jueves, 26 de enero de 2017

PLATA ESCOGIDA ES LA BOCA DEL JUSTO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por Jose Belaunde M.
PLATA ESCOGIDA ES LA BOCA DEL JUSTO
Un Comentario de Proverbios 10:20-23


20. “Plata escogida es la lengua del justo; mas el corazón de los impíos es como nada.”
En este proverbio de paralelismo antitético se contrapone la lengua al corazón y la plata a la nada. Si alteramos la secuencia de las palabras en la primera línea, tal como aparecen en la Versión Autorizada Inglesa (“La lengua del justo es plata escogida”) la comparación será más evidente. Puede parecernos excéntrica la comparación entre lengua y corazón, pero no lo es tanto si se recuerda que “de la abundancia del corazón habla la boca”. (Mt 12:34)
La lengua expresa lo que hay en el corazón. Lo que los justos dicen es de gran valor porque sale de un corazón recto, pero lo que el impío dice no es digno de ser escuchado porque sus palabras brotan de un corazón vano. Mientras que los pensamientos del justo tienden al bien, los del necio e impío tienden al mal.
¿Qué es lo que sale de la boca del justo? Las verdades del Evangelio, de las cuales su corazón está lleno, y cuyo poder él ha experimentado en su vida; las promesas divinas que él ha visto cumplirse porque Dios es fiel, y puede dar testimonio de ello; y esa paz en el corazón “que sobrepasa todo entendimiento” (Flp 4:7). Por eso bien puede decirse que la lengua del justo es medicina para otros (Pr 12:18b).
Nuestra lengua puede ser para nosotros un motivo de vergüenza, según lo que dicen los proverbios 18 y 19 de este capítulo (Véase el artículo anterior “La Obra del Justo es para Vida”), pero también podemos tener motivo para gloriarnos de ella, si la usamos para alabar a Dios, como dicen los vers. 7 al 10 del salmo 57 (cf Sal 108:1-4).
Todos pueden ser enriquecidos con la plata escogida que brota de la boca del justo cuando instruye a sus oyentes. Podemos ser pobres en las riquezas del mundo, como le dijo el apóstol Pedro al mendigo paralítico que le extendía la mano en la puerta del templo: “Plata y oro no tengo, pero lo que tengo te doy” (Hch 3:6), y enseguida en el nombre de Jesús, le hizo levantarse y caminar. Así pues vemos que aun siendo pobres en el mundo podemos enriquecer a muchos con las bendiciones del poder de Dios (2Cor 6:10), restaurando la salud de los enfermos y consolando los corazones heridos. Eso no lo hacemos nosotros, sino la gracia de Dios que obra en nosotros (1Cor 15:10). El fruto de la palabra que bendice nos recuerda el proverbio que dice: “Y la palabra a su tiempo ¡cuán buena es!” (Pr 15:23b)
21. “Los labios del justo apacientan a muchos, mas los necios mueren por falta de entendimiento.”
Si el necio muere por falta de entendimiento, mal puede su lengua apacentar, esto es, alimentar a nadie. En cambio, “los labios del justo apacientan a muchos” porque de ellos salen palabras de instrucción, de consejo, de aliento, de consuelo y, cuando se necesario, de corrección y de disciplina (cf Pr 10: 11a, 13a, 20a, 31a, 32a; Sal 37:30; Ecl 12:9). ¿Cuál es la causa? El justo alimenta su alma con la palabra de Dios, que mora en abundancia en su corazón, y por eso la tiene fresca en sus labios, y brota de ellos espontáneamente (“enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría…” Col 3:16).
El Señor Jesús sigue partiendo el pan de su cuerpo, y dándoselo a sus discípulos para que alimenten a las multitudes hambrientas (Jn 6:11), como le ordenó a Pedro que hiciera antes de irse al cielo (Jn 21:15-18), una orden que Pedro transmitió a los ancianos de la iglesia (1P 5:2,3). Dios ha prometido que nos daría pastores según su corazón que apacienten con conocimiento e inteligencia a las ovejas (Jr 3:15), y no ha dejado de cumplir su promesa a través de los siglos.
Como se dice en el libro de Job, el justo enseña a muchos, fortalece las manos débiles, hace levantar al que tropieza, y esfuerza las rodillas que decaen (Jb 4:3,4). En cambio “los impíos (que suelen ser necios) serán atrapados en su propia maldad, su propio pecado será como un lazo para ellos” (Pr 5:22, versión “Dios Habla Hoy”).
Aunque los cofres del impío, o del necio, estén llenos de piedras preciosas, y de toda clase de monedas valiosas, su corazón está vacío del verdadero metal que constituye una riqueza verdadera. Como desprecia los labios que pudieran alimentar su alma, morirá de inanición en medio de los ricos pastos del Evangelio. No tendrá nada bueno que mostrar cuando se presente delante del Juez de vivos y muertos. No entendió que habíamos de acumular tesoros, no en la tierra sino en el cielo, “donde ni la polilla ni el orín corrompen, ni los ladrones horadan y hurtan.” (Mt 6:20).
De los insensatos y escarnecedores dice el primer capítulo de Proverbios: “Por cuanto aborrecieron la sabiduría, y no escogieron el temor de Jehová, ni quisieron mi consejo y despreciaron toda reprensión mía, comerán del fruto de su camino, y serán hastiados de sus propios consejos.” (Pr 1:29-31).
A ellos se puede aplicar también las conocidas palabras de Oseas 4:6: “Mi pueblo fue destruido porque le faltó conocimiento.” Del necio se burla el proverbista: “¿De qué sirve el precio en la mano del necio para comprar sabiduría, no teniendo entendimiento?” (Pr 17:16).
22. “La bendición de Jehová es la que enriquece, y no añade tristeza con ella.”

Son muchos los factores que hacen que el hombre prospere y se enriquezca. El primero es un factor natural: “la mano diligente” (Pr 10:4). Cualquiera que sea el grado de instrucción de una persona, si trabaja bien, esforzadamente y con visión, terminará siendo rico. Pero hay otro factor que es sobrenatural, sin el cual el primero puede producir sólo resultados frustrantes, y es la mano del Señor que reposa sobre el justo. Él hace que el fruto de su esfuerzo honesto se multiplique, tal como ocurrió con Abraham, Isaac y Jacob (Gn 24:35; 26:12,13; 30:43).
Hay quienes siembran poco (al menos así parece) y cosechan mucho. Es la bendición del Señor que multiplica su sementera. Pero hay algunos que siembran mucho y cosechan poco (Hg 1:6). El sudor de su frente no basta para irrigar el suelo donde siembran, porque están alejados de Dios. De ahí que diga el salmista: “Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que construyen.” (Sal 127:1).
La bendición de Jehová tiene esta cualidad: que no añade a la riqueza bien adquirida tristeza alguna, sino la satisfacción del deber cumplido, cuando es bien empleada, esto es, a su servicio y de los que tienen poco, siendo dadivosos y generosos (1Tm 6:18), pensando en la recompensa futura (v. 19).
Aun Satanás, hablando de Job, reconoce que es la bendición de Dios la que enriquece: “Al trabajo de sus manos has dado bendición; por tanto, sus bienes han aumentado sobre la tierra.” (Jb 1:10b)
Cuán distinto es el apoyo que el demonio proporciona a los que le sirven, que acaba trayéndoles sinsabores y tragedia, o por lo menos, remordimiento al gozar de algo que es indebido.
Bien dice por eso Salomón: “Los bienes que se adquieren de prisa al principio (es decir, deshonestamente) no serán al final bendecidos.” (Pr 20:21). Más bien pudiera ocurrir que al final el hombre termine más pobre que cuando comenzó (28:22).
De ahí que Pablo advierta: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañinas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores.” (1Tm 6:9,10).
El amor a las riquezas y las satisfacciones que ellas procuran han hecho que muchos se pierdan, sea porque las acumularon sin escrúpulos, a costa del sufrimiento ajeno; sea porque estando contentos y satisfechos, se olvidaron de Dios y cayeron en las muchas tentaciones de vida licenciosa que el dinero ofrece.
Por eso dice un proverbio: “No me des pobreza ni riquezas; mantenme del pan necesario.” (30:8). No sea que teniendo mucho y estando saciado, me aleje de Dios que me permitió llenar mi casa de bienes; o que padeciendo hambre, alargue mi mano para tomar lo que no es mío.
En efecto, el hombre está expuesto a esos dos peligros: que el dinero lo aleje de Dios y se considere autosuficiente (Recuérdese Lc 12:16-21); o que su necesidad lo haga renegar de Dios, culpándolo de su indigencia.
La gran ventaja que tiene el cristiano sobre el mundano es que cualesquiera que sean las circunstancias por las que atraviese, sean de abundancia, o de escasez, él sabe que posee una mayor riqueza: la presencia de Dios en su interior, y que Dios gobierna su vida, de modo que pueda decir con Pablo: “Sé vivir humildemente y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad.” (Flp 4:12). Siendo Dios el dueño de todas las cosas, y siendo él su hijo, todo le pertenece, y la bendición de Dios está sobre él (Sal 3:8b). Lo mismo puede decirse de todo cristiano.
Es bueno que recordemos que, aparte de la riqueza material, hay una riqueza de otro orden que es de un valor muy superior: la riqueza espiritual, que consiste en virtudes y dones del espíritu, en conocimiento e intimidad con Dios. Aunque esa riqueza no se adquiere sin esfuerzo y sacrificio, sólo la bendición del Señor la asegura e incrementa. Esa riqueza proporciona un gozo y una paz que el hombre carnal desconoce, y nunca es motivo de tristeza.
23. “El hacer maldad es como una diversión al insensato, mas la sabiduría recrea al hombre de entendimiento.”
Aún los niños, que pensamos son inocentes, hacen maldad para divertirse. Los malos se complacen en el mal que hacen, (c.f. 2:14), les provoca risa. En cambio, el sabio se recrea en su sabiduría. No dice que se recrea en el bien que hace, aunque se sobrentiende, porque no sería realmente sabio si solamente pensara bien y no obrara bien. La sabiduría, si es real, se refleja necesariamente en el comportamiento. Nadie es sabio si no tiene amor y no obra en consecuencia.
Prov. 15:21 expresa la misma verdad aunque en términos algo diferentes: “La necedad es alegría al falto de entendimiento; mas el hombre entendido endereza sus pasos.”  Un impulso interior innato empuja al necio a hacer el mal, así como un impulso innato lleva al entendido a hacer y buscar el bien.
Hacer daño a otros, o a la propiedad ajena, es una diversión para el malvado. ¿No hemos visto con frecuencia que ocurre en la vida diaria? ¿Arañar la pintura de un carro nuevo, pintarrajear la fachada de una casa, romper los focos del alumbrado público, o burlarse cruelmente de un discapacitado? A cierta edad se hacen ciertas cosas como si fuesen una travesura, pero pasada la adolescencia ya no nos divierte. A muchos les encanta burlarse de otros, pero hay bromas pesadas que pueden hacer mucho daño.
Hay hombres depravados que seducen por diversión a muchachas inocentes que, en su ingenuidad, creen lo que les dicen, y luego las abandonan cuando salen embarazadas. Se creen muy machos, cuando, en verdad, la suya es una conducta cobarde e irresponsable. No tienen temor de Dios e ignoran el castigo eterno que su diversión puede costarles. Jesús dijo que a los que hacen tropezar a los inocentes más les valiera que les atasen al cuello una piedra de molino y los echasen al mar (Mt 18:6).
Enseña a tu hijo desde pequeño a ser considerado con los demás, para que más tarde no caiga en esos perversos desvaríos.
Los insensatos se burlan de los que les reprochan su conducta. Cuando pecan no sólo no tienen remordimiento alguno, sino se jactan de sus maldades como si fueran hazañas (Is 3:9; Pr 4:16). En  cambio, el justo, si por descuido peca u ofende a otro, se preocupa y trata de reparar el daño hecho. Su anhelo es hacer en todo la voluntad de su Padre que está en los cielos, tal como obraba su modelo, Jesucristo (Jn 4:34).


Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, porque no hay ninguna seguridad que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, Yo sé que tú moriste por mí en expiación de mis pecados y que me ofreces gratuitamente tu perdón. Aunque soy consciente de que no lo merezco, yo lo acepto y te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

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miércoles, 18 de enero de 2017

LA OBRA DEL JUSTO ES PARA VIDA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA OBRA DEL JUSTO ES PARA VIDA
Un Comentario de Proverbios 10:16-19
16. “La obra del justo es para vida; mas el fruto del impío es para pecado.”
La NVI traduce más correctamente: “El salario del justo le trae vida, pero el ingreso del impío le trae castigo.”
            En este proverbio de paralelismo antitético no se opone “vida” a “muerte” sino a “pecado”, pero eso no disminuye el contraste entre ambos esticos, ya que el pecado lleva a la muerte. Sin embargo, el hecho de que el autor use esa palabra y no la que pareciera más natural, señala la sutileza de su pensamiento. El fruto, es decir, la obra, o la consecuencia de las acciones del impío, conducen a que él mismo peque aún más, o a que otro peque, estimulado por su mal ejemplo, o por el deseo de venganza que los actos violentos del impío provocan.
            En suma, el impío es un foco que irradia maldad y contagia de su maldad a otros. Pensemos solamente en los escritos perversos y desmoralizantes, en las incitaciones al pecado de mucha literatura moderna que es premiada y elogiada por la crítica, y por instituciones de prestigio, por ser “transgresora”, esto es, de la moral tradicional que, a su vez, es vilipendiada tildándola de atrasada y retrógrada. O pensemos en el cinema llamado artístico, con sus escenas crudamente pornográficas que contaminan el alma. En cambio, la obra buena del justo no sólo atrae la recompensa de Dios, sino que también estimula a otros a seguir el mismo camino que los bendecirá también a ellos. (Pr.11:18a)
            Todo lo que el justo hace, todo lo que él emprende, incluyendo su oficio o profesión, sea cual fuere, pero también sus oraciones, conduce a la vida propia y ajena, mientras que las consecuencias del obrar del impío, y las palabras que él pronuncia, conducen al pecado, cuya paga es muerte (Rm 6:23).
La actuación del justo tiene ese feliz resultado porque él lo hace todo para la gloria de Dios (1Cor 10:31), que trabaja con el justo y a través de él (Is 26:12). Como dice Pablo: “Él es quien produce en nosotros así el querer como el hacer.” (Flp 2:13). Sería bueno que comprendamos bien y que interioricemos las palabras de Jesús: “Sin mí nada podéis hacer.” (Jn 15:5)
Según I.H. Ironside este proverbio es una manera de decir en términos del Antiguo Testamento lo que Pablo dice en Romanos 8:6: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz.”
Aunque el salario que recibe el justo por su labor honesta no haga de él un hombre rico “mejor es lo poco del justo, que las riquezas de muchos pecadores.” (Sal 37:16)
Por su lado, el impío sólo vive en función de su ego, de sus intereses personales. Como se enriquece obrando sin escrúpulos, vive en pecado, y al fin cosechará muerte (Pr 21:4).
Franz Delitzsch (Nota 1) anota que el ingreso del impío no es necesariamente el fruto de su propio trabajo. Pudiera ser fruto del trabajo ajeno, que él explota para su propio beneficio. Eso es un grave pecado que Dios condena, y lleva a la muerte eterna al que no se arrepiente de él.
17. “Camino a la vida es guardar la instrucción; pero quien desecha la reprensión, yerra.”

Lo que este proverbio dice puede ser considerado superficialmente una perogrullada: hacer caso de los consejos, o de las reprimendas de los mayores, y de las personas experimentadas produce buenos resultados, pero el que ignora los buenos consejos, sobre todo si son desinteresados, está equivocado y cosechará los frutos de su soberbia y ligereza. Porque ¿qué verdad más evidente que ésta? No se requiere de la Biblia para reconocer su acierto.
Sin embargo, si se mira más hondamente se puede percibir que ese dicho que pareciera de Pero Grullo, esconde verdades no tan evidentes a primera vista. ¿A qué llama el proverbista “camino de vida”? Sin duda a la conducta sabia que asegura nuestra prosperidad, o nuestro éxito, o que procura nuestra salvación –aunque es probable que el proverbista no tuviera en mente esto último.
El que escucha dócilmente las reprensiones sin rebelarse encontrará el camino de la sabiduría, y su recompensa será grande: “Bienaventurado el hombre que me escucha, velando a mis puertas cada día…” (Pr 8:34), dice la sabiduría. Y tanto más será premiado cuanto más aprecie los consejos que recibe. Pero la sabiduría sigue diciendo: “Porque el que me halle, hallará la vida, y alcanzará el favor de Jehová.” (8:35). Ya nos hemos encontrado en capítulos anteriores advertencias semejantes: “Porque el  mandamiento es lámpara, y la enseñanza es luz, y camino de vida las reprensiones que te instruyen.” (6:23). Si somos asiduos lectores del libro de Proverbios, deberíamos tenerlas bien grabadas en nuestra mente. La sabiduría además advierte: “Mas el que peca contra mí, defrauda su alma; todos los que me aborrecen aman la muerte.” (8:36). Y en otro lugar señala que “el que aborrece la reprensión es ignorante” (12:1b) del fin trágico al que puede llevarlo su terquedad.
En la historia de Judá tenemos el caso del rey Asa que hizo lo recto delante de Dios durante la mayor parte de su reinado, pero que en un momento difícil hizo alianza con un rey pagano para luchar contra su rival, el rey de Israel, en lugar de apoyarse sólo en Dios, que lo había sostenido en sus guerras anteriores. Disgustado con su conducta, Dios le mandó al profeta Hanani a reprenderlo, pero Asa, en lugar de aceptar la corrección del profeta, lo echó en la cárcel. Tres años después, en que no dejó de tener guerras, Asa enfermó gravemente de los pies, pero no buscó tampoco a Dios en su enfermedad, sino a los médicos, y murió poco después (2Cro 16:7-13). En su caso se cumplió lo que advierte Pr 15:10b: “El que aborrece la corrección, morirá.”
En ese pasaje de Crónicas hay una frase que no puedo dejar de citar porque contiene una gran verdad: “Porque los ojos de Jehová contemplan toda la tierra para mostrar su poder a favor de los que tienen un corazón perfecto para con Él.” (v. 9a). Dios nos está mirando constantemente, observando nuestra conducta, eventualmente, cuando fuere necesario, para intervenir en defensa nuestra. ¿Tenemos un corazón perfecto para con Él? Si la respuesta es positiva Él está cien por ciento de nuestra parte.
¿Qué cosa es “guardar la instrucción”? Primero, escucharla atentamente; segundo, sopesarla con cuidado; y tercero, ponerla en práctica. Si falta uno de estos tres pasos, sobre todo el tercero, erramos, porque en realidad, la rechazamos.
Rechaza la corrección no sólo el que se niega a escucharla, sino también el que evita la compañía de los que pudieran corregirlo e instruirlo. Ya sabe en el fondo lo que le van a decir, y no quiere oírlo. El que tal hace inevitablemente se desvía del camino que lleva a la vida, para errar por senderos que lo conducen a un precipicio. Su caso no sería tan triste si él no arrastrara en su error a muchos que se extravían al seguir su ejemplo. Al respecto otro proverbio advierte: “El que hace errar a los rectos por el mal camino, él caerá en su misma fosa.” (Pr 28:10a)

18. “El que encubre el odio es de labios mentirosos; y el que propaga calumnias es necio.”
Aquí se habla de dos clases de personas, o de dos formas de comportarse, que pueden coincidir en la misma persona. El que encubre, o disimula su odio, finge tener sentimientos contrarios; alaba y adula a la persona que odia, diciéndole cosas opuestas a lo que siente. No habla verdad sino mentira. Huye de él porque de ordinario es la envidia lo que motiva su conducta hipócrita, y tratará por todos los medios de hacerte daño. Proverbios nos advierte claramente contra esa clase de personas (26:24-26).
Propagar calumnias es una táctica diferente. No se contenta con calumniar, sino se dedica a difundir esas falsedades con el objetivo de destruir el buen nombre, o el prestigio del objeto de su odio. En la política de nuestro medio hemos visto muchos ejemplos de esta perfidia, que con mucha frecuencia obtiene el fin que persigue. Al que actúa de esa manera la Escritura lo llama “necio”, porque ignora que algún día él mismo beberá del vino ponzoñoso que mezcló para otro. Podría también llamársele “bribón” o “granuja”.
            No siempre ocurre que se den ambas conductas es una misma persona, aunque en el Salmo 41 David describe a alguien que a la vez finge tenerle simpatía, mientras que por detrás habla mal de él (vers. 5-8).
            Respecto del encubrir el odio tenemos varios casos en las Escrituras. El primero es el de Caín, que le tenía cólera a su hermano Abel, porque Dios no miró su ofrenda con el agrado con que miró la de su hermano. Encubriendo su perversa intención, un día lo invitó a salir juntos al campo, y allí de improviso lo mató (Gn 4:3-8). Ése fue el primer homicidio de la historia.
            Otros casos son el de Saúl que, corroído por la envidia, complotó contra la vida de David, ofreciéndole engañosamente la mano de su hija Mical (1Sm 18:20-29); y el de Joab, que asesinó arteramente a sus colegas Abner y Amasa, porque no soportaba tener rivales (2S, 3:27; 20:9,10). Bien conocía David esos corazones falsos que describe con palabras acertadas (Sal 55:21).
            Falsos eran también los sacerdotes y los escribas que, fingiendo amistad con Jesús, le hicieron una pregunta capciosa acerca del tributo al César, a fin de tener algo con qué acusarlo ante los romanos (Lc 20:19-26). Y más falso aún Judas, que vendió a Jesús por treinta monedas de plata, y lo entregó con un beso a sus captores (Lc 22:1-6, 47,48).
            Respecto del propagar calumnias el Salmo 50 describe esa manera de actuar, pero asegura que Dios reprenderá al infame para vergüenza suya (v. 19-21). Nosotros haríamos bien en mirar dentro de nosotros mismos, y preguntarnos si alguna vez no hemos obrado de esta manera, siendo insinceros en nuestro lenguaje, disimulando con palabras amables la antipatía que sentimos por alguien, motivada quizá por los celos. Cuando un colega es promovido en lugar nuestro, ¿nos alegramos sinceramente con él, o dirigimos contra él nuestros dardos de odio y envidia? Si ése fuera nuestro caso deberíamos pedirle al Señor que nos perdone y nos purgue de esos malos sentimientos, y nos dé un corazón limpio como el suyo.
19. “En las muchas palabras no falta pecado, mas el que refrena sus labios es prudente.”
No falta pecado porque el que no controla su lengua tampoco controla su alma; en cambio, el que refrena sus labios también refrena su alma. (ver St. 1:26; 3:2,8).
            Alguien dijo: “La palabras ligeras pesan mucho en la balanza del Dios de justicia.” Por eso clama con razón el salmista: “Pon guarda a mi boca, oh Señor; guarda la puerta de mis labios.” (Sal 141:3).
            El que habla mucho, y de forma precipitada, tiende a hablar más rápido de lo que piensa, y por eso pueden colarse en su discurso ideas y sentimientos que no han pasado por el tamiz de la reflexión, y de los que después podría arrepentirse.
            El que refrena sus labios no deja que de ellos salga nada brusco, ofensivo, o desconsiderado, nada que dañe el buen nombre del prójimo, ni propala malas noticias, ni chismes ni murmuraciones. Tiene cuidado de con quien está hablando, y por eso dice las palabras que conviene en cada caso, para traer bendición y no perturbación a los que lo escuchan. Bien dice Salomón en otro lugar: “El que ahorra sus palabras tiene sabiduría.” (Pr 17:27a). Y “Aun el necio cuando calla, es contado por sabio.” (28a).
            Si la fuente de donde brotan las palabras, esto es, el corazón, es buena, ellas serán de edificación para los que escuchen. Pero si es mala, como se dice en Gn 6:5, entonces será mejor que el hombre calle, para no pecar con sus labios.
            ¡Con cuánta frecuencia el hombre peca con sus labios por vanidad, alabándose a sí mismo, y no dejando que otro sea el que lo haga, como aconseja el proverbista! (Pr 27:2). Olvida lo que dijo Jesús: “De toda palabra ociosa que hablen los hombres…darán cuenta en el día del juicio” (Mt 12:36), añadiendo enseguida: “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado.” (vers. 37)
            Pero si el corazón del que habla es no sólo bueno sino santo, debemos hacer una excepción al principio que enuncia el proverbio que comentamos, porque se narra que Pablo en una ocasión habló desde la mañana hasta la media noche, al punto que un joven que estaba sentado en la ventana, se durmió y se cayó desde el tercer piso al pavimento, y todos le dieron por muerto. Y así hubiera quedado si Pablo no lo hubiera revivido abrazándolo. Ese incidente no impidió que Pablo siguiera hablando sin parar hasta el alba (Hch 20:7-12). ¿Habría pecado en las muchas palabras que habló Pablo durante casi veinticuatro horas? No, sino lo contrario, porque el Espíritu de Dios hablaba por medio de su boca.
            Si el predicador está exento de vanidad, y sólo habla lo que Dios le inspira, no habrá pecado en la multitud de palabras que profiera, sino la verdad que alimente el alma de sus oyentes. Si se mezclara vanidad en sus palabras, pudiera ser que entonces diga cosas que no conviene (Ecl 5:2).
            En verdad, hay muchos que están tan enamorados de su propia voz, que no saben callar cuando debieran, y terminan haciéndose odiosos (Sir 20:8). Hablan no porque tengan algo que decir, sino porque no saben callar. No seamos nosotros de ellos.
Nota 1. Comentarista bíblico y hebraísta del siglo XIX, autor, junto con F. Keil, de un todavía famoso comentario en diez tomos del AT. Combatió el naciente sentimiento antijudío que empezaba a manifestarse en Alemania.
Amado lector: Jesús dijo: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, porque no hay ninguna seguridad que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, Yo sé que tú moriste por mí en expiación de mis pecados y que me ofreces gratuitamente tu perdón. Aunque soy consciente de que no lo merezco, yo lo acepto y te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

#931 (26.06.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 11 de enero de 2017

MANANTIAL DE VIDA ES LA BOCA DEL JUSTO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MANANTIAL DE VIDA ES LA BOCA DEL JUSTO
Un Comentario de Proverbios 10:11-15


En esta sección los versículos 11,13 y 14 tratan acerca de la boca, que es el órgano por  medio del cual el hombre expresa lo que tiene en su interior, y manifiesta su sabiduría o su necedad. En el libro de Proverbios, la boca, la lengua y los labios asumen un rol protagónico.


11a. “Manantial de vida (Nota 1) es la boca del justo…”  por lo que dice a otros, edificándolos, y por lo que confiesa para sí mismo y los suyos. Al ser un manantial de vida el justo tiene en su boca palabras que provienen de la fuente de aguas vivas que es la boca del Señor (Jr 2:13; 17:13).
El vers. 15:4a describe una cualidad de la boca del justo, al decir que es “apacible” (esto es, llena de paz) y que es “árbol de vida” para muchos, que es como si dijera “fuente de vida”, porque está en condiciones de guiar a la verdad a los que la ignoran.

            El vers. 10:21a dice que los labios del justo apacientan, es decir, alimentan a muchos, esto es, a los que le escuchan, que son confortados, consolados, o enseñados por él (15:7a). Todo ello apunta al hecho de que, estando lleno de Dios, porque vive en unión con Él, el justo es un instrumento que Dios usa para llevar su mensaje a los que ama, y consuelo a los que más lo necesitan.
El salmo 36.9 dice que con Dios está “el manantial de la vida”, de cuyo torrente delicioso beben los hijos de los hombres; lo cual nos remite al bello pasaje en Ezequiel 47:1-12, en el que el profeta describe el río de aguas salutíferas que brotan por debajo del umbral del templo, y que van creciendo hasta formar un río anchuroso en cuyas riberas crecen árboles frutales, cuyas hojas nunca caen (cf Sal 1:3).
Pero no sólo la boca del justo es manantial de vida. También lo son “la ley del sabio” (Pr 13:14), y “el  temor de Jehová” (14:27), que hacen que el hombre se aparte de los lazos de la muerte.
Es un privilegio del cristiano que busca a Dios mañana, tarde y noche, que su boca sea un manantial de vida para los que andan desorientados y sin esperanza, tropezando a cada rato con las piedras que el enemigo coloca en su camino.
Jesús dijo que del interior de los que creyeran en Él “fluirían ríos de agua viva” (Jn 7:38; 4:14) la que por tener como fuente al Espíritu Santo que lo representa, calmaría la sed espiritual de muchos, reviviéndolos y refrescándolos.
La segunda línea contrasta con la primera:
11b. “Pero violencia cubrirá la boca de los impíos,” porque de ella sólo salen palabras perniciosas, ofensivas y dañinas para los que la oigan.
Alternativamente algunos traducen este estico así: “La boca del impío cubre (o esconde) (la) violencia” que trama contra otros. Aquí vemos un contraste: El justo es fuente de vida para sus semejantes con sus palabras, mientras que el impío complota contra su prójimo, ocultando sus intenciones, como hizo Judas al traicionar a Jesús con un beso (Mt 26:48,49); o como Joab, que mató a Abner fingiendo que quería conversar con él (2Sm 3:22-29).
12. “El odio despierta rencillas (29:22a); pero el amor cubrirá todas las faltas.”
Podría completarse así: El odio despierta rencillas, por aun la menor falta y si no las encuentra las inventa, chismeando y difundiendo sospechas y calumnias para azuzar los celos y las rivalidades. En cambio el amor cubrirá todas las faltas, por lo cual no despierta rencillas, sino es, al contrario, conciliador y pacificador.
“El amor cubrirá todas las faltas…” porque no las anda divulgando sino, más bien, las disimula para que no surjan conflictos entre las personas que puedan sentirse afectadas.
Pr 15:18 presenta otro aspecto de este principio: “El hombre iracundo promueve contiendas, mas el que tarda en airarse (porque es paciente) apacigua la rencilla.” Son dos maneras de obrar completamente distintas, y que tienen efectos opuestos: Uno puede terminar en derramamiento de sangre, el otro lleva al abrazo conciliador.
Pr 16:27 y 28 califican de perverso al contencioso, y agrega que en sus labios hay una llama de fuego. Un nefasto papel semejante cumple el orgulloso, el que es “altivo de ánimo” (Pr 28:25). ¿Lo hace acaso el  humilde? Al contrario, el humilde rara vez suscita contiendas; y suele ser, más bien, instrumento de paz. ¡Cómo es Dios deshonrado cuando los creyentes andan en peleas y rivalidades! ¡Cuán contraria es su conducta a la de su Maestro, que era “manso y humilde de corazón”! (Mt 11:29). Aprendan de su Maestro, y darán gloria a Dios con su comportamiento.
En otro lugar se dice que “el que cubre la falta busca amistad” (Pr 17:9). Eso es bueno y encomiable, con tal de que no se convierta en complicidad. Porque ¿cómo podría nadie conservar el afecto de su amigo si anda divulgando sus defectos? Al contrario, el que perdona graves agravios, como hizo José con sus hermanos, compromete su gratitud y su afecto (Gn 45:4-8).
En Gn 9:20-23 tenemos el caso concreto de una falta cubierta por cariño filial, cuando, al beber vino por primera vez, Noé se embriagó, y sus hijos Sem y Jafet, cubrieron la desnudez de su padre, caminando de espaldas para no verlo.
            "El amor cubrirá …" El hecho de que el apóstol Pedro cite este proverbio (1P4:8) ha sido objeto de controversias, pues afirma que el que ama no ve las faltas de aquel a quien ama o, al menos, no le da importancia. O, mejor aún, es indulgente, las perdona, no las toma en cuenta, (cf 1 Cor. 13:5), que es el verdadero sentido de “cubrir”; en contraste con el que odia, que no solamente las hace resaltar, si no que anda rebuscando qué reprochar al que odia.
Según algunos, al citar este proverbio Pedro le da otro sentido: al que ama le son perdonados muchos pecados, en mérito de su amor, lo cual concuerda con las palabras de Jesús en el episodio de la pecadora: “Sus muchos pecados le son perdonados porque amó mucho”. (Lc 7:47). Pero la primera interpretación es la más natural.
13. “En los labios del prudente se halla sabiduría; mas la vara es para las espaldas del falto de cordura.”
Aquí el contraste consiste en que mientras que el prudente edifica y enseña a otros con la sabiduría que Dios le ha dado, y suscita respeto, cuando no admiración, por la utilidad de sus consejos, el que es “falto de cordura”, es decir, el que carece de sabiduría, hace daño con las necedades que atrevidamente profiere su boca, y necesita ser corregido –si es necesario, castigado físicamente- si persiste en su terquedad, a fin de que aprenda a razonar convenientemente.
El rey Salomón, y su hijo y sucesor, Roboam, ilustran muy bien el contraste que expone este proverbio. Mientras que en los labios del primero se hallaba sabiduría, y por eso de todo el mundo venían a escucharlo (1R 10:1,8), al suceder Roboam a su padre en el trono, en lugar de escuchar los consejos prudentes de los ancianos que habían estado con su padre, prefirió seguir la opinión de los jóvenes con los cuales se divertía. Su actitud necia provocó que más adelante se rebelaran contra él las diez tribus del norte, y se produjera la división del reino, hecho nefasto que fue para él como una vara para sus espaldas (1R 12:8-19), y una catástrofe para el pueblo elegido. Pero si él hubiera sido castigado de pequeño con vara, algo que quizá Salomón omitió, pese a que lo aconseja (Pr 19:29; 22:15; 26:3; 29:15), quizá no se hubiera comportado como un necio al heredar el trono de su padre.
La Versión Autorizada inglesa (KJV) traduce así: “En los labios del que tiene inteligencia (entendimiento) se halla sabiduría.” (2) Esto es necesariamente cierto si se trata de alguien que conoce y entiende las verdades divinas del Evangelio, porque las ha experimentado y son parte de su vida. De su boca brotarán dichos y consejos que iluminen el camino de los que, a su vez, buscan la sabiduría (Sal 37:30).
Los labios prudentes son en verdad una joya más valiosa que el oro y las piedras preciosas (Pr 20:15), porque sus consejos sabios pueden librar de la muerte, o de cometer serios errores, a los que los escuchan. Por eso dice bien el proverbista:
“En los labios del prudente se halla sabiduría.” El que es prudente medirá sus palabras para no ofender, para no chocar, para no exponerse a sí mismo ni a sus amigos, para no decir más de lo necesario. Como está acostumbrado a mirar las dos o más caras que presenta un asunto, su opinión será siempre esclarecedora; y si es buen conocedor de las personas, ayudará a escoger bien a sus colaboradores.
La segunda línea contrasta con la primera en el sentido de que describe las consecuencias que recaen sobre el que carece de sabiduría. Si fuera un caso de paralelismo antitético el segundo estico diría: “En los labios del falto de cordura está la necedad”. Pero sería demasiado obvio. Por eso opone a la constatación primera los efectos de la carencia de sabiduría.
Algo semejante ocurre con el proverbio siguiente, que es también un caso de paralelismo antitético, donde el segundo estico describe la posible consecuencia de la negación del primero. Los sabios atesoran, es decir, guardan bajo siete llaves y acumulan en sus mentes la sabiduría para no fallar, mientras que lo que el necio enseña, o aconseja, traerá una desgracia al que sigue sus instrucciones. El segundo estico podría decir: “Pero los necios atesoran necedad”. El autor lo omite y pasa a la consecuencia de la necedad. ¿Por qué dice: “la boca del necio”? Porque el necio suele enredarse en sus propias palabras.
14. “Los sabios guardan la sabiduría; mas la boca del necio es calamidad cercana.”
“Guardar” quiere decir “conservar”, “atesorar”. (Ellos son sus depositarios y los que la transmiten). Pero también quiere decir “obedecer”, o “cumplir”, lo que se aplica a los que se dejan guiar por ella, y como consecuencia, llevan vidas prósperas y tranquilas.
¿Por qué yuxtapone la conducta del sabio a la boca del necio? Porque mientras que el sabio suele guardar silencio mientras no le pregunten, el necio proclama su necedad a los cuatro vientos, y lo que él proclama es el anuncio de lo que va a hacer y que le traerá a él, y a los que puedan estar involucrados con él, grandes desgracias. Su boca es calamidad cercana para los despistados que lo escuchen y sigan sus equivocados consejos. La boca del sabio, en cambio, traerá bendición a los que siguen sus enseñanzas.
Dice que los sabios atesoran (así la KJV) sabiduría oyendo y leyendo la palabra de Dios, y meditando en ella, de manera que puedan instruir y aconsejar a otros en el momento oportuno (cf Mt:13:52). Salomón dedicó los tiempos de ocio que le permitían la administración de su vasto reino a investigar y conocer todo lo que se hace bajo el sol (Ecl 1:13) para poder transmitir sus conocimientos a otros. Eso lo hizo desde su juventud con la diligencia de la hormiga (Pr 6:6-8), por lo cual llegó a ser conocido como el hombre más sabio que había en la tierra.
Tenemos en las Escrituras dos ejemplos que ilustran la verdad contrastante de este proverbio. Timoteo, que perseveró en las verdades que le fueron enseñadas de niño (2Tm 3:14,15). El mago Elymas, que trató de impedir que el procónsul de la isla de Pafos oyera la palabra de Dios en la que deseaba ser instruido, por lo cual el apóstol Pablo lo reprendió severamente, y quedó ciego durante un tiempo (Hch 13:6-10).
15. “Las riquezas del rico son su ciudad fortificada; y el desmayo de los pobres es su pobreza.”
Son las riquezas las que hacen fuerte al rico, y es la pobreza la que hace débil al pobre. El dinero otorga al que lo posee influencia y respeto (Gn 23:6), y atrae muchos amigos (Pr 19:4), cuya amistad, sin embargo, puede ser sólo interesada (19:6). Además, el rico se defiende de los ataques ajenos con su dinero, del que se dice que es un escudo (Ecl 7:12). En muchos sentidos, gracias a su dinero está libre de las limitaciones y penurias que sufren los pobres. Por su pobreza el pobre no puede pagar abogados que le defiendan, ni médicos y remedios que lo curen, y en su desventura se vuelve odioso para sus amigos (14:20) y hasta para sus hermanos (19:7). ¡Cuán traicionero y falso es el mundo alejado de Dios! ¿Les parece que eso no es posible en nuestros días? En Lima debe haber por lo menos un millón de personas en esa condición, y quizá me quede corto.
No obstante, Santiago nos recuerda que Dios ha elegido “a los pobres de este mundo para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman” (St 2:5). Y Jesús mismo nos dio ejemplo al nacer y vivir en la pobreza (Lc 2:7; Mt 8:20). Pero en su misericordia cuando lo considera oportuno Dios “levanta del polvo al pobre… para hacerlo sentar con los príncipes de su pueblo.” (Sal 113:7,8)
Pr 18:11 completa el significado de la primera línea de este proverbio (“Las riquezas del rico…) diciendo “y como un muro alto en su imaginación.” El rico se imagina que su dinero lo protege de toda desventura, pero ¿acaso lo libra de enfermedades, o de disputas familiares? Al contrario, pudiera ser que su fortuna atice rivalidades entre sus futuros herederos, y que eso le amargue la vida. Por eso el salmista aconseja a los ricos no poner su confianza en las riquezas (Sal 62:10b), porque no lo librarán en el día de la ira (Pr 11:4). ¿Hay alguien que pueda sobornar a Dios?
Hay cosas en la vida que tienen mucho más valor que las riquezas como, para comenzar, el conocer a Dios (Jr 9:23,24). Por ello Pablo también aconseja a los ricos no poner su confianza en las riquezas, que son inciertas (1Tm 6:17), sino que, más bien, sean ricos en buenas obras (v. 18).
De otro lado, la pobreza no impide al pobre gozar de la gloria futura, ni la riqueza asegura que se gozará de ella, como nos muestra la historia del rico y del mendigo Lázaro (Lc 16:19-21). Más bien Jesús dijo: “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mt 19:24).
Como bien dice Ch. Bridges, ambos estados, la riqueza y la pobreza, tienen sus tentaciones y limitaciones propias (Pr 30:8,9; 1Tm 6:9,10). La mejor defensa contra ellas está en que los ricos sean “pobres en espíritu” (Mt 5:3; Jb 1:21), y que los pobres sean ricos en la fe (St 2:5; 1Tm 6:6-8).
Notas: 1. Curiosamente macor jayim (esto es “manantial de vida”) es en hebreo el nombre de la gran aorta de donde sale del corazón la sangre que irriga todo el cuerpo y le da vida.
2. Ya hemos visto que inteligencia no es lo mismo que sabiduría. Véase el comentario al vers. 10:1 en mi artículo “El Hijo Sabio Alegra al Padre”.


Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, porque no hay ninguna seguridad que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, Yo sé que tú moriste por mí en expiación de mis pecados y que me ofreces gratuitamente tu perdón. Aunque soy consciente de que no lo merezco, yo lo acepto y te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

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viernes, 6 de enero de 2017

HAY BENDICIONES SOBRE LA CABEZA DEL JUSTO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
HAY BENDICIONES SOBRE LA CABEZA DEL JUSTO
Un Comentario de Proverbios 10:6-10
6. “Hay bendiciones sobre la cabeza del justo; pero violencia cubrirá la boca de los impíos.”

El original del vers. 6a dice: “Bendiciones (bajan) sobre la cabeza del justo.” El sentido de la segunda línea sería: La violencia revierte sobre la cabeza del impío que la instigó y lo hace callar. El sentido primario de este proverbio antitético sería pues: La gente bendice al justo, pero los impíos serán insultados y despreciados, de modo que la vergüenza cubra su boca. Este proverbio y el siguiente están ligados por la palabra “berajá” (bendición) que figura en ambos.
La expresión de que hay algo “sobre la cabeza” de alguien quiere decir protección, pero también la inminencia de recibir cosas buenas (Gn 49:26), eventualmente también recibir cosas malas (como cuando se habla de la espada de Damocles que pende sobre la cabeza de alguno).
El justo cuenta con la protección de Dios. Eso es ya una gran bendición. Pero dice “bendiciones”, en plural, lo que indica que son muchas y de muchas clases. Dios es “galardonador de los que le buscan” (Hb 11:6), y le sirven. Las bendiciones que recibe el justo son de naturaleza temporal (Dt 28:1-8) y espiritual (Is 32:17); provienen del hombre (Pr 16:7; Jb 29:11-13) y de Dios (Mt 5:3-12).
Pero nótese que todo lo que viene sobre la cabeza de alguno suele ser visible a todos. Esto es, la recompensa del justo no permanece oculta, aunque una parte del premio que reciba sea de naturaleza íntima, personal. Recuérdese asimismo que la imposición de manos, que es una fuente de bendición, se hace sobre la cabeza.
La expresión “cubrir la boca”, o “el rostro” (que aparece también en el vers. 11b) debe haber tenido un significado preciso en Israel, posiblemente asociado a tener vergüenza (Sal 44:15; 69:17). Nosotros podemos especular sobre su significado, por analogía. Tapar la boca de alguien equivale a dejarlo callado. Pero aquí debe significar que la violencia abrumará a los impíos en pago de sus obras, como ocurrió con Amán, a quien le cubrieron el rostro antes que fuera condenado a ser colgado en la horca que él había preparado para Mardoqueo (Est 7:8-10).
Cuando Pedro en el huerto de Getsemaní hirió con una espada a un criado del sacerdote en un vano intento de evitar que arresten a Jesús, éste le dijo: “todos los que tomen espada, a espada perecerán” (Mt 26:52), de donde viene el refrán “El que a hierro mata, a hierro muere”. Es decir, cosechará la violencia que ejercieron sobre otros. Aquí también Dios paga a cada cual según sus obras (Jb 34:11; Sal  62:12; Jr 17:10; Mt 16:27; Rm 2:6; Ap 2:23). (Nota 1)
Un impío pacífico, no violento, es una imposibilidad. Pero el justo sí es ambas cosas. Por eso el justo no hereda violencia, sino paz. Esto es, cosecha lo que sembró. Valdría la pena agregar que al impío la violencia no lo afecta tanto como al justo, porque es el clima en el cual está acostumbrado a vivir. Por eso sabe muy bien contraatacar y defenderse, y reacciona a la agresión mejor que el justo. La versión de la Septuaginta (LXX), “duelo prematuro cubrirá la boca de los impíos”, apoya mi explicación.
El segundo estico de este proverbio es idéntico al del vers. 11. La diferencia está en que en el vers. 11 “boca” juega con “boca”, mientras que en el vers. 6 la oposición es entre “cabeza” y “boca”. El sentido primario del proverbio es bastante obvio y claro: Mientras que a los justos les esperan bendiciones, a los impíos les aguardan violencias. Es el pago normal a los hechos de cada uno. El papel que juega aquí “cabeza” es también claro: lo que viene de arriba, en sentido espiritual o material, se recibe sobre la cabeza y la cubre. Es cierto que la violencia no viene necesariamente siempre de arriba, sino del mundo mismo que nos rodea. Es apropiado pues que cubra la boca. Pero lo es también porque el impío es violento no sólo con sus manos y brazos; lo es también con la boca. Es justo que reciba el castigo ahí por donde peca. En efecto, la violencia verbal puede golpear tanto como la física: “Hay hombres cuyas palabras son como golpes de espada”. (Pr 12:18) ¿Quién no lo ha experimentado alguna vez?
7. “La memoria del justo será bendita; mas el nombre de los impíos se pudrirá.”
La idea es afín a la del proverbio anterior. Aún muerto el justo será bendecido, de manera que su recuerdo se mantiene vivo (Sal 112:6b), y sirve de ejemplo a otros. Como fue el caso del rey Josías, que fue llorado por su pueblo y fue endechado por Jeremías, y por los cantores del pueblo (2Cro 35:24,25). En cambio, “el “nombre de los impíos” se borrará de la memoria del pueblo. Nadie se acordará de ellos (Jb 18:17; Sal 109:13; Jr 22:18,19). Dicho de otra manera, así como se pudre el cadáver del impío en la tumba, se pudre su nombre en la memoria del pueblo.
El contraste en este proverbio es claro: la fama del justo perdura; el nombre del impío no perdura, sino pronto se olvida; no su fama, porque no la tiene, o no la tiene buena; o a lo sumo, tiene mala fama. Pero hay más: lo que se pudre desprende mal olor. Algo parecido ocurre con el nombre del impío, porque hasta a sus parientes avergüenza. La gente gusta de recordar los hechos buenos y heroicos porque los inspiran y les levantan el ánimo. Recordándolos la gente alaba y bendice la memoria del justo. Se le levanta monumentos y se pone su nombre a las calles. Pero nadie quiere acordarse de las maldades del impío.
Un ejemplo patente de distinta fama es el caso del apóstol Pablo y del emperador Nerón. Como relata el libro de los Hechos (25:10-12; 27:1,2), Pablo fue llevado a Roma para ser juzgado por el tribunal del César. Aunque no se conocen los detalles del juicio al que fue sometido, él dice que aprovechó su defensa para predicar a los presentes el Evangelio, y de esa manera fue librado de la boca del león (2Tm 4:17). Su renombre no se ha extinguido hasta hoy. En cambio, la violencia cubrió la boca del emperador perseguidor de cristianos, pues, perseguido a su vez, acusado de haber incendiado Roma acabó suicidándose.
Otro caso patente de destino contrastante, como señala Cesáreo de Arlés, es el de Juan Bautista y de Herodes Antipas, el tetrarca, que lo mandó matar para complacer a su sobrina Salomé (Lc 3:19,20; Mr 6:14-28). Mientras que el precursor de Jesús sigue siendo recordado con respeto y admiración, y su insobornable valentía es un ejemplo para muchos, Antipas, después de sufrir una grave derrota militar, fue acusado de conspirar contra los romanos, fue depuesto y murió en el exilio.
M. Henry muy apropiadamente apunta: Entre los cadáveres del justo y del impío en la tumba no hay diferencia, pero entre las almas de uno y otro en el mundo espiritual sí la hay, y muy grande.
8. “El sabio de corazón recibirá los mandamientos; mas el necio de labios caerá.” (2)
Hay corazones sabios y bocas necias. La sabiduría del justo reside en su corazón, y por eso es discreto. En cambio, la boca delata al necio, porque habla lo que no debe. El Sirácida anota: “El necio tiene la mente en sus labios; el sabio tiene sus labios en la mente.” (21:26). Esto es, mejor piensa antes de hablar, no después.
Si este proverbio es un caso de paralelismo contrastante, ¿en qué consiste la oposición de ambos esticos? Entre “recibir los mandamientos” y “caer” no hay un contraste adecuado. Para que lo haya, la segunda frase debe ser completada con la idea sobreentendida: “mas el necio de labios caerá porque no los recibe”.
En esta sección hay cuatro versículos (6-9) que contrastan la suerte del justo con la del impío, aunque en los dos últimos los términos “justo” e “impío” están reemplazados por la descripción de la característica de ambos que se quiere destacar: ser sabio de corazón y caminar en integridad, en el caso del primero; y el que pervierte sus caminos, en el caso del segundo. Uno y otro cosecharán lo que sembraron.
En el versículo que nos ocupa vemos que ya que, como dijo Jesús, “de la abundancia del corazón habla la boca” (Mt 12:34), el necio de labios no es sabio de corazón, y viceversa, el que no es sabio de corazón es necio de labios. Ambas cosas, necedad de labios y sabiduría de corazón, se excluyen. Pero el necio de corazón es también necio de labios; y el sabio de corazón es prudente al hablar.
El necio de labios es el que habla demasiado y no contiene su lengua, y por eso dice cosas que no conviene, con malas consecuencias para sí, o para otros. O pudiera ser que en su acaloramiento ofenda a su interlocutor. Hace lo contrario de lo que afirma el vers. 10:19b: “El que refrena sus labios es prudente.” Los que desprecian la sabiduría son víctimas de su propia insensatez.
El sabio de corazón, el hombre entendido, recibe, es decir, acoge los mandamientos, y los pone en práctica, y por eso será bendecido por Dios (Pr 1:33). Pero el que no los recibe, cuya necedad se manifiesta en sus palabras, no prospera (Pr 10:14).
9. “El que camina en integridad anda confiado; mas el que pervierte sus caminos será quebrantado.”
"Anda confiado" (c.f. 28:1b), porque su conciencia no lo acusa. Por ese motivo no necesita temer que alguien venga a reprocharle su inconducta, o alguna falta; y además, porque sabe que Dios lo protege. ¡Qué contraste con el impío que "huye sin que nadie lo persiga”! (28:1a).
            Algunas versiones traducen la segunda línea así: “será descubierto”  o “conocido”, lo que quiere decir que aunque aparente vivir honestamente, tratando de engañar a Dios y a su prójimo, en algún momento de descuido se traicionará, y se le verá tal cual es.
            Hay en verdad sólo dos maneras de conducirse en la vida: rectamente, o de manera torcida. Ambas llevan a resultados y destinos opuestos. 
            La versión “Dios Habla Hoy” se toma la libertad de dar como traducción de este versículo dos refranes conocidos: “El que nada debe, nada teme” y El que mal anda, mal acaba” que, en efecto, reflejan su sentido, pero no son una traducción propiamente dicha.
            En el Antiguo Testamento tenemos dos personajes que caminaban en integridad delante de Dios, y a quienes Él distingue: Abraham (Gn 17:1) y Job (Jb 1:8). No que fueran perfectos, porque ningún hombre lo es, pero su voluntad estaba siempre orientada hacia el bien. Dios ha prometido que los que así viven, gozarán de su protección (Pr 2:7,8; Sal 84:11; Is 33:15,16). Ha prometido además que Él escuchará sus oraciones (1Jn 3:21,22) y que su final será feliz (Sal 37:37). ¿Está tu voluntad siempre orientada hacia el bien? Más te valga.
            Además de los dos ejemplos ya mencionados, tenemos el caso de dos personajes cuyas vidas ilustran los destinos opuestos que menciona este proverbio: José, que mantuvo su integridad pese a las severas pruebas a las que fue sometido (Gn 39); y Siba, que con engaños y calumnias obtuvo el favor del rey (2Sm 16:1-4; 19:24-30).
            Otro caso notable de contraste es el del rey David, de quien Dios mismo dio testimonio de que caminó en integridad (1R 9:4), y cuyo corazón era conforme al corazón de Dios, pese a sus debilidades humanas (1Sm 13:14; Hch 13:22); y su hijo Absalón, que se rebeló traicioneramente contra su padre, y tuvo una muerte ignominiosa (2Sm 18:14,15).
10. “El que guiña el ojo acarrea tristeza; y el necio de labios será castigado.”
Aquí hay un contraste entre el que acarrea males a su prójimo (cf vers. 23a), y el que se los causa a sí mismo. Guiñar el ojo ha sido siempre una manera de comunicarse a escondidas, casi secretamente, ocultando una mala intención, sea el propósito de seducir, o el asentimiento a ese mal deseo. O pudiera ser una señal convenida entre delincuentes para perpetrar algún delito (Véase Pr 6:13-15; cf Sal 35:19). El Sirácida dice al respecto: “El que guiña el ojo trama algo malo, y nadie lo apartará de ello.” (27:22, vers. Schökel). El que es enemigo de Dios, suele ser enemigo de su prójimo, apunta Ch. Bridges.
No creo que sea necesario hablar nuevamente aquí del “necio de labios”, porque ya se ha dicho bastante al respecto al comentar el vers. 8. La segunda línea de este proverbio es casi una repetición del vers. 8b. Por eso algunas versiones, traducen la segunda línea siguiendo a la Septuaginta: “El que reprende osadamente procura la paz.”
Notas: 1. Éste es el principio bíblico que con más frecuencia aparece en sus páginas. Por tanto, deberíamos tenerlo muy en cuenta: Dios cuidará de que todos cosechemos, en esta vida o en la otra, el fruto de lo que sembramos.
2. La palabra “necio” (ewil en hebreo) aparece un gran número de  veces en el Antiguo Testamento, y de ellas la mayor parte en el libro de Proverbios. Según algunos “granuja” sería una traducción más apropiada.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, porque no hay ninguna seguridad que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, Yo sé que tú moriste por mí en expiación de mis pecados y que me ofreces gratuitamente tu perdón. Aunque soy consciente de que no lo merezco, yo lo acepto y te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

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