martes, 31 de marzo de 2009

NOEMÍ, LA SUEGRA DE RUT I

Hoy vamos a hablar de un personaje del Antiguo Testamento que no es muy conocido a pesar de que hay bastantes mujeres en el Perú que llevan su nombre, esto es, Noemí. Ella es un personaje a la vez secundario e importante del pequeño libro de Rut. Noemí en hebreo quiere decir “mi dulzura”, o “placentera”, “agradable”.

Leamos el comienzo de este libro:“Aconteció que en los días en que gobernaban los jueces, -un tiempo en el que cada cual en Israel hacía lo que le daba la gana, porque no había gobierno central- hubo hambre en Israel,” como solía ocurrir de tiempo en tiempo cuando dejaba de llover y no había cosecha.

“Y un varón de Belén de Judá fue a morar en los campos de Moab, él y su mujer y sus dos hijos.” (Rt 1:1) Dice que un varón de Belén de Judá (¿No nos dice nada el nombre de Belén?) emigró con su mujer y sus dos hijos a los campos del país vecino, para escapar del hambre que había en su tierra. Notemos que esta historia está centrada en la ciudad Belén, lo cual le da un significado particular que apunta al Mesías.

“El nombre de aquel varón era Elimelec, y el de su mujer, Noemí; y los nombres de sus hijos eran Mahlón y Quelión, (Nota 1) efrateos de Belén de Judá. Llegaron pues a los campos de Moab y se quedaron allí.” (vers. 2) ¿Qué cosa era Moab? Moab era un pueblo enemigo de Israel, (y subrayo enemigo porque lo fue a lo largo de su historia). Los moabitas habitaban al otro lado del Mar Muerto, al extremo Sureste de Israel, donde se encuentra el Monte Nebo, en cuya cima murió Moisés. Ellos descendían de una de las hijas de Lot –de la mayor, específicamente- que mantuvieron relaciones incestuosas con su padre, porque no habiendo hombres en el paraje donde ellas vivían, no querían quedarse sin tener hijos (Gn 19:30-38).

¡Qué tal origen! (2) El lector quizá recuerde un pasaje del libro de Números en el que los hebreos, durante su peregrinaje por el desierto, fueron seducidos por mujeres moabitas que los invitaron a tomar parte de los sacrificios que ofrecían a sus dioses y a pecar con ellas. El triste episodio de Baal-peor terminó con una gran matanza de hombres y mujeres en el campo de Israel, en la que murieron como 24,000 varones (Nm 25:1-9).

Sin embargo, Dios no le permitió a Israel que le hiciera la guerra a Moab para quitarle su territorio, porque Él se lo había dado a los descendientes de Lot (Dt 2:9).

A continuación dice el texto: “Y se quedaron allí.” (Rt 1:2). Ocurre con cierta frecuencia que los que emigran a un país extranjero en busca de un mejor porvenir, se olvidan de su país de origen, sobre todo cuando les va bien, y adoptan las costumbres del país en el que viven, comen y trabajan, sobre todo si se casan con mujeres de su nueva patria. Y así ocurrió aparentemente con ellos. Los nombres de las mujeres con las que se casaron los hijos de Elimelec eran Orfa y Rut, “y habitaron allí unos diez años.” (vers. 4).

Pero Dios tenía planeadas las cosas de manera diferente, porque al cabo de cierto tiempo murió Elimelec y también sus dos hijos, quedando Noemí “desamparada de sus dos hijos y de su marido.” (Rt 1:5).

Conviene que nos detengamos un momento para preguntarnos si Elimelec hizo bien en emigrar a los campos de Moab, huyendo del hambre en Israel. Él pertenecía a una de las familias notables de Israel, siendo hermano de Salmón, príncipe de Judá, que se casó con Rahab (1Cro 2:10,11; Mt 1:5). El sabía que la hambruna era una de las formas con que Dios castigaba a Israel por sus pecados (Lv 26:14,15,19,20). El debió haberse arrepentido en nombre del pueblo por sus pecados y de los propios, y debió haber confiado en la promesa de Dios de que “nada falta a los que le temen.” (Sal 34:9b), en lugar de haberse ido. Su nombre quiere decir “Mi Dios es rey”, pero tuvo poca confianza en su rey. Y por eso su proyecto terminó en un fracaso, pues buscando la vida en Moab, encontró allí la muerte. Y también murieron sus dos hijos, que se habían casado con mujeres moabitas, a pesar de que a los israelitas les estaba prohibido casarse con extranjeras.

En el antiguo Oriente la condición de una mujer viuda y, además, sin hijos, era muy triste, porque no tenía quien la sustente. Con frecuencia las viudas empobrecian y mendigaban. En este caso tenemos no a una sino a tres viudas desamparadas. Noemí, secundando a su marido, había querido huir de la desdicha en Judá, pero la desdicha le dio alcance en la tierra donde se había ido a refugiar.

Entonces, dice el texto, ella oyó que el Señor “había visitado a su pueblo.” (Rt 1:6). ¿Qué cosa quiere decir esa expresión? Cuando Dios visita a un pueblo ¿es para mal o para bien? Recordemos la frase que entona el anciano Zacarías al inicio de su cántico: “Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo.” (Lc 1:68) (3)
En este caso, que Dios hubiera visitado a su pueblo quería decir que la lluvia había regresado a los campos de Israel y nuevamente había abundancia de pan en Belén. Belén (Beith Lejem), dicho sea de paso, quiere decir “casa del pan”. (4). Pero “pan” en hebreo no es sólo un trozo de harina cocida u horneada, sino quiere decir “alimento” en general.

“Salió, pues, del lugar donde había estado, y con ella sus dos nueras, y comenzaron a caminar para volverse a la tierra de Judá. Y Noemí dijo a sus dos nueras: Andad, volveos cada una a la casa de su madre; Jehová haga con vosotras misericordia, como la habéis hecho con los muertos y conmigo. Os conceda Jehová que halléis descanso, cada una en casa de su marido. Luego las besó y ellas alzaron su voz y lloraron, y le dijeron: Ciertamente nosotras iremos contigo a tu pueblo.” (Rt 1:7-10).

Noemí les dice: “Ustedes son jóvenes. Pueden encontrar marido en su tierra y tener hijos. ¿Para qué compartir mi aflicción?” Pero ellas no quieren dejarla sola. La quieren tanto como para renunciar a un futuro cómodo en el seno de su familia. ¿Cuántas nueras hay que amen tanto a sus suegras y cuántas suegras que amen tanto a sus nueras como las que vemos en este relato? Noemí, como su nombre lo asegura, debe haber tenido algunas cualidades especiales que hacían que fuera amada.

No obstante, ella insiste: “Y Noemí respondió: Volveos, hijas mías; ¿para qué habéis de ir conmigo? ¿Tengo yo más hijos en el vientre, que puedan ser vuestros maridos? Volveos, hijas mías, e idos; porque yo ya soy vieja para tener marido. Y aunque dijese: Esperanza tengo, y esta noche estuviese con marido, y aun diese a luz hijos, ¿habíais vosotras de esperarlos hasta que fuesen grandes? ¿Habíais de quedaros sin casar por amor a ellos?” (v. 11-13ª)

Según la ley del Levirato mosaica, como en el caso de Tamar (Gn 38), cuando una mujer enviudaba sin hijos, ella tenia derecho a que el hermano del finado se case con ella para levantar descendencia al marido muerto. “Pero aún si yo me volviera a casar y tuviera hijos –dice ella- de poco les serviría a ustedes porque tendrían que esperar muchos años para que esos hijos estuvieran en edad de casarse con ustedes.”

Ella continúa insistiendo: “No, hijas mías; que mayor amargura tengo yo que vosotras, pues la mano de Jehová ha salido contra mi.” (13b)

Ella reconoce que lo que le ocurre viene de parte de Dios. Aunque ella no fuera conciente de ello, Dios tenía un propósito para con ella. A veces Dios tiene necesidad de afligirnos para que entremos en sus planes.

Las tres se detuvieron y las nueras siguieron llorando. Debe haber sido un momento solemne para ellas al considerar las oportunidades y los riesgos que tenían por delante, pues no sería fácil para ellas encontrar marido en tierra extraña.

Ante la insistencia de su suegra, Orfa se despide de ella y vuelve donde los suyos. Era para ella lo más seguro, pero quizá si ella hubiera permanecido junto a su suegra este pequeño libro no se llamaría Rut sino Orfa.

Noemí aprovecha su partida para decirle a Rut que ella debe hacer lo mismo que su cuñada y despedirse. No es que no le agrade su compañía ni que no la enternezca su cariño, pero ella piensa más en el futuro incierto que le espera a la chica en Israel, que en su propia comodidad.

Ella le dice: “Tu cuñada se ha vuelto a su pueblo y a sus dioses, vuélvete tú tras ella.” (v. 15).

En esos tiempos los dioses eran locales. Estaban ligados a la tierra, al país. Cada pueblo, cada tribu, tenía sus propios dioses. Pero el Dios de Israel, en cambio, era Dios de todos, porque a todos había creado y era el único Dios verdadero.

Si Noemí se hubiera quedado en Moab quien sabe si con el tiempo ella con el tiempo se hubiera olvidado del Dios de sus padres, y no hubiera terminado adorando a Quemós y a los otros dioses de los moabitas. Pero Dios tenía otros planes para ella y para Rut.

Los peruanos también tienen sus propios “dioses” con minúscula, a los que rinden un culto a veces extravagante. Son sus ídolos del deporte y las estrellas de la farándula, a quienes adoran como si fueses personas extraordinarias, aunque suelen ser más bien personas vulgares. Cuando emigran tienden a olvidarse de sus dioses locales y se convierten en “fans” de los dioses, de los ídolos del país donde se establecen. Eso forma parte de su proceso de adaptación al nuevo ambiente.

¡Pero cuánta gente hay que corre detrás de esos dioses pequeños y miserables, y descuida al Dios verdadero que es el único que puede ayudarlos! Quizá nosotros también en otra época íbamos detrás de esos muñecos ilusorios queriendo imitarlos o superarlos, y descuidando lo que es verdadero y real.

Ante el ruego de su suegra de que ella imite a su cuñada y regrese a casa de su madre, Rut pronuncia una de las frases más bellas de toda la Biblia: “No me ruegues que te deje y me aparte de ti; porque adondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios.” (vers. 16)

Esas son palabras que todos deberíamos haber tenido una vez en la boca. No sé si aquí, pero en otros lugares esas palabras forman parte de la ceremonia del matrimonio y la novia se las dice a su esposo.

“Dondequiera que tú fueres iré yo, y dondequiera que vivieres viviré yo.” Son palabras que expresan cariño, fidelidad, devoción. Rut le dice a Noemí: Yo compartiré tu suerte para bien o para mal y “sólo la muerte hará separación entre las dos.” (v. 17). ¡Y cómo la premió Dios por su lealtad!

Pero esas palabras expresan algo más profundo: la conversión que experimentó Rut en su corazón. Ella se convierte al Dios de Noemí, porque le dice “Tu Dios será mi Dios.”

¿Por qué abandonaría a sus dioses si todavía no había abandonado Moab? Porque ella se dio cuenta, creo yo, de que el Dios de Noemí era un Dios real, no un dios personificado en imágenes, en ídolos que no se mueven ni hablan, y que tienen que ser cargados. El Dios de Noemí era un Dios invisible, porque en Israel no había imágenes; un Dios invisible para los ojos humanos pero no para los ojos de la fe, porque respondía a las oraciones e inspiraba vivir de una manera diferente, recta. Quién sabe si Rut se había dado cuenta de que la manera amable de ser de Noemí estaba ligada a su fe. El Dios que Noemí adoraba había modelado su carácter y hecho tierno su corazón.

Viendo Noemí que Rut estaba resuelta a irse con ella, no insistió más y dejó que Rut la acompañara. En el fondo ¿qué más podía querer ella? Sin duda era lo que ella deseaba, porque se había encariñado con su nuera, pero no quería exigírselo. Prefirió que la decisión la tomara ella.

Notemos de paso que porque Noemí se había humillado “bajo la poderosa mano de Dios”, Dios estaba dispuesto a levantarla antes de lo que ella pensaba (1P5:8). Pero dejemos la continuación de la historia para otro día.

NB. Este artículo está basado en la trascripción de una enseñanza dada en el ministerio de la “Edad de Oro” de la C.C. “Agua Viva” en Septiembre pasado.

Notas:
1. Elimelec quiere decir “Mi Dios es rey”; Mahlón quiere decir “enfermedad” y Quelión, “agotamiento”. Rut quiere decir “amiga”, y Orfa, “nuca rígida”, y por extensión, “obstinación”.
2. De la segunda hija descendieron los amonitas, que también le hicieron la guerra a Israel.
3. La palabra “visitar” (pakad) quiere decir casi siempre traer una bendición, con frecuencia para terminar un tiempo de prueba, aunque ocasionalmente también para castigo, (Am 3:2, 14.
4. La palabra hebrea beith, que con bastante frecuencia encontramos traducida en las biblias españolas como el prefijo “bet” de muchas palabras compuestas, quiere decir “casa”. En el vers. 1 hay un juego de palabras irónico entre “hambre” y “casa del pan”.

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miércoles, 18 de marzo de 2009

JOCABED, MADRE Y NODRIZA DE MOISÉS

El libro del Éxodo narra cómo una vez muerto José, y de acuerdo a la promesa que Dios le hizo a Abraham (Gn 12:2; 15:5), el pueblo hebreo empezó a multiplicarse en Egipto en gran manera, al punto que los egipcios comenzaron a temer que si seguía aumentando su número, podían convertirse en una amenaza para ellos en caso de guerra (Ex 1:9,10. Nota 1). Cuando subió al trono un faraón que no había conocido a José, el nuevo soberano decidió oprimir a los hebreos con tributos y faenas pesadas para impedir que se siguieran multiplicando (Ex 1:11,12). Pero fue inútil. Ni aun el hecho de incrementarles las cargas y hacerles la vida penosa surtió el efecto deseado. ¿Y cómo podría, si la bendición de Dios estaba sobre ellos? Entonces el faraón ordenó a las parteras que atendían a las mujeres israelitas, que no dejaran vivir a los hijos varones que les nacieran y que sólo dejaran con vida a las hijas. Pero ellas se negaron a cumplir sus órdenes. Dice la Escritura que ellas “temieron a Dios y no hicieron como les mandó el rey.” (Ex 1:15-21). Y por haberle temido más que al faraón, Dios prosperó a las familias de las parteras. Dios recompensa a los que ponen la obediencia a sus mandatos por encima del temor a los hombres. Al faraón, finalmente, no le quedó más remedio que ordenar que todo hijo varón de los hebreos que naciera fuera echado al río para que muriera, y que sólo quedaran con vida las niñas (v. 22).

Fue entonces cuando Jocabed, esposa del levita Amram (2), dio a un luz a un hijo tan hermoso que no pudo entregarlo a la muerte, sino que lo escondió durante tres meses (Ex 2:2), a sabiendas de que si eran descubiertos, ella y su marido morirían junto con el niño. Hasta que llegó el día en que no podían seguir ocultándolo.

Entonces tomaron un arquilla (una pequeña canasta) y la prepararon para que pudiera flotar en el agua (Ex 2:3); pusieron al niño en ella y la llevaron al río Nilo, donde la depositaron escondida entre los carrizos que crecían en sus orillas.

Esa fue una medida desesperada, pero también un acto de confianza enorme en Dios, pues equivalía a poner al niño en sus manos, seguros de que Dios cuidaría de él. La epístola a los Hebreos elogia la fe de los padres de Moisés que no dudaron en arriesgar sus vidas al desobedecer al faraón. (Hb 11:23).

Tan confiada estaba Jocabed en lo que Dios haría con el niño, que dejó a su hermana en el lugar vigilando, para que viera lo que sucedería (Ex 2:4).

Y Dios no defraudó su confianza, porque al poco rato la hija del faraón vino a bañarse en el río junto con sus doncellas. Ella “vio la arquilla en el carrizal y envió a una criada suya a que la tomase”. (v. 5). Dios hizo que la hija del faraón, al ver al niño que lloraba, fuera movida a compasión y decidiera salvarle la vida, tomándolo a su cargo (v. 6).

Nótese que ella se dio bien cuenta de que era un hijo de los hebreos y que, por tanto, estaba condenado a muerte. Pero ella tuvo, sin embargo, compasión del niño. Fue la compasión lo que la movió a salvarlo, desafiando la orden de su padre. ¡Cuántas cosas no puede hacer la compasión!

Ella era pagana, pero tuvo un sentimiento que proviene del corazón de Dios. Con frecuencia nos olvidamos de que también los paganos tienen sentimientos buenos, porque ellos fueron también fueron creados a imagen y semejanza de Dios. No nos apresuremos pues a condenarlos, porque Dios puede no sólo salvarlos, sino también usarlos para sus fines.

¿Podemos creer que ella no fue recompensada por su misericordia y que no fue salva? La palabra de Dios nos asegura que sí debe haberlo sido: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" dijo Jesús (Mt 5:7). Porque ¿de qué serviría alcanzar misericordia si después uno se condena? Si examinamos el Nuevo Testamento veremos que donde quiera que aparece, la expresión "alcanzar misericordia" quiere decir casi siempre "ser salvo" (Rm 11:30,31; 1Cor 7:25; 1P 2:10). Moisés tuvo pues dos madres: una natural y otra adoptiva ¿Podemos creer que una se salvó y la otra no? La adoptiva también formaba parte de su casa ¿Podemos pensar que la promesa de que tu casa será salva si crees en Jesús (Hch 16:31) no alcanza a aquellos que, sin haber llegado a conocer al Mesías prometido, por fe lo miraron de lejos como saludándolo? (Hb 11:13) No podemos saber cómo pudo haber sido ser salva la hija del faraón, pero no sería imposible que en un momento dado ella hubiera reconocido que el Dios que adoraba su hijo adoptivo era el Dios verdadero y creyera en Él.

De otro lado, nótese que, como ocurrió con el madero de la cruz donde Jesús murió y nos dio vida, el instrumento de muerte en este caso (pues el faraón y su hija eran una sola familia) fue a la vez instrumento de vida.

Enseguida Dios inspiró a la hermana la idea de ir a buscar a Jocabed y de sugerirle a la hija del faraón que le encargue a ella al niño para que lo críe. Así Jocabed resultó ser nodriza por encargo de su propio hijo (Ex 2:7-9). ¡Cuán admirables y maravillosos son los caminos de Dios que utilizó a la hija del faraón para devolver sano y salvo a Jocabed el hijo que ella le había confiado!

Se lo devuelve además con un premio: El niño pertenecerá a la familia real, ya que la princesa lo adoptará y le dará el nombre de Moisés (esto es, "sacado de las aguas") por el cual hoy lo conocemos (v. 10). ¿No es esto extraordinario? El niño condenado a muerte se convierte en hijo -en el sentido amplio del Antiguo Testamento- del que lo condenó a morir. Y encima su madre fue recompensada económicamente por criar a su propio hijo (v. 9).

Cuando el niño creció su mamá se lo entregó a la hija del faraón para que se cumpliera su destino. En todo esto vemos la acción providencial de la mano de Dios poniendo en obra el proyecto que había concebido para salvar a su pueblo de la esclavitud y llevarlo a la tierra prometida por medio de este niño, cuyo bautismo en cierto modo había sido ser salvado de las aguas.

Dios no sólo rectificó el decreto malvado del faraón salvando de la muerte al futuro profeta y caudillo que Él había escogido, sino que además creó las circunstancias necesarias para que el muchacho (que ciertamente había sido instruido por sus padres acerca de las promesas que Dios hizo a Abraham y enseñado a creer en el único Dios verdadero) fuera educado en toda la sabiduría y costumbres de los egipcios, y que se familiarizara con las ceremonias y etiqueta de la casa real, para que, cuando años después, regresara para cumplir su misión, pudiera moverse con desenvoltura y autoridad en medio de los egipcios y pudiera entrar a palacio, según dice el refrán, "como Pedro en su casa", y hablarle al soberano de tú por tu, como a un familiar.

Más tarde el relato nos muestra cómo Moisés, paseándose por la tierra vio que sus hermanos hebreos eran oprimidos con duras tareas, y como un egipcio golpeaba a uno de ellos. En ese momento ¿cómo reaccionaría Moisés? Él era un príncipe egipcio, un aristócrata.¿Que sería más fuerte en él, la posición que ocupaba en la corte del faraón, o la voz de la sangre? Moisés salió en defensa de su hermano hebreo y mató al egipcio.

Pero el hecho de sangre no pudo permanecer oculto y Moisés, amenazado por el faraón, tuvo que huir al desierto (Ex 2:15). Ahí, por una feliz “coincidencia”, tuvo ocasión de defender de unos pastores a las hijas de un sacerdote de Madián que cuidaban las ovejas de su padre, el cual, agradecido, lo invitó a morar con él y le dio una de sus hijas como esposa. Estando en esa tierra pudo familiarizarse con las costumbres y modos de vida en el desierto, donde vivió 40 años (Ex 2:11-22). Ese conocimiento permitió que más tarde pudiera guiar a su pueblo en su peregrinaje por el desierto. Podemos decir pues con toda razón que Dios "no da puntada sin nudo". Todos los acontecimientos y pruebas de nuestra vida tienen un motivo dentro del plan de Dios. En Él el azar no existe. Esta idea es muy consoladora cuando enfrentamos situaciones muy difíciles, incomprensibles para nosotros.

Pero tomemos nota de cómo todo el plan de Dios comienza con unos esposos fieles que tienen fe en Él, y con una madre valiente que arriesga todo por su hijo, confiando en que Dios es poderoso para salvar aun en las circunstancias más difíciles. Ella dio un primer paso de fe cuando conservó a su hijo con vida, pese al decreto del faraón; y un segundo paso cuando puso a su hijo en una canasta entre los juncos del Nilo, sin saber que al hacerlo estaba salvando la vida del hombre que más tarde salvaría a su pueblo de la esclavitud de Egipto.

Cuando nosotros damos un paso de fe no sabemos qué es lo que Dios va a hacer con ese acto de confianza en Él, con el que quizá arriesgamos nuestra comodidad, o hasta nuestra vida. Por eso es que hay que obedecerle siempre, aunque nos cueste, porque Dios usará nuestra fe y obediencia para sus propósitos. Si por miedo o timidez dejamos de hacer lo que Dios espera de nosotros, frustramos sus planes para nuestras vidas y las de otros.

Es bueno que veamos brevemente lo que la tipología nos revela en este episodio, esto es, cómo los personajes y acontecimientos del Antiguo Testamento prefiguran y anuncian a los personajes y acontecimientos del Nuevo. Moisés es un "tipo" de Jesús, porque salvó al pueblo de Dios de la esclavitud de Egipto, así como Jesús lo salvará más tarde de la esclavitud del pecado.

La arquilla nos hace pensar en el arca que Noé construyó por orden de Dios, y en la que hizo entrar a los suyos cuando comenzó el diluvio (Gn 6:14). Ambas, el arca y la arquilla, fueron calafateadas por dentro y por fuera, para hacerlas impermeables al agua. En una se salvaron Noé y su familia, es decir, un pequeño remanente de la humanidad que, sobreviviendo a la catástrofe, se reproduciría y salvaría al género humano de la extinción; en la otra se salvó un niño que había de salvar a su pueblo. El arca es además figura de la iglesia -el cuerpo de Cristo- en la que se salvan los redimidos.

Cuando Dios inspiró a Moisés escribir el Pentateuco y a los demás autores del Antiguo Testamento sus libros, estaba pensando en lo que Espíritu Santo inspiraría a los evangelistas escribir acerca de Jesús. Para Dios no hay nada imprevisto. También en nuestra vida todo ha sido pensado y previsto por Dios. Lo que sucedió en nuestra infancia fue una preparación de las cosas que experimentaríamos como adultos. Lo que nos sucede ahora tiene un sentido que algún día contemplaremos. Todo lo que hemos pasado, todo lo que hemos sufrido, Dios lo usa. No hay ninguna acción que hayamos hecho por amor de cuyo fruto no disfrutaremos más adelante.

La madre de Moisés, que no tuvo miedo del decreto del faraón, pese a que su osadía pudo haberle costado la vida, es figura de María, la madre de Jesús, que aceptó tener un hijo no estando casada, no teniendo miedo de la deshonra que caería sobre ella por esa causa, ni del desprecio de su novio, ni de las piedras que lapidaban a las desposadas acusadas de adulterio.

Así como Dios confió a Jocabed al futuro salvador de Israel en la carne, así Dios confió a María al futuro salvador del Israel de Dios (Gal 6:16). Así como Jocabed y Amram salvaron a Moisés del faraón que quería matarlo, así también María y José salvaron a Jesús del rey Herodes que quería acabar con su vida.

Madame Guyon (3) hace, a propósito de los padres de Moisés, la acertada observación de que sólo cuando estamos en un peligro extremo entendemos lo que significa abandonarse en las manos de Dios. Es en esas circunstancias extremas, cuando todo parece perdido, cuando Dios manifiesta su Providencia -que todo lo ve y todo lo previene- y es entonces cuando se producen los mayores milagros. Es en los momentos de más grande peligro cuando Dios muestra todo su poder.

La vida de los hombres que Dios más usa suele estar marcada por momentos de gran peligro. El que quiera ser usado poderosamente por Dios, tenga pues cuidado de lo que desea, porque podría tener que pagar por ese privilegio un precio mayor de lo que imagina. Quizá no esté preparado para asumir el costo. Pero Dios escoge a los suyos y los prepara para soportar las pruebas que un llamado excepcional inevitablemente conlleva.

Notemos por último cómo la Providencia de Dios, que intervino para salvar a Moisés de pequeño, no lo abandonará a lo largo de toda su vida y lo acompañará hasta la hora de su muerte en el Horeb (Dt 34:1-5).

De manera semejante, la Providencia que ha estado con nosotros, aunque no lo hayamos notado, desde nuestro nacimiento, acompañará a sus elegidos hasta el día en que los recoja para llevarlos a su reino.

Y yo te pregunto, amigo lector ¿eres tú uno de esos elegidos? "Muchos son los llamados, pero pocos los elegidos" dijo Jesús (Mt 20:16). Quizá tú hayas escuchado alguna vez anunciar el Evangelio de Jesucristo, pero lo tomaste como algo ya sabido, o como algo que no era relevante para tu vida.

Pero si quieres tener la seguridad de que estás entre el número de los elegidos, es decir, entre los que se salvarán y que no se condenarán por toda la eternidad, vuélvete a Jesús y dile con un corazón sincero: 'Yo sé bien, oh Jesús, que tú viniste al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy uno de ellos. Sé también, pues lo he oído muchas veces, que tú moriste en la cruz para expiar mis pecados y saldar mi deuda con Dios. Pero, Señor, en este momento no sólo lo sé con mi mente, sino que lo creo con todo mi corazón. Reconozco que tú eres mi Salvador. Perdóname, Señor, mis pecados; lávalos con tu sangre y restáurame. Y escribe mi nombre en el libro de la vida, junto con el de tus elegidos.

Notas: 1. El temor del faraón es semejante al temor que abrigan los pueblos desarrollados respecto del crecimiento demográfico de los pueblos del tercer mundo, e igual que los egipcios, tratan de frenar el aumento de las poblaciones de esos pueblos mediante campañas para restringir los nacimientos. En este punto, como en muchos otros, al hablar de un tema propio de su tiempo, la Biblia, apunta al futuro.

2. El relato del Éxodo no menciona aquí el nombre de los padres de Moisés, pero sí lo hace más adelante al consignar los nombres de los descendientes de Leví (Ex 6:20). La versión Reina-Valera 60 dice aquí "su tía" y la King James, "la hermana de su padre". Pero la palabra hebrea del original: "doda", puede significar también "descendiente", "prima" o "sobrina". Lo más probable es que Amran y Jocabed fueran primos.

3. Madame Guyon (1648-1717) fue una mujer de la nobleza francesa que fue condenada como hereje y encarcelada muchos años, acusada de ser "quietista" -una corriente de espiritualidad que propugnaba el desarrollo de una relación más íntima con Dios, pero a la que se achacaba alentar una pasividad excesiva. Aparte de su Autobiografía y de un de método de oración -muy apreciado por hombres como Fenelon, Zinzendorf, Wesley, Hudson Taylor, Watchman Nee y otros- ella escribió algunos comentarios muy inspirados sobre varios libros de la Biblia.

NB. Este artículo fue publicado por primera vez el 20.05.01, en una edición limitada, con el título de “Jocabed, la Mamá de Moisés”. Lo he revisado y ampliado para esta nueva impresión.

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Tags: Biblia, Salvación, Providencia.

SECRETOS DE LA INTERCESIÓN IV

Esta serie de artículos que hoy concluye está basada en la trascripción de un ciclo de enseñanzas dadas en las reuniones de la Edad de Oro de la C.C. Agua Viva hace unos cuatro años. Al revisar el texto se ha mantenido el carácter informal e improvisado de la charla, así como alguna repetición inevitable.

Vamos a seguir hablando de las cosas que necesitamos para ser buenos intercesores. Aunque pueda parecer contradictorio, una de ellas es el deseo de ayudarnos a nosotros mismos. ¿Cómo así si el propósito de la intercesión es orar por otros, no por uno mismo? ¿Saben por qué? Porque cuando oramos por otro, Dios nos bendice. Si nosotros damos nuestro tiempo, damos nuestro esfuerzo y energías ¿Cuál es el resultado? ¿Acaso no dijo Jesús que todo el que da recibe? ¿Atenderá Dios solamente a la oración hecha por un tercero y se olvidará de la persona que oró? De ninguna manera. Si escucha la oración del intercesor, tendrá también compasión de éste. Sea lo que sea lo que demos a otros, sea nuestro tiempo, o nuestro esfuerzo, o nuestra atención, siempre recibiremos de Dios nuestro premio.

Cuando uno se ocupa de las cosas de Dios y de las cosas del prójimo, Dios se ocupa de las de uno. Incluso Él lo hará mejor de lo que uno mismo podría hacerlo.

En cierta manera interceder por otros nos libera de la necesidad de orar por nosotros mismos, porque Dios se ocupará de resolver nuestros problemas, y atenderá a nuestras necesidades, que Él conoce mejor que nosotros mismos, sin que se lo pidamos. En suma, cuando nosotros intercedemos por otros, le damos a Dios la oportunidad de bendecirnos. Nosotros seremos indirectamente beneficiarios de nuestra intercesión.

“Dios paga a cada cual según sus obras” es el principio que figura más veces en las Escrituras (Sal 62:12; Rm 2:6; 1P 1:17; Ap 2:23; 22:12). Si nosotros damos al prójimo, Dios nos va a dar a nosotros. Visto desde otro ángulo es el principio de dar y recibir: “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo.” (Lc 6:38)

Es bueno que digamos con Jabes: “Bendíceme Señor”. Pero es mejor que digamos: “Bendice a Juan, bendice a Elena, etc.,” porque junto con Juan o con Elena, nosotros seremos bendecidos y a la larga el premio va a ser mejor. Por algo dice Pablo en Filipenses: “No mirando cada uno por lo suyo propio, sino cada cual también por lo de otros.” (Flp 2:4). Nos está diciendo: “Piensa primero en el prójimo y después piensa en ti”. ¡Ay, eso hacen los tontos, eso hacen los mensos!. No señor, eso hacen los vivos, eso hacen los inteligentes, porque el fruto que se cosecha será mayor. Nada nos bendice más a nosotros que bendecir a otros. ¿Quieres ser bendecido? Bendice a otros. ¿Quieres ser prosperado? Me consta porque lo he experimentado: da y Dios te va a recompensar con creces.

Ahora bien, también es cierto que el hecho de orar por otros no nos exime de la obligación de ayudarlos también materialmente cuando sea necesario. Las dos cosas van juntas. Por algo escribe Santiago: “Si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento diario, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no le da las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué le sirve?” (St 2:15,16).

Por eso es que cuando Jesús veía a alguien enfermo no se contentaba con orar al Padre por él, sino que iba y lo sanaba. Cuando vio a una viuda llorando porque había muerto su único hijo, no le dio solamente el pésame como hacemos nosotros. No le dijo: “¡Ay hermana, yo sufro contigo! ¡No sabes cuánta compasión siento por tu sufrimiento!”, sino que resucitó a su hijo y se lo entregó vivo. Se compadeció y actuó. Así también debemos comportarnos nosotros: Orar y ayudar, en la medida de lo posible. Que la oración no sea una excusa para quedarnos con los brazos cruzados. ¿Cómo te gustaría que se porten contigo si te encuentras en un apremio? ¿Te bastará que oren por ti, y no te ayuden si pueden hacerlo?

Sabemos que Jesús llevaba en sus viajes una bolsa para dar limosna. Lo único malo era el que el encargado de la bolsa era Judas, que se metía una parte del contenido al bolsillo, porque era un ladrón. Pero lo cierto es que Él llevaba una bolsa para hacer caridad. No obstante que Él vivía de la caridad ajena, puesto que durante los años de su vida pública no trabajaba, Él daba de lo poco que tenía. Haz tú, pues, lo mismo.

La oración de intercesión es la ayuda más poderosa, pero no nos exime de la obligación de dar algo concreto, sea pan o dinero o medicamento, si está en nuestras manos hacerlo. Proverbios lo dice claramente: “No te niegues a hacer el bien a quien es debido cuando tienes poder para hacerlo. No digas a tu prójimo: Anda y vuelve y mañana te daré, cuando tienes contigo qué darle.” (Pr 3:27,28).

[Parece que lo que traté de explicar no hubiera sido suficientemente claro, porque una de las asistentes me preguntó: “¿Cuándo oramos por otros también podemos orar por nosotros?” También puedes, pero ¿para qué pierdes el tiempo? Puedes hacerlo, pero si estás orando por otros, Dios va a darte lo que tú necesitas sin necesidad de que se lo pidas, porque Dios conoce tus necesidades mejor que tú misma. Nosotros podemos decirle: “Señor, necesito esto, esto y esto”. Dios desde arriba te dirá: “Te olvidaste de esto y de aquello que también necesitas.” ¿Se dan cuenta? Él no solamente conoce cuáles son nuestras necesidades, sino sabe cuáles son nuestras necesidades más profundas y verdaderas.

“¿Cuándo oramos podemos entregar al Señor todas nuestras necesidades?” Claro que sí, no sólo nuestras necesidades, también nuestras aflicciones podemos entregárselas y confiárselas a Él.]

¿Qué otra cosa más necesitamos para interceder? Necesitamos la ayuda del Espíritu Santo. Claro está que la necesitamos no solamente para interceder, sino para todo lo que hagamos, porque Él es el que nos guía para hacer todo de la forma más adecuada, y además el que presenta nuestras oraciones al Padre de la manera más conveniente. Pablo dice que cuando nosotros no sabemos cómo orar como conviene, el Espíritu Santo interviene para ayudarnos: “Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles”. (Rm 8:26).

De manera que cuando tú sientas que debes orar por algo, o por alguien, pero no sabes cómo hacerlo como conviene para que tu oración llegue al cielo (y ¡cuántas veces nos pasa eso!), comienza entonces a orar en lenguas o balbuceando, y el Espíritu Santo intercederá por ti.

Cuando oramos en lenguas nosotros no entendemos lo que estamos diciendo, ni lo entienden los que están alrededor nuestro, pero Dios sí: “Mas el que escudriña los corazones sabe cuál es la mente del Espíritu, porque conforme a la voluntad de Dios intercede por los santos.” (Rm 8:27).

Así pues, cuando no sepas cómo orar, puedes acudir al Espíritu Santo y decirle: “Ayúdame Espíritu Santo; ven y ora tú por mi”. O podemos clamar simplemente sin palabras, o llorar si estamos muy conmovidos. Dios conoce la necesidad. No tenemos por qué avergonzarnos delante de Él.

Yo he encontrado que la mejor manera de orar es decirle a Dios: “Señor, te amo”. Simplemente eso, “te amo”, porque si hay algo que toca el corazón de Dios, que mueve su mano, es el amor. Entonces puedo decirle: “Yo te amo, Señor, porque tú vas a intervenir en esta situación, porque tú vas a ayudar a esa persona que necesita de ti; y te doy gracias porque vas a hacer un milagro ahí; porque tú vas a transformar esa situación, vas a cambiar esa pena en gozo.”

Nada conmueve más al corazón de Dios que decirle que le amamos. En eso el Señor nuestro Dios, Todopoderoso como es, es como una mujer a quien le gusta que su amado, su marido, o su novio, le diga que la ama. ¿Qué cosa toca más a una mujer sino que el hombre al que se ha unido le diga cuánto la ama? Dios tiene un corazón femenino, y Él quiere que nosotros le digamos que lo amamos. Nada le toca más a Él que eso. Pero además, decirle que lo amamos incrementa nuestro amor por Él, si se lo decimos sinceramente, y aumenta nuestra intimidad con Él.

Podemos pues decirle: “Yo te pido por esta persona, Señor, porque te amo y sé que tú también la amas y puedes hacerlo todo.” Y el Señor, hablando en términos humanos, te mirará complacido. Si además nuestro corazón está lleno de amor por la persona por quien oramos, ¡cómo no va a responder a nuestra oración!

En todo ello es el Espíritu Santo el que nos ayuda, porque Él es quien infunde amor en nuestros corazones, como se dice en Romanos: “Y la esperanza no avergüenza, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rm 5:5). El Espíritu Santo derrama el amor de Dios en nuestros corazones para que nosotros le amemos a Él de vuelta, con el amor que Él mismo nos ha dado. Notemos que así como fue el amor que Dios sentía por nosotros lo que lo motivó a enviar a su Hijo para salvarnos (Jn 3:16), de manera semejante es el amor por sus criaturas lo que lo mueve a responder a nuestras oraciones. Si nosotros le fuéramos indiferentes, ¿se apiadaría Él de nuestra condición y de nuestros problemas? Él se apiada y nos ayuda porque nos ama. Esa es la base de nuestra confianza.

¿Qué otra cosa más necesitamos que es también muy importante? Necesitamos tener valor, esto es, ser muy valientes, porque cuando nosotros intercedemos por una persona, o por un problema, o por una situación difícil, nos estamos metiendo en el terreno del diablo, y eso a él no le gusta. ¿Cómo así nos metemos en su territorio? Nosotros no podemos atribuir al diablo todos los problemas que hay en el mundo, porque muchos son causados por nuestros propios errores humanos, o son causados por la maldad del hombre. Muchos también son causados por el diablo por supuesto. Pero aun en aquellos problemas que no han sido causados por él, basta que exista la situación conflictiva para que él se meta para empeorarla, porque ésa es su especialidad. Él se va a meter para agravar las cosas, de manera que aunque no siempre sea él el causante del daño, él siempre es el agravante del daño. Él se involucra siempre en todo problema, aunque él no sea la causa, para ver cómo lo complica y lo hace más dolorosa. Él se complace en hacer sufrir al hombre; y más aun, se complace en apartarnos de Dios.

Muchos de los problemas que hay en el mundo surgen de que los seres humanos se han apartado de Dios, ya que al apartarse de Dios, cometen errores que hacen que les sucedan cosas malas. ¿Quién es el causante? No es Dios; es el diablo que los ha engañado. Ahí en ese problema, en esa situación lacerante, está él metido, de modo que cuando tú oras por ese problema, te metes en su terreno y él se va a enojar: ¿Qué haces tú acá? ¿Quién te ha autorizado a meter tus narices en lo que no te importa? Pero sí nos importa, porque Dios nos ha autorizado a meternos.

Nosotros tratamos de llevarnos bien con nuestros vecinos, ¿no es cierto? Pero si yo me meto en su terreno, él se molesta. Si ensucio su vereda gritará: “¡Hey, qué estás haciendo!” ¿No es así?

Frente al enojo del diablo porque nos metemos en su terreno, nosotros debemos cubrirnos con la sangre de Cristo. Así que necesitamos valor para atrevernos a desafiar al enemigo en su territorio. Pero podemos hacerlo confiados y seguros de que la sangre de Cristo nos va a proteger.

Una última cosa muy importante, la más espiritual de todas, si queremos orar de una manera ordenada. ¿Saben cuál es? Tener un cuaderno. Sí, un cuaderno para llevar el registro de nuestras oraciones y poder hacerlo de manera que podamos llevar la cuenta de lo que pedimos y de lo que recibimos en el tiempo.

Una vez leí acerca de un gran hombre de Dios que fue un gran intercesor. Jorge Müller era su nombre. (Si pueden conseguir su biografía les recomiendo leerla. Es muy edificante). Al comienzo de su primer pastorado en una pequeña iglesia, él sintió que Dios quería que recibiera huérfanos en su casa. Cuando aumentó el número de los niños alquiló una casa cercana para poder alojarlos. Con el correr de los años llegó a construir cuatro grandes orfanatorios en donde dos mil niños eran cuidados, alimentados e instruidos en las mejores condiciones gratuitamente. Ya pueden imaginarse cuál sería el gasto. Pero él se había propuesto desde el comienzo que nunca pediría un centavo a nadie sino a Dios. Pasó por muchos momentos de angustia y escasez, pero Dios siempre proveyó, a veces de manera milagrosa. Al cabo de los años, con el dinero recaudado sin pedir un centavo a nadie, imprimía y distribuía miles de biblias al año y sostenía a varios misioneros.

Él tenía un cuaderno. En la hoja izquierda escribía la necesidad y la fecha en que había orado por ella; en la hoja derecha ponía la respuesta y el día en que Dios había contestado a su oración. Así llevaba él un registro de cómo Dios contestaba a sus peticiones. Él sintió una vez que Dios le decía: “Yo te he inspirado que hagas eso para que tú des testimonio del poder de la oración.” Él, en efecto, escribió su autobiografía justamente para dar testimonio de cómo Dios a lo largo de su vida había contestado a sus oraciones. Al final de su larga carrera de servicio él pudo afirmar que Dios había contestado a todas sus oraciones, menos una. La oración que no había sido contestada era por la conversión del que había sido su compinche en sus años mozos de vida desordenada. Sintiendo que ya le llegaba el día de su partida se afligía pensando que su amigo todavía no se había convertido. Pero Dios atendió a su oración sin que él lo supiera, porque el día que lo enterraron, su amigo fue al campo santo y cuando escuchó la homilía predicada por el que presidía las exequias, le entregó su vida al Señor. Así que la única oración de Jorge Müller que no fue contestada en vida, tuvo respuesta después de fallecido. Fue una respuesta “post mortem”. ¿Qué nos quiere decir eso? Que Dios siempre contesta a nuestras oraciones, a veces sin que nosotros lo sepamos, e incluso, cuando hemos perdido toda esperanza.

Quiero hablarles, para terminar, del más grande intercesor del Antiguo Testamento, de Moisés, para que comprendamos cuán grande es el poder del amor en la intercesión.

Todos conocemos la historia del becerro de oro que el pueblo hebreo había fundido para adorarlo, en vista de que Moisés no bajaba de la montaña a la que había subido para hablar con Dios (Ex 32:6-14).

Cuando Dios vio lo que hacían le ordenó a Moisés que descendiera y le dijo que Él iba a destruir a ese pueblo de cerviz dura que siempre le desobedecía. Dios le dijo además a Moisés que de su descendencia Él iba a levantar un pueblo que le obedeciera. En suma, le ofreció transferirle todas las promesas que Él había hecho a Abraham, Isaac y Jacob. ¡Qué gran honor para Moisés! Él sería el padre de un nuevo pueblo escogido que reemplazaría al rebelde Israel.

¿Qué hizo entonces Moisés? ¿Aceptó él la maravillosa oferta que Dios le hacía? No, al contrario. Desdeñando lo que a él le convenía, abogó por el pueblo rebelde, que le había dado tantos dolores de cabeza, pero al que, pese a todo, amaba. Moisés no quería su ruina, ni deseaba el honor que Dios le ofrecía porque amaba al pueblo. Por eso clamó a Dios para que una vez más lo perdonara y no lo destruyera.

Naturalmente Dios no tenía la intención de incumplir las promesas que había hecho a Abraham, pero aprovechó la ocasión para poner a prueba la fidelidad de Moisés y su amor por el pueblo que le había confiado, sabiendo que Moisés no aceptaría su oferta. ¿Por qué entonces lo puso a prueba, si lo conocía? Para que Moisés se conociera.

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lunes, 9 de marzo de 2009

UNA VISIÓN PARA NUESTRO PAÍS

Voy a interrumpir la publicación de la serie “Secretos de la Intercesión” para tocar un tema que es de mucha actualidad en estos días. Se trata de un tema que tuve oportunidad de dictar recientemente en un Seminario de Liderazgo Avanzado en el marco de la Fraternidad Internacional de Hombres de Negocios. Mi exposición estuvo basada en un esquema modificado por mí del material que se me proporcionó.

Nuestro país es muy bello. La belleza de sus paisajes en las tres regiones naturales, costa, sierra y montaña, llama la atención de los visitantes extranjeros. Pero nosotros no hemos hecho con nuestras manos esta belleza. Nosotros no hemos levantado la cordillera de los Andes ni hemos sembrado de árboles la Selva. La belleza que nos rodea es un regalo de Dios y forma parte de la belleza de la naturaleza creada. El libro del Génesis lo dice: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra…Después dijo Dios: Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla…Produjo pues la tierra hierba verde, hierba que da semilla según su naturaleza, y árbol que da fruto…Y vio Dios que era bueno.” (Gn 1:11,12).

Todo lo que Dios hace es bello y bueno.

La belleza de nuestros paisajes no es mérito nuestro, como he dicho, pero nosotros tenemos la obligación de conservarla. Si no lo hacemos atentamos contra la obra de Dios que Él mismo nos ha confiado, y ponemos en peligro la salud y bienestar de los habitantes del país.

Pero hay un marcado contraste entre la belleza física que aludimos y la realidad socio-económica del Perú. ¿Es bella esta realidad? Difícilmente podríamos afirmarlo. Esa realidad no es tan bella como nuestros paisajes.

¿Creó Dios esa realidad que no nos enorgullece? Todo lo que Dios hace es bello y bueno, hemos dicho. ¿Quién es entonces el responsable de esa realidad nada bella? Nosotros los peruanos somos los responsables, porque esa realidad es en gran parte resultado de nuestras decisiones históricas como pueblo, de nuestra conducta como ciudadanos, y sobre todo, de nuestra falta de sentido de responsabilidad.

También es culpa de muchas de las personas que han estado al frente del gobierno y desgobierno de nuestra patria. Recordemos que los primeros 30 años de nuestra vida republicana estuvieron dominados por el caos, en que caudillos personalistas se sucedían en el poder por lapsos cortos de tiempo, al que accedían mediante levantamientos, hasta que surgió Ramón Castilla, que empezó a poner orden en nuestra política y en la administración pública.

Pablo escribió: “Todo lo que el hombre sembrare, eso cosechará. (Gal 6:7) A lo largo de casi 200 años de vida independiente hemos sembrado lo que estamos hoy cosechando, y hoy estamos sembrando lo que nuestros hijos y nuestros nietos cosecharán más adelante.

¿Qué clase de país pues queremos?

En vista de lo anterior cabe preguntarnos en qué clase de país queremos vivir.

He resumido en seis puntos lo que nosotros debemos desear para nuestro país, la Visión que debemos tener para nuestra patria. Pero no basta con soñar. Es necesario ponerse manos a la obra.

1. Que el Perú sea próspero económicamente.
2. Que sea un país ordenado y limpio, donde se respete a la autoridad y se obedezcan las leyes.
3. Que sea un país poblado por gente honesta.
4, Que sea un país donde reine la justicia.
5. Que nuestro país tenga una población educada y de un nivel cultural alto.
6. Sobre todo, que sea un país cristiano.
Veamos punto por punto.

1. País próspero.
Nuestro país atraviesa actualmente por una etapa de prosperidad económica que ya dura algunos años. Ello es consecuencia de la aplicación de una política económica, sana, racional y realista.

Pero el bienestar económico no alcanza a toda la población. Todavía no chorrea a todos, como
suele decirse, aunque haya signos de que el número y la dispersión geográfica de los beneficiados por esa prosperidad están aumentando. Prueba de ello es el marcado aumento de la venta de autos nuevos, y la construcción de centros comerciales en las ciudades de provincias, así como la demanda de viviendas nuevas.

No obstante, todavía hay mucha pobreza. Ello se debe en parte: i) a las políticas económicas erradas del pasado, cuyas consecuencias no han sido superadas del todo; y ii) al egoísmo y la falta de espíritu de solidaridad que prevalece en nuestro pueblo.

Si bien la prosperidad económica no garantiza la felicidad de la población, ciertamente contribuye a ella de manera sustancial. Por ese motivo debemos desear que la expansión actual de nuestra economía continúe –pese a la crisis mundial- para que nuestra población goce de un bienestar cada día mayor.

2. País ordenado.
Deseamos vivir en un país tranquilo, seguro, donde las cosas funcionen. Aunque parezca hoy un cuento de hadas, así era el Perú en buena medida hace unos cincuenta años.

Pablo escribió: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; y los que resisten, acarrean condenación para sí mismos.” (Rm 13:1,2).

Debemos respetar a las autoridades porque ellas representan a Dios. Vale la pena notar que cuando Pablo escribió esas líneas reinaba en Roma uno de los emperadores más crueles y sádicos de la historia: el funesto Nerón, que desató la primera persecución contra los cristianos. No obstante, Pablo dice que resistir a esa autoridad malvada equivale a resistir a Dios. Por ese motivo los cristianos se sometían dócilmente al martirio. No se rebelaban porque los persiguieran, sino lo aceptaban como viniendo de parte de Dios. Recordaban que Jesús lo había anunciado y había llamado “bienaventurados” a los que fueran perseguidos por causa de su nombre (Mt 5:11).

Nosotros nos sometemos a las autoridades no por simpatía, ni por servilismo, sino por razones de conciencia, porque la autoridad de los gobernantes no proviene de las urnas electorales, sino de Dios.

Respetar a las autoridades implica obedecer a las órdenes que se impartan y cumplir las leyes y reglamentos vigentes. Si las leyes y los reglamentos no son justos, Dios les pedirá cuenta a los que los dieron, pero nosotros debemos obedecerlos. La llamada “desobediencia civil” sólo se justifica en casos extremos, cuando se dictan leyes que sean expresamente contrarias a la ley de Dios, como sería el caso del aborto..

La falta de respeto a la autoridad y a las leyes tiene como consecuencia que toda gestión, todo trámite, toda actividad económica, se vuelva difícil y costosa, y reine el caos. En los países donde las leyes se cumplen las cosas fluyen con facilidad. Los que pagan las consecuencias del irrespeto de la autoridad y de las leyes no son los extranjeros, sino nosotros mismos.

Para poner un ejemplo sencillo, si en una intersección donde hay mucho tránsito, no se respetan las luces del semáforo, se crea en poco tiempo un atoro de tráfico terrible. Pero si se respeta el semáforo el tráfico fluye sin dificultad.

Así pues, nosotros debemos trabajar porque las leyes no sean letra muerta en nuestro país, y no se siga diciendo: “Hecha la ley, hecha la trampa,” sino que, al contrario, nuestros ciudadanos den el buen ejemplo a otros países.

¿Supone el respeto a la autoridad que no debe haber oposición política? La oposición es buena, y cumple una función necesaria, cuando critica los errores del gobierno y denuncia la corrupción.

Pero las relaciones entre el gobierno y la oposición deben estar regidas por sentimientos rectos. Desafortunadamente suelen estar motivadas en la práctica por una lucha descarada por el poder, por la rivalidad y el egoísmo. En esos casos, la oposición no colabora sino obstruye la acción y los planes del gobierno, perjudicando al pueblo.

¿Qué queremos pues nosotros para nuestro país? Que la oposición haga su trabajo de una manera leal, y que la ciudadanía respete a las autoridades y cumpla las normas vigentes. El respeto del orden supone además, entre otras cosas, que las calles, plazas y lugares públicos sean mantenidos limpios y pulcros. La limpieza es no sólo un síntoma de buen orden sino también de disciplina, y refleja el carácter o psicología de la población. La suciedad suele ser una señal de la presencia del maligno y atrae a la delincuencia.

“Porque los magistrados no están para infundir temor al que hace el bien, sino al malo. ¿Quieres, pues, no temer la autoridad? Haz lo bueno, y tendrás alabanza de ella; porque es servidor de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, teme; porque no en vano lleva la espada, pues es servidor de Dios, vengador para castigar al que hace lo malo.” (Rm 13:3,4) ¡Ay, Pablo, qué lejos estabas del Perú contemporáneo cuando escribiste esas líneas!

Lo que el apóstol escribe ahí, en efecto, no siempre funciona en el Perú, porque la aparición de un patrullero, por ejemplo, no suele inspirar confianza sino temor al ciudadano. ¿Por qué ocurre eso? Porque hay mucha corrupción en la policía.

La corrupción de las autoridades es un grave pecado y un terrible azote para la población que acarrea mucho sufrimiento.

“Cuando los impíos son levantados se esconde el hombre; mas cuando perecen, los justos se multiplican.” (Pr 28:28ª). Oremos pues porque lo segundo se cumpla: que los impíos desaparezcan de nuestra vida política y sean reemplazados por gente proba, capaz, que ponga el interés del país por encima de sus propios intereses.

Esto nos lleva al tercer punto:

3. País honesto.
“Cuando los justos dominan el pueblo se alegra, pero cuando domina el impío el pueblo gime." (Pr 29:2)”

¡Qué bueno fuera que pudiéramos jactarnos de la honradez de nuestra gente y de nuestros funcionarios públicos!

La honestidad facilita las operaciones comerciales porque se hacen en un clima de confianza. La deshonestidad engendra desconfianza mutua. Cuando no hay confianza entre las partes todo se complica porque se vuelve necesario tomar precauciones para protegerse del fraude y del engaño. Eso hace que aumente lo que suele llamarse en economía “el costo de transacción”. Todo se encarece.

Cuando la palabra dada no vale, todo tiene que ser certificado, notariado. Pero Jesús dijo: “Que tu sí sea sí, y tu no, no.” (Mt 5:37). Todo lo demás es pecado, o consecuencia del pecado. La mentira en los negocios tiene un alto costo económico. Cuando se puede confiar en la palabra de la gente las transacciones se facilitan. Nosotros debemos contribuir dando cada uno ejemplo de que nuestra palabra es firme como un contrato. En las Sagradas Escrituras hay múltiples ejemplos del valor de la palabra como compromiso ineludible.

La corrupción de las autoridades, la coima, las licitaciones amañadas, causan un grave despilfarro de los recursos del estado. Las obras públicas y las compras estatales salen más caras de lo que debieran, porque una buena parte de los fondos disponibles se va en “coimisiones”. Se emprenden proyectos mal concebidos o innecesarios, sólo con fines de lucro injusto, y los proyectos necesarios en curso se hacen mal. Debemos pues pararnos firmes contra la corrupción y denunciarla cuando nos topemos con ella.

“Pues por esto pagáis también los tributos, porque son servidores de Dios que atienden continuamente a esto mismo. Pagad a todos lo que debéis: al que tributo, tributo; al que impuesto, impuesto;” (Rm 13:6,7a). Pagar impuestos es una obligación ante Dios y evadirlos es pecado.

Jesús nos dio ejemplo del pago oportuno de los impuestos: “Cuando llegaron a Capernaum, vinieron a Pedro los que cobraban las dos dracmas, y le dijeron: ¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas? Él dijo: Sí. Y al entrar él en casa, Jesús le habló primero, diciendo: ¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quiénes cobran los tributos o los impuestos? ¿De sus hijos, o de los extraños? Pedro le respondió: De los extraños. Jesús le dijo: Luego, los hijos están exentos. Sin embargo, para no ofenderles, ve al mar, y echa el anzuelo, y el primer pez que saques, tómalo, y al abrirle la boca, hallarás un estatero; tómalo, y dáselo por mí y por ti.” (Mt 17: 24-27). Jesús pagó el impuesto del templo aunque no estaba obligado, siendo como era la casa de su Padre. Al actuar de esa manera Él nos ha mostrado cómo nosotros debemos comportarnos en ese campo.

4. País justo.
Podemos enfocar el tema desde dos puntos de vista: el del sistema judicial y el de la justicia social.

Nuestra población no confía en el poder judicial, porque muchos jueces son corruptos o incapaces. Felizmente no lo son todos, pero sí un número bastante alto como para engendrar desconfianza. Hay jueces que dictan sentencias injustas que causan muchos perjuicios y sufrimiento.

Dios condena el soborno:“No tuerzas el derecho; no hagas acepción de personas, ni tomes soborno; porque el soborno ciega los ojos de los sabios, y pervierte las palabras de los justos.” (Dt 16:19)

Y también está escrito: “El impío toma soborno del seno para pervertir las sendas de la justicia.” (Pr 17:23). No cedamos pues, a la tentación del soborno, aunque no darlo pueda tener para nosotros un costo alto.

No podemos negar, de otro lado, que en el Perú reina una gran injusticia debido a las diferencias sociales y a los muchos privilegios injustificados. Los derechos de una gran parte de la población (la gente humilde y los campesinos) son conculcados sin escrúpulos, sin que haya casi nadie que los defienda. Los empresarios cercanos al poder abusan de la población y no son sancionados. Eso está pasando con la minería en la sierra, donde con mucha frecuencia se otorgan concesiones mineras que invaden o afectan zonas agrícolas, o centros poblados. A los que protestan contra esos atropellos se les acusa de subversivos. Cuando sea oportuno nosotros debemos levantar la voz en defensa de los afectados. Es nuestro deber como cristianos.

El hecho innegable es que las injusticias, así como las grandes diferencias en el nivel de vida, causan resentimientos profundos y tensiones sociales que ponen en peligro la gobernabilidad del país.

Las injusticias clamorosas favorecen a los demagogos. En los países ordenados y justos, como deseamos que nuestro país sea, la demagogia no prospera. En Suiza, Suecia, los EEUU o el Japón, por ejemplo, la política es bastante racional y obedece menos a resortes emocionales. Quiera Dios que el nombre del Perú se añada pronto al de esos países que son citados como ejemplo de buen gobierno.
Eso tiene que ver con la educación de la población.

5. País educado y con nivel cultural alto.
La calidad de la educación pública en nuestro país ha decaído muchísimo en las últimas tres décadas.

Eso no es casual. Es un hecho que a muchos políticos les conviene mantener a la población en la ignorancia, porque de esa manera es más fácilmente manipulable.

Un ejemplo patético lo vimos durante el proceso electoral del año 2000, en el que la campaña electoral consistió en buena parte en bailes de los candidatos que sustituían al debate de programas e ideas. Ese espectáculo constituía una vergüenza nacional: ganar votos de esa manera, con regalos y disfuerzos, y no con argumentos. ¡El proceso electoral, que es el proceso cívico más importante de un país, convertido en un circo!

En un país con una población educada ese triste y ridículo espectáculo sería inimaginable.

Para contrarrestar esa tendencia perniciosa nosotros debemos procurar estar enterados de la problemática del país, de modo que podamos formarnos una opinión propia bien fundada. Es nuestro deber como cristianos.

“Pagad a todos lo que debéis… al que respeto, respeto; al que honra, honra. No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros; porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley.” (Rm 13:7,8).

“Al que respeto, respeto.” El eslogan: “A la policía se le respeta” muestra el grado del deterioro del prestigio de la policía y el poco respeto que siente la población por esa institución indispensable.

“Al que honra, honra.” Los programas de televisión populares juegan con el honor y la vida privada de las personas, sin importarles el daño que pueden ocasionar a terceros. El éxito de ese tipo de programas es sólo posible gracias a la ignorancia de la gente.

A los conductores de los programas populares los ejecutivos de la publicidad los llaman “líderes de opinión”, aunque son en su mayoría en realidad unos ignorantes, pero influyen en la opinión pública. Pero ¿qué persona decente los invitaría a su casa? Lo que es peor, esos programas vulgares, y con frecuencia inmorales, se han convertido “de facto” en la universidad del pueblo. En algunos países las cartas de queja del público dirigidas a los patrocinadores comerciales de esos programas, han logrado que cambien su tónica y estilo. Es una estrategia que quizá podríamos adoptar.

El pueblo peruano solía ser conocido por sus buenos modales en el pasado. Esa es una tradición que se ha perdido que deberíamos recuperar. La mayoría de la gente se comporta hoy día como patanes, incluso los cristianos. Pero ¿a quién le gusta tratar con patanes? La patanería hace que el trato humano se vuelva desagradable.

“El amor no hace mal al prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor.” (Rm 13:10). La buena educación es una manifestación de amor al prójimo. Por eso se le llama “amabilidad” ¿A quién no le gusta tratar con una persona amable?

Las personas amables son agradables en su trato. Las personas que no son amables, son desagradables. Seamos nosotros amables con todos (Flp 4:5), y rechacemos a los que no se comportan de esa manera, porque la buena educación y las buenas maneras forman parte del capital humano de una nación.

6. País cristiano.
Necesitamos aspirar y trabajar porque la mayoría de la población se convierta a Cristo. Para comenzar necesitamos que un amplio sector lo haga, es decir, que haya en el país una “masa crítica” de cristianos.

Se habla de masa crítica cuando hay una suficiente cantidad de combustible radioactivo como para que se inicie una reacción atómica en cadena que provoque una explosión.

Si hubiera una “masa crítica” de cristianos en el país, se produciría una explosión de temor de Dios que transformaría a nuestra sociedad porque la mayoría le temería.

”El temor de Dios es el comienzo de la sabiduría” (Pr 1:7)

En un país donde hay temor de Dios se respetan las leyes, la gente es honesta y se cumple la palabra dada. Un país así es bendecido por Dios y puede esperar que se cumplan en él las bendiciones de Deuteronomio 28:

“Bendito serás en la ciudad y en el campo” (v. 3). Es decir, en la vida urbana y en la vida rural.

“Bendito el fruto de tu vientre” (v. 4). Tendrás una población sana y fuerte, bien alimentada.

Bendita serán tu canasta y tu artesa de amasar”. (v. 6). Es decir, tus negocios, tus industrias, todas tus actividades económicas.

“Dios derrotará a tus enemigos.” (v. 7). No tendremos temor de país alguno.

“El Señor te pondrá por cabeza y no por cola.” (v. 13). Tendrás prestigio entre las naciones del mundo. Cuando ese día llegue los peruanos no serán maltratados en otros países como mendigos porque tienen que emigrar para encontrar trabajo, sino que lo hallarán sin salir del país.

¿No estamos dispuestos a soñar y a luchar porque todo lo dicho se cumpla?


#564 (01.03.09)
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lunes, 2 de marzo de 2009

"SECRETOS DE LA INTERCESIÓN III"

Esta serie de artículos está basada en la trascripción de un ciclo de enseñanzas dadas en las reuniones de la Edad de Oro de la C.C. Agua Viva hace unos cuatro años. Al revisar el texto se ha mantenido el carácter informal e improvisado de la charla, así como alguna repetición inevitable.

Dijimos la vez pasada que nosotros tenemos un socio en la intercesión. O mejor dicho, habría que decirlo al revés: nosotros somos socios de alguien cuando intercedemos; somos colaboradores de alguien cuya misión hoy día en los cielos es precisamente interceder por todos. ¿Quién es Él? Nuestro Señor Jesucristo. Nosotros somos sus socios. Nosotros hemos sido llamados a ser colaboradores suyos en esta tarea de interceder por la salvación de los perdidos y por las necesidades de la gente. Nosotros, en tanto que intercesores, somos un ejército escogido, somos la crema y nata del pueblo Dios. Así que no tenemos por qué achicarnos y sentirnos menos. Y si acaso el diablo quiere meterte en la cabeza la idea de que “tú ya no puedes”, no le hagas caso, sino con toda fuerza dile: “¡Fuera de acá mentiroso! Estás equivocado. Ahora es cuando más puedo hacer en este campo, porque ahora tengo el conocimiento y la experiencia que me dan los años”. Prosigamos, entonces.

La semana pasada explicamos en qué consiste y cuál es el ministerio de Cristo actualmente y de cómo nosotros podemos colaborar en esta obra suya. Luego hablamos de las otras necesidades por las cuales podemos interceder, y hablamos también del equipamiento que necesitamos para interceder con éxito. Y por último explicamos cómo la intercesión es un sacrificio que requiere esfuerzo. Pero también explicamos de qué manera nosotros somos beneficiados al interceder por otros.

Ahora vamos a seguir hablando de las cosas que necesitamos poseer para ser buenos intercesores, qué requisitos, qué cosas concretas necesitamos nosotros tener como equipamiento interior y exterior a fin de poder realizar esta obra intercesora con excelencia. Entonces, ¿qué es lo primero que necesitamos?

Lo primero que necesitamos es tener fe y estar convencidos de que en Dios reside todo el poder.

Eso es muy cierto, pero es algo que de hecho es necesario no solamente para interceder, sino para poder llevar una vida cristiana exitosa, para decirlo de alguna manera. Pero hay algo más específico que se requiere.

¿Qué es interceder? Reducido a sus términos más simples, interceder es ayudar. Para poder ayudar se requiere tener el deseo de hacerlo. Si yo quiero orar por alguien debo tener el deseo de ayudarlo, necesito sentir una carga especial por esa persona, porque si mi corazón está lleno de indiferencia no me va a mover a hacer nada por nadie. La indiferencia es por definición estéril, pasiva. Y ese deseo de ayudar debe estar motivado por un resorte interior especial. ¿Cuál es? Claro está, sabemos que todo viene del Espíritu Santo, pero ¿qué resorte interior va a ser el que nos impulse a ayudar a una persona que quizá ni siquiera conocemos? El amor es ese resorte.

¿Por qué motivo la mamá o el papá se inclinan a ayudar a su hijo pequeño? Porque lo aman. ¿Por qué motivo la levantan del suelo cuando se cae, o lo limpian cuando se ensucia? Porque lo aman. El amor los impulsa a hacerlo de una manera natural. Si vamos a interceder, necesitamos amar a las personas por las cuales intercedemos, aunque no las conozcamos, y porque las amamos, vamos a sentir el deseo de ayudarlas. Requerimos eso. Tener el deseo de ayudar a la gente, un deseo que esté impulsado por el amor. El amor da urgencia, intensidad a la oración. Pregúntese pues cada uno: ¿Tengo yo realmente el deseo amoroso de ayudar a mi prójimo? Necesitamos tenerlo y si sentimos honestamente que no lo poseemos, debemos pedírselo al Espíritu Santo, porque si no tenemos ese impulso interior de ayudar, no nos vamos a poner en la brecha con entusiasmo, no vamos a llevar a cabo bien este ministerio de la intercesión. Hay que desear hacerlo, hay que desear el bien de las personas por las cuales vamos a orar. Puesto que interceder es orar por necesidades no propias, sino ajenas, necesidades de terceros, no nuestras, necesitamos desprendernos de nuestros propios intereses y de nuestras propias prioridades, dejándolas de lado, para poder hacerlo con constancia y fervor. Interceder en esas condiciones es como si dijéramos, orar a fondos perdidos, sin beneficio propio. Aunque, como veremos más adelante, en realidad si nos beneficiamos también nosotros de paso.

Hay muchas personas cuyo trabajo, o cuya ocupación principal, consiste en ayudar a otros en lo material. Son personas buenas que trabajan, o colaboran con determinadas instituciones de beneficencia, tales como orfanatorios u hospitales, por ejemplo; o visitando enfermos; o cuidando a los ancianos incapacitados, que ya no pueden hacer nada por sí mismos; o visitando a los presos en la cárcel. ¿Por qué lo hacen? Porque sienten el deseo de ayudar a esas personas, un deseo imperioso que el amor les infunde. Un amor, dicho sea de paso, que es un reflejo del amor a Dios.

¡Son tantas las necesidades de la gente! ¡Y son tantos los grupos humanos que tienen necesidad de ser ayudados en lo material y en lo espiritual!

Cuando una persona siente el deseo o impulso de ayudar, y se entera de una necesidad ajena, no se dirá a sí misma:“¡Uy! qué lástima!”, ni se pondrá a llorar lágrimas de compasión, sino que su primera reacción será ponerse a orar por esa persona, por esa necesidad, y luego verá de qué manera concreta puede ayudar.

De manera semejante, si nos enteramos de que una persona a quien conocemos está sufriendo por algún motivo, (y son tantos los motivos por los cuales sufre la gente, sean enfermedades, o problemas familiares, o problemas conyugales, o pérdidas económicas, etc.) si no estamos en la situación de poder ayudar de manera concreta, sea por la distancia o porque no es un asunto de nuestra competencia ¿qué cosa podemos hacer? ¿Nos cruzaremos cómodamente de brazos y nos diremos resignados: “¡Qué lastima!”, y no haremos nada? ¿No hay realmente nada que podamos hacer en esos casos? Sí que lo hay, y eso es orar.

Pero alguno dirá: “Eso es demasiado idealista; las oraciones se las lleva el viento”. ¿Es cierto? ¿Eso creen ustedes? Más bien, ¿habrá en el mundo arma más efectiva que la oración? En verdad, la oración es la ayuda más efectiva que podemos brindar a las personas afligidas. ¿Por qué es la oración realmente un arma poderosa? Se ha dicho, y es la pura verdad, que el poder de la oración es mucho mayor que el de la bomba atómica. ¿Por qué es eso?

Porque al orar e interceder por una causa, o por una persona, nosotros le damos oportunidad a Dios de intervenir, y su poder vence todos los obstáculos.

Supongamos que estalla un incendio en la casa de al lado (¡Dios no quiera que ocurra!), ¿qué vamos a hacer? ¿Gritar: “¡Hay, un incendio! ¡Corran!”? No, no hacemos eso sino llamamos a los bomberos. Es la primera y más sana reacción, No nos ponemos a gritar y a lamentarnos por el peligro, sino llamamos a los bomberos que pueden apagar el incendio.

En el caso de una situación grave y de otro tipo, ¿quién es nuestro bombero? Dios es nuestro bombero porque Él tiene el poder de hacer todas las cosas. Lo llamamos para que Él intervenga. El poder de la oración es el poder de Dios.

Alguno dirá ¿por qué Dios no interviene por iniciativa propia? En unos casos lo hace y en otros quiere que nosotros se lo pidamos que se haga cargo. Nuestra petición es una demostración de confianza que a Él le agrada.

Eso se cumple en todos los campos de la vida espiritual, incluso en el de la salvación de las almas. Jesús hizo todo lo que era necesario para salvarnos, pero no por eso nosotros somos salvos automáticamente. La salvación que Él ha provisto para todos tiene que ser apropiada personalmente por cada individuo, creyendo. La gracia de la fe debe llegarle a cada persona. Le llega por medio de la predicación, pero no todos se convierten al escucharla. ¿De qué depende? ¿Qué es lo que prepara el alma de las personas para escuchar la palabra? Las oraciones que son elevadas al cielo y las lágrimas que son derramadas por esas personas.

Dios está dispuesto a hacerlo todo por nosotros, pero nos dice: “Pídemelo, porque yo no quiero regalarte lo que tú no quieres recibir. Tú quieres que esa persona sea sanada. Yo estoy dispuesto a hacerlo, pero pídeme que sea sanada”. Dios quiere que le pidamos lo que queremos recibir de Él y Él quiere darnos. Por eso Jesús dijo: “Pedid y recibiréis, buscad y hallaréis, tocad y se os abrirá”. (Mt 7:7; Lc 11:9) Está diciendo: “Pídeme”. No dijo que esperemos sentados que nos lleguen las bendiciones del cielo, sino que se las pidamos. Él dijo: “Clama a mí y yo te responderé” (Jr 33:3). No dijo: “Espera sentado y te responderé”, sino, “clama”. Eso es lo que Dios quiere que hagamos. Pedir, clamar. De manera que de los que tomen a pecho el ministerio de la intercesión, de los que se propongan interceder por otros, depende el que las personas que atraviesan por dificultades sean ayudadas, o no lo sean. ¿Comprenden la importancia de este ministerio? Las personas pueden ser ayudadas, sanadas, sacadas de una situación difícil; los matrimonios pueden ser restaurados, dependiendo de que haya personas que estén dispuestos a ponerse en la brecha por ellos. En gran parte depende pues de nosotros, depende de los que oran. Si no se ora, no va a pasar nada, o muy poco, porque el motor de los cambios es la oración.

¿Se dan cuenta del poder que tenemos entre manos? De mí y de ustedes depende el que ocurran muchas cosas. Cada vez que nos ponemos a interceder, es como si echáramos mano de una llave para dejar salir a los presos, o para poder entrar donde hay una necesidad. La oración es la llave. A los que interceden se les encomienda esa llave. Es un poder muy grande, es un privilegio muy especial el que Dios nos otorga.

Puede ocurrir en ocasiones que no sepamos por qué motivos debemos orar. Queremos interceder pero no sabemos por qué causa debemos hacerlo en ese momento. Si eso nos ocurre podemos pedir: “Señor úsame en este momento para bendecir a alguien con mi oración”, y el Señor va a poner en tu corazón, en tu mente, el nombre de las personas, o la causa, por la cual Él desea que ores. Pero créanme: Ustedes no van a estar huérfanos de motivos para orar, porque si se los piden al Señor, e incluso sin que se lo pidan, apenas se pongan de rodillas, o se sienten para interceder, Dios va a poner en su corazón los motivos de oración para ese día. De esa manera ustedes van a poder intervenir bajo el patrocinio de Dios en la vida de tal o cual persona, así como el médico cuando entra en una casa, interviene en la vida de esa familia, o en la vida de la persona que está enferma. ¿No es eso una tarea maravillosa? ¿Cuántos anteriormente han podido hacerlo? Y ahora ustedes, adultos mayores, pueden hacerlo con más libertad que cuando tenían 20 años menos, porque ya no trabajan la mayoría de ustedes, y disponen de bastante tiempo libre. ¿Y cómo no usar ese tiempo de una manera fecunda? El tiempo libre de que disponen es un regalo de Dios, que debemos agradecer usándolo para el bien de los demás. ¡Oh, redimamos el tiempo el que de otro modo gastaríamos en tonterías! (Col 4:5).

Un tema por el cual todos nosotros, cualquiera que sea nuestra edad, debemos orar, es por nuestro país y nuestras autoridades, entre otras razones, porque ello redundará en nuestro propio beneficio. Pablo recomienda orar por nuestras autoridades (1Tm 2:1,2). Pero ¿intercederemos por ellas sólo en abstracto? ¿No apuntaremos el arma de la intercesión a aquellas manchas y heridas que afean a nuestro país y a los tres poderes del estado?

Si queremos interceder por nuestra nación ¿no oraremos por aquellos aspectos que necesitan ser mejorados? Sabiendo que hay mucha venalidad y deshonestidad en el poder judicial ¿no oraremos porque los jueces honestos y justos reciban todo el apoyo que necesitan a fin de cumplir rectamente con su misión de administrar justicia, que es una misión santa? ¿No oraremos pidiendo que los jueces deshonestos sean expuestos y denunciados, y que sean reemplazados por jueces probos e insobornables?

¿No querremos interceder por nuestro Congreso, para que en las próximas elecciones sean elegidos los candidatos más dignos? ¿Y para que se presenten como candidatos a un curul las personas más idóneas para ese cargo, y no las menos idóneas, como ha venido ocurriendo en los últimos años? ¿No oraremos porque los congresistas honestos, que no son muy numerosos hoy en día, reciban el reconocimiento y el apoyo que se merecen?

Si conocemos de actos de injusticia, de abuso y de atropello de derechos ¿no oraremos para que las víctimas encuentren quién las defienda? ¿No oraremos porque los abusivos, los extorsionadores y los injustos sean condenados, y brille la justicia en nuestro cielo?

Si somos concientes de la influencia, buena y mala, que la policía ejerce sobre la vida de los ciudadanos, y no ignoramos la corrupción que prevalece en nuestras fuerzas policiales ¿no le pediremos a Dios que ponga a la cabeza de esa institución a personas honestas y capaces? ¿No clamaremos porque los corruptos sean apartados de sus cargos?

Si nos enteramos de casos concretos de corrupción ¿no pediremos al cielo que los reprima? Si sabemos de un inocente encarcelado ¿no intercederemos porque se haga justicia en su caso y recobre a la brevedad su libertad?

Se está llevando a cabo actualmente en nuestros tribunales uno de los juicios más importantes de nuestra historia. ¿No intercederemos porque el acusado reciba una sentencia justa y ejemplarizadora, y porque los que fueron sus cómplices sean apartados para siempre de la política? ¿Puede haber justicia en un país en donde los culpables no son castigados? ¿No oraremos porque nuestro pueblo en adelante cierre los oídos a la demagogia?

Si amamos a nuestro país hay tantas razones y temas concretos por los cuales podemos interceder específicamente y no sólo en abstracto. No basta que pidamos: “¡Oh Dios, bendice a nuestras autoridades!” Dios con razón podría contestarnos: “¿Quieres que bendiga a las malas autoridades para que sean prosperadas?”

Es cierto que Jesús dijo que Dios hace brillar “su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos” (Mt 5:45). Él obra así porque tiene misericordia de todos. ¿Pero no sería mucho mejor que los buenos prevalezcan sobre los malos? ¿Y que Satanás y sus huestes de maldad, que impulsan a los impíos, sean reprendidos? Es verdad que “nuestra lucha no es contra sangre ni carne sino contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef 6:12), que mueven los hilos de las pasiones humanas, e impulsan a los que están en autoridad a cometer crímenes, pero ¿contra quiénes debemos luchar? ¿Contra el titiritero, o contra el títere? Sin embargo, hay títeres que alcanzan tanto poder que se convierten a su vez en titiriteros de otros que los secundan atraídos por el soborno.

Si constatamos con pena y preocupación que el narcotráfico gana cada día más terreno en nuestro país, y se burla de la justicia, ¿no oraremos porque los cabecillas sean apresados y condenados? ¿No clamaremos porque no se produzcan excarcelaciones indebidas?

¡Hay tantos temas por los cuales podemos orar en pro de nuestra patria, por los cuales debemos interceder ante nuestro Padre para que se compadezca de la población de nuestro país! La lista es larga. Deberíamos confeccionarnos cada uno una propia de acuerdo a su experiencia e inclinaciones, y tenerla siempre delante suyo cuando empiece a clamar al cielo.

Si no oramos por éstas y otras calamidades que afligen a nuestro país, es porque nos son indiferentes, y estamos satisfechos con las cosas tal como están. Nos place vivir en medio de la hediondez de la corrupción y no nos ofende. Quizá hasta nos parece normal y no deseamos que las cosas mejoren porque nos hemos acostumbrado. Pero si realmente nos avergüenza la podredumbre que contemplamos a diario, le pediríamos a Dios que intervenga y cambie la mentalidad prevaleciente.

#563 (22.02.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse unos sesenta artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604, Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.