martes, 30 de junio de 2009

EL VARÓN COMO ESPOSO I

El año pasado, con ocasión del “Día del Padre”, publiqué un artículo con el título de “El Varón como Padre”, que era la segunda parte de una enseñanza sobre “El Líder y su Familia” dada en el marco de un seminario del Instituto Haggai hace algunos años. Ahora publico la primera parte de esa enseñanza.

Es muy necesario que cada uno conozca cuál es su responsabilidad en la vida, sea en el trabajo, en los negocios, en los deportes, pero sobre todo, en la familia.
Imaginemos un arquero que no supiera cuál es el papel que a él le toca desempeñar en su equipo, y que ignorara que su función es impedir que el bando contrario meta goles en el arco que él defiende, y que abandonara su lugar para jugar como delantero. O un delantero que quisiera defender el arco de su equipo en vez de meter goles en el arco contrario.
O imaginemos un gerente de banco que se pusiera a contar la plata junto con los cajeros, o un cajero que se metiera a dar órdenes a los funcionarios de crédito.
Esa confusión de papeles crearía un gran desorden.
Igual es en la familia. El hombre tiene funciones claras y específicas establecidas por la palabra de Dios y la mujer tiene las suyas. Pueden compartir sus responsabilidades según las necesidades planteadas por la circunstancias y pueden ayudarse mutuamente para cumplir sus tareas. Pero ninguno de ellos puede hacer el papel del otro, salvo en caso de ausencia de uno de ellos.
Es cierto que por desgracia en muchos casos en nuestro medio la mujer se ve obligada a asumir las responsabilidades del varón, porque éste no las cumple, o porque abandona a su familia. La mujer tiene en esos casos mucho mérito porque suele luchar a brazo partido para mantener a sus hijos y llevar adelante las cosas. Pero ésa no es una situación ideal, sino al contrario, es una situación anormal.

I. Habiendo planteado así las cosas podemos decir que la primera función del varón en la familia es ser cabeza del hogar. Eso lo declara explícitamente la palabra de Dios que es nuestra norma: “El marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo y Él es su salvador.” (Ef 5:23). En otro lugar Pablo declara que “Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer…” (1Cor 11:3).
Con esas palabras Pablo plantea de qué manera el hombre debe desempeñar su función como cabeza. Nótese que al decir que el varón es cabeza de la mujer Pablo está dando a entender que el hombre es cabeza del hogar, porque antes de que vengan los hijos, el hogar está constituido sólo por ambos, y aunque ambos son, en cierto sentido, iguales como seres humanos, el hombre es, según la expresión latina, “primus inter pares”, es decir, el primero entre iguales.
Algunas teorías modernas quieren convertir al hogar en un monstruo de dos cabezas. Un hogar que pretenda tener dos cabezas es una anormalidad que no puede subsistir mucho tiempo. No se puede confundir la unidad y armonía que deben reinar entre los esposos con bicefalidad, con un parlante por donde salieran dos voces cantantes, porque en algún momento dado una de las dos prevalecerá sobre la otra, o habrá una cacofonía insoportable.
Al hombre le corresponde la voz cantante, según la conocida expresión, es decir, la autoridad en el hogar, porque él es quien asume la principal responsabilidad.
Autoridad y responsabilidad van juntas. No puede haber autoridad sin responsabilidad, (eso es algo que se aplica también al campo de la política y del gobierno) ni responsabilidad sin autoridad. Nadie puede ejercer rectamente autoridad sino asume al mismo tiempo la responsabilidad de aquello que gobierna. Ni podría nadie asumir la responsabilidad de alguna situación si no le es dado ejercer autoridad sobre ella. Sería una grave injusticia, que, sin embargo, se da con frecuencia entre nosotros, cuando “las autoridades”, es decir, quienes tienen la sartén por el mango, le echan la culpa a los escalones inferiores (a la parte más débil) que no ejercen mando, para salir ellos libres de polvo y paja.
Al hombre le corresponde la autoridad porque él es responsable del hogar; él es responsable del bienestar de su mujer y de sus hijos. Lo varonil del hombre consiste precisamente en eso, en asumir sus responsabilidades y no evadirlas.
Yo me pregunto si todos los hombres –digo los varones cristianos- son concientes de que ellos son responsables del bienestar y de la felicidad de su esposa y de sus hijos. Es muy frecuente ver cómo en nuestra sociedad y en nuestras iglesias (y es algo que a mí me da rabia y pena) se suele hacer responsable a la mujer (en suma, se le echa la culpa) por las deficiencias del hogar o de la vida conyugal. (Nota 1)
Si algo anda mal entre ellos o en la familia, el primer responsable es el marido, aunque la mujer pueda tener mucho de culpa, porque ÉL ES LA CABEZA. Él es incluso responsable de las fallas de su mujer.
Ahora bien, si el hombre no se hace cargo de las necesidades materiales y espirituales de su hogar, no puede pretender tener autoridad, ni puede ejercerla bien, porque la autoridad la ejerce en última instancia, y en la práctica, el que provee. (2)
El hecho de que el hombre tenga la autoridad no quiere decir que él pueda ejercerla como un tirano, como un dictador ante cuya voz todos tiemblan. El marido ejerce su autoridad como Cristo ejerce la suya, con firmeza, pero también con dulzura y amabilidad, es decir, con amor.
Esto nos lleva al tema de la sujeción de la mujer en el hogar (que he tratado “in extenso” en otra ocasión), y sobre el cual quiero decir ahora solamente lo siguiente: La mujer se somete a su marido:

1) Porque Cristo es cabeza del varón (1Cor 11:3). Esto es, ella se somete a su marido porque él se somete a Cristo. Es una cadena de sometimientos sucesivos: Cristo se somete a su Padre, el hombre se somete a Cristo, y la mujer se somete a su marido.
2) Porque ambos se someten el uno al otro en el temor de Dios (Ef 5:21).

Esta es una regla que se aplica no sólo en el matrimonio, sino en toda relación entre hijos de Dios. Es algo que los caracteriza, el estar mutuamente sometidos. Eso quiere decir, entre otras cosas, que el marido ejerce su autoridad buscando estar de acuerdo con su mujer, escuchando su opinión, oyendo sus consejos. La mujer es más sabia que el hombre en algunos campos que le son propios, como el psicológico, por ejemplo. Ella es más intuitiva que el hombre; percibe cosas que a él se le escapan, en las que él no pone atención. Escuchar su opinión acerca de las personas con quienes él trata puede librarlo de desengaños o de fraudes.
Dios le dijo a Abraham: “En todo lo que te dijere Sara, oye su voz.” (Gn 21:12). Cuando el marido crea necesario buscar consejo, la primera opinión que debe escuchar es la de su mujer.
El marido gobierna su casa usando como arma el amor, no el terror, tal como muchas veces ocurre para infelicidad de la mujer y trauma en los hijos. Es sabido que los tiranos prefieren ser temidos antes que amados. Pero el marido sabio prefiere ser amado antes que temido. Eso no quita, sin embargo, que así como Dios inspira temor en los que lo aman, (Dt 10:12) que no sea bueno que el marido inspire cierto temor en su hogar, en especial en sus hijos; esto es, el temor al castigo. Es el temor sano que inspira la fuerza cuando se ejerce de tal modo que inspire a la vez respeto por la forma mesurada como se comporta. La mujer debe respetar a su esposo (Ef 5:33b) para que, a su vez, los hijos lo respeten. Pero el respeto no puede en verdad ser exigido (salvo de los irrespetuosos). Debe ser ganado por la conducta sabia, como dice un dicho: “Respetos guardan respetos.”
Ser cabeza del hogar supone también estar presente en casa, pasar buena parte de su tiempo libre con su mujer e hijos. Los hijos pequeños añoran la presencia de su padre, sobre todo si es cariñoso, y aun más la mujer. (También la detestan si él es abusivo y desconsiderado y sólo inspira miedo). El marido no puede estar siempre en la calle. Es cierto que los horarios modernos alejan al hombre de su casa. Ahí la vida económica moderna comete una injusticia que es contraria a la palabra de Dios.

II. En segundo lugar el marido es amante: “Maridos, amad a vuestras mujeres, asì como Cristo amó a su iglesia, y se entregó a sí mismo por ella.” (Ef 5:25). “Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer a sí mismo se ama.” (vers. 28). “Por lo demás, cada uno de vosotros ame también a su mujer como a sí mismo; y la mujer respete a su marido.” (vers. 33).
Estos textos dicen cosas muy importantes que conviene elucidar. Antes que nada hemos visto arriba que “el marido es cabeza de su mujer, así como Cristo es cabeza de su iglesia, la cual es su cuerpo.” (vers. 23). El cuerpo de Cristo del cual Él es cabeza es la iglesia. De igual manera el marido es cabeza de su cuerpo, que es su mujer. Por eso dice que el marido debe amar a su mujer como a su mismo cuerpo. (v. 28). Esto es, debe tratarla con la misma consideración y aprecio con que todo hombre ama y cuida su propio cuerpo. Nadie aborrece a su cuerpo (salvo a veces, estando gravemente enfermo), sino que lo cuida, lo alimenta y lo engríe; lo lleva al médico cuando se enferma y se preocupa por él si algo no anda bien. Todos los hombres le dedican una atención esmerada a su cuerpo. Pues así deben tratar a sus mujeres. Por eso es que Pablo escribe: “El que ama a su mujer a sí mismo se ama.” Esa es una frase muy profunda que tiene muchísimas implicancias y debería estar como lema en todos los dormitorios conyugales.
La segunda parte del “gran mandamiento” (“Amarás a tu prójimo como a ti mismo.” Mt 22:39) lo cumple el hombre primeramente amando a su mujer que es su prójimo más cercano.
El marido debe amar a su mujer como Cristo amó a su iglesia, esto es, dando su vida por ella. No hay sacrificio que el hombre debe negarse a hacer por amor de su mujer.
El vers. 33 lo reitera (véase arriba). Pero ¿por qué dice allí que “la mujer respete a su marido” y no dice que lo ame. La mujer tiende de una manera natural a amar al marido que la trate bien, pero pudiera ser que debido a la rutina de la intimidad, o por la forma como él se comporta, deje de respetarlo. Pero Pablo dice que de todas maneras ella debe respetarlo. De eso depende en parte el buen orden en el hogar.
Para el hombre amar a su mujer significa en concreto:

1) Hacerla feliz, alegrarla, como se dice en Deuteronomio 24:5: “Cuando alguno fuere casado no saldrá a la guerra…libre estará en su casa por un año, para alegrar a la mujer que tomó”. Ese versículo nos indica cuánto valor Dios da a la felicidad conyugal. (Véase a ese respecto los artículos “Matrimonio y Felicidad” I, II y III).

Hacerla feliz supone tratarla con ternura, ser atento con ella. La cortesía es un elemento del amor que ambos se deben mutuamente y que, dicho sea de paso, deben inculcar a sus hijos.
Pero una vez casado, con el tiempo el hombre tiende a ser descortés con su mujer, brusco, descuidado; y la mujer con su marido. ¡Qué feo es eso en el matrimonio y qué mal testimonio dan los esposos cristianos si se comportan mutuamente de esa manera!
¡Amigo, nunca seas descortés con tu mujer! Siéndolo demuestras ser torpe, bruto. ¿Cómo puede ella amarte si la tratas mal? ¿Y cómo puede ella ser cortés contigo? ¿Y qué ejemplo das a tus hijos? Muchos hijos aprendieron la descortesía en el hogar y luego, sin que sus padres se den cuenta, los deshonran ante los demás, que se dirán: “¡Qué malcriados son estos chicos!” Malcriados quiere decir que fueron “criados mal”.
El apóstol Pedro dijo claramente que el marido debe tratar a su mujer “como a vaso más frágil”. (1P 3:7). A ti te puede tratar ella con brusquedad, pero tú no te rompes por eso –aunque ciertamente no te guste. Ella sí puede romperse. Es decir, siendo descortés con ella le haces daño a su psicología más frágil. (Estoy hablando sobre todo de los años anteriores a los cambios hormonales que se producen a cierta edad, y que vuelven a la mujer más recia física y psicológicamente).
La cortesía es el aceite que suaviza las relaciones humanas en todos los campos, y más aun en el hogar, incluso con los hijos. Cuando deja de aceitarse una máquina sus partes chirrian al frotarse unas con otras y el mecanismo puede llegar a atascarse o a fundirse. Algo parecido ocurre con las relaciones humanas si no son aceitadas con el elemento indispensable de la cortesía. Las relaciones se vuelven desagradables, hirientes; hay disgustos y desencuentros, porque a nadie le gusta que lo traten mal, con brusquedad. Las relaciones pueden llegar a romperse. Nótese bien: La cortesía en el mundo puede ser una formalidad puramente protocolar que cumple sin embargo una función importante en el trato humano, pero entre cristianos, es una manifestación necesaria del amor al prójimo.
Alguno quizá objete: ¿Dónde habla la Biblia de la cortesía? Si la cortesía es una manifestación del amor al prójimo ¿puede no ser algo bíblico? San Pablo escribió: “Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres.” (Flp 4:5). (3) (Continuará)

Notas: 1. Hay algunas consejerías en que se usa la Biblia como arma de ataque para destruir la autoestima de la mujer:
2. Hay ocasiones –en particular cuando el marido está sin trabajo, sea porque pierde el empleo, o por algún otro motivo- en que la mujer es la proveedora del hogar y en las que insensiblemente y de una manera prácticamente inevitable, la autoridad va pasando a manos de la mujer. De ahí surgen con frecuencias situaciones penosas que conspiran contra la armonía del hogar. En situaciones semejantes la mujer debe ser muy sabia para que el marido no se sienta disminuido.
3. La palabra griega epeikés suele ser traducida en otros lugares como “amable” (que es un sinónimo de “cortés”). Véase 1Tm 3:3; Tt 3:2; St 3:17; 1P 2:18.

NB. Quisiera hacer una invocación especial y un llamado a todas las iglesias para orar y hacer batalla espiritual por lo que está ocurriendo en la ciudad de Andahuaylas y que se está extendiendo a otras localidades de la Sierra en estos días. La toma de carreteras y la ocupación de ésa y otras ciudades tiene casi el carácter de una sublevación que es potencialmente más peligrosa que lo ocurrido recientemente en Bagua, y no tiene visos de amainarse, porque las autoridades indecisas no parecen estar a la altura del reto que significa. Este levantamiento masivo es un fenómeno espiritual al que debemos enfrentarnos también con armas espirituales, si no queremos que se desborde y asuma proporciones trágicas.

#580 (21.06.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse buen número de artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604. Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.

viernes, 19 de junio de 2009

ORAD SIN CESAR

1ª Epístola a losTesalonicenses 5:17

"Nuestra alma está hundida en el polvo
y nuestro vientre está pegado a la tierra."
(Salmo 44:25)
"...cuyo dios es el vientre..." (Flp 3:19)

Nosotros somos así. Nuestro deseos materiales dominan nuestra existencia y prevalecen sobre los deseos espirituales. Vivimos para satisfacer nuestro apetito, nuestra sensualidad, nuestra codicia, nuestra ambición. Nuestro vientre, como encarnación de todos nuestros deseos desordenados, es nuestro verdadero dios.

Somos como gusanos que se arrastran por tierra. No podemos mirar hacia arriba porque nuestro estómago está pegado al suelo.

El águila que se ha comido un pavo no puede remontarse a las alturas. El peso que lleva en el estómago sólo le permite saltar de rama en rama. Pero ha sido creada para volar en las alturas.
Así también nuestra alma, pero el lastre de la carne no se lo permite.

Pasamos en la mañana un rato largo en adoración pero muy pronto ese estado espiritual se disipa y nos aletargamos. ¿Cómo conservar durante el día nuestra comunión con Dios? Orando todo el tiempo, orando sin cesar.

Pero, ¿cómo orar sin cesar cuando nuestras ocupaciones reclaman toda nuestra atención?
1. Llenando con oración nuestros tiempos vacíos. Esto es:
- cuando caminamos de un sitio a otro;
- cuando vamos en un vehículo de transporte (orando por la persona que tenemos al lado, o diciendo simplemente: Jesús, Jesús).
- cuando manejamos;
- cuando esperamos en el consultorio u otro lugar público, sentados o de pie.

¿Qué hacemos normalmente en esas circunstancias? Por lo general dejamos vagar nuestro pensamiento, u hojeamos distraídamente alguna revista.

Aprovechemos esos tiempos muertos para llenarlos de oración. Hagamos de eso un hábito. (Podemos alabar a Dios en nuestro interior, u orar por nuestros familiares, amigos, por algunos enfermos.

2. ¿Estamos muy ocupados y el tiempo no alcanza? Pues, oremos por nuestras ocupaciones mientras las hacemos (Ayúdame, Señor a hacer esto bien...). Cuando:
- estamos haciendo alguna gestión;
- sostenemos una conversación delicada (Dame, Señor la palabra adecuada...)
- dictamos una carta o escribimos (Ilumíname, Señor).
- contestamos el teléfono (Bendice a mi interlocutor).
3. Las ocupaciones o gestos repetitivos se prestan admirablemente para orar sin cesar. Cada vez que ponemos una hoja nueva en la máquina de escribir, o en la impresora, o que tomamos en la mano una papa para pelarla, o cuando barremos, etc. etc., decir: Dios trabaja a través mío, o: Te ofrezco este trabajo, Señor).
4. Al leer el periódico o ver la TV. Podemos orar:
- por los acontecimientos;
- por las personalidades involucradas;
- por las víctimas de accidentes o de asaltos.
- por los articulistas ateos o agnósticos.
No estemos dormidos frente a los medios de comunicación. Seamos intercesores en acción, aprovechando todo lo que el diario o la pantalla muestran. En esas circunstancias oremos, no critiquemos.
5. En las comidas. Orar al comenzar.
6. Al acostarnos, dormirnos orando. O en las noches de insomnio, en lugar de contar ovejas, ponernos a alabar a Dios, o pasemos revista a las personas que tenemos cerca y oremos por sus necesidades.
Cada cual puede añadir las circunstancias que le sean propias, pero hagamos del orar sin cesar un hábito y la presencia de Dios llenará nuestras vidas.


SED IRREPRENSIBLES
En la 1ra. Epístola a los Tesalonicenses Pablo nos pone delante un precepto, que bien mirado, es formidable. Formidable en el sentido de gran dificultad. Nos dice que guardemos nuestro espíritu, nuestra alma y nuestro cuerpo irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo (1Ts 5:23). ¿Qué quiere decir irreprensible? Sin reproche, sin mancha.

Antes de que nos convirtiéramos eso nos era imposible. Al contrario, hacíamos precisamente lo opuesto. Esto es, manchábamos constantemente nuestro cuerpo, nuestra alma y nuestro espíritu con nuestros pensamientos, palabras y conducta. Pero ahora que Jesús mora en nosotros ¿nos es fácil cumplir ese precepto? Porque, fijémonos bien, se trata de un precepto, de una orden, no sólo de un consejo, o de un deseo. Es Dios ciertamente quien puede santificarnos por completo, pero somos nosotros los que tenemos que apartarnos de toda especie de mal, como dice Pablo en el versículo anterior. Dios nos puede santificar y sólo Él puede hacerlo, pero no puede lograrlo si nosotros no hacemos nuestra parte, si no colaboramos con Él. Si nosotros no nos guardamos del mal, si no nos guardamos sin mancha Dios no nos puede santificar perfectamente.

¿Y quién puede honestamente decir que guarda todo su ser sin mancha? Por hablar sólo de nuestra alma ¿cuántas veces no nos dejamos llevar por el rencor, por la antipatía, o hasta por el odio, hacia ciertas personas? Con tales sentimientos manchamos nuestra alma. Ya no la hemos guardado irreprensible, ya la hemos manchado. ¿Y cuántas veces pecamos con nuestra lengua y manchamos nuestro cuerpo? (St 3:6)

Alguno dirá quizá: Lo que Pablo quiere decir es que si alguna vez pecamos, que nos arrepintamos y confesemos nuestro pecado, y Dios, que es fiel y justo, nos perdonará y limpiará de toda maldad (1Jn 1:9). Y así, aunque pequemos, guardaremos todo nuestro ser irreprensible.

Es posible que en extremo pueda interpretarse su pensamiento de esa manera. Pero ¿es eso lo que Dios quiere? ¿Qué pequemos para que Él nos perdone? ¿Es ése nuestro caminar cristiano? ¿Abusaremos de la paciencia y fidelidad de Dios con el pretexto de su promesa de perdonarnos? Toda ofensa afecta la santidad que debemos mantener ante el Señor. Y Él nos manda que seamos santos como Él es santo (Lv 11:44,45; 1P 1:15,16). El pasaje de Tesalonicenses que he citado es sólo una ampliación, una precisión o desarrollo del precepto de la santidad: Guardarnos de toda mancha, de la menor mancha, en verdad, para que seamos irreprensibles. Porque sólo así seremos santos.

De otro lado ¿cómo sabemos que para la venida del Señor habremos tenido tiempo de arrepentirnos? Trátese de su venida personal, cuando nos toque partir de este mundo, (si Él no viene antes) o de su venida general, la Parusía que esperamos con ansia, en la que todo ojo le verá, esto es, su segunda venida, ocurrirá súbitamente. Para advertirnos de la importancia de estar preparados velando y esperando su retorno, que sucederá cuando menos lo esperemos, pronunció Jesús la parábola de las vírgenes necias y prudentes, exhortándonos a mantener nuestras lámparas ardientes con la luz de su espíritu (Mt 25:1-13). Porque pudiera ocurrir que venga tan súbitamente que no tengamos tiempo de arrepentirnos y no nos encuentre irreprensibles sino manchados. Y entonces, quizá nos salvemos, pero nos salvaremos, como dice Pablo en Corintios, como por fuego (1Cor 3:15). Esto es, de refilón, con las justas.

Si no nos guardamos irreprensibles nuestra obra no habrá sido de oro, ni de plata, ni siquiera de madera. Apenas de heno o de hojarasca, que se quemará con el fuego. Pero nosotros no queremos eso, sino que nuestra obra sea de material precioso a fin de que permanezca y recibamos nuestra recompensa (1Cor 3:12-14). Caminemos pues de la mano con el Señor y seamos santos e irreprensibles así como Él es santo.


EL PECADO Y SUS CONSECUENCIAS
Es una cosa singular que en la serie de mandamientos que le da Dios a Moisés en Levítico 18 y 19, cada grupo de mandatos termine con la frase “Yo soy YWHW vuestro Dios ” (Yahvé o Jehová son dos formas de transliteración del tetragrama), tal como hace Éxodo 20:2 antes de darle el Decálogo. En algunos casos dice simplemente: “Yo soy YWHW”. Pero hay una ocasión en que el grupo de mandatos termina con una frase ligeramente más larga: “Y tendrás temor de tu Dios. Yo YWHW” (Lv 19:13,14). ¿Hay una razón para eso?

Los mandamientos en cuestión son: No explotar a tu prójimo y no robar; no retener el salario del obrero hasta la mañana siguiente; no maldecir al sordo (que no oye), y no poner un obstáculo delante del ciego que lo haga caer.

El que abusa del prójimo indefenso tiene poco o nada que temer del agraviado, y menos del sordo y del ciego, pero sí debe temer de Dios, que oye y ve todo lo que ocurre, porque si bien esos inválidos no pueden desquitarse por sí mismos del daño sufrido, Dios sí los vengará.

Cuando David quitó la vida a Urías con engaños para quedarse con su mujer, Betsabé, la Escritura dice que a Dios le desagradó lo que David hizo (2Sm 11:27). Esa frase puede aplicarse a todos los ocasiones en que el poderoso abusa del débil, a todo acto de abuso de poder, que es lo que expone la fábula que le narró el profeta Natán a David antes de confrontarlo con su pecado (2Sm 12:1-6).

Es el caso de David, Natán le dice que como él había hecho matar a Urías con la espada del enemigo, la espada no se apartaría de su casa (v. 9,10). Y así ocurrió en efecto, pues la vida de su familia se tiñó con la sangre derramada por un hermano contra otro; y su hijo preferido, Absalón, se rebeló contra él y casi lo vence (2Sm 15-18).

En el libro de Jeremías hay una frase que expresa claramente esta correspondencia entre el pecado y su sanción: “De la manera cómo me dejasteis a mí para servir a dioses ajenos en vuestra tierra, así serviréis a extraños en tierra ajena.” (Jr 5:19b)

En el caso de Jacob, sabemos que él, siguiendo el consejo de madre, Rebeca, defraudó por medio de un engaño a su hermano Esaú de su primogenitura(Gn 27:1-40. Años después Jacob fue engañado por su tío Labán, que le impuso trabajar para él siete años por Raquel, la mujer que amaba, pero cuando llegó el día de la boda, le dio por esposa a la hermana mayor, que se llamaba Lea. Jacob tuvo que trabajar siete años adicionales por su amada Raquel, a causa de la primogenitura de Lea, aunque en el caso de ella esto no fuera realmente un derecho sino un pretexto esgrimido por Labán. La primogenitura que él le había robado a su hermano Esaú, fue ocasión para que su tío Labán le robara en cierto modo siete años de su vida, forzándolo a trabajar para él siete años más. Es de notar, de paso, que como Jacob tuvo que huir de su hermano que quería matarlo, él no volvió a ver a su madre, ni Rebeca a su hijo.

Pero ahí no termina el encadenamiento de causa y efecto, pues luego vemos cómo Jacob experimentará nuevamente el pago por haberse apropiado con engaños de la primogenitura de su hermano, y de una manera ligada a los objetos que usó para ese fin, pues para engañar a su padre Isaac, que estaba ciego, él se puso la ropa de Esaú, y para imitar los brazos velludos de su hermano, cubrió sus manos y brazos con la piel de una cabra.

Años después cuando los hijos de Jacob vendieron a Egipto a su hermano José para vengarse de la preferencia que le tenía su padre, a fin de hacer creer a éste que José había sido despedazado por una fiera, tomaron la túnica de su hermano y la mancharon con la sangre de una cabra que habían matado con ese fin. El engaño cometido por Jacob contra su padre tuvo pues un doble pago.

Aunque nosotros creamos que nadie ve lo que hacemos, Dios sí lo ve y por eso todos nuestros actos malos reciben su castigo y los buenos su premio. Debemos pues cuidarnos de hacer cosas que desagraden a Dios, sobre todo en el trato que acordamos a nuestro prójimo, pues Dios lo vengará.
Quizá sea oportuno en este respecto contar un hecho ocurrido en Lima hace unos años, en que vemos cómo el principio aludido en los ejemplos mostrados se sigue cumpliendo en nuestro tiempo. La más grande tienda por departamentos que había entonces contrataba obreros para hacer el mantenimiento de sus grandes depósitos, pero no les proporcionaba el arnés de seguridad que podría salvarles la vida en el caso de que cayeran de los andamios sobre los que trabajaban, como de hecho ocurrió más de una vez. Yo conocía a la familia de uno de sus obreros muertos, que dejó viuda con once hijos en el desamparo, y los insté a presentar una denuncia, exigiendo una compensación económica por la grave pérdida sufrida. Pero tuvieron que desistirse cuando lo hicieron, porque vinieron a verlos gente de parte de esa empresa con amenazas de hacerles daño a los hijos. Pues bien, esa gran empresa, otrora todopoderosa, hoy no existe. Un manejo financiero deficiente la llevó a la quiebra, y los miembros de la orgullosa familia propietaria que la gerenciaban son hoy día funcionarios de las empresas con las que antes competían. Esto es, sirven a los que antes eran sus rivales.

#579 (13.06.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse unos sesenta artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604. Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.

viernes, 12 de junio de 2009

DAVID Y ABIGAIL II

Este artículo y el anterior están basados en la grabación de una enseñanza dada recientemente en el Ministerio de la Edad de Oro, de la C.C. “Agua Viva”

En el artículo anterior hemos dejado a Abigail bajando por un camino secreto, yendo al encuentro de David y orando al mismo tiempo. Como consecuencia de haber estado orando durante el trayecto, como creemos, apenas hubo dejado el atajo que había tomado se encontró con David. Dios la había guiado en el camino y la guiará también en las palabras que ella le dirija.

Leamos el texto: “Cuando Abigail vio a David, se bajó prontamente del asno y postrándose sobre su rostro delante de David, se inclinó a tierra y se echó a sus pies, y dijo: Señor mío, sobre mí sea el pecado (es decir, la ofensa de Nabal), mas te ruego que permitas que tu sierva hable a tus oídos, y escucha las palabras de tu sierva.” (1Sm 25:23,24). Miren la sabiduría con que ella le habla: “Sobre mí sea el pecado”. En otras palabras ella le dice (parafraseando): “Échame la culpa a mí, no a los otros inocentes que no tienen nada que ver en el asunto”, porque ella está segura de que David no se vengará en una mujer que se humilla y se arroja a sus pies, y además es bonita. Y sigue diciendo: “No haga caso ahora mi señor de ese hombre perverso, (Nota 1) de Nabal, porque conforme a su nombre así es. Él se llama Nabal y la insensatez está con él; (perdónalo, pues es propio del hombre sabio perdonar al necio) mas yo tu sierva no ví a los hombres que tú enviaste.” (vers. 25) Ella no trata de justificar a Nabal, sino se somete a la misericordia de David y apela a su generosidad.

Yo me digo, y espero no tocar el corazón de nadie cuando pregunto: ¿Cuántas mujeres hay aquí que se casaron con un hombre necio? ¿Con un hombre que no las entendía? ¿Con un hombre que era menos inteligente que ella? ¿Cuántas habrá no sólo acá? Pero también podríamos hacer la pregunta contraria: ¿Cuántos hombres hay acá que se casaron con una mujer necia, porque se dejaron llevar por lo que veían y no miraron el corazón de la mujer? Porque ¿con quién se casa el hombre, o se casa la mujer? ¿Se casa el hombre con la belleza de la mujer? ¿La belleza del rostro y del cuerpo de una mujer hacen feliz al hombre? Bueno, sí, durante un tiempo, mientras dure la pasión, pero ¿pasada la pasión? Y la mujer, ¿es feliz con la apostura, con el rostro buen mozo de su marido? Bueno, sí, por un tiempo, pero si él no es inteligente, si no es gentil con ella, si es un bruto y la trata mal, al poco tiempo se decepciona. Entonces ¿qué es lo que hace felices al hombre y a la mujer en el matrimonio? ¿Será la pasión o el amor? Ciertamente, durante un tiempo, pero también el amor y la pasión se esfuman con el tiempo (aunque no debieran). Lo que hace feliz al hombre y a la mujer, escúchenme, es el carácter del cónyuge. El hombre se casa con una cara bonita, y la mujer se casa con un buen mozo, pero no viven con la cara que les atrajo sino viven con el carácter de su cónyuge. Es el carácter de la persona con la que vivimos lo que nos hace felices o infelices. ¡Y cuántos son infelices en el matrimonio porque no pensaron en eso! Vieron la cara, vieron el rostro, vieron la pinta, (o quizá la billetera) pero no miraron el corazón, y después viene la desilusión, y muchas veces también, por desgracia, el divorcio.

Pero Abigail le dice en buenas cuentas a David: “Dios me manda para impedir que tú te vengues y cometas un crimen derramando la sangre de inocentes que no tienen la culpa de la necedad de Nabal.” Leamos lo que dice el texto: “Ahora pues Señor mío, vive Jehová y vive tu alma, que Jehová te ha impedido venir a derramar sangre y vengarte por tu propia mano. Sean pues, como Nabal tus enemigos y todos los que procuran mal contra mi señor.” (es decir, despreciables. Quizá aquí exprese Abigail cierto resentimiento que guarda a su marido). Caiga más bien sobre tus enemigos la venganza que tú pensabas ejecutar en Nabal. “Y ahora este presente que tu sierva ha traído a mi señor, sea dado a los hombres que siguen a mi señor.” (v. 26). Como diciendo: “yo he traído esta provisión para tu gente”, evitando herir la susceptibilidad de David, que, en su orgullo masculino, podría tomar mal el recibir un regalo de una mujer.

“Yo te ruego que perdones a tu sierva esta ofensa”, -la ofensa de su marido que ella tomó sobre sí. Enseguida ella expresa su fe en la elección divina manifestada en la unción que el profeta Samuel derramó sobre su cabeza (1Sm 16:12,13), “pues Jehová de cierto hará casa estable a mi señor, (esto es, te dará el reino) por cuanto mi señor pelea las batallas de Jehová (contra los enemigos del pueblo de Dios), y mal no se ha hallado en ti, en tus días.” (aunque muchos te hayan acusado falsamente, tu inocencia es patente a la vista de todos) (v. 28). A continuación ella profetiza sobre David: “Aunque alguien se haya levantado para perseguirte y atentar contra tu vida (es decir, el rey Saúl), con todo, la vida de mi señor será ligada en el haz de los que viven delante de Jehová tu Dios (2) y Él arrojará la vida de tus enemigos como de en medio de la palma de una honda”, como diciendo: “Dios arrojará a tus enemigos como una piedra que dispara la honda”, aludiendo sutilmente a la forma cómo David había matado a Goliat, un recuerdo que no dejaría de halagar a David. (v. 29) “Y acontecerá que cuando Jehová haga con mi señor conforme a todo el bien que Jehová ha hablado de ti y te establezca por príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no tendrás motivo de pena ni remordimiento por haber derramado sangre sin causa, o por haberte vengado por ti mismo. Guárdese pues, mi señor; y cuando Jehová haga bien a mi señor, acuérdate de tu sierva”. (v. 30,31). Las palabras persuasivas de Abigail apaciguan la cólera de David y lo convencen de que no debe tomar venganza por sí mismo.

David se queda impresionado por la sabiduría de esa mujer, y seguramente también, por su belleza. ¿Y cómo le contesta él entonces? “Bendito sea Jehová Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontrases. Y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú, que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre y a vengarme con mi propia mano. Porque vive Jehová Dios de Israel, que me ha defendido de hacerte mal, que si no te hubieras dado prisa en venir a mi encuentro, de aquí a mañana no le hubiera quedado con vida a Nabal ni un sólo varón”. (3) (vers. 32-34). Ése había sido el propósito que David hubiera llevado a cabo de no haber sido por la intervención providencial de Abigail.

David recibe agradecido los presentes que Abigail le trae. La bendice y le hace notar que la ha respetado (otro quizá hubiera abusado de ella), y le dice que vuelva en paz a su casa: “Y recibió David de su mano lo que había traído, y le dijo: Sube en paz a tu casa, y mira, he oído tu voz y te he tenido respeto”. (v. 35)

Cuando una persona actúa siguiendo el sentir que Dios pone en su corazón, la voz de Dios, en suma; una vez que ha cumplido lo que Dios le ha dicho que haga, puede regresar a su casa en paz, porque ha arreglado las cosas a la manera de Dios, y no a la manera propia. Fíjense, Abigail le habló a la conciencia de David, diciéndole: Si tú hubieras hecho lo que te habías propuesto, el día que subieras al trono de Israel estarías atormentado por los remordimientos de haber derramado sangre inocente. Y quien sabe si esa acción imprudente no hubiera estorbado tu ascenso, porque cada vez que se derrama sangre se provocan deseos de venganza de parte de aquellos que tienen parientes entre los muertos, y el odio resultante podría haber traído inestabilidad a tu reinado. Y aunque así no fuera, esa mancha hubiera mancillado tu gloria.

Cuando ella regresa de su encuentro con David, halla que su marido, Nabal, está en pleno banquete con sus amigos y completamente borracho. Ella le ha salvado la vida, ha salvado sus propiedades y su gente, que debía haber sido mucha porque él era un hombre muy rico; pero cuando regresa ¿qué es lo que encuentra? Un hombre borracho que es ajeno a lo que ella ha hecho por él. Entonces ¿qué es lo que hace ella? ¿Acaso le grita: “¡Oye tú, bandido! ¿Sabes tú lo que yo he hecho? ¡Te he salvado la vida, vengo aquí y te encuentro divirtiéndote con tus compinches!”? ¿Hace eso ella? ¿Qué es lo que ella hace? Se calla la boca, no le dice nada y espera que se le pase la borrachera a su marido.

¿Cuántas mujeres actuarían así, con esa prudencia? ¿Cuántas mujeres cuando llegan a su casa y ven que su marido vuelve borracho del trabajo, se callan la boca y esperan para hablarle que le haya pasado? ¿Cuántas más bien arman una pelea haciéndole reproches? Como el marido está ebrio arriesgan provocar una reacción violenta en el hombre que después les pega. Pero ella actúa con prudencia, guarda silencio. Al día siguiente, cuando él está lúcido, tranquilo, le dice lo que ha hecho y cómo David pensaba vengarse de la ofensa que él le había inflingido. Al enterarse de lo que ella había hecho, de la impresión a Nabal le da un patatuz, como decimos, posiblemente un ataque de apoplejía. Porque dice la palabra: “Por la mañana, cuando ya a Nabal se le habían pasado los efectos del vino, y le refirió su mujer estas cosas, desmayó su corazón en él y se quedó como una piedra.” Rígido como una estatua. “Y diez días después Jehová hirió a Nabal y murió.” (vers. 37,38).

¿Qué es lo que puede haber afectado tanto a Nabal? Como él era avaro, quizá la cólera de haber perdido los bienes que fueron dados a David; o su alarma ante el peligro que había corrido, que sólo entonces comprendió; o el fastidio de que su mujer lo hubiera humillado llevándole a David las provisiones que él le había negado. O una combinación de esas cosas.

David no tuvo necesidad de vengarse, porque fue Dios el que hizo justicia entre él y Nabal. Dios lo preservó de hacer el mal e hizo que la maldad de Nabal caiga sobre su cabeza. ¿Sabremos nosotros esperar cuando alguien nos ofende? ¿Querremos tomar venganza por mano propia? Hay un pasaje en Romanos en que Pablo dice que nosotros no debemos vengarnos sino, al contrario, hacerle bien al que nos ha ofendido (“…Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor…”) porque de esa manera acumularemos carbones encendidos sobre su cabeza. (Rm 12:19,20).

Cuando David se entera de la muerte de Nabal, ¿qué es lo que hace David? Manda llamar a Abigail. Le envía unos hombres de su parte para que le propongan matrimonio; la toma y hace de ella su esposa. Es interesante que no vaya él mismo a hacerle la propuesta. Enviarle mensajeros era una manera de honrarla, pero, a la vez, de precaverse contra un posible rechazo. Pero ella, que tuvo que darse cuenta del impacto que hizo en David, aceptó encantada enseguida y con mucha humildad el requerimiento de David.

Pero fíjense cuál fue el resultado de la sabiduría, de la paciencia y de la prudencia de Abigail. Ella pasó de ser esposa de un hombre necio, de un hombre insensato y perverso que la hacía infeliz, a ser la esposa del que algún día iba a ser el rey de Israel. Claro está que su decisión no carecía de riesgos. Después de todo David era un perseguido por alguien que tenía un ejército más grande que la pequeña banda que lo seguía. La vida que él llevaba era una vida trashumante, llena de peligros (Véase el cap. 30:1-19) en la que él contaba sobre todo con su audacia. Pero ella tenía fe en la promesa que Dios le había hecho a David a través de Samuel, y no dudaba de que algún día sería rey.

David tenía, es cierto, otra mujer, Ahinoham, que fue la madre de Amnón, el que violó a su media hermana, Tamar (2Sm 13). Abigail fue pues la segunda esposa de David, sin contar a Mical, que el rey Saúl había dado a otro hombre (vers. 43,44). Pero la poligamia era práctica común entonces, y supongo que entre ellas se arreglarían. Pero de lo que sí podemos estar seguros es de que cuando se encontró David la primera vez con Abigail hubo un flechazo a primera vista. Por eso la mandó a buscar tan pronto como supo que ella había quedado libre.
Abigail conquistó a David, claro está con su belleza, pero sobre todo con su inteligencia y “buen entendimiento”, con la sabiduría de sus palabras; lo conquistó con su sentido de oportunidad, que le permitió hacer sin tardar lo necesario en una situación de peligro; lo conquistó con su humildad, pero también con la profecía que pronunció acerca de su futuro. Así que yo creo que Abigail es ciertamente un modelo para todas las mujeres, que deberían estudiar este epsodio, porque contiene profundas enseñanzas. Nosotros sabemos que todo lo que está escrito en la Biblia para nuestra enseñanza fue escrito (Rm 15:4). Les sugiero, por eso leer todo este capítulo. Seguramente el Señor les va a inspirar a ustedes, mujeres, enseñanzas, lecciones y conclusiones que yo como hombre no podría sacar. Pero sería también bueno que los hombres lo lean para que se avergüencen si alguna vez abrigaron sentimientos de venganza semejantes a los que muestra David en este capítulo; o si alguna vez se comportaron con su mujer con la torpeza de un Nabal.


Démosle gracias a Dios por su palabra.

Nota 1. Aquí repite Abigail en el hebreo la expresión “hombre de Belial”, que la Escritura reserva para los hombres malvados y sin ley (Dt 13:13). Belial no era al principio un nombre propio, pero se convirtió en el nombre del demonio o del Anticristo. En ese sentido lo usa Pablo en 2Cor 6:15.
2. Esta figura de lenguaje, tomada de la vida diaria, alude a la alforja en la que las personas guardan sus pertenencias más valiosas y que llevan siempre consigo. Es como si le dijera: Dios te guardará en el secreto de su presencia. Véase el Sal 31:20.
3. El texto hebreo usa aquí en vez de “varón” una expresión de un naturalismo tan crudo que ninguna versión moderna se atreve a traducirla literalmente.

#578 (07.06.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Los artículos recientemente publicados pueden leerse en el blog http://lavidaylapalabra.blogspot.com. Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse unos sesenta artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604. Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.

martes, 9 de junio de 2009

BENEDICTO XVI Y EL CONDÓN

Quizá alguno se sorprenda de que yo haga la defensa del Papa. Pero lo que él ha sostenido en este asunto es el punto de vista cristiano.

¿Recuerdan los lectores el cargamontón mediático del que fue víctima el Papa Benedicto XVI a raíz de una frase suya, dicha mientras volaba al Camerún, en respuesta a una pregunta de un corresponsal francés? La pregunta fue: ¿No considera usted que la forma como la iglesia enfrenta el problema del Sida, insistiendo en una conducta sexual responsable y rechazando la distribución de preservativos, carece de realismo y es inefectiva?

El Papa contestó literalmente: “Yo diría más bien lo contrario. Pienso que la política más efectiva, más presente y más fuerte en la lucha contra el Sida es precisamente la de la Iglesia Católica, con sus programas y su diversidad. Pienso en la Comunidad de San Egidio, que hace tanto visible e invisiblemente en la lucha contra el Sida…y en las hermanas que están al servicio de los enfermos. Yo diría que no se puede superar el problema del Sida sólo con dinero, aunque sea muy importante. Pero si no hay alma, la gente no sabe cómo usarlo y no ayuda. No se puede vencer a la enfermedad con la distribución de condones. Al contrario, eso agrava el problema.

He destacado la última frase de esta declaración improvisada, que reafirmaba la posición conocida de la iglesia, y que la prensa mundial sacó de su contexto inflándola de forma desmesurada, concentrándose en las palabras acerca de los condones e ignorando el resto, para mostrar hasta qué punto pueden manipularse las noticias.

Al día siguiente de difundirse la declaración, el "London Times" publicó cuatro piezas condenando las palabras del Papa, al que hicieron coro otros medios, inclusive en el Perú. El domingo siguiente un grupo de activistas arrojó condones a los pies de los fieles que salían de la Catedral de Notre Dame en Paris; en Roma el Papa, de regreso de su periplo africano, fue recibido por manifestantes que portaban condones inflados como globos, etc., etc., mientras que los caricaturistas aguzaban su ingenio para ridiculizar al pontífice.

Pese a todo el revuelo el hecho objetivo es que el Papa tiene la razón. Lo prueban las estadísticas. Los países que cuentan con la más alta tasa de distribución de condones –Sud Africa, Kenia, Botswana y Zimbawe- son coincidentemente los que tienen las tasas más altas de infección: 38% y 32% en el caso de los dos últimos, respectivamente. En cambio Uganda, que en una época tenía la tasa de incidencia de la enfermedad más alta del mundo, y que hace veinte años optó por promover la abstención premarital y la fidelidad conyugal, tiene hoy la tasa de infección más baja del continente africano: 5%.

Un estudio conducido por la Comisión Presidencial para el Sida en los EEUU, halló que los condones tienen un porcentaje de fallos del 24 %, debido principalmente al uso inadecuado. El estimado más favorable de efectividad es del 90%. ¿Qué persona en sus cabales querría arriesgarse? Pero esos datos simples son ocultados al gran público. Una investigación presentada recientemente a la Conferencia Internacional sobre el Sida, acerca de parejas casadas en las que un cónyuge tiene la enfermedad, y que usan rutinariamente el condón para proteger al cónyuge sano, mostró que se produjo contagio en el 17% de los casos a sólo 18 meses de iniciado el estudio.

Benedicto XVI tiene la razón. El uso del dinero sin una moral que lo respalde, es inefectivo. No hay sustituto viable para la conducta responsable.

NB. Datos tomados del número de Mayo 2009 de la revista “New Oxford Review”.

miércoles, 3 de junio de 2009

DAVID Y ABIGAIL I

Este artículo está basado en la grabación de una enseñanza dada recientemente en el Ministerio de la Edad de Oro, de la C.C. “Agua Viva”

Padre, queremos darte gracias porque tú eres un Dios bueno y misericordioso. Yo quiero pedirte, mi Dios, que tú alimentes a este pueblo tuyo que está aquí reunido en este momento, y que lo alimentes a través de mi boca. Te pido, Padre, que tomes control de mi lengua y de mis palabras, y que sea tu Espíritu quien dé el mensaje que tú deseas que sea escuchado esta mañana. Abre los oídos de los que te escuchan para que te oigan a ti y no a mí, Señor. Gracias Padre, en el nombre de Jesús, Amén.

El personaje central de esta historia, que ocupa todo el capítulo 25 del primer libro de Samuel, no es David sino Abigail. La palabra Abigail quiere decir: “padre de gozo”, en el sentido de causa o fuente de alegría…. Es decir, de acuerdo a su nombre, ella era una mujer hecha para dar gozo a su marido. Pero sabemos que, desgraciadamente, ella había sido casada –pues en esa época los padres escogían al marido- con un hombre muy rico pero que no apreciaba sus cualidades, con un hombre que se llamaba Nabal, cuyo carácter estaba marcado por el significado de su nombre, que quiere decir: necio, insensato. Pero, como veremos más adelante, él era además un hombre soberbio, testarudo, avaro y perverso. El original hebreo lo llama dos veces de hecho “hijo de Belial” (v. 17 y 25), adjetivo que reserva para hombres especialmente malvados. Él con su torpeza pudo haber causado la desgracia de su familia. (Las riquezas suelen producir arrogancia en los que no temen a Dios).

Pues bien, Abigail era una mujer hermosa y de buen entendimiento. Es interesante que el versículo 3 de este capítulo diga que ella “era una mujer de buen entendimiento y de hermosa apariencia”. Menciona primero el entendimiento y después la apariencia, para darnos a entender que es mucho más importante que la mujer tenga buen entendimiento y no buena apariencia, porque lo primero dura y siempre produce buen fruto, mientras que lo segundo pasa con el tiempo. Pero nosotros los varones sabemos muy bien que lo primero en que nos fijamos es en la apariencia de una mujer. ¿No es así? Porque ¿detrás de qué se van nuestros ojos? Detrás de las mujeres bonitas, para desgracia de ellas, porque para muchas su belleza es una trampa, pero no nos fijamos en su inteligencia, aunque la Escritura nos advierta que lo que más cuenta, lo que más valor da a una mujer, es el buen entendimiento. También al hombre, dicho sea de paso.

Pues bien, este episodio ocurre en la etapa que llamaríamos heroica, desde un punto de vista; y vergonzosa, desde otro punto de vista, de la vida de David, quien sería después rey de Israel; porque él era en ese momento un hombre perseguido. ¿Conocen ustedes la historia? El rey Saúl había concebido una gran envidia por el pequeño pastor de ovejas que, armado de solo una honda, había matado al gigante Goliat, pues las mujeres hebreas cantaban: “Saúl mató a mil, pero David mató a diez mil” (1Sm 18:7). Por ese motivo David se vio obligado a huir del rey Saúl que lo quería matar y se rodeó, dice la palabra, de un gran número de forajidos, de endeudados, de delincuentes, de gente sin esperanza, que se unieron a él formando un pequeño ejército (1Sm 22:2).

Después de que muriera el profeta Samuel, que lo había ungido como rey, aunque no lo era todavía, David se fue al desierto de Parán que está al Sur de Israel.

La Escritura dice que Nabal era un hombre muy rico que vivía en Maón, en la zona de Carmel; no el monte Carmel del Norte, sino al Sur, cerca de Hebrón. Cuando suceden estas cosas, Nabal estaba esquilando sus ovejas. La esquila era en Israel, como sabemos, una ocasión de festejos. Él tenía tres mil ovejas, dice la palabra (25:2). ¿Cuánta lana le producirían esas ovejas? Es interesante saber que en esa época había bandas errantes de hombres, como el grupo que seguía a David, que ofrecían protección a la gente que vivía en las zonas limítrofes y, por tanto, inseguras, y lo hacían a cambio de dádivas. Todavía hoy día en esa región hay beduinos del desierto que continúan esa práctica, como hemos podido ver los que hemos estado recientemente en Israel y Jordania. Eso era un poco lo que hacía David con su gente. Porque ¿de qué podría él vivir en sus correrías si no tenia tierras, ni tenía negocio? Vivía de lo que la gente le daba a cambio de protección.

Dice la palabra que David había respetado a los pastores de Nabal y los había protegido de merodeadores, sin pedirles nada a cambio y los había tratado bien. Así que, habiéndose comportado de esa manera con Nabal, y necesitando alimentar a su gente, mandó a diez jóvenes donde Nabal, saludándolo cordialmente y pidiéndole que le dé a él, a través de sus mensajeros, lo que tenga a la mano. Y les manda decirle: “Pregunta a tus criados y ellos te dirán que yo he tratado bien a tus pastores y que nunca les faltó nada en el tiempo que yo he estado en Carmel. Hallen por tanto estos jóvenes gracia en tus ojos, porque hemos venido en buen día, te ruego que des lo que tuvieres a mano a tus siervos y a tu hijo David.” (v.5-8)

David le dice con mucho sentido de oportunidad: “hemos venido en buen día”, porque yo sé que como tienes esquiladores en el campo, has preparado para ellos alimento y agua, y puedes darnos un poco de lo que has preparado. Pero Nabal le contesta torpemente ofendiéndolo: “¿Quién es David? ¿Y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay que huyen de sus señores. ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua (escasa en Israel) y la carne que he preparado para mis esquiladores y darla a hombres que no sé de dónde son?” (v. 10,11)

¿Quién es David? ¿Y quién es el hijo de Isaí? Él sabe bien quién es David porque menciona a su padre. Además, siendo David tan popular, no podía ignorar quién era. Lo que él le está diciendo es: “A mí qué me importa quién seas tú; yo no tengo por qué darte de lo mío. Tú no eres nadie para mí”.Y añade, insultándolo: “Hay siervos que huyen de sus señores”, como diciendo: “Tú estás huyendo, sabe Dios por qué motivo, del rey Saúl.” Ante esa respuesta David se siente, como es natural, profundamente ofendido. Siente que Nabal lo ha despreciado y que en vano él ha tratado bien a sus pastores. Entonces David jura vengarse, diciendo que no va a dejar un varón con vida de la casa de Nabal. Toma a 400 de sus hombres y deja a 200 con el equipaje, cuidando las cosas, y se va donde estaba Nabal.

¿Por qué se había ofendido tanto David? Cuando alguien nos insulta, o nos dice palabras de desprecio, ¿qué es lo que hace que nos sintamos ofendidos? Nuestro sentido del honor, que es básicamente orgullo. Era el orgullo lo que motivaba a David en ese momento. Y a causa de ese orgullo, de su dignidad ofendida, él estaba dispuesto a derramar sangre inocente. Porque él se proponía matar no sólo a Nabal, sino a todos los que estaban con él y le servían, que serían sin duda muchos, pero que no tenían culpa de lo que su señor había hecho.

Él estaba dispuesto a matar a personas inocentes para vengar su honor ofendido. ¿Saben ustedes que hasta hace poco tiempo se hacía eso? Hasta no hace mucho era práctica común en nuestro país, y en muchos otros países, que hubiera duelos en que se batía la gente, pistola o sable en mano, para vengar su honor ofendido. El ofendido enviaba un guante al ofensor, o de tenerlo delante, se lo tiraba al suelo, pidiéndole satisfacciones, o que nombre a sus padrinos. De ahí viene la expresión “levantar el guante”, esto es, aceptar el reto. ¿Qué es lo que impulsaba a los hombres a matar unos a otros, arriesgando su vida batiéndose en duelo? El orgullo. Pero Jesús quebró esa concepción errada cuando dijo: “Al que te hiera en la mejilla derecha, ofrécele la otra.” (Mt 6:39b).

Felizmente un criado de Nabal dio aviso a Abigail y le dijo: “Nabal ha ofendido a David y David ha jurado vengarse de él.” Abigail se da cuenta inmediatamente del peligro. Pero miren la sabiduría de Abigail: ella no va directamente donde su marido a decirle: “¡Oye, pedazo de alcornoque. Mira lo que has hecho. Has ofendido a David, que es un hombre de guerra, y él va a venir a matarnos a todos!”

No le hace un lío, sino, ¿qué es lo que hace? Decide actuar por su cuenta. No es el momento para lamentarse y llorar. Ella sabe que sería inútil que le hable a su marido por lo terco que es. Rápidamente prepara alimento abundante para David y su gente. Dice así la palabra: “Entonces Abigail tomó luego 200 panes, dos cueros de vinos, cinco ovejas guisadas, cinco medidas de grano tostado, 100 racimos de uvas pasas y 200 panes de higos secos.” (v. 18a) ¡Qué buena cantidad de provisiones! “Y lo cargó todo en asnos y dijo a sus criados: Id delante de mí y yo os seguiré luego, y nada declaró a su marido Nabal”. (v. 18b, 19). Porque ella se da cuenta de que el avaro Nabal seguramente le habría impedido enviar las provisiones. Por eso ella prudentemente lo hace en silencio. Manda a sus criados con los asnos cargados por delante, y les dice: “Yo voy a ir por un camino secreto, por el monte.”

¿Por qué se va ella por un camino secreto? ¿Por qué no va ella con la pequeña caravana de asnos llevando las provisiones a David? No se dice acá, pero yo creo que lo hace porque ella siente la necesidad de orar, porque ella quería estar a solas con Dios. El camino secreto nos hace pensar en el lugar secreto, al cual nosotros nos retiramos para hablar con Dios. Ella seguramente quería pedirle a Dios su protección, porque comprende que la situación es crítica y va a necesitar toda la ayuda de Dios para encontrar favor con David. Ella sabe que David es un hombre de guerra y que su cólera no va a ser aplacada fácilmente. Ella es conciente de que de la recepción que él le acorde depende la vida de su familia entera, incluyendo la de sus hijos, si los tenía, y que sólo Dios puede mutar el corazón vengativo de David en uno que perdone y olvide.

Por la forma cómo ella actúa ante esta emergencia, Abigail es un modelo para todas las esposas, porque ante la situación de peligro creada por su esposo, no hace un escándalo ni se queja, sino asume la responsabilidad de la familia y, discretamente, hace lo necesario para afrontar la situación. No se acobarda ni se achica, sino piensa en la solución más oportuna y la ejecuta sin dudar. ¡Benditas sean las mujeres que son como ella!

Podemos imaginar que mientras ella cabalgaba orando montada en su asno, su corazón temblaba preguntándose ¿cómo me recibirá David? ¿Lo encontraré bien dispuesto? ¿Lograré aplacar su cólera? (Continuará)

#577 (31.05.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse unos sesenta artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604. Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.