martes, 30 de diciembre de 2008

"EL SENTIDO DE LA NAVIDAD"

Sería pretencioso querer explicar hasta agotar el tema, en el marco de un simple artículo de poco más de dos mil palabras, cuál es el sentido de la Navidad. Pero si no pretendo agotar el tema, sí puedo señalar algunos de sus aspectos más saltantes que no son siempre mencionados.

El primero es constatar cómo Dios supera siempre las expectativas del hombre, incluso respecto del cumplimiento de sus promesas, en este caso, de las profecías relativas a la venida del Mesías prometido y esperado de Israel. Después de haber gozado de casi 80 años de independencia, durante el período asmoneo, consecutivo al dominio sucesivo de los imperios babilónico, persa y griego, el pueblo judío fue conquistado por los romanos el año 63 AC. Esta conquista reavivó y exacerbó la esperanza del pueblo por la venida de un descendiente del rey David, que restableciera su trono y derrotara a todos sus enemigos.

Pues bien, llegado “el cumplimiento del tiempo”, como dice Pablo (Gal 4:4) –es decir, cuando las circunstancias históricas estaban maduras para el cumplimiento de los propósitos de Dios (Nota 1), Él envió no sólo a un rey que debía salvar a su pueblo del yugo extranjero, sino a uno que salvaría ya no a un pueblo, sino a toda la humanidad de la opresión del pecado y del dominio de Satanás.

Jesús, nació, en efecto, para expiar mediante su muerte en la cruz, los pecados de todos los hombres y para rescatarlos de la condenación eterna a la que estaban destinados. ¡Cuánto más importante es en verdad la salvación del género humano entero que la salvación de un solo pueblo! ¡Cuánto más trascendente es salvar a muchísimos pueblos de la condenación eterna, que salvar a un solo pueblo de una dominación militar opresiva pero temporal, como es temporal todo fenómeno humano!

Pero no sólo superó Dios infinitamente de esa manera las expectativas que tenía Israel respecto de la misión del Mesías, sino que sobrepasó inconmensurablemente también las expectativas que tenía el pueblo elegido acerca de la condición y calidad de la persona que Dios enviaría para salvarlos de sus enemigos.

Porque Israel esperaba a un hombre, pero Dios envió a Uno que era más que un hombre, envió a Uno que era a la vez hombre y Dios. Envió de hecho a su propio Hijo unigénito a la tierra.

Envió a Uno que no sólo había sido concebido sobrenaturalmente en el seno de una doncella nueve meses antes de nacer, sino que existía desde siempre en el seno del Padre; a Uno que estuvo siempre con Dios y que era Dios, como dice Juan en el Prólogo de su Evangelio (Jn 1:1).

Envió a Uno que unía en su persona dos naturalezas, la humana y la divina, y que, por tanto, podía hacer mucho más de lo que podía hacer un simple ser humano, por poderoso que fuera. Envió a Uno que era infinitamente superior a los ángeles (Hb 1:4) y en cuyo misterio ellos –los principados y las potestades celestes- no podían penetrar (Ef 3:10).

¿Cómo podían los judíos imaginar que Dios superaría de tan increíble manera sus expectativas? Lo que Dios hizo en cumplimiento de las profecías hechas al pueblo de Israel era inconcebible para ellos, tan imposible e inconcebible en verdad, que por ese motivo ellos, que eran su pueblo y los primeros beneficiarios de su venida, lo rechazaron (Jn 1:11), y lo siguen rechazando aún, negándose a creer que Jesús haya sido el Mesías que esperaban, porque –según piensan- ningún ser humano puede ser a la vez hombre y Dios.

Pero es precisamente esta doble condición de Dios y hombre lo que constituye la esencia y lo extraordinario del nacimiento ocurrido en Belén hace unos dos mil años. Dios hizo algo que es imposible de concebir para la mente humana, algo que sólo podía ocurrir de una manera sobrenatural: unir su naturaleza infinita a la finita naturaleza humana.

Pero no sólo eso. Al nacer en las precarias condiciones de una humilde cueva, Jesús se humilló para abrazar nuestra condición de esclavos (Flp 2:7,8) a fin de que nosotros pudiéramos elevarnos hasta su condición, como hijos de Dios y hermanos adoptivos suyos (Rm 8:15-17; Gal 4:5-7).

Pero hay mucho más que considerar en este nacimiento extraordinario, porque en ese día -cuya fecha exacta no conocemos- (2) nació en la tierra el Ser que la había creado; nació Aquel, como dice Colosenses, en quien fueron creadas todas las cosas que hay en los cielos y en la tierra, visibles e invisibles y por quien todas las cosas subsisten (Col 1:16,17). Dios envió a nacer en la tierra, en verdad, a Aquel que era “el resplandor de su gloria y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder”. (Hb 1:3).

Eso fue lo que ocurrió en esa noche maravillosa cuyo aniversario estamos conmemorando. ¿Cómo no hemos de asombrarnos nosotros por lo que hizo Dios aquella noche? Algo que superó en mucho todo lo que Israel había esperado durante siglos y podía imaginar.

Bien dice su palabra que Él “es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos”. (Ef 3:20)

Pues bien, ese extraordinario nacimiento no se produjo en un palacio real, rodeado de todos los lujos y comodidades que podríamos pensar el Hijo de Dios se merecía, sino en una pequeña cueva en las alturas de Belén, que servía de refugio para los pastores de la comarca.

Su madre no contó para darlo a luz con la ayuda de una partera que la asistiera en ese trance, sino que ella misma fue su propia partera. Ella misma lavó a la criatura recién nacida y le cortó el cordón umbilical. Ella –una jovencita sin experiencia- había posiblemente aprendido cómo proceder cuando había asistido al parto de su pariente Isabel (Lc 1:39,56). Es como si Dios la hubiera enviado a visitar a su pariente a propósito para que aprendiera lo que ella, llegado su turno, tenía que hacer para atender a su hijo (3).

Jesús no nació entre los ricos, entre los poderosos, sino entre los humildes, entre los marginados, entre los pobres que, por falta de casa, se refugiaban en una cueva de los cerros.

Su nacimiento no fue anunciado por trompetas y heraldos que recorrieran las ciudades del país proclamando la noticia del nacimiento del heredero, sino fue anunciado a un grupo sencillo de pastores que cuidaban sus ovejas en la cercanía. Y no fueron hombres notables, sino simples pastores los únicos que esa noche vinieron a celebrar su nacimiento, hombres cuyo humilde oficio era despreciado por la gente, porque vivían rodeados de animales y olían mal como ellos. (4)

Su nacimiento no fue celebrado con fiestas y ceremonias públicas, como suelen ser festejados los nacimientos de los hijos de los reyes, sino todo lo contrario, su madre en cinta y a punto de dar a luz, fue rechazada en la posada del pueblo porque no había lugar para ella y su angustiado marido (Lc 2:7), prefigurando el rechazo que más tarde Jesús recibiría de los suyos.

Él no nació para ser engreído con todos los halagos y comodidades que el mundo dispensa a los favorecidos por la fortuna, sino nació para ganarse el pan algún día con el sudor de su frente desempeñando el oficio de carpintero.

Él, que era omnipotente, nació absolutamente impotente. No podía alimentarse solo, tenía que ser amamantado. No podía caminar, tenía que ser cargado. No podía hablar –Él cuya palabra creó el mundo-, sólo podía balbucear y llorar.

Compartió con nosotros todas las incomodidades que la criatura humana sufre al nacer: tuvo hambre, sed y frío. Él, de quien todo depende, dependía en todo de su madre, que lo limpiaba como se limpia a las criaturas, y lo alimentaba y consolaba cuando lloraba.

Bien pudo Él exclamar más tarde: “Bienaventurados los pobres” porque él había sido uno de ellos, habiendo nacido pobre para que con su pobreza nosotros fuéramos enriquecidos (2Cor 8:9).

Los reyes se visten de púrpura, que es el color de la realeza. Él fue vestido al nacer de miserables pañales, hechos quizá de girones de tela (Lc 2:7).

Podríamos preguntarnos ¿cuándo empezó el proyecto de la encarnación del Hijo de Dios? Comenzó cuando Dios llamó a Abraham y le dijo: “Sal de tu tierra y de tu parentela para ir a la tierra que yo te mostraré” Gn 12:1) “Y salió -dice Hebreos- sin saber a dónde iba.” (Hb 11:8).

Dios llamó a Abraham, cuya mujer era estéril, para suscitar ¡oh paradoja! a través de una descendencia que no tenia, un pueblo que sería su testigo en la tierra, y del cual algún día lejano nacería Aquel en quien se cumpliría la promesa del Génesis según la cual la simiente de la mujer aplastaría la cabeza de la simiente de la serpiente. (Gn 3:15).

Ese proyecto de Dios se cumplió en varias etapas sucesivas que culminaron en el alumbramiento del hijo que abriría la matriz de María (Lc 2:23).

La primera etapa fue el llamamiento y la promesa hecha a Abraham que de él –ya anciano y sin hijos- nacería un pueblo tan numeroso como las estrellas del cielo y las arenas del mar (Gn 15:5; 32:12).

La segunda fue la promesa hecha a David, un rey precario y mortal, de que su trono sería eterno (2Sam 7:16).

La tercera fue el anuncio hecho por un ángel a María de que ella, sin conocer varón, daría a luz a un hijo que sería el Salvador de Israel (Lc 1:26-35).

La cuarta fue el mensaje hecho a José en sueños de que no debía temer recibir a María como esposa porque lo que en ella había sido engendrado era obra del Espíritu Santo (Mt 1:20).

La quinta fue el viaje de José y María, de Nazaret, donde vivían, a Belén de Judá, en cumplimiento de la orden imperial de empadronarse en la ciudad de sus mayores, y donde estaba profetizado que nacería el Mesías de Israel, tal como había sido predicho por el profeta Miqueas: “Y tú, Belén, de la tierra de Judá, no eres la más pequeña entre los príncipes de Judá, porque de ti saldrá un guiador, que apacentará a mi pueblo Israel.” (Mt 2:6, citando libremente Mq 5:2). (5)

La sexta y última etapa fue el nacimiento del Verbo de Dios hecho carne para salvarnos (Jn 1:14).

Y así como el cumplimiento de la promesa de Dios de enviar un Salvador a Israel fue completamente diferente de lo que ellos esperaban y superó en mucho sus expectativas, la segunda venida del Hijo de Dios a la tierra, creo yo, será enteramente diferente de todo lo que los intérpretes y teólogos –e incluso novelistas- elucubran e imaginan acerca de ella, de la “parousía”, porque si hubiera hombre que pudiera adivinar lo que Dios va a hacer, Dios no sería Dios. Sin embargo, así como en Jerusalén había un anciano llamado Simeón a quien le había sido revelado “que no vería la muerte antes que viese al Ungido del Señor” (Lc 2:25,26), y esa promesa fue cumplida, muchos son los que desean –y yo me cuento entre ellos- no ver la muerte antes del día en que el Señor venga por segunda vez y seamos todos arrebatados al cielo para recibirlo en los aires (2Ts 4:15-17).

Notas: 1. Algunos de los factores que contribuyeron a que las circunstancias fueran propicias para el cumplimiento de los planes de Dios fueron:
1) El hecho de que Israel estuviera bajo el dominio de los romanos que usaban la cruz como instrumento para ejecutar a los malhechores. De no haber sido por la ocupación romana Jesús, una vez condenado a muerte por el Sanedrín, hubiera sido ahorcado o apedreado, no crucificado como Dios quería.
2) Alejandro Magno, unos 300 años antes de Cristo, impuso la cultura y el idioma griego en vastas regiones del Oriente y del Mediterráneo. El griego, convertido en la “lingua franca” común de la región, fue el lenguaje de la evangelización. De no haber sido por ese factor crucial Pablo y los demás apóstoles hubieran tenido que valerse de intérpretes para predicar en los diversos países que visitaban que tenían cada uno su propia lengua.
3) Las legiones romanas aseguraban la paz en todas las regiones del imperio. De no haber sido por esa “pax romana” impuesta por la fuerza, hubiera sido muy difícil y arriesgado para los apóstoles viajar para evangelizar a toda criatura.
4) Las naves romanas habían limpiado de piratas el Mediterráneo. De no haber sido por ese hecho Pablo y sus compañeros no hubieran podido viajar por mar con tanta facilidad y seguridad.
5) Los romanos construyeron una vasta red de caminos para facilitar el traslado de sus ejércitos de un país a otro. Nadie sabe para quién trabaja: Esa red de caminos proporcionó la vía que los apóstoles y evangelistas utilizaron para ir de ciudad en ciudad difundiendo el Evangelio.
6) La dispersión de los judíos por todo el mundo conocido permitió el establecimiento de sinagogas en casi todas las ciudades importantes del Imperio Romano. En sus viajes apostólicos las sinagogas fueron el primer lugar al que Pablo se dirigía para comenzar la evangelización de una ciudad, y donde encontraba su primera audiencia, unas veces interesada, otras hostil, pero de donde salían los primeros entusiastas creyentes. Donde no había sinagoga, como en Atenas, Pablo se dirigió al Areópago, pero ahí encontró un público culto, pero menos favorablemente dispuesto, sino más bien escéptico y burlón, y apenas pudo reunir unos pocos convertidos (Hch 17:16-34).
Vemos pues cómo la Providencia divina usó las acciones e iniciativas humanas de esa época convulsa para crear las condiciones sociales y políticas favorables a la realización de sus designios.
2. La fecha del 25 de diciembre para celebrar el nacimiento de Cristo fue fijada a mediados del siglo IV por la iglesia latina para reemplazar la fiesta pagana del “Sol Invictus” que se celebraba ese día. Los ortodoxos celebran la Navidad el seis de enero.
3. Aunque el texto de Lucas no lo precisa, se deduce que María debe haberse quedado con Isabel hasta que ésta dio a luz, porque el ángel la visitó en Nazaret “al sexto mes”, del embarazo de su pariente (Lc 1:26), “y (María) se quedó… con ella como tres meses” (v. 56), seguramente hasta que dio a luz.
4. Según una tradición judía, que registra el Talmud, las ovejas que pastaban en las alturas de Belén eran destinadas a los sacrificios diarios que se celebraban en el templo de Jerusalén. ¡Qué significativo es el hecho de que en ese lugar naciera el cordero de Dios cuyo sacrificio, hecho una vez para siempre (Hb 9:26), iba a hacer nulos e innecesarios todos los sacrificios ofrecidos en el templo!
5. Nótese que el viaje a Belén fue muy oportuno, no sólo para que se cumpliera la profecía sobre el lugar donde debía nacer el Mesías, sino también para librar a la pareja de las habladurías que habría provocado en Nazaret el hecho de que María alumbrara a sólo seis meses de ser recibida como mujer por José.

Fe de erratas: Al escrito anterior (“Cuando el Señor Vuelva III”) se le asignó por error el número 555, cuando le correspondía en realidad el número 554.

#555 (28.12.08) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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