martes, 29 de marzo de 2016

LAS CUALIDADES DEL GOBERNANTE

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LAS CUALIDADES DEL GOBERNANTE
Todos los peruanos deseamos tener un presidente que sea a la vez recto y sabio,
porque lo que, en última instancia, decide la calidad de un período gubernamental no son tanto sus planes de gobierno, o los méritos de sus asesores, o su cartera de proyectos, etc., como el carácter de la persona que asuma ese cargo, porque es su carácter lo que determina las decisiones que tome.
Jesús dijo que el árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Dijo también que el árbol bueno no puede dar frutos malos, ni el árbol malo dar frutos buenos (Mt 7:17,18). Los actos de un gobierno (el fruto) son el reflejo de la personalidad del presidente (el árbol).
Rectitud y sabiduría son cualidades esenciales en el gobernante. La Biblia tiene bastante que decir al respecto.
Hay un pasaje en Deuteronomio que se refiere concretamente a eso. Veamos el contexto. Después de cuarenta años de peregrinación en el desierto el pueblo de Israel ha llegado a las puertas de la tierra prometida. Conciente de que él no va a entrar a esa tierra, Moisés se despide del pueblo hablándoles de lo que será su vida en ella cuando la conquisten. Porque aunque les pertenece, van a tener que conquistarla luchando palmo a palmo contra los pueblos que la ocupan.
Previendo en el espíritu que algún día el pueblo va a querer tener un rey como los demás pueblos de esa región, Moisés les habla de las cualidades que debe tener ese rey.
Dt 17:18-20 dice lo siguiente: “Y cuando se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas; y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra; para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra; a fin de que prolongue sus días en su reino, él y sus hijos, en medio de Israel.”
Este pasaje, establece que cuando Israel tenga un rey, él debe siempre tener consigo un ejemplar del libro de la ley, el Pentateuco, para que lo lea todos los días, a fin de que aprenda: 1) a tener temor de Dios; 2) a poner por obra los mandatos de Dios; y 3) a no enorgullecerse.
Esos puntos nos dicen tres cosas acerca del gobernante, no sólo del presidente, también de los ministros, de los altos funcionarios y de los congresistas, y de todas las personas en autoridad.
1) Deben tener en cuenta que Dios está por encima de ellos, y que Él les pedirá cuenta de todos sus actos de gobierno, sean ejecutivos, administrativos o legislativos. Según cómo actúen en el desempeño de sus funciones serán premiados, o castigados por Dios.
Sabemos, como dice Pablo en Romanos, que toda autoridad procede de Dios, y que “las que hay, por Dios han sido establecidas.” (Rm 13:1)
Por tanto, las autoridades son responsables ante Él de que sus decisiones favorezcan al pueblo, a la nación como un todo, y no a un grupito de sus favoritos, o a un sector de la población.
2) Deben gobernar de acuerdo a la ley de Dios que está por encima de las leyes humanas, e inclusive, por encima de la Constitución que, por importante que sea, es también una ley humana.
Eso quiere decir que el presidente no puede firmar ninguna ley, u ordenar ninguna acción, que sea contraria a la ley de Dios.
Si hubiera un conflicto entre la ley de Dios y las leyes humanas, él tiene que actuar de acuerdo a la primera, porque “es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres.” (Hch 5:29).
3) El ejercicio del poder tiende a hacer que el gobernante se enorgullezca, que se infle su ego, y que crea que todo le está permitido.
De esto hay muchísimos ejemplos en nuestra propia experiencia peruana y en la del mundo entero.
El orgullo, es el pecado primigenio de Satanás, que hace que Dios aparte su favor de las autoridades que caen en él, y que, por ese motivo, con frecuencia acaban mal.
Dios le dio a Josué, sucesor de Moisés, un consejo semejante al que hemos visto: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.” (Js 1:8).
Le dice que no sólo lea la ley sino que medite en ella, para que la conozca bien a fin de que esté en condiciones de cumplirla. Porque si no la conoce bien ¿cómo la guardaría?
Pero este mandamiento está unido a una promesa maravillosa hecha a todo gobernante: Dios hará prosperar tu camino, es decir, tu gobierno, y tendrás éxito en todo lo que emprendas.
¿Qué gobernante no desearía que esa promesa se haga realidad durante su mandato? “Todo te saldrá bien”. ¿Quién no quisiera tener la fórmula mágica, por así decirlo, para alcanzar ese resultado? Pues aquí está: Leer, meditar y poner por obra la palabra de Dios.
Dt 17:20 contiene además una promesa que debe gustar mucho a más de un presidente: Dios hará que se prolonguen los días de tu gobierno.
Traducido en términos de nuestras leyes eso pudiera querer decir que Dios hará que vuelva a ser elegido más adelante.
La historia de Israel y del mundo nos muestra que los reyes que han respetado la ley de Dios son los que más han prosperado, y más han beneficiado a su pueblo.
Después de David, el rey ungido por antonomasia, tenemos a Josafat, a Ezequías, a Josías, que fueron fieles a Dios; gobernaron bien y engrandecieron su territorio. En cambio, los reyes que cayeron en idolatría tuvieron muchas dificultades y acabaron muy mal, como sucedió con los últimos reyes de Judá.
Salomón en sus primeros años, cuando obedecía a Dios, alcanzó un poder y una riqueza como nunca lo había habido antes ni después que él en Israel. Pero cuando se apartó de Dios empezaron a surgir los disturbios y los conflictos con los pueblos vecinos. Él murió amargado y decepcionado, como puede verse en el libro de Eclesiastés, escrito por él mismo.
El reino del Norte, Samaria, estuvo desde el comienzo condenado a la extinción, porque se hicieron idólatras desde el inicio. Al cabo de un siglo fueron conquistados por los asirios. Las diez tribus que lo formaban fueron dispersadas por el Oriente y no se volvió a hablar de ellas.
El reino de Judá, cien años después, por no hacer caso de las advertencias repetidas que les hacían los profetas, particularmente Jeremías, que denunciaban la idolatría en que habían caído, y anunciaban la catástrofe que les sobrevendría, terminó siendo conquistado por Nabucodonosor. Jerusalén y el templo construido por Salomón, fueron destruidos, arrasados por las llamas, y la crema y nata de sus habitantes fueron exiliados a Babilonia.
En la historia secular ha habido muchos gobernantes impíos, pero los ha habido también justos, que el Señor ha bendecido. En el Perú tenemos a Ramón Castilla, que acabó con el caos de las dos primeras décadas de vida republicana. Nos dio el primer presupuesto de la república, llevó a cabo las primeras elecciones ordenadas, e hizo respetar la Constitución. Con él cambió para bien la historia de nuestro país. Pero nunca se dijo de él que se hubiera enriquecido.
En Europa un caso notable reciente es el de Konrad Adenauer, que era un verdadero cristiano. Él gobernó Alemania desvastada por la 2da. Guerra Mundial, y la levantó de los escombros, iniciando el milagro económico alemán. Él asumió el poder a la edad de 73 años y gobernó durante 14 años. 
Esas cosas ocurrían pues no sólo en tiempos de la Biblia; se dan también en nuestro tiempo, y cuánto quisiéramos que se dieran también en el Perú, porque, como dice Proverbios: Cuando los justos dominan, el pueblo se alegra; mas cuando domina el impío, el pueblo gime.” (29:2) El pueblo se alegra porque el justo gobierna pensando en las necesidades de su pueblo. En cambio, el pueblo sufre bajo la opresión de los impíos.
Pr 28:12 lo corrobora: “Cuando los justos se alegran, (porque predominan) grande es la gloria; mas cuando se levantan los impíos, tienen que esconderse los hombres,” para huir de los opresores. Cuando los impíos adquieren poder, lo usan para explotar y oprimir.
¿De qué depende la felicidad del pueblo? De que tenga gobernantes justos y sabios.
          Al comienzo del libro de Daniel está escrito que Dios es quien pone reyes y quita reyes. Es decir, que de Él depende quién asume el poder, y quién permanece en él. (Dn 2:21) Entonces, podríamos preguntarle a Dios: “Señor, si tú eres quien pone y quita a los gobernantes, ¿por qué no nos das siempre buenas autoridades?”
Sabemos que en la práctica ha habido muchos gobernantes malos, sea por incapaces o por ladrones, como lo que describe Pr 29:4: “El rey con la justicia afirma la tierra; mas el que exige presentes la destruye.
Presentes, es decir, soborno, coimas, desvío subrepticio de fondos, dobles cuentas, etc. Ese proverbio habla de los gobernantes que se rodean de colaboradores que son tan corruptos, o más que ellos, y que hacen estragos en la administración pública porque la tratan como si fuera su feudo privado, su chacra.
¿Por qué hay malos gobernantes si es Dios quien los pone? ¿Por qué hubo un Hitler, un Stalin, un Idi Amin en Kenya? ¿Por qué hubo un Gadafi?
No sabemos por qué Dios permite ciertas cosas. Sin embargo, la misma palabra de Dios nos da un indicio del motivo. Pr 28:2 dice que “Por la rebelión de la tierra sus príncipes son muchos (es decir, hay caos en el gobierno); mas por el hombre entendido y sabio permanece estable.
¿Qué rebelión? La rebelión contra Dios. Esto es, cuando el pueblo, conociendo la ley de Dios, vive a sabiendas a espaldas de ella, violándola y desobedeciéndola, corrompiendo su conducta.
Un caso patente de lo que afirmo es lo que viene sucediendo en Europa. Ese continente, antes cristiano, le ha dado las espaldas de una manera agresiva a Dios, porque incluso pronunciar su nombre en público está prohibido. La mayoría de sus habitantes son incrédulos, y las iglesias están vacías. Ahora están siendo víctimas de ataques terroristas repetidos.
La impiedad de los pueblos impide que se cumplan los buenos propósitos de Dios para ellos –que siempre son buenos- y hace que triunfen los planes de Satanás, que aunque al comienzo sean seductores, a la larga se revelan pésimos.
Dios pone y quita reyes. Es cierto. Pero en el mundo de la política, el enemigo compite con Dios, moviendo sus fichas con la complicidad de sus propias víctimas. Él es el que interviene en los partidos, en las luchas intestinas por el poder, en las acusaciones de fraude, etc.
Algo semejante sucede en la vida de los individuos. Dios quiere nuestro bien y ha concebido buenos planes para nosotros. Pero el enemigo se esfuerza por frustrarlos, haciendo que nos desviemos del buen camino.
Ahora bien, si ha ocurrido en nuestras vidas personales, ¿no podrá suceder eso también en la vida de los pueblos? El diablo tiene muchos servidores en el mundo, en todas las esferas de la actividad humana: en la política, en el mundo de los espectáculos, en los medios de comunicación, etc. Todas están infestadas por Satanás que usa a sus agentes para confundir a la gente y apartarla de la fe.
El príncipe de las tinieblas se aprovecha de la ignorancia del hombre para ganar espacio y poner a sus peones, voluntarios o involuntarios, concientes o inconcientes, en situaciones de poder en el gobierno, en las finanzas, en los medios de comunicación, en las universidades, etc., para que colaboren con su obra. A través de los medios que ha capturado influye en las opiniones y mentalidad de la gente; a través de las cátedras universitarias influye en la mentalidad y concepciones de los estudiantes, que más tarde van a constituir el grueso de la clase profesional y dirigente del país.
Desgraciadamente, sin ser verdaderamente concientes de lo que hacen, los pueblos contribuyen a los planes del diablo alejándose de Dios y entregándose a una vida de pecado. Cuando los pueblos hacen eso se vuelven sordos a la voz de Dios que los reprende y los llama a arrepentirse.
No debe pues sorprendernos que se desaten guerras, como las dos guerras mundiales del siglo pasado, que trajeron tanta destrucción y tantísimo sufrimiento. Ellas fueron el castigo que merecían el enfriamiento de la fe y la creciente disolución de las costumbres en una Europa que había sido cristiana.
Pero eso nos habla también del papel importante que juegan las personas que rodean al gobernante: “Quita las escorias de la plata, y saldrá alhaja al fundidor. Aparta al impío de la presencia del rey, y su trono se afirmará en justicia. (Pr 25:4,5) Aparta a los aduladores, a los convenencieros, a los falsos partidarios, que le hacen cometer injusticias y lo desprestigian ante el pueblo.
Si un gobernante atiende la palabra mentirosa, todos sus servidores serán impíos. (Pr 29:12) ¿A quién escucha el gobernante? ¿Qué palabras oye? Si el presidente escucha consejos malintencionados, o peor, consejos contrarios a la palabra de Dios, se verá rodeado de hombres intrigantes y ambiciosos que conspirarán contra el bien común en beneficio de unos pocos. Si esos consejos vienen envueltos en halagos y adulación, el gobernante les prestará el oído porque le agradan.
También dice Proverbios: “Abominación es a los reyes hacer impiedad, porque con justicia será afirmado el trono. (Pr 16:12) El gobierno se afirma si practica la justicia, tanto en la conducta personal del presidente y sus colaboradores, como en las políticas que implementa.
No sólo se afirma su trono practicando la justicia en sí misma, sino también cuando se preocupa de los más desfavorecidos y defiende su causa: “Del rey que juzga con verdad a los pobres, el trono será firme para siempre.” (Pr 29:14).
¿A quién debe prestar atención sobre todo el gobernante? A los que menos tienen. Pero no suele ocurrir así, sino todo lo contrario. Los pobres no obtienen audiencia en palacio, pero sí los poderosos, y el presidente los ayuda a engrandecerse porque a él le conviene contar con su apoyo.
Olvida lo que la palabra de Dios dice: “Misericordia y verdad guardan al rey, y con clemencia se sustenta su trono.” (Pr 20:28). Ha habido en nuestro país ciertamente gobernantes que han pensado antes que nada en lo que conviene al pueblo, y los ha habido en otros países. A ellos se les recuerda con gratitud. Pero a los otros se les recuerda con odio.
Cuando un hombre, o una mujer, cometen un error, él o ella sufren las consecuencias de su error. Cuando un padre de familia comete un error, su familia sufre las consecuencias de su error. Cuando un jefe de estado comete un error, la nación entera sufre las consecuencias de su error.
¿Cuál es entonces la cualidad que más necesita un gobernante? ¿Qué fue lo que el joven Salomón, cuando iba a acceder al trono de su padre, le pidió a Dios? Sabiduría para gobernar. Y porque no le pidió poder y riquezas, Dios le dijo que le daría no sólo la sabiduría que le había pedido, sino que además le daría el poder y las riquezas que no le había pedido.
Y fue el propio Salomón el que escribió en el 8vo capítulo de Proverbios: “Por mí –es decir por la sabiduría que viene de Dios- reinan los reyes, y los príncipes determinan justicia. Por mí, dominan los príncipes y todos los gobernadores juzgan la tierra.” (8:15,16)
¿Cómo adquiere el gobernante esa sabiduría? ¿Dónde la va a comprar? La adquiere buscándola con ahínco más que al oro y la plata (Pr 3:14). Cavando en la mina de oro de la sabiduría que es la Biblia. El gobernante debe leer y meditar en la palabra de Dios para nutrirse de ella. Pero también debe buscar el rostro de Dios todas las mañanas, como hacía el rey David: “De mañana me presento ante ti y espero.” (Sal 5:3)
Entonces, en estas vísperas de elecciones, ¿qué debemos pedirle a Dios? Sabiduría divina para el presidente que vamos a elegir, y antes que nada, sabiduría para el pueblo que va a votar.

NB. Este artículo está basado en una alocución pronunciada hace cinco años en una reunión pública del Movimiento Nacional de Oración. El 17.04.11 fue publicado bajo el título de “El Presidente que el Perú Necesita.” Se publica nuevamente ampliamente revisado.



Estimado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón por ellos haciendo la siguiente oración:
Señor Jesús, yo me arrepiento de todos mis pecados. Perdóname y lávame con tu sangre. Entra en mi corazón y sé el Señor de mi vida. En adelante quiero vivir para ti.

#921 (03.04.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 23 de marzo de 2016

LA RESURRECCIÓN DE JESÚS

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA RESURRECCIÓN DE JESÚS
Un Comentario de Lucas 24:1-6a


El Evangelio de Lucas es parco en detalles acerca de la resurrección porque se concentra en lo que ocurre en Jerusalén y alrededores, donde también –según su segundo libro, el de los Hechos- se instala la primera iglesia. En cambio contiene el bello episodio de los peregrinos de Emaús y algunos pormenores y diálogos muy vívidos.
“El primer día de la semana, muy de mañana, (las mujeres que habían venido con Jesús desde Galilea) vinieron al sepulcro, trayendo las especias aromáticas que habían preparado, y algunas otras mujeres con ellas. Y hallaron removida la piedra del sepulcro; y entrando, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. Aconteció que estando ellas perplejas por esto, he aquí se pararon junto a ellas dos varones con vestiduras resplandecientes; y como tuvieron temor, y bajaron el rostro a tierra, les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? NO ESTÁ AQUÍ, SINO QUE HA RESUCITADO.”
El texto del Evangelio comienza con las palabras: "El primer día de la semana". Bajo la antigua dispensación el día dedicado al Señor era el sétimo, el último día de una semana ocupada en trabajar. Dios había establecido que los israelitas trabajaran durante seis días (Ex 20:10; Dt 5:12-14) -tal como Él había trabajado al crear el mundo- y que el sétimo día se reposaran para recuperar sus fuerzas, tal como Él había descansado el día sétimo (Gn 2:1-3; Ex 20:11).
          Pero nosotros no dedicamos al Señor el sétimo día sino el primero, cuando la semana recién empieza. ¿Por qué le dedicamos el primer día? Porque Él es para nosotros lo primero. Él es el centro de nuestras vidas, el sol en torno del cual todo lo demás gira, nuestros afectos y pensamientos, nuestras ocupaciones y todo lo que tenemos. A Él le hemos dedicado nuestras energías y las hemos puesto a sus pies. Pero también  a causa de lo que celebramos en esta fecha, su resurrección, que ocurrió precisamente un primer día de la semana. (Nota 1).
          Ciertamente el Señor no es sólo el primero. Es también el último, el Alfa y la Omega, el comienzo de nuestra existencia, pues a Él le debemos la vida; y el fin de ella, pues a Él volvemos al término de nuestros días. Con Él comenzamos y con Él terminamos.
          Los israelitas, por orden de Dios, dedicaban el sétimo día a honrarlo descansando. Nosotros dedicamos ese día a escuchar su palabra y a la adoración, que es la más alta de todas las ocupaciones, pero una que se hace no con el cuerpo (aunque el cuerpo pueda participar de ella) sino con el alma y el espíritu. Al adorarlo no dirigimos nuestros ojos a la tierra, sino los dirigimos al cielo (2).
          Es verdad que también suspendemos nuestras labores durante ese día porque nuestros cuerpos necesitan descanso, y porque es una manera excelente de honrar a Dios dejar de ocuparnos de las cosas terrenas para poder ocuparnos de Él y estar con los nuestros, gozándonos y departiendo con ellos. Es el día de la reunión familiar. Dios lo ha querido así puesto que Él es también una familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo, así como la vida de la mayoría de los seres humanos en la tierra se desarrolla también en el marco de una familia: padre, madre e hijos.
          La venida de Cristo a la tierra cambió al mundo en muchos aspectos. Uno de ellos es éste del descanso semanal.  Antes de su venida sólo el pueblo elegido conocía un día de reposo cada siete. Los otros pueblos trabajaban toda la semana, o estaban ociosos toda la semana. Pero cuando la fe en Cristo se difundió por el orbe, el día semanal de descanso se volvió norma por todo el mundo. Dios en verdad, a través de Cristo, ha dado un día de descanso a todos los pueblos y ha cambiado las costumbres, aun de los que no creen en Él ni han oído hablar de Él.
          Las mujeres que se dirigían a la cueva donde habían sepultado a Jesús, también habían descansado el sábado (Lc 23:56). Ellas y los discípulos ciertamente necesitaban descansar ese sétimo día. Ellos estaban destrozados. El día anterior, el día de la preparación (viernes para nosotros), habían sido espectadores silenciosos, testigos acongojados, del acontecimiento más terrible de todos los tiempos. Habían visto a su Maestro, al Mesías e Hijo de Dios, sometido a la más horrenda de las torturas, clavado a una cruz de la que lo habían bajado al final de la jornada muerto.
          Ese día había sido terrible para ellas. No habían sido torturadas ni crucificadas, pero en el espíritu lo habían sido con su Maestro y estaban exhaustas. Su alma había sufrido la mayor de las torturas viendo lo que hacían con Él, sin que pudieran hacer nada para ayudarlo.
          Ellas no entendían lo que había sucedido y estaban agotadas. Pero tenían un deber que cumplir. Era costumbre inveterada en Israel que los cadáveres fueran lavados y ungidos con ungüentos y especias aromáticas. Era una práctica piadosa y una obligación hacerlo con todos los difuntos (3). La antevíspera no habían podido terminar de hacer por la premura con que lo enterraron antes de que comenzara el día de reposo (6 p.m. del viernes. Jn 19:39-42).
          Nuestro texto dice que vinieron “muy de mañana”, es decir, de madrugada. Todo el que desea ardientemente hacer algo lo hace temprano, cuando sus fuerzas están frescas. Su pensamiento está fijo en lo que quiere hacer y eso lo despierta y espuela.
          Ahora bien, pensemos un momento. ¿Por qué venían ellas a cumplir ese rito acostumbrado con el cuerpo de Jesús? ¿Qué significa que vinieran trayendo las especias aromáticas que habían preparado para ungirlo? ¿No se lo han preguntado? Significa que ellas creían y estaban convencidas -como también todos los discípulos- de que Jesús estaba bien muerto, que su carrera en la tierra había concluido, y que se quedaría en el sepulcro hasta el día de la resurrección de los muertos.
          Ellas ciertamente no entendían lo ocurrido. Ese Jesús cuya vida estaba tan llena de promesas, de quien las profecías anunciaban tantas cosas bellas para el destino de su pueblo: que restauraría el trono de David y se vengaría de los enemigos de su nación, ese Jesús había muerto. Todo había terminado para ellas y ellos. Con Él su esperanza había muerto. Todo lo que ellas creían que estaba a punto de suceder, de acuerdo a las profecías -tal como ellas las entendían- en la vida de su Maestro y Mesías, y en la vida de sus discípulos con Él, había concluido (4). Ahora sólo les quedaba consolarse con su recuerdo. Y al ungir su cuerpo con las especias aromáticas, pondrían el sello definitivo a la muerte de sus esperanzas y de sus sueños.
          Ellas ciertamente habían escuchado algunas palabras extrañas de la boca de Jesús acerca de destruir el templo y reconstruirlo en tres días (Jn 2:19), y de que sería apresado por sus enemigos y moriría para resucitar enseguida (Mt 16:21;17:23; Mr 8:31;9:31; Lc 9:22), pero no las habían entendido. No calzaban con la concepción que los judíos piadosos tenían de las cosas futuras. Era frecuente que Jesús dijera cosas misteriosas y estaban acostumbradas a no entenderlas. Sus oídos estaban cerrados y su inteligencia era demasiado torpe para captar su significado.
          El sol había salido esa madrugada, pero aún no había iluminado sus almas, y venían pesarosas, cansadas de llorar. ¿Habrá habido en el mundo una compañía de mujeres más triste que la de ellas?
          Pero he aquí que al llegar al sepulcro la piedra que cerraba la entrada, -de la que ellas, según otro relato (Véase Mr 16:3) se preocupaban pensando quién les ayudaría a retirar- no estaba allí, había sido removida.
        
  Muchas veces nosotros nos preocupamos pensando qué podríamos hacer para remover las dificultades que nos acosan y los obstáculos que encontramos en el camino de nuestros proyectos. Y juntamos nuestras fuerzas para vencerlos. Pero hay alguien que puede hacerlo por nosotros. Alguien que tiene todo el poder y que lo puede hacer sin ningún esfuerzo, a quien nosotros podemos acudir para que nos ayude y que lo hará porque se goza socorriendo a sus hijos.
          Ese alguien que puede hacerlo, ese alguien que mandó mover la piedra; ese alguien cuyo cadáver ellas habían venido a embalsamar, ese alguien que suponían muerto, no estaba ahí: la tumba estaba vacía. ¿Podemos imaginar su sorpresa?
          Tratemos de penetrar en su pensamiento. La antevíspera ellas habían visto cómo el cuerpo de Jesús era depositado en esa cueva y se había hecho rodar una enorme piedra para tapar la entrada (Mr 15:46,47; Lc 23:55). Ahora la piedra no estaba en su lugar y en la tumba no había rastros de Jesús.
          No tenía sentido. Habían dejado el cadáver envuelto en una sábana, y he aquí que, según otro evangelio, la sábana estaba al lado doblada, pero lo que había estado envuelto en ella había desaparecido (Jn 20:4-7).
          Los muertos no caminan. Lo sabemos muy bien, ni se hacen humo. Por eso es que una de ellas, la Magdalena, según relata Juan, pensó que lo habían robado (Jn 20:13-15).
          Ellas no sólo estaban desconcertadas y perplejas, estaban también  apenadas porque, aun muerto, querían ver a Jesús, así como los parientes se aferran al cadáver del familiar que amaron. Si no lo podían oír hablar, al menos podrían tocarlo y besarlo.
          A menos que ellas recordaran y comprendieran las palabras que alguna vez habían escuchado decir a Jesús, no podrían entender lo que veían. Necesitaban de alguien que se lo explicara. En ese momento vino Dios en su ayuda.
          De pronto "se pararon dos varones junto a ellas". (5) Sin duda pensaron que eran ángeles porque sus vestiduras resplandecían. Atemorizadas inclinaron el rostro a tierra para no ver. Nosotros tampoco osamos mirar al que nos inspira temor o respeto, más aun si nos sentimos indignos de una aparición sobrenatural.
          Pero los varones las consuelan dándoles la buena noticia con una pregunta que tiene un tono de reproche: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?" (6).
          En una ocasión Jesús le dijo a uno a quien llamaba para seguirlo: "Deja que los muertos entierren a sus muertos." (Lc 9:60). Los muertos a los que Jesús se refería en esa frase eran los que carecen de fe y no han nacido de nuevo.
          Pero los muertos a los que los ángeles se referían con esa pregunta no eran los muertos espirituales, sino todos los seres humanos como ellas y nosotros (7).
          ¿Por qué buscáis entre los muertos, entre los mortales como vosotros, entre los que se creen vivos pero no lo están, al Único que realmente está vivo? (8).
          Nosotros que amamos tanto nuestros cuerpos, que amamos tanto esta vida pasajera, nosotros, aunque hayamos recibido la vida del Espíritu, no gozamos de la que es verdadera vida, si la comparamos con la que algún día tendremos en el cielo. Comparada con esa vida abundante, esta vida terrenal tan limitada es muerte (Jn 10:10).
          Jesús no está entre vosotros, les dicen. No está su cadáver y en vano lo buscáis, porque ya no es. Ha sido transformado en un cuerpo glorioso, que tiene manos y pies y boca como el vuestro, pero es diferente. Su cuerpo está vivo de una vida que no conocéis. Es un cuerpo que parece atravesar las paredes, pero que no las atraviesa, porque las paredes no existen para él; un cuerpo que come, pero que no necesita comer, porque no se desgasta ni debilita (Lc 24:41-43); un cuerpo que es tocado (Lc 24:39; Jn 20:27), pero que no puede ser tocado (Jn 20:17); un cuerpo que es visto cuando quiere, pero cuando no quiere, no lo es (Lc 24:31).
          Él está vivo y muy pronto lo veréis. Ha resucitado a una vida gloriosa y ya no muere más. Está aquí y no está aquí porque vive en otra esfera.
          Pero lo más maravilloso es que porque Él ha resucitado nosotros también resucitaremos (Rm 8:11; 1Cor 15:51,52). Él lo ha prometido y estaremos algún día para siempre con Él (Jn 14:2,3).
          ¡Oh! ¿Por qué nos aferramos tanto a esta vida que es muerte comparada con la vida eterna? ¿Por qué buscamos entre los muertos, entre cadáveres, a las personas y las cosas que llenen nuestras aspiraciones y nuestros sueños? Aspiremos más bien a esa vida sin dolor, cansancio y muerte, tan diferente de la que conocemos y que nunca termina. Suspiremos por el cielo al cual estamos destinados.
          Jesús ha resucitado y nosotros resucitaremos con Él.
Notas: 1. Claro está que en nuestro tiempo la numeración de los días de la semana se ha adaptado al nuevo uso y corrientemente consideramos al lunes como primer día de la semana.
(2) Vale la pena recordar que los primeros cristianos honraban al Señor el primer día de la semana reuniéndose para partir el pan además de escuchar la palabra (Hch 20:7). Por ese motivo lo empezaron a llamar “día del Señor” (Ap 1:10), de donde viene nuestra palabra “domingo”, del latín dóminus”, que quiere decir precisamente “señor”.
(3) Los judíos tenían una forma tradicional peculiar de limpiar y purificar (tahara) a sus cadáveres, además de ungirlos, (codificada en la Mishná –pags. 289 y 653 de la Edición Danby- y con más detalle en legislación posterior), que tenía que hacer con su respeto por la sangre en la que estaba la vida (Lv 17:10-12).Según esas prescripciones la sangre coagulada en el cuerpo del que sufre una muerte violenta no puede ser lavada; la sangre que fluye antes -y al momento- de morir, tampoco puede serlo, sino debe ser recogida con paños, si se vertiera, para ser enterrada con el cadáver. Esa regla otorga cierta verosimilitud al episodio que menciona Catalina de Emmerich en sus visiones de la pasión (incluido, para sorpresa de muchos, en la película “La Pasión de Cristo” de Mel Gibson), en el que su madre y la Magdalena limpian con unos paños la sangre de Jesús aún fresca que estaba sobre el enlosado donde había sido flagelado. Es imposible que esa monja iletrada, sirvienta de oficio, hubiera tenido acceso a la literatura rabínica.
(4) Lo que Jesús anunció en Mt 19:28, por ejemplo, era para sus discípulos un acontecimiento inminente. Véase también Hch 1:6,7.
(5) Notemos que dice: “se pararon”, no que vinieran. No necesitaban venir tal como los cuerpos gloriosos tampoco lo necesitan. Ellos están donde quieren. Su vehículo es su pensamiento. Nosotros podemos con el pensamiento transportarnos a cualquier lugar en el espacio y en el tiempo y estamos ahí en un instante, pero nuestros pesados cuerpos carnales no se mueven. Los cuerpos espirituales están instantáneamente en el lugar que desean.
(6) A partir de entonces la Buena Noticia por antonomasia será: "El Señor ha resucitado". Eso fue el meollo de la predicación de los apóstoles y es la esencia de nuestra fe; la razón de nuestro gozo (Las referencias son numerosísimas. Véase entre otras Hch 2:32;3:15;4:10; 1Cor 15:4, etc.). Entre los cristianos ortodoxos es costumbre saludarse en las fiestas diciendo: "El Señor ha resucitado", a lo que se responde: "Verdaderamente ha resucitado".
(7) Aunque es obvio que en primera instancia los ángeles hacen referencia con esa frase a la tumba donde enterraron a Jesús.
(8) William Barclay observa acertadamente que todavía hay muchos que buscan a Jesús entre los muertos. Son los que lo consideran como un gran maestro de sabiduría, cuya vida y enseñanzas admirables merecen ser estudiadas y tomadas como ejemplo a seguir, pero que no creen en un Cristo vivo, resucitado. Por mucho que lo admiren, ese Cristo no los salva.
NB. El presente artículo fue publicado por primera vez el 11.04.04. Lo publico nuevamente debidamente revisado.


Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Por eso te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#920 (27.03.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 18 de marzo de 2016

LA ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ENTRADA TRIUNFAL EN JERUSALÉN
Un Comentario de Mateo 21:1-11

1,2. "Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella; desatadla, y traédmelos."
Este episodio tan importante en la vida de Jesús, con el cual se inicia el relato de la pasión, es celebrado en el mundo cristiano con el nombre de Domingo de Ramos.
Subiendo desde Jericó cerca del Jordán, donde tuvo lugar la curación de los dos ciegos, Jesús, sus apóstoles y la comitiva que lo seguía, cuyo número debe haber ido aumentando a medida que ascendían, se acercaron a Jerusalén. Su número debe haberse incrementado por la multitud de personas que había acudido a Betania para ver a Lázaro, a quien Jesús había resucitado (Jn 12:9).

Al llegar a Betfagé (Casa de los olivos verdes), pequeño poblado al sudeste del Monte de los Olivos, donde crecían muchos olivos, Jesús ordenó a dos discípulos (no se menciona sus nombres, aunque se cree que fueron Pedro y Juan) que fueran a la aldea del frente donde encontrarían una asna atada, con su pollino, y que sin más lo desataran y la trajeran a Él.
Según el evangelio de Juan, Jesús no subió directamente de Jericó a Jerusalén, sino que se detuvo el sábado en Betania, en casa de Lázaro dónde, mientras cenaban, su hermana María lo ungió con un costosísimo perfume de nardo (Jn 12:1-3).
3. "Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y luego los enviará".
Jesús no tenía necesidad de pedir permiso a nadie para ordenar desatar los animales, pues todo le pertenecía. Pero si alguien lo objetara, les advierte, bastará que le digáis que el Señor lo necesita, para que no se oponga (Mr 11:4-6; Lc 19:33,34). Nótese que Él no les ordena que digan: “El Maestro lo necesita”,  sino “el Señor”, esto es, en griego: Ho Kúrios, título de la divinidad. Hay cosas que Dios puede pedirnos y que nos cuesten, pero que sólo podríamos negarle para nuestro daño, pues podrían ser la puerta de una gran oportunidad.
Marcos y Lucas sólo mencionan un pollino, pero añaden este detalle interesante: Nadie había montado hasta entonces este pollino. ¿Se dejaría montar el pollino? ¿No se pondría inquieto? El burro es un animal manso, que deja que hagan con él lo que quieran. No está hecho para las ocasiones solemnes, sino para el servicio; no para las batallas, sino para llevar cargas. ¡Qué apropiado que Jesús lo utilice como cabalgadura!
Al ordenar a sus discípulos ir a buscar al asna con su pollino, Jesús muestra poseer un conocimiento sobrenatural de las cosas y de las personas, porque, humanamente hablando, ¿cómo podía Él saber dónde se encontraban los dos animales? ¿Y cómo podía Él saber que el dueño iba a consentir que se los llevasen? ¿Sería el dueño un discípulo secreto de Jesús, como el dueño del Cenáculo (Mt 26:17,18), o como José de Arimatea (Jn 19:38)?
4,5. "Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta, cuando dijo: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de un animal de carga."
Mateo y Juan son los únicos evangelistas de los cuatro que narran el episodio de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, que mencionan la profecía de Zacarías 9:9. El texto que cita Mateo es en realidad una combinación libre de esa profecía con unas palabras de Isaías 62:11 que lo introducen. (El texto de la profecía en Juan 12:15 es más corto). El texto de la profecía en Zacarías 9:9 bien merece ser reproducido: "Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna." Notemos que dice que tu rey y salvador vendrá a ti, humilde, cabalgando sobre un asno, animal nada apropiado para un rey.
En ésta su entrada triunfal Jesús no ingresa, como haría un rey, subido a un carruaje, ni cargado en una litera, ni montado en un caballo como un patricio. Escoge el animal más humilde, el de los campesinos. Jesús había dicho de sí mismo que Él era “manso y humilde de corazón”. (Mt 11:29) Para su entrada triunfal en Jerusalén Él escoge un animal que es como Él.
6,7. "Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; y trajeron el asna y el
pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y Él se sentó encima."
Los discípulos obedecieron la orden de Jesús y trajeron los dos animales, el asna posiblemente para que el pollino sobre el que nadie había montado, estuviera tranquilo. Ellos le obedecieron sin dudar, seguros de que las cosas sucederían tal como Él les había dicho. El hecho de poner sus mantos, la pieza más valiosa de su vestimenta, sobre el pollino para que Jesús se sentara encima, era un acto de homenaje muy grande a su Maestro, y a la vez, una muestra de desprendimiento porque ¿quién sabía si en medio del tumulto lo recuperarían? El manto, tejido de una sola pieza y sin costura, era entonces una prenda de vestir costosa.
8. "Y la multitud que era muy numerosa, tendía sus mantos en el camino; y otros cortaban ramas de los árboles, y las tendían en el camino."
La multitud que acompañaba aumentó su número con el concurso de los habitantes de la ciudad que salieron a recibirlo (Jn 12:12,13), así como de los muchos peregrinos que habían acudido a Jerusalén en esos días para las fiestas, y que se alojaban, sea en la misma ciudad, o en posadas en sus alrededores, o dormían al aire libre en el Monte de los Olivos, como hacía Jesús con frecuencia cuando estaba en la ciudad, pues el calor nocturno lo permitía.
Muchos de ellos tendían sus mantos delante del pollino al paso de Jesús, según una forma antigua de rendir homenaje a los reyes. ¿Echaríamos nosotros lo mejor de nuestra ropa a los pies de un gran personaje para que sea pisada por él?
Se recordará que cuando Jehú fue ungido como rey de Israel, según se lee en 2R 9:13: “quitándose cada uno su manto, lo arrojaban a los pies de Jehú, a lo alto de las gradas del trono, y tocaban sus trompetas clamando: ¡Jehú es rey!”. Dos siglos antes de Jesús, Simón Macabeo entró triunfante en la ciudad santa “entre gritos de júbilo y ramas de palmera, al son de la cítara y de los címbalos, de himnos y de cánticos.” (1Mac 13:51).
Otros, dice el texto, cortaban ramas de los árboles (y de las palmeras, según Jn 12:13), obedeciendo a lo ordenado por Moisés como manera de manifestar alegría en la fiesta de la Pascua (Lv 23:39,40); y las agitaban con sus brazos, o las tendían en el suelo como alfombra improvisada para que el pollino caminara encima.
Pero la entrada triunfal de los reyes y emperadores a su capital, acompañados por soldados engalanados, y al son  de trompetas, solía ser mucho más pomposa. Diez siglos antes un cortejo semejante había acompañado a Salomón entrando en triunfo a Jerusalén al son de trompetas y montado en la mula de su padre David, después de que David ordenara que fuera ungido como sucesor suyo por el sacerdote Sadoc y el profeta Natán (1 R 1:28-40).
9. "Y la gente que iba delante y la que iba detrás aclamaba, diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!"
La gente que acompañaba a Jesús delante y detrás de su cabalgadura gritaba: ¡Hosanna al Hijo de David! Hosanna es una transliteración de una frase del Salmo 118:25 que quería decir ¡Jehová salva! pero que, con el tiempo, se había convertido en una expresión de júbilo. A esa exclamación la multitud añadía una frase de homenaje mesiánico tomada del mismo salmo: “¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” (v.26). Al clamar "Hosanna en las alturas" era como si ellos quisieran hacer llegar sus gritos de alegría hasta el trono del Altísimo como reconociendo que era Él quien había ordenado estos actos, y dándole gracias por haberles enviado finalmente al Mesías esperado.
10,11. "Cuando Él entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Este es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea."
Era inevitable que el alboroto causado por esta entrada triunfal a Jerusalén, a manera de un rey vencedor, suscitara una gran conmoción en la ciudad, que estaba en esos días colmada por los peregrinos que acudían de todas partes para celebrar la Pascua.
Y muchos, especialmente los que venían del extranjero, que no sabían todavía nada de Jesús, ni habían oído hablar de Él, preguntaban: ¿Quién es éste a quien se le rinde tan gran homenaje? Y los que sabían de quién se trataba, contestaban: "Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea". La gente aclamaba a un profeta, a alguien que muchos sabían que hacía milagros y sanaba enfermos, como hacía mucho tiempo no había habido en Israel, desde los tiempos de Elías y Eliseo, siglos atrás.
Cabría preguntarse ¿por qué Jesús, que había huido en varias ocasiones del clamor popular que quería proclamarlo rey, (Nota 1) aceptó esta vez que se le rindiera un homenaje multitudinario? Porque era conveniente -apunta J.C. Ryle- que estando próxima la culminación de su carrera en la tierra, con el juicio injusto al que sería sometido, y su cruel crucifixión, todas las miradas estuvieran puestas en Él, y fueran espectadores de su ignominioso sacrificio. Pero a la vez, para que muchos, si no la mayoría de los moradores de la ciudad, fueran conscientes de que el sentenciado el día viernes acababa de ser aclamado por las multitudes cinco días antes.
Por su lado, M.J. Lagrange explica: “Era el deber de Jesús presentarse como Mesías para que los judíos no pudieran alegar que  ellos no podían reconocer como tal al que había rehusado ese título (otras veces). Jesús escogió deliberadamente una entrada indiscutiblemente mesiánica, ya que en ella se verificaba uno de los textos mesiánicos más claros (el de Zc 9:9), pero que era a la vez más modesta. Él permitió que se le aclamara, y en cierta manera lo provocó, al asumir la actitud descrita por el profeta. Pero la sencillez de su entrada ponía de manifiesto que Él no venía a establecer un reino temporal.” De ahí su respuesta a una pregunta de Pilatos: “Mi reino no es de este mundo.” (Jn 18:36).
Pero notemos cuán inconstante y voluble es el fervor popular, cuán poco confiable, porque muchos de los que lo habían aclamado gritando: "Bendito el que viene en el Nombre del Señor" y "Hosanna al Hijo de David", cinco días después gritarían enfurecidos: "¡Crucifícale!" (Lc 23:21). Al que habían exaltado como gran personaje pocos días antes, ahora lo querían matar. Así es de engañoso el corazón  humano (Jr 17:9).
Entretanto los fariseos murmuraban entre sí: "Ya véis que no conseguís nada. Mirad, el mundo se va tras él." (Jn 12:19). Impacientes por estas manifestaciones de júbilo que no podían acallar, los fariseos se dirigen a Jesús -según Lucas 19:39,40- y le dicen "Maestro, reprende a tus discípulos", por el alboroto que hacen. Pero Jesús les contesta: "Os digo que si éstos callaran, las piedras clamarían". Como si dijera: Esto que está ocurriendo delante de vuestros ojos ha sido determinado por mi Padre y ningún poder humano puede impedirlo.
También, según Lucas 19:41-44, antes de haber cruzado la puerta de la ciudad, Él "lloró sobre ella diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación." Es decir, no reconociste el día en que tu rey y Mesías vino a ti, tal como había sido anunciado por los profetas.
En más de una ocasión hemos visto cómo Jesús se conmovía. Ahora lo hace por el destino trágico que aguardaba a la ciudad que Él amaba, y a sus habitantes que, habiendo tenido oportunidad de recibirlo por quien Él era, pasado este momento transitorio de júbilo popular, lo negarían. El terrible castigo anunciado por Jesús se abatió sobre la ciudad 40 años después (2). Bien hacían muchos de sus contemporáneos, como veremos en seguida, en llamar a Jesús profeta.
Llevado en triunfo a la ciudad por las multitudes Él no se hace ilusiones sobre lo superficial y voluble de sus sentimientos, y es consciente del destino que le espera en los próximos días, y que Él había venido anunciando a sus discípulos (Mt 16:21; 17:22,23; 20:17-19).
Es probable que sea aquí, en medio de la algarabía de la gente cuando debe haberse producido el episodio que narra Juan, en el cual unos griegos que habían venido a adorar a Dios en la fiesta, y que, por tanto, estaban intrigados por toda la conmoción causada en la ciudad por este personaje a quien ellos no conocían, se acercaron a Felipe diciéndole que querían ver a Jesús.
¿Quiénes eran estos griegos? Ellos eran judíos de la diáspora, esto es, judíos que habitaban fuera de Palestina, en el norte, en lo que es hoy día Asia Menor y, eran por tanto, de habla griega. Felipe le comunicó ese deseo a Andrés, y juntos se lo dijeron a Jesús (Jn 12:20-22).
La respuesta de Jesús contiene una enseñanza muy importante, aunque no está claro si Jesús la dirigió exclusivamente a sus dos discípulos, o también a los griegos que querían verlo, y que los acompañaban. Yo pienso que esto segundo es lo más probable. Si ello es así, Jesús debe haber tenido una razón importante para decirles a los extranjeros estas palabras, para ellos sin duda sorprendentes.
Lo primero que les dice puede no haber tenido mucho sentido para los visitantes, pero sí para los discípulos: "Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea glorificado." (v.23) ¿Cómo ha de serlo? Las palabras que siguen lo explican, para el que quiera entender: "De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto." (v.24). Si el grano de trigo no es plantado en la tierra y no muere como grano convirtiéndose en semilla, es un grano perdido. Pero si muere como grano bajo tierra, surge de él un brote que, al convertirse en planta, producirá una abundante cosecha.
Esto se aplica en primer lugar a Jesús mismo. Él aceptó ser plantado como un grano de trigo en el surco cuando fue torturado y crucificado. Como resultado de esa siembra ha surgido una abundantísima cosecha en el inmenso número de hombres y mujeres que, a lo largo de los siglos, han creído y han sido salvados por Él.
"El que ama su vida, la perderá" (v.25), es decir, el que no quiere morir como lo hace el grano sembrado, no producirá fruto alguno y se pudrirá solo. Pero el que acepta morir, esto es, el que aborrece su vida, y no se aferra a ella, cosechará el fruto de su renuncia en el cielo algún día.
Esta enseñanza no era novedad para Felipe y Andrés, pues ya le habían escuchado a Jesús decir anteriormente, más de una vez, cosas semejantes. (Por ejemplo en Mateo 10:39; 16:25) pero a los griegos debe haberles llamado mucho la atención, pues va a contracorriente de lo que solemos todos hacer, esto es, rehuir el sacrificio y buscar nuestra comodidad. Pero, en verdad, sólo si morimos a nosotros mismos renunciando a muchas cosas apetecibles, podemos ser discípulos de Jesús y producir abundante fruto para su reino.

Notas: 1. Por ejemplo, el caso que narra Jn 6:14,15 de la multiplicación de los panes cuando cinco mil fueron alimentados.
2. La destrucción de Jerusalén el año 70 no está narrada en el Nuevo Testamento. Pero conocemos sus pavorosos detalles gracias a la descripción que de ella hace el historiador judío Flavio Josefo, en su libro “Las Guerras de los Judíos”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#919 (20.03.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).