martes, 9 de diciembre de 2008

"LOS DÉBILES EN LA FE III"

Un comentario a Romanos 14:14-23

14. “Yo sé, y confío en el Señor Jesús, que nada es inmundo en sí mismo; mas para el que piensa que algo es inmundo, para él lo es.”
Con este versículo Pablo reafirma solemnemente la caducidad de todas las normas sobre alimentos (temporales en su esencia) dadas por Moisés al pueblo de Israel en el desierto y que calificaban de inmunda la carne de determinados animales y, por tanto, prohibía comerlas (mariscos, reptiles, cuadrúpedos de pezuña partida como el cerdo, etc. Lv 11:1-22; Dt 14:3-21), caducidad que ya Jesús había declarado (Mr 7:18,19). En adelante todos los alimentos son buenos cualquiera que sea su origen porque han sido creados por Dios. (Nota 1)
Recuérdese la visión que Pedro tuvo mientras oraba estando en Jope. Vio descender hacia él un lienzo en el cual había toda clase de animales, reptiles y aves. Y oyó una voz que le dijo: ‘Pedro, mata y come’, y él contestó: ‘No señor, porque nunca he comido alimentos inmundos’. Y la voz le dijo: No llames inmundo lo que yo he declarado limpio.’ (Hch 10:9-16). En esa visión el Señor le enseñó a Pedro que también los gentiles –en cuyas casas los judíos no podían entrar- debían ser admitidos en la iglesia. Pero también le recordó que las antiguas restricciones alimenticias, a las que él todavía se aferraba, ya no tienen vigencia. Este último punto es muy importante porque las leyes dietéticas, así como la obligación de guardar el sábado, eran las dos normas fundamentales que hacían de los judíos un pueblo separado de los demás. Pero Cristo, dice Pablo en Efesios, abolió con su muerte el muro que los separaba e hizo de ambos pueblos, gentiles y judíos, uno solo (Ef 2:14,15).
En este versículo formula Pablo un principio básico de la conciencia: Si tú piensas que algo es malo en sí mismo (aunque en realidad no lo sea) y sin embargo, lo haces, pecas porque has hecho algo que tu conciencia rechaza. Al mismo tiempo, si por ignorancia o falta de formación, haces algo reprochable pero que tu conciencia no objeta, estás libre de responsabilidad, porque no lo hiciste a sabiendas (salvo que seas ignorante por tu culpa). Para nuestro fuero interno lo que decide de la bondad o maldad de nuestros actos es en última instancia, pero con algunas limitaciones, el juicio de nuestra conciencia.
Este es un principio ético universal que, sin embargo, es muy delicado y peligroso porque puede ser manipulado, haciendo que nuestra conciencia se incline, o se doble maliciosamente en el sentido que deseamos. Y también porque, a fuerza de trasgredirla, nuestra conciencia puede haberse corrompido o endurecido (1Tm 4:2; Tt 1:15). Esto es, muchos pueden alegar que su conciencia les permite o manda hacer tal cosa porque quieren que así sea. Han hecho de su conciencia una sierva que se somete a sus caprichos, en lugar de hacer que su conducta sea sierva de su conciencia. En ese caso su conciencia deja de ser el árbitro fiel que debería ser, y Dios los condenará cualquiera que sea el fallo que emita su falsa conciencia. De hecho nuestra conciencia –estando equivocada- puede hacer que algo bueno en sí sea malo; pero no puede hacer que algo malo en sí mismo, sea bueno. No puede hacer, por ejemplo, que cometer un asesinato sea lícito, cualquiera que sean las razones que yo pueda alegar para justificarlo.
En términos absolutos, en suma, el árbitro, o patrón supremo de la conducta humana es la ley de Dios, no la conciencia. Sin embargo, nuestra conciencia lo es en la medida en que la ley de Dios nos hable a través de ella. Una conciencia mal formada (sin responsabilidad propia) no es excusa para obrar mal, pero sí puede ser un atenuante. De qué manera los paganos, sin conocer a Dios, pueden tener su ley grabada en sus corazones lo explica Pablo cuando dice: “Porque cuando los gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley (es decir, lo que ella indica), éstos, aunque no tengan ley, son ley para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones…” (Rm 2:14,15ª).

15-21: “Pero si por causa de la comida tu hermano es contristado, ya no andas conforme al amor. No hagas que por la comida tuya se pierda aquel por quien Cristo murió. No sea, pues, vituperado vuestro bien; porque el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo. Porque el que en esto sirve a Cristo, agrada a Dios, y es aprobado por los hombres. Así que, sigamos lo que contribuye a la paz y a la mutua edificación. No destruyas la obra de Dios por causa de la comida. Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es malo que el hombre haga tropezar a otros con lo que come. Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite.”
Este grupo de versículos debe ser visto en conjunto porque presenta un argumento que no sería claro si es tratado versículo en versículo. (2)
Lo que el apóstol dice es lo siguiente: Tú tienes libertad para comer de todo si crees, con razón, que las antiguas normas han caducado. Pero si tu hermano está convencido de que esas prescripciones siguen siendo válidas y se escandaliza de que tú no hagas caso de ellas, será mejor que te abstengas de comer aquello que para él está prohibido.
De ahí que el apóstol diga: “Si por causa de la comida tu hermano es contristado ya no andas conforme al amor.” (v.15). En otras palabras, por consideración a la conciencia de tu hermano a quien tú amas, abstente de comer aquellas cosas que tu conciencia aprueba pero la suya no. (Aplicándolo a nuestro tiempo podríamos decir: por consideración a tu hermano deja de hacer aquellas cosas que tú consideras lícitas, pero que para él pueden ser reprobables).
No sea que él se pierda por causa de lo que tú comes. Esto es, no sea que él, viendo que tú –siendo un cristiano maduro- no haces caso de las prescripciones que él considera válidas, piense que ninguna ley, ningún mandamiento lo obliga, y que él puede hacer lo que le venga en gana, incluso pecar en asuntos graves, y por ese motivo él se pierda.
Luego enuncia el apóstol un principio general: “El reino de Dios no es comida ni bebida…” (v. 17). Tu salvación y tu relación con Dios no dependen de que tú comas o dejes de comer tal o cual cosa, o bebas o no tales o cuales bebidas. El reino de Dios no consiste en esas cosas triviales, o en formalidades materiales, sino en cosas espirituales mucho más importantes, y ésas son las que debes cuidar, esto es, “la justicia, la paz y el gozo en el Espíritu Santo.”
¿De qué justicia se habla aquí? Aunque la palabra “justicia” tiene varios sentidos en el NT, aquí se entiende, en primer lugar, de la rectitud de nuestra conducta, pero también del espíritu de equidad que debe gobernar nuestras relaciones con nuestros semejantes. Los otros dos elementos (paz y gozo) son parte del fruto del Espíritu Santo (Gal 5:22,23), que he tratado exhaustivamente en otro lugar y que no necesitan ser tratados aquí (Véase mi escrito “El Fruto del Espíritu Santo” #346, 05.12.04). Baste recordar, sin embargo, lo que Pablo escribe más arriba, que en lo posible, el cristiano debe estar en paz con todos los hombres (Rm 12:8).
De manera que en nuestro compartir con los hermanos comportémonos de manera que contribuyamos a la paz en nuestras relaciones unos con otros y a la edificación mutua (v.19). Condúcete de manera que él sea edificado, y que él obre de manera que tú lo seas por su conducta. En eso ambos sirven a Cristo y agradan a Dios, así como a sus hermanos dando buen ejemplo(v.18).
El versículo 20 es una reiteración de lo antedicho y es fácil seguir su argumento: “No destruyas la obra de Dios” (es decir la salvación obrada por Dios en tu hermano) por causa de algo secundario como es la comida. Todo los alimentos son limpios, tú ya lo sabes, pero es malo que tu hermano, que no tiene el mismo conocimiento que tú, se escandalice viéndote comer algo que él piensa que está prohibido.
De manera que, para finalizar, si para que tu hermano no tropiece, o se ofenda, o para que su fe no se debilite, fuera necesario que te abstengas de comer lo que está permitido, hazlo de buena gana (v.21), que el Señor te premiará por tu sacrificio. (En nuestro tiempo diríamos que es conveniente dejar de hacer lo que nuestro hermano, en su ignorancia, pueda objetar.)
El caso que Pablo expone aquí no se presenta actualmente (salvo en algunos grupos singulares); pero era un tema álgido en esos tiempos en que convivían creyentes de origen judío y de origen gentil, porque muchos de los primeros seguían atados a las normas mosaicas. El incidente de Antioquia entre Pedro y Pablo que se narra en Gálatas, es un buen ejemplo de ello (Gal 2:11-14). Pablo consigna ese incidente –en el que él reprocha a Pedro que ya no quiera juntarse para comer con los gentiles porque llegaron a Antioquia algunos discípulos de parte de Santiago, que aún guardaban la ley- para subrayar que nuestra salvación no depende del cumplimiento de las normas de la ley ritual: “pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.” (Gal 2:21).
Pero si bien esa espinosa situación no se da en nuestros días, el principio que subyace la explicación detallada que hace Pablo sigue siendo muy actual y es aplicable a muchas situaciones concretas modernas, de las que todos, creo yo, podríamos citar ejemplos: Si hacer algo que en sí es inocuo o inocente puede chocar a alguno, mejor me abstengo de hacerlo. Un ejemplo concreto en nuestros días podría ser el de beber vino. No hay nada en la Biblia que lo prohíba, siempre que se haga con moderación. Pero se ha hecho costumbre entre cristianos evangélicos abstenerse completamente de alcohol (a partir de las campañas de temperancia promovidas activamente por las iglesias evangélicas en los EEUU en el siglo XIX para luchar contra el alcoholismo), como una forma de dar testimonio de templanza y santidad. Y el mundo, aunque parezca criticar tanta austeridad, en el fondo lo aprecia mucho.
Sin embargo, si tú piensas que no es malo beber un vaso de vino con las comidas y estás acostumbrado a hacerlo –como en Europa es común aun entre cristianos- pero ves que el hermano con quien compartes la mesa se escandalizaría por ello, es mejor que te abstengas de beberlo. No vaya a ser que él piense mal de ti y que tu ministerio sea disminuido ante sus ojos. La regla primordial aquí, según Pablo, es la mutua edificación y el tener consideración del hermano, no el agradarse a sí mismo.

22. “¿Tienes tú fe? Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el que no se condena a sí mismo en lo que aprueba.”
Pablo interroga al lector. ¿Tienes fe –es decir convicción firme- para desechar esas normas ya inútiles, fe sólida que quizá otros no tienen?
Que cada uno norme su vida de acuerdo a la fe que tiene –no de acuerdo a la fe ajena- pero que tampoco pretenda regir la vida de otros. Si conforme a esa fe tuya apruebas lo que Dios aprueba, eres bienaventurado porque Dios te bendice y te acoge. Pero si tú apruebas lo que Dios no aprueba, entonces te condenas a ti mismo aprobando y haciendo lo que Dios condena. Nótese que en este versículo y en el que sigue el verbo “condenar” no tiene el sentido fuerte de condenación eterna, sino uno limitado de juicio adverso, sea de la propia conciencia o de Dios. (3)

23. “Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado.”
Es bueno estar seguro de que lo que uno hace está bien y de que es conforme a la voluntad de Dios. Pero el que no está seguro acerca de lo que desea hacer, sino que duda de si es bueno o no, y sin embargo, lo hace, ése tal es condenado, porque obra sin estar seguro. Más le valiera abstenerse que arriesgar hacer algo que pudiera ser condenable.
Si tienes dudas acerca de la conducta o del camino a seguir, mejor será que te ilustres, que investigues y que busques consejo, pero sobre todo, que le pidas ayuda a Dios para encontrar la senda correcta. Porque todo lo que se hace sin tener la certeza de que es moralmente correcto, o dudando si es o no impropio, es automáticamente malo.
Fe quiere decir aquí certidumbre, seguridad respecto de algo. No significa aquí la fe en Cristo que salva. La fe es ciertamente certeza, seguridad (Hb 11:1), y uno puede tenerla respecto de muchas cosas, no sólo acerca de lo que concierne a la salvación. Se puede tenerla respecto de las personas, o respecto de algún acontecimiento pasado, o respecto del resultado que se quiere alcanzar, o de la victoria que se anhela. Todas esas cosas pueden ser moralmente indiferentes y no afectar nuestra relación con Dios, siempre que no infrinjan el amor al prójimo. Otra cosa es la fe (es decir, la certeza) respecto de lo que Dios ha normado. En ese campo mejor es estar seguro, y si uno no lo está, abstenerse, como ya se ha dicho, por temor de infringir lo que Dios ha mandado.

Notas: 1. Pero eso no nos excusa de las normas de higiene y de usar de prudencia al ingerir alimentos que puedan ser inconvenientes para la salud. Por lo demás hay pueblos que comen determinadas cosas que a otros darían asco, pero que se abstienen de comer lo que otros ingieren con gusto. Todo es una cuestión de hábitos y de costumbre.
2. Téngase en cuenta que la división del texto en versículos fue hecha muchos siglos después de escrito el Nuevo Testamento.
3. Las palabras del griego del Nuevo Testamento –debido al limitado vocabulario disponible, poco más cinco mil palabras- asumen con frecuencia diversos significados.

#526 (08.06.08) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: SUGIERO VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM

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