viernes, 22 de marzo de 2013

COMO EL CIERVO BRAMA I


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
COMO EL CIERVO BRAMA I
Un Comentario de los Salmos 42 Y 43
Introducción: Según la mayoría de los expertos estos dos salmos formaban originalmente un solo salmo que fue dividido en dos por razones litúrgicas. Avala esta tesis el hecho de que mientras el salmo 42 lleva en el encabezamiento la anotación: “Al músico principal. Masquil de los hijos de Coré”, el salmo 43 carece de ella. De hecho no tiene encabezamiento alguno, cuando la gran mayoría de los salmos lo tienen, y en el segundo libro del Salterio sólo uno más, el salmo 71, carece de él. Al mismo tiempo el estilo de ambos salmos es muy similar y en ambos figura el mismo estribillo con el cual concluye cada una de las tres partes del salmo en su forma original (vers. 42:5, 11 y 43:5). Vale la pena notar también la frase que comparten ambos salmos: 42:9b y 43:2b.
Con este salmo compuesto se inicia el segundo libro del Salterio, llamado “colección elohística”, porque en el mismo predomina el nombre de Elohim, en contraste con el primer libro en que prevalece el nombre de Yavé.
Según la opinión general, este salmo es uno de los más bellos de todo el Salterio, y se asemeja bastante a otra joya coreíta, el Salmo 84 (Véase mi artículo “Cuán amables son tus moradas” #635). No hay acuerdo sobre su probable fecha de composición. Algunos piensan que es anterior al exilio (587 AC), porque el templo de Salomón estaba todavía en pie; otros, que es posterior, porque la casa de Dios que se menciona en el salmo pudiera ser el segundo templo. En todo caso no puede ser posterior a la publicación de la Septuaginta (mediados del III siglo AC) porque en ella ya figura el salmo dividido.
Los llamados “hijos de Coré” eran descendientes del jefe de familia levita que se rebeló contra Moisés en el desierto junto con su clan, y que, como castigo, murió con los suyos tragados por la tierra que se abrió delante de ellos con gran estruendo (Nm 16). A los que sobrevivieron (Nm 26:11) les asignaron la tarea de guardar las puertas del templo (1Cro 9:19; 26:1-19). El rey David los puso al frente del canto en el tabernáculo, posiblemente como premio de que algunos de ellos se sumaron a su ejército de valientes en Siclag cuando huía de Saúl (1Cro 12:1,6). En tiempos de Josafat retenían ese papel (2Cro 20:19). La misericordia de Dios redimió a ese linaje de la vergüenza causada por la rebelión de su antepasado. (Nosotros hemos sido salvados de caer en la fosa como ellos y deberíamos estar eternamente agradecidos a nuestro Salvador por ello).
Este salmo contiene las expresiones de lamento y nostalgia de un levita descendiente de Coré que, por algún motivo desconocido, había sido desterrado de Jerusalén y se encontraba en la alturas del Hermón, en las fuentes del Jordán, muy lejos del templo donde él solía servir, posiblemente como jefe de los músicos y cantores. (Nota 1).
Según P.H. Reardon, el autor se encontraba frente a las formaciones rocosas y a las cascadas de agua clara que bajan de la montaña en la ruta que asciende a las alturas de Golán. Es posible que estando allá viera a un ciervo que huía jadeante, buscando dónde saciar su sed, y que esa visión le inspirara la imagen con que se inicia el salmo.
1. “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía.” (2)
Cuando el ciervo jadeante, que suele aplacar su sed en los remansos y en los riachuelos, no encuentra dónde saciarla, emite bramidos sonoros que resuenan en el bosque como clamores desesperados. No sabemos si lo hace sólo para expresar su angustia, o si lo hace para comunicarse con otros animales de su misma especie que podrían venir en su ayuda para guiarlo a donde ellos han abrevado su sed.
De manera semejante, y con similar ansiedad, clama mi alma por ti, mi Dios, cuando me siento alejado de tu presencia y no puedo saciar el ansia que tengo de refugiarme en tus brazos amorosos.
¿Por qué ha escogido el salmista al ciervo como figura para expresar sus sentimientos? El ciervo es conocido por cuatro características, dice Bellarmino. El ciervo es un enemigo acérrimo de las serpientes y está en guerra constante con ellas. Cuando es perseguido por los cazadores sube a lo más alto de las montañas lo más rápido posible. Por algún instinto natural pone en práctica el consejo del apóstol: “Sobrellevad los unos las cargas de los otros.” (Gal 6:2) porque, según Agustín, cuando se mueven en grupo, o nadan a través de un lago, los débiles reposan sus cabezas en los más fuertes. Finalmente, cuando están cansados de su combate con las serpientes, o de su huida a las montañas, o de ayudarse unos a otros, se refrescan bebiendo grandes cantidades de agua. Esa es la perfecta imagen del verdadero amante de Dios: Está constantemente en guerra contra las serpientes de sus malos deseos; cuando está a punto de ser vencido por la tentación, se refugia en la montaña de la contemplación de su Dios; lleva las debilidades de su prójimo con gran paciencia; pero sobre todo, arde de sed por tener comunión con Dios.
2. “Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo. ¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?”
Mi alma tiene, en efecto, sed de ti, Señor. Con esta declaración osada, el salmista reconoce cuál es la necesidad más profunda del ser humano que ha sido creado por Dios para amarlo. Para el que ha saboreado la intimidad con Dios, todo otro bien del que pueda gozar es insípido y vano. Gozar de la comunión con un Dios que no está muerto como los ídolos inertes, sino que está más vivo que un ser humano, pues es la fuente de la vida (Sal 36:9ª; Jr 2:13); porque responde a nuestros anhelos y peticiones, es la mayor dicha que se puede experimentar en la tierra.
¿Y por qué toma la sed como imagen de sus ansias? Porque no hay sensación de carencia más fuerte y dolorosa que la sed, mucho peor que el hambre. Por eso los salmos la utilizan con frecuencia para expresar el ansia que el hombre tiene de Dios. El salmo 63 dice: “Mi alma tiene sed de ti, y mi carne te anhela en tierra seca y árida donde no hay aguas…” (v. 1b). Jesús provee la respuesta a esa ansia en términos inequívocos: “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva.” (Jn 7:37,38).
La frase “¿Cuándo vendré y me presentaré delante de Dios? expresa el deseo de estar en la presencia de Dios en el templo, donde el humo del incienso y de los sacrificios crea un clima de adoración. Algunos manuscritos hebreos dicen: “¿Cuándo iré y veré la faz de Dios?, lo que nos recuerda una estrofa del salmo 27: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré: Que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo.” (v. 4)
El que ama al Señor ama las asambleas donde su nombre es adorado, dice Spurgeon. La adoración privada es muy buena, en efecto, pero mejor es la adoración pública, cuando es sincera, porque Dios vive en medio de las alabanzas de su pueblo (Sal 22:3).
Juan Crisóstomo, con gran penetración psicológica, observa que hay tres cosas que despiertan nuestro amor: la belleza del objeto, los favores conferidos y el amor mismo, porque los objetos bellos casi nos obligan a amarlos, los favores recibidos nos mueven a amar al dador, y el amor hace surgir amor recíproco en el amado como respuesta.
3. “Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche, mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios?”
Durante el destierro forzoso que sufre, el salmista no cesa de llorar y lamentarse día y noche, de modo que él puede llegar a decir que sus lágrimas son su alimento diario, como dice otro salmo: “Les diste a comer pan de lágrimas…” (Sal 80:5).
Pero su aflicción no despierta compasión de los que le rodean sino, al contrario, desprecio y escarnio. Las palabras que le dirigen burlándose de él: “¿Dónde está tu Dios?” (Sal 71:11; 79:10; 115:2; Jl 2:17: Mq 7:10) se parecen a las palabras que los escribas y fariseos dirigían a Jesús en tono de burla cuando Él estaba agonizando en la cruz: “Decía que era el Hijo de Dios. Que venga pues ahora Dios a librarlo” (Mt 27:43).
Cuando los impíos ven al justo en aflicción no se compadecen de él, sino, más bien, se alegran de sus sufrimientos y se gozan dirigiéndole invectivas burlonas para humillarlo y aumentar sus padecimientos. “¿Dónde está tu Dios?” Una de dos: O no quiere, o no puede librarte. Mal haces pues en confiar en Él.
4. “Me acuerdo de estas cosas, y derramo mi alma dentro de mí; de cómo yo fui con la multitud, y la conduje hasta la casa de Dios, entre las voces de alegría y de alabanza del pueblo en fiesta.”
El salmista se acuerda de sus tiempos felices cuando estaba en Jerusalén participando en las grandes fiestas, e iba en procesión con el pueblo conduciéndolo hacia el templo. Son varios los salmos que describen las procesiones del culto en el templo: “Los cantores iban delante, los músicos detrás; en medio las doncellas con panderos,” dice el Sal 68:25. La nostalgia por el templo es un sentimiento que impregna varios de los salmos de los hijos de Coré: “Anhela mi alma, y aun ardientemente desea los atrios de Jehová.” (Sal 84:2). Es un sentimiento afín al que experimentan los creyentes cuando desean más que nada estar ocupados en las cosas de Dios.
¿Qué cosa quiere decir la expresión: “Derramo mi alma dentro de mí” que también emplea Ana, la madre de Samuel, para expresar su pena (1Sm 1:15); y que también usan Job y el autor de las Lamentaciones? (Jb 30:16; Lm 2:12). Que vuelco todo mi ser, mis anhelos y mis nostalgias, en lágrimas y oración ferviente delante de Dios. El salmo 68:2 nos anima a hacerlo con plena confianza de ser escuchados.
“Dentro de mí.” (cf Sal 142:3; Lm 3:20). Eso es algo que sucede entre Dios y él; nadie tiene parte en su aflicción, como dice un proverbio: “El corazón conoce la amargura de su alma; y extraño no se entrometerá en su alegría.” (Pr 14:10).
5. “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.”
Esta es la estrofa-estribillo que aparece tres veces en el salmo compuesto (vers. 11 y 43:5). Expresa en forma de pregunta la reacción del autor frente a la situación difícil en que se encuentra, como si se interpelara a sí mismo.
El salmista está abatido y angustiado por el destierro y la consiguiente nostalgia de su patria que lo embarga. Ésta es una situación común en todos los que por una razón u otra, se ven forzados a alejarse de su casa y su ciudad, del entorno en que suelen desarrollar sus actividades.
Para contrarrestar este sentimiento de tristeza el salmista se fortalece en la seguridad de que no tardará el día en que Dios permita que él pueda retornar al templo para volver a desempeñar las funciones en la alabanza que le correspondían y a las que estaba acostumbrado. Él no tiene puesta su esperanza en las circunstancias cambiantes, ni en nada de lo que allá en las tierras alejadas de su hogar donde se encuentra, pudiera volverse favorables para él, sino en el Dios que gobierna las circunstancias.
Nota 1: Spurgeon -y otros autores con él- no cree que los dos salmos formaran originalmente uno solo, sino que se trata más bien de dos salmos que fueron compuestos por David en épocas diferentes, y que el segundo fue escrito como complemento del primero.
2. Según el comentarista A.B. Faucett, el verbo “clamar” figura en su forma femenina y, por tanto, el animal en cuestión sería una cierva y no un ciervo.
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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viernes, 15 de marzo de 2013

LA SIERVA DE NAAMÁN II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA SIERVA DE NAAMÁN II
Un Comentario de 2 Reyes 5:1-8
4-6. “Entrando Naamán a su señor, le relató diciendo: Así y así ha dicho una muchacha que es de la tierra de Israel. Y le dijo el rey de Siria: Anda, vé, y yo enviaré cartas al rey de Israel. Salió, pues, él, llevando consigo diez talentos de plata, y seis mil piezas de oro, y diez mudas de vestidos. Tomó también cartas para el rey de Israel, que decían así: Cuando lleguen a ti estas cartas, sabe por ellas que yo envío a ti mi siervo Naamán, para que lo sanes de su lepra.”
El rey de Siria era un ignorante. Él pensó: así como yo le doy órdenes a mi general, o a mis siervos, para que hagan tal o cual cosa, seguramente el rey de Israel dará órdenes a su profeta para que sane a Naamán. Con ese fin, y para ganarse su buena voluntad, le envió con el enfermo un regio regalo. (Nota 1)
Los mundanos entienden las cosas en términos mundanos. Él cree que el profeta hace milagros a pedido. Esto nos recuerda un episodio de la pasión de Jesucristo que consigna Lucas, cuando Pilatos envió a Jesús donde Herodes Antipas -personaje turbio a quien conocemos porque mandó matar a Juan Bautista. Herodes se alegró mucho de la inesperada visita porque esperaba que Jesús hiciera en su presencia algún milagro: “A ver pues, lúcete; hazte un milagrito para que veamos tus poderes”. Pero Jesús no le respondió palabra (Lc.23:6-12).
7. “Luego que el rey de Israel leyó las cartas, rasgó sus vestidos, y dijo: ¿Soy yo Dios, que mate y dé vida (2), para que éste envíe a mí a que sane a un hombre de su lepra? Considerad ahora, y ved cómo busca ocasión contra mí.”
I. El rey de Israel (3) se aflige al leer la carta del rey de Siria porque él también es un ignorante. Él se imagina que su colega le está pidiendo que él sane a Naamán, y como eso es algo imposible piensa que el rey sirio está buscando un pretexto para hacerle la guerra. No recuerda que hay un profeta en su reino a quien Dios ha dado el poder de hacer milagros. Las personas encumbradas, o las que desempeñan un papel importante, suelen tomar todas las cosas personalmente. Todo lo refieren a sí mismas, como si fueran el centro del mundo. Es una distorsión de su visión de las cosas provocada por la posición que ocupan.
Pero también podemos pensar que si el rey de Israel no pensó inmediatamente que Eliseo podía curar al general sirio –como sí lo pensó una simple muchacha- fue porque él no le había dado la debida importancia a la presencia del profeta en su tierra, o quizá porque le temía.
II. Observemos lo siguiente: El reino de Israel era una nación idólatra. Su fundador, Jeroboam, para evitar que sus súbditos fueran a adorar al Dios verdadero a Jerusalén, hizo fundir dos becerros de oro que colocó en sendos santuarios, uno en Betel, al Sur; y otro en Dan, al Norte de su reino. Expulsó a los sacerdotes de la tribu de Aarón y nombró a nuevos sacerdotes según su capricho (1R 12:28-31).
No obstante, en este reino idólatra colocó Dios a dos de los más grandes profetas del Antiguo Testamento: a Elías, primero, y a su discípulo Eliseo, después. No envió al reino de Judá, que sin embargo le permaneció fiel, profetas que se equipararan a estos gigantes en milagros. Pero ellos no fueron los únicos que profetizaron en Israel. También lo hicieron Oseas y Amós.
Nosotros solemos despreciar a los que no rinden culto a Dios como nosotros. ¡Ah, esos son unos idólatras! Pero ¿qué sabemos de lo que Dios piensa de ellos y de lo que hace con ellos? Los caminos de Dios no son nuestros caminos (Is 55:8). Quizá haya entre ellos mayores profetas y mayores santos que entre nosotros.
Pero, sobretodo, Él envió a esos dos grandes profetas a las tribus del reino apóstata porque también eran parte del pueblo elegido y quería darles oportunidad de que se arrepintieran. De hecho, aún después de la expulsión de las diez tribus idólatras por los asirios (2R 17:1-23) quedó en Israel un remanente fiel que acudió a la invitación que les hizo Exequias para que participaran en la renovada fiesta de la Pascua en Jerusalén (2Cro 30:5,10,11).
8. “Cuando Eliseo, el varón de Dios, oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel.”
Al enterarse el profeta de la angustia del rey lo tranquiliza haciéndole ver lo innecesario que es su temor. Hace llamar a Naamán y, por lo que se narra enseguida, sabemos cómo lo sanó haciéndolo sumergirse siete veces en las aguas del Jordán. ¿Por qué siete veces? Siete es un número que tiene un significado especial en la Biblia. Siete días tiene la semana, y en siete días creó Dios al mundo, incluyendo el día de descanso (Gn 2:2,3); siete días duraban la fiesta de los Panes sin Levadura (Ex 12:14,15; Lv 23:5-8) y la de los Tabernáculos (Lv 23:33,34). Siete veces dio vuelta la congregación de Israel alrededor de la ciudad de Jericó para que caigan sus murallas (Jos 6:3-5). Siete fueron las últimas palabras que pronunció Jesús en su pasión; y siete las iglesias de Asia que se nombran en Apocalipsis (1:11), por mencionar sólo algunos ejemplos. Siete en este caso es una prueba de perseverancia en hacer lo que Dios había ordenado a través del profeta, tal como Jacob sirvió siete años para obtener la mano de Raquel (Gn 29:18-20).
A mí me sorprende la seguridad en sí mismo que muestra Eliseo, que casi parece presunción. Pero no lo era. Eliseo no confiaba en sí mismo, sino en el poder de Dios que obraba a través de él.
La historia tuvo un final feliz. Pero ¿cómo comenzó? Con una tragedia: una banda de bandoleros sirios que capturó a un grupo de mujeres israelitas –entre las que se encontraba nuestro personaje- y las hizo sus esclavas (4).
Una de esas esclavas aceptó su condición como venida de las manos de Dios; no se rebeló contra Él, sino amó a sus captores. El amor de la muchacha por sus patrones llevó a la curación de un general de ese país que era uno de sus paladines, pero era leproso.
El amor puede hacer milagros. Dios usa a los que aman. ¿Quieres que Dios te use? Ama y Él te usará de maneras que no imaginas. Es cierto que Él también usa a los que odian. Los usa para castigar a los que le vuelven las espaldas. Pero seguramente tú no deseas que Dios te use con ese fin. Prefieres que Dios te use para bendecir y no para castigar. Pues ya sabes lo que tienes que hacer. Ama y Él te usará.
¿Cómo hacer para llenarnos de amor por los demás? Llenándonos del amor de Dios. Sólo hay una fuente de amor verdadero y es Dios mismo. Si el amor de Dios llena tu corazón no podrás refrenar el amor al prójimo que fluya de ti. Para nosotros la fuente de ese amor es Jesús: “Si alguno tiene sed venga a mí y beba.” (Jn 7:37). Busca en oración el costado abierto de Jesús, de donde brotó sangre y agua, y Él saciará tu sed.
Nosotros sabemos que la historia tuvo un final ulterior, aun más feliz que la curación de Naamán, y eso fue el que él reconociera al Dios verdadero, y se propusiera en adelante adorarle sólo a Él. El milagro que el profeta hizo con él, hizo que se convirtiera (2R 5:17). Pero ¿cómo comenzó el proceso? Con la compasión que una muchacha esclava sintió por él. Las acciones más pequeñas tienen a veces consecuencias grandes e inesperadas.
Este capítulo del segundo libro de Reyes presenta a algunos grandes personajes de la historia de ese tiempo: al rey de Siria, al rey de Israel, al famoso general Naamán, al profeta Eliseo. Pero nada hubiera ocurrido sin la intervención de esa muchacha cuyo nombre ignoramos. Ella, siendo esclava, fue el agente del cambio. Un ser humilde fue la clave sin la cual los demás personajes no hubieran hecho nada y esta historia no se hubiera escrito.
Así obra Dios. Cuando, algunos siglos después, buscó una madre para su hijo Él no se fijó en una ilustre princesa de noble cuna que fuera digna de llevar en su seno al Verbo; ni en una mujer guerrera como Débora, que le transmitiera su espíritu aguerrido; ni en una mujer sabia como la reina de Saba, que pudiera discutir con el más sabio de los hombres de su tiempo. “Se fijó en la bajeza (es decir, en la humildad) de su sierva” (Lc 1:48).
La sierva de Naamán es para nosotros un ejemplo, no porque ella fuera sabia, aunque quizá lo era; no porque fuera osada, aunque pudo haberlo sido, sino porque era sierva.
¡Ah, sí, el amor, la humildad y el deseo de servir pueden hacer juntos grandes milagros en los cuerpos y en las almas!
EPÍLOGO: Aunque esté fuera del pasaje que me propuse comentar en este artículo, no puedo dejar de observar que Naamán consideró como una afrenta el hecho de que el profeta no saliera a recibirlo personalmente para imponerle las manos y curarlo con algún gesto imponente, sino que le enviara un recado con un mensajero dándole instrucciones –para él ridículas- sobre lo que debía hacer para ser sanado (vers. 11 y 12). ¿Por qué lo trató así Eliseo? En primer lugar, notemos que los profetas no son propensos a halagar a los poderosos, sino más bien los confrontan, como en el caso de Natán con David (2Sm 12). En segundo lugar, Eliseo lo hace para castigar la soberbia de alguien que estaba muy orgulloso de la posición que ocupaba y de sus hazañas; y en tercer lugar, lo hace para hacerle comprender que el poder de curar no reside en el hombre, sino en Dios que obra a través suyo. Naamán entendió muy bien la lección porque cuando fue curado regresó donde el profeta y le dijo: “He aquí ahora conozco que no hay Dios en toda la tierra sino en Israel.” (2R 5:15).
Notas: 1. En la  antigüedad era costumbre ganarse la buena voluntad de las personas a las que se hacía pedidos haciéndoles regalos de valor, sea en dinero, u objetos, o ganado (Gn 32:13:20).
2. Las Escrituras hebreas dicen bien claro que sólo Dios tiene el poder de dar o quitar la vida: “Yo hago morir y yo hago vivir; yo hiero y yo sano; y no hay quien pueda librar de mi mano.” (Dt 32:39b; cf 1Sm 2:6). Es cierto que el hombre tiene también el poder de matar y de transmitir a un nuevo ser la vida que tiene en su cuerpo mediante la concepción, pero no puede hacer resucitar (es decir, dar vida a un muerto), ni puede quitar la vida a nadie con sólo quererlo.
3. En ese tiempo reinaba en Israel Joram, hijo de Acab, que fue menos impío que su padre (2R 3:1).
4. En esas acciones de guerra generalmente los vencedores mataban a todos los hombres y se quedaban con las mujeres.
NB. Este artículo es la segunda parte de la revisión del artículo que fue publicado hace casi ocho años bajo el número 377.
Agradecimiento: Deseo agradecer a todas las personas que me dirigen mensajes a través de Facebook u otros medios. Aprecio muchísimo sus palabras, si bien no siempre me alcanza el tiempo para contestar a cada uno en particular como quisiera.
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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#766 (17.02.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 7 de marzo de 2013

LA SIERVA DE NAAMÁN I


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA SIERVA DE NAAMÁN I
Un Comentario de 2 Reyes 5:1-81.
“Naamán, general del ejército del rey de Siria, era varón grande delante de su señor, y lo tenía en alta estima porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria. Era este hombre valeroso en extremo, pero leproso.”
I. Lo primero que me llama la atención en el comienzo de este relato es que diga que “por medio de él (es decir, de Naamán) había dado Dios salvación a Siria”.
¿Estamos leyendo bien? Dice el texto que Dios usó a este hombre pagano, general de una nación enemiga de su pueblo escogido, para traer salvación, esto es, victoria a esa misma nación que era enemiga de Israel. ¡Pero Siria no era el pueblo escogido sino, al contrario, le hacía la guerra! ¿Qué hacía Dios dándole salvación, es decir, victoria, a un pueblo pagano contra su propio pueblo? (Nota 1)
Dios tiene propósitos para los pueblos paganos. El hecho de que escogiera a un pueblo en particular –no lo escogiera solamente, sino que lo hiciera surgir a partir de un hombre, es decir, de Abraham- no quiere decir que Dios descarte a los demás pueblos, o que los considere sus enemigos. Al contrario, todos los pueblos de la tierra son creación suya y a todos ama por ese motivo. Ningún pueblo está fuera de la providencia y de los planes de Dios (2). Más aun, si Dios escogió a un pueblo en particular, a Israel, no fue para grandeza de ese pueblo, sino para que fuera luz a las naciones, ni fue ésta la única ocasión en todo el relato de la Biblia en que Dios usó a un gobernante pagano para sus propósitos. Tenemos los casos de Nabucodonosor, a quien el profeta Daniel dijo: “Tú, oh rey, eres rey de reyes, porque el Dios del cielo te ha dado reino, poder, fuerza y majestad.” (Dn.2:37); y de Ciro, rey de Persia, a quien Dios dijo por boca de Isaías: “Así dice el Señor a su ungido, a Ciro, al cual tomé yo por su mano derecha para sujetar naciones…” (45:1-4).
Nosotros los cristianos tendemos a despreciar a los incrédulos, considerándonos superiores a ellos, así como los israelitas se consideraban superiores a los “paganos”, a los gentiles (es decir, a los que no eran judíos), y los despreciaban, al punto de que no podían entrar en sus casas, ni podían juntarse ni comer con ellos. (Véase al respecto Hch 11:2,3).
Fueron necesarios hechos extraordinarios para que los primeros discípulos de Jesús comprendieran que el mensaje de salvación que Jesús había traído también era para esos que ellos miraban por encima del hombro. Y es curioso que la iglesia, que empezó siendo conformada por judíos, y sólo renuentemente aceptó a los gentiles en su seno, terminara siendo formada mayormente por gentiles –es decir, por no judíos- porque éstos en su mayoría rechazaron el mensaje del Evangelio. Jesús lo había predicho en la Parábola de la Fiesta de Bodas (Mt 22:1-11).
Sí, Dios tiene propósitos para los incrédulos, y el primero es que vengan a reconocer a Jesús como su Salvador y Rey, es decir, que sean salvos. De hecho, la gran mayoría de nosotros formaba parte de esos incrédulos a quienes Dios por su misericordia salvó. Si despreciamos a los que no creen en Jesús, despreciamos a los que son lo que nosotros éramos antes de venir a Cristo. Nosotros hemos venido a creer en Jesús no por algún mérito propio, sino por pura misericordia suya. No hay nadie que sea tan malvado, tan alejado de los caminos de Dios, a quien Dios no pueda llamar a su reino. Jesús dijo: “No he venido a llamar a justos sino a pecadores al arrepentimiento.” (Mt 9:13b)
II. Naamán era un héroe para su país, admirado por todos, pero era leproso, una enfermedad que en esa época significaba ser aislado de todos por miedo al contagio. Muchas veces los grandes éxitos están acompañados de grandes pruebas. Nosotros solemos ver solamente el oropel de la fama y de la gloria, la fachada adornada, pero no vemos el sufrimiento que detrás se esconde y que con frecuencia los acompañan. Los éxitos se obtienen a costa de mucho esfuerzo y sufrimientos. El camino a la cima no es fácil.
Dios había escogido a Naamán para hacer con él un gran milagro que fuera testimonio de su poder ante los gentiles. Pero para hacer ese milagro era necesario que Naamán sufriera antes bajo esa terrible enfermedad. Notemos cómo el sufrimiento de la enfermedad precede casi siempre a la gloria del milagro. Pensemos en el ciego de nacimiento (Jn 9) a quien Jesús hizo también el gran milagro de darle la vista. Ese ciego era alguien que Dios había escogido para manifestar a través de él sus obras (Jn 9:2,3). Por esa causa él tuvo que pasar por una etapa previa de mucho sufrimiento. Pero podemos suponer que su recompensa después sería muy grande.
Cuando Dios llamó a Pablo al ministerio no le hizo decir por medio de Ananías: “Yo le mostraré qué gran obra voy a levantar a través suyo”, sino: “Yo le mostraré cuánto ha de sufrir por mi nombre.” (Hch 9:16). No le habló de grandes éxitos, no le dijo que fundaría muchas iglesias, no le dijo que él sería el instrumento que usaría para escribir una tercera parte del Nuevo Testamento. No. Le dijo: “Yo le haré pasar por grandes pruebas.” Y, en efecto, si Pablo se jacta de algo es de haber sufrido más que ninguno (2Cor 11:23). Primero, las pruebas; después, si Dios quiere, el éxito. Así que si tú quieres tener un gran ministerio, hacer una gran obra para Dios, cíñete los lomos y prepárate para sufrir. Jesús dijo que antes de empezar una obra calculáramos el costo. ¿Lo has calculado? No vaya a ser que después, descorazonado, abandones el reto a medio camino y seas objeto de burla (Lc 14:28-30).
III. Naamán debe haber ocupado un lugar especial en el corazón de Dios, porque cuando Jesús va a predicar por primera vez a la sinagoga de su pueblo, Nazaret, Él, por así decirlo, les refriega en las narices a sus paisanos el nombre de ese general pagano, diciéndoles que había muchos leprosos en Israel en tiempos de Eliseo, pero que ninguno de ellos fue limpiado sino Naamán el sirio. Sabemos muy bien con cuánta ira reaccionaron sus paisanos, al punto de que no sólo lo expulsaron del pueblo, sino que quisieron despeñarlo (Lc.4:16-30). ¿Por qué se encolerizaron tanto? Porque Jesús hirió sus sentimientos nacionalistas. Ellos se imaginaban que sólo ellos, el pueblo escogido, podía ser objeto de la misericordia de Dios.
2,3. “Y de Siria habían salido bandas armadas, y habían llevado cautiva de la tierra de Israel a una muchacha, la cual servía a la mujer de Naamán. Esta dijo a su señora: Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra.”
I. En la antigüedad eran muy comunes esos episodios de bandidaje semioficial, en que bandas armadas fronterizas de un país hacían incursiones en el territorio enemigo, para hacerse de un botín que consistía no sólo en bienes muebles (objetos de valor, joyas, ganado, etc.) sino también en seres humanos, a quienes después vendían como esclavos, cuando no los mataban. David mismo, aunque nos parezca increíble, se había dedicado a ese terrible oficio cuando huía de Saúl (1Sam 27:8,9). Antes de que viniera Jesús a abrirnos los ojos, aun los miembros del pueblo escogido tenían en poco el valor de la vida humana.
Esta pobre muchacha había sufrido la desdicha de ser capturada en una de esas incursiones, en la que sus padres y hermanos pueden haber muerto y en la que ella perdió, además de la libertad, a su familia y todas sus posesiones, convirtiéndose en esclava de sus captores. Hasta podemos pensar que ella ya estaba quizá comprometida para casarse con alguien de su comarca, por lo que ella habría perdido no sólo padres y hermanos, sino hasta novio.
Ella había sido adquirida por la casa de Naamán y servía a la mujer del famoso general. Para que haya sido llevada a la casa de un gran personaje ella debe haber sido una muchacha de cierto rango, bien educada, perteneciente por lo menos a una familia de propietarios, porque en la sociedad altamente jerarquizada de entonces, también la esclavitud estaba sujeta a las normas de “status” social. Sin embargo, pese a ser ella posiblemente de buena cuna, y haber estado acostumbrada a ser servida y no a servir, servía de buena gana a su patrona (3).
Ella no estaba amargada por el infortunio, ni guardaba rencor a sus amos. Al enterarse de la enfermedad del esposo de su patrona no se había dicho: “¡Bien hecho, bien merecido lo tiene!”, sino sintió compasión. Ese sentimiento la indujo a señalarles cuál podía ser la solución para la enfermedad de su amo.
¿Por qué lo hizo? Porque amaba a sus señores y, siendo posiblemente una muchacha dócil y eficiente, era también amada por ellos. Pero si los amaba era porque ella estaba –yo diría, constitucionalmente- llena de amor. Era una criatura buena. (4)
II. José fue durante un tiempo esclavo de Potifar, hombre importante en la corte del faraón, pues era capitán de la guardia. ¿Estaba José amargado por su suerte? Nada podría hacérnoslo pensar porque él servía diligentemente a Potifar. ¿Por qué lo hacía? Sobre todo, pienso yo, porque Dios estaba con él (Gn 39:2), y eso hacía que él de una manera natural, tendiera a hacerlo todo bien. Pero también, sin duda, porque amaba a su dueño y, sin duda, era amado también por él, pues le había confiado la administración de todos sus bienes, y era normal que en esa situación de confianza se estableciera una relación de mutuo afecto.
Sabemos que la primera razón que José dio a la mujer de Potifar para rechazar sus avances fue la fidelidad que le debía a quien había depositado toda su confianza en él. (5)
La fidelidad en el servicio es consecuencia del amor. Y el amor engendra amor. La actitud servicial de la muchacha hizo que sus patrones la consideraran y le dieran un buen trato. Se había conquistado su corazón y su confianza. De lo contrario no se habría atrevido a darles un consejo en un asunto tan personal y delicado como el de la enfermedad del dueño de casa.
Todo servicio útil se hace por amor. La madre no sirve a sus hijos a la fuerza, sino por amor, y lo hará bien en la medida en que los ame. La nodriza generalmente cuida al niño que le encargan porque le pagan para cuidarlo, y si no llega a amar al pequeño, lo atenderá a desgano. Si lo ama, lo hará con agrado y bien, y podrá ser bendición para el niño que tiene a su cargo. Si detesta a los niños, si no tiene paciencia, lo hará mal. ¿Qué es lo que decide la utilidad de nuestras obras? El amor más que nuestro conocimiento. “El amor cubre todas las faltas” (1P 4:8). También puede suplir la falta de conocimiento.
III. Eso nos lleva a considerar cómo con frecuencia los siervos ejercen influencia sobre sus amos, el de menor rango sobre el de mayor. Un caso muy conocido en la Biblia, aparte del de José -que ejerció gran influencia sobre el faraón- es el de Eliezer, el fiel criado de Abraham quien, de no haber tenido hijo, habría heredado toda su fortuna. (Gn 15:3). Abraham confió a Eliezer un asunto de gran importancia para su familia: escoger esposa para su hijo. El hecho de que el criado se dejara guiar por Dios, y tomara una decisión acertada, fue un factor de gran influencia en el destino de Isaac y del clan que Dios estaba formando (Gn 24). Ahí tenemos un caso en que el menor influye en el mayor. Eliezer fue un eslabón importante en el desarrollo de los planes de Dios. (6)
Dios concede con frecuencia a hombres justos –o a mujeres justas- la gracia de contar con la colaboración de personas de gran calidad espiritual y humana. Es un favor muy especial.
Notas: 1. La palabra hebrea teshuah se traduce como liberación, salvación, victoria, ayuda.
2. Mathew Henry apunta al respecto: “La preservación y la prosperidad, aun de los que no conocen a Dios y no le sirven, viene de Él, porque ‘Él es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen.’ (1Tm 4:10). Y añade: “Que Israel sepa que cuando los sirios prevalecían, eso venía de Dios.”
3. Todos los que sirven, aunque sea en condiciones humillantes, deben buscar el bien de sus patrones, porque no es a ellos sino a Dios a quien sirven, y Él se lo recompensará (Col 3:23,24).
4. El hecho de que Jesús diga que no hay ninguno bueno sino Dios (Mt 19:17) –algo que es cierto en sentido absoluto- no impide que haya muchas personas que desde el seno de su madre, es decir, de forma innata, se inclinan preferentemente al bien. Así como hay también quienes de manera instintiva se inclinan al mal, tal como dice el salmo: “Los impíos se desviaron desde el seno de su madre”. (Sal 58:3). Tal como he expuesto en el pequeño folleto “Oración y Embarazo” dedicado a las mujeres encinta, (que puede leerse en mi página web) es muy probable que esa inclinación innata esté determinada en buena medida por los pensamientos y sentimientos que la madre albergue durante los meses de embarazo, así como la inclinación contraria puede deberse en parte a los contenidos mentales negativos –malos sentimientos, rencores, o cosas peores- mantenidos durante ese lapso.
5. A José no debe haberle costado amar a Potifar, porque él era recto de espíritu. La mano de Dios había estado con él de una manera especial desde su nacimiento.
6. Véase mi artículo “Rebeca: Esposa, Novia y Madre I” del 09.05.04. En los cursos de liderazgo del Instituto Haggai se da importancia a este hecho: el liderazgo –es decir la capacidad de ejercer influencia sobre otros- no depende de la posición que se ocupe. Depende más del conocimiento, de la capacidad, del deseo de servir, pero sobre todo, del amor. Dios puede usarnos cualquiera que sea nuestra posición. Sólo se requiere tener un corazón dispuesto a ser usado. El menor puede ejercer gran influencia sobre el mayor. ¿Cuándo puede hacerlo? Cuando tiene algo que darle, algo que el mayor no tiene, en términos de conocimientos, experiencia o habilidad. Pero no podrá hacerlo, o no lo hará de una manera en que sea aceptado, si no lo hace por amor. Recordemos que una de las características del amor es la humildad: “el amor no se envanece…” (1Cor 13:4).
NB El presente artículo fue publicado hace casi ocho años bajo el #377. Se publica nuevamente ligeramente revisado y dividido en dos partes.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
#765 (10.02.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).