jueves, 25 de agosto de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XIII - A LA IGLESIA DE LAODICEA II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XIII
A LA IGLESIA DE LAODICEA II
Un Comentario de Apocalipsis 3:19-22



19. “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.”
En el original griego la frase dice: “A los que yo (yo enfático) amo, reprendo y castigo”. Aquí hay un orden pedagógico: amar, reprender, castigar.

Estas palabras de Jesús nos recuerdan el conocido versículo de Proverbios: “No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere.” (3:12) que cita también Hb 12:5b, 6 (cf Jb 5:17 y Sal 94:12); y encajan bien con el tono severo de esta carta, la más negativa de las siete epístolas. La reprensión de Dios no es una expresión de rechazo sino, al contrario, una manifestación del amor de Padre que corrige y disciplina a sus hijos. Jesús lo hace con los suyos porque quiere que superen el marasmo, la debilidad y peligro en que se encuentran. El verdadero amor no es indulgente sino, al contrario, es severo cuando conviene.  Por ello les amonesta: sé pues celoso. Aviva el celo por las cosas de Dios que antes mostraste, y arrepiéntete de tu actual tibieza. Arrepiéntete de haberte dejado cazar por las redes insinuantes del mundo que quiere atraparte con sus halagos, y reconoce de quién proceden esas trampas. Si quieres seguirme ciñe tus lomos y reanuda tu marcha por el camino estrecho que lleva a la salvación (Mt 7:14).

El uso de las palabras griegas es muy instructivo y elocuente: “Élegjo” es la reprensión que produce convicción en la persona acusada, no rechazo. El verbo “paideúo” viene de “paideia” que es la instrucción del niño. Jesús pues no quiere condenar, sino corregir a sus hijos para que enmienden sus caminos, como un padre hace con sus hijos.

20. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.”
Como corolario de lo anterior y como una manifestación de su amor indesmayable, Jesús se dirige a los que ha reprendido severamente y les hace una invitación tierna. Yo no te pido que vengas donde mí y renueves nuestros lazos de amistad, sino que yo estoy delante de ti y toco la puerta de tu corazón.

Si tú estás arrepentido, ábreme la puerta y yo entraré a abrazarte. No sólo a abrazarte, sino que he traído conmigo todas mis riquezas para que cenemos juntos y compartamos lo que he traído.

Sentarse a la mesa con una persona era en la antigüedad –y sigue siéndolo hoy día- una manera de tener comunión, de celebrar y fortalecer la amistad con una persona. Eso es lo que Jesús quiere hacer con todos aquellos que habiéndose enfriado en el camino, quieren recuperar el fervor que antes tuvieron. Jesús no te ha desechado porque te hayas alejado de Él; quiere seguir siendo tu amigo.

Este versículo es usado con frecuencia con fines evangelísticos, para hacer el llamado a los que escuchan por primera vez el Evangelio. Y en verdad el versículo se presta muy bien para ese fin, pero ése no es su propósito en la carta a Laodicea, sino el de renovar la comunión perdida. Una muestra más de cómo la palabra de Dios es multifacética, y se presta para diversos fines sin que haya necesidad de forzar su sentido.

Pero examinemos con más detalle, fuera del  contexto de ese uso, el sentido de las palabras de esta frase. Jesús está “a la puerta”. Él no teme humillarse delante de cada discípulo suyo para presentarse como un mendigo que solicita se le atienda. Él es Rey y podría exigir que los que quieren tener amistad con Él acudan a su puerta y sean los que toquen para que se les abra. Pero Él hace al revés: El Rey acude donde su siervo. Quizá Jesús recuerde en ese momento sus propias palabras para ponerlas en práctica: “Llamad y se os abrirá” (Mt 7:7), esperando una respuesta positiva: “Y al que llama se le abrirá.” (Mt 7:8).

¿Habrá un soberano más tierno, amoroso y condescendiente que Él? Y nosotros cuando nos sintamos ofendidos ¿no tomaremos la iniciativa de buscar al ofensor para reconciliarnos, en vez de exigir que sea él quien venga a nosotros?

“Si alguno oye mi voz”, porque Él habla con voz suave, suplicante, no imponente. “Si alguno oye mi voz”, porque es posible que muchos estén tan distraídos en sus propios asuntos, y se hayan enfriado tanto, que no se ponen en el caso de que Jesús venga a ellos. Sus oídos están tapados por el ruido ensordecedor del mundo, y pueden no escuchar el susurro de Jesús en medio de ese estruendo. “Si alguno oye mi voz”, porque habrá ovejas que no habrán olvidado el timbre inconfundible de la voz de Jesús y la reconocerán, y que, confusos, se apresurarán a abrirle.  ¿Serás tú uno de ellos, o te harás el desentendido?

“Abre la puerta”. Jesús no fuerza su entrada, sino espera que se le abra. Su corazón está lleno de paciencia. ¡Ay de aquellos que no se apuren en abrirle! Pudiera ser que hayan perdido la última oportunidad de renovar su amistad con Él, porque Jesús vino otras veces y se le cerró la puerta. ¡Pero felices aquellos que le abran, y se sienten a la mesa con Él! Probarán manjares cuyo sabor nunca imaginaron.

Por eso dice “cenaré con él”. ¡Qué gran privilegio y honor es ser invitado a la mesa de los grandes! Muchos que alguna vez lo fueron lo recuerdan como uno de los momentos más felices de su vida, y se deleitan recordando los detalles de la fiesta suntuosa en la que participaron. Mas aquí está el más grande de los grandes, el Soberano de los reyes de la tierra, y Él no te ha invitado a su palacio, sino que ha venido a tu humilde morada con todas sus riquezas para honrarte. ¿Querrás perder esta oportunidad que muchos ansían de renovar tu comunión con Él? ¡Oh, no seas lerdo, sino deja tu tibieza, y acude pronto a la invitación que Él te hace! (1)

Pero notemos que Jesús ha dicho puntualmente: “Cenaré con él y él conmigo.” Esa cena verá su consumación en el banquete de las bodas del Cordero, al final de los siglos: Ap 19:9; cf Mr 14:25.

21. “Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono.”
Por último, Jesús repite la promesa que ha hecho en las otras cartas: “al que venciere”, aunque cada vez lo prometido es diferente. Al que no se rinda ante los halagos, o la oposición del mundo; al que supere los obstáculos que el enemigo se empeñará en poner en su camino; al que venciere, en fin, como Jesús venció sin temor a la muerte, Él, Jesús, el vencedor que subió al cielo para sentarse a la diestra de su majestad, le dará que se siente junto con Él en su trono. Pablo, en otro contexto, habla de los que se han sentado en lugares celestiales con Cristo Jesús (Ef 2:6). (2)

¿Qué cosa quiere decir “sentarse” en el trono mismo de Jesús? ¿Acaso hay en un trono, que es una silla grande, majestuosa para una sola persona, lugar para dos, o tres, o para muchísimos más, que serían los que vencieren, y a los que Él hace esta promesa?

Jesús dice que Él se ha sentado en el trono de su Padre (Mt 26:64), lo que quiere decir que, según la promesa de un salmo mesiánico, a Él se le ha dado el gobierno del mundo, porque el trono simboliza autoridad, como lo declara el Salmo 110: “Jehová dijo a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (v. 1, cf 1Cor 15:25) (3)

Jesús prometió a sus apóstoles que algún día en su reino ellos regirán a las 12 tribus de Israel (Mt 19:28), es decir, las gobernarían, tendrían autoridad sobre ellas (4). Lo que Jesús les está prometiendo a todos los que vencieren, es que algún día Él compartirá con ellos su autoridad sobre el mundo creado. Ellos serán, por así decirlo, sus ministros o mandatarios, en ese mundo futuro que nosotros no conocemos, que es de una grandeza que apenas podríamos imaginar. Pablo da a entender algo semejante cuando escribe: “¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo? …¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?” (1Cor 6:2,3).

Toda persona a quien se delega autoridad comparte la autoridad de Aquel que se la ha delegado. Sus escogidos pues, los que le sirvieron en la tierra y no desfallecieron en las pruebas, compartirán la autoridad del Rey del Universo. De esta manera recibirán su recompensa (2Tm 2:12; Rm 8:17; Col 3:4). Ninguna acción suya, aún la más pequeña; ninguna palabra, aún la más furtiva; ningún gesto de caridad, pasará desapercibido; hasta la menor sonrisa, será tenida en cuenta; nada será perdido, todo será considerado para la asignación de la recompensa generosa que a cada uno corresponda, porque Dios es un Dios justo que paga a cada cual según sus obras. (Sal 62:12; Rm 2:6; Ap 2:23; 22:12).

22. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
¿Tienes tus oídos para escuchar y entender la promesa que Jesús te hace? Él no habla en vano, sino que cada palabra suya es “en Él sí, y en Él amén.” (2Cor 1:20), es decir, firme, segura. Si Él lo ha hablado, Él lo hará.

Como ya he dicho en otra parte (Mensajes a las Siete Iglesias IX), Él no habla aquí sólo a una iglesia en particular del pasado, sino que habla a la iglesia universal, a todos los creyentes de todos los tiempos, a ti y a mí.

Notas: 1. Aquí hay una relación de koinonía frecuente en el evangelio de Juan: “Cenaré con él y él conmigo.”  Véase Jn 6:56; 10:38; 14:20,23; 15:4,5; 17:21,26.
2. La carta a los Efesios sería, según algunos eruditos, la carta a la iglesia de Laodicea que  muchos dan por perdida.
3. Véase también las siguientes referencias: Mt 22:44; Mr 12:36; Lc 20:42,43; Hch 2:34,35; Ef 1:20-22; Col 3:1; Hb 1:3,13; 8:1; 10:12,13.
4. En Lucas 22:28-30 Jesús les dice que Él les asignará un reino así como su Padre le asignó un reino a Él.



Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#909 (10.01.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 9 de agosto de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS - A LAODICEA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS XII
A LA IGLESIA DE LAODICEA I
Un Comentario de Apocalipsis 3:14-18



14. “Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: He aquí el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios, dice esto:” (Nota 1)

En esta última epístola Jesús se presenta a sí mismo: “He aquí”, es decir, “Aquí estoy yo, el Amén”. Esta palabra es una transliteración de la palabra hebrea “Amén”, que quiere decir "firme", "confiable" y que se traduce a veces como “verdad” o en otros casos como “fidelidad”. (2)
Suele ser traducida a veces, como al final de una oración (el Padre Nuestro, por ejemplo), como “Así sea”. (3)
Jesús la usa con frecuencia al inicio de una declaración importante: “Amén, amén, os digo…” (Jn 3::3; Mr 8:12; Mt 13:17) “En verdad, en verdad os digo” (o “de cierto, de cierto…”). En otras palabras, lo que digo es verdad. Yo certifico que las cosas que digo son verdaderas. ¿Por qué puedo afirmarlo? Porque yo soy la verdad misma. (Jn 14:6) Y porque lo soy, yo soy en sentido absoluto el único “testigo fiel y verdadero” que existe. Por eso puedo llevar ese nombre. Yo soy el testigo fiel y verdadero de las cosas pasadas, de las cosas presentes y de las cosas futuras también, porque mi mirada se extiende sobre todas las edades y todos los tiempos, y todo es presente para mí. Yo estoy por encima y más allá del tiempo, porque yo habito en la eternidad. El tiempo es creación mía.
Todo lo que existe procede de mi boca, y sin mí nada existe, porque Yo era desde el principio”, y estaba junto con Dios antes de que nada existiera (Jn 1:1; Pr 8:22). Todo lo que existe surgió en obediencia a mi palabra que ordenaba que existiera. Tú mismo que lees estas líneas, vives porque yo te llamé a la existencia. Sin mí no serías nada, no existirías, tus padres no te habrían concebido. ¿Y tú te atreves a desafiarme? ¿Tú te atreves a negar que existo? Si me niegas a mí, niegas tu mismo ser, que de mí procede y depende.
La frase “el principio de la creación de Dios” fue usada por los arrianos del siglo IV (y la utilizan sus sucesores modernos, los Testigos de Jehová) para intentar negar que el Verbo fuera eterno, alegando que Él fue creado. Pero la palabra arjé (traducida por “principio”) quiere decir aquí “fuente” u “origen” de la creación: “Todas las cosas fueron hechas por Él” (Jn 1:3).
          Él está por encima de la creación. Él es el primero y el último, el Alfa y la Omega, el que todo lo comprende y abarca. Como dice Pablo: “Y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio de Él,” (1Cor 8:6b). Hebreos lo pone en estos términos: “Porque era propio que Aquel por cuya causa son todas las cosas, y en quien todas las cosas subsisten…” (2:10). Si Él dejara de existir, todo desaparecería con Él.

15. “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente!”
¡Oh, qué reproche el que Jesús dirige al ángel de esa iglesia y con él a todos sus fieles! “No eres frío ni caliente”. No eres como el hielo en el que todo fervor se ha congelado y que parece sin vida, ni como el fuego que hace arder todo lo que toca. Ojalá fueras como lo uno o como lo otro. Es decir, ojalá te definieras y salieras de tu lánguida apatía. Ojalá despertaras y se llenaran tus venas de vida, porque pareciera que por las tuyas no circula sangre sino agua. Si fueras  frío, es decir, totalmente alejado de Dios, habría posibilidades de que te convirtieras a Él. Si fueras caliente, ardiendo en el amor de Dios, te encaminarías derecho al cielo, donde te espera el abrazo de Jesús. Pero tu indiferencia hacia las cosas de Dios es la peor actitud de todas, porque equivale al desprecio. De ahí la condena que sigue:

16. “Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.”
Así como el agua tibia provoca el vómito, yo te vomitaré a causa de tu tibieza. El Señor te escupe con asco y te rechaza porque no soporta tu maligna tibieza y tu hipocresía con la que aparentas ser lo que no eres, y que quieras estar bien con Dios y con el diablo. ¡Qué terrible es que el Señor le diga a alguien que pretende ser suyo: Te vomitaré de mi boca! No quiere verte ni saber nada contigo.
El Señor Jesús tuvo palabras muy fuertes contra los fariseos a causa de su hipocresía. Pero aquí tenemos un reproche aun mayor, porque los fariseos no eran sus discípulos, no le pertenecían. En cambio, éstos de Laodicea eran cristianos, pertenecían al cuerpo de Cristo, pero eran indignos de estar en Él, no por sus pecados,  sino por su pasividad. No porque toleraran a una Jezabel en su seno, no porque tolerara maestros de falsas doctrinas entre ellos, sino por su tibieza.
El Señor no tolera la tibieza, no tolera las medias tintas, no tolera la mediocridad. Él quiere que los que lo siguen se esfuercen y den lo máximo de sí, porque cuando nosotros damos lo máximo de nosotros mismos, el Señor añade más y colma la medida. Pero si no damos nada de nosotros mismos, cerramos la puerta a la gracia.
En la vida del espíritu no es posible permanecer en el mismo lugar, se ha observado muchas veces. Si no avanzas, retrocedes. Si no nadas contra la corriente, la corriente te arrastra. Y aún lo poco que tienes, lo perderás, como el siervo infiel que no sacó provecho del único  talento que tenía. (Mt 25:24-30).
El peligro de la tibieza consiste, entre otras cosas, en que no es consciente de lo que le falta y necesita adquirir. Se cree suficiente y cree tener asegurado un lugar en el cielo, y no se da cuenta de que está a punto de perderlo todo.
En el reproche de la tibieza parece haber una alusión a las aguas calientes que brotaban de las fuentes de la cercana Hierópolis, al otro lado del valle, frente a Laodicea y que, al correr por la meseta, se volvían tibias. Sabemos que el agua tibia provoca náusea. Eso es lo que el Señor siente por el tibio. ¡Ojalá que nunca le causemos nosotros esa sensación al Señor! ¡Ojalá que nunca le provoquemos náuseas!

17. “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.”
Más allá del significado que estas duras palabras de reproche tenían para sus destinatarios cuando fueron proferidas, este mensaje se dirige a los ricos de todos los tiempos, a todos aquellos que fundan su seguridad en su riqueza, y que más allá de eso, se enaltecen a causa de la fortuna que han acumulado. “Yo soy rico” se jactan, “y me he enriquecido”, es decir, yo he amontonado dinero gracias a mis esfuerzos, y por ello, cuento con todo lo necesario para vivir a mis anchas y me basto a mí mismo. Como dice un proverbio: “Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación.” (18:11). Pero él ignora cuándo van a pedir su alma y lo que ha acumulado ¿para quién será? (Lc 12:20).
Por eso Jesús contesta: Tú no sabes cuán miserable eres y cuán pobre. Tienes riquezas, pero eso es todo lo que tienes. Eres un desventurado, y estás ciego y desnudo, porque no te das cuenta de que lo que has acumulado son carbones para atizar el fuego del infierno al cual vas a ir, y donde vas a pagar por todo el sufrimiento que causaste a otros en el proceso de hacerte rico; por todos los abusos, por toda la explotación, por todo el engaño y la usura que usaste como instrumento para enriquecerte.
En realidad eres pobre en la gracia de Dios, pobre en amor no sólo divino sino humano, porque si bien hay muchos que te temen o te envidian, no tienes uno solo que te ame de verdad. Y si te muestran aprecio y si te halagan no es por ti, sino por tu dinero. Es un cariño interesado.
El dinero –se ha dicho con razón- puede comprar caricias, pero no puede comprar amor. Tampoco puede comprar el favor de Dios, a menos que se use para calmar el hambre de los pobres.
Naturalmente puede decirse que este versículo de la carta a Laodicea no se refiere a la riqueza material, sino a la supuesta riqueza espiritual que esa iglesia se jactaba de poseer. Pero ¿cómo se compagina la riqueza espiritual con la tibieza? Imposible. La riqueza espiritual destruye la tibieza con su fervor, así como la tibieza apaga toda riqueza espiritual. Las palabras de Jesús tomadas en ese sentido son plenamente justificadas. El que es tibio se ha empobrecido en sentido espiritual, y está cubierto de harapos que dejan ver su desnudez. Vale la pena notar que, contrariamente a los griegos que se exhibían desnudos, para los judíos la desnudez era una vergüenza que los hacía correr para esconderse, como ocurrió con Adán cuando descubrió que estaba desnudo. (Gn 3:10). (4)

18. “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.”
Como consecuencia Jesús exhorta a los de Laodicea a “comprar de mí”. Como esta iglesia se jacta de su riqueza con la que pueden adquirir todo lo que desean, les aconseja que “compren” –usando un lenguaje que corresponde a su jactancia- es decir, que adquieran de Él, que es la fuente de toda riqueza, tres cosas que tienen un valor eterno, y no pasajero como las riquezas materiales que poseen.
Son tres cosas que sólo Él puede dar al hombre. La primera es el oro de la fe, que es el inicio de la vida cristiana que asegura la entrada al cielo, el cual es bueno que haya sido refinado por el fuego de las pruebas para que sea perseverante (1P 1:7; 4:12,13). Lo segundo es la pureza del alma sin la cual nadie verá a Dios (Mt 5:8), ni puede permanecer en su presencia (Véase la parábola del Banquete de Bodas, Mt 22:11-13). El que no lleva puestas esas vestiduras, es decir, el que no se ha purificado por el arrepentimiento de sus pecados, deja ver a todos la inmundicia que mancha su alma. Su lugar no es el cielo, sino el fuego del infierno.
Por último, puesto que Jesús en el versículo anterior le ha reprochado su ceguera para las cosas que realmente tienen valor, le aconseja que compre colirio, es decir, gotas para los ojos que remuevan las escamas que entorpecen su visión, y pueda ver por fin realmente lo que constituye el tesoro escondido que deben buscar (Mt 13:44).
En estas palabras puede haber una alusión al renombrado “polvo frigio” que los médicos de la ciudad usaban para curar a los afligidos por enfermedades de los ojos físicos.
Hay también una sutil ironía en la exhortación hecha a los que se creen ricos, de comprar aquellos bienes que con ninguna riqueza material pueden adquirirse, como advierte Isaías en un conocido pasaje: “A los que no tienen dinero venid, comprad sin dinero y sin precio vino y leche..” (Is 55:1). El vino y la leche espiritual que nutren y regocijan el alma se adquieren acercándose a Dios, y no hay riqueza material que los pueda comprar. 

Notas: 1. La antigua ciudad de Diospolis (ciudad de Zeus) fue fortificada a mediados del siglo III AC por el rey seléucida Antígono II, quien le dio el nombre de Laodicea, en honor de su esposa Laodice. (El nombre de la ciudad viene de laos, pueblo, y diké, justicia o juicio) Según Josefo el rey Antíoco III, el Grande (223-187 AC) trajo de la región babilónica a unas dos mil familias judías, y las estableció en Lidia y Frigia. Ellas contribuyeron a la prosperidad de la región pero, según Cicerón, los judíos de Asia Menor estaban prohibidos de enviar dinero a Jerusalén, como era su costumbre, para el sostenimiento del templo. (Esa numerosa colonia judía fue más tarde la base de la fuerte implantación del cristianismo en la ciudad) Laodicea fue conquistada por los romanos el año 133 AC, quienes reconstruyeron los antiguos caminos que convergían en la ciudad. Estaba situada en una planicie sobre el valle del río Licos. Su situación estratégica la convirtió en un próspero centro comercial y bancario. Cuando fue destruida por un terremoto el año 60 DC, pudo reconstruirse sin apelar a la ayuda romana.
Se hallaba no muy lejos de Hierópolis, famosa por sus aguas termales, que llegaban ya tibias a Laodicea (lo que puede explicar la referencia a la tibieza de los creyentes de la ciudad); y cerca también de Colosas, cuyas aguas eran, por el contrario, frías.
En la ciudad se fabricaba el “polvo frigio”, que era usado para tratar enfermedades oftálmicas. La mención del colirio para ungir los ojos puede ser una alusión velada a ese producto. Se distinguía por la fabricación de tejidos de lana negra brillante, lo que puede estar detrás de la alusión a las “vestiduras blancas” que la carta aconseja comprar a los creyentes.
Es probable que la iglesia de la ciudad fuera fundada por Epafras, o algún otro discípulo de Pablo, que no había llegado a visitarla antes de su primera prisión (Col 2:1), aunque tenía una gran preocupación por los creyentes de esa ciudad, a los cuales había escrito una carta que, lamentablemente, se ha perdido (4:12,16).
Si Jesús le reprocha a esta iglesia su tibieza y autocomplacencia, pronto se convertirá en uno de los obispados más distinguidos de la región. Su obispo Sagaris fue martirizado el año 166, y un sucesor suyo participó en el Concilio de Nicea (325 DC). El año 367 tuvo lugar en la ciudad un concilio que se opuso vigorosamente a la herejía montanista. La ciudad fue capturada por los turcos en el siglo XI, pero fue reconquistada por los bizantinos el año 1119. Formó parte del reino latino a raíz de la 4ta. Cruzada, pero fue tomada por el tártaro Tamerlán en 1402, para caer finalmente en manos del Imperio Otomano. Sobre su emplazamiento se hallan las ruinas de Eski Hisar (antiguo castillo).
2. En Isaías 65:16 leemos: “El que sea bendecido en la tierra, en el Dios Amén será bendecido…”, esto es “en el Dios de verdad”. Su uso es también ocasional en los salmos como respuesta de la congregación a la exhortación de alabar a Dios (Sal 41: 13; 72:19; 89:52). En medios evangélicos se usa como señal de asentimiento a las palabras del predicador.
3. En ese sentido lo emplea también Jeremías: “Respondí: Amén, oh Jehová”. Es decir, “Así sea, Señor”, (11:5).
4. Para los hebreos y otros pueblos orientales de la antigüedad, era una vergüenza estar desnudo. Hacer desfilar desnudos a sus enemigos prisioneros era una forma muy usada de humillarlos (1Sm 19:24; 2Sm 10:4; Is 20:2,4).




Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:

   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#908 (03.01.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).