viernes, 24 de febrero de 2012

LA VIDA Y LA PALABRA

Por José Belaunde M.

PACTO DE SANGRE II

El tema del Pacto de Sangre estuvo en boga durante la época del auge carismático, pero su estudio –como el de los pactos en general- no ha perdido vigencia, porque encierra verdades muy profundas.

Antes de proseguir con este estudio quisiera hacer algunas observaciones. Cuando se habla de pactos debe distinguirse claramente entre el pacto celebrado entre iguales, y el pacto celebrado entre superior e inferior. En el pacto entre iguales cualquiera puede tener la iniciativa y los dos se comprometen libre y mutuamente (como en los pactos entre David y Jonatán y entre Abimelec y Abraham). Pero en el pacto entre superior e inferior, como sería un pacto entre Dios y el hombre, la iniciativa pertenece a Dios, no al hombre, porque el hombre no puede comprometer a Dios. Dios, naturalmente, sí se compromete por propia iniciativa, y puede exigir una contraparte al hombre, pero el hombre no puede hacer lo mismo. Por eso el texto en RV 60 dice, forzando el lenguaje: "Establezco mi pacto entre mí y ti" (es decir, Dios primero), en lugar de decir, como sería más idiomático: "Establezco mi pacto entre tu y yo." (Gn 17:7).

No hay ningún ejemplo en la Biblia de un pacto celebrado entre Dios y el hombre en que el hombre tenga la iniciativa. En el episodio de Betel, Jacob hace un voto (Gn 28:20-22), es decir, le promete a Dios hacer tres cosas (uno, que Jehová será su Dios, con exclusión de todo otro dios; dos, que la piedra que ha puesto por señal –entiéndase, el lugar donde se encontraba- será casa de Dios; y tres, darle el diezmo de todo lo que reciba) a cambio de que Dios lo guarde en el viaje que va a emprender, dándole para comer y vestir, y le permita retornar a la casa de su padre en paz. Pero Dios no habla, no se obliga a nada, aunque accede a su pedido (Nota 1).

El voto no es un pacto. Es una promesa unilateral que el hombre hace a Dios para obtener algo de Él. Dios accede si quiere, pero nada lo obliga. En el Antiguo Testamento se habla con frecuencia de "cumplir", o de "pagar" sus votos a Jehová (Dt 23:21; 2S 15:7; etc.), pero no de que Dios cumpla el voto. El único caso que recuerde en que se narra cómo Dios accedió a lo solicitado por la persona que hizo el voto, es el de Ana, la mujer de Elcana, que era estéril (1Sam 1), y a quien Dios le concedió el hijo que pedía. Otro caso es el que narra Nm 21:2,3, donde el pueblo hace el voto de destruir las ciudades de los cananeos que habitan en el Neguev si Dios los entrega en su mano. “Y Jehová escuchó la voz de Israel”, es decir, hizo lo que se le había pedido.

¿Podemos nosotros decir: "Hago un pacto con Dios", como se escucha decir con frecuencia? Aunque la intención sea buena, estrictamente hablando, no, porque, como he dicho, el pacto obliga a ambas partes, y nadie puede obligar a nada a Dios. A lo más podemos decir: "Me acojo a tu pacto" o confirmo, o renuevo, el pacto que hiciste con tu pueblo, o con nuestros mayores, como hizo el rey Josías en 2Cro 34:31,32. Lo que hacemos en esos casos involuntariamente, usando de una libertad de lenguaje que se ha vuelto habitual, es hacer en otras palabras un voto que Dios puede en su misericordia honrar en la medida de nuestra fe.

Frente a las promesas de Dios, o a las profecías, cuyo cumplimiento esperamos pero que a veces, tarda, el hombre sí puede y debe expresar su plena confianza de que Dios, que es fiel –y muchísimo más fiel que el hombre- las cumplirá en el momento apropiado, sin necesidad de exigírselo y descansar en esa confianza. También puede, por supuesto, pedirle que las cumpla.

Recuérdese que Daniel, escudriñando el libro de Jeremías, vio que el profeta había anunciado que después de setenta años el pueblo regresaría a Jerusalén y a su tierra. Entonces empezó a buscar el rostro de Dios “en oración y ruego, en ayuno, cilicio y ceniza,” esto es, humillándose. A continuación confesó largamente los pecados del pueblo y pidió perdón a Dios por ellos, suplicándole que cumpliera por amor de sí mismo lo profetizado (Dn 9:1-19).

VI. El pacto que Dios celebra con David no es en realidad un pacto de sangre, porque no hay ningún sacrificio ni derramamiento de sangre involucrado (2S 7:1-17; 1Cro 17). Pero es un pacto muy importante, porque es el pacto mesiánico por excelencia. Es una extensión y especialización del pacto con Abraham, en el que Dios promete que siempre habrá un descendiente de David sobre su trono. En el curso del mensaje que el profeta Natán transmite al rey Dios dice que David no le construirá a Él una casa (es decir, un templo) sino que será Él quien le construya una casa a David, es decir un linaje real que durará para siempre. (Véase 2S 7:5,6,12,13; Sal 89:35-37).

El pacto es confirmado posteriormente en más detalle a su hijo Salomón (2S 9:1-9), y tendrá su cumplimiento definitivo en el "Hijo de David" cuyo reino será eterno. Este aspecto mesiánico del pacto es incondicional, aunque las bendiciones materiales de prosperidad y paz ligadas a él en la historia de Israel estén de hecho condicionadas a la fidelidad del rey y del pueblo.

Al invalidarse el Pacto Sinaítico y suspenderse la parte relativa a la posesión de la tierra, el cumplimiento dinástico del Pacto Davídico se vio también suspendido, y no fue renovado, o actualizado, cuando el pueblo regresó del exilio, porque no volvió a haber rey sobre Judá (2). Dios había denunciado, mediante el profeta Jeremías, la infidelidad del pueblo de Israel y la consiguiente anulación del Pacto Sinaítico, al mismo tiempo que anunciaba el establecimiento de uno nuevo que lo sustituiría (Jr 31:31-34).

Al retornar del exilio el pueblo quedó a la espera del restablecimiento prometido del trono de David y de la aparición del Ungido de Dios, pero estos acontecimientos no se produjeron en el lapso de los cuatrocientos años siguientes, por lo que la expectativa del pueblo por su cumplimiento aumentó enormemente. Sin embargo, cuando aparece Jesús el pueblo no reconoce en Él al Mesías esperado, sino lo rechaza, y hace matar por mano de los romanos al rey prometido. El cartel mandado colocar por Pilatos en la cruz apunta irónicamente a ese hecho (“EL REY DE LOS JUDÍOS”, escrito en griego, latín y hebreo, Mr 15:26; Lc 23:38). Como consecuencia de ese rechazo el pacto con David tendrá un cumplimiento sólo espiritual hasta que Jesús vuelva a la tierra por segunda vez a reinar.

Vale la pena notar que David tenía un corazón conforme al corazón de Dios (1S 13:14), pese a sus innumerables pecados, sobretodo porque, como había hecho Abraham, le adoró sólo a Él. Si sus sucesores hubieran sido fieles en este punto como él, la historia de Israel habría sido muy distinta.

El Pacto Davídico, como se ha dicho, es el pacto mesiánico por excelencia, porque el descendiente suyo, cuyo trono será eterno, es precisamente el Mesías que ha de venir, a quien el pueblo creyente anticipadamente llama “Hijo de David”.

VII. El Nuevo Pacto se celebra en la cruz del Calvario, en la cual el sacerdote y la víctima propiciatoria son la misma persona: Jesús que se ofrece a sí mismo al Padre en expiación de nuestros pecados, y cuya sangre, derramada hasta la última gota, sella el pacto. El sacrificio de Cristo es definitivo y no tiene que repetirse porque, siendo Él Dios, tiene un valor infinito para expiar los pecados, pasados y futuros, de todos los hombres de todos los tiempos (Hb 9:23-26).

Anticipándose a su sacrificio Jesús había dicho: “De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.” (Jn 6:53-55). Sus interlocutores se escandalizaron al escuchar esas palabras, olvidando que en los pactos antiguos era costumbre que los celebrantes bebieran cada uno la sangre del otro.

Jesús es sacerdote, aunque no es descendiente de Aarón, sino que es sacerdote según el orden de Melquisedec, como dice Hebreos 7:15-19, y declaró con su muerte abolidos el Antiguo Pacto y el sacerdocio aarónico, haciendo inútiles en adelante todos los sacrificios de animales (Hb 8:13; 9:11-14).

El Nuevo Pacto es celebrado con la casa de Israel y de Judá, a la cual se incorporan todos los que son linaje de Abraham por la fe.

En Jeremías 31 –citado por Hb 8:8-12 y 10:16,17- Dios promete:

a) Poner la ley divina en sus mentes y en sus corazones. Es decir, ya no habrá ley escrita exterior que cumplir con actos puntuales. Se trata de una ley espiritual, escrita en el corazón, que nos libra de prescripciones y ordenanzas.

b) Como consecuencia, nadie tendrá necesidad de enseñarla a nadie, porque todos la conocerán.

c) Él será su Dios y ellos serán su pueblo.

d) Perdonará todos sus pecados y no se acordará de ellos.

El Nuevo Pacto tendrá su pleno cumplimiento en la segunda venida de Cristo, y entonces todos harán la voluntad de Dios como se hace en el cielo, y todos le conocerán. Actualmente no todos conocen a Dios, y por eso hay necesidad de predicar el Evangelio; y no todos, tampoco, incluso los cristianos, cumplen plenamente su voluntad.

Respecto del Nuevo Pacto creo que conviene reiterar que nosotros nos incorporamos a él cuando creemos que Jesús es el Hijo de Dios, cuyo sacrificio nos salva, y le reconocemos como Señor de nuestras vidas. La parte de Dios es salvar a todos los que estén cubiertos por la sangre de Cristo. Nuestra parte es obedecer a su palabra. Por tanto, estrictamente hablando, es un pacto condicional, aunque haya quienes sostienen que "una vez salvo siempre salvo".

VIII. En relación con la Última Cena, que consagra el Nuevo Pacto, conviene destacar que su repetición es:

- un memorial del sacrificio de Jesús, así como la fiesta de la pascua era un memorial de la salida de Egipto, y de la primera pascua que la precedió, y en la que los israelitas comieron un cordero sin tacha, cuya sangre protegió a sus primogénitos del ángel destructor.

- un anuncio de la segunda venida de Jesús: "Todas las veces que comáis este pan y que bebáis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que venga." (1Cor 11:26).

- una afirmación de la unión de los creyentes en un solo cuerpo en Cristo (1Cor 10:16,17). No por el hecho de que sea invisible, esa unión es menos real. Participamos de esa realidad en la medida en que los ojos de nuestra fe sean iluminados. (3).

Así como el Pacto Sinaítico tuvo como mediador a Moisés, el Nuevo Pacto tiene como mediador a Jesucristo (Hb 9:15; 12:24). El Nuevo Pacto es un mejor pacto porque:

- contiene mejores promesas (Hb 8:6);

- está basado en un mejor sacrificio (9:23);

- el cual es ofrecido por un mejor sumo sacerdote y en un mejor santuario (9:24), y no necesita ser repetido (9:25-28);

- garantiza una mejor esperanza: la compañía de Dios en una mejor patria, la celestial.

IX. Por lo que se refiere a las promesas de Dios relacionadas con el Nuevo Pacto, conviene diferenciar aquellas que le son propias y que son una novedad, de aquellas que pertenecen a los pactos anteriores y que se mantienen vigentes.

Hay una riqueza extraordinaria de nuevas promesas en el Nuevo Testamento que son realmente mejores que las del antiguo. La comparación nos puede hacer ver hasta qué punto el Nuevo Pacto es superior. Sería imposible enumerarlas todas en este corto espacio, pero basta ahora señalar cuáles son las principales:

Salvación: Jn 6:47; Hch 16:31; Mr 16:16.

Nueva vida: 2Cor 5:17; Jn 10:10.

Seguridad de salvación: Jn 10:28; 5:24.

Resurección: Jn 11:25.

Poder del Espíritu para testificar: Hch 1:5,8; Mr 16:17,18.

Ayuda del Espíritu Santo: Jn 14:16,17; 16:13.

Provisión: Mt 6:33: Flp 4:19.

Amor de Dios: Rm 8:38,39.

Poder de la oración: Mr 11:23,24; Jn 15:7; 16:23,24.

X. Para terminar conviene señalar que el matrimonio es un pacto de sangre entre un hombre y una mujer que es sellado con la sangre que es derramada cuando se rompe el himen de la novia.

Nótese bien que el matrimonio en sí mismo no es la ceremonia en que se bendice la unión de los cónyuges, sino que es el acto conyugal posterior mediante el cual ambos se unen por primera vez. Por ese motivo la ley civil admite que el matrimonio no consumado no es válido.

Eso nos hace ver cuán ciega y grave es la unión libre, tan frecuente en nuestros días, en que hombre y mujer se unen sin asumir compromiso alguno. Esas uniones son pactos frustrados y rotos repetidas veces, que endurecen la conciencia, y que pueden incapacitarla para comprometerse en un pacto definitivo. Eso nos hace ver también cuán importante es que la mujer guarde su virginidad como condición para contraer incólume el pacto matrimonial, y cuán ciegos son los hombres que suelen pedir a la muchacha lo que llaman “una prueba” de su amor. Si algo prueba esa exigencia, es que no aman a la muchacha, porque si la amaran la respetarían y esperarían.

Notas: 1. El diezmo, como puede verse también por el episodio de Abraham con Melquisedec (Gn 14:17ss), era una costumbre religiosa muy antigua, anterior al Pacto Sinaítico y a la ley de Moisés.

2. Los reyes asmoneos del segundo siglo AC eran espúreos, y así los consideró el pueblo, porque no eran del linaje davídico.

3. Hace algún tiempo yo tuve durante el culto, al celebrarse la Santa Cena, una experiencia muy bella en este sentido.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#714 (19.02.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI

viernes, 17 de febrero de 2012

PACTO DE SANGRE I

Por José Belaunde M.
I. La vida social entre los antiguos estaba en gran parte regulada por la celebración de pactos o convenios solemnes. Éstos podían celebrarse entre señor y súbdito, superior e inferior, o entre iguales. Como los antiguos moldeaban su relación con la divinidad según el modelo de las relaciones humanas, no es extraño que el Dios de Israel se relacionara con sus escogidos mediante la concertación de pactos. Era un lenguaje que el hombre podía muy bien entender. En otras palabras Dios utilizaba modelos y patrones humanos de conducta y costumbres para hablarle al hombre.
Los pactos entre Dios y el hombre, y entre superior e inferior, podían asumir una de las dos formas básicas siguientes (que admiten variantes):
a) cesión real, (como el pacto entre Dios y Abram) que suele ser incondicional --aunque es difícil encasillar a Dios en las categorías humanas.
b) pacto de vasallaje (como el pacto que Dios establece con su pueblo al pie del Sinaí, o el pacto de Israel con los gabaonitas, Jos 9) que suele ser condicional. Esta forma de pacto sobrevivió en el Occidente hasta la Edad Media (feudalismo), y en cierta manera sobrevive en las relaciones internacionales contemporáneas, en los tratados de defensa mutua en los que con frecuencia hay una potencia mayor que garantiza la seguridad de una potencia menor.
Entre iguales se celebraban pactos por razones de afecto, de protección mutua o de interés económico. Ejemplos de esos tres motivos en la Biblia son, respectivamante, el pacto entre David y Jonatán (1S20), el pacto entre Abram y Abimelec (Gn 21:22ss), y el pacto entre Jacob y Labán (Gn 31:43ss), entre otros. También había, como las hay ahora, alianzas familiares, aunque no hay ejemplos de ello en la Biblia. Estas alianzas buscaban acumular poder, por eso difícilmente se encontraría que Dios propiciara algo semejante, aunque se daban frecuentemente entre los reyes de Judá e Israel (que a menudo eran `primos), como las ha habido en la historia europea entre las familias reales de diversos países.
La palabra básica hebrea que se traduce como "pacto" en el Antiguo Testamento es "berit". En el Nuevo Testamento es "diatheke", que incluye además la noción de testamento.
La palabra "berit" suele usarse en conexión con el verbo "karat", que quiere decir "cortar", porque el pacto solía celebrarse cortando un animal para sacrificarlo (sacrificio=ofrenda con muerte de lo ofrendado). De ahí que la expresión hebrea que suele traducirse como “celebrar un pacto” sea “cortar un pacto”.


II. Los pactos solían ser sellados con la sangre de los animales sacrificados, o de los concurrentes al pacto.
¿Por qué la sangre? Porque se consideraba que la sangre era lo más sagrado de un individuo, ya que en ella reside "nefesh", esto es, el alma o la vida del hombre (Lv 17:11). La ciencia moderna ha revindicado esta concepción bíblica: La sangre es el vehículo que transporta el oxígeno y los nutrientes que son indispensables para la vida de las células. La vida humana termina cuando el corazón cesa de latir, porque ya no sigue bombeando sangre al cuerpo. Así mismo, aunque el corazón siga latiendo, si la sangre no llega a determinados miembros, esas partes se gangrenan, es decir, mueren, y deben ser amputadas si el individuo ha de permanecer en vida.
La sangre era pues con justo motivo sagrada para los antiguos y para Dios. Dios por ello prohíbe comer sangre (Lv 17:12). Nm 35:33 dice que la sangre inocente derramada contamina la tierra, la cual debe ser purificada con la sangre del asesino.
Además, Dios:
- oye la sangre que clama (Gn 4:10)
- huele la sangre (Gn 8:20,21)
- ve la sangre (Ex 12:23).

Sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados, dice Hb 9:22. Derramar sangre equivale a pagar el crimen, o la ofensa, con la muerte del ofensor, o de la víctima expiatoria que muere en su lugar.
Asimismo la purificación de casi todos los objetos del culto se hacía rociándolos con la sangre del animal sacrificado (numerosos pasajes en Éxodo, Levítico y Números). Así como la congregación de Israel fue purificada al pie del Sinaí con la sangre de los holocaustos que Moisés roció sobre ella, nosotros también como dice Pedro, hemos sido rociados, esto es, purificados, con la sangre de Cristo que murió por nosotros (1P 1:2).
En el Antiguo Testamento, así como sucedía en la antigüedad pagana, los pactos se materializaban o expresaban en una señal, o memorial, esto es, en algo cuya vista hacía recordar la vigencia del pacto y el acontecimiento que lo originó. La señal podía ser un objeto grande, como cuando Dios renovó en sueños a Jacob el pacto que había hecho con Abraham e Isaac, y Jacob levantó la piedra que le había servido de almohada como señal de la promesa que había recibido de Dios (Gn 28:18-22. Véase también Gn 35:9-15; y en Gn 31:44-53, el pacto que Labán celebra con Jacob levantando un montículo de piedras como señal).
La señal podía ser asimismo un fenómeno en el cielo, como cuando Dios puso el arco iris como señal del pacto que celebró con Noé, la humanidad y todos los animales a perpetuidad, de no volverlos a destruir con un diluvio (Gn 9:8:17). O podía ser la realización de un sacrificio cruento, o una marca en el cuerpo, o un día de la semana.


III. Podemos estudiar el pacto de Dios con Abraham distinguiendo sus cuatro etapas:
1. Promesa: En Gn 12:1-3 Dios le hace a Abram cuatro promesas:
- Hará de él una nación grande;
- Lo bendecirá y engrandecerá su nombre;
- Bendecirá a los que le bendigan y maldecirá a los que le maldigan;
- En él serán benditas todas las naciones de la tierra.

No le exige nada a cambio. No hay todavía pacto propiamente dicho, pero las cuatro promesas siguen hoy vigentes. La cuarta promesa apunta al Mesías futuro (Gal 3:8).


2. Establecimiento del pacto en sentido propio (Gn 15). En primer lugar, pese a que su mujer Saraí es estéril, Dios le promete a Abram que tendrá un hijo, y le reitera la promesa de darle una descendencia innumerable. En el cap. 12 le había prometido hacer de él una nación grande; ahora le muestra la inmensidad de las estrellas en el cielo como una imagen de lo que será su descendencia.
Conviene subrayar la frase –fundamental en el cristianismo- que dice que Abram le creyó a Dios y que su fe le fue contada por justicia (Gn 15:6), que Pablo cita en Rm 4:3 y Gal 3:6, señalando cómo, con un acto de fe semejante, se inicia la relación personal del hombre con Dios, y el creyente se incorpora al pacto de Abram como descendiente suyo. Así como a Abram su fe le es contada por justicia, a todo el que cree en la palabra de Dios (esto es, en el Verbo) su fe le es contada por justicia, no sus obras (Ef 2:8,9).
Abram, sin embargo, le pide a Dios una señal que solemnice el pacto establecido (Gn 15:8). Dios le ordena entonces realizar un sacrificio de animales, que implica un derramamiento de sangre. Este episodio (v. 9 al 21) contiene además una visión misteriosa en que Dios le anuncia a Abram el futuro próximo de su descendencia: la emigración a Egipto, su permanencia como esclavos allá durante cuatrocientos años, y su salida de ese país (v. 13 al 18). En el vers. 18 le añade la promesa, que asume la solemnidad de un pacto, de darle a él y a su descendencia la tierra de Canaán en posesión perpetua.
En el curso de la visión Dios mismo, en la forma de un horno humeante y de una antorcha de fuego, pasa en medio de los animales sacrificados. Esta acción simbólica se convertirá para los israelitas en una forma de celebrar pactos solemnes (Jr 34:18).
Nótese que hasta ahora Dios no le ha pedido a Abram hacer nada a cambio de los beneficios que le otorga.
Notemos que siendo Dios infinitamente superior al hombre (Sal 8:3,4), no tiene necesidad de celebrar pacto alguno con el hombre, que por su lado no tiene nada que darle a cambio que tenga valor para Él. Sin embargo, Dios establece un pacto con el hombre porque lo ama. Y así como entre dos seres que se aman el menor gesto de uno de ellos tiene un inmenso valor para el otro, las respuestas del hombre a las iniciativas del pacto tienen un inmenso valor para Dios, porque ama infinitamente a su criatura y desea su bien.


3. Dios confirma su pacto, indicándole que el pacto se extenderá a su descendencia (Gn 17). La promesa reiterada de Dios incluye hacerlo padre de muchedumbres, de numerosas naciones y de reyes, además de la posesión de la tierra de Canaán. Con ese motivo Dios le cambia el nombre de Abram (padre enaltecido), por el de Abraham (padre de multitudes, v. 5), y a su mujer Saraí, que en adelante se llamará Sara (princesa, v. 15). Esta parte del pacto es incondicional y perpetua (v.7). No obstante, Dios suspenderá en dos ocasiones la parte relativa a la posesión de la tierra, debido a la infidelidad del pueblo. La primera, por 70 años, cuando los babilonios conquistan el reino de Judá y deportan a gran número de sus habitantes; la segunda, por 19 siglos, el año 70 DC, cuando los romanos, cumpliendo lo anunciado por Jesús (Lc 21:6; 20-24) aplastan el alzamiento de los judíos y destruyen Jerusalén, desterrando a sus habitantes. No obstante haber sido suspendida, esta parte del pacto se mantuvo vigente y ha sido restablecida en el siglo XX con la fundación del estado de Israel en 1948.
En ese momento Dios establece la circuncisión como una condición a la que deberán someterse al octavo día de su nacimiento, todos los descendientes de Abraham para ser incorporados al pacto perpetuo que Dios ha hecho con él, y para que sea al mismo tiempo un señal corporal del mismo (Gn 17:10-14). La incorporación al pacto de cada individuo es sellada con la sangre, no de un animal sino de la propia persona, que es derramada cuando se le circuncida. En el Nuevo Pacto la circuncisión será reemplazada por el bautismo.
Dios le da a Abraham la orden de ser perfecto, esto es, de adorarle sólo a Él. Esta orden se cristalizará posteriormente en el primer mandamiento del Decálogo (“No tendrás dioses ajenos delante de mí.” Ex 20:3) y sigue vigente para todo cristiano. Fue precisamente el incumplimiento de esta orden lo que motivó que Dios suspendiera la parte del pacto relativa a la posesión de la tierra y que el pueblo israelita fuera derrotado por sus adversarios y desterrado de su tierra.


4. Dios reafirma su pacto después de la prueba del sacrificio de Isaac (Gn 22:1-18). A esta reiteración Dios le da la mayor solemnidad posible jurando por sí mismo (v.15,16). A las promesas anteriores le añade una nueva: “Tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos.” (v. 17), esto es, triunfará sobre ellos.
El sacrificio del carnero que sustituye a Isaac como víctima sella nuevamente con sangre el pacto. Todo el suceso tiene un profundo contenido simbólico que apunta al sacrificio de Cristo: El monte Moriah representa al Calvario; Isaac, hijo único de Abraham, representa al Hijo unigénito de Dios; es Isaac quien carga la madera para el holocausto, así como Jesús cargó la cruz.
El pacto de Dios con Abraham ha tenido un cumplimiento glorioso:
a) con la venida del Mesías, en quien son benditas todas las naciones;
b) con la muchedumbre de pueblos que ha descendido de él: el israelita, el árabe (Gn 17:20-21), y el cristiano (Gal 3:7,29).

Notemos también cómo lo anunciado a Abraham sobre el futuro de su descendencia se cumplió con el traslado del clan de Jacob a Egipto, su multiplicación en esa tierra, su opresión bajo los faraones y, finalmente, su liberación milagrosa bajo la conducción de Moisés, y la conquista de la tierra prometida bajo el liderazgo de Josué.
El pacto con Abraham, como ya se ha dicho, sigue vigente, siendo el Nuevo Pacto su continuación. El Nuevo Pacto es nuevo respecto del Pacto Sinaítico, que fue invalidado por el propio Israel con su idolatría. Pero a pesar de las muchas infidelidades de su pueblo, Dios no invalidó el Pacto Abrahámico, aunque sí suspendió algunas de sus partes y eliminó de sus beneficios a diez de las tribus de Israel que fueron deportadas por los asirios, y que no retornaron a Israel, y desaparecieron de la historia; y luego lo transfirió a los creyentes gentiles, excluyendo a los hebreos que no creyeron en Jesús, aunque su exclusión es sólo provisional "...porque las promesas de Dios son irrevocables." (Rm 11.29).
Cristo está presente de diversas maneras en el Pacto Abrahámico. Entre otras, primero, en la promesa de que en él serán benditas todas las familias de la tierra, lo cual se cumple a través del Mesías que descenderá de él; y segundo, en el carnero que Abraham encuentra para sacrificar en sustitución de su hijo Isaac (Gn 22:13).


IV. La institución de la Pascua y el sacrificio del cordero que hace cada familia untando con la sangre del animal el umbral de su puerta no son propiamente un pacto (Ex 12), sino un rito previo a la salida de Egipto, con un alto contenido simbólico, que prefigura el sacrificio de Cristo y el poder de la sangre para salvar. Todos los pactos que establece Dios con un individuo, o con el pueblo, son explícitos, es decir, contienen la palabra "pacto" o alguna palabra equivalente en su formulación. Naturalmente es pertinente estudiar la Pascua aquí en conexión con los pactos, porque precede inmediatamente al Pacto Sinaítico y porque guarda una relación estrecha con el Nuevo Pacto y la Última Cena.
No es necesario pensar mucho para comprender cómo la muerte de Jesús está prefigurada en el sacrificio del cordero sin defecto (Ex 12:5) cuya sangre protege a todos los que se encuentran bajo su cubierta. Cuando nosotros decimos: “La sangre de Cristo tiene poder,” estamos aludiendo al poder que la sangre de Cristo tiene para salvarnos y protegernos de peligros y de enfermedades.


V. El pacto solemne que Dios establece con el pueblo escogido al pie del monte Sinaí es el "pacto de sangre" por excelencia, y es precisamente el viejo pacto cuya abrogación hizo necesario el establecimiento de un nuevo y mejor pacto.
En Ex 19:5-8 Dios hace una propuesta extraordinaria al pueblo de Israel. Les ofrece que ellos serán no sólo su pueblo (confirmando el pacto hecho anteriormente con Abraham) sino que, más allá de eso, serán su “especial tesoro” y “un reino de sacerdotes y gente santa”, a condición de que guarden el pacto que va a establecer con ellos. Las condiciones que el pueblo debe cumplir están pormenorizadas en el Decálogo y en las demás leyes que Él dicta a Moisés en Ex 20-23. El pueblo acepta cumplir todo lo que Dios le mande. Este pacto es pues estrictamente condicional. Es un pacto de vasallaje, en que el inferior está sometido al superior, en oposición al Nuevo Pacto que será un pacto de filiación (Gal 3:23.28; 4:1-7).
El Pacto Sinaítico es sellado con la sangre de los animales sacrificados en holocausto (Ex 24:1-8). Aquí hay que destacar las palabras de Moisés en el v. 8: "Esta es la sangre del pacto que Jehová ha hecho con vosotros...", a las que Jesús se refiere en la última cena cuando dice: "Esta es mi sangre del nuevo pacto que por muchos es derramada para perdón de los pecados." (Mt 26:28).

Para comprender el paralelismo entre ambas alianzas basta comparar las palabras de Moisés y de Jesús:


Éxodo 24:8
Entonces Moisés tomó la sangre
y roció al pueblo
y dijo
He aquí la sangredel pacto

Marcos 14:23,24
Y tomando la copa
y habiendo dado las gracias les dio
y les dijo
Esta es mi sangre del Nuevo Pacto

(El paralelismo es mayor si se compara Marcos con el texto de Exodo según la Septuaginta, que fue la Biblia que usaban los apóstoles y de la cual están tomadas la mayor parte de las citas del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento).
También es importante destacar cómo las prácticas cultuales y los sacrificios de animales prescritos en el Pacto Sinaítico contienen la idea de expiación vicaria por los pecados del pueblo y del individuo, que será luego central en el establecimiento del Nuevo Pacto mediante la muerte de Cristo. Él está presente de manera figurada, o como tipo, en los animales que las ordenanzas mosaicas mandan sacrificar diariamente, así como en el chivo expiatorio (Lv 16:15-28).
El sábado, o día de reposo, será señal de la relación de Dios con su pueblo establecida en este pacto, “porque en seis días Dios hizo los cielos y la tierra y en el séptimo día reposó.” (Ex 31:12-17; cf 20:8-11).
Como bien sabemos, al final de los 40 días y 40 noches que pasó Moisés en la cima del Sinaí, Dios le entregó a Moisés dos tablas de piedra en que estaban escritas la ley y los mandamientos que le había dictado (Ex 24:12; 31:18).
Pero el pacto fue roto por el pueblo apenas sellado cuando adoraron al becerro de oro aprovechando la ausencia de Moisés (Ex 32). Por eso Dios, cuando se aplacó su ira, tuvo que renovarlo, dándole a Moisés nuevas tablas de la ley, que fueron escritas esta vez no por Dios sino por Moisés mismo (Ex 34:1,27). ¡Que cosa tremenda es que apenas hecho un pacto tan solemne con Dios, y acompañado de tantos prodigios, el pueblo lo violara! La violación tan pronta del compromiso asumido con juramento es una muestra de la fragilidad e inconstancia de la naturaleza humana.

NB. Este estudio fue escrito hace unos veinte años. Ha sido revisado y considerablemente ampliado para su primera publicación.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a hacer la siguiente oración:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#713 (12.02.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 10 de febrero de 2012

LA INTEGRIDAD EN EL MINISTERIO CRISTIANO II

Por José Belaunde M.

En el artículo anterior dedicado al tema del título hablamos de la sinceridad consigo mismo, de la rectitud de las intenciones, de las motivaciones y del amor, del elogio y del aplauso. Hoy vamos a continuar cubriendo otros aspectos no menos importantes.
8. El ministerio cristiano ofrece muchas oportunidades de engrandecimiento personal:
- por el prestigio que se puede alcanzar, no en el mundo posiblemente, pero sí en el campo eclesiástico.
- por la influencia que se ejerce sobre otros seres humanos que nos miran como modelos o maestros.
- por las recompensas materiales que se pueden recibir. En el pasado los que escogían el pastorado como carrera renunciaban a muchas satisfacciones materiales. Pero a medida que las iglesias han prosperado ha mejorado paralelamente la situación económica de los pastores y el ministerio cristiano puede estar acompañado de muchos beneficios materiales. (Nota 1)
Si una de esas tres cosas es lo que buscas, estás negando a Dios. Es una triste e innegable realidad que a lo largo de los siglos muchos han seguido la carrera eclesiástica por ambición o por codicia o, en una época, para asegurarse un porvenir.
Entre nosotros no hay quienes usen vestiduras eclesiásticas, pero sí hay quienes persiguen hacer carrera en el ministerio para satisfacer sus ambiciones personales. No llevan puestas encima ninguna clase de vestiduras, pero las llevan por dentro. (2)
Los títulos y nominaciones honoríficos que a veces damos a los siervos de Dios (como reverendo o excelencia) proceden del mundo y son semejantes a los que se otorgaban a los funcionarios y dignatarios civiles. Se introdujeron en la iglesia hace más de mil años cuando los dignatarios eclesiásticos empezaron a acumular poder y riquezas (en muchos casos, es cierto, por una necesidad impuesta por las circunstancias). Dejaron la vestimenta común por la seda, la celda austera por los palacios, la cama dura por el dosel de telas recamadas. Se hicieron conferir títulos nobiliarios.
Hablando acerca de Juan Bautista Jesús preguntó: "¿A quién salisteis a ver al desierto? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí los que llevan vestiduras delicadas están en las casas de los reyes. ¿A quién salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta." (Mt 11:7-9).
Si hubiera llevado vestiduras delicadas no hubieran salido a buscarlo al desierto ni a ninguna parte. No hubiera sido profeta.
No convienen el lujo ni los honores fatuos del mundo al hombre o a la mujer que sirven a Dios. El que los busca, o los recibe con agrado, tiene en su corazón un ídolo al que rinde culto. Es un hijo de Jeroboam. (Hay algunos casos, es cierto, en que los honores sólo pueden ser rehusados a riesgo de ofender a los que los otorgan, y en que pueden, por tanto, ser aceptados con humildad).
9. ¿Tú quieres ser un líder que destaque en la iglesia? Mira a tu maestro. Jesús huía cuando querían proclamarlo rey (Jn 6:15).
No obstante había entre sus discípulos algunos que querían destacar sobre los demás. ¿Qué les dijo Él? "...sea el mayor entre vosotros como el menor y el que dirige (lidera) como el que sirve... mas yo estoy entre vosotros como el que sirve." (Lc 22:24-27)
¿Eres tú como el que sirve o como el que manda?
Jesús, siendo Maestro y Señor, esto es, Líder de líderes, lavó los pies de sus discípulos. Hizo algo que era entonces tarea de esclavos: "...Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis también lavaros los pies unos a otros." (Jn 13:14)
¿Qué cosa es para un líder lavar los pies de sus discípulos? Servirlos en espíritu de humildad y mansedumbre. No enseñorearse de ellos.
Si has de seguir las pisadas de Cristo, tú, como líder, debes ser manso y humilde de corazón como Él era (Mt 11:29).
Es difícil llegar a tener una posición en el mundo siendo manso. En el mundo te abres camino a codazos y no dejas que nadie te pise el poncho. De lo contrario te desprecian. (Aunque a veces se dan excepciones, como hemos visto en el caso del Presidente Paniagua)
Pero, ¿en la iglesia? ¿Te abres camino a codazos?
10. Ser líder te otorga cierta autoridad, una autoridad delegada, como solemos decir. Pero, ten cuidado, no vayas a caer en la tentación de usar tu autoridad para manipular a tus ovejas.
Hay quienes confunden tener autoridad con ser autoritario. Les gusta mandar. Pero no debemos olvidar que "...donde está el Espíritu, allí hay libertad." (2Cor 3:17). El líder autoritario inspira rechazo y pierde autoridad, precisamente lo que pretendía alcanzar imponiéndose.
11. Jesús hablaba "como quien tiene autoridad" (Mt 7:29). Los que le escuchaban reconocían la autoridad de su palabra, aunque Él era un desconocido. Era una autoridad que estaba fundada en la verdad de lo que decía. Nadie le había impuesto las manos. Al contrario los que estaban en autoridad en el mundo lo perseguían.
He aquí el secreto de toda autoridad: La verdadera autoridad es la que nos conceden los que nos escuchan, los que están bajo nuestro cuidado. Esa era la autoridad que tenía Jesús (3). Por eso podemos llamarla "autoridad reconocida". Ese tipo de autoridad se da también en el campo de las ciencias, las artes y muchas especialidades.
¿Qué autoridad tienes tú como líder? Si sólo tienes la autoridad que proviene del hecho de que te hayan puesto como líder, estás en problemas. Solamente la autoridad que te conceden los miembros de tu célula, o los líderes a tu cargo, te será útil. El verdadero líder es el que tiene autoridad aún sin ser líder; el que tiene influencia aún sin ejercer ningún cargo. Es una autoridad que proviene de la forma cómo actúa.
La autoridad que necesita imponerse para afirmarse es artificial y no dura. Es dictadura, no autoridad.
La verdadera autoridad viene de adentro y es Dios quien la otorga, a veces, pero no siempre, por medio de intermediarios humanos.
Hay autoridad interior y autoridad exterior. La autoridad interior es la autoridad que nos otorgan espontáneamente los que la reconocen y se someten a ella. Proviene, según sea el campo de actividad en que se ejerza, de la fuerza de la personalidad y de la capacidad, o de la unción del Espíritu Santo.
La autoridad exterior es una autoridad impartida oficial y públicamente. Puede ser una autoridad inherente al cargo (como la de un rey, presidente o ministro de estado, a la que se accede por elección, nombramiento o herencia) o una autoridad delegada en orden de rango descendente, que es la forma más común de autoridad (4). La imposición de manos es la forma como se delega normalmente autoridad en la Iglesia.
La autoridad exterior vale poco si no está respaldada por la autoridad interior. Aunque también es cierto que la autoridad interior puede desarrollarse gradualmente, o se puede crecer en ella por obra del Espíritu Santo. Es como la fe. Podemos crecer en la fe, pero sólo a condición de que tengamos, para comenzar, al menos fe como un grano de mostaza.
Como toda autoridad proviene de Dios (Rm 13:1) un manto de autoridad cubre a todo el que legítimamente ocupa un puesto o un cargo, sea en la arena pública, en el campo empresarial, o en la iglesia. La autoridad interior es un don particular "que el Espíritu reparte...como Él quiere" (1Cor 12:11) y que doblega las resistencias y conquista los ánimos ("...el que preside, con solicitud..." Rm 12:8, pero véase el pasaje entero). Cuando la autoridad interior no acompaña a la exterior, el cargo se desempeña con dificultad.
La autoridad interior es un don natural, inherente a la persona, no al cargo, como la autoridad exterior, pero no se manifiesta necesariamente en todas las actividades del que la posee, sino en algunas concretas (5). Es la autoridad que suele tener el líder nato en el mundo.
Nótese que en el Antiguo Testamento los profetas recibían una autoridad específica de Dios para hablar en su nombre en determinadas ocasiones (2Sam 12). Es la autoridad profética. Pero había también quienes pretendían hablar en nombre de Dios sin que Él les hubiera hablado (Jr 29:32; Lm 2:14). Hubo profetas así mismo, como Moisés, Elías y Eliseo, por ejemplo, en quienes el manto de autoridad divina reposaba en forma permanente.
12. He aquí una piedra de toque para conocer nuestras verdaderas motivaciones: Si tienes un colega, o un subordinado o un asistente, que empieza a tener más éxito que tú en la predicación, en el liderazgo y obtiene más conversiones que tú ¿te alegras con él por la forma como Dios lo usa, o te sientes triste, amenazado, inquieto?
¿Le cederías tu lugar? Si tus motivaciones fueran absolutamente desinteresadas te alegrarías de su éxito y no temerías que te desplace si eso pudiera ocurrir. Pero en el Señor nadie desplaza a nadie porque Dios tiene un lugar apropiado para cada uno.
Muchas veces el temor a la competencia en el ministerio surge de un sentimiento de inseguridad.
1Sam 18:6-11: "...Saúl hirió a sus miles, pero David a sus diez miles. Y se enojó Saúl en gran manera...y desde aquel día no miró a David con buenos ojos". Saúl sintió celos de David porque lo elogiaban más que a él, pues Dios empezó a usarlo poderosamente. Temía que pudiera desplazarlo y ocupar su lugar, como en efecto ocurrió.
¿Envidiar o admirar? That is the question (6).
Obviamente mejor es admirar que envidiar, porque el que envidia sufre viendo en el otro los dones de que él carece. Pero el que admira se goza sabiendo que "todo don perfecto desciende de lo alto" (St 1:17). Y, de paso, aprende (7).
13. El líder maduro ha alcanzado una seguridad en sí mismo que no está basada en sus propias fuerzas o en sus cualidades, sino en el poder de Dios que habita en él, y que, por tanto, es inconmovible. Esa seguridad -como lo muestra el caso de José- sólo se obtiene después de haber afrontado muchas pruebas.
Hay líderes que son como una tapa que no deja surgir ningún talento debajo suyo, por el temor de verse desplazado.
El líder seguro de sí no sólo no teme que surjan a su lado otros con mejores dones que los propios y que su luz opaque la suya, sino que, al contrario, los alienta y estimula el desarrollo de sus talentos nacientes. Si actúa de esa manera los líderes a quienes él forme o estimule no lo desplazarán, sino que más bien lo levantarán y aumentarán su prestigio como un formador y maestro de líderes.
14. Examina, pues, tu corazón, habla verdad contigo mismo. ¿Es tu corazón recto con Dios y con el prójimo? ¿A quién quieres agradar? ¿A ti mismo, a los demás o a Dios?
Si nuestro corazón es recto, todos los demás aspectos que conforman la integridad se cuidarán a sí mismos: "La integridad de los rectos los guiará" (Pr 11:3). "Integridad y rectitud me guarden porque en ti he esperado" (Sal 25:21).
Notas: 1. Hasta no hace muchos años la mayoría de los pastores se desplazaban en ómnibus o en colectivo; hoy la gran mayoría tiene auto y goza de comodidades antes inimaginables. Ese es un signo de la prosperidad de que han empezado a gozar las iglesias, y es bueno que así sea porque contribuye al prestigio de la Iglesia ante la sociedad. Pero se convertiría en un peligro si muchas personas aspiraran al pastorado principalmente por las ventajas materiales que pudieran obtener.
2. Lo dicho no supone que una vez que las vestiduras y los títulos fueran cosa aceptada en la iglesia, no hubiera hombres santos que las llevaran o que los usaran. Las vestiduras y la pompa eran para muchos de ellos como una pesada carga de plomo que debían soportar.
3. "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6:68).
4. Esa es la autoridad que opera en el gobierno, desde el más alto funcionario al policía; o en las empresas, desde el Directorio hasta el último apoderado; o en las iglesias, desde el pastor hasta el guardián.
5. Por ejemplo, un cirujano puede tener una autoridad natural, interior, en su campo profesional, que sea reconocida por todos, pero no tener ninguna en el mundo de los negocios. La autoridad interior no debe confundirse con la autoridad moral, aunque tienen bastante en común. El delincuente más arrojado y astuto tiene una autoridad interior natural sobre sus cómplices en razón de su audacia, pero nadie podría decir que la suya es una autoridad moral.
6. Esa es la famosa frase que pronuncia Hamlet en el drama de Shakespeare: "¿Ser o no ser? Esa es la cuestión" o "la pregunta".
7. La admiración que suscitan buenos modelos es una de las formas más fecundas de aprendizaje.
NB. Respondiendo a la inquietud de una hermana en relación con la primera charla sobre este tema, respecto de la satisfacción que se experimenta en el ministerio y el agradarse a sí mismo, creo que es conveniente aclarar que no es ciertamente malo sentir una satisfacción personal en lo que uno hace cuando sirve a Dios, sino todo lo contrario. Todo el que desarrolla una actividad de cualquier tipo siente una mayor o menor satisfacción cuando la desempeña bien, dependiendo de cuán bien lo haga. Ese es un mecanismo que Dios ha puesto en nuestra naturaleza para estimularnos. Con mayor motivo cuando servimos a Dios con un corazón sincero, Él nos bendecirá con una gran alegría que compensará todas las penalidades que podamos sufrir. Pero una cosa es servir a Dios desinteresadamente y recibir ese gozo en premio; otra, involucrarse en actividades de servicio, buscando sobre todo experimentar las satisfacciones que proporcionan. El que actúa de esa manera es, sin saberlo, un mercenario, porque trabaja por la paga, no por amor al dueño.

Este artículo es una revisión del artículo del mismo título publicado en julio de 2002.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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viernes, 3 de febrero de 2012

LA INTEGRIDAD EN EL MINISTERIO CRISTIANO I

Por José Belaunde M.

Hoy se habla mucho de integridad y con buen motivo, porque hemos visto muchos ejemplos de lo contrario y sólo es buen cristiano el que camina en integridad. Pero más importante aun es la integridad de los líderes -y de las personas que están en autoridad- porque las congregaciones -y los países- caen o se levantan según sea la integridad de sus líderes.
El salmo 15 es una buena exposición de lo que significa la integridad desde la perspectiva del Antiguo Testamento. Pero su mensaje sigue siendo actual.
Toca varios puntos importantes: no calumniar ni participar en chismes que afecten al buen nombre ajeno, no hacer daño al prójimo en forma alguna, no hacer acepción de personas por consideraciones de poder o dinero, honrar a los que temen a Dios aunque sean pobres, cumplir a toda costa la palabra empeñada, no admitir sobornos ni prestar dinero cobrando intereses usureros.
1. Pero el secreto está al comienzo: "Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia, y habla verdad en su corazón." (v. 1,2).
Aquí de lo que se trata es de poder permanecer en la presencia de Dios. ¿Cabría imaginar un líder cristiano que fuera arrojado de su presencia? (Nota 1) No es imposible pero sería muy lamentable. Es muy significativo que no diga que el que permanece en su presencia es "el que le alaba y le canta el día entero", sino "el que anda en integridad y obra según la justicia de Dios", que es lo que hacer justicia quiere decir. El que no anda en integridad no puede permanecer en la presencia de Dios. Eso nos recuerda la frase de Jesús: "Si permanecéis en mí y mi palabra permanece en vosotros..." (Jn 15:7). Su palabra permanece en nosotros no porque la memoricemos (aunque sea muy bueno hacerlo) sino porque la ponemos por obra (St 1:22). No es lo que se dice lo que cuenta sino lo que se hace.
Pero luego el salmista añade la palabra clave: "Y habla verdad en su corazón..." (2) La integridad comienza en el corazón, lo que uno es en el interior de su alma. Hablar verdad consigo mismo es no engañarse a sí mismo, sino examinarse objetivamente y sin temor para ver la verdad: "Si nos examinásemos a nosotros mismos no seríamos juzgados." (1Cor11:31)
Si nos negamos a ver o a reconocer cómo somos, Dios lo hará en nuestro lugar y el resultado puede ser doloroso. Pero ¡con cuánta frecuencia nos engañamos a nosotros mismos! Nos creemos mejores de lo que en realidad somos (3). Queremos convencernos de que estamos sirviendo a Dios y al prójimo, cuando en realidad nos estamos sirviendo a nosotros mismos.
2. "La palabra de Dios...discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.." (Hb 4:12). Son nuestras intenciones las que determinan el valor de nuestros actos. No su apariencia, no lo que declaren nuestras palabras, sino nuestras motivaciones e intenciones más íntimas. Y ellas a veces yacen ocultas en nuestro interior cubiertas de máscaras de autoengaño e ignoradas por nosotros mismos.
Pero Dios conoce lo que hay en el corazón de cada uno, conoce sus propósitos y deseos más ocultos. Él no se deja engañar: "Jesús, por su parte, no confiaba en ellos porque conocía a todos, y no tenía necesidad de que nadie le diera testimonio del hombre, pues Él sabía lo que había en el hombre." (Jn 2:24,25)
Algo semejante fue lo que le dijo Dios a Samuel cuando fue a ungir como rey a un hijo de Isaí: "Dios no ve como el hombre, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero el Señor mira el corazón." (1Sam 16:7).
Las palabras que decimos pueden engañar a muchos acerca de nuestras verdaderas intenciones, pero no a Dios. El libro de Proverbios nos advierte acerca del avaro o del magnate cuando nos invita a cenar a su casa: "Come y bebe te dirá, pero su corazón no está contigo." (Pr 23:7). Somos tan ingenuos quizá que, sintiéndonos halagados, nos imaginamos que el rico quiere asociarnos a sus negocios, cuando en realidad lo que quiere es aprovecharse de nuestra inexperiencia y explotarnos.
Pero así como el espíritu y las palabras del hombre son transparentes para Dios, también pueden serlo en cierta medida para el que ha recibido el don del discernimiento de espíritus. ¡Cuán precioso es ese don! Necesitamos pedirle encarecidamente a Dios que nos lo dé. Puede ahorrarnos muchas decepciones.
3. Sin embargo, antes de penetrar en el espíritu ajeno debemos conocer el nuestro. Pablo le escribió a su discípulo Timoteo: "Ten cuidado de ti mismo..." (1Tm 4:16). Timoteo, como pastor que era, debía tener cuidado de los que estaban a su cargo. Pero ¿cómo podría hacerlo bien si primero no tenía cuidado de sí mismo? Por eso: Ten cuidado de tus motivaciones. Dios te juzgará por ellas, no por lo que piensen de ti los hombres, ni por aquello de que tú te jactas. ¿Cuáles son tus verdaderas motivaciones cuando compartes el Evangelio? ¿Llevar a tus oyentes al arrepentimiento o imponer tu personalidad, impresionarlos? (¡Cuántas veces yo he tenido que hacerme la misma pregunta!) ¿O simplemente conseguir seguidores, miembros para tu célula?
"Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón porque de él mana la vida" (Pr 4:23). Vigila tu corazón con diligencia, examínalo cuidadosamente y que Dios te ilumine acerca de lo que entra y sale de él y de lo que guarda. (4)
El corazón es el asiento de nuestras motivaciones, de nuestros deseos y aspiraciones. Quizá no eres conciente de ellas. No solemos reconocerlas o no queremos admitírnoslas a nosotros mismos. Vivimos voluntariamente en el autoengaño porque nos es cómodo. Pero Dios sí las conoce y según ellas sean aceptará o rechazará nuestra obra.
Dios no rechazó la ofrenda de Caín y aceptó la de Abel porque lo que uno le llevó fueron frutos de la tierra y el otro animales, sino porque Él veía lo que había en el corazón de ambos cuando se la traían. ¿Aceptará Dios la ofrenda que haces tú de tu tiempo y energías en su servicio? (5)
4. Muchas veces mostramos amor a los demás, pero, en realidad, lo que queremos es servirnos de ellos. Jesús nos advierte que estemos en guardia cuando habla de los fariseos que van a consolar a las mujeres que han perdido a sus maridos y a orar por ellas: "...devoran las casas de las viudas y por pretexto hacen largas oraciones." (Mr 12:40). Mientras oran pasean sus ojos por la casa para ver qué cosa de valor hay que puedan llevarse.
¡Cuántas veces hemos sido nosotros culpables de una hipocresía semejante! No quizá necesariamente porque buscamos apoderarnos de un bien ajeno o recibir un beneficio material, sino recibir uno de carácter mundano: que los demás hablen bien de nosotros.
5. ¿A quién buscas agradar: a Dios o a los hombres? (Gal 1:10) Cuando subes al púlpito o cuando enseñas ¿qué es lo que realmente estás buscando? ¿que te aprecien? ¿que te elogien? ¿o simplemente servir a Dios?
Si no te aplauden ¿cómo te sientes? Antes rara vez se oía aplausos en las iglesias, pero aplaudir para alabar a Dios es bíblico (Sal 98:4b; Is 55:12), y se ha generalizado desde el surgimiento del movimiento carismático en las iglesias no pentecostales. El eco de nuestras ovaciones sinceras resuena en las alturas y su rumor inunda las regiones celestes. Pero una cosa es el aplauso dirigido a Dios y otra el dirigido a los hombres. ¡Ojo con el segundo! El aplauso de la tierra puede apagar el aplauso del cielo.
6. A todos nos gusta que nos aplaudan, que nos elogien. No lo podemos negar, a menos que seamos unos hipócritas. El deseo de ser elogiados es una manifestación inevitable del amor que nos tenemos a nosotros mismos. El elogio calma nuestras inseguridades y es hasta cierto punto conveniente, porque todos necesitamos aliento y estímulo.
Pero Jesús dijo que los que exhiben su piedad y aman los aplausos "ya tienen su recompensa" (Mt 6:16). Si realmente hemos muerto a nosotros mismos miraríamos con cierta desconfianza que nos alaben, porque reconoceríamos en el elogio una trampa que fácilmente puede llenar nuestro corazón de orgullo.
"El que lisonjea a su prójimo red tiende delante de sus pasos" (Pr 29:5). ¡Cuántas veces la congregación ha tendido una red delante de los pies del predicador al que idolatra y en la que él pudo enredarse y caer! El éxito exterior ha corrompido y puede corromper a muchos corazones fieles. La serpiente astuta acecha detrás de muchas ocasiones que parecen inocentes o que parecen destinadas a dar gloria a Dios. (6)
7. Morir a nosotros mismos es la defensa más segura contra las asechanzas del diablo en esta área y para que la adulación no nos afecte. Pero ¡cuánto nos cuesta! Morir a sí mismo es la tarea más difícil del cristiano, porque va en contra del instinto más básico de nuestra naturaleza.
Pero sólo si morimos a nosotros mismos podremos hacer sin concesiones la voluntad de Dios en nuestras vidas y escapar a las más sutiles asechanzas del enemigo (Mt 16:24). Si no morimos a nosotros mismos oscilaremos entre el espíritu y la carne, y seremos presa fácil del león que merodea en torno (1P 5:8).
En la medida en que no hayamos muerto a nosotros mismos habrá en nuestro interior una lucha entre los propósitos de Dios y los nuestros. Ese conflicto puede ser inconsciente y muy engañoso, ya que nuestros deseos se disfrazan fácilmente tomando la apariencia de los deseos de Dios.
"Engañoso es el corazón del hombre y perverso; ¿quién lo conocerá? Yo, el Señor, que escudriño la mente y pruebo el corazón para dar a cada uno según su camino; según el fruto de sus obras." (Jr 17:9,10).
Mantengámonos en guardia frente a las motivaciones ocultas de nuestro corazón para no caer en su engaño y que Dios pueda darnos algún día el premio que anhelamos.
Notas: (1) Alguna vez ha ocurrido pero nadie se dio cuenta porque ocurrió en la esfera invisible, hasta que un día fue arrojado de la iglesia.
(2) Hablamos en el corazón cuando hablamos con nosotros mismos, cuando reflexionamos o meditamos. Esa es la forma usual en que pensamos. Pensamos en palabras que dan consistencia a nuestro pensamiento.
(3) Pablo escribió: "Digo, pues...a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí del que deba tener..." (Rm 12:3a)
(4) Una práctica antigua muy recomendable es la de hacer todas las noches antes de dormir lo que se llama un “examen de conciencia”, es decir, pasar revista a nuestras acciones, palabras y pensamientos del día, para discernir lo que hubo de malo o bueno en ellas, y arrepentirnos si fuere necesario.
(5) Los corazones de Caín y Abel siguen estando presentes y manifestándose en el mundo y determinan lo que ocurre en su escenario. Pero también se enfrentan en la iglesia, como lo muestran muchas páginas de su historia pasada y presente.
(6) Sobre este tema el santo obispo de Constantinopla, Juan Crisóstomo (347-407), quizá el más grande predicador de la antigüedad (cuyo sobrenombre quiere decir "boca de oro") escribió palabras que no han perdido actualidad: "No creo conocer a nadie que haya logrado que no le agrade el elogio. Y si le agrada, naturalmente querrá recibirlo. Y si quiere recibirlo no podrá menos que sentirse adolorido y fastidiado si lo pierde... El espíritu de los hombres que se enamoran del aplauso desfallece no sólo si se les critica sino incluso cuando no son alabados constantemente."
Pero en otra ocasión dijo: "Predicar me mejora. Cuando empiezo a hablar el cansancio desparece; igualmente cuando empiezo a enseñar. Así pues, ni la enfermedad ni ningún otro obstáculo me podrá separar de su amor...porque así como ustedes tienen hambre de escucharme, yo también tengo hambre de predicarles."
NB. Este artículo y el siguiente del mismo título fueron escritos y publicados en julio de 2002. Los doy a impresión nuevamente, revisados y ampliados.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#711 (29.01.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).