntad del hombre son reclamados por dos señores que le prometen una gran recompensa. Pero si el maligno cumpliera sus promesas y ellas no fueran engañosas, todos los seres humanos vivirían ricos y felices. La primera persona que fue engañada por él fue Eva, a quien la serpiente le prometió que ella y su marido serían como Dios, conociendo el bien  y el mal. Pero el resultado de su obediencia a la sugerencia de Satanás fue que ambos se avergonzaron de estar desnudos y corrieron a esconderse cuando oyeron la voz de Dios en el jardín (Gn 3:8-10). Se escondieron porque se sabían culpables. Ése fue su primer contacto con el mal, que antes ignoraban.
    Jesús mismo fue tentado por Satanás que le ofreció todos los reinos del mundo y su gloria si postrado le adoraba. ¿Pero qué necesidad tenía Jesús de que alguien le ofreciera lo que de hecho y desde siempre le pertenecía, porque Él lo había creado todo con su palabra? (Mt 4:8,9).
    Los pecados de la carne que el demonio estimula, pasada la satisfacción momentánea que ofrecen, conducen al desengaño, a los remordimientos, y a la muerte (Rm 6:21; Pr 5:3-5).
    Las Escrituras nos presentan varios ejemplos de cómo se cumple la verdad enunciada por este proverbio. El faraón quiso exterminar al pueblo hebreo ordenando que se matara a todos los hijos varones que les nacieran, pero en la noche de la primera Pascua Dios hizo morir a todos los hijos primogénitos de los egipcios, incluyendo al del propio faraón (Ex 12:29,30). Más adelante, cuando se arrepintió de haber dejado salir al pueblo hebreo, ordenó que su ejército saliera a perseguirlos, pero Dios hizo que todos sus soldados y jinetes perecieran ahogados en las aguas del Mar Rojo que los israelitas habían atravesado en seco poco antes (Ex 14:11-28).
    Acab creyó que podía apoderarse de la viña de Nabot que codiciaba, haciéndolo matar por blasfemo, pero Elías le salió al encuentro y le profetizó que en el mismo lugar en que los perros habían lamido la sangre de Nabot, lamerían la suya (1R 21).
    ¿Qué cosa es sembrar justicia? Es vivir rectamente y con la mira puesta en la recompensa eterna. Como dice Oseas: “Sembrad para vosotros en justicia; cosechad para vosotros en misericordia.” (Os 10:12). Y también Gálatas: “Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará.” (Gal 6:7). El hombre no puede cosechar un fruto diferente a la semilla que ha sembrado. Tal la semilla, tal la cosecha. De  ahí que Jesús dijera del hombre: “Por sus frutos los conoceréis… No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.” (Mt 7:16,18).
    En contraste con el mal fruto que cosecha el impío, está el galardón firme del que siembra justicia. Aunque durante algún tiempo su tarea pueda ser penosa, al final será recompensado: “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas.” (Sal 126:6). Sin embargo, nadie recibe la totalidad de su galardón en esta vida; lo mejor del galardón está reservado para la otra vida, que es eterna.
19. “Como la justicia conduce a la vida, así el que sigue el mal lo hace para su muerte.”
La justicia que conduce a la vida (“el camino de la justicia”, Pr 12:28) caracteriza al sabio que endereza sus caminos con el temor de Dios, buscando agradarle y obedecerle en todo. Ciertamente el que vive de esa manera será recompensado con buena salud y vitalidad (11:31a), esto es, con plenitud de vida en sentido terrenal, mientras que el que tuerce sus caminos probablemente enfermará y morirá joven. Pero si se tiene en cuenta que la promesa que encierran estas palabras se refiere también a la vida eterna, el que tiene a Dios en cuenta en todos sus caminos (Pr.3:6) encontrará que los brazos de Dios lo recibirán al final de su vida en la tierra. El versículo siguiente explica parte del motivo: su conducta agradaba a Dios.
    Y esta es la pregunta que debemos hacernos todos: ¿Mi conducta agrada a Dios? Si la respuesta es positiva podemos estar seguros de que su bendición reposa sobre nosotros, aunque podamos pasar por pruebas. Si es negativa, nada de lo que hagamos conducirá a buen fin, aunque el éxito nos sonría temporalmente.
    Este proverbio se refiere ciertamente a la vida eterna y parece sugerir que la salvación se obtiene mediante la justicia que, en este contexto, no puede ser sino la propia (cf vers. 5 y 6). Aunque no exclusivamente: el piadoso es justo porque teme a Dios. El temor de Dios es una forma de fe, que mueve al hombre a actuar bien. La segunda línea confirma lo que dice Rm. 6:23 (c.f. Pr 10:28b).
    ¿De qué vida y de qué muerte se habla aquí? ¿No es la vida o la muerte eterna? No hay duda de que Jesús al hablar de la vida eterna ha hecho uso de una larga tradición que daba un sentido espiritual a esas palabras.
    La vida de que aquí se habla es la vida eterna que se alcanza por medio de la justicia, la cual, para el judío piadoso, consistía en observar la ley. No hay aquí mención de la fe.
    Podría decirse que esto es aplicable al israelita del Antiguo Testamento. Él no podía tener fe en el Redentor porque aún no había venido, pero sí podía tener fe en Dios, como Abraham, de quien se dice que le “creyó a Jehová y le fue contado por justicia.” (Gn 15:6).
    El labrador espera pacientemente que la semilla que ha sembrado produzca fruto; aunque pueda demorar, la recompensa de su paciencia es segura (St  5:7,8). La rectitud es la semilla; la felicidad es la cosecha. La perseverancia es condición necesaria para recibir la recompensa, como dice Pablo: “Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, abundando en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” (1Cor 15:58).
    La justicia no sólo libra de muerte (Pr 11:4), como ocurrió con Lot y su familia (Gn 19:16), sino que también “conduce a la vida” (Pr 10:16; Is 3:10), porque Dios dará una recompensa eterna a los que, habiendo creído, perseveran en hacer el bien (Rm 2:7), como se dice en Apocalipsis: “Mira que yo vengo pronto y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según su obra.” (22:12).
20. “Abominación son a Jehová los perversos de corazón; mas los perfectos de camino le son agradables.”
Este es un versículo de paralelismo antitético. Contrasta al perverso con el perfecto o íntegro. Este es un contraste que ya figura en el vers. 3; y más explícitamente en Prov 3:32: “Porque Jehová abomina al perverso; mas su comunión íntima es con los justos.”
    Dios abomina, es decir, detesta al corazón perverso, torcido, que busca siempre el mal y no el bien, las consecuencias de cuya obra son siempre perniciosas para otros y, en última instancia, para sí mismo. En cambio, le agradan los que actúan rectamente, cuyo corazón de una manera natural se inclina al bien y rechaza el mal.
    La palabra “abominación” (toeba) es una las más fuertes y condenatorias del Antiguo Testamento. Con ella se designan los alimentos impuros (Dt 14:3); el sacrificar a los niños pasándolos por fuego (Dt 12:31); el casarse con mujeres extranjeras –porque servían a dioses ajenos- (Mal 2:11); el culto falso de los impíos (Pr 21:27); la homosexualidad (Lv 18:22). El libro de Proverbios la usa para referirse a los de corazón perverso, pero también al corazón altivo (16:5). Ambas cosas suelen ir juntas. El perverso cree que nunca tendrá que rendir cuentas a la justicia divina; se cree seguro en su impiedad. ¡Cuán equivocado está! Cuando menos lo piense será castigado y desaparecerá: “Vi yo al impío sumamente enaltecido, y que se extendía como laurel verde. Pero él pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué y no fue hallado.” (Sal 37:35,36).
    ¿Pero quiénes son los rectos de camino sino aquellos a quienes Dios mismo hace rectos? No se hicieron rectos ellos mismos. Son obra suya. Aquí se contrasta al recto de camino con el de corazón perverso, porque tal como es el corazón, será el camino (Ch. Bridges) El que es perverso de corazón sigue inevitablemente un camino torcido, porque se inclina hacia él inconscientemente. Así como Dios detesta al perverso, Él se deleita en el recto que le obedece y le sirve.
21. “Tarde o temprano, el malo será castigado; mas la descendencia de los justos será librada.”
    Cuando yo era niño había un “slogan” comercial que decía: “Tarde o temprano su radio será un Phillips”. Era tan conocido que había gente que lo empleaba como refrán para indicar algo que tenía que ocurrir de todas maneras, pese a todos nuestros esfuerzos para impedirlo.
    El castigo del impío es tan inevitable como la muerte. Aunque demore, ha de venir, porque Dios es justo y no puede dejar que su justicia sea quebrantada. Este proverbio se relaciona con todos aquellos versículos que auguran el fin del malo. (10:29; 11:19; 13:13; 15:10; 19:16; 29:1).
    El vers. opone el castigo de los malos a la liberación -sea del castigo, o del infortunio, o de la opresión- de la progenie o descendencia del justo, en lugar de asegurar simplemente que el justo será librado. Es decir, transfiere el beneficio de la justicia divina del justo a su descendencia (Dt.7:9; Sal.25:12,13; 37:25; 112:2). Pero esa inferencia desaparece si se entiende “la descendencia” en el sentido de “la raza de los justos” (Kidner, c.f. Sir:8:39; Gál.3:7), lo que incluye al justo mismo.
    Sin embargo, el proverbio expresa implícitamente también la idea de que durante un lapso no breve de tiempo el malo puede ser victorioso y prosperar, mientras que los justos sufren opresión. El proverbio promete liberación para unos y sanción para otros, aunque ambas cosas demoren, esto es, se cumplan en el tiempo de Dios y no en el nuestro (Jb.5:19; 2Tim.4:18, Pr 12:21; Sal 91:3,10,15c).
    Este proverbio. es un gran consuelo para los que, como el autor del Sal 73, se afligen viendo la prosperidad de los impíos. "Tarde o temprano…” Nosotros preferiríamos que fuera temprano para verlo, porque si ocurre muy tarde quizá no lo veamos. Pero creo, sobre todo, que preferimos que sea temprano para que el malvado no goce de mucho tiempo de bonanza y que experimente pronto el fruto maligno de sus actos ¿Para que se arrepienta? No, para que le duela. Vemos pues, que esta frase (“tarde o temprano”) despierta nuestro espíritu de justicia propia y de juicio, no muestra compasión, como si nosotros nunca hubiéramos estado en el grupo de los malvados, y nunca hubiéramos sido beneficiarios de la misericordia y paciencia de Dios.
    Pero, ¿cuáles son los sentimientos de Jesús frente a esta frase? Pena y compasión por los malvados que no se arrepientan, porque Él los ama también a ellos, y murió también por ellos. Esos sentimientos deberían también ser los nuestros.
    El segundo estico es una bella promesa que muestra cómo la misericordia de Dios premia al justo “hasta mil generaciones” (Dt 7:9).
22. “Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa y apartada de razón.”
La mujer privada de razón, de discreción o de sabiduría, es la mujer insensata, la necia, la que carece de discernimiento, la tonta. No es la adúltera intrigante de Prov. 7, ducha en artimañas y amores ilícitos, sino la crédula y estúpida, que escoge siempre el camino menos conveniente para ella, pero que no carece de buenos sentimientos. Pues bien, la belleza le sienta mal a esa mujer porque no sabe hacer buen uso de ella sino, al contrario, le tiende trampas. Los términos de la comparación son terribles porque el cerdo era para los israelitas un animal abominable e impuro. ¿Qué papel puede jugar un zarcillo de oro, una pequeña alhaja, en el hocico de un sucio animal que se revuelca en el fango? El contraste es chocante. Así es la belleza en el rostro de una mujer insensata. Por lo general es desgraciada porque se deja engañar por los hombres que se aprovechan de ella. A ella se aplica el viejo refrán: “La suerte de la fea, la bonita lo desea”.
    La belleza física es un don divino en el hombre y en la mujer, y debe ser apreciado como tal, pues con frecuencia es reflejo de la belleza interior, la del alma, como en el caso de José (Gn 39:3), o el de David (1Sm 16:12), o el de Ester (Est 2:7).
    Pero sabemos también que la belleza puede ser engañosa y esconder un corazón necio o impío (Pr 31:30). Todo el encanto de la belleza se pierde en la mujer carente de discreción, porque en lugar de tener honra (v. 11:16), le puede traer deshonra, si su belleza se vuelve objeto de las más bajas pasiones, y ella es incapaz de retener su virtud (2Sm 11:2), como ocurrió en el caso de Betsabé, la mujer del fiel Urías, que por haber cedido a la pasión de David, provocó la muerte de su marido (2Sm 11:15-17). El alma alejada de Dios pierde su verdadera belleza, que es interna, aunque conserve la apariencia externa.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#950 (06.11.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 21 de septiembre de 2017

martes, 19 de septiembre de 2017

LA MUJER AGRACIADA TENDRÁ HONRA

  LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA MUJER AGRACIADA TENDRÁ HONRA
Un Comentario de Proverbios 11:16 y 17
16. “La mujer agraciada tendrá honra, y los fuertes tendrán riquezas.”

¿En qué consiste la gracia de la mujer? En Proverbios 31:30 está la respuesta.
La belleza en la mujer y la fortaleza en el hombre son aquí elogiadas y, a la vez, contrastadas. Pero ¿es ser “agraciada” sólo ser bella? ¿O es más bien estar llena de gracia? Es decir ¿Estar llena del favor de Dios, y de todas las virtudes y dones que lo acompañan?
En este proverbio se yuxtaponen belleza femenina y fortaleza masculina. Pero Derek Kidner observa que, si miramos al v. 22 (“Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa, pero falta de razón”), el autor tiene en mente algo más que la mera belleza exterior, esto es, las virtudes interiores, el buen sentido, lo cual anuda con la versión de la segunda línea de sentido contrario que trae la Septuaginta: "Pero la mujer que odia la rectitud es motivo de deshonra" (Véase Sir 26:1-23). Es motivo de deshonra para ella misma, o para su marido, o para sus padres. ¿Cuántas veces hemos visto que la mujer de costumbres ligeras es motivo de vergüenza para los suyos?
La mujer agraciada es no sólo la bonita, sino aquella que está “llena de gracia”, es decir, aquella a quien la sabiduría, la prudencia, la discreción y la modestia embellecen. Aquella que obra siempre de una manera atinada, cuyas palabras y mirada reflejan la bondad de su corazón; la que tiene palabras de aliento para el cansado, y de consejo para los que atraviesan por situaciones difíciles. Aquella que con sus buenas y oportunas palabras, y con la bondad de sus gestos, sana las heridas, y restaura el ánimo de los desdichados. Mujeres que con su sola presencia bendicen a los que las rodean.
Así como hay mujeres que con su boca provocan conflictos, las hay también que con su boca y con su actitud calman los ánimos, trayendo paz y consuelo: “Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua.” (Pr 31:26).
El apóstol Pedro exhorta a las mujeres: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de odornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estima delante de Dios.” (1P 3:3,4). Notemos que hay cualidades en la mujer que son de gran estima delante de Dios, esto es, que Él inmensamente aprecia. ¿Aprecia Dios tus virtudes, oh mujer que lees estas líneas? ¿Te esfuerzas por adquirirlas? Por algo dice Salomón que “la mujer virtuosa es corona de su marido.” (Pr 12:4). Pero contrariamente también dice: “Mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa.” (21:9; cf v. 19). El carácter de la mujer decide la felicidad, o la desdicha, del hombre que se case con ella. Una mujer de mal carácter puede amargar la vida del hombre.
La sabiduría adorna con gracia y con una “corona de hermosura” a la mujer que se empeña en adquirirla, y la valora más que ninguna otra posesión (Pr 4:7-9). Ella ilumina no sólo el rostro del hombre sino también, y con creces, el de la mujer, cuyos ojos brillan con el reflejo de su belleza interna (Ecl 8:1).
Gozar de estima general es de mayor valor que el dinero ganado por métodos abusivos o violentos, como afirma un proverbio: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro.” (Pr 22:1). La gracia es inmensamente superior a la fuerza bruta, porque con ella la mujer conquista el corazón de su marido (5:19).
En la Biblia tenemos numerosos casos de mujeres que sirven de ejemplo a otras por sus cualidades morales. Una de ellas es Rut, la moabita, que mantuvo su virtud pese a la situación apremiante que enfrentaba, pero que obtuvo un premio inesperado por su bondad y constancia (Rt 3:11; 4:13). Ella es, dicho sea de paso, una de las cuatro antepasadas de Jesús que menciona la genealogía de Mateo, a pesar de que no pertenecía al pueblo elegido (Mt 1:5). Otro es el de Débora quien, siendo mujer, gobernaba como juez a Israel, y la gente del pueblo venía a ella para que juzgara y dictara sentencia en sus disputas (Jc 4:4,5). La reina  Ester retuvo su influencia sobre su marido pagano, y salvó a su nación del exterminio que sus enemigos habían decretado (Est 9). Ana, la madre de Samuel quien, siendo estéril, suplicó a Dios que le diera un hijo, que ella se comprometió a dedicar desde niño al servicio del Señor (1Sm 1). Abigaíl, que con sus sabias palabras supo aplacar el ánimo vengativo de David, y salvó a su casa de una destrucción segura. Ella agradó tanto al futuro rey que, cuando quedó viuda, él la tomó por esposa (1Sm 25). La viuda de Sarepta, y la sunamita, que fueron bondadosas con los profetas de Dios y recibieron una recompensa que colmó sus expectativas (1R 17:10; 2R 4:8-37).
Loida y Eunice, que educaron a Timoteo en el conocimiento de las Escrituras (2Tm 1:5). Priscila, que junto con su esposo Aquila, fue una colaboradora más que eficaz de Pablo (Hch 18:2,26; Rm 16:3). Dorcas, rica en buenas obras, a quien Pedro resucitó (Hch 9:36; 39-43).
La segunda línea de este proverbio puede interpretarse en un sentido positivo, o negativo, según sea el significado que se atribuya a la palabra “fuertes” (aritzim en hebreo, esto es “poderosos”, o “violentos”, u “opresores”). Sin embargo, la Jewish Study Bible sugiere que en vez de aritzim esa palabra debería leerse como haritzim, esto es, “diligentes”, siguiendo a la traducción griega.

Si le damos un sentido negativo concluiremos que los “fuertes” sólo acumulan riqueza y el prestigio dudoso que la acompaña. Pero si le damos un sentido positivo, afirmaremos con Salomón que “la mano de los diligentes enriquece.” (Pr 10:4). No obstante, hay una riqueza espiritual con la cual el varón de Dios puede ser bendecido si se mantiene fuerte frente a las tentaciones y pruebas, y constante en la búsqueda de la verdad. Ella es de mucho mayor valor que la riqueza material.
Los vers. 17 al 21 de Prov 11, sumados al 23, forman un grupo de proverbios antitéticos (exceptuando el vers.19) que tratan del fruto de nuestras obras. El v.17 muestra cómo el resultado de nuestras obras recae en nosotros mismos.
17. “A su alma hace bien el hombre misericordioso; mas el cruel se atormenta a sí mismo,” porque Dios le devolverá multiplicado el mal que cause a otros, así como retribuirá al misericordioso por el bien que hizo a su prójimo, a veces negándose a sí mismo.
            Este versículo apunta a la recompensa eterna, buena o mala, (c.f.14:21) porque algún día cosecharemos, para bien o para mal, el fruto de nuestras obras. ¡Qué tontos son, en verdad, los que ignoran, o pretenden ignorar, que hay un Juez justo que asignará a cada cual la recompensa merecida por lo que hizo, o dejó de hacer, en esta vida!
            Dicho de otra manera, hacer misericordia redunda en beneficio propio. Lo recíproco puede decirse también de lo opuesto: hacer daño a otros es hacérselo a sí mismo, en parte porque suscitará el deseo de venganza de los agraviados; como temía Jacob que le ocurriera por la crueldad mostrada por sus hijos Leví y Simeón con Hamor y Siquem al vengar el honor de su hermana Dina (Gn 34:24-31).
            El texto del versículo subraya las palabras “...a sí mismo”, porque el cruel experimentará en su propia carne los tormentos con que afligió a su prójimo.
La misericordia (hesed en hebreo), que hemos definido como “amor que se inclina hacia el desdichado”, es uno de los atributos de Dios más importantes para el hombre, porque fue su misericordia lo que lo impulsó a venir a la tierra para salvarnos. No es simplemente una cualidad natural en el hombre, sino es un fruto del Espíritu obrado por la gracia. El ser humano misericordioso, sea varón o mujer, refleja la naturaleza de Dios: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.” (Lc 6:36). Por eso Pablo exhorta a los cristianos antes que nada, a vestirse “de entrañable misericordia”, esto es, de ese sentimiento de compasión que brota de lo más profundo de nuestro ser, y que incluye el soportarnos y perdonarnos unos a otros (Col 3:12,13).
            Del buen samaritano se dice que “fue movido a misericordia” al ver al hombre herido que, sin embargo, era un forastero para él (Lc 10:33). ¿Cuántas veces habremos sido nosotros “movidos a misericordia”, en vez de permanecer indiferentes ante la desdicha ajena, como es frecuente aun entre cristianos? Si lo hemos sido, habremos actuado como Dios espera de nosotros, esto es, si en verdad reflejamos su naturaleza y amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, tal como ordena el que es, según Jesús, el segundo gran mandamiento (Mt 22:39,40).
De otro lado, como dice Santiago: “Juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia.” (2:13). Las consecuencias pueden ser funestas para el inmisericorde. Veamos algunos ejemplos. El castigo que recibió Caín por su fratricidio fue terrible, pues fue maldito por Dios de modo que anduvo errante por la tierra como un extranjero a donde quiera que fuere, y Dios tuvo que poner una señal en él para que no lo matase el que lo hallase (Gn 4:11-15). Los hermanos de José fueron angustiados por el remordimiento muchos años después de haberlo vendido como esclavo (Gn 42:21). Aunque el cruel rey Acab se disfrazó para que no lo reconocieran los arqueros enemigos, uno de ellos disparó al azar y lo hirió de muerte sin querer. Su sangre fue después lamida por los perros (1R 22: 34,35,38). Pero peor aún fue la suerte corrida por su esposa, la impía Jezabel, pues fue arrojada al pavimento desde una alta ventana, y cuando un tiempo después quisieron darle sepultura, sólo hallaron pedazos de su cadáver, pues se lo habían comido en parte los perros, en cumplimiento de la profecía pronunciada contra ella por Elías (2R 9:30-37).
Un autor del siglo quinto escribe sobre este proverbio lo siguiente: “La oración sube más rápidamente a los oídos de Dios cuando es impulsada por la recomendación de la limosna y del ayuno. Puesto que se ha escrito que  “a su alma hace bien el misericordioso”, nada le pertenece al individuo más que lo que ha gastado en su prójimo. Parte de los recursos materiales que han sido usados en socorrer al pobre se transforman en riquezas eternas. El tesoro nacido de tal generosidad no puede ser disminuido por el uso ni dañado por el deterioro físico (Mt 6:20). Se ha dicho: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mat 5:7). Aquel que constituye el mayor ejemplo de este principio, esto es, Jesús, será también la suma de su recompensa.”
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

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miércoles, 13 de septiembre de 2017

MARDOQUEO II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MARDOQUEO II
Un día, estando Mardoqueo sentado a la puerta del palacio del rey –es posible que Ester hubiera obtenido que él fuera nombrado portero de palacio- él se entera casualmente de un complot de dos eunucos para matar a Asuero (Nota 1). Él informa a Ester y ésta informa al rey. (Est 2:21,22). Hechas las averiguaciones se comprobó que era cierta la denuncia y los dos culpables fueron colgados en una horca. “Y fue escrito el caso en el libro de las crónicas del rey.” (v. 23). Mediante este incidente Dios estaba preparando el terreno para el futuro engrandecimiento de Mardoqueo. Pero notemos que así como los hebreos mantenían libros de Crónicas donde se consignaban sobre todo los principales hechos de la historia de sus reyes, y otros acontecimientos de la historia de su pueblo, ésa era una costumbre común de todas las naciones de ese tiempo.
Asuero había engrandecido a Amán, seguramente por lo mucho que éste lo adulaba. Todos se arrodillaban ante Amán, pero Mardoqueo rehusaba hacerlo. ¿Por qué motivo? Porque consideraba que no debía inclinarse ante ningún hombre sino sólo ante Dios, y menos podía él inclinarse ante un descendiente de Agag (3:1), el rey de los amalecitas, enemigos jurados de Israel. (2) Ofendido en su orgullo, Amán se propone destruir no sólo a Mardoqueo, sino a todo el pueblo judío.  
No es la primera ni la única vez que alguien se propone destruir al pueblo elegido. ¿Quién inspiraba entonces ese deseo? Satanás. ¿Y por qué? Porque él sabía que de ese pueblo nacería el Mesías.
Amán echó suertes (Pur cuyo plural es purim) para saber en qué mes convendría llevar a cabo su propósito, y salió el duodécimo mes, que es el mes de Adar (febrero/marzo).
Por instrucciones del rey, Amán publicó un edicto ordenando que el día 13 del mes de Adar, se exterminara a todo el pueblo judío, incluyendo ancianos, mujeres y niños (3:11-15). Nótese que el rey ordenó destruir al pueblo judío sin saber que la reina a la que tanto amaba, y Mardoqueo, el hombre que le había salvado la vida, eran ambos judíos.
El texto dice que, al enterarse del decreto, la ciudad de Susa se conmovíó (3:15). Eso es comprensible si se tiene en cuenta que, amados o no, los judíos por su industriosidad eran un elemento esencial de la vida económica de la ciudad, y posiblemente muchos de sus pobladores los estimaban, y algunos hasta los tenían por amigos.
Cuando Mardoqueo se enteró “rasgó sus vestidos, se vistió de cilicio y de ceniza, y se fue por la ciudad  clamando con grande y  amargo clamor.” (4:1). Tenía buena razón para ello, porque sabía que él era la causa del odio de Amán contra su pueblo.
Angustiados los judíos, vistiéndose de cilicio, convocaron a un ayuno con luto, llanto y lamentación, al cual se adhirió Mardoqueo (4:3).
Enterada a su vez, Ester quiso que Mardoqueo viniera donde ella a palacio, con cuyo fin le envió vestidos adecuados para presentarse en palacio, pero él no quiso ir.
Mardoqueo le pide a Ester por un intermediario que interceda ante el rey. Pero ella le responde que si ella se  presenta donde el rey sin haber sido llamada primero, ella moriría. Su temor era aumentado por el hecho de que hacía treinta días que ella no había sido llamada por el rey. ¿Estaría él molesto con ella? ¿Habría encontrado entre sus concubinas una mujer que lo atraía especialmente?
Mardoqueo le contesta que ella no escapará al destino de todos los judíos, y añade: Pero si tú no intercedes por tu pueblo, de otro lugar vendrá la liberación. ¿Qué está implícito en esta respuesta? La seguridad de que Dios no dejará perecer al pueblo elegido.
Mardoqueo le hace decir además: Quizá para esta hora tú has llegado a ser reina. Es decir: No es casualidad. Dios te ha puesto en ese lugar con un propósito. (3)
Quizá para esta hora estén ustedes y yo aquí. Es decir, con un fin preciso Dios ha querido que lleguemos a esta edad avanzada y que nos incorporemos a este ministerio de la Edad de Oro. ¿Cuál es ese fin sino el darle gloria, y traer a unos para que conozcan el Evangelio, y a otros para que sean edificados en su fe? La verdad es que Dios ha puesto a cada ser humano con un fin preciso en un lugar y tiempo determinado en el mundo. Muchos son inconscientes de ese fin, aunque involuntariamente lo cumplen. Pero el éxito espiritual de nuestra vida depende de que lleguemos a ser conscientes del propósito por el cual fuimos creados, y lo cumplamos.

Notemos que en la historia santa, en tiempos de opresión del pueblo judío, Dios siempre ha enviado a un salvador que venza a sus enemigos, o que los libere: Moisés, Gedeón, Sansón, Judas Macabeo… Y en esta oportunidad le tocó ese papel a Ester, una simple doncella que, escogida por el rey para ser su esposa, había sido elevada a la categoría de reina. Aquí vemos el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a su pueblo: “Ningún arma forjada contra ti prosperará y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio.” (Is 54:17a).
Pero notemos el contraste: Ninguna persona podía presentarse ante el rey sin haber sido llamada, pues arriesgaba su vida. Sin embargo, todos los seres humanos tienen acceso al trono de gracia de un Soberano mucho más excelso que todos los reyes humanos, para alcanzar misericordia y el oportuno socorro (Hb 4:16).
Entretanto, Amán, ofendido de que Mardoqueo no le rinda homenaje, por consejo de su mujer, hace preparar una horca para colgarlo (Est 5:14).
Al tercer día del ayuno Ester, arriesgando su vida, se viste de gala y se presenta inesperadamente en el aposento del rey. Éste no reacciona airadamente, como era de temer por el hecho de que ella no hubiera sido llamada, sino que le extiende su cetro en señal de favor, y le pregunta: ¿Cuál es tu petición? Ella le contesta que desea que el rey venga ese mismo día con Amán a un banquete que ella ha preparado para honrarlo. El rey acude y le pregunta nuevamente: ¿Cuál es tu petición? Ella le contesta invitando al rey el día de mañana a otro banquete en que ella desea que asista nuevamente Amán. El rey una vez más accede a su deseo (Est 5:6-8).
Pero esa misma noche, no pudiendo dormir, el rey hizo que le leyeran el libro de las crónicas del reino. Llegados al episodio del

complot de los dos eunucos contra el rey que Mardoqueo había denunciado, el rey preguntó: ¿Cómo se premió al hombre que denunció el complot? Los cortesanos le dijeron que no se había hecho nada en su favor. (6:1-3)
Entonces Asuero hizo venir a Amán y le preguntó: ¿Qué debe hacerse con un hombre al cual el rey quiere distinguir? Amán, creyendo que se trataba de él, le contestó que debía vestírsele con ropas reales, ponerle una corona de oro sobre su cabeza, y subirlo al caballo que el rey cabalga. Hecho lo cual debía paseársele por las plazas de la ciudad pregonando: Así se trata al hombre que el rey quiere honrar. Entonces el rey le dijo: Haz con Mardoqueo así como has dicho. (6:6-11) ¡Qué chasco!
Cumplido el encargo, Amán retornó a su casa apesadumbrado y con la cabeza cubierta de vergüenza. Y tenía buena razón para ello (v. 12). Él se había imaginado que el rey quería homenajearlo a él en público, pero resultó que el homenaje no era para él, sino para el hombre que él más odiaba. Y para mayor humillación suya, a él se le había dado el encargo de llevarlo a cabo. ¡Imagínense cómo se sentiría Amán pregonando el premio del hombre a quien él más odiaba!
En el segundo banquete convocado por Ester en el palacio real, con asistencia de Amán, ella denuncia la orden que se ha dado para destruir a todo el pueblo judío, y revela quién es el que la ha gestionado: Amán. Aparentemente el rey lo había olvidado.
Asuero se enfurece y bruscamente abandona la sala del banquete. Amán se queda y suplica a Ester por su vida y, en su afán angustiado, cae sobre el lecho sobre el cual estaba Ester recostada comiendo, según la costumbre persa que luego los romanos y los judíos adoptaron (Véase Jn 13:23). Asuero, que entretanto ha regresado, cree que el hombre la quiere violar y ordena en el acto que lo maten. Para ello cuelgan a Amán precisamente en la horca que él había preparado para Mardoqueo, Podemos ver aquí cómo la mano de Dios está detrás de los acontecimientos y coincidencias dirigiéndolo todo, y cómo se cumple el proverbio que dice: “El  justo es librado de la tribulación; mas el impío entra en lugar suyo.” (11:8).
Se produce entonces un vuelco en la posición de Mardoqueo. Ester le revela al rey que ella es su prima. Entonces el rey le da a Mardoqueo el anillo con el sello real que antes había dado a Amán.
Ester le pide al rey que anule la orden que ha dado de matar a todos los judíos. El rey le contesta que un edicto suyo no puede ser anulado. Entonces ordena que Mardoqueo, en nombre suyo, mande un edicto real autorizando a los judíos de su reino a defenderse de sus enemigos y matarlos.
Llegado el día 13 de Adar, en lugar de ser destruidos, los judíos destruyen a sus enemigos con el apoyo de las autoridades del reino. Solamente en Susa mataron a 500 hombres, incluyendo a los diez hijos de Amán (Est 9:13,14). (4) El día 14 mataron a 300 hombres más. En las provincias mataron a 75,000 hombres, pero no tocaron sus bienes. Los judíos de Susa descansaron el día 15 e hicieron fiesta.
Se ha objetado que los judíos pudieran actuar con tanta crueldad con sus enemigos, matándolos a todos sin compasión. Pero debe recordarse que ellos vivían entonces bajo el antiguo pacto que decía: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19:18), pero que en la práctica aconsejaba odiar y destruir al enemigo.(cf Ex 17:14-16; Sal 139:21,22) Faltaban todavía siglos para que Jesús viniera a enseñar que también debemos amar a nuestros enemigos (Mt 5:44).
El prestigio de Mardoqueo aumentó al punto de que llegó a ser el segundo hombre del reino. Él ordenó a los judíos festejar los días 14 y 15 de Adar, porque en esos días tuvieron paz sobre sus enemigos.
La fiesta que conmemora este acontecimiento recibió el nombre de Purim, plural de Pur, y es celebrada por los judíos de todos los lugares y tiempos.
Notas: 1. Los eunucos eran los funcionarios de la corte real, encargados al comienzo principalmente del harén de los reyes, por lo que eran castrados en temprana edad. Véase Hch 8:27. No es improbable que Mardoqueo mismo fuera un eunuco, pues no estaba casado ni tenía hijos.
2. Según el Targum y el historiador Josefo, Amán era un descendiente de Amalec, por vía de su rey Agag. Ellos fueron los eternos enemigos de los judíos, que los habían atacado en Refidim, por lo cual hubo guerra sin cuartel entre ambos pueblos (Ex 17:8-16). Por eso Dios ordenó a Moisés que destruyera a los amalecitas (Dt 25:17-19).
Siglos después Saúl desobedeció a la orden de Dios de destruir a todos los amalecitas, pues perdonó la vida de Agag, su rey. Ese acto de desobediencia ocasionó que Jehová desechara a Saúl como rey. Samuel hizo traer a Agag y con sus propias manos lo mató (1Sm 15).
3. Dicho sea de paso, Si yo no cumplo la tarea que Dios me ha confiado, Él llamará a otro que le lleve a cabo en mi lugar, y yo me habré perdido mi recompensa.
4. Se supone que Amán sería un descendiente de un hijo de Agag que escapó de la matanza que hizo Saúl de los amalecitas. Es muy significativo que fuera un amalecita, perteneciente al pueblo que fuera el eterno enemigo de los hebreos, el que tramara destruir definitivamente al pueblo judío. Pero con la muerte de Amán y de sus hijos (Est 9:13,14) la orden dada a Moisés fue definitivamente ejecutada.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#948 (23.10.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).