miércoles, 31 de enero de 2018

¿CUÁL ES TU PRECIO?

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿CUÁL ES TU PRECIO?
El presente artículo fue escrito en enero del año 2000. Fue publicado el año 2005 y nuevamente el 2010. En vista del lamentable escándalo de corrupción sistematizada que se ha destapado en los últimos meses, considero que es oportuno volverlo a publicar. Sin embargo, es importante destacar el hecho de que gran parte de la corrupción reciente denunciada fue perpetrada por una gran empresa constructora extranjera que había extendido sus tentáculos a varias esferas de la administración pública y de la actividad privada del Perú y de otros países latinoamericanos. Lo inusual de este fenómeno de corrupción sistémica es que se trataba de una política promovida por el entonces presidente del Brasil, que pretendía de esa manera ganar influencia sobre la política de nuestros países, comprometiendo en sus turbios manejos a varios de sus principales funcionarios públicos, y líderes políticos y empresariales.



Hoy día en el mundo se suele decir que todo tiene su precio, todo se vende y se compra. La conciencia de la gente tiene también su precio. Si un hombre de empresa necesita que una persona en un alto cargo tome determinada decisión que le favorezca o le facilite hacer algún negocio, va donde él, o le envía a un amigo de su parte, a indagar cuánto es lo que exige como compensación para decidir a favor suyo. Si acaso su amigo vuelve diciéndole que el funcionario no acepta plegarse a sus deseos, el empresario piensa: “Caramba, este tipo se cotiza muy alto ¿Cuánto será lo que quiere?” Y manda a su amigo de vuelta para que negocie el monto.
Y tú ¿has pensado cuál es tu precio? ¿Hasta que suma de dinero eres incorruptible, insobornable? ¿10,000 dólares? No, eso es muy poco para mí. ¿Pero si le agregan un cerito a la derecha y te susurran al oído: cien mil, estarías dispuesto a ceder? ¿Te pones firme y dices: Yo no puedo aceptar este tipo de ofertas? ¿O tratas de justificar tu venalidad diciéndote que hay ofertas que no se pueden rehusar?
Si te proponen un negocio incorrecto ¿hasta qué ganancia estás dispuesto a renunciar para mantener tu integridad?
La gente está acostumbrada a deslizar un sobre, o un billete a la persona que tiene que tramitar un expediente, para que no ponga trabas y lo haga rápido, aunque es su obligación hacerlo por el sueldo que recibe. Estas cosas son tan comunes que ya ni nos llaman la atención ni nos hacen sonrojar sino nos acomodamos a la costumbre.
Hay quienes no se venden por dinero (¡son incorruptibles!) pero sí por una “pequeña” ventaja temporal, como podría ser un viaje, o un puesto, o un honor, o una posición de cierta importancia, y no obstante, se consideran honestos. Nunca se rebajaron a recibir una coima en dinero, pero sí torcieron la verdad, o la justicia, a cambio de un beneficio de otro orden.
El personaje de Daniel en la Biblia es sumamente interesante en este respecto, y las peripecias de su vida son muy instructivas para nosotros, porque él fue un hombre público, que desempeñó altos cargos desde joven y sirvió a sucesivos gobiernos durante su larga carrera.
Él era un muchacho israelita que había sido llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén, hacia fines del siglo VI antes de Cristo. El propósito del tirano era doble: de un lado privar a la nación conquistada de lo mejor de su gente, de su élite; y, de otro, aprovechar para su propia nación lo más capaz del país vencido.
El joven Daniel fue llevado a Babilonia junto con otros jóvenes que, como él, formaban parte de la aristocracia judía, y habían recibido desde niños una educación esmerada. Ahora se trataba de que aprendieran el idioma de los caldeos y se familiarizaran con las costumbres babilónicas. Si él y sus amigos demostraban ser alumnos aprovechados les esperaba una brillante carrera en su nueva patria.
El rey encargó a un hombre de su confianza el cuidado de los jóvenes israelitas, su manutención y su educación. Pero, Daniel como buen israelita, debía obedecer a las prescripciones de la ley de Moisés acerca de los alimentos, y había ciertos manjares y ciertas bebidas que le estaban prohibidas.
Dice la Escritura: "Daniel se propuso no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió por tanto a su tutor que no se le obligase a contaminarse." (Dn 1:8). Y el funcionario, aunque con algunas dudas, accedió a su petición.
Daniel y sus compañeros rehusaron gustar de la comida del rey, a pesar de que eso significaba correr el riesgo de disgustar a su tutor y, peor aún, de suscitar la cólera del soberano. En esa época los reyes no se andaban con contemplaciones. Si alguien se oponía a sus deseos, simplemente lo mandaban matar.
Pero Daniel no condescendió con las satisfacciones y halagos que le ofrecía el mundo: una mesa bien servida, vino abundante, diversiones y encima, una brillante carrera y formar parte del grupo privilegiado.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones parecidas?  Se nos ofrecen tales o cuales ventajas, con tal de que cedamos en nuestros principios. ¿Mantenemos entonces nuestra integridad o nos acomodamos? ¿Estamos dispuestos, por razones de conciencia, a renunciar a las ventajas que nos ofrecen, o peor, a ser marginados por no colaborar?
Si eres profesional ¿te negarías a hacer lo que tu conciencia te prohíbe, pese a las amenazas de represalias?
Si eres juez ¿cambiarías la sentencia a favor del culpable porque alguien bien situado te lo ordena? (Nota) ¿Estás dispuesto a arriesgar que te cambien de colocación, o que te acusen falsamente de prevaricato, por no ceder a las presiones?
Si eres investigador, o fiscal ¿cambiarías el atestado policial por una buena oferta de dinero, o por la promesa de un ascenso? ¿Acusarías al inocente por un fajo de billetes?
Si eres médico ¿esterilizarías a esa pobre campesina ignorante, sin explicarle claramente lo que esa operación significa, o sin que su esposo esté de acuerdo? Hubo pocos médicos que se negaron hace pocos años a hacerlo por temor de perder su puesto y su sueldo.
¿Harías abortar a esa joven por una buena suma de dinero?
Si estás a cargo de las compras en una repartición pública, ¿harías pedidos innecesarios en complicidad con otros colegas para recibir la comisión que te ofrece el vendedor? ¿Te contentas con el diez por ciento para otorgar la buena pro, o pides más? ¿O te niegas, más bien, como debieras, a recibir un centavo?
Casos como los que menciono ocurren a diario en la administración pública, en los negocios, y en todas las profesiones. Y ahí es cuando se descubre el temple de nuestra integridad de carácter, y de nuestras convicciones.
Queremos formar parte de la collera, del grupo de amigos "in", de los que son invitados a reuniones de diversión privadas, de los que están al tanto de las mejores oportunidades para hacer dinero, de los que se benefician con los repartos o de los ascensos.
Hoy más nunca reinan los que venden su conciencia. ¿Cuál es tu precio? ¿Ya lo has fijado?
Seguir a Cristo también tiene su precio, pero es un precio de naturaleza diferente, que no siempre se mide en dinero. Porque puede pedírsenos que mintamos ante la opinión pública, o que tomemos parte en manejos que nuestra conciencia reprueba; o que nos adhiramos a ciertos grupos políticos, o a ciertas fraternidades que nos ofrecen apoyo de colegas; o, simplemente, se nos pide que neguemos nuestra fe cristiana.
El apóstol Pedro se encontró una vez en una situación de peligro parecida y, para escapar de ella, negó que era amigo de Jesús. Si él decía que sí, si admitía que era su amigo, quizá lo hubieran involucrado en el juicio como cómplice, y hubiera acabado en la cruz junto con su maestro. Él lo amaba, por cierto, pero no tanto como para arriesgar la vida, o como para ser torturado por su causa.
Sin embargo, Pedro le había jurado poco antes a Jesús que estaba dispuesto a morir por Él. Pero llegado el momento de la prueba, más pudo el miedo. Cuando cantó el gallo, y se acordó del anuncio que le había hecho Jesús, ya era tarde, ya lo había traicionado.
¿A qué le temes tú más? ¿A desafiar la ira del rey, de los poderosos, o a desafiar la ira de Dios? Los reyes, los poderosos de este mundo, son muchas veces testaferros del diablo, sus emisarios. Vienen de su parte para tentarte, para probar el temple de tu conciencia. Cuando te vengan a hacer determinadas ofertas, mira bien los pies de la persona que te las hace, a ver si descubres las pezuñas del cachudo.
¿A quién le temes tú más? ¿A Dios, o a la gente del mundo, o a la sociedad, o a los poderosos? ¿Ante quién tiemblas?
Jesús dijo: "No temáis a los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10:28). Hay quienes creen que Jesús se está refiriendo en ese pasaje al diablo, pero no se está refiriendo al diablo, sino a Dios. Sólo a Dios debemos temer. El diablo puede torturarnos en el infierno pero no puede mandarnos ahí, ni destruirnos. Sólo Dios puede hacerlo.
También dijo Jesús: "¿Qué provecho sacará el hombre con ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si pierdes tu alma, lo perdiste todo, porque los bienes son muchos, pero el alma es una sola. Además el bien que pudiste ganar a cambio de tu alma dura muy poco. En cambio tu alma es eterna.
Antes Él había dicho: "Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por mi causa, la encontrará". (Mt 16:25). Esa es la gran promesa de Jesús. Lo que tú estés dispuesto a renunciar por mantenerte fiel a Jesús, inclusive la vida, lo recuperarás mil veces aumentado, multiplicado, en este mundo, o en el otro.
Dios premió la fidelidad de Daniel y de sus compañeros haciendo que ellos encontraran gracia con el funcionario que se encargaba de ellos; haciendo que no se demacraran, como temía el tutor, por el hecho de comer sólo legumbres, y otros alimentos permitidos a los israelitas (Dn 1:12-15); y, por último, los premió dándoles más sabiduría que a los otros jóvenes de su edad (Dn1:19,20), de tal manera que destacaran temprano sobre los demás del grupo. Porque dice el texto sagrado que el rey se mostró satisfecho con ellos y los convirtió en sus consejeros.
Ser fieles a Dios conlleva un precio, pero trae consigo también una recompensa. Por de pronto, mayor sabiduría y autoridad. Puede haber sacrificios que afrontar, esto es, renunciar a los premios que da el mundo a los que se doblegan; y puede haber peligros que sortear, incluso el de arriesgar la vida; pero, al final, Dios nos premia y su recompensa tiene mucho mayor valor que las satisfacciones transitorias que ofrece el mundo.
En última instancia, aunque al principio te critiquen o se burlen de ti, al final te admirarán por la solidez de tus principios, y de tu carácter, te elogiarán públicamente. Porque no hay mucha gente incorruptible en el mundo, y esos pocos terminan siendo admirados y premiados hasta por aquellos que los criticaban.
Pero el mayor premio que puedes obtener es la paz de una conciencia tranquila, de un sueño imperturbado. Si hubieras consentido en lo que te proponían, si hubieras aceptado el soborno ¿cómo te hubieras sentido? ¿Estarías contento de ti mismo? Y si el asunto llegara a ser público ¿con qué cara mirarías a tus hijos que veían en ti a su modelo?
Nota: Debemos admitir con vergüenza que estas cosas suceden con frecuencia en nuestro poder judicial, y no sólo porque alguien bien situado lo ordena, sino también porque se ofrece una atractiva recompensa dineraria.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle a Dios perdón por ellos, a la vez que lo invitas a entrar en tu corazón y a ser el Señor de tu vida.

#1014 (04.02.18). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).  

martes, 9 de enero de 2018

EL QUE PROCURA EL BIEN BUSCA FAVOR

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL QUE PROCURA EL BIEN
Un Comentario de Proverbios 11:27-31
27.El que procura el bien busca favor; mas al que busca el mal, éste le vendrá.”
El que busca el mal (para otros) lo verá caer sobre su propia cabeza, como aquel que fue atrapado en la red que tendió a su enemigo. Pero el que procura siempre el bien de otro, verá que lo cosechará también para sí.
En suma, cada cual recibe lo que busca, pero el que busca el mal ajeno, lo recibirá en cabeza propia, si no inmediatamente, en algún momento inesperado, y probablemente no entenderá por qué le viene.
Este proverbio podría leerse así: El que procura hacer el bien, busca favor (es decir, recompensa) para sí, (las palabras subrayadas no figuran en el texto, pero están implícitas) sea porque se gana la buena voluntad de otros que ven su conducta, sea porque recibe de vuelta el bien que hizo al prójimo.  Mientras que el que procura hacer el mal a otros, lo recibe él mismo, porque en algún momento sufrirá las consecuencias. La idea es que cada cual cosecha lo que siembra.
La noción que subyace el mensaje de este proverbio es que el hombre está siempre activo; nació para hacer cosas y no puede estar ocioso. Todos tienen un propósito que alcanzar en la vida. Todo el que busca diligentemente el bien, se levanta temprano y se pone sin tardar a la obra, logrará el fin que se propone. No obstante, el malvado trabaja también con ahínco para alcanzar su objetivo, y a veces lo hace con más diligencia que el bueno, porque Satanás lo impulsa. Pero aunque él pueda causar mucho daño a otros, a la larga, él será el más perjudicado, si no en esta vida, en la otra.
Nosotros debemos esforzarnos por ser útiles, a nosotros mismos, para empezar, y luego para otros, esto es, a los nuestros y a la sociedad. Hemos recibido dones y talentos con ese fin, para que los desarrollemos y seamos fructíferos. ¡Cuántos hombres y mujeres han beneficiado a la humanidad con sus inventos y descubrimientos! Hoy nos podemos comunicar con la velocidad de un rayo de un extremo a otro de la tierra (lo que antes tomaba meses), y muchas enfermedades, antes incurables, han encontrado un tratamiento efectivo. Estos son ejemplos prácticos de la verdad contenida en este proverbio. Pero también ¡cuánto daño han hecho al mundo los malvados que obtienen poder, sea económico, mediático o político! Pero unos y otros, los que buscan el bien, y los que buscan el mal, cosecharán las consecuencias de sus actos. Del Señor Jesús se dice que Él anduvo haciendo siempre el bien y sanando enfermos y a los oprimidos por el diablo (Hch 10:38). ¡Que Él sea nuestro modelo!
28. “El que confía en sus riquezas caerá; mas los justos reverdecerán como ramas.”
En este proverbio de paralelismo antitético está implícita la noción de que el justo
confía en Dios.
La juventud y la frescura en la edad avanzada son la recompensa anhelada del justo que busca en todo servir a Dios.
Las riquezas son buenas para muchas cosas, pero no para comprar la vida eterna. En el vers. 4 se dice: “Las riquezas no aprovecharán en el día de la ira”, ni nadie puede comprar años adicionales de vida con su dinero, pero su rectitud le permite al justo alargar su vida, reverdeciendo como lo hacen las ramas.
Cuando yo fui invitado hace algunos años a dar un ciclo de diez conferencias sobre el matrimonio en una iglesia evangélica en Tacna yo estaba asustado ante el reto de hablar diez veces ante la misma congregación sobre un mismo tema en el curso de una semana. Temía que después de la tercera o cuarta sesión ya se aburrirían de escucharme. Como yo no confié en mí mismo, esto es, en mis conocimientos y experiencia, sino en la ayuda de lo alto, Dios suplió abundantemente mi insuficiencia, dándome incluso más temas y material de lo que necesité. No sólo no se aburrieron de escucharme sino que me invitaron para regresar el año siguiente para un ciclo de conferencias semejante. No digo esto para jactarme sino para dar testimonio de cómo Dios viene siempre en nuestra ayuda cuando confiamos no en nosotros mismos sino en Él.
El que pone su confianza en las riquezas cree que no necesita de Dios. Pero llegará el día en que constatará que su dinero no le ayuda para enfrentar ciertas situaciones, sobre todo si se ha apartado de Dios. Por eso muchas personas pudientes acuden a brujos y astrólogos o videntes, en la esperanza de que los puedan ayudar. En esos casos lo más frecuentes es que sus problemas se agudicen en vez de mejorar, porque al acudir a esa gente, le abren la puerta al diablo, que no descuidará la oportunidad para atormentarlos. ¡Cuántos suicidios se producen como consecuencia de circunstancias semejantes! Esas personas ciegas sufrirán mucho mientras no descubran que la solución de sus dificultades no está en los hombres, sino en Dios.
En otro lugar Proverbios nos advierte contra la necedad de poner su esperanza en las riquezas: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque les brotarán alas como alas de águila, y volarán al cielo.” (23:4-6) De este texto quiero destacar las palabras que advierten contra la volatilidad, o incertidumbre, de las riquezas. Hay muchos que se acostaron ricos, pero que se levantaron pobres. En verdad, las riquezas tienen alas.
Nótese que este proverbio no contrasta al impío con el recto, sino a éste con el que confía en sus riquezas. ¿Podemos llamar impío a ese hombre por este hecho? No, ciertamente. Más bien, lo llamaremos iluso o necio, aunque es cierto que muchas veces las riquezas se alcanzan por medio vedados, o perjudicando a otros. Muchos empresarios no tienen escrúpulos y, por su dinero, gozan de impunidad.
Pero, de otro lado, ¿quién negará los beneficios que traen las riquezas al que las posee? Por eso es que todos anhelan poseerlas y se esfuerzan por adquirirlas. Permiten gozar de grandes satisfacciones en esta vida, pero no compran la paz de conciencia, ni garantizan la buena salud, ni la amistad sincera de los que los rodean, sino un amor interesado, como dice un proverbio: “Muchos son los que aman al rico.” (14:20b).
Tampoco compran la entrada al cielo. Más bien, pueden cerrarla (Sal 49:6-8). Jesús posiblemente estaba pensando en este proverbio cuando dijo: “¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en sus riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.” (Mr 10:24,25).
Y por eso mismo exhortó Pablo a su discípulo Timoteo a advertir a los ricos que no pongan su “esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo.” (1Tm 6:17). Y añadió: “que sean ricos en buenas obras.” (vers. 18; cf Sal 52:6,7; 62:10c). No les vaya a ocurrir lo que al rey Uzías, que cuando se enriqueció, se ensoberbeció, y le fue infiel a Dios. Como consecuencia enfermó de lepra y tuvo que ser apartado del trono (2Cro 26:16-21).
O peor aún, como ocurrió con el pueblo de Israel, que “cuando adquirió riquezas, abandonó al Dios de su salvación”, sirviendo a dioses ajenos (Dt 32:15,6).
En el evangelio de San Juan, Jesús nos plantea el ejemplo de dos clases de ramas de vid, o pámpanos: el de las ramas que perseveran unidas al tronco y, por tanto, dan mucho fruto, y el de la rama que no permanece unida a la vid, y que no da fruto, y en consecuencia, es cortada y echada al fuego. La diferencia entre una y otra rama es que una permanece en Cristo, y la otra no (Jn 15:4-6). El secreto es pues permanecer en Cristo.
Puede haber etapas de sequedad y esterilidad, como sucede durante el invierno, pero cuando retorna la primavera la rama reverdece y se llena de fruto (Jr 17:8), “como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae…” (Sal 1:3), “cuyo fruto será para comer y su hoja para medicina.” (Ez 47:12).
¿No hemos visto nosotros casos de hombres justos que con su ejemplo y su palabra han alimentado a otros  y los han estimulado a seguir el camino del bien? Ellos no pusieron su confianza en las riquezas materiales o intelectuales, sino en Dios, que los enriqueció con sus dones y talentos y los equipó para ministrar a otros (Rm 12:6-8).
El Venerable Beda (673-735) comenta: “El que no piensa en el futuro (esto es, en los bienes futuros) porque anhela los bienes presentes, al final carecerá de ambos.”
29. “El que turba su casa heredará viento; y el necio será siervo del sabio de corazón.”
Aquí hay dos preguntas que hacerse: 1) ¿Qué relación hay entre los dos esticos del proverbio? No es muy evidente; y 2) ¿Qué es turbar su casa?
La relación es, sin embargo, si se observa bien, bastante transparente: (1) el que perturba su casa y el necio son la misma persona. El sabio no turba su casa. (2) Heredar viento es lo mismo que empobrecer, lo que lleva al necio a ser siervo del sabio, que entra en posesión de los bienes del necio. Los papeles se invierten. Sabiduría y necedad producen a la larga frutos opuestos. Podemos reformular el proverbio de esta manera: El que turba su casa empobrece, y termina sirviendo al sabio que se enriquece con lo que él pierde.
Turbar su casa puede tener varios significados emparentados. Turba, o desordena, su casa el que hace constante gala de mal carácter, o está siempre amargado; el que crea rivalidades entre sus miembros; el que conspira contra la estabilidad y unión de su familia mediante la infidelidad; el que administra mal el patrimonio familiar; el hijo que contrista a su padre, etc.
El hecho de que hable de “heredar” hace pensar que el vers. se aplica más a los hijos que a los padres, pero “heredar” tiene con frecuencia el sentido simple de “recibir” (Pr.14:18; Mt.25:34; Mr.10:17; 1Cor.15:50; Ap.21:7). Es decir, el que turba su casa recibe él mismo los frutos de su inconducta. Un buen ejemplo de hijos que perturbaron su casa son Amnón y Absalón, hijos de David. Ambos murieron prematuramente y de manera trágica (2 Samuel 13 y 18). (Nota)
El segundo estico expresa una verdad que se cumple diariamente: el que actúa neciamente, de manera poco sabia, terminará sirviendo, o estando en una posición subordinada, respecto del que obra con prudencia y pondera bien las consecuencias de sus actos.
Como nos muestra el salmo 133 una familia unida por la gracia de Dios florece por las bendiciones que Dios derrama sobre ella, mientras que “toda casa dividida contra sí misma no permanecerá.” (Mt 12:25) Con frecuencia la impiedad o la avaricia, o la mala conducta del jefe de familia son una amenaza para el bienestar de su casa y puede de hecho causar mucho sufrimiento a los suyos (1Sm 25:17), que pueden terminar odiándolo.
En verdad, nadie puede descuidar el bien de su alma sin perjuicio de los suyos. Ciertamente priva a su casa de las bendiciones que trae la oración ungida y el buen ejemplo, pero cuánto bien hacen a los suyos los padres que les dan buen ejemplo de rectitud y de piedad. En cambio perturba neciamente a los suyos el que neciamente hace lo que su impiedad le inspira, y él mismo hereda el viento, como dice Oseas: “El que siembra el viento, cosecha tempestades.” (8:7a). Eso ocurrió cuando Koré y sus seguidores se levantaron en el desierto desafiando el liderazgo de Moisés: la tierra los tragó y descendieron vivos al Seol (Nm 16:31-33). Un destino trágicamente semejante corrió Acán que, por codicia, tomó un manto lujoso, y oro y plata, y lo escondió, violando la orden de destruir todo lo que se hallara en la conquista de Jericó, y que Dios había condenado al anatema. Cuando fue obligado a confesar su pecado, la congregación lo apedreó a él y a su familia, y quemó sus despojos (Js 7:1, 20-25).
Los hijos del anciano sacerdote Elí desoyeron la débil reprimenda de su padre que les reprochaba que profanaran la casa de Dios abusando de las mujeres que velaban  a la puerta del tabernáculo de reunión en Silo, para escándalo de todo el pueblo, pero él no los disciplinó como debía, por lo que Dios le anunció que retiraría a su linaje del sacerdocio y lo daría a otro que le fuera fiel (1 Sm 2:22-25; 27-36). Entre las palabras notables que figuran en este trágico episodio están éstas que pronunció Elí: “Si el hombre pecare contra el hombre, los jueces lo juzgarán; más si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él? (v. 25).
También turbó gravemente su casa Jeroboam, que hizo pecar a las diez tribus de Israel fundiendo dos becerros de oro para que los adorara el pueblo, en vez de ir a servir al Señor en Jerusalén, por lo que Dios hizo morir a toda su descendencia por mano de Baasa (1R 15:29,30).
30. “El fruto del justo es árbol de vida; y el que gana almas es sabio.”
Con sus palabras el justo gana a otros para el cielo. Por eso se dice que es árbol de vida.
El fruto del justo es, de un lado, su conducta; pero también las palabras con que enseña, aconseja y lleva almas a Cristo. Por eso es sabio para otros, en primer lugar, y también para sí (9:12a), porque no dejará de cosechar su recompensa. (Véase Sal.1:1-3).
El segundo estico podría ser el "motto" o lema de todas las organizaciones que hacen obra evangelística.
Toda la vida del justo, sus oraciones, su enseñanza, el ejemplo que da a los demás, la influencia que ejerce, todo ello es árbol de vida para su entorno, dice acertadamente Ch. Bridges. Los que lo rodean, familiares y amigos, se alimentan de ese fruto que él produce en abundancia. ¡Pero cuán distinta es la influencia del que vive de manera contraria! Es un veneno que corrompe la sangre y arrastra hacia al mal a muchos que lo admiran por sus logros mundanos. Pero ¿cómo será su final?
El justo es no sólo árbol de vida, sino que su boca es manantial de vida de la que fluyen palabras que conducen a la vida eterna (Pr 10:11). Por eso bien se afirma que el que gana almas es sabio. No hay mayor sabiduría que ésa, porque sus consecuencias son eternas. Es una sabiduría que beneficia a otros, pero también al que la posee, pues recibirá su premio en su momento. Es una sabiduría que no requiere de estudios, sino abrirse al Espíritu Santo.
Pero a nadie se puede aplicar mejor estas palabras que a Jesús, que con su muerte dio vida eterna a los que creen en Él y le obedecen. Todo el que quiera ser árbol de vida para muchos seguirá sus pasos, muriendo a sí mismo. Deberá tener una sed de almas como la que llevó a Jesús al pozo de Sicar, donde vino a buscar agua la samaritana, que no tenía idea del agua que iba a encontrar y que iba a beber de la boca de Jesús (Jn 4:1-42).
Como bien dice Pablo, “ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos.” (Rm 14:7,8). Así también la esposa que gana para Dios a su marido incrédulo con su conducta casta y respetuosa (1P 3:1,2). Hay en la historia un caso notable de mujer que con su sabiduría y paciencia ganó a su esposo, el indomable rey franco Clodoveo, orgulloso vencedor de muchas batallas, pero que, gracias a ella, se rindió a los pies de Cristo.
31. “Ciertamente el justo será recompensado en la tierra; ¡Cuánto más el impío y el pecador!”
Este proverbio habla del sembrar y cosechar en esta vida. Según sea la semilla, será la cosecha. “El buen árbol –dijo Jesús- no puede producir un mal fruto.” (Mt 7:18), y viceversa. Hay una recompensa que se alcanza en esta vida, y una mejor que se recibe en la otra. Igual sucede con el impío, que segará en esta vida el fruto pernicioso de sus obras venenosas, y en la otra, si no se arrepiente a tiempo, el castigo perpetuo.
¡A cuántos ha librado la vara de corrección oportuna de una condenación cierta, haciendo que el descarriado enmiende sus caminos! Como dice Salomón: “La vara y la corrección dan sabiduría.” (Pr 29:15a) El justo no puede escapar del castigo temporal merecido si alguna vez le falla a Dios, como ocurrió con Moisés y Aarón, que no honraron a Dios en las aguas de Meribá. Por ello Dios les anunció que no introducirían a la congregación de Israel en la Tierra Prometida, sino que otro lo haría en su lugar (Nm 20:12)
Algo semejante sucedió con David, a quien Dios amonestó por su adulterio por boca del profeta Natán (2Sm 12:9-12). Y con Salomón, por haberse apartado del Dios verdadero cuando era viejo, y haber adorado a los falsos dioses de sus muchas mujeres y concubinas extranjeras, por lo cual Dios le dijo que le quitaría el reino, pero no en sus días, por amor de David, sino en el reinado de su hijo Roboam, al cual le dejaría una tribu. (1R 11:4-13).
La misericordia de Dios permite que el justo sea castigado por sus faltas en la tierra (Ecl 7:30), y no en el infierno, como merecería. Pablo escribe: “mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.” (1Cor 11:32).
Si el hijo es disciplinado (“Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” Hb 12:6), ¡con cuánta mayor razón lo será el pecador contumaz! Como escribe el apóstol Pedro, citando este proverbio según la versión de la Septuaginta: “Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?” (1P 4:18). “He aquí el día del Señor viene ardiente como un horno, y todos los que hacen maldad serán como estopa.” (Mal 4:1, según la Septuaginta).
Nota: El verbo heredar quiere decir no sólo recibir un bien como legado de los padres o de algún pariente, sino experimentar las consecuencias de los propios actos.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados, pidiéndole humildemente perdón a Dios por ellos.
#954 (04.12.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).