martes, 24 de noviembre de 2015

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS X - FILADELFIA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS X
A LA IGLESIA DE FILADELFIA I
Un Comentario de Apocalipsis 3:7,8


7. Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre:”
La sexta carta está dirigida a la iglesia de Filadelfia (Nota 1). Al identificarse a sí mismo, Jesús no recurre como en cartas anteriores, a las descripciones de la visión de Juan, sino en parte a palabras que figuran más adelante y que describen al jinete del caballo blanco, de quien el texto dice que se llama “Fiel y Verdadero” (Ap 19:11). Pero aquí primero Jesús se llama a sí mismo “el Santo”. Sólo Dios es santo aunque se nos exhorta a que, a imitación suya, nosotros tratemos de serlo: “Sed santos, porque yo soy santo.” (1 P 1:16; cf Lv 11:45). Los demonios a quienes Jesús expulsa lo llaman “el Santo de Dios” (Mr 1:24; Lc 4:34). En Hch 3:14 el apóstol Pedro, evocando la muerte de Jesús, lo llama Santo y Justo. 

Jesús no sólo es santo siendo Dios, sino que es el único verdadero. ¿Qué quiere decir eso? Que es el único hombre cuyas palabras sean todas verdad, porque Él es la verdad misma (Jn 14:6). Siendo Él la verdad, y no habiendo en Él ni sombra de error o engaño, todo lo que Él diga es verdad y debe ser creído. Ésa es la obligación que Él nos impone. Y sin embargo, no todos creen en sus palabras, porque ya lo dijo Jesús, que no todos pertenecen a la verdad sino son hijos, es decir, siervos del padre de la mentira, el diablo (Jn 8:44). Y lo son porque el pecado y el orgullo han cerrado sus oídos. Pero notemos que en hebreo la palabra “verdad” (emuna) tiene la connotación de fiel y confiable. Como dice el Sal 146:6: “El que guarda verdad para siempre.”

Luego Jesús dice de sí mismo palabras que son una cita de la frase que el profeta Isaías dirige al mayordomo Eliaquim, a quien Dios llama a tomar el lugar del impío Sebna: “Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá.” (Is 22:22). Y, en verdad, Jesús es el supremo mayordomo de la casa de su Padre: la puerta que Él abre, nadie la puede cerrar; y la puerta que Él cierra, nadie la puede abrir, porque a Él se le ha dado “toda potestad en el cielo y en la tierra.” (Mt 28:18).

En el contexto del Antiguo Testamento la llave de David es la llave de la “casa” o “linaje de David”, es decir, el reino mesiánico que pertenece a Jesús, el león de la tribu de Judá (Ap 5:5), el “Rey de Reyes y Señor de Señores” (Ap 19:16), que está destinado a reinar “sobre la casa de David para siempre, y su reino no tendrá fin.” (Lc 1:33).

¿Qué representa para nosotros la puerta que está implícita aquí? En primer lugar, la puerta del cielo, es decir, de la salvación (Jn 10:7,9). Es Él quien la abre de par en par para nosotros, o el que la cierra inexorablemente a los que lo rechazan.

En Mt 7:13,14 Jesús dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan.” Jesús no sólo dijo de sí mismo que Él era “el camino, la verdad y la vida.” (Jn 14:6), sino que Él era también “la puerta de las ovejas.” (Jn 10:7).

Hay dos caminos y dos destinos finales totalmente distintos. Él nos muestra el camino que lleva a la vida, pero para que vayamos por él es necesario que Él nos abra la puerta estrecha por donde empieza, y que es Él mismo. Para entrar por ella debemos despojarnos de todo orgullo y de todo egoísmo; y hacernos humildes como Él era, y estar dispuestos a morir en la cruz que Él nos asigne (Mt 16:24).

Pero la puerta representa también oportunidades que Él nos abre para que trabajemos; o los caminos que Él nos señala para que los sigamos; o los que cierra para que nos alejemos de ellos. Pablo usa con frecuencia la figura de una puerta abierta para referirse a las oportunidades que el Señor le brinda para predicar el Evangelio (Hch 14:27; 1Cor 16:9; 2Cor 2:12). Pero él no sólo predicaba a Cristo cuando estaba libre, sino también cuando estuvo preso en Roma, esperando ser juzgado por el César, a quien había apelado (Hch 25:10-12), gozando, es verdad, de cierta libertad –lo que nosotros llamaríamos “arresto domiciliario”- pues vivía en una casa alquilada “y recibía a todos los que a él venían, predicando el reino de Dios y enseñando acerca del Señor Jesucristo, abiertamente y sin impedimento.” (Hch 28:30,31; cf Col 4:3,4).    

¡En verdad cuánta bendición trae a nuestras vidas que nosotros dejemos que sea Jesús quien nos dirija abriendo o cerrando puertas a nuestras actividades, y a nuestro servicio; que dejemos que Él nos diga a diario lo que nosotros debemos hacer, y que lo hagamos. El que lo siga, es decir, el que le obedezca, “no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8:12), y será también una luz para otros (Mt 5:14-16). Así pues también nosotros, en nuestra modesta medida, podemos ser una luz que anime y edifique a otros, y que les ayude a seguir el camino que Dios les traza; que les recuerde que, pese a nuestras limitaciones, Dios nos capacita para la obra a la que Él nos ha llamado. No seamos pues tímidos sino osados, porque si Él nos llama, Él también obrará a través nuestro.

8. “Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.”
Así como hay dos cartas que contienen reproches, esta carta, dirigida posiblemente a una iglesia pequeña (tienes poca fuerza) es sumamente elogiosa, como lo es también la carta dirigida a la iglesia de Esmirna.

Jesús afirma, como en todas sus otras epístolas, que conoce muy bien las obras del ángel (pastor u obispo) de la iglesia. Conoce no sólo las suyas, conoce también las de cada uno de nosotros y, por tanto, también las mías. Todo lo que hacemos, sentimos, pensamos y hablamos lo conoce Él en detalle. ¡Cuánto motivo para temblar delante de Él, si no fuera por su misericordia que atempera su justicia!

Hacia los que son pocos y pequeños, y luchan contra circunstancias adversas, Él se inclina con benevolencia, pero a los que tienen todo a su favor, pero no aprovechan las oportunidades que se les presentan, Él los tratará con severidad.

En este caso Jesús dice a la iglesia: Aunque no eres numerosa has guardado mi palabra –y he aquí lo más importante- pese a la persecución, no has negado mi nombre; es decir, no has renegado de mí, me has confesado sin temor delante de los hombres. Por eso, yo confesaré el tuyo delante del trono de mi Padre. ¡Pero qué tremendo sería que nosotros diéramos ocasión a que Él nos niegue delante de su Padre, porque nosotros lo negamos delante de los hombres! (Mt 10:32,33)

Las palabras “tienes poca fuerza” pueden aludir al hecho de que no había en esta iglesia “muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos nobles” (1Cor 1:26), pese a lo cual Dios pudo obrar poderosamente a través de ellos.

Yo he abierto una puerta de oportunidad delante de ti –no sabemos en qué consistía esa oportunidad- para que anuncies mi nombre delante de los infieles. Tal vez la puerta consistía en la cantidad de gente que venía a la ciudad debido a su actividad comercial. La llave de David con que se abre la puerta denota la extensión del reino. Quizá la puerta era precisamente la persecución que sufrían los de Filadelfia, porque es probable que concitara la atención de la gente y que eso les diera ocasión para proclamar el mensaje de Jesús. El ejemplo de constancia que han dado los perseguidos ha convertido siempre a muchos espectadores.  (2)  Por eso Satanás es derrotado muchas veces cuando creía haber vencido. Ese fue el secreto de la muerte de Cristo. Satanás pensó que había vencido al verlo morir, cuando en realidad fue derrotado. Igual sucede con los cristianos: ellos triunfan cuando parecen vencidos. Su influencia aumenta con la persecución. En nuestro tiempo hay muchos lugares donde los cristianos son perseguidos, y otros donde les está prohibido, bajo pena de muerte, evangelizar. Pero hay también muchos, como nuestro país, donde las puertas están abiertas. Esas son las oportunidades que nosotros debemos aprovechar para llevar el mensaje de salvación a los perdidos, a los que, sin saberlo, andan por el camino ancho y espacioso que lleva a la perdición, porque nadie les ha advertido. A nosotros toca mostrarles la puerta y el camino estrecho que lleva a la vida. No  tenemos excusa si no lo hacemos.

Notas: 1. Filadelfia es el nombre de una ciudad situada en la provincia romana de Asia (que no debe confundirse con el continente de ese nombre) que fue fundada por Eumenes, rey de Pérgamo en el segundo siglo AC. El nombre de la ciudad [Philadelphia en griego, de philia (amor filial) y adelphós (hermano)] se lo puso Eumenes II en recuerdo de su hermano Attalus II, que fue llamado Philadelphus (hermano amante) por su fidelidad proverbial.

Estaba situada en la parte alta de un ancho valle y en el umbral de una llanura muy fértil, de donde provenía la riqueza comercial de la ciudad. Albergaba varios templos paganos, que le aseguraban un flujo constante de peregrinos, por lo que llegó a ser conocida como “pequeña Atenas”. A inicios del siglo II, Ignacio, obispo de Antioquía, camino a Roma, donde sería martirizado, escribió una carta a la iglesia de Filadelfia.

Sin embargo, esa región estaba sujeta a terremotos, uno de los cuales, el año 17 DC, destruyó totalmente la ciudad. Reconstruida generosamente por los romanos, la ciudad adoptó el nombre de Neocesarea, en homenaje al César, su benefactor, pero pronto retomó su antiguo nombre. La ciudad se hizo famosa por sus templos y festivales religiosos. Pero no era la única ciudad en ese tiempo que se llamaba así. Había otra en Egipto. Filadelfia era también el nombre de una de las ciudades de la Decápolis, la antigua Rabá, capital de los amonitas, que fue conquistada por David (2Sm 12:26-31). En los EEUU, donde abundan las ciudades con nombres bíblicos, hay una gran ciudad en el estado de Pennsylvania que se llama así, donde se firmó la independencia de ese país el año 1776.  

La carta dirigida al ángel de la iglesia de Filadelfia alude posiblemente a algunas de las circunstancias de la ciudad. Como Philadelphus fue renombrado por su fidelidad a su hermano, la iglesia fue conocida por su fidelidad a Cristo. Como la ciudad está situada en una puerta abierta a la región de donde deriva su riqueza, a la iglesia se le ofrece la oportunidad de ser una “puerta abierta” para la extensión del Evangelio. En contraste con la inestabilidad del suelo, debido a los terremotos, a los que vencieren se les ofrece la estabilidad suprema de ser columnas en el templo de Dios. (Información tomada principalmente del “New Bible Dictionary”). La ciudad sobrevive con el nombre de Ala-sehir, (probablemente “ciudad de Alá”), una cuarta parte de cuya población es griega y cristiana.

2. En cambio la inconstancia, o la infidelidad de la Iglesia, alejan de ella a los que pudieran haberse convertido. De ahí la tremenda responsabilidad de los que causan escándalos en la iglesia que la vuelven indigna del nombre que llevan.



Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#906 (). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 13 de noviembre de 2015

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS IX - SARDIS II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS IX
A LA IGLESIA DE SARDIS II
Un Comentario de Apocalipsis 3:4-6

4. “Pero tienes unas pocas personas en Sardis que no han manchado sus vestiduras; y andarán conmigo en vestiduras blancas, porque son dignas.” (Nota 1)
Pese a lo que ha dicho anteriormente acerca de la infidelidad de los miembros de esta iglesia, Jesús admite, no obstante, que sí hay algunos que han permanecido fieles, pese a las presiones e influencias corruptoras del ambiente de la ciudad. Ellos, dice Jesús, no han manchado sus vestiduras, es decir, sus almas, y por ese motivo algún día andarán con Él con vestiduras blancas, es decir, cubiertas por la gloria celestial.

Las vestiduras limpias del alma anuncian las vestiduras blancas que recibirán en el cielo. Jesús asegura que los llamará a su presencia para honrarlos delante de todos porque son dignos de ese premio, ya que resistieron los halagos con que el mundo quiso atraerlos para que le dieran la espalda a su Salvador. ¿A cuántos de nosotros dirigirá Jesús palabras semejantes? Esto es, ¿no manchaste tu alma con el pecado ofendiéndome? ¿Te mantuviste firme frente a las tentaciones, y diste un testimonio impecable de mí con tu comportamiento? ¿Somos dignos nosotros también de recibir esa recompensa algún día, y de que Jesús –como dice más adelante- confiese nuestro nombre delante de su Padre y de sus ángeles? (Mt 10:32; Lc 12:8). Bienaventurados nosotros si lo somos, porque no rechazamos la gracia que se nos dio para que nos mantuviéramos fieles.

5. “El que venciere será vestido de vestiduras blancas; y no borraré su nombre del libro de la vida, y confesaré su nombre delante de mi Padre, y delante de sus ángeles.”
Una vez más Jesús promete “al que venciere” que heredará el reino prometido. El secreto para recibir la recompensa esperada es haber vencido en la lucha contra el mundo, la carne y la vanagloria de la vida (1Jn 2:16). La vida del cristiano es una lucha constante, en primer lugar, consigo mismo –es decir, contra sus pasiones- y, en segundo lugar, contra las influencias del entorno; contra las seducciones que nos atraen, y contra las amenazas de aquellos a quienes nuestra firmeza ofende.

Al que venciere Jesús le promete que su nombre no será borrado del libro en el que están consignados los nombres de los que serán admitidos a gozar del banquete del reino, al que nadie puede entrar con vestiduras manchadas.

El concepto de un libro en que están inscritos todos los salvos aparece temprano, en Ex 32:32,33, cuando Moisés intercede por el pueblo que ha sido infiel adorando al becerro fundido; y luego figura en diversos lugares (Sal 69:28; Is 4:3; Dn 12:1 Flp 4:3; Hb 12:23; Ap 13:8; 17:8; 20:12,15), y nos habla de la predestinación de los salvos. Pablo escribe en Romanos “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó.” (8:30). En este pasaje se describe el proceso que empieza en la mente de Dios, sigue en el llamado, se concreta en la justificación por la fe, y culmina en la gloria.

Jesús dijo a sus apóstoles que mayor motivo de alegría debía ser para ellos el que sus nombres estén escritos en el cielo, que todas las señales y milagros que ellos pudieran hacer con el poder del Espíritu. (Lc. 10:20). En última instancia, el asunto más importante de toda nuestra existencia terrena no es nuestra carrera, nuestro negocio, nuestro ministerio, si nos casamos o no, y con quién, sino es saber si nos salvamos o no, es decir, si vamos al cielo para gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, o si vamos al infierno para ser atormentados sin fin por el diablo. Todo lo demás, aquellas cosas por las cuales nos afanamos tanto y por las cuales se encienden las rivalidades, las peleas y las guerras entre los hombres, son secundarias y de mucha menor importancia. Como dijo Jesús: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26).

Jesús dijo en una ocasión: “A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos.” (Mt 10:32). ¿Qué mayor privilegio que Jesús mencione nuestro nombre delante de su Padre (y de sus ángeles, Lc 12:8), como diciendo: éste es uno de los que me permanecieron fieles en medio de las tribulaciones y de las acechanzas que tuvo que afrontar? ¿Y que nos haga avanzar hasta el trono de gloria para presentarnos a su Padre? (2)

6. “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.”
¿No tenemos todos oídos acaso? Aun el sordo si lee algo, oye interiormente el mensaje que le transmite el texto. Jesús dijo en más de una ocasión: “El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mt 11:15; 13:9,43; Mr 4:23; Lc 8:8; 14:35). El sentido es: No basta que oiga; es necesario, además, que sus oídos hayan sido abiertos para que entienda. Siglos atrás el profeta Jeremías dirigió al pueblo elegido un reproche alusivo a su sordera espiritual: “Pueblo necio y sin corazón, que tiene ojos y no ve; que tiene oídos y no oye.” (Jr 5:21).

En efecto, todos oímos, pero no todos entendemos, porque no nos conviene, o porque no queremos obedecer (Pr 29:19). Por eso el sentido de este versículo es: el que tenga oídos que escuchen, oiga y entienda lo que el Espíritu dice y, además, haga caso. ¿Quién lo dice? ¿Quién habla? El Espíritu Santo. ¿Y no hemos de prestar atención a sus palabras? ¿Nos haremos los desentendidos, los que no entienden? ¿A quién le habla el Espíritu? No a un hombre en particular del pasado, sino a todos los fieles, a todos los miembros de todas las iglesias. Porque estas cartas dirigidas a una iglesia del pasado en particular, contienen un mensaje para todas hoy. Conciernen a la situación particular de una iglesia del pasado, pero todas participan, o pueden participar, de las mismas circunstancias que motivan el mensaje.

Si Dios habla a las iglesias, me está hablando a mí que soy cristiano. Este no es un mensaje trasnochado, dirigido a creyentes que vivieron siglos atrás, y con cuyas circunstancias yo no tengo nada en común. No. El mensaje es para mí y para ti, amigo lector. Cuando el Espíritu habla, habla a todos. El mensaje es de hoy tanto como de ayer. Siempre será actual.

Me habla a mí y te habla a ti. ¿Tienes oídos para oír y entender? Si no estás seguro, pídele: ‘Señor, ábreme los oídos como se los abriste al sordo para que oyera.’ (Mr 7:37). Haz que entienda lo que quieres decirme. Que tu Espíritu ilumine tu palabra cuando la lea o la oiga, para que entienda lo que quiere decirme. ¡Oh sí, Señor! Dame un oído atento a tu reprensión, a tu aliento, a tu llamado, a tu dirección.

“Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn 6:68). Aliméntame Señor con ellas. Dame un oído sabio, que saboree tus palabras y se goce en ellas. Que se hagan carne en mí y las atesore en mi corazón. Despierta, Señor, mi espíritu para que oiga tu voz y te siga.

Notas: 1. El original griego dice: “Tienes algunos nombres”. El que llamó a Moisés por su nombre desde la zarza ardiente (Ex 3:4), conoce a todas sus ovejas por su nombre.
2. Si bien Jesús en algunos pasajes habla de los ángeles de su Padre, en otras ocasiones se refiere a los ángeles del cielo como siendo suyos, como cuando habla de la venida del Hijo del Hombre: “Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos…” (Mt 24:31). Esto apunta a la identidad del Padre y del Hijo: lo que pertenece a Uno, pertenece también al Otro.

Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:

   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#905 (). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 10 de noviembre de 2015

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS - SARDIS I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS VIII
A LA IGLESIA DE SARDIS I
Un Comentario de Apocalipsis 3:1-3

1. “Escribe al ángel de la iglesia en Sardis: El que tiene los siete espíritus de Dios, y las siete estrellas, dice esto: Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, y estás muerto”.
Al describirse a sí mismo Jesús combina elementos que aparecen en versículos separados del capítulo 1. En primer lugar, los siete espíritus que están delante del trono de Dios (v.4), que hemos visto que representan al Espíritu Santo, y que Jesús tiene sin medida, gracias a lo cual Él conoce los más íntimos secretos del corazón humano.

En segundo lugar, las siete estrellas que figuran en el v. 16, y que representan, según dice el v. 20, a los siete ángeles de las iglesias, es decir, a sus pastores u obispos, de los que Jesús tanto se preocupa, y a los cuales tiene bajo su absoluto control. Ellos deben ser diligentes en corregir los errores de las ovejas que les han sido confiadas, si no quieren ser objeto de la reprensión de Cristo.

Esta carta, que forma junto con la carta a la iglesia de Laodicea, una pareja de epístolas negativas, contiene un fuerte reproche que denuncia su condición de iglesia que está por morir: “tienes nombre de que vives”, es decir, así fue tu comienzo, pero tus méritos pasados casi se han desvanecido por completo, porque en realidad estás muerta, la vida del espíritu en tus miembros casi se ha apagado totalmente, y sufres de una gran apatía espiritual. Eso es señal de que han descuidado la comunión con el Espíritu Santo. Fue el descenso del Espíritu Santo lo que dio inicio a la vida de la Iglesia en Pentecostés, y es la presencia del Espíritu Santo lo que la mantiene viva y vibrante.

¡Cuántas iglesias hay en nuestro tiempo a las que se podría hacer el mismo reproche que a la iglesia de Sardis! Conservan el prestigio de su gloria pasada, pero ése es sólo un recuerdo que no refleja su realidad presente, pues la fe se ha perdido entre sus miembros, y sus acciones deshonran a Dios y están en contradicción con el Evangelio. Por ello también muchos de sus antiguos miembros las abandonan.

Y si se puede hacer ese reproche a las iglesias corporativamente, también se le puede hacer a las personas cuya piedad se ha enfriado, no quedando sino un triste recuerdo de lo que fue su antiguo entusiasmo, y celo por las cosas de Dios. ¡Con qué frecuencia el nombre no corresponde a la realidad, tanto en las personas como en las instituciones!

El peligro que corren esos cristianos que están muertos es que, si no reaccionan, la muerte de su piedad y entrega al Señor puede convertirse en muerte eterna. Porque no es suficiente que el árbol viva, sino que es necesario que dé fruto, dice Victorino; no basta con confesarse cristiano, si no se hacen las obras propias de un cristiano.

La ciudad de Sardis dominaba el valle del Hermos, y estaba situada donde convergían las rutas que llevaban a Tiatira, Esmirna y Laodicea. La historia de esta ciudad –de donde era oriundo el poeta y fabulista Esopo- parece ser un anticipo de la suerte que correría su iglesia, porque en el pasado había conocido un gran prestigio como capital del reino de Lidia, el último de cuyos reyes fue Creso, famoso por su riqueza, pero que no supo defender su ciudad, y que por un descuido y falta de vigilancia, la perdió. De ahí que la exhortación a ser vigilante, que sigue más abajo, sea muy apropiada para la iglesia de esta ciudad.

Después Sardis fue centro del gobierno del imperio persa, que la conquistó el año 546 AC, y bajo cuyo dominio permaneció hasta que cayó en mano de Alejandro Magno el año 334 AC. El año 214 AC fue tomada y saqueada por Antíoco el Grande, por sorpresa, como “ladrón en la noche”. Bajo los romanos que sucedieron a los griegos en la zona el año 190 AC, se convirtió en un centro comercial e industrial conocido por la manufactura de lana teñida, la acuñación de monedas de oro y plata, y la venta de esclavos. Pero la ciudad era más conocida por el lujo y la vida licenciosa de sus habitantes. En ella se rendía un culto impuro a Cibeles, la diosa de uno de los “misterios” más famosos de su tiempo, cuyos sacerdotes debían ser castrados.

El año 17 DC la ciudad fue destruida por un terremoto que devastó la región. El emperador Tiberio la eximió del pago de impuestos durante cinco años, para facilitar su reconstrucción, por lo que la ciudad era muy fiel a Roma. Uno de sus obispos del siglo II, llamado Melito de Sardis, es el primer comentarista del Apocalipsis que registra la historia. En la ciudad había una próspera comunidad judía que, entre los siglos tercero y sétimo, construyó una lujosa sinagoga. Sobre el emplazamiento de antigua y famosa ciudad subsiste en nuestros días una aldea llamada Sert. 

2. “Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios.”
La palabra que Reina Valera traduce como “vigilante” (gregoreo) significa, entre otras cosas, estar en vela, atento y dispuesto a actuar. Es una exhortación que Jesús repite muchas veces a sus discípulos, como cuando los encuentra dormidos en Getsemaní mientras Él está orando, y les dice: “Velad y orad para que no entréis en tentación” (Mt 26:41). O cuando exhorta a sus discípulos a estar atentos a las señales de los últimos tiempos (Mt 24:42,43); o a las vírgenes necias a no dormirse mientras esperan al novio (25:13). Es una exhortación que nos dirige a todos, para mantenernos despiertos y atentos frente a los signos de decadencia espiritual, y de falta de vigilancia ante las tentaciones del enemigo (1P 5:8), porque, de lo contrario, podemos fácilmente sucumbir a sus engaños. La vigilancia es señal de vitalidad espiritual, y sólo puede mantenerse orando constantemente, como también Pablo recuerda a los Tesalonicenses (1 Ts 5:6-8).

La frase que sigue debería traducirse así: “afirma (o fortalece) las cosas que quedan, es decir, lo que todavía permanece de tus buenas obras pasadas, y de tu antigua constancia y piedad, que están ahora desfallecientes, carentes de vida; fortalece lo que aún queda de tu antiguo celo por las cosas de Dios.

¡Cuánta diferencia hay entre la forma cómo nosotros nos comportábamos antes, cuando dedicábamos nuestro tiempo a orar y a predicar a los inconversos, y a edificarnos unos a otros, y nuestra languidez actual! Nosotros nos hemos dormido en nuestra complacencia de cristianos maduros, y no combatimos por la fe, porque nos consideramos seguros. Pero Pablo nos advierte: “El que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1 Cor 10:12). Las peores caídas se producen cuando creemos que hemos alcanzado la cima y estamos al otro lado de la montaña.

“No he hallado tus obras perfectas delante de Dios”. Éste es un reproche suave en su forma, pero severo en el fondo: Tu conducta deja mucho que desear. Quizá para los hombres tú estás actuando de manera encomiable, pero no a los ojos de la majestad y santidad de Dios; en verdad, no satisfaces la medida de lo que espera de ti. Son conocidas las palabras que Dios dirigió al profeta Samuel cuando fue a casa de Isaí a ungir como rey a uno de sus hijos, y le presentaron al mayor de ellos: “No mires a su aspecto, ni a lo grande de su estatura, porque yo lo desecho; porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón.” (1Sm 16:7). ¡Cómo supiéramos todos no mirar las apariencias, sino ver el corazón del hombre con quien tratamos, o a quien brindamos confianza! ¡De cuántos engaños y desilusiones nos libraríamos!

No eran herejías lo que ponía en peligro la fe de la iglesia de Sardis, como ocurría en las iglesias de Esmirna y Filadelfia, sino su propio relajamiento, quizá por la influencia que ejercía el ambiente mundano y corrupto del entorno. A muchos cristianos que circulan en el mundo les ocurre eso. Justamente por ese motivo la vigilancia es indispensable, porque no hay mayor enemigo de la vitalidad de la fe que la sensualidad. El peligro que acechaba a los miembros de esas iglesias no eran desviaciones doctrinales, sino que se vuelvan lo que nosotros llamamos “cristianos nominales”. Ese mismo peligro amenaza a los cristianos en nuestros días ahí donde la vida es cómoda y fácil, y se goza de prosperidad material. Es como si el fervor requiriera de la disciplina de la escasez. David no cayó en adulterio cuando era perseguido por Saúl, y sólo contaba con treinta valientes, sino cuando se hallaba en la cúspide de su gloria y poder, y podía quedarse a descansar en palacio, mientras sus generales salían a hacer la guerra por él (2Sm 11:1-3).

3. “Acuérdate, pues, de lo que has recibido (Nota) y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti.”
Sea que deba entenderse estas palabras como dirigidas a una persona, o a la comunidad entera, el mensaje del Evangelio vino a los que creyeron por medio de la palabra, como escribe Pablo: “¿Cómo pues invocarán a Aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en Aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quién les predique?” (Rm 10:14).

Hubo quienes rechazaron la palabra, y quienes la recibieron, esto es, creyeron en ella, y éstos fueron transformados. Pero no basta con haber recibido. Es necesario mantener vivo en uno el mensaje, porque el enemigo, si bien es consciente de que ya no puede arrancar la semilla de la palabra en algunas personas, sí puede hacer que los cuidados del mundo la ahoguen, y la vuelvan inefectiva.

Todos estamos expuestos a ese peligro. De ahí que sea tan importante “reavivar el fuego” (2Tm 1:6), recordando lo escuchado, recordando la obra que hizo en nosotros la palabra, y cómo nos cambió; cómo nos dio nuevos horizontes y un gozo desconocido hasta entonces. Todo eso debe ser recordado para que nuestra fidelidad al Señor se mantenga viva y firme, y guardemos todo lo que el Señor nos mandó hacer. Y si hubiéramos sido negligentes, es necesario arrepentirse, y comenzar de nuevo con renovado fervor.

Si no velas, si no mantienes despierta tu fe, vendrá a ti el Señor cuando menos lo esperas. Jesús en más de una ocasión habló de la venida del ladrón en las horas de la noche, advirtiéndonos que de esa manera vendría Él a nosotros para darnos el pago, y nos sorprendería porque no sabemos a qué hora vendrá. (Lc 12:40; 1Ts 5:2; cf 2P 3:10).

Estas palabras no se refieren a su venida al final de los tiempos, sino a una visitación disciplinaria intempestiva, como la que ocurrió el año 70, cuando Jerusalén y su templo fueron destruidos por las tropas romanas que actuaron como instrumentos de la ira divina.

Si ello es así, ¡cuánta necesidad tenemos de mantenernos como las vírgenes prudentes, con nuestras lámparas encendidas, habiendo hecho de antemano provisión suficiente de aceite, es decir, de constancia y de ánimo para que nuestras lámparas no se apaguen! (Mt 25:1-13).

Nota: El verbo griego está en tiempo perfecto (eílefas), anota M. Vincent, indicando que se ha recibido la verdad como un depósito permanente. Como tal debe ser celosamente guardado.

Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te animo a adquirir esa seguridad porque de ella depende tu destino eterno. Con ese fin te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:

   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


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jueves, 5 de noviembre de 2015

PARÁBOLA DE LA OVEJA PERDIDA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PARÁBOLA DE LA OVEJA PERDIDA
Un Comentario de Mateo 18:10-14


10. "Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos."
Los pequeños a los que Jesús se refiere aquí pueden ser literalmente niños, pero más probablemente serían hombres y mujeres, no de baja estatura sino de baja condición social, que son ignorantes no sólo de la fe, sino también de las cosas del mundo, el tipo de personas que la gente suele mirar con desprecio.

Pero ¿qué dice Jesús de ellos? Tú los desprecias porque son poca cosa a los ojos del mundo, pero "sus ángeles", es decir, los mensajeros de Su voluntad a quienes Dios ha encargado que se ocupen de ellos y los cuiden, al mismo tiempo que realizan esa labor están constantemente delante de Él.

Para el mundo ellos no valen nada, pero para Dios valen mucho, pues los ha confiado a ángeles que gozan de su intimidad. Ellos gozan de un privilegio mucho mayor de lo que tú te imaginas, ni quizá te ha sido acordado.

A nosotros quizá nos intrigue saber cómo pueden esos ángeles guardianes estar a la vez ocupados en la tierra y estar en la presencia de Dios. Nuestra perplejidad se debe a que nosotros no podemos concebir cómo son las cosas en las dimensiones celestes, espirituales, porque no las conocemos. Las distancias y los tiempos son diferentes.

En este versículo Jesús confirma la validez de la creencia del judaísmo de su tiempo en la existencia de ángeles guardianes que acompañan a cada ser humano. (Nota 1)

La lección que debe sacarse de este versículo es que contrariamente a nuestra tendencia natural, ningún ser humano debe ser despreciado, cualquiera que sea su condición, su suciedad, su grado de abandono, o su pobreza. A los ojos de Dios se trata de una criatura suya, altamente apreciada, porque Él no desprecia nada de lo que ha salido de sus manos. Piensa en eso: Nosotros, tú y yo, hemos salido de sus manos. ¡Aleluya! Y Él no nos desprecia, cualquiera que sea nuestra condición.

Mira a ese hombre asqueroso tirado en la calle, negro de suciedad. Todo el mundo huye de él asqueado. Pero Dios lo ama porque es una de sus criaturas. Jesús murió también por él.

Jesús nos advirtió acerca de la inconsistencia de mirar a alguna persona con desprecio cuando dijo que los últimos serán los primeros y los primeros, últimos. (Mt 20:16). Algún día en el cielo nos llevaremos una gran sorpresa. Algunos van a estar en primera fila, por así decirlo, a quienes nosotros no dimos ninguna importancia, a quienes quizá incluso despreciábamos.


Esto significa que el valor intrínseco de una persona es algo oculto a los ojos humanos. Nosotros vemos lo que muestra el exterior de la persona, pero no vemos lo que está en su interior. No sabemos si es de oro, plata, diamante, o de plomo u hojalata.

Recuérdese lo que le dijo Dios al profeta Samuel cuando buscaba entre los hijos de Isaí a uno que fuera rey para Israel, en reemplazo de Saúl. Al ver al mayor, alto, buen mozo y fuerte, Samuel se dijo: "Este debe ser". Pero Dios le dijo: "No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura...porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón." (1Sm 16:7). A nosotros nos impresionan ciertas personas por su aspecto, su fuerza o su inteligencia, pero no sabemos lo que hay dentro de ellas. Eso sólo lo sabe Dios.

11. "Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido."
Este versículo, que se encuentra también en la conclusión del episodio de la conversión de Zaqueo (Lucas 19:10), sirve de transición a la parábola de la oveja perdida que viene enseguida.

Esta frase enuncia de una manera clara el propósito para el cual el Verbo de Dios vino a la tierra, esto es, a rescatar y a salvar a los que estaban alejados de Dios y, por lo tanto, caminaban a su condenación, y estaban perdidos. En otro lugar Jesús dijo que Él no había venido a buscar a justos sino a pecadores, porque no son los sanos los que tienen necesidad de médico sino los enfermos (Mt 9:12,13).

Éste es un asunto que nos parece obvio. Son los pecadores, los perdidos los que están en la mira de Dios, porque son ellos los que más necesitan de Él. ¡Pero cuántas veces en la vida práctica de algunas iglesias (no en la nuestra) esos enfermos del alma, esos pobres pecadores, son marginados, excluidos y puestos de lado, abandonados a su suerte, mientras los sanos, los justos, se reúnen entre ellos satisfechos de la rectitud de su conducta y de su vida! De esa manera corren el peligro de convertirse en fariseos. Pero si Jesús descendiera nuevamente a la tierra, y lo hiciera de incógnito, ¿a quiénes buscaría? ¿A los que se sientan en primera fila en los servicios, o a las prostitutas en las calles, y a los bebedores que están emborrachándose en las cantinas? ¿Dónde están los enfermos? ¿Dónde están los perdidos? Está muy bien que tengamos comunión entre hermanos y que nos gocemos por lo que Dios hace en medio nuestro, pero eso no debe servir para estar satisfechos de nosotros mismos sino para que, fortalecidos con la palabra, salgamos a buscar a aquellos por los que Jesús vino a la tierra.

Los fariseos esperaban que Jesús predicara para ellos, que se habían preparado mediante oración, ayuno y estudio para entrar al Reino de los cielos. Ellos confiaban en su propia justicia. A ellos debería dedicar Jesús su atención preferente, pero Él desconfiaba de ellos.

Jesús predicaba un perdón inmediato a todo el que se arrepienta, como un don gratuito de la misericordia divina, no un perdón difícil que se obtiene después de mucha penitencia, ayuno y oración. (Sal 51:17).

La predicación de los fariseos no estaba dirigida a los perdidos. Ellos no tenían nada que decir a los pecadores, salvo exigirles que cumplan todos los mandamientos de la ley para ver si Dios quizá se apiadaba de ellos. En el fondo ellos dejaban que los pecadores se perdieran. Eso no era su problema.

En el evangelio de Lucas la parábola de la oveja perdida está precedida por la murmuración de escribas y fariseos contra Jesús porque se juntaba con publícanos y pecadores.

Los publícanos eran odiados por los judíos que los consideraban traidores a su pueblo, ya que recaudaban impuestos por cuenta de los extranjeros romanos, y se enriquecían de paso cobrando de más por cuenta propia, y oprimiendo con sus tácticas de cobranza al pueblo.

Ese rechazo llegaba al punto de que su dinero no era aceptado como limosna para el templo, su testimonio en los tribunales era inválido, y se les ponía al mismo nivel que los despreciados gentiles y que las prostitutas, aunque, como dijo Jesús de Zaqueo, ellos eran también hijos de Abraham (Lc 19:9).

Jesús se reunía con ellos al igual que con los pecadores y las prostitutas, precisamente porque eran personas rechazadas por la sociedad. Tomen nota. Por ese motivo los fariseos lo criticaban acremente. Pero Jesús se acercaba a ellos como hace el médico solícito con los enfermos. No omitía esfuerzo alguno para estar en contacto con ellos. Él los atraía por la bondad de su trato, y por eso venían donde Él en mancha a escucharlo.

En respuesta a las murmuraciones de los fariseos, Jesús narra las tres parábolas que vienen enseguida en el Evangelio de Lucas: la de la oveja perdida, la de la dracma perdida, y la del hijo pródigo.

La parábola de la oveja perdida destaca el amor de Dios que va en busca de los perdidos. En Lucas Jesús dirige esta parábola a los fariseos: "¿Quién de ustedes...?" (Lc 15:4).

Pero tornemos al texto de Mateo.
12. "¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado?"
La sociedad de Israel vivía sobre todo de la agricultura y de la ganadería. Ellos en su origen eran un pueblo pastoril. Por eso muchas de las parábolas de Jesús usan imágenes pastoriles. Sus oyentes las captaban fácilmente.

El cuadro que Jesús nos pinta en pocas pinceladas es muy simple: Un pastor tiene cien ovejas en su rebaño. Si de pronto se pierde una de ellas, ¿no dejará las noventainueve para ir a buscar a la descarriada? ¿Y si la encuentra, no se alegrará más por ella que por las que no se alejaron del redil?

Si una madre tiene un hijo enfermo ¿no se alegrará por la curación de ese hijo más que por los que están sanos? No es que no quiera a los sanos, pero en determinado momento su preocupación está concentrada en el hijo enfermo. Es natural que sea así.

Podría objetarse: el pastor que va detrás de la oveja descarriada ¿no está poniendo en peligro a las noventainueve que abandona? En el caso propuesto por Jesús podemos pensar que el pastor tendría un ayudante que cuide entretanto a las que quedan en el redil. Pero en el caso de Dios su providencia alcanza a todos, a los que perseveran y a los que se pierden.

El pecador es comparado a una oveja tonta que en su ignorancia, queriendo explorar prados para ella desconocidos, se pierde en el campo.

El pastor del rebaño no se dice: "Me quedan noventainueve ovejas. ¡Qué me importa si se me pierde una!" No, él se dice: "Si se me pierde una oveja ¿qué me importan las noventainueve?"

Al pastor asalariado no le importa que se pierda una, porque las ovejas no son suyas, pero al dueño del rebaño sí le importa que se pierda una, porque él ama a cada una de ellas (Jn 10:12,13). Él conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a Él (v. 14).

Su actitud es semejante a la de la mujer que ha perdido una dracma, y que no para de buscarla hasta que la encuentra (Lc 15:8).

La oveja descarriada es como muchos pecadores que se extravían del camino y se pierden por ignorancia. No saben en verdad lo que hacen, pero si nadie va a buscarlos se pierden para siempre. ¿Cuántos de nosotros éramos así? Si no hubiera habido una persona que se hubiera apiadado de nuestra condición, y no nos hubiera hablado de Dios, o no nos hubiera traído a la iglesia, ¿dónde estaríamos nosotros?

El profeta Ezequiel denuncia que muchas ovejas se pierden porque los pastores que están a cargo de ellas no las cuidan (Ez 34:1-6). Esos malos pastores se dedican a apacentarse a sí mismos, en lugar de cuidarlas (v. 8).

Pero, a través del profeta, Dios anuncia que Él mismo irá a buscar a sus ovejas para traerlas al redil: "Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí que yo, yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reconoceré. Como reconoce el pastor a su rebaño cuando está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré a mis ovejas, y las libraré de todos los lugares donde fueron esparcidas..." (v. 11,12).

El profeta Ezequiel, con quinientos años de anticipación, anunció lo que Jesús iba a hacer al venir a la tierra. No sólo buscaría a la oveja descarriada, sino que la sanaría (v. 16).

La encarnación de Jesús no fue otra cosa sino llevar a cabo la misión del Buen Pastor que se ciñe los lomos para ir a buscar lo que se había perdido. Y no cesa en su búsqueda hasta que encuentra a la oveja descarriada, la carga sobre sus hombros gozoso, y la trae de vuelta al redil. (Le 15:5). (2)

Eso ha ocurrido con la mayoría de los que están leyendo estas líneas. Él nos fue a buscar cuando estábamos perdidos en medio de nuestra miseria, no para castigarnos, sino para traernos al redil, después de habernos curado.

13. "Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron."
Al estar formulado en condicional ("si la encuentra") el texto de Mateo da a entender que pudiera ocurrir que todos los esfuerzos del Buen Pastor por recuperar al alma perdida sean  inútiles. ¿Es posible que eso ocurra? Sí, porque el pecador es libre de acudir al llamado de Dios, o de no hacerlo. Y, en efecto, ¡cuántos hay que por su propia voluntad se pierden ya que hacen caso omiso de los esfuerzos de Dios por salvarlos!

El mundo sería otro si eso no ocurriera con frecuencia. Démosle gracias a Dios de que nosotros no fuimos rebeldes a su llamado, y pidámosle que nunca permita que nos alejemos de Él.

"Y si acontece que la encuentra..." Si efectivamente el pastor halla a la oveja descarriada, en ese momento él se alegrará más por ella que por las ovejas que nunca se perdieron.

¿No es eso injusto? En la parábola del hijo pródigo el hermano mayor se resiente de que su padre haya hecho una fiesta para celebrar el retorno del hijo que se había ido, pero nunca hizo una fiesta para él, que nunca se alejó de su casa y siempre lo sirvió. El padre le responde: Todo lo mío es tuyo, pero "tu hermano estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y ha sido hallado" (Lc 15:27-32). Yo me alegro mucho por él, y tú deberías hacerlo también teniendo en cuenta de qué abismo ha salido. No deberías tener celos de tu hermano, sino deberías alegrarte conmigo de que haya retornado.

Un pecador que se arrepiente da más gozo al Padre, y provoca una mayor fiesta en el cielo que noventainueve que permanecen fieles (Lc. 15:7). Pero la recompensa de los que siempre fueron fieles, o lo fueron más tiempo, será mayor que la de los que se desviaron y retomaron al buen camino.

14. "Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños."
Mateo concluye la parábola reiterando el deseo del Padre de que ninguno de los más despreciados e ignorantes se pierda (2P 3:9), porque -aunque esto no está dicho, se sobreentiende- por ellos también derramó Cristo su sangre.

Si la salvación del género humano le ha costado tanto, ¿cómo no ha de desear Él que ninguno deje de recibir ese beneficio? ¿Cómo no ha de entristecerse su corazón por uno solo que se condene? Las multitudes de los que se salvan no lo consuelan de una sola pérdida. Eso es lo que una sola alma vale para Él.

Notas: 1. El Nuevo Testamento está lleno de episodios en que los ángeles cumplen misiones específicas por encargo de Dios, comenzando con el anuncio del nacimiento de Juan Bautista (Lc 1:5-17), o el anuncio de la encarnación del Hijo de Dios en el vientre de María (Lc 1:26-35), o animando a sus escogidos (Hch 27:23,24), o librando de la cárcel a Pedro (Hch 12:6-10). La noción de que hay un ángel asignado a cada persona está confirmada en ese mismo episodio cuando Pedro se presenta en la puerta de la casa donde están reunidos los creyentes, y ellos se niegan a creer que sea él pensando que "es su ángel" (Hch 12:15).
2. La figura del Buen Pastor cargando en sus hombros a la oveja descarriada es uno de los temas más populares de la pintura clásica.




Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."


#882 (24.05.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tele 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).