lunes, 26 de diciembre de 2016

EL HIJO SABIO ALEGRA AL PADRE

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL HIJO SABIO ALEGRA AL PADRE
Un Comentario de Proverbios 10:1-5
Introducción. Las palabras “Los proverbios de Salomón” con que se inicia el primer versículo de este capítulo son en realidad el título de una sección del libro que abarca desde el vers. 10:1 hasta el vers. 22:16, y que comprende 375 proverbios que, curiosamente pero no casualmente, es el valor numérico de las letras que conforman el nombre de Salomón, esto es, slmn. (Recuérdese que el alfabeto hebreo sólo tiene consonantes).
Esta larga sección central, que está formada por proverbios de sólo dos líneas, contrasta con los capítulos 1 al 9, que están conformados mayormente por poemas sapienciales de cierta extensión (por ejemplo, 4:20-27; o 6:1-5; o todo el cap. 7).
La mayoría de los proverbios de los capítulos 10 al 15 son de paralelismo antitético (Véase mi artículo “Para Leer el Libro de Proverbios II, #850 del 12.10.14) donde predomina el contraste entre el justo (o sabio) y el impío (o necio).
El justo parece ser el tema principal de este capítulo. Son 13 los proverbios en que aparece la palabra “justo” (14 si contamos el vers. 29, en que aparece la palabra “perfecto”, que quiere decir lo mismo). Seis de esos proverbios hablan acerca de su relación con la lengua, o con el hablar sabiduría. Ellos son los vers. 11, 13, 20, 21, 31, 32.
Hay muchos otros que se refieren al justo en general, o a su vida en relación con los avatares de la vida: el v. 3 es una promesa de provisión; el v. 6 es una promesa de bendiciones; el v.7 promete que el justo será bien recordado. Otros proverbios en que aparece la palabra “justo” son los vers. 16, 24, 25, 28 y 30.
La perícopa formada por los vers. 1 al 5 es un ejemplo de inclusio, recurso literario en que la palabra, o idea, del inicio es repetida al fin de la unidad, como ocurre también, por ejemplo, en 3:13-18.


1. “Los proverbios de Salomón. El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza de su madre.”
Es notable el hecho de que después de una larga serie de proverbios que empiezan con las palabras “Hijo mío” en los nueve primeros capítulos, el primer proverbio de este capítulo 10, trate acerca del hijo.
Los padres se alegran por todo lo bueno que alcanza su hijo, sean logros materiales o intelectuales. Y por ninguna cualidad se alegran más que por la sabiduría que demuestre tener, porque la sabiduría allana el camino del éxito (23:15,16,24,25). Dice: hijo “sabio”, y no “inteligente”, porque la sabiduría es más útil que la inteligencia. Muchos inteligentes fracasan en la vida si no son a la vez sabios, y es un hecho que la inteligencia no está siempre acompañada de sabiduría. En cambio, la sabiduría sí suele estar acompañada de inteligencia, aunque pueda no estarlo de instrucción. Sin embargo, aun con esa limitación, la sabiduría se impone en la vida y es mucho más útil.
¿En qué consiste la sabiduría en términos prácticos? En discernir lo que conviene hacer y lo que conviene evitar, y en saber tomar buenas decisiones. En cambio ¡cuánta tristeza acarrea el hijo necio a sus padres y, en especial, a su madre! (15:20). La necedad anula las mejores disposiciones. Hay necios inteligentes que acumulan fracaso tras fracaso. El necio se equivoca siempre, o casi siempre, en lo principal. El sabio acierta. He ahí la gran diferencia.
Aquí la alegría y la tristeza pertenecen a ambos progenitores: hay un alegrarse en el hijo que es propio del padre (15:20a; 23:15,16,24; 27:11: 29:3a), y un entristecerse que es propio de uno u otro progenitor, o de la madre en particular. (17:21,25; 19:13a; Sir:16:1-5).
Los hijos son, o eran, considerados como el mayor don de Dios para los esposos, que se alegraban con la fecundidad de su matrimonio (Gn 5:28,29; 33:5; Sal 127:3). (Nota 1). Pero con mucha frecuencia los hijos son un motivo de preocupación o de tristeza. Derek Kinder comenta al respecto: “Sin los lazos (sobre todo los del amor) por los cuales las personas son miembros los unos de los otros, la vida sería menos dolorosa, pero inconmensurablemente más pobre.” (“Proverbios”, pag 94).
Si el hijo sale necio, ¿no será porque los padres, o uno de ellos, descuidaron disciplinarlo de pequeño? Los proverbios que hablan de la satisfacción, o disgusto que los hijos causan a los padres tienen como contrapartida la pena medicinal, esto es, la corrección que los padres deben aplicar a sus hijos. Con frecuencia es la negligencia de los padres, o del padre específicamente, en educar a su hijo en el respeto de las leyes de Dios y de la convivencia humana, la causa del desvío del vástago, y de la tristeza que puede causarles cuando crezca. Eso fue el caso concretamente de los hijos de Elí, que fueron un motivo de mucho dolor para él (1Sm 2:22-25), y de la reprensión divina que recibió (1Sm 2:27-36), porque omitió corregirlos cuando debió hacerlo (1Sm 3:12-14; cf Pr 22:6; 23:13,14; 29:15). Y también es el caso de dos hijos de David, Amnón y Absalón, que le causaron muchos dolores de cabeza, especialmente el segundo, a los que él no corrigió cuando debió hacerlo.
En el Antiguo Testamento tenemos el caso de un hijo cuya sabiduría fue causa de gran satisfacción para su padre, esto es, Salomón (1R 2:1-4; 1Cro 22:7-13; 2Cro 1:7-12); y de otro cuya necedad fue motivo de gran aflicción para su madre, esto es, Esaú (Gn 26:34,35).

Este proverbio nos dice también que es obligación de los hijos ser un motivo de satisfacción para sus padres por su conducta recta y sabia. La satisfacción que les produzcan les será algún día recompensada. Mientras que lo contrario es también cierto: el dolor que por su inconducta les causen, será algún día causa de desvelos y preocupaciones propias.
De otro lado, conviene notar que un hombre inteligente no es necesariamente bueno. Hay malvados que son sumamente inteligentes, pero no hay sabio que pueda ser malo.
2. “Los tesoros de maldad no serán de provecho; mas la justicia libra de muerte.” (Pr 21:6,7)
Este proverbio y el proverbio 11:4 dicen prácticamente lo mismo, siendo la segunda línea en ambos idéntica. En la segunda línea de 11:4 “riqueza” reemplaza a “tesoros de maldad”, pero agrega que las riquezas de maldad no serán de provecho “en el día de la ira”, esto es, en el día del juicio, o de la muerte, y menos aún si se trata de la segunda muerte (Lc 12:19,20).
Eso nos haría pensar que las riquezas son necesariamente tesoros de maldad, pero no siempre es ése el caso; no siempre han sido acumuladas oprimiendo y explotando al prójimo. De otro lado, la muerte no viene siempre a los hombres en el día de la ira.
Las Escrituras nos enseñan el poco valor que desde la perspectiva de la eternidad, tienen las riquezas (Pr 23:5; Mt 6:19), aunque en la vida práctica puedan traer muchos beneficios. Mucho menor valor y utilidad tienen las riquezas mal adquiridas, porque en el algún momento se vuelven contra el que las posee, como denuncia Jeremías: “¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo!” (22:13) (2) ¿De qué le sirvieron a Judas las treinta monedas de plata que recibió por traicionar a su Señor? Sólo para ser empujado al suicidio carcomido por los remordimientos (Mt 27:3-5). ¿De qué le sirvió a Acab, rey de Israel, incitado por su mujer, la perversa Jezabel, haberse apoderado de la viña de Nabot, después de haberlo hecho matar? Recibir la maldición divina, proferida por el profeta Elías, de que su linaje desaparecería con él, y de que el cadáver de su mujer sería comido por perros (1R 21:4-24).
El dinero mal adquirido a la larga no beneficia a su dueño, pero llevar una vida recta puede librar de peligros mortales. En este proverbio de paralelismo antitético se contrastan la honestidad de vida con las prácticas fraudulentas. Además se yuxtaponen dos vicisitudes contrarias: no ser de gran utilidad, frente al escapar con vida del peligro.
En las Escrituras tenemos un texto que ilustra la inutilidad de las riquezas mal adquiridas: “Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontona riquezas; en la mitad de sus días las dejará, y al final mostrará ser un insensato.” (Jr 17:11). Y tenemos el caso contrario en que la justicia (o rectitud de vida) libran de una muerte segura: el caso de Noé que no pereció en el diluvio. En el libro de Ester hay dos personajes cuyas vidas son un testimonio de cómo se cumple la verdad enunciada en este proverbio: el impío Amán, quien pese a su riqueza y poder terminó en el cadalso (Es 7:9,10); y el de Mardoqueo, que por su fidelidad a Dios fue enaltecido (10:1-3).
Para ilustrar este proverbio A.B. Faucett menciona los casos que ya hemos visto de Acab y de Judas, y observa además con razón que los dos talentos de plata que Giezi codiciosamente obtuvo de Naamán, sólo le sirvió para que la lepra de este último se le pegara (2R 5:20-27). De otro lado, dice él, la justicia, acompañada de misericordia y de generosidad, atrae la misericordia de Dios (Sal 41:1-3; 112:9; Dn 4:27; 2Cor 9:9). (3)
3. “Jehová no dejará padecer hambre al justo; mas la iniquidad lanzará a los impíos.”
Esta es una promesa rara vez incumplida que nos asegura la provisión permanente de Dios, tal como se expresa en el Sal 34:10 y en Pr 13:25a. Los casos en que Dios ha suplido la mesa de los suyos de una manera milagrosa son tan numerosos que no es necesario abundar sobre ellos. Pero es una permanente realidad. (4). El bello salmo 37, que es un compendio de proverbios, en su v. 25 formula una promesa semejante en distintos términos: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Véase Is 33:15,16). Sin embargo, conviene insistir en el hecho de que los proverbios no son leyes absolutas que se cumplen siempre indefectiblemente, sino son principios generales deducidos de la observación de la realidad y de la experiencia, cuyo cumplimiento conoce excepciones dependiendo del tiempo y las circunstancias. Esto debe decirse para beneficio de quienes hayan visto a justos y a sus familiares alguna vez padecer hambre, o necesidad. Habría que añadir, sin embargo, que para que veamos las promesas de Dios cumplidas en nuestra vida, es necesario que creamos en ellas sin dudar (St 1:6,7).
Pero si alguna vez Dios permite que el justo padezca necesidad, lo hace para su bien, para otorgarle un beneficio mayor, o para que tenga ocasión de ejercitar su fe, como ocurrió con Pablo, quien en más de una oportunidad padeció hambre y sed, frío y desnudez (1Cor 4:11; 2Cor 11:27; Dt 8:3). Pudiera ser que el morir literalmente de hambre libre al justo de experimentar la miseria mayor que puede sobrevenir sobre la comarca donde vive. Y si así no fuera, ¿qué cosa es el dolor de la muerte por inanición comparado con la dicha que el justo encuentra en el cielo?
En una ocasión Jesús alentó a sus discípulos a confiar en la provisión divina puesto que Él alimenta a las aves del cielo que no siembran ni cosechan, recordándoles que los hombres valen más que ellas (Mt 6:25,26,31,32). Jesús es nuestro buen pastor (Jn 10:11) que lleva a sus ovejas a comer donde hay buenos pastos (Ez 34:14)
Para el segundo estico yo prefiero la versión: “pero Él desecha el deseo (o la avidez) de los impíos”. Uno padece de hambre, el otro siente gula. Aunque se parecen son apetencias distintas. El primero tiene el estómago vacío. El segundo está saciado y desea más. Dios desecha al segundo porque su necesidad es artificial, y su manera de actuar y su carácter le son desagradables. Aunque durante un tiempo al impío todo le sonríe y su mesa está plena, le llegará el día de las vacas flacas y entonces constatará que no tiene amigos; que los que tuvo, lo eran de su dinero.
4. “La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece.”
Este proverbio parece que enunciara una verdad establecida derivada de la experiencia común, algo archisabido, que no requiere de ninguna iluminación de lo alto para reconocer. Sin embargo, aquí el Espíritu Santo confirma lo que el intelecto humano por sí solo puede conocer, para darnos a entender la importancia que tiene esa verdad, para que la tengamos muy bien en cuenta. El diligente cosecha los frutos de su trabajo, provisto que lo haga con inteligencia; el negligente, el que descuida sus obligaciones, el que pierde el tiempo, o trabaja mal, no progresa, sino empobrece.
Pero esta verdad se aplica a todos los campos: el que trabaja y estudia con ahínco desarrolla su intelecto; el artista que constantemente crea, dejará una obra; el investigador que quema sus pestañas, hará descubrimientos; el que es diligente en buscar a Dios, será premiado con una familiaridad íntima con Él, etc. Mientras que el que deja de hacer lo que debe y lo descuida, no obtiene ningún resultado. En toda actividad humana, la diligencia es condición para el éxito. Pablo lo pone así: el hombre cosecha lo que siembra (Gal 6:7).
Son varios los proverbios que en variados términos confirman este mensaje: 19:15; 20:4: 23:21. La pequeña perícopa 24:30-34 explica cómo la holgazanería se manifiesta en el descuido del campo y trae como consecuencia inevitable la pobreza (cf Ecl 10:18). Pr 13:4 opone el deseo frustrado del perezoso, a la prosperidad que alcanza el diligente, cuyos pensamientos persiguen esa meta (21:15a). La parábola de los talentos opone también a dos siervos diligentes que multiplican el dinero que se les confía, y son por eso premiados, a la pereza del siervo infiel que no obtiene para su señor ningún provecho, y es por eso condenado (Mt 25:14-30).
Pero esa no es la única ventaja de la diligencia. Por medio de ella el hombre prospera socialmente, adquiere propiedades (Pr 12:24) y se codea con los grandes (22:29). Trabajar la tierra fue la orden que se dio a Adán en el paraíso, no que sólo se alimentara cogiendo los frutos de los árboles del jardín (Gn 2:15,16). Como consecuencia del pecado el trabajo que demanda esfuerzo se convirtió en una ley de la vida (Gn 3:19).
Dios usa a los hombres que tienen las manos ocupadas, no a los ociosos: Moisés y David pastoreaban su ganado cuando fueron llamados (Ex 3:1,2; 1Sm 16:11,12). Gedeón estaba sacudiendo el trigo en el lagar (Jc 6:11). La fe y la pereza no suelen ir juntas; al contrario, la diligencia es compañera de la fe y de la confianza en Dios. Rut, la moabita, no le hizo ascos a recoger espigas con los segadores y terminó casándose con el dueño del campo (Rt 2:3; 4:13). Ella es contada entre las cuatro antepasadas de Jesús que menciona la genealogía con que se inicia el evangelio de Mateo (Mt 1:3,5,6).
Pero no solamente se debe trabajar por los bienes de la tierra; también debe hacerse por los del cielo con energía y perseverancia (Jn 6:27). Como dice Ch. Bridges, los negocios del mundo son inciertos, pero los espirituales son seguros. En el cielo no hay bancarrotas. El siervo diligente es honrado con un aumento de gracia y de confianza (Mt 25:21,29). La palabra hebrea jarutzim –que se traduce como diligente- designa a los que actúan con decisión y prontamente, a los que economizan su tiempo y los medios que emplean.
5. “El que recoge en el verano es hombre entendido; el que duerme en el tiempo de la siega es hijo que avergüenza.”
El hombre que recoge en el verano de su vida (de los 30 a 45 años) es hombre entendido. Es el tiempo en el cual se forja el bienestar de la edad madura, del otoño y del invierno. El que no lo aprovecha tendrá más tarde mucho que lamentar.
En el proverbio anterior se comparó la negligencia con la diligencia; en éste se opone la previsión a la imprevisión (Véase Pr 6:6-8). El libro del Eclesiastés subraya la importancia del tiempo oportuno para cada cosa (cap. 3). Un ejemplo claro de lo que afirma este proverbio es el caso de José en Egipto, que almacenó el grano cosechado en los años de abundancia para usarlo en los años de escasez (Gn 41:46-56).
¡Cuán importante es acumular conocimientos cuando la mente está fresca, aprende y asimila rápido! Ese bagaje adquirido temprano será muy útil más adelante en la vida profesional. ¡Y qué lamentable es, en cambio, desperdiciar ese tiempo valioso en que pudo haberse instruido! El que obró de esa manera tendrá mucho de qué avergonzarse en la edad madura cuando no tenga logros que exhibir.
Ahora es el tiempo aceptable (2Cor 6:2). Mañana será quizá tarde para hacer el bien que no hicimos cuanto tuvimos oportunidad (Gal 6:10). Cuanto mejor aprovechamos el tiempo que Dios nos da, más tiempo tendremos a nuestra disposición para servirlo (Ef 5:16). El apóstol Pablo es un buen ejemplo de alguien que trabajó con diligencia en la viña del Señor sin omitir esfuerzos; Demas, en cambio, es uno que desaprovechó la oportunidad que se le presentaba y perdió su recompensa (2Tm 4:10).
 Notas: 1. Digo “eran” porque muchos esposos en nuestros días evitan tenerlos, o los consideran una carga, o una limitación, y no hay duda que, de hecho, en muchos casos lo son.
2. Esta es una denuncia que alcanza a todos los empresarios y hombres de negocios que en nuestros días construyen sus fortunas sobre la base de la explotación de sus trabajadores, o del público, cobrando por sus productos precios exagerados. Algún día ese dinero mal ganado les arderá más que una plancha caliente en los lomos.
3. Con el tiempo la palabra “justicia” adquirió el sentido de limosna (Tb 4:7-11), lo que explica que en algunas versiones, la segunda línea diga: “pero la limosna libra de la muerte.”
4. Puede recordarse la ocasión en que David y los que le seguían fueron alimentados por quienes eran en verdad sus enemigos (2Sm 17:27-29).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos diciendo: Jesús, yo te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

#927 (22.05.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 1 de diciembre de 2016

LA PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES II
Un Comentario de Mateo 25:1-13
A las citas de tres comentaristas famosos, presentadas en el artículo anterior sobre la Parábola de las Diez Vírgenes- quisiera añadir a continuación, por considerarlas de mucho interés, las observaciones de otros comentaristas pasados y recientes.


Matthew Henry (“Commentary on St. Matthew”): La palabra “entonces” liga la parábola a lo que se ha estado hablando en el capítulo precedente, esto es, a la segunda venida de Jesús. Las vírgenes son las damas de honor que acompañan a la novia. Son miembros de la iglesia, que es la novia.
En la iglesia hay cristianos sinceros y cristianos hipócritas. La virtud es sabiduría, el pecado es necedad,  locura. Los más necios son los que son “sabios en su propia opinión.” (Pr 3:7).
Al hablar de cinco vírgenes prudentes y cinco necias Jesús está expresando el deseo de que el número de los verdaderos creyentes sea por lo menos igual al de los falsos. Pero la parábola de la puerta estrecha nos hace pensar que son muchos más los que prefieren pasar cómodamente por la puerta amplia que lleva a la perdición (Mt 7:13,14).
El Eclesiastés dice que “la sabiduría supera a la necedad como la luz a las tinieblas.” (2:13)
Jesús es el novio que se ha comprometido con la novia en fidelidad (Os 2:19,20), y que ahora viene a casarse con ella. “Vírgenes irán en pos de ella” cuando ella sea presentada al rey, su esposo (Sal 45:14).
Nótese que por su pureza y belleza los creyentes son llamados “vírgenes” en Apocalipsis 14:4, que han sido desposados con Cristo (“pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” dice 2Cor 11:2). El oficio de las vírgenes, es decir, de los creyentes, es ir al encuentro del esposo y servirlo (Jn 12:26), enalteciendo su nombre. Ellos viven expectantes de su segunda venida. Nosotros, en efecto, vivimos a la espera de su retorno glorioso. La expectativa de su segunda venida en gloria es el centro de nuestra vida cristiana. Por eso es que queremos tener nuestras lámparas encendidas por la vida que llevamos, para poder honrarlo como se merece cuando Él venga.
Los cristianos somos prudentes o necios, según sea nuestra actitud en lo que respecta a nuestras almas. Vivir para Dios es sabiduría; vivir dándole la espalda y en pecado, es necedad, locura.
En el tabernáculo de reunión en el desierto había un candelero cuyas lámparas debían estar siempre encendidas, por lo que debían estar siempre provistas de aceite (cf Ex 35:14). De manera semejante nuestras lámparas deben brillar delante de los hombres por la luz que emiten nuestras buenas obras (Mt 5:16). Para ello debe haber en nuestro corazón una provisión abundante de fe que se mantenga viva pese a todos los obstáculos que enfrentemos.
El Señor tarda en venir porque muchos propósitos suyos, que nosotros ignoramos, deben ser cumplidos. Nosotros en nuestra impaciencia quisiéramos verlo venir ya en las nubes, tal como está prometido (Hch 1:11; Mt 24:30; Mr 13:26; 14:62; Lc 21:27; Ap 1:7). Pero Él tiene motivos para demorar: La plenitud de los elegidos debe haber entrado (Rm 11:25), la paciencia de Dios debe ser manifestada (Rm 9:22), la paciencia de los santos debe ser probada (Hb 6:12), los campos de la tierra deben estar listos para la siega (Jn 4:35b). Aunque el Señor tarde más allá de nuestro tiempo no tardará más de lo debido, sino lo justo necesario.
Mientras aguardamos su retorno, muchos de nosotros cabecean y se duermen; dejan de estar preparados para recibirlo, dejan que su primer amor se enfríe (Ap 2:4). Si para los tres discípulos de Jesús fue difícil velar durante una hora (Mt 26:40,43), cuánto más difícil puede ser para nosotros, los cristianos, velar durante siglos.
Pero aunque Cristo se demore, su retorno es seguro. Él vendrá a medianoche, cuando menos se le espera, y tomará a muchos por sorpresa. De igual manera la muerte sorprende a muchos cuando menos preparados están, a veces cuando menos se la desea,  y más se quisiera seguir viviendo (Lc 12:19,20). Pero el día de nuestra muerte ha sido fijado por Dios y debemos estar preparados para ese día.
Cuando Él venga a buscarnos tendremos que dejar nuestro cuerpo, este mundo, y todas nuestras cosas, para ir a recibirlo. No podremos llevar nada de lo que poseemos, salvo nuestras buenas obras, como se dice en Apocalipsis: “Sus buenas obras les siguen…” (Ap 14:13).
Cuando Él venga “todo ojo le verá” (Ap 1:7). Ojalá entonces seamos hallados en paz con Él, irreprensibles y sin mancha (2P 3:14), ocupados en las cosas de nuestro Señor (Mt 24:46).
Cuando se anuncia la llegada del esposo, las vírgenes necias se dan cuenta de que sus lámparas se apagan (Jb 21:17; 18:5,6; 8:13,14), esto es, de que no están listas para presentarse a juicio, porque han descuidado su vida cristiana, han vivido para el mundo y coqueteado con el pecado. Comenzaron en el espíritu y terminaron en la carne (Gal 3:3).
Cuando venga el Señor los que están preparados serán admitidos al banquete y la puerta se cerrará tras ellos. Mientras llega, la puerta es estrecha, pero está abierta. Una vez cerrada, nadie más podrá entrar, como cuando Dios cerró la puerta del arca que Noé había construido (Gn 7:16).
Cuando vinieron las vírgenes necias, a pesar de que Jesús había dicho: “Llamad y se os abrirá” (Mt 7:7), en esta oportunidad  fueron solemnemente rechazadas: “De cierto os digo que no os conozco.” (Mt 25:12).
Por eso se dice en otra parte: “Buscad al Señor mientras pueda ser hallado.” (Is 55:6), porque habrá tiempo en que no se le podrá encontrar: “Me buscaréis y no me hallaréis.” (Jn 7:36).
Alfred Edersheim (“The Life and Times of Jesus the Messiah”): En 1Mac 9:37-39 se describe una procesión nupcial en la que conducen a la novia y al novio con sus hermanos, y sus amigos se unen a ellos.
El novio ha ido a la casa de la novia para celebrar la ceremonia de la boda. Enseguida, según la costumbre judía, el novio con su comitiva sale de la casa de la novia para conducirla a su propia casa, o a la de sus padres, para celebrar el banquete de bodas.
Según el Shuljan Aruj, código de normas y leyes compilado por el judío sefardita Josef Caro, en el siglo XVI, era costumbre que en la procesión nupcial se llevaran diez lámparas en el extremo de un palo. Diez  personas hacen el mínimo requerido para realizar cualquier tipo de ceremonia. Cada virgen es responsable de su lámpara.
El novio viene de lejos (su morada celestial), en la noche (al final de los tiempos), pero no sabemos en qué día ni a qué hora.
Sólo cinco vírgenes traen aceite suficiente para que sus lámparas permanezcan encendidas hasta el final. (Palabras de Jesús: “Brille así vuestra luz…” Mt 5:16)
Las vírgenes necias no traen aceite suficiente por descuido. Es decir, descuidan su vida cristiana, lo que incluye una conducta recta y santidad de vida. Por tanto, su luz se apaga.
El tiempo de espera fue más largo de lo pensado y las vírgenes se durmieron. El novio viene de improviso.
M.J. Lagrange (“Evangile selon Saint Matthieu”): Parecería como si las palabras de Jesús: “No pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mt 24:34) se refirieran no a su segunda venida para juicio de la humanidad, sino a la destrucción del templo, que ocurrió, en efecto, en el lapso de una generación. Sin embargo, el texto en Mateo y Marcos es muy claro. Jesús está hablando del fin de los tiempos. La parábola de las diez vírgenes tiene el propósito de advertir que su segunda venida puede tardar.
Vers. 6: Los que gritan a medianoche que ya viene el novio son posiblemente jóvenes a los que se había encargado que avisaran cuando llegara el novio.
Las palabras “salid a recibirle” indican que las vírgenes no dormían al descampado, sino en un recinto junto a la casa del novio.
Ferdinand Prat (“Jésus Christ, Sa Vie, Sa Doctrine, Son Oeuvre”): El alma cristiana debe estar siempre lista para recibir al divino esposo, cualquiera que sea la hora en que se presente, porque en ese momento se decide nuestro destino eterno. O sea, debemos vivir siempre como si hoy fuera nuestro último día,
La demora del esposo significa que la parusía no es tan cercana como los primeros cristianos esperaban. El que las vírgenes se duerman sólo sirve para acentuar el retardo de la parusía.
Se piensa que el aceite es la gracia santificante que nos abre la puerta del cielo. Pero las vírgenes necias tenían aceite al comienzo, y pudieron comprarlo al final, y no les sirvió de nada.
El esposo va a la casa de la novia para la ceremonia y luego se la lleva a su casa (o a la de sus padres) para el banquete de bodas. No se menciona a la novia porque no es necesario, ella está sobrentendida, aunque algunos manuscritos sí la mencionan.
The Interpreter’s Bible. Las bodas eran una de las fiestas mayores y de más alegría en las aldeas de Israel, como lo siguen siendo en nuestros días en todas partes. Los novios y los invitados solían estar dispensados de algunas obligaciones religiosas, como la de dormir bajo enramadas durante la semana de la fiesta de los Tabernáculos, por ejemplo (Lv 23:42,43).
Jesús compara con frecuencia la alegría que prevalece en la fiesta de bodas con la felicidad de que gozaremos en el reino de Dios. De paso, las fiestas de bodas duraban una semana en el caso del matrimonio de vírgenes, y tres días en el caso de las viudas.
El aceite representa la fe en Cristo, nutrida por la oración, y confirmada por la obediencia a su palabra.  Todas las vírgenes eran cristianas… en apariencia, pero en algunas la fe era nominal; en otras, estaba viva y alerta.
La respuesta al llamado de Cristo es individual. La confianza en Dios de las vírgenes prudentes (de los verdaderos creyentes) se renueva y fortalece constantemente y no se extingue.
¿Qué representan las lámparas sin aceite? Religiosidad sin rectitud, moralidad sin devoción y piedad, entusiasmo sin perseverancia.
Cristo viene a mediana noche, en la hora más oscura, cuando  menos se le espera, cuando el cansancio es mayor, y nuestras fuerzas están más agotadas. Pero esas medianoches de la vida no son para perdición, sino son la hora cuando el cielo viene en nuestro auxilio, si nuestra fe no ha claudicado.
Cuando el grito resuena a medianoche el cortejo se mueve hacia la casa del banquete, pero aquellos cuyas lámparas se han apagado quedan afuera en la oscuridad.
The New Interpreter’s Bible. El esposo representa a Jesucristo, como es evidente por el uso de esta imagen en otros pasajes (Mt 9:15; 22:1-3).
En el Antiguo Testamento Dios es el esposo, Israel es la novia (Os 2:16-20; Is 54:5-8; 62:5; Jr 3:14). Esa tradición continúa en el Nuevo Testamento con Jesús como el esposo, y la iglesia como la novia (2Cor 11:2; Ef 5:25-32; Ap 19:7; 21:2,9). Pero en esta parábola la novia no aparece porque no es necesario. Está sobrentendida.
La llegada del novio es la parusía (1Ts 4:16,17), la llegada del reino de Dios que esperamos (Mt 6:10).
El aceite es la gracia que nos hace obedecer al gran mandamiento del amor misericordioso (Mt 25:31-46).
Si esas obras no se hicieron en vida, cuando aparezca el Señor será muy tarde para hacerlas. Este es el tiempo de prueba en que se decide nuestro destino eterno.
Las vírgenes representan a la iglesia cuya composición es mixta: trigo y cizaña que deben ser separados al final (Mt 13:36-43).
Al final Jesús le dice a las vírgenes necias que claman: “¡Señor, Señor, hicimos tales y tales cosas en tu nombre!”, “No os conozco”, tal como les dirá a todos los que no hicieron la voluntad de su Padre. Esto quiere decir, en suma, que los actos visibles extraordinarios, que son manifestación del poder del Espíritu Santo, no contarán para nada si no se ha hecho la voluntad de Dios (Mt 7:21).
Ésta consiste en llevar a la práctica el amor al prójimo, y en hacerlo todo por amor. Así como Jesús vino a la tierra por amor, es el amor lo que da valor a lo que hacemos, no las acciones en sí mismas (1Cor 13:3).
Notemos que por las apariencias nadie podría distinguir entre las vírgenes necias y las prudentes. Todas, podemos suponer, estaban vestidas de gala, como para la ocasión; todas tenían sus lámparas encendidas. Lo que las distinguía no era algo visible, sino algo interno. Algo que se revela con el tiempo: estar preparadas internamente, vivir en gracia, o no estarlo.
Cornelius a Lapide (“The Holy Gospel According to Saint Matthew”):
Vers 4: Todas las vírgenes son creyentes. Las prudentes tienen fe con obras; las necias tienen fe, pero sin buenas obras. Por eso sus lámparas se apagan, porque “la fe sin obras está muerta” (St 2:26).
Vers. 6. Cristo viene a juzgar cuando todas están durmiendo, en sentido figurado. Que el Señor venga a media noche quiere decir que viene cuando menos se le espera, como ocurrió en tiempos de Noé.
Es entonces cuando sonará la trompeta y la voz del arcángel, y se producirá la resurrección general. (1Ts 4:16,17).
Vers. 8. El tiempo para hacer méritos es antes de morir. Una vez muertos, las cuentas se cierran.
Vers. 13. Dios te ha prometido que el día en que te arrepientas Él perdonará todos tus pecados, pero no te ha prometido que si no lo haces ahora, es decir, hoy, tendrás otro día para hacerlo. Hoy es el día de tu salvación, no mañana.
San Juan Crisóstomo (“Homilías sobre San Mateo”): La parábola de las diez vírgenes y la de los talentos se parecen a la parábola anterior que trata del siervo fiel (Mt 24:45-51).
Él llama aceite a la misericordia y a la limosna, es decir, a las buenas obras. El sueño que las sorprende en la espera es la muerte.
Unas vírgenes son necias porque se dedican a hacer dinero, y se van desnudas al otro mundo sin obras de caridad, sin haber acumulado en el cielo un tesoro incorruptible que les hubiera podido ayudar (Mt 6:19-21). Pero las buenas obras ajenas no les sirven de nada, porque son intransferibles.
¿Quiénes son los que venden aceite? Los pobres que están en esta tierra. Pero venido el esposo para juicio, ya no se puede regresar a la tierra. Ya es tarde para comprar aceite.
Los pobres nos son útiles para ejercer la caridad. Este es el tiempo de hacer buenas obras. No malgastemos pues nuestro dinero en divertirnos, sino gastémoslo en hacer caridad.
De nada sirve en la muerte ser compasivo, querer ser caritativos. Ya el tiempo pasó, en el  más allá no hay pobres que vendan aceite. Este es el tiempo en que se decide nuestro destino eterno.
P.R. Bernard (“Le Mistère de Jésus”): La parábola invita a todos los cristianos a reavivar constantemente la llama de su amor por Dios, a no dejar que su piedad se adormezca, y que caiga en la tibieza, a que la rutina no se apodere de su vida.
Invita además a todos sus discípulos a no perder la fe en su regreso debido a la demora tan larga. Él vendrá de todas maneras y cuando menos se le espera.
Las vírgenes prudentes no se niegan a compartir su aceite porque sean egoístas, sino precisamente porque son prudentes. No vaya a ser que su aceite no alcance para todas.
Todo esfuerzo es inútil si no se está listo en el momento preciso. Entonces, como no se sabe cuándo llegará ese momento, hay que estar listo en todo momento.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 8:36).
Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se la compare, y que sea tan necesaria, porque de ella depende nuestro destino eterno. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados de todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento de todos mis pecados y de todo el mal que he hecho hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego. Lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

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