viernes, 28 de septiembre de 2012

EL DIOS DE LAS VENGANZAS II


Por José Belaunde M.
EL DIOS DE LAS VENGANZAS II
Un Comentario del Salmo 94:16-23
16,17. “¿Quién se levantará por mí contra los malignos? ¿Quién estará por mí contra los que hacen iniquidad? (Nota 1) Si no me ayudara el Señor, pronto moraría mi alma en el silencio.” (2)
La frase repetida: “Quién se levantará por mí…?” es como un llamado desesperado del justo clamando que venga alguien en su ayuda cuando se encuentra estrechado por las fuerzas del mal y a punto de perecer (Ecl 4:1). ¡Qué cierto es que con frecuencia los justos se ven abandonados frente a los inicuos que complotan contra ellos, o los persiguen! Pablo se encontraba en una situación semejante cuando compareció ante el tribunal del César: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron…pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas…” (2Tm 4:16,17). Jesús también anunció a sus discípulos que ellos lo dejarían solo en el momento de la prueba, y así ocurrió en efecto, pese a sus protestas en sentido contrario (Mt 26:31,35b; 56b).
“Si no me ayudara el Señor..” (Sal 124:1,2) Esta frase expresa una gran verdad que es válida para todos: las fuerzas adversas, impulsadas por el demonio, habrían terminado conmigo hace tiempo si no fuera porque Dios me protege. Estos dos versículos contrastan la necesidad que tiene el hombre de ser ayudado en sus luchas para no ser arrollado por sus enemigos, con la inutilidad de toda ayuda que no sea la que venga de Dios mismo.
Todo lo que el hombre pueda hacer en sus propias fuerzas es insuficiente. Si no fuera porque Dios estuvo de su lado ya sus enemigos habrían dado cuenta de su vida. Este es el mensaje del Antiguo y del Nuevo Testamento por doquier: “Separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15:5), “Alzaré mis ojos a los montes. ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor…” (Sal.121:1,2). Ciertamente con frecuencia Dios utiliza mensajeros humanos (no siempre angélicos) para brindarnos su ayuda. Pero lo cierto y consolador para nosotros es que esos hombres o mujeres que nos socorrieron, no habrían actuado si no fuera porque Dios los impulsó a hacerlo y los guió. En otros casos la ayuda que recibe el hombre viene de adentro, de las fuerzas renovadas que Dios suscita en su interior y de la inspiración que recibe para hacer lo adecuado: “Tú aumentas mis fuerzas como las del búfalo; me unges con aceite fresco.” (Sal 92:10).
18. “Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Señor, me sustentaba.”
Muchas veces cuando ya estaba a punto de caer (Sal 17:5; 18:36) y no tenía de dónde agarrarme porque mis enemigos me vencían, tú venías, Señor, en mi ayuda y me protegías. Lo hacías no porque yo mereciera tu apoyo, sino lo hacías por el puro amor tuyo que se compadecía de mi necesidad y de mi angustia (3). Tú eres por eso mi Señor; el único en quien yo puedo confiar. Tu misericordia y tu fidelidad no tienen límites. ¡Cómo no te agradecería!
Bueno es que reconozcamos cuando estamos a punto de resbalar y que no presumamos de nuestras propias fuerzas, como Pedro, que se jactaba de que nunca negaría a su Maestro, y fue lo primero que hizo cuando se vio en peligro, confrontado por una muchacha (Mt 26:30-35;69-75).
19. “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma.”
Cuando los malos pensamientos me atormentan, cuando el temor ante los peligros que me acechan detiene mi aliento, cuando la angustia o la tristeza me oprimen (Sal 138:7), tu Espíritu viene en mi ayuda para consolarme y hacer que el sol de la alegría brille nuevamente en mi pecho para darme esperanza (Sal 119:50,76). Tú sacas mi alma del pozo de aflicción que lo consume. Por eso, Señor, yo te canto y mi voz se eleva para alabarte y agradecerte por todas tus bondades. El salmista podría decir con Pablo: “Sobreabundo de gozo en medio de mis tribulaciones.” (2Cor 7:4d)
¿Cuántos hay que puedan sinceramente decir que sus pensamientos no los han atormentado alguna vez? No hay tormento que se le parezca ni que se iguale a las tempestades del alma. Sin embargo, muchas veces ese sufrimiento es oportuno pues Dios lo usa para purificar la escoria de nuestras almas (Pr 25:4).
20. “¿Se juntará contigo el trono de iniquidades que hace agravio bajo forma de ley?”
El trono de iniquidades al que se refiere el salmista en este lugar es posiblemente algún centro de poder local, o el del soberano de su tierra en ese momento, o simplemente alguna influencia poderosa que le es contraria. Pero quién quiera que sea a quien se refiera concretamente (y es indudable que en este versículo y en el siguiente el salmista se refiere a un hecho concreto de su propia experiencia), sabemos que detrás de todo poder o influencia negativa o impía está el trono de Satanás, la potestad de las tinieblas que mueve a sus agentes en el mundo (Ap 2:13).
Es sabido que quienes detentan el poder disfrazan sus intenciones y ambiciones bajo formas legales para dar a sus manipulaciones una apariencia de legitimidad y justicia. Ocurre a diario en la vida privada y empresarial, y en la política: “En el corazón maquinan iniquidades y hacen pesar la violencia de sus manos…” (Sal 58:1,2).
Y son más condenables esos esfuerzos cuando se escudan bajo pretextos religiosos, o tratan de aliarse con las autoridades de ese campo, asumiendo una apariencia de piedad. Pero ¿aceptará Dios esa alianza? ¿bendecirá Dios sus intrigas?
La respuesta a esa pregunta ya se ha dado en el v. 15 (Véase “El Dios de las Venganzas I”), donde escribe el salmista que el juicio será vuelto a la justicia. Es decir, que los intentos de vestir de legalidad los proyectos malévolos serán descubiertos y frustrados, y Dios hará que los juicios humanos reflejen los suyos y la justicia sea restablecida.
¿Cuántos tronos de iniquidad ha habido en el mundo que se creían inexpugnables y se imaginaban que reinarían para siempre? Hay varios ejemplos en la Biblia, como el de Jeroboam, que prohibió a su pueblo ir a adorar a Dios a Jerusalén, y le puso dos becerros de oro en el Sur y en el Norte de su reino, para que les rindan culto, por lo que su casa fue cortada de raíz (1R12:25-33; 13:34); o el de Acab que, impulsado por su inicua esposa Jezabel, levantó altares a Baal y a Asera, y persiguió al profeta Elías, y fue herido mortalmente en una batalla (1R22:29-38), y su esposa fue comida por los perros (2R 9:30-37); o el del rey Belsasar que banqueteaba con sus príncipes cuando apareció una escritura en la pared que anunciaba su fin esa misma noche (Dn 5). ¿Pero cuántos ha habido a lo largo de la historia, y los hay todavía en nuestro tiempo, que se creen invencibles? Durante un tiempo se levantan altivos y amenazantes, y hacen todo el mal que se les permite hacer, pero no tardan en caer cuando Dios dice: ¡Basta!
Los tres últimos versículos del salmo forman una unidad que describe una situación frecuente: el justo es acosado por sus enemigos que tratan de acabar con su vida; formulan la sentencia de muerte (2Cor 1:9). Pero sus planes malvados no prosperan porque Dios viene en su ayuda. Aquí se encuentra la historia tantas veces repetida en la vida: en medio del acoso, Dios es mi amparo; en Él me refugio y las fuerzas desencadenadas del enemigo pasan a mi lado sin tocarme (Sal 91:1,2,7,10). ¡Quién no ha hecho esa experiencia! Dios permite esas situaciones para templar nuestro carácter y probar nuestra fe.
21. “Se juntan contra la vida del justo, y condenan la sangre inocente.”
En este versículo puede verse una referencia a Cristo, que fue condenado a muerte por una coalición de fuerzas enemigas entre sí, pero que se aliaron cuando quisieron eliminar al adversario común cuya rectitud los acusaba (Mt 27:1; cf Ex 23:7; Pr 17:15). En verdad, si ha habido alguna sangre inocente, ésa ha sido la de Jesús, más pura que la de Abel, por lo cual habla más elocuentemente que la de éste (Hb 12:24).
El crimen cometido por Caín es figura y anticipo de todos los homicidios que se han cometido en la tierra y de sus motivaciones: el malvado envidia al recto, o codicia uno de los bienes de su prójimo (Véase el episodio de Acab y la viña de Nabot en 1R 21).
Pero el autor alude aquí también, sin duda, a la situación de peligro en la cual él se encontraba personalmente cuando escribió el salmo.
22. “Mas el Señor me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza.”
El salmista declara que en la grave situación de peligro que enfrentaba, Dios, que nunca falla, vino en su auxilio y lo salvó.
Sabemos que Dios permitió que su Hijo fuera sacrificado por los aliados del maligno, porque había un propósito de salvación detrás de su muerte. Pero en el caso de muchos de los justos Dios acude en su ayuda y los salva de las garras enemigas. Él quiere preservarlos para poder seguir utilizándolos para su obra.
Pero ¿puede decirse que el Padre abandonara a su Hijo? Jesús tenía que pasar por la prueba de la muerte para salvar al género humano, pero los lazos del sepulcro no lo podían retener (Hch 2:24). Su Padre le dio la victoria haciendo que resucitase y sentándole en su trono (Mt 26:64). Guardando las distancias eso es lo que Él hace con todos aquellos que Él permite que sean sacrificados. Lo permite porque, de alguna manera para nosotros impenetrable, su muerte sirve sus propósitos (Sal 116:15). Pero luego ellos serán ampliamente recompensados por su firmeza y fidelidad.
23 “Y Él hará volver sobre ellos (es decir, sobre los impíos) su iniquidad, y los destruirá en su propia maldad; los destruirá el Señor nuestro Dios.”
No sólo me guarda Dios del furor de mis adversarios, sino que todo el mal que ellos querían hacerme caerá sobre sus propias cabezas (Sal 7:16; Pr 5:22). Ésta fue, por citar un ejemplo, la historia de Mardoqueo, a quien su rival, Amán, quiso hacer colgar del patíbulo. Pero fue Amán quien subió al cadalso que su odio había levantado (Est cap. 3 al 5).
Aquí se cierra el círculo de la venganza con que empieza el salmo. Dios hace que los dardos que me apuntaban se volteen en el aire y caigan sobre el que me disparó. No quieras pues tú hacer mal a nadie, porque el mal que hagas recaerá sobre tu propia cabeza.
Vemos también aquí que lo que el salmista llama “venganza” en el lenguaje guerrero y todavía carnal del Antiguo Testamento no es otra cosa sino la justicia divina. El salmista, que vivía en un tiempo y en un mundo de encendidas pasiones -aún no transformadas por “la gracia y la verdad que vinieron por nuestro Señor Jesucristo” (Jn.1:17)- contempla y comprende los hechos de acuerdo a la mentalidad que reinaba en su época. La venida de Jesús cambió la manera de pensar y sentir de la gente y su perspectiva del mundo. Por eso es que algunos aspectos y cosas del Antiguo Testamento a veces nos chocan. Son las verdades eternas de Dios expresadas en el lenguaje y la manera de sentir de una época que aún no había sido tocada por la gracia que derramó el Cordero en su venida. En el lenguaje de nuestros días al Dios de las venganzas lo llamaríamos el Dios justiciero.
Notas: 1. Esta repetición de una frase es un caso de paralelismo sinónimo, muy frecuente en la poesía hebrea.
2. Es decir, en el lugar del silencio, esto es, en el Sheol, la tumba, donde nadie alaba a Dios. (Sal 115:117).
3. El ataque de los enemigos que estuvo a punto de hacer que cayera puede también interpretarse en el sentido de que se trataba de tentaciones del maligno que lo hacían trastabillar.
NB. El presente articulo fue publicado por primera vez en abril del 2003. Se publica nuevamente, ligeramente revisado, pero dividido en dos partes debido a su extensión. Puede leerse la versión original en la página web de “Desarrollo Cristiano”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#745 (23.09.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 21 de septiembre de 2012

EL DIOS DE LAS VENGANZAS I


Por José Belaunde M.
EL DIOS DE LAS VENGANZAS I
Un Comentario del Salmo 94:1-15
 Este es un salmo post-davídico, que data posiblemente de la época en que, durante el imperio persa, antes de Nehemías, los habitantes de Jerusalén eran oprimidos por los pueblos vecinos  (Nh 2:19; 4:1-8). Según el Talmud el salmo sería anterior y habría sido compuesto por los levitas durante la destrucción de Jerusalén por los caldeos (2R 25:1-10).
1.“Señor, Dios de las venganzas, Dios de las venganzas, muéstrate.”
¿Cómo puede el salmista dirigirse a Dios llamándole “Dios de las venganzas”? ¿Es acaso Dios vengativo? (Nota 1)
2.“ Engrandécete, oh Juez de la tierra; da el pago a los soberbios.”
Pero aquí se nos muestra el verdadero sentido de esa apelación. El Señor es el Dios de la retribución (Dt 32:35,43), el que paga a cada cual según sus obras (Rm 2:6; Sal 62:12), porque Él es justo.
Lo que el autor quiere decir es: ¡Levántate, Señor y muestra a los impíos quién eres dando a cada uno el pago que merecen sus maldades! Pero no solamente dando el pago de sus injusticias a quien lo merece, sino revindicando y haciendo justicia a quienes fueron oprimidos por la prepotencia de los fuertes. Jesús lo dijo en Lc.18:7,8 “¿Y acaso Dios no hará justicia (“...no ejecutará venganza” dice el original)  a sus escogidos, que claman a Él día y noche? ¿Se tardará en responderles? Os digo que pronto les hará justicia.” (2)
3. ¿Hasta cuándo los impíos, hasta cuándo, oh Señor, se gozarán los impíos?
Y enseguida da expresión a sus sentimientos de frustración y de ira: ¿Hasta cuándo prevalecerán los impíos? El autor juzga con ojos humanos. Ve la maldad de los hombres, que seguramente le afecta a él también y, como haríamos todos en circunstancias semejantes, exclama: ¿Hasta cuándo Señor permitirás estas cosas? Yo quisiera que actuaras ya, que intervengas y pongas las cosas en su sitio, sí, pero (implícitamente) de acuerdo a mi modo de ver, o a mi conveniencia.
Desde nuestra perspectiva humana nosotros tenemos una idea limitada de la providencia y de la justicia de Dios, que todo lo abarca, comprende y prevé. No podemos entender todos los factores que están en juego en los acontecimientos humanos, porque no los conocemos sino parcial e imperfectamente para comenzar. Por eso nos puede parecer en ocasiones que sus juicios no son perfectos, o que su justicia tarda.
4.“¿Hasta cuándo pronunciarán, hablarán cosas duras, y se vanagloriarán todos los que hacen iniquidad?”
Al salmista le indigna especialmente la soberbia con que hablan los malvados, cómo se jactan de sus atropellos (Sal 73:6-9). Lo que al justo enfurece, a ellos los llena de satisfacción; se alegran del daño que hacen (Pr 2:14).
5.“A tu pueblo, oh Señor, quebrantan, y a tu heredad afligen”.
Oprimen al pueblo escogido, lo explotan y le dan de comer pan de lágrimas (Sal 42:3).
6.“A la viuda y al extranjero matan, y a los huérfanos quitan la vida.”
Se ceban en los indefensos, en la viuda, y en los refugiados extranjeros; en los que no tienen padre. Los cobardes son así: se hacen los valientes con los débiles, y débiles con los valientes. Exhiben su poder ante los que no pueden defenderse, pero no se atreven a desafiar a los que podrían vencerlos.
7.“Y dijeron: No verá el Señor, ni entenderá el Dios de Jacob”.
Se imaginan que Dios no se entera de sus maldades. Su perverso corazón ha sofocado la fe. Ellos dicen: ¿Dónde estará Dios para que nos juzgue? Si existe un Dios en el cielo está muy lejos de nosotros para enterarse e intervenir en nuestros asuntos. Aquí tengo yo mano libre, y nadie me reprime (Sal 10:1-4).
8,9. “Entended, necios del pueblo; y vosotros, fatuos, ¿cuándo seréis sabios? El que hizo el oído, ¿no oirá? El que formó el ojo, ¿no verá?”
A sus expresiones de soberbia contesta el salmista bajo el soplo del Espíritu, reprochándole a los necios su ceguera y torpeza. ¿Cómo es posible que no os déis cuenta? Si tenéis oídos y ojos ¿no es porque alguien  os los ha dado, el que lo creó todo y da a cada hombre órganos con los que puede percibir la realidad, el mundo exterior? Y en verdad ¡qué maravilla del Creador que no nos colocó en la tierra incapaces de oir, de sentir y ver y oler todo lo que nos rodea, sino que nos hizo capaces de gozar de las bellezas de su creación, y de comunicarnos unos con otros por medio del habla o de gestos!
Pues bien, ese Ser que creó el ojo que ve, y el oído que oye, y los demás sentidos ¿no verá y oirá Él mismo? ¿O será ciego y sordo como una piedra? ¿No tendrá Él la capacidad que te dio a ti? ¿Puede alguien dar lo que no tiene?
Lo que esto quiere decir es que si hay en la creación algo que Dios ha hecho y que demuestra tener ciertas capacidades, propiedades o características, es porque esas propiedades, capacidades y características existen en Dios de modo perfecto, son parte de su naturaleza. Si Dios ha creado un órgano que ve o que oye, o miembros que cogen y manipulan, es porque la visión y la audición, y la capacidad de coger y manipular son propiedades que Él posee. Dios puede hacer perfectamente todo aquello que ha dado al hombre hacer imperfectamente.
10,11. “El que castiga a las naciones, ¿no reprenderá? ¿No sabrá el que enseña al hombre la ciencia? El Señor conoce los pensamientos de los hombres, que son vanidad.”
¡Cuán necios son los que creen que Aquel que les dio la vida y lo creó todo no puede ver y oír lo que ellos hacen, y no les pedirá cuentas como si fuera indiferente a sus actos!
Él es un Dios santo y justo y todo lo ha hecho perfecto. Sólo el hombre aquí abajo se le rebela. ¿Permitirá Él los desvaríos de nuestra conducta? ¿No corregirá al hombre que agravia a su prójimo? ¿Tolerará el abuso, la prepotencia, el despojo, el crimen? Si lo tolerara pudiendo reprimirlos, Dios se haría cómplice de los delincuentes y facinerosos, cómplice de sus delitos.
Él no sólo conoce y ve lo que los hombres hacen, sino que oye sus pensamientos como si los hombres los hablaran a su oído, o los dijeran en voz alta. Nada escapa a su escrutinio, y la vanidad, la inutilidad de nuestros pensamientos le es conocida, pues conoce su origen y sus consecuencias; sabe que somos polvo y que al polvo regresamos.
12. “Bienaventurado el hombre a quien tú, Señor, corriges, y en tu ley lo instruyes.”
No obstante que somos polvo y que en el polvo nos quedaríamos sin dejar huella en el universo si no fuera por Él; no obstante que somos menos que una nube pasajera que el sol disipa en unos instantes, y que nadie vio y de la que nadie se acuerda (¿Porque quién se acuerda de los millares de personas que vivieron, gozaron y sufrieron en nuestra ciudad, por ejemplo, hace sólo doscientos años? Pasaron y ni sus descendientes guardan recuerdo de ellos. Pero tú, oh Señor, sí los conoces). No obstante, pues, nuestra nada, tú nos corriges, esto es, muestras tu misericordia con el hombre tomándote la molestia de corregirlo y de instruirlo en tu ley que grabaste en su conciencia (Rm 2:15).
¡Bienaventurado el hombre, sí, a quien tú tratas como hijo para reprender sus maldades y llevarlo al buen camino! (Pr 3:11,12) ¡Bienaventurado, sí, cuando tú lo humillas y lo disciplinas para que comprenda sus errores y perciba su necedad! (Sal 119:71) ¡Desdichado aquel a quien tú ya no cuidas, y a quien tú abandonas a los vanos pensamientos de su mente porque se negó a escucharte! (Hb 12:8) ¡Desdichado porque seguirá caminando por senderos torcidos que cree derechos y que lo llevarán a la muerte. (Pr 14:12;16:25)
13. “Para hacerle descansar en los días de aflicción, en tanto que para el impío se cava el hoyo.”
Aquel a quien tú en tu ley instruyes enseñándole a caminar rectamente encontrará en ti un lugar de refugio en el día de la angustia y no perecerá en el hoyo como el desgraciado que rechazó tu ley, que no quiso acogerse a ella cuando amorosamente lo reprendías. Al impío sus propias acciones le cavan la tumba, mientras que al obediente tú lo proteges de las malas consecuencias de sus actos, no dejando que experimente sino una pequeña parte de ellas para que escarmiente. San Agustín recalca el hecho de que la tumba del impío está siendo cavada. No es cavada de inmediato, de un golpe. Dios no condena de inmediato al impío porque quiere dar lugar, si fuera posible, al arrepentimiento (2P 3:9). No quieras tú, pues, condenarlo más rápido que Él.
14. “Porque no abandonará el Señor a su pueblo, ni desamparará su heredad”
El salmista expresa su confianza de que el Señor no abandonará a los suyos a su suerte. Las circunstancias en que se encontraba Israel cuando se escribió el salmo podrían hacer pensar que Dios había desechado a su pueblo, y por eso muchos de ellos dudaban de Él. Pero el salmista recuerda todas las promesas de Dios del pasado, y cómo Él nunca dejó de acudir en rescate de los suyos. Por eso él se reafirma en la seguridad de que Dios volverá a manifestarles su favor y no dejará abandonados a los suyos para siempre.
Ésa es una confianza que todos podemos tener. “Dios es fiel” es un concepto que repite muchas veces la Biblia  (Is 49:7; Sal 36:5; 1Cor 1:9; 1Ts 5:24; Hb 10:23; 1Jn 1:9, etc) y lo proclama la experiencia constante del creyente.
15. “Sino que el juicio será vuelto a la justicia, y en pos de ella irán todos los rectos de corazón.”
La primera parte del versículo es de lectura difícil. Maredsous traduce: “El juicio volverá a ser conforme a la justicia”. Desarrollemos su sentido: las sentencias de los tribunales humanos, que ahora nos son contrarias porque son injustas, volverán a ser dictadas por la justicia divina, dejarán resplandecer la justicia de Dios y todos los hombres rectos la seguirán.
Ahora la justicia de Dios está como semi oculta a los ojos humanos, oscurecida por la represión y el abuso visibles, y por el aparente triunfo de los impíos (Sal 73:4-9). Eso desconcierta a muchos. Pero volverá a brillar en todo su esplendor. Entonces, todos los hombres rectos la verán claramente e irán en pos de ella.
Cuando llegue, ésa será también la hora de la venganza, la hora en que sobre la cabeza del impío recaiga todo lo que hizo padecer al justo. Este es el sentido obvio del texto si se piensa que los v. 14 y 15 forman una unidad: “Porque no abandonará el Señor a su pueblo… sino que el juicio será vuelto…” La segunda frase cumple lo que promete la primera. Juntas forman un todo que nos habla de cómo actúa Dios. (3)
La pregunta inevitable entonces es: ¿Por qué permite Dios la opresión de los justos? Porque a través de las pruebas y del sufrimiento maduran los justos a mayor justicia, su fe y su amor crecen y son preparados para mayores obras. Ese es el mensaje de 2 Cor.11:16–12:13, que recomiendo leer.
Notas: 1. La palabra hebrea nekama quiere decir, venganza, revancha, castigo (ekdikesis en griego, Lc 18:7). La Vulgata y la King James traducen el comienzo de este verso así: “El Señor Dios a quien la venganza pertenece…” Bellarmino comenta que siendo Dios justo, no dejará que el malvado deje de recibir el castigo que merece. Yo agregaría que es un sentimiento recto indignarse por las injusticias que se cometen en el mundo, y desear que la justicia prevalezca dando a cada hombre el pago que merecen sus actos.
2. El salmo 149 habla de “ejecutar venganza entre las naciones” (v.7). Ése es el contexto en que en Apocalipsis se dice que Dios vengará a sus escogidos, -como en Ap 19:2, o en Ap 6:10: “¿Hasta cuándo Señor... no juzgas y vengas nuestra sangre?- La venganza (retribución) está unida al juicio. Dios se venga de los que abusan del débil; esto es, los castiga (Jr 5:29).
Por eso Pablo nos exhorta a no vengarnos nosotros mismos, citando una frase de Deuteronomio: “Mía es la venganza...dice el Señor” (Rm 12:19; Dt 32:35). Deja que sea Dios quien te vengue. Tú sé manso. “No digas yo me vengaré...” (Pr 20:22), porque no corresponde al hombre dar el pago (Pr 24:29).
3. Hay una frase en Apocalipsis que transmite el mismo mensaje: “Dadle a ella como os ha dado, y pagadle doble según sus obras; en el cáliz en que ella preparó bebida, preparadle a ella el doble.” (Ap 18:6; Sal 137:8; Jr 50:29)
NB. El presente artículo fue publicado hace nueve años. Se publica nuevamente casi sin cambios, pero dividido en dos partes debido a su extensión.

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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#744 (16.09.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 11 de septiembre de 2012

DESPEDIDA DE PABLO EN MILETO II



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LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
DESPEDIDA DE PABLO EN MILETO II
Un Comentario al libro de Hechos 20:25-31
25.  “Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro.”
En esta tercera sección Pablo empieza su despedida propiamente dicha, y lo primero que les dice a los ancianos efesios debe haberles llegado al corazón: “Yo sé que no volveréis a ver mi rostro.” Esta es la última vez que nos vemos. Pablo puede afirmar solemnemente que lo sabe con seguridad porque le había sido revelado por el Espíritu. (Nota 1).
Para quienes habían compartido con Pablo tantas experiencias en la fe, para quienes habían sido evangelizados y luego instruidos, discipulados por él, este anuncio tiene que haberles entristecido enormemente. Ellos lo amaban como a un padre, como verdaderamente lo era para ellos en un sentido espiritual. Saber que no lo verían más, que no gozarían más de su compañía ni escucharían más su voz amada, debe haberles dolido enormemente, porque todos deseamos ver y hablar con las personas que amamos entrañablemente.
Pablo les recuerda que lo que él había hecho entre ellos durante tres años había sido predicarles el reino de Dios. Él lo había hecho no sólo de palabra, sino también con su conducta que seguía el ejemplo de Jesús. El reino de Dios, la fe en Cristo, era el mensaje casi diríamos obsesivo de Pablo, porque era la tarea que Dios le había encomendado: ganar almas para su Hijo.
26,27.  “Por tanto, yo os protesto en el día de hoy (2), que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios.”
La expresión que usa Pablo “estoy limpio de la sangre” se remonta a un pasaje del libro de Ezequiel en que Dios le dice al profeta que lo ha puesto por atalaya a la casa de Israel, y le dice: “Cuando yo dijere al impío: De cierto morirás; y tú no le amonestares ni le hablares, para que el impío sea apercibido de su mal camino a fin de que viva, el impío morirá por su maldad, pero su sangre demandaré de tu mano. Pero si tú amonestares al impío, y él no se convirtiere de su impiedad y de su mal camino, él morirá por su maldad, pero tú habrás librado tu alma.” (Ez 3: 18,19; cf 33:1-9).
Pablo puede decir a los ancianos: Yo estoy limpio de la sangre de ustedes porque yo os he predicado “todo el consejo de Dios”. En otras palabras: “Yo os he enseñado todo lo que necesitáis conocer para salvaros; os he advertido del peligro que corren los obstinados que no se arrepienten y convierten; os he anunciado a Cristo muerto y resucitado, le único en quien nosotros tenemos salvación.” (3)
En teoría la frase “todo el consejo de Dios” abarcaría todo eso y sin duda mucho más, al punto de estar más allá de la comprensión humana, porque “¿Quién entendió la mente de Dios?” (Rm 11:34; cf 1Cor 2:16). Pero puesto que él ha cumplido fielmente el encargo que Dios le ha dado, Pablo puede decirles categóricamente: Si alguno de ustedes se pierde no es por negligencia o descuido mío, sino por su propia culpa.
¿Cuántos de nosotros podemos sostener algo semejante respecto de las personas que Dios nos ha puesto para que les hablemos? ¿Qué hemos advertido a los que están en torno nuestro del peligro en que se encuentra su alma de perderse si no se arrepienten y se vuelven a Dios?
¡Ah, qué difícil es hablar de Dios y de la salvación a nuestros parientes, colegas y amigos cercanos! Si lo hacemos se apartan de nosotros y no quieren vernos. Somos unos pesados para ellos, unos fanáticos. En verdad es difícil encontrar un equilibrio entre la prudencia y la responsabilidad de proclamar la verdad. Pero si no siempre sea oportuno hablar –aunque Pablo le advierte a Timoteo “predica a tiempo y destiempo” (2Tm 4:2)- por lo menos nuestra conducta debe dar siempre testimonio de la verdad, y nunca debemos rehuír presentarnos ante el mundo como cristianos, aunque se rían de nosotros. El ejemplo de conducta recta que demos puede ir más lejos de lo que imaginamos. Sobre todo si está acompañado de la oración por los perdidos.
28. “Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre.”
“Por tanto” quiere decir aquí: Si yo he cumplido con la responsabilidad que me ha sido asignada, ahora os toca a vosotros asumir plenamente la vuestra. En primer lugar, la de cuidaros a vosotros mismos, como él en otro lugar ha advertido: “El que cree estar firme, mire que no caiga”, (1Cor 10:12) porque el que no sabe cuidar de sí mismo, mal puede cuidar de otros. Y en segundo lugar, cuidando de esta responsabilidad que no yo sino el Espíritu Santo ha puesto sobre vuestros hombros, esto es, el pueblo que Dios tiene en esta ciudad. (4)
Esa congregación le pertenece a Dios porque Jesús la adquirió al precio de su sangre; no os pertenece a vosotros, porque vosotros no la habéis conquistado (5). Implícitamente les está diciendo que algún día deberán dar cuenta de cómo la han cuidado. ¡Qué enorme responsabilidad la que asumen en verdad los pastores! Muchos creyentes aspiran al “cargo” de pastor como si fuera una “posición” semejante a la que está abierta a las ambiciones de la gente del mundo, pero no son concientes de que ésa es ante todo una responsabilidad espiritual tremenda, a la que está unida una amenaza de juicio futuro si no se desempeña con la fidelidad que Dios requiere, como dice Hebreos: “porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta.” (Hb 13:17)
Ese es el pensamiento que Pablo quiere enfatizar a los que lo rodeaban con cariño para despedirlo. Él está siempre conciente de la tarea que Dios le ha confiado, como le dice a su discípulo Timoteo en el pasaje citado: Predica, reprende, anima, conforta en todo momento. Y tal como a él, lo dice a
todos los que están al frente de congregaciones. ¡Oh, si todos los pastores y sus colaboradores estuvieran imbuidos de ese mismo espíritu!
Es interesante que en este momento él no use la palabra más general de “ancianos” sino la más específica de “supervisores” que es lo que “epískopo” -de donde viene la palabra “obispo” (6)- quiere decir: el que mira sobre algo.
Al referirse al pueblo que Dios le ha encomendado Pablo emplea la palabra “rebaño” (que está compuesto de ovejas), y, junto con ella, el verbo “apacentar” (es decir, dar de comer, cuidar) para referirse a la misión específica que respecto de ellos tienen. Esos términos están tomados de la terminología pastoril que se empleaba tradicionalmente en las Escrituras de Israel, que había sido en sus orígenes un pueblo de pastores, y lo seguía siendo todavía en parte en ese tiempo, aunque ya se hubiera en cierta medida urbanizado. Son muchos los ejemplos en las Escrituras hebreas (y en el Nuevo Testamento) en que se emplea imágenes pastoriles para referirse al pueblo de Dios. Para mencionar sólo el más conocido, citemos el famoso salmo 23 que empieza con las  palabras: “Jehová es mi pastor.” (7)
En conjunción con el término “obispo” él emplea el término “iglesia” en el sentido de una congregación organizada, ya no de un mero rebaño. (Véase al respecto Nota 2 en “El Alboroto en Éfeso II”).
29. “Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño.”
En este versículo y en el siguiente Pablo anuncia proféticamente dos clases de dificultades que tendrá que afrontar la naciente iglesia. La primera es una agresión que vendrá de afuera, de gente que él, a imitación de Jesús (Mt 7:15), califica de “lobos rapaces”. Sabemos con qué ferocidad destruyen y devoran los lobos a sus víctimas para saciar su hambre. ¿Es esta frase un anuncio de las próximas persecuciones que sufrirán los cristianos? Pareciera serlo, sólo que Pablo ha dicho “después de mi partida”, es decir, de su muerte (8), y la persecución neroniana empezó antes de que él muriera. De hecho, él mismo –si hemos de creer a las tradiciones que sobre su muerte subsistieron- fue una de sus primeras víctimas. Como esa feroz persecución prosiguió después de muerto él, bien podrían sus palabras referirse a ella.
Pero podemos dar a sus palabras un sentido más amplio, porque de hecho, a lo largo de la historia, y en muchos lugares y latitudes, los cristianos han sido perseguidos, y aún lo están siendo, por hombres llenos de odio contra Dios y contra sus hijos. Eso no debe sorprendernos, porque Satanás aborrece la verdad y donde quiere que puede la ataca a través de seres humanos que él azuza (9).
30. “Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos.”
La segunda dificultad surgirá dentro del seno de la misma iglesia: La aparición de las herejías. Personas que pregonarán ideas falsas, que pretenderán estar imbuidas de una sabiduría superior que les permite interpretar más auténticamente los oráculos divinos, y que se inventarán cristos diferentes, hechos a su medida. ¿Cuál de ambos peligros es mayor? Sin duda alguna el segundo. (10)
En efecto, las herejías que no tardaron en aparecer constituyeron un peligro más grave para la vida de la iglesia que las persecuciones, pues amenazaban corromper, o diluir su mensaje, quitándole su fuerza salvadora, mientras que las persecuciones, contrariamente, por crueles que fueran, siempre han fortalecido a la iglesia, como la expresa la famosa frase de Tertuliano (siglo II): “La sangre de los mártires es la semilla de la iglesia”.
Los cuatro primeros siglos de la iglesia fueron de lucha y debate teológico para definir su doctrina con precisión. En ese proceso las herejías jugaron paradójicamente un papel providencial, pues ellas obligaron a la iglesia a hacer un esfuerzo de reflexión para formular con exactitud el contenido de la fe, e identificar los puntos en que las precisiones eran necesarias. Fruto de ese esfuerzo fueron los diferentes credos elaborados y promulgados en los sucesivos concilios del siglo IV: En particular, el Credo de Nicea, el año 325, y el Credo Nicenonapolitano, el año 381.
El aspecto clave de las definiciones doctrinales, así como el blanco principal al que apuntaban las herejías, era la persona de Cristo: ¿Quién fue Jesús? ¿Cuál era su relación con el Padre? ¿Y cuál con el Espíritu Santo? ¿Fue Él un mero hombre, aunque superiormente dotado, o fue Él verdaderamente Dios? Y si lo fue, ¿cómo se conjugan ambas naturalezas, la humana y la divina, en su persona? He aquí interrogantes cruciales que debían ser claramente contestados.
Los mayores ataques instigados por los seguidores de Satanás estaban dirigidos contra la divinidad de Jesús. Hubo una herejía que casi llegó a ahogar la verdad, la herejía promovida por el presbítero Arrio de Alejandría, y que negaba la deidad de Cristo. A ella adhirieron durante cierto tiempo –seducidos por la engañosa elocuencia de ese vanidoso predicador- gran número de los obispados de Oriente, y la mayoría de los reinos bárbaros de la naciente Europa.
Sin embargo, gracias a los esfuerzos de un hombre, pequeño de talla pero de carácter indomable, el obispo Atanasio (296-373), perseguido y expulsado varias veces de su sede, Alejandría, la verdad triunfó oficialmente en Nicea, y se fue extinguiendo poco a poco en las regiones donde se resistía a morir. No obstante, la pureza de la doctrina cristiana siguió siendo asaltada, pues otras herejías surgieron en las décadas posteriores que intentaron corromper la concepción que la iglesia tenía de su Salvador como Dios y hombre verdadero.
31. “Por tanto, velad, acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.”
“Por tanto” (11) debéis estar alertas, atentos a los brotes de ambos peligros para que podáis fortaleceros en la fe, en el primer caso, y combatirlos y sofocarlos, en el segundo, apenas empiecen a manifestarse, no dejando que se fortalezcan y sean más difíciles de combatir. Su preocupación no es vana pues se recordará que en la tercera carta dirigida a las iglesias en Apocalipsis, Jesús reprocha a las iglesias de Éfeso y Pérgamo que hayan dejado su primer amor, y tengan en su seno a los que siguen la doctrina de los nicolaítas (Ap 2:6,15) (12).
Pablo les recuerda cómo durante tres años él permaneció con ellos en Éfeso predicándoles en grupos, o exhortándolos personalmente con el corazón conmovido, que permanezcan fieles a la verdad que han recibido y que perseveren en la unidad que es necesaria para que se manifiesten entre ellos los frutos del espíritu. La emoción de Pablo viene de la intensa carga que él siente por cada uno de sus discípulos y por cada una de las personas que a través de su ministerio han llegado a conocer al Señor.
Él no es como el agricultor que siembra la semilla en el campo y después se despreocupa de ella, sino es como uno que está atento al desarrollo de la siembra apenas surge el primer brote, que cultiva y abona el suelo, arranca las malas hierbas y combate las plagas, etc., para que la cosecha sea exitosa. El cuidado que él ha demostrado tener por la salud de la grey en su ciudad debe servirles a ellos de ejemplo a imitar.
Notas: 1. Sin embargo hay quienes interpretan dos alusiones a Éfeso contenidas en una epístola posterior (1 Tm 1:3 y 4:13), como una indicación de que él retornó a esa ciudad más adelante. Es poco probable aunque no imposible que lo hiciera dado que la cronología y las etapas finales de la vida de Pablo no están claramente establecidas.
2. O “yo tomo este día como testigo ante vosotros.”
3. El falso maestro es culpable de la sangre de los que reciben su enseñanza y que por ese motivo se condenan. Pero también lo es el que por comodidad o por no ofender, omite decir la verdad que podría salvar a los que están a su cargo, y que por ese motivo pudieran perderse. Pero el que no hace caso de la reprensión justa recibida es un asesino de sí mismo.
4. ¿De qué manera el Espíritu Santo los había nombrado para esa responsabilidad? No parece haber sido por medio de alguna profecía –aunque no haya que descartarlo del todo. Más bien puede haber sido a través de los dones y cualidades personales que en ellos se manifestaban, y que Pablo, o la congregación misma, reconocieron.
5. Mathew Poole anota al respecto: Si Cristo no hubiera sido hombre, no hubiera tenido sangre que derramar; pero si no hubiera sido Dios, la sangre que derramase no hubiera podido pagar el precio de nuestra redención.
6. De “epi”=sobre, y “skopeo”=mirar, vigilar. Se notará que las mismas personas que en el vers. 17 son llamadas “ancianos” ahora son llamados “obispos” (supervisores). La división especializada de las diversas funciones en la iglesia aún no había sido determinada, de manera que los términos “anciano”, “pastor” y “obispo” son usados indistintamente, pudiendo haber varios de cada uno de ellos en una misma congregación.
7. Los ejemplos, sobre todo pero no únicamente en los salmos y en los profetas, son numerosísimos. Citemos algunos: “Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado.” (Sal 100:3b; cf Sal 79:13). “El que esparció a Israel lo reunirá y lo guardará, como el pastor a su rebaño.” (Jr 31:10b; cf 13:17; 23:1; Is 40:11). Respecto del verbo “apacentar”, además del último ejemplo de Isaías véase Jr 23:4 y Jn 21:17.
8. En estas palabras podría verse el eco de una advertencia semejante que hace Moisés a los hebreos en Dt 31:29.
9. Los cristianos son particularmente perseguidos en países del Oriente mayoritariamente musulmanes, como Pakistán e Irán, y ahora recientemente Egipto; o en los países cristianos en los que el Islam tiene una presencia significativa, como en Nigeria, donde el movimiento “Boko Haram” se ha propuesto aniquilar a todos los cristianos con los que comparten territorio. Pero los cristianos son también perseguidos en algunos estados de la India (donde predomina el hinduismo) y en Nepal, de mayoría budista, y en muchos países más de manera abierta, como en Corea del Norte, o encubierta, como en la China.
10. De que lo previsto por Pablo se cumplió en Éfeso hay indicios en las advertencias que él hace a su discípulo que se había quedado en esa ciudad (1Tm 1:19,20; 2Tm 2:16-18), las cuales coinciden con lo que Espíritu dice claramente (1Tm 4:1-5; 2Tm 3:1ss).
11. Aquí “por tanto” (“dió” una preposición distinta a “nun” en el v. 28) se refiere a lo que él anunció en los dos versículos anteriores sobre las persecuciones y las herejías.
12. El obispo Irineo de Lyons (siglo II), uno de los primeros padres de la iglesia, en su tratado “Contra los Herejes”, menciona una herejía que llevaba ese nombre, pero no se sabe a ciencia cierta qué es lo que propugnaba.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#742 (02.09.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 6 de septiembre de 2012

DESPEDIDA DE PABLO EN MILETO I


Por José Belaunde M.
DESPEDIDA DE PABLO EN MILETO I
Un Comentario al libro de Hechos 20:13-24
13-15. “Nosotros, adelantándonos a embarcarnos, navegamos a Asón para recoger ahí a Pablo, ya que así lo había él determinado, queriendo él ir por tierra. Cuando se reunió con nosotros en Asón, tomándolo abordo, vinimos a Mitilene. Navegando de allí, al día siguiente llegamos delante de Quío, y al otro día tomamos puerto en Samos; y habiendo hecho escala en Trogilio, al día siguiente llegamos a Mileto.
Al día siguiente del incidente del joven Eutico que cayó de la ventana, Pablo se separó de sus acompañantes, porque quería ir por tierra a pie a Asón, mientras que ellos tomaban un barco. No sabemos por qué motivo quiso Pablo hacer esta parte del viaje solo. Quizá quería estar un tiempo a solas para meditar sobre el extraordinario acontecimiento del día anterior y dar gracias a Dios por él.
Como la distancia que separaba ambas localidades era de veinte kilómetros, podemos pensar que se reunió al día siguiente con sus compañeros y subió al barco en que ellos viajaban.
La siguiente escala era Mitilene, en la famosa isla de Lesbos, famosa, entre otros motivos, porque en ella vivió, entre los siglos VII y VI AC, la poetisa Safo, de cuya intensa poesía amorosa se han conservado algunos fragmentos.
La nave pasó a lo largo de la isla de Quío e hizo escala en Samos. Estas dos islas, pequeñas de tamaño, jugaron un papel importante en la historia helénica. La nave bordeó el promontorio de Trogilio –donde, según algunos textos, permanecieron un día- y llegaron finalmente al puerto de Mileto, en la desembocadura del río Menandro.
Esta ciudad iónica, de agitada historia, fue conocida como un centro de la filosofía griega. Uno de los filósofos que dieron lustre a la ciudad fue el geómetra Tales, a quien se atribuyen cinco importantes teoremas de la geometría griega, cuya demostración todos los escolares de mi tiempo estudiaban.
16,17. “Porque Pablo se había propuesto pasar de largo a Éfeso, para no detenerse en Asia, pues se apresuraba para estar el día de Pentecostés, si le fuese posible, en Jerusalén. Enviando, pues, desde Mileto a Éfeso, hizo llamar a los ancianos de la iglesia.”
Por qué motivo tenía Pablo tanto interés en llegar a Jerusalén antes de Pentecostés, no sabemos. Quizá era para él importante tomar parte de las festividades de esa fiesta.
Llegado a la ciudad que hacía las veces de puerto de Éfeso, Pablo mandó llamar a los ancianos de esta última, situada 48 kilómetros al Norte. A continuación el libro pasa a narrarnos una de las escenas más conmovedoras de todas sus páginas. Vamos a dividir el emocionado discurso de despedida de Pablo en cinco secciones: 1) de los vers. 18 al 21; 2) del v. 22 al 24; 3) del v. 25 al 31; 4) del v. 32 al 35; y 5) del v. 36 al 38. (Nota 1)
18-21. “Cuando vinieron a él, les dijo: Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas, testificando a judíos (2) y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo.”
La primera parte del discurso sirve de introducción al mismo y es un recuento o reivindicación de su actividad y predicación entre ellos.
Los ancianos han sido testigos de cómo se comportó él desde el primer día de su arribo a la provincia de Asia (Hch 18:19). Tres cosas, dice Pablo, caracterizaron su servicio al Señor en su ciudad. En primer lugar su comportamiento humilde. Debe haber mucho de verdad en eso porque en uno de sus escritos (2 Cor 10:10) él hace alusión al hecho de que los corintios decían que sus cartas eran fuertes pero su presencia no inspiraba miedo.
En segundo lugar, él les recuerda que al dirigirse a ellos, en efecto, él les exhortaba con “muchas lágrimas”, no con voz estentórea y autoritativa, sino que con voz emocionada les rogaba que creyeran en el Señor Jesús y en su mensaje.
En tercer lugar, él hace mención de las pruebas que tuvo que afrontar en su ciudad por “las acechanzas de los judíos”, que se oponían a su prédica.
Nosotros desconocemos cuáles puedan haber sido esas pruebas porque, aparte del hecho de que él tuviera que retirarse de la sinagoga de la ciudad debido a los que rechazaban su mensaje, y refugiarse en la escuela de Tiranno (Hch 19:8,9), el texto no menciona ningún complot de los judíos de la ciudad en su contra (3). Si nos atenemos al libro de los Hechos la mayor prueba por la que él pasó estando allí fue el alboroto provocado por los plateros descontentos por la disminución de sus negocios, que su líder Demetrio atribuyó a la prédica de Pablo contra los ídolos (Hch 19:23-26. Véanse los artículos “El Alboroto en Éfeso I y II” Nos. 731 y 732). Pero es posible, como ya se ha indicado, que el libro de Lucas, omita algunos conflictos y amenazas mayores que Pablo habría experimentado en la capital de la provincia de Asia. Los omitiría posiblemente porque hubiera sido inoportuno mencionarlos si el libro tenía el carácter de un alegato en el juicio que Pablo debía enfrentar, según se verá más adelante (Hch 25:1-12) ante el tribunal del César, como ya se ha señalado (Véase el artículo “Viaje de Pablo a Macedonia y Grecia” #739).
Es muy posible que el hecho de haberse enfrentado constantemente a lo largo de sus viajes misioneros con la oposición obstinada de sus connacionales, fuera el motivo que lo impulsó a escribir los capítulos 9 al 11 de la epístola a los Romanos, redactada poco antes de su paso por Mileto.
Él asegura a los ancianos de Éfeso que nada había omitido de enseñarles (aunque pudiera serles poco grato de escuchar) que no les fuera útil para su crecimiento espiritual, y que eso él lo había hecho tanto en las calles, públicamente, como privadamente en las casas de algunos de ellos, en las que tenía costumbre de reunirse.
Los temas centrales de su predicación fueron aquellos que deben ser los primeros de toda predicación del Evangelio, como lo fueron también del inicio de la predicación de Juan Bautista (Mt 3:2; Mr 1:4) y de Jesús (Mr 1:15) esto es, el arrepentimiento y la fe (Lc 24:47; Hch 26:20).
Pablo dice “el arrepentimiento para con Dios” porque es hacia Él hacia quien debemos voltearnos cuando reconocemos nuestra condición de pecadores; Él es quien debe recibir nuestras súplicas de perdón porque es el único que puede otorgarlo, siendo nosotros responsables ante Él de nuestros actos. Luego dice “la fe en nuestro Señor Jesucristo”, porque una vez vueltos hacia Dios, es en su Hijo en quien debemos creer, esto es, en la obra de expiación que Él realizó por nosotros en el Calvario, pagando por nuestros pecados.
Arrepentimiento y fe son los pilares de la vida cristiana, sin los cuales nada puede ser edificado. Porque ¿de qué le serviría a alguno pretender llevar una vida cristiana si sigue cometiendo los mismos pecados? El signo más patente de que alguien se ha convertido es su cambio de vida. Aquel cuya vida no ha cambiado, que sigue pecando igual que antes, por mucho que asista al templo y haga profesión de tener fe en Jesús, no es cristiano, porque la fe se manifiesta en obras, esto es, en nuestra manera de vivir. Cuánto de Cristo haya en nosotros se hará visible en cuánto de su ejemplo y de su manera de hablar y comportarse se manifieste en nosotros. Como escribió Juan: “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2:6), es decir, debe convertirse en un imitador de Cristo. Para ello necesita conocer y estudiar sus palabras y su vida. Porque ¿cómo podría imitar a Jesús si desconoce cómo Él actuaba y hablaba? No tendría ningún modelo por delante que seguir; no tendría ningún Maestro que le enseñe.En la segunda sección de su discurso Pablo habla de su condición espiritual al emprender este viaje.
22. “Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de acontecer”
Aquí podemos ver la profundidad de su entrega a Dios, pues él va a donde no le conviene ir, va a entregarse a pesar suyo en manos de sus enemigos (4). Pero él va “ligado (o encadenado) en espíritu”, como si dijéramos, espiritualmente prisionero de una obligación superior que le es impuesta, y que no puede eludir…
23. “salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones.”
Esto es, no obstante la firmeza de su decisión, él está siendo advertido en todas las ciudades por donde pasa, y por boca de los profetas que hay en las congregaciones locales que lo acogen, que en Jerusalén le esperan grandes pruebas, incluyendo la de ser apresado (5). Es decir, antes de que sus enemigos lo tomen prisionero, él ya lo estaba en espíritu.
¿Qué cadenas son más fuertes, las espirituales o las materiales? Para los que viven no en función de las cosas de la tierra, sino en función de las de arriba (Col 3:1-3), las primeras pueden ser más imperiosas, y son cadenas que producen gozo. Pero no sólo para ellos, también para los que viven encadenados al pecado, o a algún vicio, las ligaduras espirituales que los atan pueden ser muchas más poderosas que las materiales, pero son amargas.
24. “Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.”
Pablo afirma que él no hace caso de ninguna de esas advertencias bien intencionadas. Tal como Jesús cuando afirmó su rostro para ir a Jerusalén sabiendo que iba para morir en cumplimiento de la misión que le trajo a la tierra (Lc 9:51), Pablo es conciente de que él va a Jerusalén cumpliendo el destino que Dios le ha fijado y que él conocía hace tiempo: ser derramado como libación al servicio de la fe que le ha sido encomendada. (Flp 2:17).
Él no rehúye ese destino sino, al contrario, lo asume con gozo, pues ése es el propósito de su vida (1Ts 3:3). Él lo ha dicho anteriormente: “pues si vivimos, para Dios vivimos; y si morimos, para el Señor morimos, porque sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos.” (Rm 14:8).
Esta es una declaración de fe respecto del propósito de la vida de todo cristiano, y que cada uno de nosotros debe hacer suya. Porque ¿para qué cosa, es decir, con qué fin, o para quién vivimos? ¿Para cumplir nuestras propias metas, o para cumplir las de Dios? ¿Para satisfacer nuestras ambiciones personales, o para agradar a Dios? Es cierto que a veces –y es lo deseable- asumimos los objetivos y propósitos de Dios con el entusiasmo de quienes persiguen sus propios objetivos personales porque son coincidentes. Pero nadie puede afirmar que actúa en espíritu de esa manera si no está dispuesto a renunciar a sus designios egoístas y, como aconsejó Jesús al joven rico, está también dispuesto a vender todo lo que tiene y dárselo a los pobres como condición para ser su discípulo (Lc 18:22). Es decir, si no está dispuesto a desprenderse realmente de todo para seguir a Cristo.
Esta disposición interior es la que da la medida de nuestra entrega al Señor. La mayoría en verdad, si hemos de ser sinceros, vivimos tratando de llegar a un compromiso entre nuestras metas personales y las que Dios nos propone. Oscilamos entre desprendimiento y egoísmo, consolándonos con la idea de que no a todos exige Dios un sacrificio supremo.
Pero como bien sabía Pablo, y ése era el motivo de su gozo, la gloria de nuestra recompensa depende del costo que asumamos al servir a Dios. Cuanto más doy ahora de mí mismo a Dios, más recibiré algún día en pago. Jesús lo expresó en otros términos en una frase que también puede aplicarse a esta situación cuando dijo: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará.” (Jn 12:25) (6)
Notas: 1. Este discurso es muy distinto de los discursos pronunciados por Pablo en Pisidia, Listra y Atenas, que estaban dirigidos a auditorios judíos o paganos (Hch 13:16ss; 14:15ss; y 17:22ss, respectivamente) mientras que el de Mileto es el único que está dirigido a un auditorio cristiano.
2. Pablo, llamado “el apóstol a los gentiles” reitera aquí, sin embargo, que su tarea evangelizadora está dirigida en primer lugar a los de su nación (Véase Hch 18:4,5; 19:10), por amor de los cuales él dice en otro lugar, que está dispuesto a ser anatema, es decir, a ser separado de Cristo, si fuera posible (Rm 9:3).
3. Poco antes de este episodio sí había habido un complot de los judíos de Asia en su contra cuando, estando en Corinto, él se preparaba para embarcarse para Siria (Hch 20:3. Véase “Viaje de Pablo a Macedonia y Grecia” #739). No es improbable que ellos le reprocharan haber excitado a los habitantes de Éfeso en su contra al predicar contra la idolatría. Los judíos preferían mantener un perfil bajo. Es posible, sin embargo, que su encono procediera simplemente del hecho de que él hubiera renunciado a la religión de sus mayores abrazando el cristianismo que él antes perseguía.
4. Ya en Rm 15:30,31 él había pedido a los destinatarios de esa epístola que oren “para que sea librado de los rebeldes que están en Judea”.
5. Véase, por ejemplo, Hch 21:4,10,11, a su paso por Tiro y Cesarea.
6. En los siguientes pasajes de sus epístolas Pablo expresa el carácter absoluto de su entrega a Cristo: 2Cor 4:7-12; 6:4-10; 12:9,10; Flp 1:20; 2:17; 3:8-11; Col 1:24.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#741 (26.08.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).