martes, 23 de febrero de 2016

EL MATRIMONIO COMO PACTO (continuación)

El Matrimonio como Pacto (Continuación)

Pero "¿si me equivoqué y no conocía bien a la persona con la cual me casaba?" –dirá alguno- "Yo vine a darme cuenta sólo cuando ya estábamos casados". No le eches la culpa a Dios de tu error. Tú eres responsable de tus actos. ¿Por qué no lo pensaste bien? La Escritura en el Salmo 15, al establecer las condiciones por las que el ser humano puede permanecer en la presencia de Dios, menciona al hombre que “aun jurando en perjuicio propio no cambia su palabra” (v. 4c). Jesús dirá: “que tu sí sea sí, y tu no, no” (Mt 5:37).

Por eso es que los jóvenes no deberían contraer matrimonio sin haber sido adecuadamente instruidos acerca de la seriedad y de la santidad del compromiso que celebran; sin estar seguros de que Dios es el que los llama a unirse. Y yo creo que los ministros de Dios que casan a los novios sin haberse cerciorado de que ambos comprenden bien lo que están haciendo, sin haberlos instruido previamente sobre la solemnidad e irrevocabilidad de su compromiso, y sin haberse cerciorado de que ambos han buscado la voluntad de Dios antes de decidir casarse, y que están hechos el uno para el otro esos ministros, digo, -pastores o sacerdotes que no cumplen ese deber- pecan gravemente, y se hacen corresponsables del pecado que esos esposos pudieran cometer algún día si se divorcian. 

Y debería advertirse claramente a los novios que si no están absolutamente decididos a comprometerse de por vida al casarse, si no están dispuestos a pronunciar con toda su alma las palabras por las cuales se prometen amarse en las buenas y en las malas, hasta que la muerte los separe, sería mejor que no se casen ni tengan hijos. Menor pecado cometen viviendo juntos sin casarse, que casándose mintiéndose el uno al otro y mintiendo a Dios. Pero si ellos celebran su matrimonio conscientes de lo que emprenden, con toda su voluntad y toda su intención, Dios no dejará de sostenerlos en las pruebas y tentaciones por las que pudieran pasar.

(Pasaje tomado del capítulo "Un Poco de Historia" de mi libro "Matrimonios que Perduran en el Tempo" Vol I, publicado por Editores Verdad y Presencia. Tel 4712178. Av. Petit Thouars 1189, Santa Beatriz, Lima, Perú).



miércoles, 17 de febrero de 2016

LA ORACIÓN III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACION III

Hay algunos requisitos que nuestras peticiones deben reunir para que seamos escuchados. En primer lugar,  que sean específicas, concretas, no vagas. Si queremos  que Dios nos escuche debemos saber qué es lo que queremos: "Señor, dame un trabajo". Está bien, te dirá el Señor, pero ¿qué clase de trabajo quieres?  ¿Cualquiera te da lo mismo? De repente, para enseñarte a pedir bien, te da un trabajo que no te gusta y, encima, mal pagado. Si le has de pedir algo, no desconfíes de su generosidad.
En segundo lugar, es bueno que nuestras peticiones contengan detalles, para que Él pueda satisfacer nuestros deseos. ¿Cómo quieres ese trabajo? ¿Dudas acaso de que Él pueda darte exactamente lo que deseas? Si no lo hace es porque desea darte algo mejor.
En tercer lugar, nuestras peticiones han de ser sinceras, porque Él ve nuestro corazón. No vale la pena que le pidamos cosas que realmente no deseamos, o que no nos importan. Él desea cumplir nuestros deseos, no nuestros caprichos, o veleidades del momento.
Por último, nuestras peticiones han de ser sencillas. No necesitamos usar de grandes palabras para  impresionarlo.
Es cierto que también podríamos no pedirle nada concreto a Dios, sino simplemente decirle: Haz de mí lo que quieras. Y ésa podría ser en algunos casos la mejor oración. Pero hay veces en que necesitamos pedirle cosas concretas.
Hay también algunos principios básicos que debemos observar para que nuestras oraciones sean  contestadas: En primer lugar, debemos orar con fe. Como en casi todas las cosas referentes a nuestra vida espiritual, la fe es una condición esencial. Jesús lo dijo: "Si tuvierais fe como un grano de mostaza, podríais decir a este sicómoro: Desarráigate y plántate en el mar, y os obedecería."  (Lc 17:6). Es decir, con que sólo tuviéramos una mínima dosis de fe, obtendríamos todo lo que quisiéramos, aunque nos parezca imposible. Lo malo es que a veces no tenemos ni esa mínima dosis. No le creemos a Dios; no confiamos en su poder absoluto, ni en su deseo de concedernos lo que necesitamos.
En otra ocasión Jesús dijo: "Conforme a vuestra fe os sea hecho" (Mt 9:29). Nuestra fe es la medida de lo que obtenemos orando: si mucha, mucho; si poca, poco.
Santiago también nos amonesta: "Pero pida con fe, sin dudar; porque el que duda es semejante a una ola del mar que es arrastrada por el viento, y echada a un lado y a otro. No piense, pues, quien tal haga que recibirá alguna cosa del Señor" (St 1:6,7).
Si pedimos sin fe es como si le dijéramos a Dios: "Te ruego que me concedas tal cosa, pero yo ya sé que no me lo vas a dar". Nuestra desconfianza, nuestra falta de fe, lo ofende. Entonces nos contestará: "Conforme a tu falta de fe te será hecho". Y no podremos quejarnos.
Pero si pedimos algo a Dios y confiamos en Él, debemos esperar resultados, porque para eso pedimos, no por hablar. Si no los esperamos, tampoco nos vendrán. Nadie hace ninguna gestión para no obtener nada. De lo contrario, no la haría. Igual es en la oración. Si oramos debemos estar a la espera del resultado, y si demora, insistir. Dios no se ofende por ello; al contrario, se agrada.
Precisamente para enseñarnos a perseverar en la oración Jesús narró la corta parábola del juez impío, que no creía en Dios ni en nadie, y a quien una viuda venía a molestar todos los días con su queja. Para que no le agotara la paciencia, el juez dijo que le haría justicia. Jesús termina diciendo: "¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a Él día y noche?" (Lc 18:7). Orar perseverando es pues el segundo principio.
En tercer lugar, hemos de pedir cosas que estén de acuerdo con la voluntad de Dios (1 Jn 5:14,15). ¿Nos dará Dios algo que Él no quiere? ¿Algo que sea contrario a su ley? ¿Algo que nos haga daño? No podemos obligar a Dios. Más bien, si queremos obtener algo de Dios, debemos pedir cosas que Él quiera darnos, algo que sea para nuestro bien, no para nuestro daño, puesto que Él nos ama.
Pudiera ser, sin embargo, que en algún caso excepcional Dios nos conceda algo que no sea conforme a su voluntad y que suframos las consecuencias. Así aprendemos a no desear lo que Él no desea.
¿Pero cómo sabemos que nuestras peticiones están de acuerdo con su voluntad? Primero, tenemos su palabra que nos ilustra al respecto. No podemos pedirle algo que su palabra dice que es pecado, algo que Él prohíba. Pero la Escritura no cubre todos los casos particulares. Para que podamos saber si lo que deseamos es conforme a su voluntad específica para nosotros en un momento dado, tenemos el recurso de preguntarle a Dios en oración: ¿Es este deseo mío conforme a tus propósitos para mí? Si nos acercamos a Él confiadamente como un hijo a su padre, no dejaremos de oír en nuestro espíritu la respuesta.
En cuarto lugar, la manera más segura de obtener lo que queremos es vivir conforme a la voluntad de Dios, obedeciéndola en nuestra vida diaria: "Y cualquier cosa que pidiéremos la recibiremos de Él, porque  guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de Él." (1 Jn 3:22).
Hacer su voluntad es el camino más directo para vivir en comunión con Él. Si vivimos en comunión con Él no desearemos nada que Él no desee, y si acaso lo deseáramos, sentiríamos en nuestro espíritu un reproche, y nos avergonzaríamos. Pablo dijo: "El que se une al Señor es un espíritu con Él." (1Cor 6:17). Si nuestro espíritu está unido al suyo, nos dejaremos guiar por Él en toda nuestra vida, y Él nos comunicará lo que desea que le pidamos. Si nuestro espíritu está unido al suyo, no querremos hacer nada que Él no pueda hacer junto con nosotros.
En quinto lugar, Jesús nos ha dado un arma: "De cierto, de cierto os digo, que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará." (Jn 16:23; 14:13,14). Pedir algo en su nombre es pedir en su lugar, como si Él mismo lo hiciera. ¿Le negará Dios algo a su Hijo? Por supuesto que no. Por eso Jesús nos asegura que todo lo que pidamos en su nombre nos será hecho, para que demos por seguro que lo hemos obtenido.
¿Reemplazará el nombre de Jesús a la fe? De ninguna manera. Más bien, se le añade. Porque ¿cómo  podríamos pedir algo en el nombre de alguien en quien no creemos? Nuestra incredulidad haría vacío el uso de su nombre.
Pero no sólo nuestra incredulidad. Si con nuestra conducta deshonramos el nombre de Jesús, mal podríamos usarlo para alcanzar algo de Dios.
Por último, y en sexto lugar, obtenemos lo que pedimos si confiamos enteramente en Él, y descansamos en esa confianza: "Encomienda al Señor tus caminos, confía en Él y Él obrará" (Sal 37:5).
Dios nunca defrauda al que en Él confía. Lo dice de muchas maneras su palabra. ¿Y cómo no descansar plenamente en Él si "Él tiene cuidado de nosotros"? (1P 5:7). Si ello es así, bien podemos echar en Él nuestras cargas, descartando toda inquietud, y esperando que Él intervenga a su manera y en su tiempo (Sal 55:22). Orando así ponemos enteramente el resultado en sus manos, sabiendo que Él hará lo mejor.
Estas condiciones que he enumerado no son pasos que han de cumplirse sucesivamente, uno tras otro, para obtener de Dios lo que solicitamos: Primero hacer esto, después aquello, como quien cumple un plan. No, son principios y observar uno solo de ellos puede bastar, provisto que no vivamos en contradicción con los otros. Pero hay veces en que seremos guiados a pedir de una manera, según tal principio, y habrá otras en que seremos impulsados a rogar de una forma distinta, según otro, de acuerdo a las circunstancias.
Dios no sigue reglas. No es un Dios de un solo método, de un solo sistema. Él siempre se renueva aunque siempre es el mismo. Eternamente nuevo y eternamente igual. En su fidelidad "que llega hasta los cielos," y que se prolonga "de generación en generación" está nuestra confianza (Sal 36:5; 119:90).

NB. Esta es la continuación de un artículo que fue publicado por primera vez en febrero del 2002, y que fuera reimpreso nuevamente cuatro años después.

Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#889 (12.07.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


viernes, 12 de febrero de 2016

EL MATRIMONIO ES UN PACTO

Dios dice que el matrimonio es un pacto o alianza, que se lleva a cabo bajo su tutela (Pr 2:17; Mal 2:14). Todo pacto, según vemos en el Antiguo Testamento es, por definición, inviolable, irrompible. Y así es el pacto matrimonial. La Biblia no conoce de matrimonio a prueba, "a ver si resulta". La unión de los esposos, según el propósito inicial de Dios, como afirma Jesús, es definitiva, para siempre mientras vivan (Véase también lo que escribe Pablo en I Cor 7:39. Lo que dice de la mujer, es cierto también para el hombre).
Dios es el que los ha unido, como dice Jesús: "Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre". (Mt 19:6b). Por eso su unión es sagrada. La sola admisión en la mente de los novios de que existe la posibilidad de divorcio, viene de la ignorancia de la santidad del pacto que van a contraer al casarse, y al que ambos se someten. Si lo supieran, el día que surgieran dificultades y conflictos entre ellos, tratarían por todos los medios de superarlas y sanarlas a fin de mantenerse unidos.
Al casarse se juraron fidelidad, y esa palabra debe permanecer, cualquiera que sean las circunstancias  que pudieran sobrevenirles luego. El hecho de que Balaam cantara: "Dios no es hombre para que mienta" (Nm 23:19) no puede servir de excusa al hombre para renegar de su palabra. He aquí lo que la Escritura dice acerca de la palabra empeñada: "Cuando alguno haga un voto al Señor, o profiera un juramento ligando su alma con una obligación, no quebrantará su palabra; hará conforme a todo lo que salió de su boca." (Nm 30:2). Al contraer matrimonio hombre y mujer se hacen un juramento, o una promesa, según la fórmula que empleen, que tiene a Dios por testigo, y Dios les pedirá cuenta de cómo lo cumplieron (Ecl 5:5,6). (Continuará)

(Pasaje tomado del capítulo " Un Poco de Historia" de mi libro "Matrimonios que Perduran en el Tiempo"  Vol I, publicado por Editores Verdad y Presencia. Tel 4712178. Av. Petit Thouars 1189, Santa Beatriz, Lima, Perú).

miércoles, 10 de febrero de 2016

LA ORACIÓN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACIÓN II

Revisando mi charla anterior (La Oración I), al llegar al texto que decía: Si no le amamos y adoramos en la intimidad de nuestro ser, no le amaremos en la práctica de la vida, me di cuenta de que antes de preguntar ¿Cómo se ama a Dios en la práctica? debí haber preguntado ¿Cómo se ama a Dios en la intimidad de nuestro ser? No lo hice porque pensé que todos mis lectores lo saben. Pero quizá no sea tan evidente para todos.

Así que contestemos a esa pregunta. Lo primero que debemos tener en cuenta es que nosotros somos indignos de acercarnos a Dios. Aunque tengamos la sincera intención de honrarlo en nuestras vidas, en los hechos muchas veces le fallamos y nos comportamos de una manera que no le agrada. Por ese motivo, la primera forma de amarlo es decirle que reconocemos nuestra indignidad, que sabemos que no merecemos que nos atienda, y enseguida pedirle perdón por las muchas veces que le hemos sido ingratos, en lo poco y en lo mucho. Y a continuación, suplicarle que nos admita en su presencia. Lo hará porque de todos modos lo desea, y ya nos ha perdonado.

¿Cómo se ama a Dios? Pues simplemente amándolo. Diciéndole todas las cosas gratas que nos vengan en mente y que nuestro amor inspire. Dios no se cansará de oírlas. Más bien, Él hará que nuestro amor crezca al decirlas.

Amamos a Dios en nuestro ser más íntimo dándole gracias por los muchos favores y bendiciones que hemos recibido de Él, comenzando por la vida misma, por la salud y el bienestar de que gozamos. Podemos decirle con el rey David: "Bendice alma mía al Señor, y todo mi ser bendiga su santo nombre" (Sal 103:1).

En ese salmo el poeta real enumera algunas de las bendiciones que recibió de Dios. Nosotros podríamos hacer lo mismo, recordando las muchas cosas que Dios ha hecho a favor nuestro desde nuestro nacimiento, y dándole gracias por cada una de ellas. Nosotros las conocemos bien, pero no deberíamos olvidarlas nunca,  porque tenerlas siempre en mente fortalece nuestra fe y nuestra confianza en Él, y nos ayuda a esperar cosas mejores.

Alabar a Dios es darle el lugar que le corresponde: "Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder..." (Ap 4:11). Jesús nos enseñó a decir en el Padre Nuestro: "Santificado sea tu nombre" (Mt 6:9), esto es, sea tu nombre alabado, bendito, exaltado, por encima de todas las cosas.

Cuando alabamos a Dios, atraemos su presencia sobre nosotros: "Dios habita en medio de las alabanzas de Israel." (Sal 22:3), esto es, de su pueblo, que somos nosotros. ¿Y qué puede darnos la presencia de Dios sino gozo? Como nos lo recuerda el salmista: "Te alabaré, oh Señor; con todo mi corazón; contaré todas tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en ti." (Sal 9:1,2).

Cuando nos alegramos en Él, Él se regocija en nosotros. ¿No quisiéramos nosotros, sus hijos, que nuestro Padre se alegre en nosotros? ¿Qué mayor alegría podemos tener en la tierra sino que Dios nos visite con su presencia y su gozo? Si alguna vez estamos cansados, deprimidos, tristes, el mejor remedio es empezar a alabarlo, aunque no tengamos ganas de hacerlo. En poco tiempo el gozo de Dios vendrá sobre nosotros y disipará las nubes que ensombrecen nuestra alma.

Frente a las desgracias y tribulaciones, frente a las ingratitudes e incomprensiones,
frente a las injusticias de la vida, el mejor remedio es gozarse en Dios, alabarle y darle gracias, aun por aquello que nos aflige. Con el  gozo de Dios retornarán nuestras fuerzas, si acaso las hubiésemos perdido: "El gozo del Señor mi fortaleza es." (Nh 8:10). ¡Cuántas veces lo hemos cantado!

Más importante es experimentarlo. Pero ése no es el único beneficio: Al alabarle y darle gracias a Dios por todos sus favores, convertimos nuestros sinsabores en fuente de bendiciones, y nos atraemos otras nuevas: "Haz del Señor tus delicias y Él te dará los deseos de tu corazón." (Sal 37:4). Cuando nos deleitamos en Dios, Él se deleita en concedernos nuestros deseos más íntimos, más preciados, sin que tengamos necesidad de  pedírselos.

¿Cuál es la diferencia entre la alabanza y la adoración? Creo que todos lo sabemos de una manera instintiva. Pero una manera de hacer explícita la diferencia sería decir que la primera es expansiva, y la segunda intimista; que la primera lleva naturalmente a elevar la voz; la segunda conduce al silencio: "Guarda silencio ante el Señor y espera en Él." (Sal 37:7a). Sí, bien podemos adorarlo en silencio y Él escucha nuestros más ocultos pensamientos como si los gritáramos a voz en cuello. Podríamos agregar que se alaba mayormente con la boca ("alabar" quiere decir "dar gracias"), y se adora sobre todo con la actitud corporal.

El verbo griego que traducimos por "adorar", "proskuneo", quiere decir literalmente "postrarse". Esa es la actitud que expresa mejor la adoración, así como el estar de pie, cantando o bailando, expresa la alabanza. Cuando adoramos nos arrodillamos, nos postramos con la frente en el suelo, como el esclavo ante su señor, en señal de sumisión.

Hay un episodio en los evangelios que manifiesta muy bien lo que es la adoración: el de la pecadora que cubre de besos y lágrimas los pies de Jesús (Lc 7:37,38). Los hombres objetarán quizá: ¡la que hacía eso era una mujer! En el espíritu no hay sexo, no hay hombre, no hay mujer, como dijo Pablo (Gal 3:28). Todos somos iguales. (Nota 1).

Generalmente asociamos en nuestro espíritu las palabras "oración" y "petición". Si oramos es porque necesitamos algo, y se lo pedimos a Dios para que nos lo conceda. La conexión es cierta. La petición forma parte de la oración. Pero hemos visto que no es su único aspecto, ni es el primero.

Es de mal gusto y una descortesía acercarse a una persona y, sin más, pedirle algo sin ni siquiera saludarlo (2). Si no lo somos con los hombres, mucho menos debemos ser maleducados y descorteses con Dios. Después de todo la cortesía y las buenas maneras surgen del amor. ¿Amaremos menos a Dios que al prójimo? ¿Seremos menos considerados con Él que con el vecino?

Si dedicamos la mayor parte de nuestra oración a alabarlo y bendecirlo, nos habremos ganado su favor, y sólo necesitaremos decirle llanamente, y en pocas palabras, lo que necesitamos para que nos lo conceda.

Pero hay quienes sostienen que no se debe utilizar a Dios como si fuera el duende de la lámpara de Aladino: "¡Dame! ¡Tráeme! ¡Consígueme!" No está bien, dicen, pedirle a Dios cosas todo el tiempo.

Sin embargo, su palabra dice: "Pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; tocad y se os abrirá. Porque todo el que pide,  recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá." (Lc 11:9,10). La primera parte es una orden; la segunda, una promesa. Él mismo nos exhorta a pedirle. Él quiere que le pidamos. Nuestras peticiones no le aburren, no le  molestan, no le cansan; al contrario, le agradan. Si deseamos algo y no queremos pedírselo a Dios ¿no será quizá porque no queremos recibirlo de sus manos, o porque no queremos que Él tenga que ver nada con eso? Quizá  pensemos que no nos lo daría si lo mencionamos. Queremos tenerlo sin que Él lo sepa.

Pero si hay algo que deseamos recibir, mas no de sus manos, mejor será que ni siquiera lo deseemos. Porque no  nos convendría. Pero si de algo pensamos que sí lo podríamos recibir de Él, pidámoselo aunque no lo recibamos, porque el sólo hecho de orar nos hace mejores, nos cambia para bien. Ésa es la razón, creo yo, por la que Él, aunque sabe muy bien todo lo que necesitamos, quiere, no obstante, que se lo pidamos (Mr 10:51).

Notas: 1. Por si acaso alguien nos entienda mal, digamos que sí hay diferencia en la tierra entre uno y otro, es decir, mientras estemos en la carne. Diferencia pero no preeminencia. Hay quienes sostienen, sin embargo, que las características psicológicas de los sexos se mantienen en el más allá, porque en la dualidad masculino/femenino  Dios se expresa a sí mismo, expresa la multiforme naturaleza de su ser.
2. Aunque muchas veces lo hacemos en la práctica. El peruano se ha vuelto descortés. Pero el cristiano no debe serlo. Ése es un tema al cual valdría la pena dedicar toda una enseñanza.

NB. Como el artículo anterior, este artículo fue publicado por primera vez en febrero del 2002, y fue reimpreso nuevamente cuatro años después. Se publica de nuevo, pero dividido en dos partes debido a su extensión.

Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a i r a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."


#888 (05.07.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 3 de febrero de 2016

LA ORACIÓN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACIÓN I


La oración es el aspecto más importante de la vida del creyente.

Podemos quedarnos sin Biblia, pero no podemos quedarnos sin oración. Imaginemos un náufrago que hubiera quedado abandonado, solitario en una isla y que hubiera perdido todo su equipaje en el mar. Aunque él se viera privado de su ejemplar de las Sagradas Escrituras todavía podría comunicarse con Dios a través de la oración y Dios le hablaría directamente al alma. Sin embargo, de poco le serviría haber salvado la Biblia del naufragio si no la lee en espíritu de oración y tratando de oír la voz de Dios en ella.

Es cierto que, privado de la palabra de Dios escrita, aun el hombre que ora puede desviarse de la fe y que la palabra de Dios es su guía objetiva. Oración y Palabra se complementan y ambas son necesarias.

Sabemos, no obstante, que Abraham fue llamado por Dios y fue amigo de Dios y hablaba con Él antes de que el primer libro de la Biblia, el Génesis, fuera escrito (lo cual es obvio, porque cuenta su historia). Es cierto también que él no necesitaba de la palabra escrita de Dios porque tenía su palabra hablada: Dios hablaba con él directamente, como hizo más tarde y con mayor frecuencia con Moisés. Su Biblia fueron las palabras que Dios le dirigía.

Por ello podemos afirmar que la oración es el centro de la vida del hombre con Dios. Oración es diálogo, contacto, intimidad con Dios.

La oración puede compararse con el entrenamiento del atleta. Si no se entrena, si no se ejercita, su capacidad física decae. Igual pasa con el creyente. Si no ora, su vida espiritual decae y puede llegar a perder todo contacto con Dios. Puede volver al pasado y recaer en el pecado. Y, de hecho, eso es lo que lamentablemente ocurre con muchos creyentes y aun con muchos líderes de la Iglesia. Jesús bien claramente lo advirtió cuando dijo: "Velad y orad para que no entréis en tentación." (Mt 26:41).

Es en la oración donde cumplimos para comenzar el mandamiento de amar a Dios. SI NO LE AMAMOS Y ADORAMOS EN LA INTIMIDAD DE NUESTRO SER, NO LE AMAREMOS EN LA PRACTICA DE LA VIDA.

¿Cómo se ama a Dios en la intimidad de nuestro ser? Pues precisamente pasando tiempo a solas con Él en nuestra cámara secreta, como dijo Jesús, hablándole y diciéndole las cosas que nos pesan dentro. Es decir, confiándole todos nuestros asuntos.

¿Como se ama a Dios en la práctica? Jesús dijo: "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama." Y luego: "El que me ama guardará mi palabra... el que no me ama, no guarda mis palabras..." (Jn 14:21,23,24).

Amamos a Dios en la práctica, obedeciéndole. Nuestra obediencia es la prueba de nuestro amor. Pero si no le amamos primero en la intimidad de nuestro corazón, no le podremos obedecer voluntariamente, sino lo haremos a la fuerza, como una obligación pesada.

En la oración se cultiva y crece el amor a Dios que nos permite obedecerle. Por eso Pablo dice "orad sin cesar" (1Ts 5:17). Todos los actos de nuestra vida pueden ser oración, si todo lo hacemos por obediencia y pensando en Él. ¿Cómo lograríamos esto que parece imposible, puesto que nuestra atención está constantemente solicitada por las ocupaciones del día? Si nos acostumbramos, antes de hacer cualquier cosa, a orar un momento y decirnos: "Esto lo hago en el nombre de Jesús" (Col 3:17), la conciencia de la presencia de Dios llegará a ser habitual en nosotros, de manera que podamos decir con el profeta Elías: "Vive Dios en cuya presencia estoy" (1R 17:1). El original hebreo dice: "delante de quien estoy". Ese estar delante, según la costumbre antigua, es la actitud del siervo que está de pie delante del trono, esperando las órdenes de su señor.

En nuestro trabajo, en nuestra casa, al trasladarnos de un sitio a otro ocupados en nuestras labores diarias, o al empezar una tarea nueva, cualquiera que sea lo que hagamos ¿cómo podemos orar? Elevando nuestra mente a Dios en medio de nuestras ocupaciones, pidiéndole que nos ayude a hacer bien la tarea, o la llamada, o el viaje, etc. Diciéndole que lo hacemos en su nombre y con deseos de agradarle. Ofreciéndole lo que hacemos como un sacrificio de suave olor (Rm 12:1c).

El que ora constantemente se mantiene en comunicación con Dios y puede ser guiado por Dios; se abre a la posibilidad de que el Espíritu Santo lo guíe.

¿Cómo puede ser uno instruido si no se mantiene en comunicación con su instructor?

El piloto que va a aterrizar es guiado por la torre de control. Si apaga su radio no puede ser guiado. Si no mantenemos abierta la línea de comunicación, no podemos ser guiados por Dios.

Pero no nos engañemos. La oración constante, para ser efectiva, necesita del sustento de la oración matinal.  El mejor ejemplo nos lo proporciona Jesús, según narra el Evangelio de Marcos: "De madrugada, siendo aún oscuro, se levantó y fue a un lugar desierto, y ahí oraba." (1:35).

Notemos dos cosas importantes en ese pasaje:

-temprano, de madrugada, que es la mejor hora, cuando uno está fresco;

-en la soledad no hay interrupciones.

Al que ponga el ejemplo de Jesús en práctica Dios lo va a bendecir abundantemente.

A su vez, para ser efectiva la oración matinal debe estar inflamada por el amor a Dios. La oración rutinaria, casual, fría, no es efectiva, mata el espíritu (St 5:16b).

La oración no debe ser aburrida. Si es aburrida, algo está fallando. La oración debe llegar a ser el momento más gozoso y vital del día, en el cual todo se sustenta.

El que se aburre orando, aburre también a Dios.

Pero la oración es también una lucha: "Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones a Dios por mí." (Rm 15:30). La palabra griega "sunagonizo", que se suele traducir como "ayudéis", quiere decir "luchar juntamente".

¿Contra quién luchamos?

1) Contra nosotros mismos: contra la pereza, contra el cansancio.

Hay en nosotros una resistencia interna: "No me siento con ánimo de orar". Esta es una tentación constante. "Mejor leo o descanso."

Crea el ánimo de orar, orando como si lo tuvieras, y luego el ánimo vendrá solo.

2)       Contra el infierno. Satanás se empeña en hacernos difícil la oración y en oponerse a nuestros deseos y a los designios de Dios. Tratará de distraernos o de tentarnos.

3)  Con Dios mismo: "Y se levantó aquella noche y tomó sus dos mujeres y sus dos siervas y sus once hijos y pasó el vado de Jaboc. Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía. Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta rayar el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, le tocó en el sitio del encaje de su muslo y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Pero Jacob le respondió: No te dejaré si no me bendices. Y el varón le dijo: No te llamarás más Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido." (Gn 32:22-28).

En este pasaje vemos cómo Jacob, ante una situación difícil, se puso a luchar con Dios sin descanso hasta arrancarle una respuesta a su oración.

Se aferró a Dios y le dijo: no te soltaré si no me bendices. No te dejaré hasta que me des lo que te pido.

Como consecuencia, Jacob recibe un nuevo nombre: Israel, que quiere decir: el que lucha con Dios, que será después el nombre de su descendencia.

Luchó y venció. ¿Cuál fue su victoria? Dios le concedió lo que le pedía.

Luchó toda la noche y venció al rayar el alba. Esto es para nosotros un modelo de la insistencia en la oración.

Enseguida vino el temido encuentro con su hermano Esaú, guerrero implacable que podía cumplir la venganza que había jurado. Pero Jacob salió bien librado y en paz.

El que ha luchado con Dios en un grave aprieto y obtiene que Dios le dé lo que pide, conoce por experiencia el poder de la oración.

Dios quiere que luchemos con Él porque quiere poner a prueba nuestra fe y nuestra perseverancia. En cierta medida Él quiere que le obliguemos a hacer lo que le pedimos, aunque Él desea hacerlo. Por eso baja y lucha con Jacob para que Jacob venza.

El más grande talento que el cristiano puede tener es el talento para orar, no el de predicar, o el de explicar la Biblia, o el de sanar, porque a través de la oración se obtienen todos los demás.

La oración nos acerca a Dios y, como resultado, Dios con todos sus dones se nos acerca: "Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros" (St. 4:8a).

La oración es el canal a través del cual descienden las bendiciones de Dios al hombre. Dios quiere derramar sobre nosotros muchas cosas buenas, pero no puede hacerlo porque no oramos.

Está esperando que oremos para dárnoslas cuando oremos. Cuanto más importante sea lo que le pidamos, tanto más querrá Dios que se lo pidamos con insistencia.

Si no oramos atamos las manos de Dios. ¿Cuántas cosas buenas nos habremos perdido porque no oramos, o porque no oramos lo suficiente?

NB. Este artículo fue publicado por primera vez en 2002 en una edición limitada, y fue vuelto a publicar hace nueve años. Lo pongo nuevamente a disposición de los lectores.


 Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#887 (28.06.15) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).