jueves, 24 de febrero de 2011

LA CONVERSIÓN DE ZAQUEO

Por José Belaunde M.
(Lucas 19: 1-10)
1. "Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad.”

Jesús había emprendido viaje a Jerusalén acompañado por sus discípulos y muchos otros que se le juntaron, como era usual que ocurriera. Él siguió la ruta más fácil a lo largo del Jordán. En el camino sucedieron los incidentes que relatan los dos capítulos anteriores. Por fin llegó a Jericó, la ciudad que marcaba la última etapa antes de subir a Jerusalén. El texto dice que Jesús caminaba por la ciudad.

Una pregunta que me viene de inmediato a la mente es ¿a dónde iba Jesús? Si caminaba para llegar a alguna parte, ¿tenía dónde alojarse? Como iba de viaje y estaba acompañado por un grupo de personas que no eran de la ciudad, es más que probable que muchos de ellos también pasarían la noche allí. Incluso es posible que muchos de la ciudad habían sido avisados por un mensajero que Jesús estaba llegando y habían salido a recibirlo en el camino antes de que llegara, como era costumbre en esa época (Véase Hch 28:14,15). De hecho es muy probable que ese “recibir al Señor en el aire” que menciona Pablo en 1ª Ts.4:17 sea una alusión a esa costumbre: cuando llegaba a una ciudad un general victorioso o algún personaje importante se le iba a recibir a medio camino para ingresar con él en triunfo a la ciudad –como ocurrirá poco después cuando Jesús entre triunfalmente a Jerusalén rodeado por una multitud que lo acompaña dando vítores desde el pueblo cercano de Betfagé (Lc.19:28ss). (Nota 1)

Naturalmente puede decirse que Jesús caminaba por las calles a sabiendas de que iba a encontrarse con Zaqueo (2) Pero ¿sabía Jesús de antemano siempre todo lo que iba a suceder y lo que iba a encontrar? No es imposible. Pero es también posible que Él simplemente se dejara guiar por el Espíritu sin saber a dónde lo llevaba y para qué, y que llegado el momento reconociera la ocasión y supiera de inmediato lo que tenía que hacer.

2-4 “.Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. 4. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por ahí.”

El ingreso de Jesús a Jericó, aun sin pollino que lo cargue y sin palmas ni mantas en el suelo, en un anticipo en pequeño de la entrada triunfal en Jerusalén que se producirá poco después (v. 28-44). Zaqueo seguramente había sido avisado de que Jesús ha llegado, y que estaba caminando por la ciudad seguido por una numerosa comitiva. Él entonces ha corrido al encuentro de la multitud, pero no alcanzaba ver a Jesús a causa de su corta talla. Posiblemente había tratado de saltar a ver si veía algo, o se había encaramado a un poyo de piedra. Pero no era suficiente. Entonces rápidamente miró hacia adelante para donde tenía que pasar Jesús y divisó un sicómoro alto y se dijo: Ésa será mi torre de vigía. Y lo trepó sin tardar (3). Es posible que Jesús avanzara lentamente porque la calle sería estrecha y la gente se agolpaba alrededor suyo, o porque se detenía para hablar con alguno que le dirigía la palabra o le hacía preguntas.

5. “Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa y desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa.”

Por fin pasó debajo del árbol y alzando los ojos, vio a Zaqueo y le dirigió las conocidas palabras “Zaqueo, date prisa...porque hoy tengo que hospedarme en tu casa...” ¿Podemos imaginar la sorpresa de Zaqueo? ¡Jesús sabe cómo me llamo! ¿Quién se lo ha dicho? ¿Cómo supo que estaba ahí trepado? ¡Y todavía me hace el honor de invitarse a mi casa! Pensamientos semejantes deben haber atravesado por su mente y trémulo de emoción debe haber corrido a su casa sintiendo que ese encuentro no era casual. ¡La mano de Dios estaba con él y lo había escogido para tan grande honra!

¿Qué debe haber pensado Zaqueo mientras volaba a casa? ¡Pero yo no soy digno de que Jesús venga donde mí! ¿Cómo lo voy a recibir? Lágrimas de emoción deben haber corrido por sus mejillas antes de trasponer su puerta y, fuera de sí, debe haber dado las órdenes necesarias a sus siervos para preparar el recibimiento. ¿Tendría mujer Zaqueo? Seguramente. Él era hombre rico y principal, aunque fuera posiblemente temido y odiado debido a su oficio de recaudador de impuestos.

6. “Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso.”

¿Qué le diría trémulo a su mujer? ¡Jesús se va a alojar con nosotros! ¡Corre! Ve que todo esté listo. No creo que haya hombre o mujer que se convierta que haya recibido en su corazón a Jesús con más alegría y emoción que Zaqueo en su casa. Él debe haberse convertido y nacido de nuevo entre el sicómoro y la puerta de su mansión. Porque dice: le recibió gozoso. Era un Zaqueo diferente al que había trepado el árbol. ¡Maravillas de la gracia! ¡Cómo le brillarían los ojos al recibir a Jesús y hacerlo pasar!

7. “Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador.”

¡Qué le importaba que la gente murmurara! Seguro pensó: se mueren de envidia, porque nunca imaginaron que yo sería digno de recibir un honor semejante.

8. “Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadriplicado.”

La emoción de su corazón tocado por la gracia y su sorpresa ante el inesperado privilegio que le había sido concedido explican la decisión que de improviso tomó y que anunció al Maestro. ¡Con qué emoción y aplomo debe haber pronunciado esas palabras! “La mitad de mis bienes….”

Es curioso que Jesús no le replique: No, Zaqueo, si quieres ser perfecto tienes que dar a los pobres todo lo que tienes (Lc 18:22). A Zaqueo Jesús no le pide eso. Jesús trata a cada uno de manera diferente. No demanda de todos lo mismo, porque conoce el corazón de cada uno. A Zaqueo tampoco le pide que deje su cargo y le siga. Zaqueo siguió siendo cobrador de impuestos a diferencia de Leví, esto es, Mateo, que dejó su mesa de cobrador para seguir a Jesús (Mt 9:9). Jesús no necesita de Zaqueo como uno de sus doce. Tiene otra misión para él.

Zaqueo era consciente de que en el ejercicio de su ingrato oficio él pudo haber exigido más de lo debido a más de uno. Eso solían hacer los encargados de cobrar los impuestos y de esa manera llenaban sus arcas. Posiblemente él hacía lo mismo. Al restituir mucho más de lo que la ley requería (4) Zaqueo nos muestra cómo su corazón se había vuelto súbitamente más que generoso. El amor de Dios llenaba su corazón y, de avaro que había sido, se volvió dadivoso. Su gesto generoso es parte de los frutos de arrepentimiento que su conversión exigía. (5).

9. “Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él es también un hijo de Abraham.”

Al oír la declaración de Zaqueo Jesús proclamó: “Hoy ha venido la salvación a esta casa.” El pasado ya no cuenta. ¡Qué interesante! No dice: “ha venido a Zaqueo” sino a toda su casa. ¿Quiénes serían? “Casa” es sinónimo de “familia” y eso incluía, además de su mujer, de sus hijos e hijas, al personal de servicio, siervos libres o esclavos. Cuando Jesús entra a una casa, todos se salvan. ¡Quiera Dios que igual ocurra en la nuestra!

Jesús destaca un privilegio irrenunciable: este hombre es un hijo de Abraham. Ahora lo es a doble título: hijo por la carne e hijo por el espíritu. ¿Cuántos hay que pueden decir en nuestros días lo mismo? Su número está creciendo pero son todavía pocos.

10. “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y salvar lo que se había perdido.”

Jesús anuncia aquí cuál fue su misión en la tierra: buscar y salvar lo que se había perdido. A ti, y a mí, amigo lector, nos ha cabido el privilegio de ser uno de los que Jesús vino a salvar. Pero así como en los primeros tiempos de la iglesia no se contentaban con recibir ese don gratuito, sino que buscaban comunicarlo a otros, para aumentar el número de los que Jesús buscó y salvó, nosotros debemos hacer lo mismo en nuestro entorno, en nuestra ciudad: seguir las pisadas de Jesús para hablar en Su Nombre a todos los que, como Zaqueo, necesitan que Jesús les diga: “Hoy ha venido la salvación a esta casa”.

Es importante notar que Jesús no sólo vino a salvar a los que estaban perdidos, vino también a buscarlos. Él no espera que vengan a Él; se adelanta a buscarlos dondequiera que estén, como hizo en esta ocasión con Zaqueo yendo hacia donde él se encontraba.

Observaciones generales.

1. El episodio de Zaqueo nos muestra que la conversión y el perdón de pecados están ligados a los frutos de arrepentimiento, a la enmienda de nuestra conducta, sin la cual la conversión es vana. Solemos citar Is 1:18 como ejemplo del perdón ilimitado de Dios (“Venid luego, dice el Señor, y estemos a cuentas: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán blanqueados; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.”) pero se olvida los versículos que le preceden, en los que Dios indica lo que se debe cambiar (“Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien; buscad el juicio, restituid al agraviado, haced justicia al huérfano, amparad a la viuda”, v. 16 y 17). Y que Él termina diciendo: Si hacéis esto, entonces yo os perdonaré. Si no se rectifica la conducta, según los vers. 16 y 17, el perdón del v. 18 no se aplica.

Zaqueo muestra su verdadero arrepentimiento al enunciar su propósito de restituir generosamente lo cobrado en exceso y haciendo limosna con la mitad de sus bienes. Pero nótese el siguiente contraste: Zaqueo anuncia la restitución después de haber sido perdonado; en el pasaje de Isaías el cambio radical de conducta precede al perdón. En ambos, sin embargo, no son las obras las que merecen el perdón sino es la misericordia la que lo otorga. Pero esto supuesto, no hay nadie, ni aun el más grande criminal, que esté fuera del alcance de la misericordia de Dios.

2. Jesús aprovecha la menor ocasión para salvar un alma: aquí es un curioso subido a un árbol. Pero es un curioso que tiene necesidad de Dios (6). ¡Cuántas personas entran a un templo por curiosidad o porque no tienen otra cosa que hacer y son atrapados en la red que les tiende el predicador! Ryle dice que es mejor oír el Evangelio por mera curiosidad que no oírlo del todo. De igual manera diría yo que es mejor predicar el Evangelio por contención o vanidad, como dice Pablo (Flp 1:15-18), que no predicarlo del todo.

3. En verdad era un escándalo que Jesús fuera a hospedarse en casa de Zaqueo. Él era un publicano conocido (7), esto es, un pecador público, un enemigo de su pueblo. Las personas rectas, que dan el ejemplo en asuntos de moral y piedad, no visitan a hombres que causan escándalo. Pero Jesús no se detiene ante el “qué dirán”. No le importa que su reputación sufra cuando lo que está de por medio es la salvación de un alma (Véase a este propósito el episodio de la pecadora y el comentario que hace el fariseo, Lc 7:39). ¡Qué contraste con nuestra actitud cuando se nos acerca una persona de aspecto deplorable, pero que necesita de una palabra amable! Huimos de ella asqueados y nos apartamos para que no nos vean conversando con ella. Pero ¿qué haría Jesús en nuestro lugar?

4. Es sorprendente que el Evangelio narre este único episodio de conversión de todo lo ocurrido a Jesús a su paso por Jericó. De todas las personas que habitaban esa ciudad Zaqueo era posiblemente la que menos merecía que Dios se compadeciera de ella. En efecto, si las riquezas de alguno merecían ser llamadas injustas, esas eran las de Zaqueo (Lc 16:9). Pero una vez perdonado él comenzó a ganarse amigos con ellas en previsión del día en que toda riqueza material, y aun el aliento, le faltara.

5. Mathew Poole hace la iluminadora observación, que otros comentaristas han hecho también después de él, de que aunque Jesús había dicho muy recientemente que era muy difícil que un rico se salvara (Lc 18:24-27), este episodio muestra que con Dios no hay nada imposible y que Él puede transformar aun el corazón más endurecido.
Poole anota también que así como sólo tocar el borde del manto de Jesús podía sanar a un enfermo (Lc 8:43,44), igualmente una sola mirada suya puede convertir a un pecador. Y recuerda al respecto la mirada que Jesús echó a Pedro en el patio del Sumo Sacerdote y como eso bastó para que Pedro se arrepintiera (Lc 22:61). Pero observa también que muchas personas tocaron el manto de Jesús cuando Él caminaba rodeado de multitudes, y no sanaron; y sobre muchísimos recayó la mirada de Jesús, pero no se arrepintieron. Dios no obra mecánicamente sino cuando Él quiere. Los gestos de Jesús no producen resultados automáticamente, sino sólo cuando ésa es su intención o cuando concurre un elemento que provoca su acción, como en el caso de la hemorroísa en el que la fe de la mujer es el factor decisivo. (Lc 8:48).

6. Las palabras de Jesús: “...por cuanto él es también un hijo de Abraham” tienen un carácter reivindicatorio. Lo que Jesús está diciendo es: aunque sea odiado a causa de su oficio este hombre es también un sujeto de la promesa hecha a vuestro padre Abraham. En otras palabras: lo que un hombre pueda haber hecho es su vida pasada de pecado y el hecho de estar al servicio del extranjero, no impiden que la gracia se incline a él ni elimina los privilegios concedidos por la promesa de Dios a sus antepasados. La frase “hijo de Abraham” es señal de los privilegios concedidos por Dios al pueblo escogido en virtud de la fidelidad del fundador de su linaje. Con la muerte expiatoria de Jesús esos privilegios se extenderán a todos los habitantes del orbe que crean en Él. La universalización del propósito de Dios es el misterio escondido de que habla Pablo en Efesios y que ahora ha sido revelado (Ef 3:3-9).

Notas: 1. Ignorando ese contexto histórico algunos intérpretes han deducido de ese versículo que los creyentes, es decir la iglesia, va a ser arrebatada (secretamente) para encontrarse con Jesús en el aire para quedarse con Él allá arriba durante siete años. Lo que Pablo quiere decir es que los que quedaran vivos serán levantados para dar la bienvenida a Jesús en las nubes y descender en triunfo con Él.

2. Zaqueo quiere decir “puro” o “justo”, un nombre poco apropiado para un publicano. Pero él llegó a ser lo que su nombre significaba. En su caso se cumplió el dicho de Plauto: “nomen est omen”, es decir, “el nombre es un augurio”. O mejor, su nombre fue profético.

3. Que un hombre de la importancia que tenía Zaqueo en su ciudad se encaramara a un árbol, no deja de llamar la atención: tan grande era su deseo de ver a Jesús. Es una indicación de que él era posiblemente de origen plebeyo.

4. En el caso de confesión voluntaria la ley requería que se agregara un quinto al valor a ser restituido (Lv 6:5; Nm 5:7)

5. Los actos que Zaqueo anuncia que va a realizar muestran que su arrepentimiento era verdadero y profundo. Si hubiera sido algo superficial, no habría sacrificado su dinero para probarlo. Cabe pensar, sin embargo, que Zaqueo podría no haber sido un gran extorsionador, pues de haberlo sido habría dudado hacer un compromiso que pudiera resultarle muy oneroso si las sumas defraudadas fueran muy grandes.

6. No sabemos qué fue lo que movió a Zaqueo a buscar a Jesús, pero parece que sólo era la curiosidad de ver a este hombre de quien se decían tantas cosas extraordinarias. Pero quizá en esa curiosidad se manifestaba una necesidad espiritual insatisfecha. En todo caso, en esa curiosidad estaba obrando la gracia de Dios impulsando sus pies.

7. La palabra “publicano” viene del latín publicani, vocablo que tenía un sentido más amplio que el de “cobrador de impuestos” pues abarcaba a todos los contratistas del Estado. Por tanto, no es la traducción más adecuada para el término griego talones que figura ahí y en numerosos pasajes del Nuevo Testamento, y que sí quería decir estrictamente “cobrador de impuestos”. El odio que se tenía a los que ejercían esta profesión se debía a dos factores principales: 1) Ellos trabajaban por cuenta de los detestados dominadores extranjeros; y 2) Con mucha frecuencia hacían cobros excesivos para beneficiarse con la diferencia entre lo que recaudaban y lo que entregaban al fisco. El rechazo que el pueblo tenía por este grupo de personas se refleja en la pregunta capciosa que le hacen a Jesús: “¿Es licito pagar impuestos al César?” (Mt 22:17)
Pero Zaqueo era un arjitalones, un archipublicano, un jefe de recaudadores. Es decir, ocupaba un alto cargo en la administración de los tributos, por lo que posiblemente era más odiado que sus subordinados o que los publicanos de rango inferior. Siendo Jericó entonces un centro comercial y aduanero de importancia, Zaqueo debe haber tenido muchas ocasiones de acumular una gran fortuna.
(Impreso por primera vez el 18.09.02)

miércoles, 16 de febrero de 2011

LA ESTIMA EN EL MATRIMONIO II

Por José Belaunde M.

El presente texto es la continuación de la transcripción de una conferencia sobre el matrimonio dada en la ACYM de la ciudad de Tacna el año 2002. El artículo anterior terminó hablando de la importancia de la fidelidad mutua que se deben guardar los esposos.

Ahora bien, dejando ese tema, es muy importante también, volviendo al de la estima, que los esposos mantengan y demuestren ante terceras personas la estima que ambos se tienen. Desgraciadamente no siempre sucede que los esposos se comporten de esa manera. Los parientes, los padres, los suegros, los amigos, etc., todos ellos deben sentir que la unión de ambos es indestructible. Deben sentirlo a través de la actitud que marido y mujer guardan el uno con el otro cuando están con otras personas. Esas personas deben sentir la santidad del matrimonio y el amor mutuo que ambos esposos se tienen. Los amigos que visiten la casa deben sentir la estima que los esposos tienen el uno por el otro, de tal manera que nadie, nadie, se atreva a hablarle a uno de ellos, al esposo o a la esposa, mal del otro.

Sabemos, sin embargo, que incluso en ambientes cristianos ocurre a veces que una persona puede venir a hablarle a la esposa mal de su marido. Es menos frecuente que le hablen al marido mal de su mujer; los hombres son menos habladores. Pero es un espíritu destructivo, de celos, o de envidia, el que empuja a ciertas mujeres a hablarle a la esposa mal de su marido. No obstante, si la actitud de ambos, o la actitud de ella en especial, fuera tan respetuosa, tan considerada con su marido, ninguna mujer se atrevería a hablarle mal de su marido. Y si lo hiciera la mujer en esos casos debe inmediatamente callarla, taparle la boca a la mala amiga, y decirle: No me sigas hablando mal de mi marido, no quiero oír eso. Esto es, aun en ese aspecto debe la esposa serle fiel a su marido, y el marido fiel a su mujer. Guardar la estima mutua hacia fuera, es decir, frente a terceros, es una señal de la unidad de la pareja, unidad que nadie se debe atrever a empañar.

Yo he conocido un caso muy triste de una pareja de recién casados en que una pariente le fue a contar a la esposa la relación que su marido había tenido hasta poco antes de casarse. Destruyó ese hogar, porque ella nunca se repuso de la desilusión sufrida. Quizá el hombre se arrepintió y cortó con la otra a tiempo para poder casarse, y si ella no se enteraba posiblemente nunca hubiera habido la división que después se produjo en esa pareja a causa de la indiscreción de la mala amiga. Desgraciadamente hoy día en nuestro medio hay programas de televisión que dan muy mal ejemplo en este aspecto revelando las intimidades de las personas. Esos programas son una vergüenza pública, y los que se benefician económicamente con ellos van a tener que darle severa cuenta a Dios por el daño y el escándalo que causan.

Nadie tiene que meterse en los asuntos privados, nadie tiene que ir a contar lo que fuere de otros. Guárdense de la chismografía que es un pecado. La chismografía ha destruido muchos hogares, muchas reputaciones, muchas carreras. Aunque fueran ciertas las cosas que se digan, a menos que sean pecados públicos, o temas de naturaleza penal, nadie tiene que meterse.

Nadie tiene que ir a decirle al marido, o a la mujer, que su cónyuge le es infiel, a menos que sea una cosa pública, escandalosa, porque sin esa revelación esa pareja puede rehacer su vida. El amor de Dios y el perdón se derramará en ellos, y quizá sin que se entere uno de los dos, el culpable, si lo hubiere, se arrepentirá a tiempo y dejará atrás su pecado. Pero si alguien entra y revela lo que no le corresponde revelar, ¡qué daño el que hace! Ya no puede haber confianza entre los dos. Es mejor que el marido confiese a su mujer su falta, si conviene hacerlo (porque no siempre conviene), o que ella lo haga, que otro de fuera venga a decirlo.

Los problemas de la pareja son de ellos solos, o de aquellas personas a quienes ellos se los quieran confiar. No es para terceros de afuera. Si tú te enteras de algo, cállate la boca, que no salga de tu boca, porque puede hacer mucho daño, y peor aún si hay niños de por medio.

La estima mutua se manifiesta también en la forma cómo los esposos se tratan el uno al otro frente a terceros, es decir, cuando salen, cuando están en sociedad, o con amigos. Frente a terceros los esposos nunca deben permitirse palabras hirientes o despectivas, o bromas de mal gusto. Eso es una falta de respeto grave al cónyuge. Si se respetan en la intimidad también deben respetarse en público. También es de muy mal gusto que un esposo, o que una esposa, hable mal de su cónyuge delante de otros, que lo critique, aunque tenga razones para estar descontenta, pero no tiene nada –salvo elogios- que hablar de él, o él de ella, en público frente a terceros, porque eso degrada el matrimonio. Los asuntos de la pareja son de ellos, son íntimos, personales, no deben ventilarse afuera. ¡Qué ridículo y vergonzoso es, como algunas veces he oído, no entre cristianos, pero sí entre gente del mundo, que hablan de su intimidad de alcoba con su mujer. ¿Le gustará a ella que él hable de esas cosas? ¡Qué vergüenza! Eso es absolutamente personal y es santo. No debe ser contaminado por confidencias fuera de lugar. Los de afuera deben sentir que ella es para él una cosa santa, su especial tesoro. Las palabras que el Señor usa respecto de su pueblo diciendo que es su especial tesoro (Mal 3:17) son aplicables aquí. La mujer es el tesoro especial del marido, y él debe guardarla de toda contaminación exterior, no ser él causa o motivo de contaminación.

Pero también es bueno que los esposos se guarden de expresiones excesivas de cariño en público. El amor es una cosa privada, no para ser exhibida. Por eso uno de los grandes daños que hace la pornografía, hoy día que pasan escenas de amor candente en la televisión y el cinema, es que ponen a la vista de todos cosas que pertenecen exclusivamente a la intimidad de dos seres. La pornografía viola la santidad del matrimonio, viola el plan de Dios, y contamina terriblemente el corazón de los hombres, de las mujeres y, peor aún, de los niños.

¿Saben ustedes que existe una relación muy estrecha entre pornografía y violencia? Hasta el año 1977 el Perú era una isla donde casi no había violencia, comparado con otros países latinoamericanos, pero ese año apareció la primera revista pornográfica, que se llamaba Zeta, quizá algunos se acuerden de ella. Cuando yo vi eso y vi que las autoridades no hacían nada, yo tuve la certidumbre que el Perú empezaría a sufrir la misma violencia que sufrían los países vecinos, pero que nosotros no conocíamos. Y así ocurrió, en efecto, al poco tiempo, porque el año 80, en que surgió el movimiento de Sendero, ya había un tipo de violencia delincuencial en las calles que nuestro país desconocía.

La pornografía le hace gran daño al ser humano, rompe los frenos internos y permite que toda la violencia, que toda la crueldad que hay dentro de él se desate. Cuando el hombre pierde el dominio de sus instintos, sobre el instinto sexual en particular, todo lo demás se desboca. Por eso nadie se extrañe de la violencia y de la delincuencia que campea en nuestras ciudades. Están íntimamente ligadas a lo que muestran el cinema y la TV.

Por un motivo similar los besos y abrazos apasionados en público entre esposos están fuera del lugar. Deben bastar las simples expresiones de cariño. Por el buen trato que se dan uno al otro, por las palabras amables, quizás por un apretón de manos ocasional o una mirada fugaz de amor, la gente puede darse cuenta del cariño que reina entre ellos. No tienen porqué exhibir su intimidad ante los demás.

La estima mutua tampoco debe ser afectada por los momentos malos por los cuales uno de los dos puede pasar. Cuando uno de ellos no está bien por algún motivo… de repente él perdió su trabajo y no encuentra uno nuevo. Para un hombre es terriblemente deprimente no proveer para su casa, quizá está deprimido por ese motivo, o quizá ella gana bien y él depende de ella, no por eso debe perder ella su estima por su marido. O pudiera ser que él esté deprimido por las dificultades serias que tenga en su negocio, o por una pérdida económica. Esas cosas pueden afectar mucho a los hombres. No debe por eso perder la estima que le debe su mujer. Al contrario la mujer en esas situaciones difíciles debe mostrar la nobleza de su corazón siendo leal con su marido.

Igualmente si por algún motivo, por algún accidente, o por alguna enfermedad la mujer perdiera su belleza o envejeciera, el hombre no debe dejar de estimarla. En otras palabras la estima no debe depender de factores externos. La estima forma parte del orden de Dios para la familia, para los esposos. Pudiera ser, y eso ocurre también con frecuencia, que debido a la edad crítica la mujer pase por una etapa depresiva, que su carácter se agrie. En esas circunstancias el hombre debe tener suma paciencia con su mujer. Debería informarse acerca de los cambios que se producen en la mujer en esa etapa para no ser sorprendido, para poder ser tolerante y paciente con ella, y ayudarla precisamente con su amor para que ella pueda pasar mejor por esa etapa difícil. ¡Qué triste es que en situaciones semejantes, cuando uno de los dos está mal, el otro deja a su cónyuge en la estacada, cuando es precisamente ése el momento en que más cerca deberían estar el uno del otro.

Yo quisiera leerles un texto del pastor luterano Dietrich Bonhoeffer, que fue asesinado por los nazis el año 1945. Está tomado del sermón que él pronunció con ocasión del matrimonio de una sobrina. Contiene palabras muy sabias. Dice así:

“Así como es la corona y no el simple deseo de gobernar lo que hace a un rey, de igual manera es el matrimonio y no simplemente el amor que os tenéis el uno por el otro, lo que os junta ante los ojos de Dios y de los hombres. Así como Dios es muchísimo más alto que el hombre, de igual manera la santidad, los derechos, las promesas del matrimonio son más altas que la santidad, los derechos y las promesas del amor. No es vuestro amor lo que sostiene vuestro matrimonio; en adelante es el matrimonio lo que sostiene vuestro amor.”

¿Comprenden bien lo que eso quiere decir? El matrimonio es más grande que el amor, más importante que los sentimientos, porque el matrimonio es obra divina; es algo instituido por Dios. Para los esposos su matrimonio, su unión, es más importante que los sentimientos que puedan tener el uno por el otro. Si ellos tienen esa actitud Dios los premiará ciertamente dándoles los sentimientos necesarios para que su unión sea feliz. Pero en la sociedad actual es al revés, el amor es más grande, más importante que el matrimonio. Suele alegarse que si el sentimiento desaparece, también puede desaparecer el matrimonio. Por eso es que el matrimonio y la familia están como están, están en la crisis por la cual atraviesan. Pero en verdad el amor debe obedecer y subordinarse al matrimonio, que pasa primero, y no al revés, el matrimonio subordinarse al amor.

Ahora bien, el amor del que estoy hablando aquí es el amor romántico, el amor de los sentimientos, el amor de los enamorados, ese amor que nos hace pasar rápidamente del cielo del éxtasis, al infierno de la angustia, el amor de los amantes en suma, ese amor es base pobre para el matrimonio, porque es un amor inestable que depende de las emociones y de los sentidos; depende de las cosas que ven los ojos, de lo exterior. Como he dicho más de una vez, según el mundo, el hombre y la mujer se casan porque se aman, cuando debería ser al revés, el hombre y la mujer se casan para amarse.

Eso fue lo primero que yo descubrí cuando me casé, porque había tenido otras relaciones -y algunas de ellas apasionadas- pero yo no sentía por esta muchachita joven e ingenua que había conocido, un amor pasional, sino cariño, admiración por sus virtudes. Pero poco a poco esas virtudes hicieron que yo empezara a amarla y llegué a amarla terriblemente. Pero yo era conciente durante la ceremonia de que yo me casaba para amarla, aunque inicialmente fuera ella la que me amaba más a mí. Y Dios me premió haciéndome muy, muy feliz. De manera que el hombre y la mujer cuando se casan, se casan para amarse. Esa es la voluntad de Dios. Si están enamorados y se aman, tanto mejor. El amor enamorado es útil. Es un amor que Dios ha creado como una manera de endulzar las asperezas y las espinas inevitables en las relaciones mutuas, y cumple una función muy importante ciertamente, pero no es el verdadero amor conyugal. El amor conyugal, el amor profundo, es una función del compromiso, surge cuando hay un compromiso total de ambos; cuando ambos asumen su matrimonio concientes de lo que significa, y de que se unen bajo la voluntad de Dios, bajo el signo de Dios.

¿Qué cosa es el matrimonio? El matrimonio es un pacto entre un hombre y una mujer que deciden unirse hasta que la muerte los separe; en el cual Dios, que es el autor del matrimonio, interviene como garante. Es una unión en la cual el hombre y la mujer se dan mutuamente por entero, sin reservas. El matrimonio sólido está construido sobre la base de un compromiso que involucra a toda la persona, su cuerpo, su alma, su espíritu; es un compromiso irrevocable. Ese es el compromiso que Dios bendice. Lo bendice con descendencia, lo bendice con amor mutuo, lo bendice con un amor profundo que no depende de lo exterior ni de lo pasajero; y lo bendice también con su provisión para que tengan lo necesario para llevar una vida digna, ellos y sus hijos.

Cuando hay esa clase de amor, yo estoy seguro, y su palabra lo dice, no faltará el pan en su mesa (Sal 37:25), y no sólo el pan, porque al hombre justo Dios le promete abundancia y prosperidad (Sal 112:3). Eso es lo que Dios quiere para la familia. Es Dios el que confiere el título de esposo al varón, y el de esposa a la mujer, no el registro civil. Es un título recíproco que ellos deben respetar porque proviene de Dios. No es la sociedad solamente la que se los da, no es solamente un papel oficial firmado y sellado, es la bendición de Dios la que lo confiere. Y es bueno que sea un ministro de Dios el que la pronuncie; porque lo hace en nombre de Dios.

Dios ha hecho al hombre y a la mujer para amarse, los ha hecho complementarios, lo que uno no tiene, lo tiene el otro. Ha hecho que se sientan mutuamente atraídos el uno por el otro y para que en esa unión ellos encuentren una gran satisfacción, un gran contentamiento. En realidad esa es la mayor felicidad que los hombres y las mujeres buscan y pueden tener en esta tierra: la felicidad que una persona del sexo opuesto. a la cual uno se une en matrimonio, le puede dar. Cuando ambos esposos aceptan el plan de Dios para el matrimonio, el amor verdadero, el amor sobrenatural, el amor agápe, no tardará en aparecer, si es que aún no existe, y se sobrepondrá al amor romántico y lo alimentará. El amor conyugal bien entendido es una fusión de agápe y de eros.

Este amor verdadero es ese amor del cual Pablo dice que es paciente, benigno, no envidioso, no vanidoso, no indecoroso, no egoísta, no irritable, no rencoroso; ese es el amor que no se goza de la injusticia ni del mal, sino que se goza de la verdad. Ese es el amor que nunca deja de ser, el amor que perdura (1Cor 13:4-8). Ese es el amor que yo deseo que todas las parejas de esposos que están presentes esta noche tengan; el amor que todas las parejas de esta bella y bendecida iglesia tengan y cultiven entre ellos, y reciban como un don de Dios. Vamos a orar.

Padre Santo, gracias Señor te damos por tu palabra, gracias, oh Dios, por el amor que tú has puesto en los corazones de los esposos aquí presentes, de los esposos de esta congregación; gracias, oh Señor, por la obra que tú haces en ellos. Gracias también porque tú has cultivado a través de las enseñanzas de esta iglesia ese sentir, el deseo de hacer tu voluntad en todas las cosas, y de hacerla también en su vida particular, en su vida conyugal. Oh Señor, yo te pido que tú guardes a todos los esposos de esta congregación de las tentaciones del mundo, del demonio y de la carne, para que tu santidad florezca en esta iglesia como un bello capullo de flores que sea presentado ante ti, y que el olor suave, el olor agradable de esa santidad, llegue hasta tu trono y te sea grato. Gracias, Señor, te doy, en el Nombre de Jesús, Amén.

NB. En los últimos días se han presentado dos propuestas relativas a la unión de homosexuales. La primera es el proyecto de instituir la unión civil para personas del mismo sexo, que será propuesto por una de las listas parlamentarias que se presentan a las próximas elecciones. El segundo es un proyecto de ley presentado al actual Congreso, instituyendo el matrimonio de parejas del mismo sexo. Esta es una situación que hubiera sido inimaginable hace pocos años, y que nos muestra cuánto ha avanzado lamentablemente la llamada “agenda gay” en nuestro país. ¿Puede un cristiano votar a favor de un candidato, o de una lista parlamentaria, que promueva un proyecto de ley que sea directamente contrario a la palabra de Dios? Es obvio que no.

#662 (23.01.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 4 de febrero de 2011

LA ESTIMA EN EL MATRIMONIO I

Por José Belaunde M.

A finales de 2002 fui invitado a dar una serie de conferencias sobre el matrimonio durante ocho días en la iglesia de ACYM de Tacna. He publicado como artículos en “La Vida y la Palabra”, la transcripción de la mayoría de esas conferencias, pero la dedicada al tema del epígrafe nunca fue publicada, por lo que, después de revisarla, la imprimo ahora en dos partes.

Gracias Padre, te damos en esta ocasión porque tú puedas mostrar tu amor sobre todos los que están aquí congregados en tu Nombre y, en particular, Señor, sobre las parejas de esposos, oh Dios, en quienes yo te pido, que derrames tu amor en abundancia, y que sueldes, las hendiduras que hubieran podido haber en su unión. Y, que tú, Señor, derrames tu espíritu de perdón para que todos aquellos que lo necesitaran, puedan reconciliarse unos con otros. Te pido, oh Dios, que me ayudes a mostrar los tesoros que tu palabra esconde sobre este gran misterio que es el matrimonio. Gracias, Señor, te damos en el Nombre de Jesús, Amén.
Hoy quiero hablarles de la estima en el matrimonio. La estima es un aspecto o elemento muy importante del amor en la relación matrimonial. Es un concepto, si se quiere, más amplio que el amor, más objetivo, que se extiende a terrenos quizá más extensos que el amor que es un sentimiento sobretodo subjetivo.
La estima en el matrimonio está basada en la premisa siguiente: Mi cónyuge es la persona que Dios me ha dado como ayuda idónea, en el caso del hombre; o como compañero en el caso de la mujer. Repito, mi cónyuge es la persona que Dios me ha puesto como compañero de mi vida, o como ayuda idónea.
¿Quién era Eva para Adán? Adán no escogió a Eva, ni Eva escogió a Adán. Dios hizo especialmente a Eva para Adán, y ciertamente cuando creó a Adán lo hizo pensando en Eva. La pareja perfecta hecha por Dios. Dios creó a Eva para Adán y se la dio; y había creado antes a Adán para dárselo a Eva. No les pidió su opinión. No les preguntó: ¿Quieren ustedes casarse? Sino les dijo: Sean una sola carne, fructifíquense y multiplíquense (Gn 1:28).
Muy probablemente si tú eres casado, tú escogiste a tu mujer; y tú, mujer, aceptaste a tu marido, quizá entre otros hombres que te pretendían; o quizá, como quien dice, como tu peor es nada. Y tú, marido, quizá fue ella la única que te aceptó, la única que te dio bola; o quizá tú la escogiste entre varias candidatas que estaban esperando ansiosas que tú les hablaras; o quizá tus padres la escogieron para ti. ¿Cómo sería? Esto último ocurría antes con frecuencia, y era un reflejo del orden establecido por Dios, que los padres escogieran a la esposa y al esposo. Era tan importante que no lo dejaban a la elección de sus hijos. Lo hacían ellos. Eso es lo que se ve en la Biblia.
Aunque hoy día nos parezca completamente desacostumbrado, sabemos muy bien que Abraham hizo traer a Rebeca para su hijo Isaac, y él la amó, dice la Escritura, desde el momento en que la introdujo en su morada. Isaac, como Adán antes que él, no escogió a su mujer. La escogió Eliezer, el fiel siervo de Abraham, para él (Gn 24). Esto hoy día nos parece raro. Pero no hace más de cien años que eso ocurría todavía. Yo he oído muchas veces contar la historia de mis abuelos. Mi abuela materna, que era huérfana de padre y madre, fue criada por unos tíos y tías. Un día, cuando ella tenía catorce años, su tía la llamó y le dijo: “Ven, arréglate para que conozcas a tu novio”. Sí, para que conozcas a tu novio. Cuatro años después ellos se casaron y fueron muy felices, felicísimos. Tuvieron doce hijos, y cuando murió mi abuela, después de más de cincuenta años de matrimonio, mi abuelo, aunque estaba bien de salud a sus ochenta y pico años, al poco tiempo se murió, porque ya no quería seguir viviendo. Esas cosas pasaban antes y eran matrimonios muy sólidos, porque estaban basados, no en el capricho del corazón… Ustedes saben que el corazón es caprichoso, ¿no? Peor que caprichoso, engañoso (Jr 17:9). ¿Y cómo fiarse del corazón para escoger a la otra persona, si el corazón engaña? Pero a los padres, a los buenos padres, y en el caso que he narrado, a los buenos padres adoptivos, el amor los guiaba, el Espíritu los guiaba para saber escoger a la persona adecuada.
Pero sea que tú hayas escogido a tu mujer, o tus padres la hayan escogido para ti, una vez que estás casado, ella es la mujer que Dios te ha dado. Es tuya porque Dios te la dio. Esto es, ella no sólo es la mujer que tú puedes haber escogido; o él puede ser no solamente el hombre que tú aceptaste, sino que ella es la mujer, y él es el hombre, que dentro del orden de Dios, uno y otro tienen para siempre. Jesús dijo: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.” (Mt 19:6) Ahora bien, quizá tu elección fue equivocada, puede ser. Quizá la escogiste por motivos erróneos, porque era bonita, graciosa, porque tenía un papá con plata, y dijiste: eso me conviene, me va a nombrar gerente de su empresa. Pero Dios usó tus errores, usó tus malos criterios para darte la mujer, o el marido, que él quería que tuvieras, porque nada ocurre fuera de la voluntad de Dios.
Tú quizá te digas, ¿cómo es posible que Dios use mis errores? Dios preferiría usar ciertamente tus aciertos, pero si no tienes más que errores, ¿qué va hacer? No es culpa suya. Él usa las cosas que tú pones a su disposición. Pero ahora él es el cónyuge, y ella es la cónyuge que Dios les dio. Ya están casados y tienen que aceptarse mutuamente, porque repito, nada ocurre fuera de la voluntad de Dios. Por tanto, tu relación con tu esposa, o con tu esposo, no es una cosa que dependa solamente de tus sentimientos, o de tu voluntad, depende de la voluntad de Dios. Tú no eres libre. La voluntad de Dios está sobre ti y, como he dicho en otra ocasión, Dios está a favor de los esposos, Dios está a favor de su felicidad. Él está dispuesto a proveer a todas sus necesidades, a llenar todos los huecos que pueda haber en su relación, para que sean felices. Pero es necesario primero que ellos pongan su relación en las manos de Dios, que son las mejores manos. Sin embargo, ocurre con frecuencia, aún entre cristianos, que los esposos ponen su relación en manos de sus caprichos, de sus deseos, de sus ilusiones, de su voluntad, de su buen o mal carácter, de lo que ellos quieran, cuando mejor es ponerla en las manos de Dios. Él es el médico que sana todas las heridas. Entonces, si tu relación no es algo que depende de tus sentimientos pasajeros, tú debes estimar a tu esposa; y tú mujer, debes estimar a tu marido. Ambos deben estimarse el uno al otro como un don de Dios.
“El que halla esposa halla el bien, y alcanza el favor de Dios.” (Pr 18:22) La esposa es un bien que viene de Dios, y el esposo también. Entonces, siendo así, tú tienes algunas obligaciones que no dependen de tus gustos. ¿Cuáles son esas obligaciones?
La primera es que tú debes tratarla a ella con respeto y consideración; y tú mujer a él, igual. Eso es algo recíproco. Ambos deben tratarse con respeto. El trato mutuo nunca debe ser ofensivo; no sólo debe ser amoroso, sino debe ser también respetuoso y considerado. Si los esposos se trataran siempre así, nunca habría peleas entre ellos, aunque hubiera desacuerdos. Claro, desacuerdos pueden haber; es inevitable. Pueden tener opiniones diferentes sobre diversos puntos, pero no habría peleas si se trataran siempre con respeto y consideración, porque tendrían consideración y respeto por la opinión del otro, y no tratarían de imponer a la fuerza o a punta de légrimas su propia opinión. Y aunque el marido tenga la última palabra, tampoco trataría de imponerle por la fuerza su opinión a ella, y ella aceptaría la opinión de él, y se sometería, aunque no estuviera de acuerdo. Y no gritaría, no levantaría la voz, porque yo estoy seguro -y quizá los hombres que están aquí estén de acuerdo conmigo- que nada fastidia más a un hombre, que una mujer le grite. Sin duda a la mujer tampoco le gusta que el marido le grite. Pero la peor manera como una mujer le puede hablar a un hombre es gritando, alzando la voz. Pero si le habla suavemente, cuando está tranquila, es difícil que el hombre se resista a sus argumentos. La mujer tiene muchas maneras de convencer al hombre –yo diría, hasta para metérselo al bolsillo- que no tienen nada que hacer con los gritos. De esa manera, si se guardaran respeto y consideración mutuos, el amor que se tuvieron al comienzo no se enfriaría tan rápidamente, sino mantendría su fuego, porque el respeto y la consideración ayudan a mantenerlo vivo.
La segunda consideración es muy, pero muy importante, y ésa es la fidelidad. La fidelidad tiene varios aspectos. El primero, la fidelidad en lo físico. Eso sabemos muy bien lo que quiere decir. La violación de la fidelidad física es adulterio; es un pecado muy grave que Dios y la Escritura condenan; un pecado que produce heridas y daños en ambos cónyuges y también en los hijos. Es un pecado que viola la santidad del matrimonio y que tiene graves consecuencias que se arrastran a menudo a través de los años, y que causan sufrimiento a muchos. Por lo pronto a las personas involucradas, a la víctima y al culpable.
Pero fíjense, la fidelidad no es sólo física, también debe serlo de pensamiento. Es decir, ni el hombre ni la mujer casados deben admitir pensamientos acerca de una persona del otro sexo que les atraiga, o que les sonría, o por la cual tengan cierta simpatía. ¿Qué dice la Escritura? “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida.” (Pr 4:23) Guarda tu corazón en lo que se refiere a tu condición de casado o casada. Guarda tus pensamientos. Que tus pensamientos no se posen en otra persona que no sea tu esposo o tu esposa. La infidelidad de pensamiento suele presentarse cuando hay insatisfacciones en la vida conyugal. Por lo mismo, en situaciones semejantes los esposos cristianos que quieran hacer la voluntad de Dios, y que quieran guardarse de peligros que puedan amenazar la estabilidad de su unión y su felicidad, deben guardarse. Aún en los casos en que haya insatisfacción sexual o psicológica, aún, y sobre todo en esos casos, los afectos deben ser guardados, deben serse fieles uno al otro.
Por ese motivo cuando el hombre o la mujer casados sientan una simpatía especial por una persona del otro sexo, y más aún, si sienten que esa simpatía es correspondida, deben huir de esa persona como del diablo mismo, huir de toda ocasión de encontrarse con ella, porque es el diablo el que está usando a esa persona. Esa persona quizá sea inconciente, o quizá no lo sea (Dios lo sabe), pero el diablo pone ocasiones precisamente para hacer caer a uno o al otro. Si los casados tomaran esa precaución de alejarse de toda persona que les muestra una simpatía especial -y sabemos cuáles son los síntomas de esa simpatía- o por la cual uno de ellos siente simpatía, se evitarían muchas tragedias familiares; porque todo empieza en pequeño, por cosas que parecen triviales, sin importancia, pero que pueden crecer y dar un fruto mortal.
Aún más importante que la fidelidad de pensamiento es la fidelidad del deseo. Jesús dijo que el que codicia a una mujer casada ya cometió adulterio en su corazón con ella; y la mujer que codicia a un hombre casado, sea ella casada o no, igual (Mt 5:27,28). De manera que ni el hombre ni la mujer casados deben desear a otra persona, porque eso contamina gravemente su alma, contamina su relación. ¿Cómo puede una mujer abrazar a su marido si está deseando a otro? ¿O cómo puede la mujer entregarse a su marido si tiene el pensamiento puesto en otro hombre? ¿Cómo puede un hombre unirse a su mujer si desea a otra? La está engañando; se están engañando mutuamente en esos casos.
Quizás la mujer diga: Es que él no me trata bien, y ese hombre me mira con cariño, con una mirada dulce. La manzana que la serpiente le mostró a Eva debe haber sido muy dulce. Ella dijo que era agradable de ver y buena para comer (Gn 3:6). Así que en esas situaciones el hombre o la mujer están en un grave peligro, y mejor será que huyan, como huyó José de la mujer de Potifar (Gn 39:10-12).
La Escritura dice algo al respecto que vale la pena que leamos. Vamos a Proverbios, y esto, aunque hable del hombre, vale para ambos: “¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Caminará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen? Así es el que se llega a la mujer de su prójimo, no quedará impune ninguno que la toque.” (Pr 6:27-29) Yo creo que esa palabra es suficiente para que los esposos cristianos sepan guardarse de ese peligro.
Pero hay también la fidelidad de los ojos. Los hombres saben de qué estoy hablando, porque ellos tienden con mucha facilidad a mirar a una mujer bonita que pasa cerca, que pasa a su lado. Eso lo hacen casi automáticamente. Pero ¿qué pensará de tu esposa esa mujer a la cual estás mirando? Que no la quiere, que no la respeta. Si tú miras a otra mujer con atención, estás ofendiendo a tu mujer. Y también si la mujer mira a un hombre con atención, está ofendiendo a su marido. Es un hecho sabido que a muchas mujeres solteras les halaga que los hombres casados las admiren, las cortejen, y muchas hay que buscan tener una aventura con un hombre casado, sólo por vanidad. Es verdad. Pero ese tipo de asuntos con frecuencia llegan a cosas mayores que pueden causar gran dolor. El solo coqueteo, el solo flirteo, ofende a uno u otro. Si la mujer mira a un hombre, ¿qué va a pensar él? Que su marido no sirve para nada, que no la satisface; o dirá peor, que no le basta uno sólo, y quiere tener dos hombres; aquí tengo una oportunidad para un lance. Esas son cosas que no pueden permitirse en un hogar cristiano. Yo ruego a Dios que no sucedan. Pero es bueno que sepan todos que las verdades de Dios acerca del matrimonio son válidas tanto para los cristianos como para los que no lo son, para todos los hombres, para todo el género humano.
Nosotros tenemos la suerte de tener la palabra de Dios. Debemos conocerla y llenarnos de ella, para que nos libre de los peligros a los cuales estamos inevitablemente expuestos, no solamente a causa de nuestra naturaleza pecadora, que no ha muerto del todo, sino también a causa de Satanás “que anda alrededor como león rugiente buscando a quién devorar”. (1P 5:8) ¿Cuántos demonios andarán alrededor de las parejas de esposos cristianos tratando de hacerlos caer? ¿Con qué fin? Para causar un escándalo, y se diga que los cristianos son igual que los demás, o peores todavía, porque son unos hipócritas. Entonces nosotros no solamente a causa de nuestra rectitud, de nuestra santidad, a causa de Dios mismo, sino también a causa del escándalo, del mal testimonio, deberíamos guardarnos de toda cosa que dé mal que hablar de nosotros. En ambos casos, ¡qué mancha para el matrimonio! Aunque nadie se entere de tus pensamientos ocultos, tu matrimonio está siendo deshonrado por tus propios pensamientos y deseos. Y algún día Dios te pedirá cuentas.
Pero hay otra infidelidad de los ojos a la que las mujeres locamente son proclives y, en particular, es cierto, las mujeres del mundo. Quizá las mujeres de la iglesia no, pero pudieran caer en esa tentación, y por eso creo conveniente advertirles que deben guardarse celosamente de esa infidelidad. Es la infidelidad de los ojos ajenos. ¿Qué cosa quiero decir con eso? La mujer casada que se viste de una manera vistosa, atrevida; que luce ciertas partes de su cuerpo, inevitablemente atrae las miradas y los pensamientos codiciosos de los hombres. En ese caso la mujer se hace culpable de los pensamientos y deseos que ella provoca. ¿Para quién se viste la mujer en esos casos? ¿Para su marido? No, para las miradas de otros, y, como he dicho, en esos casos ella es culpable de los pensamientos que provoca con su manera de vestirse. ¡Guarda tu belleza, tu atractivo, para los ojos de tu marido! ¡Escóndela de los lobos, para que su aliento fétido no te contamine! Sabemos muy bien lo que la palabra de Dios dice al respecto. Vamos a 1ªPedro 3:3-5, ¡y hay tanta sabiduría en este pasaje! “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro, o de vestidos lujosos (parece que esto lo hubieran escrito pensando en el siglo XX o XXI, de los desfiles de moda) sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estimar delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dio,s estando sometidas a sus maridos”. Pablo dice algo semejante. ¿Por qué será que la Palabra habla de esto con gran insistencia? Porque tiene una gran importancia: “Así mismo que las mujeres se atavíen con ropa decorosa, con pudor y modestia, no con peinados ostentosos, ni oro, ni perla, ni vestidos costosos, sino con buenas obras como corresponde a mujeres que profesan piedad.” (1Tm 2: 9,10) En el Perú es costumbre que las mujeres se arreglen desde temprano. Es muy raro entre nosotros que una mujer salga a la calle si no está bien emperifollada. Con eso maltrata su cutis, dicho sea de paso. Es la vanidad de nuestro tiempo; antiguamente no era así, todo era mucho más sano. (Estoy hablando de la mujer porque es lo más común, pero hoy también hay hombres casados narcisistas que se creen modelos y que andan luciendo sus bíceps para que las mujeres los admiren).
¿Cómo se vestían las mujeres en tiempos del Antiguo Testamento y también del Nuevo? Con vestidos que las cubrían enteramente de la cabeza a los pies, y que, además, les cubrían el cabello. No digo que hoy día haya que imitar ese tipo de vestidos, pero el espíritu detrás de esa vestimenta sí debe imitarse, que es la modestia, el pudor, el recato. El pudor y la modestia guardan a la mujer. Por eso es que el demonio, muy astuto, hace todo lo posible para estimular lo contrario, y ha achicado enormemente la ropa que se usa para ir a la playa –y no sólo a la playa-, que es todo lo opuesto del pudor y de la modestia. Sabe muy bien el demonio qué es lo que consigue con eso: corromper las costumbres. Eso forma parte de su antigua táctica.
Ahora pues, no colaboremos con las tácticas del diablo. Por eso a mí me agrada ver en esta congregación la forma cómo las mujeres se visten en general, con modestia. Y estoy seguro que su Pastor las ha enseñado muy bien. Pero el marido, por su lado, no debe permitir que su mujer se vista de una manera que atraiga la atención de los hombres. Hay hombres a los que les gusta que su mujer sea admirada, que otros hombres los envidien por la mujer que tienen, y que llevan a su mujer del brazo como un trofeo. Yo conozco eso muy bien, porque -me da vergüenza decirlo- en una época yo pensaba un poco así. Quisiera volver atrás en el tiempo y darme de patadas por estúpido.
¿Ustedes recuerdan el episodio de la reina Vasti y el rey Asuero en el primer capítulo del libro de Ester? El rey Asuero ordena que Vasti venga para que la concurrencia del banquete admire la belleza de su mujer, pero Vasti se niega. Sólo falta un pequeño versículo en ese texto, en ese pasaje, y es uno que diga que Vasti tenía razón. El hecho de que los sabios del reino le aconsejaran a Asuero que desechara a Vasti y se consiguiera otra reina, no quiere decir que ése fuera un buen consejo, aunque Dios lo usara para sus fines. En el fondo fue una reacción sana y natural de la mujer. ¿Porqué tiene que exhibirme? Mi belleza es sólo para él, no para los ojos de otros hombres. Vasti le dio un buen consejo a los hombres y mujeres de todos los tiempos. El marido a quien le guste que otros hombres pongan sus ojos en su mujer es un tonto.
En nuestro medio la infidelidad masculina goza de cierta aceptación, se la tolera; incluso hasta da prestigio al hombre. Se habla de las proezas de los seductores como si fueran hazañas, pero se castiga la infidelidad femenina. Eso es una gran hipocresía, porque ambas son iguales, ambas son igualmente condenables. Es la cultura machista perniciosa que dice, bueno, son cosas de hombres. No son cosas de hombres, son cosas del diablo. El diablo es el autor de la infidelidad. El sentimiento natural debería ser el de cultivar una sola relación, porque es imposible, absolutamente imposible, que una relación entre dos personas, una relación íntima, pueda mantenerse incólume si uno de los dos es infiel. La gente dice: “Ojos que no ven, corazón que no siente.” No saben lo que es el corazón. El corazón tiene intuiciones muy profundas. De repente la mujer no vio, nunca se enteró. Pero su corazón sí lo supo, lo sintió. De repente el hombre vuelve a casa, y la mujer está fría, hosca. ¿Qué pasó? En su interior algo le ha dicho que su unión con su marido ha sido profanada por una carne ajena. Y peor si la infidelidad es de la mujer, aunque el corazón del hombre sea menos intuitivo. Esas cosas pueden hacer muchísimo daño, aunque nadie se entere, porque violan la santidad del matrimonio. Esas cosas nunca se hacen impunemente, porque la infidelidad no solamente contamina al infiel; contamina también al fiel y contamina a los hijos, aunque no se enteren, porque ellos son el fruto del amor de sus padres.
¿Habrá algún hijo o hija que se enorgullezca de las infidelidades de su padre? ¿O habrá un hijo que se enorgullezca de las infidelidades de su madre? No lo creo. Es un hecho, lo sabemos muy bien, que lo que más avergüenza al hombre son las cosas que se puedan decir de su madre. En cambio los hijos se enorgullecen de la fidelidad que se guardaron sus padres, y les sirve de ejemplo.

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