viernes, 26 de septiembre de 2014

MATRIMONIO Y PRESUPUESTO

Pasaje tomado de mi Libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo
Matrimonio y Presupuesto
Los maridos deben confiar el presupuesto doméstico a su mujer. A muchos
peruanos no les gusta eso y quieren mantener el control del dinero siendo ellos quienes manejen el gasto diario. Es humillante para la mujer estarle pidiendo dinero constantemente al marido para los gastos diarios. ¿Cómo puede ella amarlo si la humilla? En cambio, el marido honra a su mujer confiándole la administración del dinero destinado al mantenimiento del hogar (o administrándolo conjuntamente con ella), porque la mujer maneja el presupuesto familiar mejor que el hombre, siendo ella por naturaleza ahorrativa y el hombre gastador. 
[Estos párrafos están tomados de mi libro “Matrimonios que perduran en el tiempo” (Vol II, por publicar) Editores Verdad & Presencia. Av. Petit Thouars 1191, Santa Beatriz, Lima, tel. 4712178.]


miércoles, 24 de septiembre de 2014

LOS VALORES Y EL AMOR II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS VALORES Y EL AMOR II
Al terminar el artículo anterior, en que estuvimos hablando acerca de los valores, dijimos que en el siguiente hablaríamos acerca del primero de todos los valores o virtudes.
El amor en realidad es la raíz de todas las virtudes, la raíz de todos los valores, porque del amor procede todo lo demás, es decir, todas las cualidades y todas las cosas buenas que hay en la vida. El amor es la virtud central, el valor central. Agustín, el famoso obispo de Hipona, decía: “Ama y haz lo que quieras”. No estaba propugnando una vida sin ley, librada al capricho humano, sino que si una persona ama y es una persona buena, va a hacer de una manera natural y espontánea lo que es bueno, conveniente, beneficioso y útil para los demás. Por eso es que el amor, decimos, es lo primero.
Pablo lo enseña muy claramente en 1ª Corintios, en un pasaje que seguramente todos conocen muy bien. En el cap. 12 Pablo ha estado hablando de los diferentes dones espirituales, y al llegar al versículo 31, dice: “procurad pues los dones mejores”. Todos esos dones de los cuales os he hablado, tratad de tenerlos, de adquirirlos. Pero en seguida añade: “Mas yo os muestro un camino aun más excelente”. Entonces comienza a decir: “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas, y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe. Y si tuviese profecía, y entendiese todos los misterios y toda ciencia, y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve.” (13:1-3)
Y podríamos añadir: Si tú tienes todos los conocimientos del mundo, y además tienes los mejores contactos en la vida empresarial y en el mundo de los negocios y en la política, y si tú eres una persona fuerte, más fuerte que Hulk, pero no tienes amor, no eres nada. Pero si tienes amor, aunque seas pequeño, desconocido, inválido, pobre, menospreciado por la gente, lo tienes todo. ¿Por qué? Porque el amor es la cualidad suprema, que viene directamente de Dios, y quien lo tiene, lo tiene todo, porque Dios es amor. De otro lado sabemos también que el primero de los frutos del Espíritu, de que habla Gálatas 5: 22,23 es el amor.
¿Y por qué es el amor tan importante? Podríamos decir que el amor es como el tronco de un árbol, la cepa principal de la cual salen no solamente las ramas cubiertas de hojas, y de las cuales cuelgan los frutos, sino también los brotes a nivel del suelo, de la tierra. Del amor viene todo lo demás. Del amor viene la cortesía, la amabilidad, la bondad, la consideración, la fidelidad, la lealtad, etc., etc., las cualidades que ennoblecen la vida. En suma, el amor es la madre del cordero, por decirlo en términos populares. El amor lo es todo.
De hecho nosotros sabemos por qué creó Dios al hombre, por qué creó a todos los demás seres, a sus criaturas, a los animales de toda clase, desde los dinosaurios, cuyos pasos hacían retumbar el suelo, hasta los minúsculos microbios y bacterias, invisibles al ojo humano. Todas las creó por amor y, de acuerdo a su amor, las creó para amarlas y para ser amado por ellas. Y cuando los hombres, que son la corona de su creación, se rebelaron y se apartaron de Él, vino a salvarlos. ¿Por qué motivo? ¿Qué dice su palabra? “Porque de tal manera amó Dios…” (Jn 3:16). Lo hizo por amor.
La verdad es que todas las cosas valiosas que hay en la vida son hechas, movidas, condicionadas por el amor. Pero también es cierto que, en la práctica, todos nosotros – y si no somos hipócritas tenemos que reconocer que es cierto- somos movidos más por el interés, por lo que nos conviene. Y de eso, a la larga, no viene nada bueno, porque los intereses de las personas colisionan unos con otros.
Es mucho mejor ser movido por el amor que ser movido por el interés porque el resultado, a la larga, es mejor para todos. Actuar por interés nunca puede dar frutos comparables a los que rinde el amor. De manera que, no por razones idealistas sino por razones estrictamente prácticas, el amor es el más importante de todos los valores. Cuando actuamos por amor, especialmente movidos por el amor sobrenatural, Dios nos mira con agrado y nos bendice. Eso es lo que Dios desea y espera de nosotros, porque Él actúa también de esa manera, movido por amor.
En primera de Corintios 13·Pablo dice que “el amor es sufrido” (según Reina Valera 60; en otras versiones dice “paciente”, que viene a ser lo mismo) “el amor es benigno, el amor no tiene envidia...” -aunque nosotros somos con frecuencia envidiosos - “el amor no es jactancioso”, -aunque todos somos unos sobrados- “el amor no se envanece” -aunque todos nos miramos en el espejo para ver si soy más guapo hoy día que ayer- “el amor no hace nada indebido” -aunque con frecuencia nos portamos mal- “el amor no busca lo suyo” -aunque cada cual está buscando ganarse alguito- “el amor no se irrita” -aunque con frecuencia nos molestamos- “no guarda rencor” -aunque estamos llenos de resentimientos- “el amor no se goza de la injusticia” ni del daño ajeno, -aunque nosotros con frecuencia decimos: “bien merecido se lo tiene”- “mas se goza de la verdad” –aunque con frecuencia mintamos. Pablo concluye con una frase maravillosa: “el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (v. 4-7). Muchas madres lo saben muy bien por experiencia, porque ellas están acostumbradas a sufrir, a esperar y soportar orando y creyendo que al fin su hijo ha de corregirse y seguir por el buen camino.
En suma, todos nosotros necesitamos llenarnos de amor para atraer a nosotros las cosas buenas a las que aspiramos y que deseamos, porque el amor es como un imán que atrae el bien y rechaza el mal. Cuando no amamos este imán de nuestra alma carece de fuerza, está como apagado. Hay personas que se dicen: “¿Por qué me sucede esto? ¿Por qué es que no tengo amigos? ¿Por qué estoy solo?” Naturalmente pueden haber muchas causas inmediatas del porqué eso sucede pero, en el fondo, detrás de la suerte como se dice, de lo que llamamos buena o mala suerte, de la felicidad o de la infelicidad de las personas, está el amor, el tener amor o carecer de amor, porque el amor siempre produce un fruto bueno, nunca un fruto malo, aunque pueda ser causa temporalmente de sufrimiento. Jesús dijo: “Por sus frutos los conoceréis.” (Mt 7:16). Por el fruto del amor conoceremos la calidad del amor, o conoceremos que no hay amor.
Cuando en una casa, o en una familia, reina el amor, ¿cómo es la vida de ellos? Todos se llevan bien, todos se tratan bien, son considerados unos con otros, se ayudan mutuamente, se consuelan unos a otros si alguno está triste; se levantan y se acuestan felices, de buen humor, porque el amor reina en el hogar. Pero cuando no hay amor, ¿qué es lo primero que surge? Hay división, peleas, contiendas, rivalidades, hay infelicidad.
Cuando reina en nuestros corazones el amor, atrae el bien hacia nosotros, porque el amor, hemos dicho, es como un imán, y se manifiesta de muchas maneras en la vida práctica. Por ejemplo, el amor se manifiesta en fidelidad (¡y qué importante es la fidelidad!); el amor se manifiesta en lealtad, el amor se manifiesta en bondad, en benevolencia -que es querer bien- en buena voluntad; el amor se manifiesta en consideración, que es lo contrario a la desconsideración. A veces decimos: ¡qué persona tan desconsiderada! Nadie quiere estar al lado de una persona desconsiderada y nos alejamos de ella, porque no tiene amor. Si tuviera amor sería considerada. El amor se manifiesta en buenas maneras, en cortesía; el amor se manifiesta en misericordia, en compasión; el amor se manifiesta en generosidad, en solidaridad; el amor, en última instancia, se manifiesta en integridad, en honestidad, porque instintivamente busca lo recto; se manifiesta en diligencia, en veracidad, por amor de la verdad misma; se manifiesta en paciencia, en contentamiento, en dominio propio. En suma, todas estas cualidades surgen del amor.
Pero profundicemos aun más el tema.
El ser humano ama instintivamente. ¿Por qué? Porque la imagen de Dios que tiene dentro le impulsa a amar. Si tiene dentro de sí la imagen de Dios, y Dios es amor, entonces esa imagen de Dios que tiene dentro de sí al amor, como parte esencial de su ser, aunque haya sido maltratada y corrompida por el pecado, lo llevará a amar instintivamente, casi como si no quisiera.
Sabemos que también los animales aman, especialmente los animales domésticos. Aman a sus dueños, aman a los niños que juegan con ellos, y conocemos muchos casos de cómo los protegen y los cuidan, como si tuvieran la intuición de la fragilidad de la infancia.
Los animales aman, aunque no de la misma manera ni con la misma intensidad que los seres humanos, pero sabemos bien que la perra que ha dado a luz ama a sus cachorros; y la gatita, cuando tiene hijos, ama a esos gatitos que han salido de su vientre.
Yo he sido testigo en mi casa del amor de un gato fino y elegante, casi diría aristocrático, por una gatita techera chusca. Al llegar a mi casa el gato fino, no sabemos cómo, se convirtió en su pareja, como dicen hoy día. Le reservaba lo mejor de la comida que les proporcionábamos, y no permitía que otros gatos se acercaran a robársela. Estaba constantemente con ella como un fiel enamorado, al punto que era conmovedor verlos juntos, casi como si fueran humanos. Y fue una cosa terrible cuando unos chicos malcriados de la calle le echaron un veneno a la pobre gatita, y la gatita apareció un día muerta en el jardín. Hubieran visto a ese gatito fino y elegante, con su pelo lustroso, cómo ahora estaba con la cabeza baja, la imagen misma de la tristeza y del desconsuelo. No comía ni bebía la leche que le ofrecíamos; el pelo se le malogró y apenas caminaba de un sitio a otro como si se hubiera perdido. El pobre gato se moría de tristeza, hasta que un día se fue y no lo vimos más, porque había perdido a su novia, a esa gatita chusca, que por lo demás, le era infiel, como suelen serlo todas las gatas.
El amor es como el hambre, necesita un objeto para saciarse. Todos necesitamos amar a alguien, y si no tenemos a quien amar, amamos aunque sea a una mascota. Las personas que se han quedado solas en la vida y que no tienen a quien amar, tienen un perro, un gato, o varios; o a veces un loro, un gorrión, un canario, cualquier animalito; y lo tratan con tanto cariño, lo acurrucan y lo besan si pueden, porque necesitan amar. Y ciertamente ese animalito, o animalazo, que es su mascota, responde también con amor a la persona que lo ama. Ha habido casos de perros que han salvado la vida de sus dueños.
¿Saben ustedes que Adán estaba lleno de mascotas? Eso dice la Biblia, que Dios le trajo a todos los animales que había creado, y Adán les puso nombre a todos, pero no encontraba alguno que fuera como él. Entonces Dios dijo: Aquí falta algo, tengo que darle alguien semejante a él a quien él pueda amar, y lo durmió. Cuando se despertó Adán exclamó: “Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Ya no es una mascota; ésta es alguien semejante a mí, a quien puedo amar.” Y se unió a ella.
Todo ser humano necesita amar a una persona del sexo opuesto, a menos que su corazón se haya marchitado, o haya renunciado voluntariamente al amor humano por amor de Cristo. No hay límite de edad para el amor, porque amar da vida, hace brillar los ojos, y rejuvenece la piel. Agustín decía que en su juventud él amaba a todas las muchachas que encontraba, pero que, en realidad, como comprendió después, él estaba enamorado del amor.
El amor, sabemos muy bien, impulsa a darse y necesita dar. Todo el que ama, da. Por eso es que existen los regalos. ¿Por qué regalamos? ¿Por altruismo o generosidad? No siempre, o no únicamente, sino porque dando expresamos nuestro amor. Aun el niño pequeño, si se encuentra con una niñita que le gusta, le da su juguete que no le entregaría a nadie. Pero como la quiere, le da su juguete, porque la ama. Dar cuando se ama es un impulso instintivo.
En el amor hay un movimiento o impulso desinteresado pero, a la vez, el amor quiere también recibir. No nos contentamos con dar amor, sino queremos también recibir amor. En el amor hay pues dos aspectos, uno desinteresado y otro egocéntrico. Hay una fuerza centrífuga y una fuerza centrípeta en el amor: queremos dar y queremos recibir amor, queremos amar y queremos ser amados. Ambas cosas van juntas. Por eso es que el amor, en principio, invita a una respuesta y suscita amor, o por lo menos simpatía en la persona amada.
Pero ocurre a veces que el que ama no es correspondido. Y ¿qué ocurre con el que ama y no es correspondido? Sufre, y su sufrimiento es uno de los más intensos que puede experimentar el ser humano. ¿Cuántos hombres y mujeres pueden decir amén a eso? El hecho es que en este darse y recibir amor estriba gran parte de la felicidad humana. Es el amor el que nos hace felices o desgraciados.
Antes se pensaba que el espacio sideral no estaba vacío, sino que estaba lleno de una sustancia a la que se llamó éter, y eso era lo que permitía que las ondas de luz y de calor se propagaran por el espacio. Pero la ciencia ha descartado la hipótesis del éter, y sostiene ahora que las ondas se propagan en el vacío. Pero nosotros podemos postular que, si no de éter, el universo entero está lleno del amor de Dios, que todo lo impregna y que en todo deja su huella.
Dios ama no sólo al hombre, sino a todas sus criaturas. Ama a la creación entera, aun a la inanimada, ama todo lo que ha salido de sus manos. Y por eso es que no sólo los animales domésticos aman, también aman las grandes bestias, el elefante y el rinoceronte; aman las fieras, el tigre y el león. ¿Aman los insectos, las moscas, las arañas, las mariposas? No tenemos manera de saberlo, pero tampoco podemos descartarlo. Yo me atrevería a postular que aun los vegetales aman. Por lo menos sabemos que responden al amor de las personas que les hablan, porque mejoran su aspecto y reverdecen como si se las regara. Y eso es lo que ocurre con las personas cuando se les ama. ¿No han visto como la planta marchita, cuyo tallo se ha doblado, se endereza y vuelve a florecer cuando se la riega? El amor es para el ser humano un elemento tan vital como lo es el agua para los vegetales. El que no ama y no es amado se seca, a menos que el amor de Dios compense la ausencia del amor humano.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.

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miércoles, 10 de septiembre de 2014

LOS VALORES Y EL AMOR I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS VALORES Y EL AMOR I
De dónde viene esta palabra “valores”, por qué usamos la palabra “valores”, y qué tiene que hacer este concepto de “valores”, con lo que se enseña en la iglesia, es algo que queremos explorar sumariamente.

Sabemos lo que es el valor en el sentido de coraje. Es una cualidad muy importante, sinónimo de arrojo, de intrepidez. Es una cualidad que se halla detrás de muchos actos heroicos, de las grandes hazañas que el mundo admira, y de muchísimos actos de la vida diaria que sólo Dios conoce, pero que influyen positivamente en la vida de la gente, y que algún día recibirán su recompensa.
Pero la palabra “valores” en plural es una cosa diferente. Es una palabra que se usa en la Bolsa, que se llama precisamente “Bolsa de Valores”, y que se refiere a papeles, acciones, o documentos de deuda que se negocian en el mercado financiero. Pero nosotros no vamos a hablar de eso. La palabra “valores” es también un término de las matemáticas, y de las finanzas. Pero nosotros tampoco vamos a hablar de eso. Entonces ¿por qué hablamos de valores? ¿Y de qué clase de valores hablamos?
Pues bien, el hecho es que de un tiempo a esta parte se habla de valores en relación con la ética, con el comportamiento moral de las personas. Incluso se habla de “escala de valores”, y de una jerarquía de valores. Nosotros no sólo valoramos los bienes materiales, sino valoramos también las conductas de las personas. Si alguien ha tenido con nosotros un gesto amable, le decimos: “Yo valoro mucho el gesto que has tenido conmigo”. Le adjudicamos valor a las conductas, a los actos humanos.
Hace unos 200 años surgió una filosofía, una ética de los valores. Esa filosofía, cuyos conceptos han impregnado el mundo, ha hecho que esa palabra se convierta en un término muy común en el lenguaje usual. ¿De dónde viene?  Su origen se encuentra en el pensamiento del gran filósofo alemán de finales del siglo XVIII, de Emmanuel Kant, que escribió entre otros libros uno que alcanzó una gran resonancia, “La Crítica de la Razón Pura”, y en particular, en el terreno de la ética, otro titulado “Fundamentos de la Metafísica de las Costumbres”. De su pensamiento viene el concepto de valores. Los sucesores de Kant, los pensadores de la generación siguiente, Lotze en especial, tomando su pensamiento y su filosofía como base, construyeron lo que hoy conocemos como teoría de los valores.
Lo que ellos trataban de hacer era construir una ética o moral racional autónoma, independiente de la religión, independiente del concepto de Dios, independiente del cristianismo. Alguien podría quizá decir que se trataba de un intento de rebelarse contra Dios, pero no es el caso, sino fue más bien un intento honesto de plasmar en términos teóricos lo que eran los conceptos morales y éticos prevalecientes en esa época, que eran por lo demás fundamentalmente derivados del cristianismo y de la filosofía griega anterior a Cristo, pero prescindiendo de todo concepto religioso. De manera que no fue propiamente un intento de rebelarse contra Dios, pero sí una manera de mostrar que para los asuntos fundamentales de la existencia, el hombre era autónomo y podía manejarse sin la necesidad de acudir como referente a un Ser supremo.
Lo cierto es que, debido al creciente racionalismo que ha dominado al mundo de las ideas desde los tiempos de la Ilustración en el siglo XVIII, aunado al desarrollo espectacular de la ciencia, y al creciente agnosticismo, poco a poco esta filosofía de los valores ha ido prescindiendo cada vez más de la idea de Dios.
Como consecuencia esta filosofía, o ética de los valores, se ha ido apartando en la práctica de algunas nociones claves de la moral cristiana. Al comienzo consideraba a los valores como cualidades absolutas, tal como la verdad es algo absoluto, o el bien es algo absoluto. Pero los valores, objetivos en sí mismos, poco a poco se fueron convirtiendo, por la obra de muchos pensadores agnósticos, en valores subjetivos, personales, relativos, al punto de que hoy vivimos en una época en que impera el relativismo en el terreno de la moral. Tú dices que esto está bien, pero eso es de acuerdo a tu manera de pensar, a tu escala de valores, que yo respeto. Pero yo tengo mi propia escala de valores que es diferente de la tuya, y que tú debes también respetar.
Recuerdo que hace años un candidato presidencial, al comienzo de su campaña electoral, habló de que cada uno tenía su propia escala de valores. Es decir, como si cada cual pudiera formular un patrón de conducta personal adaptado a su gusto, a sus preferencias, a su conveniencia y a su idiosincrasia. Naturalmente eso es absurdo, aunque muchos piensan así.
Es como si dijéramos que en nuestro país las leyes no fueran válidas para todos. Como si, por ejemplo, la ley que manda pagar un impuesto del 19% sobre las ventas, no fuera aplicable a todos los comerciantes y empresas, sino sólo a los que quieran acatarla. El que quiere pagar sólo una tasa del 16%, paga el 16%; el que quiere pagar 12%, paga 12%; y el que no quiere pagar nada, no paga nada, porque cada cual tiene derecho a establecer su propia ley. ¿Funcionaría así el estado? ¿Podrían funcionar así el país y la administración pública con su compleja organización presupuestal? No podría. La ley es una para todos. De igual manera las normas morales no pueden sino ser una para todos, si queremos vivir en paz con nosotros mismos, y en armonía con los demás. De lo contrario el capricho y la arbitrariedad imperan.
¿Qué cosa son los “valores” en términos de la ética? En realidad los pensadores no se ponen de acuerdo para definir qué son los valores, y existe una gran cantidad de definiciones, algunas coincidentes, otras divergentes. Pero podríamos decir generalizando, y resumiendo las opiniones prevalecientes, que los valores son ciertas cualidades que adjudicamos a la forma cómo la gente se comporta y a los ideales que rigen su conducta (Nota). Valoramos la conducta de la gente de acuerdo a esos conceptos abstractos de valores. Por ejemplo, podríamos decir que en una escala de calificación ideal de 1 a 5, asignaríamos una nota determinada a la forma cómo una persona se conduce respecto de la bondad, y diríamos que una persona es realmente bondadosa si recibe una calificación de por lo menos 4 ó 5. Si sólo recibe una nota de 1 ó 2, diríamos que no es bondadosa, o que es poco bondadosa. Eso parece un poco complicado, y la filosofía es complicada.
Pero en realidad lo que hoy día llamamos “valores” no es otra cosa sino un nuevo término para un concepto muy antiguo conocido nuestro. Los valores no son otra cosa sino las virtudes a las cuales el mundo moderno ha dado el nombre de valores, aplicando a la ética términos y conceptos que provienen de la economía, en la que se valoran los objetos y los bienes de acuerdo a factores que la economía considera válidos. Pero hay una diferencia importante, como veremos enseguida.
Ahora bien, ¿por qué hablamos nosotros en la iglesia de valores? Por una razón muy sencilla y práctica. El término “valores” se ha impuesto en el mundo y la gente sabe de qué se está hablando cuando se habla de ellos. Usar el término valores nos permite a nosotros los cristianos encontrar un terreno común con la manera de pensar del mundo y, al mismo tiempo, introducir en nuestra conversación con ellos, nociones y conceptos que vienen de la palabra de Dios, de la Biblia.
Hay una moral del mundo y hay una moral cristiana, y nosotros debemos estar en condiciones de distinguir entre una y otra para no dejarnos influenciar por la primera, que, en muchos casos, es abiertamente contraria a la segunda. La moral del mundo pretende obtener determinados resultados positivos en la forma cómo la gente en general se comporta para que haya orden y equilibrio en la sociedad. La moral cristiana la constituyen principios y normas que proceden de la palabra de Dios y, por tanto, quiere moldear nuestro carácter y nuestra conducta a la semejanza de Cristo, que es una meta hacia lo cual todos nosotros debemos tender.
Cuando se habla de valores comparándolos con las virtudes, es necesario tener
en cuenta una distinción fundamental, y es que los valores están en la mente; son conceptos abstractos que no influyen necesariamente en la conducta de la gente, no cambian necesariamente su manera de ser en un sentido positivo. Hay gente que tiene un concepto de valores muy alto, que tiene un alto concepto de la honradez, por ejemplo, pero que en la práctica son unos corruptos; personas que hablan de la honestidad, o de la pureza de pensamientos, pero que son deshonestas y lujuriosas. Una cosa es tener valores en la mente, como quien tiene en su casa objetos valiosos, o una colección de cuadros de pintores famosos, y otra cosa es practicar las virtudes. Los valores son algo que se puede tener, pero las virtudes no se “tienen”. Las virtudes se practican. Las virtudes no se aprenden como conceptos en un libro, tal como ocurre con los valores, sino se aprenden en la vida práctica, incorporándolas a nuestra manera de ser, practicándolas. Y así como solamente se aprende a nadar nadando, solamente se puede adquirir las virtudes ejercitándose en ellas. No creo que se pueda aprender a nadar asistiendo a un salón de clase donde hay una figura humana, y le explican a uno las leyes de la física que permiten a los cuerpos flotar en el agua. Por mucho que uno estudie eso, uno no aprende a nadar. Pero si lo tiran a uno a la piscina y en la piscina no tiene piso, uno aprende a nadar a la fuerza para no ahogarse.
De igual manera, repito, las virtudes no son conceptos que se puedan aprender de los libros como teoría, sino se adquieren practicándolas, hasta que se conviertan en hábitos. Entonces cuando hablamos de valores debemos tener en cuenta que los valores adquieren significado real para el hombre sólo cuando se hacen carne en la vida de la persona, cuando los asimilamos, cuando se convierten en parte de nuestra existencia, de nuestro carácter. Es decir, en suma, cuando se convierten en virtudes.
Quisiera dar un ejemplo práctico. Hace un tiempo llegó al aeropuerto limeño un extranjero a quien se le extravió mientras hacía sus trámites, una billetera con $3,000 en billetes. La billetera fue encontrada por un joven que trató de alcanzar al pasajero antes de que saliera del recinto, pero no pudo, por lo que se acercó a un policía y juntos fueron a entregarla a la oficina de objetos perdidos del aeropuerto. Como en la billetera figuraba la dirección electrónica del pasajero le enviaron un correo, avisándole que su billetera había sido encontrada. Y así le fue entregada sin que le faltara un billete. El hombre agradecido hizo público su reconocimiento al joven que la había encontrado y devuelto.
Pero los amigos de ese joven le dijeron: ¡Qué estúpido eres, qué tonto! Si nadie sabía que tú habías encontrado esa billetera, ¿por qué no te quedaste con ella? Eres un mongo.
¿Qué significa esto? Vemos acá un contraste de valores. Para ese joven, la honestidad es un valor absoluto que determina su conducta, pero para los que criticaron su acción, la honestidad, en el mejor de los casos, es una palabra bonita que no influye en su conducta, porque lo que vale para ellos es el dinero contante y sonante, y cualquier forma de adquirirlo es válida. Según ese criterio el que entrega algo que se ha perdido es un tonto. El valor verdadero para esa gente consiste en ser vivo, mosca, como se dice.
Nosotros vivimos en un mundo en que la gente trata de ser viva, despierta, y como todos tratan de ser vivos al mismo tiempo a costa del otro, del prójimo, del vecino, la consecuencia es que todos vivimos aprovechándonos unos de otros. Finalmente todos sufrimos un perjuicio, porque todos nos quitamos algo, nos robamos algo del otro. A la larga todos perdemos, aparte del hecho de que la vida así no es nada agradable, si tenemos que estar pensando todo el tiempo en evitar que se aprovechen de nosotros. Vivimos a la defensiva, temiendo que alguien nos quite lo que es nuestro, o que se van a aprovechar de nosotros. Así no podemos vivir contentos.
¡Pero qué diferente es cuando todos podemos confiar unos de otros! Si todos fueran como ese joven que devolvió sin dudar la billetera con 3,000 dólares, y si todos supiéramos que la mayoría de la gente es así (como lo son en el Japón, por ejemplo, que sin embargo, no es un país cristiano), hacer negocios sería muy fácil, porque nadie se aprovecharía de nadie. No tendríamos incluso necesidad de firmar contratos, porque la palabra dada tendría el valor de un contrato firmado.
En otras palabras, los valores le dan calidad a la vida, mientras que la perversión de los valores, el desdén por los valores, se la quita. La perversión de los valores trae como consecuencia que no se respete los derechos ajenos, sino que, al contrario, se abuse del prójimo, y sobre todo, del desprotegido. Y ése puede ser cualquiera de nosotros.
Ahora bien, aun sabiendo que el término y la filosofía de los valores viene del mundo, nosotros podemos usar esa palabra e incorporarla a nuestro vocabulario, concientes de que nos permite hablar en el lenguaje que usa la gente del mundo, gente a la que si le habláramos de virtudes, o le habláramos de conceptos que vienen de la Biblia, como el amor al prójimo, nos rechazaría, porque dicen que no quieren saber nada de las cosas de la religión. Pero si les hablamos de valores, estamos hablando de ética, algo que es respetable, muy diferente, de lo cual sí está dispuesta a hablar.
Hay una ética de las profesiones, hay una ética del periodismo, hay una ética del gobierno, hasta una ética del Congreso. Pero ¿cuál es el valor de los valores? ¿Cuál es el valor supremo en la vida? ¿Alguien tiene idea? En relación con las cualidades que hemos mencionado antes, ¿cuál es el valor de los valores, la cualidad de las cualidades, la virtud de todas las virtudes? De eso vamos a hablar en el artículo siguiente.
Nota. Un conocido diccionario inglés da la siguiente definición de la palabra “valores”: Principios sociales, metas o “estándares” mantenidos por un individuo, o por una clase, o por la sociedad, etc. Aquello que es deseable, o digno de estima en sí mismo; aquella cosa o cualidad que tiene un mérito intrínseco.
NB. El texto de este artículo y de los dos siguientes del mismo título, está basado en la trascripción de una conferencia dada en la sede de la IACYM de Tacna, el 26.06.03 en el curso de un seminario sobre valores.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.
#844 (24.08.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 3 de septiembre de 2014

AMONESTACIONES DE LA SABIDURÍA II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
AMONESTACIONES DE LA SABIDURÍA II
Un Comentario de Proverbios 1:20-33
20. La sabiduría clama en las calles, alza su voz en las plazas;” 21. “Clama en los principales lugares de reunión; en las entradas de las puertas de la ciudad dice sus razones.” 22. “¿Hasta cuándo, oh simples, amaréis la simpleza, y los burladores desearán el burlar, y los insensatos aborrecerán la ciencia?” 23. “Volveos a mi reprensión; he aquí yo derramaré mi espíritu sobre vosotros, y os haré saber mis palabras.” (Nota 1)
Tal como ocurre hoy día, en el pasado la sabiduría, esto es, Cristo (“en quien están
escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia”, Col 2:3), ha tratado siempre de atraer a los hombres a sí, ha querido hacerlos volver al bien, pero los hombres se han comportado como tercos ignorantes, cegados por el espejismo de este mundo, y han desechado la voz del que los llama.
            La sabiduría, personificada en una mujer (Véase Pr 2:3; 4:8,9; 7:4), dice que llama (8:1-3), pero nadie quiere oír. Pero ¿cómo llama si su voz no se oye? ¿Cómo extiende sus manos si no se le ve? Extender las manos hacia alguien es una manera gráfica y expresiva de querer llamar la atención, en actitud de súplica. Sí, Dios nos suplica con voz inaudible que le hagamos caso, pero no le escuchamos. (2)
            Mientras que la tentación habla en voz baja y en secreto, la sabiduría llama en calles y plazas, en los lugares de reunión, en las puertas de la ciudad -que eran el lugar donde la gente antiguamente se juntaba para tratar de sus asuntos y negocios (Rt 4:1; Pr 8:1-3). Llama, como hizo Jonás en la ciudad de Nínive (Jon 3:3,4), “a sabios y no sabios” (Rm 1:14), a todos sin discriminación, cualquiera que sea su origen o nación. Llama en lugares públicos porque la suya no es una ciencia oculta, reservada para unos cuantos privilegiados, sino que está destinada para todos.
            Lo sigue haciendo ahora, pero ya no usualmente en lugares públicos, sino a través de la conciencia, en el interior de las personas, porque en los lugares de gran afluencia sólo se escucha la voz de la propaganda, y la gente habla de sus propios asuntos e intereses; están agitados y distraídos. Ahí, en la conciencia, sin embargo, Dios les está hablando a sus corazones, como se dice en otro lugar: “Lámpara del Señor es el espíritu del hombre” (Pr 20:27; cf Jb 38:36); ahí los llama su voz, ahí extiende sus manos. Pero rara vez le hacen caso; sólo tienen oídos para el bullicio externo, para la gritería del mundo.
La sabiduría, en la figura de una mujer, llama a la gente de mil maneras para que la escuchen, y una de ellas es lo que podríamos llamar “las huellas de Dios en la creación” (Rm 1:19,20; Sal 19:1-4). Ella habla con voz elocuente aunque silenciosa en los signos de la naturaleza, en la regularidad de las estaciones y de la sucesión día/noche. Pero también en los acontecimientos humanos que registra la historia, en su desarrollo y sus consecuencias, especialmente en la historia de Israel. Habla actualmente sobre todo en las conciencias de los hombres que deambulan por calles y plazas, donde quiera que ellos se reúnan, así como también en sus casas cuando descansan. Pero también, y sobre todo, habla en todos los lugares donde se predique la palabra de Dios. Eso se cumplió en Jesús, que habló en las sinagogas y en el templo de Jerusalén y nada enseñó en oculto (Jn 18:20); y que encargó a sus discípulos proclamar el evangelio desde las azoteas (Mt 10:27). Es más, que alguna vez “alzó la voz diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.” (Jn 7:37).
¿Y qué es lo que les dice la sabiduría a los hombres? Los interpela para que dejen sus caminos vanos, su conducta necia. Cada cual obra según su naturaleza. Los simples (petayim, cf Pr 1:4) dicen y hacen simplezas; son los inmaduros que lo creen todo (15:14) pero que no examinan nada. Por eso se extravían fácilmente (W. Wiersbe). Los burladores, o escarnecedores (lesim), se burlan de todo, porque creen saberlo todo, sin prever que al fin ellos serán burlados (Sal 1:1c) (3); los insensatos (kesilim) desprecian el conocimiento que les sería provechoso poseer (Pr 17:10; 26:4). Desprecian lo que ignoran, se diría, parafraseando a Antonio Machado.
La sabiduría encara a esas tres categorías de hombres exhortándolos a que se vuelvan hacia ella, a que la escuchen y le hagan caso. Si lo hacen ella derramará su espíritu sobre ellos y les transmitirá sus palabras llenas de inteligencia.
Estos cuatro versículos forman un bloque que alcanza su clímax en el v.22, en que la sabiduría impaciente exclama: “¿Hasta cuándo…?” ¿Hasta cuándo seguiréis siendo lo que sois, oh simples, burladores e insensatos? Tres clases de personas cuyo denominador común es su desprecio de la sabiduría.
El v.23 es la exhortación calmada que sigue al punto culminante. Si se vuelven a Dios, cuya misericordia y deseo de perdonar es inagotable, Él derramará sobre ellos su Espíritu, como dijo Jesús: “El que cree en mí… de su interior correrán ríos de agua viva.” (Jn 7:38) y había anunciado el profeta Isaías: “Porque yo derramaré aguas sobre el sequedal y ríos sobre la tierra árida” (Is 44:3; cf Jl 2:28; Zc 12:10ª), una gracia grande que les hará entender sus palabras (de las que está escrito: “¿No es mi palabra como fuego y como martillo que quebranta la piedra?” Jr 23:29), pues les hablará en un lenguaje comprensible. Pero por lo que viene enseguida es evidente que no quieren escuchar el llamado de la sabiduría, ni arrepentirse.
24. “Por cuanto llamé, y no quisisteis oír, extendí mi mano, y no hubo quien atendiese,” 25. “Sino que desechasteis todo consejo mío y mi reprensión no quisisteis,” 26. “También yo me reiré en vuestra calamidad, y me burlaré cuando os viniere lo que teméis;” 27. “Cuando viniere como una destrucción lo que teméis, y vuestra calamidad llegare como un torbellino; cuando sobre vosotros viniere tribulación y angustia.”
Estos cuatro versículos forman un nuevo bloque que contiene un justificado reproche: Yo quise salvaros pero no quisisteis oír, me rechazasteis. Por eso yo también os rechazaré y me burlaré de vosotros cuando la situación se voltee y os veáis en la necesidad de solicitar ayuda.
Aquí la sabiduría dice cómo va a actuar con los que desoyen su voz. Para comenzar expone los motivos de la actitud que asumirá. Usa para ello imágenes de los gestos humanos: llamar a viva voz, levantar la mano para llamar la atención. Esos gestos son un símbolo de la actitud que Dios adopta con el hombre, tratando de hacerse escuchar.
Pero ellos se niegan a prestar oídos a su voz, rehúsan darse por enterados (v.24). Los consejos y las advertencias que la sabiduría les hizo llegar en el pasado por medio de emisarios escogidos (los profetas) cayeron en oídos sordos y fueron menospreciados. Los hombres se hicieron sabios en su propia opinión (Pr 3:7a; Rm 12:16), y no quisieron escuchar las reprensiones de Dios, como hacen los hijos engreídos con las advertencias que les hacen sus preocupados padres. Esta es la actitud de rebeldía a la palabra del Señor que vemos en los libros proféticos, especialmente pero no sólo en Jeremías (Is 65:12; 66:4; Jr 5:12-14; 6:10; 7:13; Zc 7:11; Sal 107:11) (v.25).
Por esta causa el Señor se burlará de los que se burlaron de Él (Sal 2:4), cuando les alcancen las consecuencias de su manera de obrar equivocada, que Él quiso evitarles al invitarlos a cambiar de conducta (v.26).
Entonces sus peores temores (los temores del impío a quien remuerde la conciencia pero no se enmienda) se convertirán en realidad patente (Pr 10:24), y la calamidad les sobrevendrá con una fuerza irresistible que los hará temblar de espanto (v.27).
28. “Entonces me llamarán, y no responderé; me buscarán de mañana, y no me encontrarán.”
En ese momento volverán en sí y reconocerán su error. Pero así como ocurría cuando el Señor les advertía y no quisieron escuchar, ahora el Señor cerrará sus oídos a sus gritos de auxilio, justo cuando ellos más quisieran que el Señor los oiga (Dt 1:45, Sal 18:41). Eso nos recuerda la frase de Isaías: “Buscad al Señor mientras pueda ser hallado; llamadle mientras esté cerca.” (Is 55:6). Hay un momento para buscar al Señor. Si se le deja pasar puede no haber una segunda oportunidad.
Es interesante constatar que Dios se negará a actuar en la forma compasiva como Él ha prometido en otro lugar hacer con el hombre: “Clama a mí y yo te responderé…” (Jr.33:3). Clamarán, pero Dios no responderá, porque se hicieron oídos sordos cuando Él los llamó: “He aquí yo traigo sobre ellos mal del que no podrán salir; y clamarán a mí, y no los oiré.” (Jr 11:11; cf 14:12; Is 1:15; Ez 8:18; Mq 3:4; Zc 7:13; Jb 27:9) En otro lugar Él anima por medio del salmista al hombre a buscarlo en la mañana y a esperar su respuesta (Sal 5:3); pero ahora les dice que esperarán en vano, porque no habrá respuesta a sus oraciones.
29. Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová,” 30. “Ni quisieron mi consejo, y menospreciaron toda reprensión mía,” 31. “Comerán del fruto de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos.”
Dios actúa con ellos como un juez justo que da a cada cual lo que se merece. Mal hacen ahora en querer abrazar la sabiduría que aborrecieron cuando les pudo ser útil (Jb 21:14); y desecharon el temor de Dios que hubiera podido hacerlos más precavidos, e impedirles seguir un mal camino. Dios conoce el corazón de ellos, que su arrepentimiento no es sincero; que pasado el momento de peligro, y librados del mal trance, volverán a las andadas de siempre como el perro vuelve a su vómito (Pr 26:11; 2P 2:22).
Entonces tendrán que enfrentar las consecuencias de sus actos y, por así decirlo, tendrán que comer el plato amargo que cocinaron para otros, sin pensar que algún día tendrían que comérselo ellos mismos, para disgusto y desilusión suya; y constatarán que no hay efecto sin causa, esto es, que cada cual cosecha lo que siembra (Gal 6:7,8).
Cuando tengan que soportar las consecuencias de su propia conducta (Jb 4:8) se hastiarán de tener que comerse lo que ellos mismos sin pensar prepararon para sí (Pr 14:14; 22:8; cf Is 3:11; Jr 6:19).
Nótese que los vers. 24 y 25, y 29 y 30 son un reproche que Dios podría dirigir a nuestra sociedad moderna que, orgullosa de sus logros materiales, se ha apartado de los caminos de Dios y lo desafía abiertamente con su conducta pervertida y abominable, tal como se dice en Romanos: “Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen.” (1:28).
32. Porque el desvío de los ignorantes los matará, y la prosperidad de los necios los echará a perder;” 33. Mas el que me oyere, habitará confiadamente, y vivirá tranquilo, sin temor del mal.”
La conclusión del pasaje no podía ser más razonable y consoladora. El éxito temporal
mundano que alcanzan los simples y los necios, cuyo relumbre aparente es engañoso, les será fatal, porque los llevará a un precipicio, al abismo sin fondo en el cual los ignorantes, desviándose del recto camino, se precipitan terminando ahí su insensata carrera.
En cambio, el que hubiera oído la voz del Señor y sido dócil a su llamado (Sal 25:12,13; Jb 36:11), será premiado con la verdadera prosperidad, que no consiste en bienes materiales perecederos, sino en los bienes inmateriales de la tranquilidad y de la paz, que son eternos y están garantizados por Dios (Sal 112:7, Pr 3:23-26).
Notas: 1. Es interesante notar que aquí, al igual que en Pr 9:1 y 24:7, la palabra “sabiduría” figura en plural en el original hebreo (hojmoth = sabidurías), sea para subrayar su excelencia y su multiforme variedad (Ef 3:10), sea porque ha sido proclamada muchas veces y de muchas maneras, en diversos tiempos y ocasiones.
2. Sin embargo, en los días de su carne Jesús sí habló, enseñó y predicó con voz audible a sus contemporáneos en las calles, en las casas, en el campo y en las sinagogas.
3. Ellos constituyen una clase especial de impíos que son aludidos muchas veces en este libro.
NB. El texto de este artículo (y el del anterior del mismo título) no ha sido escrito como un comentario de corrido, sino es el resultado de la consolidación de innumerables fichas, escritas a lo largo de los años. Eso explica algunas repeticiones ocasionales.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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