viernes, 9 de marzo de 2018

LOS CIELOS CUENTAN LA GLORIA DE DIOS


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

LOS CIELOS CUENTAN LA GLORIA DE DIOS

REFLEXIONES EN TORNO A LA PRIMERA ESTROFA DEL SALMO 19
Uno de mis salmos favoritos, el número 19, comienza con estas palabras:
"Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. El día transmite al día la palabra  y la noche a la noche el conocimiento. No es lenguaje ni palabras ni es oída su voz, pero por toda la tierra salió su sonido y hasta el confín del mundo sus palabras." (Sal 19:1-4).
Este salmo nos habla de una gran verdad: la naturaleza entera entona un cántico incesante de alabanza a la gloria de su Creador. No es un cántico audible a los oídos naturales, sino una sinfonía para los ojos y oídos espirituales de los que los tienen abiertos. (Nota 1)
Por eso dice que no es un mensaje de palabras, ni es oída su voz, pero que por toda la tierra sale su sonido y hasta el confín del mundo su palabra.
En verdad, ¡qué cosa tan extraña! No emite un solo sonido y, sin embargo, su voz es oída en toda la tierra.
Para el que tiene los ojos y los oídos abiertos, todo el mundo, toda la naturaleza nos habla de SU Hacedor, y podemos ver SU imagen en todas las cosas que Él ha creado, porque todo está lleno de Él y lleva la huella de sus manos.
Por eso es que Pablo pudo escribir: "Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas..." (Rm 1:20). Ahora sí lo entiendo: El mundo entero es su mensaje.
Dios no nos ha dejado sin pruebas de su existencia, ni sin manifestaciones de su amor. Más bien, todo en la naturaleza es prueba de su existencia, y manifestación de su amor. Y así debemos mirarla, admirarla y gozarnos en ella.

Pensemos un momento en el sol. ¿Podríamos existir sin su luz y sin su calor? Jesús dijo que Dios hace brillar SU sol sobre malos y buenos (Mt 5:45). Dios lo ha creado para nosotros, para darnos vida, calor y luz. La ciencia nos dice que toda la energía que circula y actúa en la tierra proviene del sol, es energía solar reciclada, transformada por millones de procesos físicos y químicos simultáneos e incesantes.
San Agustín decía que el sol es un símbolo de la Trinidad y nos permite, por analogía, acercarnos un poco a su misterio. Dios es como el sol, decía, el astro que rige nuestro sistema planetario. Nosotros percibimos el disco solar durante el día, el cual representa al Padre; al mismo tiempo recibimos la luz que nos alumbra y que representa al Hijo; y de otro, finalmente, sentimos el calor que el sol irradia, el cual representa al Espíritu Santo, que derrama su amor en nosotros. Pero el astro solar es uno solo, así como Dios es uno solo (2).
¿Cuántas cosas hace el sol para nuestro contentamiento y nuestro gozo? Pensemos en el espectáculo maravilloso del crepúsculo al caer la tarde, o el de la aurora cuando nace un nuevo día. No hay pintor que pueda pintar en un lienzo una combinación comparable de tonos y matices.
Muchos jóvenes han tomado la costumbre de ir a la orilla del mar a ver el "sunset", como ellos lo llaman -prestándose esa palabra del inglés, como si no la hubiera en nuestro idioma- para llenar sus ojos de la belleza de ese espectáculo extraordinario. ¿Pero quién de ellos recuerda que es Dios el que nos brinda y prepara día tras día ese cuadro glorioso, para alegrarnos y llenar nuestro ánimo de su dicha y paz? Ahí está el crepúsculo a disposición de todos, para que lo gocen por igual buenos y malos, como tantas otras cosas de la naturaleza.
También la luna nos habla del Dios que brilla en nuestras noches de infortunio, aunque a veces parece que se ocultara. Cuando todas las cosas, las personas y las circunstancias, se vuelven contra nosotros y nos rodea la oscuridad, ahí está el astro nocturno para recordarnos que Dios nunca se olvida de sus hijos y que, tras la noche de la tribulación, vendrá sin falta el día.
El mar, con su incomparable grandeza, es un símbolo de la insondable inmensidad de Dios. Nosotros vivimos sumergidos en Él como el pez en el océano, tal como dice Pablo: "En Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser" (Hch 17:28). Dios nos alimenta y nos da vida, así como todos los seres marinos se nutren y respiran del mar. Como los peces en el agua, nosotros vivimos rodeados por todas partes de Dios y no podemos salirnos de Él. Pero muchos ciegamente niegan su existencia porque no lo ven, cuando es visible a los ojos del alma. ¡Cuántas cosas se pierden!
Las olas del mar borrascoso son una imagen del poder incontrastable de Dios. Quien ha estado en medio de una tempestad en pleno océano sabe cuán frágil e impotente es el hombre frente a la fuerza desencadenada de las olas: "Porque habló e hizo levantar un viento tempestuoso, que encrespa sus olas," dice el salmista (Sal 107:25). Nosotros somos aun más inermes frente al poder de Dios que con su solo soplo puede barrernos de la existencia. Sólo Dios puede poner arena como término a la fuerza de las olas, según nos recuerda Jeremías (5:22).
Pero esas mismas olas pueden arrullarnos cuando estamos en una barca, sesteando bajo el sol no lejos de la orilla, y pueden llenarnos de paz y seguridad cuando la brisa juguetea con las ondas cerca de la playa. Así nos arrulla el amor de Dios cuando nos confiamos por entero a Él.
El aire que nos rodea por todas partes y que todo lo llena es una imagen de Dios, que llena con su Espíritu la creación entera y que todo lo penetra (Sal 139:7-12). Así como nosotros nos ahogamos si nos falta el aire, de igual manera tampoco podemos vivir sin Dios. Si Él nos falta nuestra vida se marchita y se extingue. Bien lo enseña el salmo 104: "Les quitas el hálito, y dejan de ser, y vuelven al polvo." (v.29). Pero también es verdad lo que dice el versículo siguiente: "Envías tu Espíritu y son creados y renuevas la faz de la tierra".
Por eso el viento es también un símbolo del Espíritu Santo, según palabras del propio Jesús: "El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido; mas no sabes de dónde viene, ni a dónde va." (Jn 3:8)
En el relato del Génesis leemos que Dios sopló aliento de vida en la nariz del hombre, y éste fue un ser viviente (Gn 2:7). Una misma palabra en los idiomas hebreo (ruaj) y griego (pneuma) designa a la vez al viento y al espíritu.
Pero también el agua es símbolo del Espíritu Santo que brota de todo aquel que cree en Jesús, según clamó Él mismo un día en el templo: "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva." (Jn 7:38)
El agua es, sin embargo, también símbolo de la palabra que nos limpia y purifica, como les dijo Jesús a sus discípulos: "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado." (Jn 15:3; cf Ef 5:26)
La tierra que sostiene y alimenta a todas las criaturas es un símbolo de Dios que todo lo sustenta. Cual una gallina que empolla sus huevos, la tierra incuba, por así decirlo, a las semillas que están en su interior, las nutre con su sustancia y humedad, y les da su calor hasta que germinan y brotan. De igual manera Dios nos ha incubado en su mente desde la eternidad hasta el día en que vimos la luz por vez primera: "Mis días estaban previstos,-dice el salmista- escritos todos en un libro, sin faltar uno, cuando fui formado en lo oculto y entretejido en los más profundo de la tierra." (Sal 139:13-16).
La tierra, en la que todos somos peregrinos y transeúntes, es también un símbolo del cielo que Dios nos prepara, la tierra prometida a la cual entraremos un día a descansar de nuestras obras, "así como Dios reposó de las suyas." (Hb 4:9,10; cf Gn 2:2).
Las montañas son una imagen de la solidez y de la permanencia de Dios, tal como recitaban los peregrinos que se acercaban a la ciudad santa: "Los que confían en el Señor son como el monte de Sión, que no se mueve y permanece para siempre." (Sal 125:1).
Dios se manifiesta en las montañas cuyas cimas tocan el cielo, como ocurrió en el Sinaí, cuando descendió fuego y humo, y el monte se estremeció de manera pavorosa. Ahí, en la cumbre de la montaña, Dios le habló a Moisés y le dio las tablas de la ley, hablándole en medio de truenos y relámpagos. (Ex 19:16-20).
Los ríos son un símbolo de la fecundidad y enjundia de la palabra de Dios que alimenta a los justos plantados a su orilla, así como son regados los árboles que están sembrados "junto a las corrientes de aguas." (Sal 1:3).
Las semillas son una imagen de la palabra de Dios que, cuando es sembrada en la buena tierra del corazón humano, germina y crece y da fruto hasta ciento por uno (Mr 4:20).
El imán es una imagen del amor de Dios que nos atrae irresistiblemente como el acero a las virutas.
Más que ninguna otra cosa, el fuego es un símbolo del amor de Dios que todo lo abrasa y purifica, y en el que el Espíritu Santo nos bautiza para llenarnos de su poder para testificar (Lc 3:16; Hch 1:8;2:1-4).
La luz es un símbolo de la verdad que trajo Jesús a la tierra y que ilumina las tinieblas de nuestra ignorancia (Jn 1:4,5). El que le siga "no andará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida." (Jn 8:12)
Los colores del arco iris simbolizan los variados dones y frutos del Espíritu Santo que se funden en un solo haz de luz blanca. Pero también es el arco iris un símbolo de la fidelidad de Dios con el hombre, así como fue en el pasado una señal del pacto inconmovible que Dios estableció con Noé, de que nunca más la humanidad perecería por las aguas. (Gn 9:11-17).
Las nubes que, como una enhiesta columna, guiaron a Israel en su peregrinar de 40 años por el desierto, son un símbolo de la presencia de Dios que nunca nos deja y nos acompaña a lo largo de la vida (Ex:33; Nm 9:15-23). Cuando las ilumina el sol y las tiñe de magníficos colores, son una imagen de su incomparable majestad, como lo era la nube de gloria que descendió sobre el tabernáculo de reunión edificado por Moisés, y no dejaba que nadie entrara (Ex 40:34-38). Esa nube en particular era, es cierto, más que una imagen, una manifestación de su gloria, manifestación que el pueblo elegido necesitaba en un momento decisivo de su arduo peregrinar.
El pan es una imagen de la bondad de Dios que sacia nuestro hambre y nos alimenta. Por eso dice la gente: “bueno como el pan".
"La leche no adulterada", como bien sabemos, es un símbolo de la palabra que nutre a los recién nacidos en la fe (1P:2:2).
Toda la creación nos habla de Dios y canta a su gloria. ¿Podremos nosotros permanecer mudos y no unirnos al salmo en su alabanza que entona la naturaleza entera?
¡Oh, cuánta verdad hay en ese verso: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos"! (Sal 19:1). Yo quiero unir mi voz al canto de toda la creación para darle gracias por todas las bendiciones que ha derramado sobre mí. ¿Y tú no quieres unir la tuya, a la alabanza a ese Padre que todo lo ha hecho para tu bien? ¿En cuyo seno vives y cuyo aliento respiras? ¿Que te ha dado no sólo la vida, sino todo lo que tienes? ¿Y que encima, como si todo lo anterior fuera poco, envió a su Hijo para salvarte? ¿Serías tú tan ingrato como para darle la espalda? Si empecinado lo haces, te perderás para siempre. Pero si te vuelves a Él, algún día gozarás de su presencia sin el velo de la carne. Y tu dicha no tendrá fin.
Notas: 1. Los comentaristas dicen que Dios se revela al hombre básicamente de dos maneras: por medio de la naturaleza creada, y mediante su Palabra (También puede, es cierto, hablarle al ser humano directamente al corazón mediante el Espíritu Santo). El mundo, dice un autor medieval, es un libro escrito por el dedo de Dios que todos pueden leer. Pablo alude a ese hecho en Rm 1:18-21. Y más adelante, en el vers. 10:18 cita el vers. 4 de este salmo.
La primera parte del salmo 19 (vers 1-6) habla de la primera forma de revelación; la segunda (vers. 7-11), de la revelación mediante la Palabra.
2. Esta es una ilustración figurada, no una explicación de la Trinidad, como a veces se la presenta. Las tres personas de la Trinidad no son modalidades diferentes en las que la Deidad se manifiesta, sino son personas en sí mismas distintas. Incluso la misma palabra "persona"  tomada del lenguaje común, expresa pobremente la individualidad de cada una de ellas. De qué manera las tres son a la vez uno, es un misterio que está más allá del tema de este artículo.
NB Esta charla radial, escrita el 21.01.01, fue impresa por primera vez en marzo de 2001, y luego en octubre de 2007. Se imprime por tercera vez ligeramente revisada.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos diciendo: Jesús, yo te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.
#956 (18.12.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 2 de marzo de 2018

EL QUE TURBA SU CASA HEREDARÁ VIENTO


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL QUE TURBA SU CASA HEREDARÁ VIENTO
Un Comentario de Proverbios 11:29-31
29. “El que turba su casa heredará viento; y el necio será siervo del sabio de corazón.”
Aquí hay dos preguntas que hacerse: 1) ¿Qué relación hay entre los dos esticos del proverbio? No es muy evidente; y 2) ¿Qué es turbar su casa?
La relación es, sin embargo, si se observa bien, bastante transparente: 1) el que perturba su casa y el necio son la misma persona. El sabio no turba su casa. 2) Heredar viento es lo mismo que empobrecer, lo que lleva al necio a ser siervo del sabio, que entra en posesión de los bienes del necio. Los papeles se invierten. Sabiduría y necedad producen a la larga, frutos opuestos. Podemos reformular el proverbio de esta manera: El que turba su casa empobrece, y termina sirviendo al sabio, que se enriquece con lo que él pierde.

Turbar su casa puede tener varios significados emparentados. Turba, perturba, o desordena su casa –es decir, su hogar, su familia- el que hace constante gala de mal carácter, o está siempre amargado; el que crea rivalidades entre sus miembros; el que conspira contra la estabilidad y unión de su familia mediante la infidelidad; el que administra mal el patrimonio familiar; el hijo que contrista a su padre, etc. En general, el que da mal ejemplo a sus hijos y a sus descendientes con su conducta, pues los hijos tienden a imitar el comportamiento de sus padres, para bien o para mal; y los súbditos, el comportamiento de sus gobernantes, como ocurrió con Jeroboam, que hizo pecar a Israel (1R 14:16). Las consecuencias suelen ser de largo aliento, pues Dios visita “la iniquidad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y la cuarta generación.” (Ex 20:5)
El hecho de que se emplee el verbo “heredar” hace pensar que este versículo se aplica más a los hijos que a los padres, pero “heredar” tiene con frecuencia el sentido simple de “recibir”, como puede verse en más de un proverbio (Pr.14:18; 3:35; 28:10), y en algunos pasajes del Nuevo Testamento (Mt 25:34; Mr 10:17; 1Cor 15:50; Ap 21:7). Es decir, el que turba su casa recibe él mismo los frutos de su inconducta. Un buen ejemplo de hijos que perturbaron su casa son Amnón y Absalón, hijos de David. Ambos murieron prematuramente y de manera trágica (2Sm 13:28,29; y 18:9-15).
El segundo estico expresa una verdad que se cumple diariamente: el que actúa neciamente, de manera poco sabia, terminará sirviendo, o estando en una posición subordinada, respecto del que obra con prudencia y pondera bien las consecuencias de sus actos.
Como nos muestra el salmo 133, una familia unida por la gracia de Dios florece por las bendiciones que Dios derrama sobre ella, mientras que “toda casa dividida contra sí misma no permanecerá.” (Mt 12:25) Con frecuencia la impiedad, o la avaricia, o la mala conducta del jefe de familia son una amenaza para el bienestar de su casa y puede, de hecho, causar mucho sufrimiento a los suyos (1Sm 25:17), que pueden terminar odiándolo.
En verdad, nadie puede descuidar el bien de su alma sin perjuicio de los suyos. Ciertamente priva a su casa de las bendiciones que trae la oración ungida y el buen ejemplo, pero cuánto bien hacen a los suyos los padres que les dan buen ejemplo de rectitud y de piedad. En cambio perturba neciamente a los suyos el que neciamente hace lo que su impiedad le inspira, y él mismo hereda el viento, como dice un refrán inspirado en Oseas: El que siembra vientos, cosecha tempestades.” (8:7a).
Eso ocurrió cuando Koré y sus seguidores se levantaron en el desierto desafiando el liderazgo de Moisés: la tierra los tragó y descendieron vivos al Seol (Nm 16:31-33). Un destino trágicamente semejante corrió Acán que, por codicia, tomó un manto lujoso, y oro y plata, y lo escondió, violando la orden de destruir todo lo que se hallara en la conquista de Jericó, y que Dios había condenado al anatema. Cuando fue obligado a confesar su pecado, la congregación lo apedreó a él y a su familia, y quemó sus despojos (Js 7:1, 20-25).
Los hijos del anciano sacerdote Elí desoyeron la débil reprimenda de su padre que les reprochaba que profanaran la casa de Dios abusando de las mujeres que velaban  a la puerta del tabernáculo de reunión en Silo, para escándalo de todo el pueblo, pero él no los disciplinó con la severidad que debía, por lo que Dios le anunció que retiraría a su linaje del sacerdocio, y lo daría a otro que le fuera fiel (1 Sm 2:22-25; 27-36). Entre las palabras notables que figuran en este trágico episodio están éstas que pronunció Elí: “Si el hombre pecare contra el hombre, los jueces lo juzgarán; mas si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él?” (v. 25).
El insensato Nabal, haciendo honor a su nombre, turbó su casa por su avaricia ofendiendo a David, que se hubiera vengado de él, destruyendo sus propiedades y a su familia si no hubiera sido por la intervención oportuna de su esposa, Abigaíl, que aplacó a tiempo la ira del futuro rey de Israel (1Sm 25:2-35).
También turbó gravemente su casa Jeroboam, que hizo pecar a las diez tribus de Israel fundiendo dos becerros de oro para que los adorara el pueblo, en vez de ir a servir al Señor en Jerusalén (1R 12:28,29), por lo que Dios hizo morir a toda su descendencia por mano de Baasa (1R 15:29,30).
30. “El fruto del justo es árbol de vida; y el que gana almas es sabio.”
Con sus palabras el justo gana a otros para el cielo. Por eso se dice que es árbol de vida.
El fruto del justo es, de un lado, su conducta; pero también las palabras con que enseña, aconseja y lleva almas a Cristo. Por eso es sabio para otros, en primer lugar, y también para sí (Pr 9:12a), porque no dejará de cosechar su recompensa. (Véase Sal.1:1-3).
La sabiduría es árbol de vida a todos los que se valen de ella y la retienen para gobernar su vida, porque todas sus veredas son paz (Pr 3:17,18).
El segundo estico podría ser el "motto", o lema, de todas las organizaciones que hacen obra evangelística.
Toda la vida del justo, sus oraciones, su enseñanza, el ejemplo que da a los demás, la influencia que ejerce, todo ello es árbol de vida para su entorno, dice acertadamente Ch. Bridges. Los que lo rodean, familiares y amigos, se alimentan de ese fruto que él produce en abundancia. ¡Pero cuán distinta es la influencia del que vive de manera contraria! Es un veneno que corrompe la sangre, y arrastra hacia al mal a muchos que lo admiran por sus logros mundanos. Pero ¿cuál será su final?
El justo es no sólo árbol de vida, sino que su boca es también manantial de vida de la que fluyen palabras que conducen a la vida eterna (Pr 10:11). Por eso bien se afirma que el que gana almas es sabio. No hay mayor sabiduría que ésa, porque sus consecuencias son eternas. Es una sabiduría que beneficia a otros, pero también al que la posee, pues recibirá su premio en su momento. Es una sabiduría que no requiere de estudios, sino de abrirse al Espíritu Santo.
Pero a nadie se puede aplicar mejor estas palabras que a Jesús, que con su muerte dio vida eterna a los que creen en Él y le obedecen. Todo el que quiera ser árbol de vida para otros seguirá sus pasos, muriendo a sí mismo. Deberá tener una sed de almas como la que llevó a Jesús al pozo de Sicar, donde vino a buscar agua la samaritana, que no tenía idea del agua que iba a encontrar, y que iba a beber de la boca de Jesús (Jn 4:).
Como bien dice Pablo, “ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos.” (Rm 14:7,8). Así también la esposa que gana para Dios a su marido incrédulo con su conducta casta y respetuosa (1P 3:1,2). Hay en la historia un caso notable de mujer que con su sabiduría, cortesía y paciencia, ganó a su esposo, el indomable rey franco Clodoveo, orgulloso vencedor de muchas batallas, pero que, gracias a ella, se rindió a los pies de Cristo.
31. “Ciertamente el justo será recompensado en la tierra; ¡Cuánto más el impío y el pecador!”
Este proverbio habla del sembrar y cosechar en esta vida. Según sea la semilla será la cosecha. “El buen árbol –dijo Jesús- no puede producir un mal fruto.” (Mt 7:18), y viceversa. Hay una recompensa que se alcanza en esta vida, y una mejor que se recibe en la otra. Igual sucede con el impío, que segará en esta vida el fruto pernicioso de sus obras venenosas; y en la otra, si no se arrepiente a tiempo, el castigo perpetuo.
¡A cuántos ha librado la vara de corrección oportuna de una condenación cierta, haciendo que el descarriado enmiende sus caminos! Como dice Salomón: “La vara y la corrección dan sabiduría.” (Pr 29:15a) El justo no puede escapar del castigo temporal merecido si alguna vez le falla a Dios, como ocurrió con Moisés y Aarón, que no honraron a Dios en las aguas de Meriba. Por ello Dios les anunció que no introducirían a la congregación de Israel en la Tierra Prometida, sino que otro lo haría en lugar suyo (Nm 20:11-13).
Algo semejante sucedió con David, a quien Dios amonestó por su adulterio por boca del profeta Natán, anunciándole que la espada no se apartaría de su casa (2Sm 12:9-12). Y con Salomón, por haberse apartado del Dios verdadero cuando era viejo, y haber adorado a los falsos dioses de sus muchas mujeres y concubinas extranjeras, por lo cual Dios le dijo que le quitaría el reino, pero no en sus días, por amor de David, sino en el reinado de su hijo, al cual le dejaría una tribu. (1R 11:4-13).
La misericordia de Dios permite que el justo sea castigado por sus faltas en la tierra, y no en el infierno, como merecería. Pablo escribe: “mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.” (1Cor 11:32).
Si el hijo es disciplinado (“Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” Hb 12:6), ¡con cuánta mayor razón lo será el pecador contumaz! Como escribe el apóstol Pedro, citando este proverbio según la versión de la Septuaginta: “Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?” (1P 4:18).
Al respecto el Venerable Beda (Nota) comenta: “Si la fragilidad de nuestra vida mortal es tan grande que ni siquiera los justos que han de ser coronados en el cielo pasan por esta vida sin sufrir tribulación a causa de las muchas fallas de su naturaleza, ¡con cuánta mayor razón aquellos que viven apartados de la gracia celestial aguardan el desenlace cierto de su condenación eterna!”
Es un hecho que nuestros actos malvados regresarán algún día para atormentarnos. ¡Ténlo muy bien en cuenta, amigo lector! No podemos librarnos de sus consecuencias, aunque los hayamos olvidado, o quisiéramos borrarlos de nuestra memoria. Eso fue lo que experimentaron los hermanos de José. Ellos lo vendieron cruelmente a unos mercaderes de paso, pensando que nunca lo volverían a ver (Gn 37:27,28). Pero cuando la necesidad los obligó a ir a Egipto a comprar trigo para no morir de hambre, se encontraron con que la persona de quién dependía que les vendieran o no el grano, era nada menos que su hermano, que había llegado a ser el hombre más poderoso de ese país después del faraón (Gn 42:1-8). Que ellos fueran bien tratados y acogidos fue gracias a la grandeza de alma de José que, pese a lo mucho que había sufrido, los había perdonado (45:1-15).
Nota: Beda fue un monje británico conocido por su piedad, y su enorme erudición que abarcaba todos los campos de la ciencia y de la literatura de su tiempo. Además de sus numerosos comentarios bíblicos, escribió una famosa Historia Eclesiástica Anglo Sajona, notable por su meticulosa metodología con la que se adelantó a su tiempo. Vivió entre 673 y 735.

Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#955 (11.12.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).