martes, 4 de noviembre de 2008

PARTÍCIPES DE LA NATURALEZA DIVINA II Un Comentario a la Segunda Epístola de Pedro 1:5-11

5-7. “Vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo,
añadid a vuestra fe virtud;
a la virtud, conocimiento;
al conocimiento, dominio propio;
al dominio propio, paciencia;
a la paciencia, piedad;
a la piedad, afecto fraternal;
y al afecto fraternal, amor.”

En estos tres versículos se hace mención de ocho cualidades que son necesarias que el cristiano posea si es que ha de producir fruto en su vida como discípulo de Cristo.

En el mundo antiguo el número ocho simbolizaba la perfección. Desde otro punto de vista significa también un nuevo comienzo (el octavo día de la semana es lo mismo que el primero) En los versículo citados las cualidades están mencionadas de tal manera que la posesión de una debe ser suplementada por la posesión de la siguiente, de modo que formen una cadena o rosario, o “sorites” (Nota 1).

El verbo “añadir” que, siguiendo a la King James Version, consigna aquí la versión Reina Valera 60, es deficiente y no transmite correctamente el significado del verbo griego “epijoregéo”, que quiere decir “llenar”, “completar”, “proveer”, “ministrar” (2). El sentido del pasaje es pues que uno debe desarrollar determinada cualidad en el ejercicio de la que fue mencionada previamente para perfeccionarla. Por ejemplo desarrollar “virtud” en el ejercicio de la “fe”, y “conocimiento” en el ejercicio de la “virtud”, etc.

¿Qué significan estas cualidades en la vida cristiana? La “fe” (pistis) no es aquí la fe que salva sino la certeza absoluta, o la adhesión sin dudas, a todo lo que Dios promete en su palabra (Recuérdese Hb 11:1) Es aquella cualidad del alma con la cual se operan los milagros. La fe es el fundamento de todas las cualidades cristianas, sin la cual es “imposible agradar a Dios”. (Hb 11:6).

“Virtud” (areté) en este contexto no es tanto “excelencia” en lo que se emprende como la energía moral necesaria para llevar a cabo vigorosamente lo que nos proponemos.

“Conocimiento” (gnosis) es aquí el discernimiento de la voluntad de Dios en cada situación concreta. Es decir, un conocimiento práctico más que especulativo. ¿Pero de qué le serviría al cristiano tener conocimiento de la voluntad de Dios si no ejerce dominio sobre sus pasiones? Su falta de templanza anularía ese conocimiento en la práctica y lo expondría al ridículo.

La conexión entre las dos cualidades siguientes, dominio propio y paciencia, es muy significativa. El “dominio propio”, -o “templanza” en las antiguas traducciones- (enkráteia) es aquella cualidad muy apreciada por los filósofos antiguos que permite mantener las pasiones, impulsos y deseos bajo el control de la razón. No sólo los sensuales sino también aquellos impulsos que nos vuelven intranquilos y descontentos. ¡Qué útil es al enfrentar circunstancias difíciles la virtud de la “paciencia” (hupomené) que nos permite soportar las contrariedades sin impacientarnos, y qué bien se complementan ese par de cualidades! Notemos que la templanza y la paciencia forman parte del fruto del Espíritu que se menciona en Gál 5:23, y que Pablo exhorta a su discípulo Timoteo a poseer la primera de ellas. (2 Tm 1:7).

La paciencia figura en el “sorites” que contiene Rm 5:3-5, (Ver N. 1) donde Pablo, posiblemente basado en su propia experiencia, dice que “la tribulación produce paciencia”, en una forma de desarrollo que recuerda al pasaje de Pedro que comentamos. También figura en el esbozo de sorites que hay en St. 1:3,4, en donde se dice que la fe probada produce paciencia.

El ejercicio de la paciencia es una preparación excelente para el desarrollo de la “piedad” (eusébeia) que ya fue mencionada en el v. 3. Aquí es el comportamiento reverente que se manifiesta en la conducta y en la conversación, así como también en la oración, y prepara el camino para la cualidad siguiente: el “afecto fraternal”.
“Philadelphía” (de philía =amor y adelphós =hermano), amor por los hermanos (3), esto es, por los miembros de nuestra comunidad o de la iglesia en general. Es también el amor en familia, entre padres e hijos y viceversa.

Pero este amor entre hermanos debe extenderse sobrenaturalmente como “ágape” para abarcar a todos los seres humanos, a los amigos y a los enemigos, a los simpáticos y a los antipáticos, a los cercanos y a los distantes. El amor, dice Pablo, es el “vínculo perfecto” de todas las virtudes (Col 3:14), sin el cual todos nuestros méritos y sacrificios son vamos, inútiles (1 Cor 13:1-3).

Así pues, el camino que comenzó con la fe llega a su culminación cuando se alcanza el amor, que es el mayor de todos los dones, el más excelente (1Cor 12:31). Pero es muy sintomático que el apóstol diga que el creyente debe poner “toda diligencia” en adquirir estas cualidades pues, aunque sería deseable, ellas no le vienen automáticamente, por sí solas, sino que él debe esforzarse por adquirirlas. De ahí que en el paso de una a otra cualidad, el apóstol emplee el verbo “suplir” o “completar”, lo que supone un esfuerzo personal persistente (Véase arriba lo dicho acerca de lo inapropiado que resulta el verbo “añadir”)

8. “Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo.”
Pedro afirma que el que posee estas cualidades, el que las ha desarrollado y cultivado como se indica, de modo que ellas abunden en él, no podrá permanecer ocioso, no podrá dejar de pensar en la obra y trabajar en la extensión del reino de Dios. El conocimiento de nuestro Señor Jesucristo que ha alcanzado y profundizado por medio de ellas, constituirá un fermento, un acicate en su ser que lo impulsará a dar fruto.

La palabra “fruto” tiene muchos significados en el Nuevo Testamento. Uno de ellos es el conjunto de cualidades o virtudes que menciona Pablo en Gal 5:22,23 –algunos de las cuales acabamos de comentar en los vers. 5 al 7- y que constituyen rasgos del carácter que exhibió Jesús en vida y que el Espíritu Santo hace brotar en la vida del creyente que vive injertado en Cristo como el sarmiento en la vid (Jn 15:4,5).
Lo que Pedro dice en el vers. que comentamos no es en realidad sino una aplicación de las palabras de Jesús en el pasaje citado del evangelio de Juan: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto…”. Ese “fruto” significa, en primer lugar, nuestra conducta, la vida que llevamos, pero también nuestras acciones y buenas obras, que son esenciales en la vida del creyente, porque ellas dan testimonio de la realidad de nuestra fe y son, de otro lado, la base de nuestra recompensa en el cielo. Pedro parece tener en mente este último aspecto porque más adelante, en el v.11, habla de la honrosa recepción que nos está siendo preparada en los cielos. Tengámoslo en cuenta: Nosotros estamos acumulando con la vida que llevamos, y con nuestras obras, un tesoro en el cielo que nada ni nadie nos puede robar y que constituirá la base de nuestra felicidad futura (Mt 6:19,20).

Nadie sabe realmente cómo será esa felicidad celestial, aunque se ha especulado mucho acerca de ella, pero todo parece indicar que no será para todos igual, sino, que la dicha de la comunión con Dios será en unos mayor que en otros, porque “Dios paga a cada cual según sus obras” (Jb 34:11; Sal 62:12; etc.). En esta etapa de nuestra existencia nosotros estamos preparando la felicidad de que algún día gozaremos para siempre. Este tiempo de vida en el cuerpo nos ha sido dado – supuesto que somos salvos- para eso, para que preparemos lo que será nuestra recompensa eterna.

Jesús dijo a sus discípulos que en el cielo hay muchas moradas y que Él se iba a prepararnos un lugar allá. Pero Él no asigna arbitrariamente un lugar a cada cual, sino que lo hace según lo que cada uno hizo, según cómo uno vivió en la tierra, según cómo usó el tiempo y los talentos que le fueron confiados (Mt 25:14-30).

Aprovechemos pues el tiempo, que nos ha sido dado, redimamos el tiempo que nos resta (Col 4:5; Ef 5:16) si en años pasados lo hemos malgastado, para acumular el tesoro en el cielo de cuyos “intereses”, por así decirlo, algún día gozaremos.

No perdamos ya más el tiempo. Cumplamos con las obligaciones que hemos asumido en la vida –porque esto no lo podemos eludir- y vivamos el resto del tiempo para Dios, con la mirada puesta en Él para servirle.

9,10. “Pero el que no tiene estas cosas tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados (4). Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección, porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás.”
Pedro dice que el que no se ha preocupado por adquirir y desarrollar las cualidades que menciona en los vers. 5 al 7 es un miope o un ciego. Esto es, no ve más allá de su vida presente; no comprende que este tiempo en el cuerpo es sólo una etapa de peregrinación y de prueba transitoria, y que lo que cuenta es la vida futura.

El que descuide vivir para las realidades eternas no recuerda de dónde ha salido, cuál era su condición cuando lo alcanzó Cristo y cuán hundido estaba en vicios y pecados. No tiene en cuenta que puede volver a ellos si no lo ayuda la gracia. Por ese motivo la Escritura le exhorta a trabajar, como dice Pablo, “con temor y temblor” en su salvación (Flp 2:12), no sea que creyendo estar firme sea desechado (1Cor 10:12). Jesús nos prometió que nadie podría arrancarnos de su mano (Jn 10:28), pero el que por sí mismo descuida afianzar lo que ha alcanzado podría caer de la gracia en que se encuentra (Gal 5:4).

“Haciendo estas cosas”, es decir, desarrollando estas cualidades, cultivándolas (vers 5-7) y colaborando en la extensión del reino, aseguramos nuestra salvación. Hemos sido elegidos y hemos sido llamados. Eso pareciera ser el orden natural, pero en el texto esos dos verbos figuran invertidos, primero llamados y después elegidos. Jesús dijo: “Muchos son los llamados, pero pocos son los elegidos.” (Mt 20:16; 22:14). Es decir, a muchos les llegó el anuncio del Evangelio y se les exhortó a arrepentirse, pero pocos son los que le siguieron. Aquellos a quienes Pedro dirige esta carta han sido llamados (lo que Pedro llama “vocación”) y han sido escogidos. ¿Cómo podrían ellos descuidar ese privilegio?

Nosotros mismos hemos sido llamados –es decir, hemos escuchado el mensaje- y hemos sido elegidos para creer en Él, y nos hemos propuesto seguir a Jesús hasta el fin. ¿Descuidaremos esta salvación tan grande? ¿Descuidaremos este privilegio? ¿Querremos ceder nuestro lugar a otros que se muestren más dignos de su elección? ¿O nos mostraremos agradecidos con el Dios que nos salvó, haciendo todo lo que Él espera de nosotros? En el corazón de cada uno está la respuesta.

11. “Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.”
A los que respondan positivamente a ese reto el apóstol Pedro les asegura que les espera una gloriosa recompensa en los cielos. A eso llama él “una amplia y generosa entrada”, esto es, recepción. Serán acogidos a su llegada con los brazos abiertos y se les mostrará la gloriosa morada que su Señor ha preparado para ellos en su reino.

¡Qué dicha más grande que la de pasar de este lugar de prueba (“valle de lágrimas”. como solía ser llamado) a un lugar de refrigerio y consuelo!

Ésa es la recompensa que espera al discípulo que trabaje fielmente en sí mismo y en los campos que “están blancos para la siega” (Jn 4:35). En sí mismo, porque el que no mira por donde camina y no procura estar lleno del Espíritu, haciéndose semejante a su Maestro, no tendrá nada que ofrecer a otros. Es la llama interna que arde dentro la que nos permite llevar a otros el mensaje de Cristo. Por eso el Señor dice en otro lugar que a los tibios los vomitará de su boca (Ap 3:17). He aquí pues cómo lo que fue para nosotros una puerta estrecha se convierte, una vez traspasada, en una portada amplia, en la puerta misma del paraíso, en donde se nos dará de comer para siempre del árbol de la vida (Ap 2:7).

Notas: 1. El “sorites” es un procedimiento literario helenístico que consiste en una sucesión de afirmaciones que procede paso a paso (siguiendo el esquema: A-B, B-C, C-D, etc.) y que, por la fuerza de la lógica, o de hechos indiscutibles, llega a una conclusión climática irrefutable. Aparte del pasaje de 2da. de Pedro que comentamos, se encuentra un ejemplo en Rm 5:3-5:
“Y no solamente esto sino que también nos gloriamos en las tribulaciones,
sabiendo que la tribulación produce paciencia;
y la paciencia, prueba;
y la prueba, esperanza;
y la esperanza no avergüenza…”.

En St 1:15 hay también un esbozo de “sorites”.
En el libro de la Sabiduría hay un sorites bastante desarrollado:
“El comienzo de la sabiduría
Es el deseo de instruirse;
Desear instruirse es amar la sabiduría;
Amarla es guardar sus leyes;
Guardar sus leyes es asegurarse la inmortalidad;
Y la inmortalidad acerca a Dios;
Por lo que el deseo de la sabiduría
Lleva a la realeza.
(Sab 6:17-20).

Pero éste no es tanto una cadena de virtudes como un esquema para ilustrar cómo el deseo de la sabiduría lleva a la vida eterna.

En la literatura rabínica hay una cadena de virtudes propiamente dicha, comparable con 1P1:5-7:
“El celo produce limpieza,
Y la limpieza conduce a la pureza,
Y la pureza lleva al dominio propio,
Y el dominio propio conduce a la santidad,
Y la santidad a la humildad,
Y la humildad a temer el pecado,
Y el temor del pecado a la piedad,
Y la piedad al Espíritu Santo,
Y el Espíritu Santo a la resurrección.”
(m. Soja 9:15)
(Para escribir esta nota me he apoyado en la información que proporciona el Comentario a 2da. de Pedro de R. Bauckham)

2. Con fines de comparación reproduzco cómo traducen este verbo algunas conocidas versiones:
La Nueva Biblia Internacional (NIV) (protestante, tanto en español como en inglés), la Biblia de Latinoamérica (protestante), la ecuménica “Dios Habla Hoy”, la Nueva Biblia de Jerusalén (católica, pero véase más abajo) y la Amplified Bible (protestante): añadir.
La versión de Nácar-Colunga (católica), siguiendo a la Reina Valera 1909: “mostrar en vuestra fe virtud…”
La “Vulgata” (latín) y la versión Douai (que está basada en ella y es la contraparte católica de la King James Version): ministrar.
Las versiones del Abate Crampon y de la abadía de Maredsous, y la Bible de Jérusalem (francesas y católicas): unir.
La de Segond (francesa, protestante): unir.
La New Revised Standard Version (protestante): support = sostener, apoyar. La NRSV añade la siguiente nota que reproduzco parcialmente: “En esta escalera de virtudes cada virtud es el medio para producir la siguiente (Este sentido del griego se pierde en la traducción)”.
La traducción de Lutero (alemana, protestante): “darreichen” =presentar, ofrecer.
La New English Bible (protestante): completar.
La North American Standard Bible (protestante) y la Complete Jewish Bible (mesiánica): proveer.

3 . En el Nuevo Testamento philía y agápe son, hasta cierto punto, sinónimos que expresan matices del amor, pero no son completamente intercambiables (Véase el interesante estudio que dedica R.C. Trench a estas dos palabras en su libro “Sinónimos del Nuevo Testamento”).

4. Esta es una alusión al bautismo que borra nuestros pecados (Hch 22:16; 1Cor 6:11; Ef 5:26); Tt 3:15) e ilumina al hombre.

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