martes, 6 de enero de 2009

"EL SEMBRADOR"

Hay pocas parábolas tan conocidas como la del Sembrador. En ella Jesús nos propone el caso de un labriego que va a sembrar su semilla en el campo. Y a medida que avanza y esparce, una parte cae en el camino y vienen los pájaros y se la comen; otra parte cae entre piedras donde hay poca tierra y cuando sale el sol se seca la plantita que ha empezado a brotar; otro poco cae entre espinos, y aunque rápido germina, el brote es ahogado por los abrojos. Finalmente otro poco cae en tierra fértil y crece y rinde abundante fruto.

Los discípulos le preguntaron a Jesús qué quería significar con esta parábola y Él les dio la explicación que vamos a leer en las propias palabras de nuestro Salvador, tal como las consigna el Evangelio de San Mateo:

"Cuando alguno oye las palabras del reino y no la entiende. viene el maligno y arrebata lo que fue sembrado en su corazón. Este es el que fue sembrado junto al camino."

"Y el que fue sembrado en pedregales, éste es el que oye la palabra y al momento la recibe con gozo; pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es de corta duración, pues al venir la aflicción o la persecución por causa de la palabra, luego tropieza."

"El que fue sembrado entre espinos, éste el que oye la palabra, pero el afán de este siglo y el engaño de las riquezas ahogan la palabra, y se hace infructuosa."

"Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra,y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno." (Mt 13:19-23).

¡Qué bien y con qué exactitud describe Jesús las diferentes formas como los hombres reciben su palabra! Hay aquellos que tienen el corazón endurecido y no pueden entender las cosas celestiales. Y quizá algunos de nosotros hemos sido en una época como ellos, como aquellos que se ríen de todo lo que es sagrado y se consideran demasiado hombres para pensar en Dios; o que son demasiado inteligentes y cultos para creer en esas nociones irracionales y supersticiosas de un supuesto ser superior que vive en el cielo. A ellos se refiere la Escritura cuando dice que tienen ojos pero no ven, y tienen oídos pero no oyen (Jr 5:21). O como dice también San Pablo: El hombre natural no percibe las cosas del Espíritu; para él son locura y no puede entenderlas, porque tiene el entendimiento enceguecido por el dios de este mundo, por el espejismo de las cosas visibles (1Cor 2:14). ¿Cuántas personas conocemos que son así? ¿Personas inteligentes y muy seguras de sí, que no creen en Dios y no lo necesitan, que para todo tienen una explicación racional, y que miran a los creyentes con un aire de superioridad y de pena?

Hay también otros, y son un gran número, y quizá nos contamos también algunos de nosotros entre ellos. Esos son las buenas personas que se entusiasman rápidamente por las buenas ideas, por los ideales nobles, por tal o cual filosofía altruista, por tal o cual doctrina nueva, y que oyen también la palabra de Dios y se entusiasman con ella y quieren llevarla a la práctica. Pero son inconstantes, no tienen raíces profundas y cuando vienen las dificultades, cuando se burlan de ellos, rápidamente se descorazonan, olvidan sus buenos propósitos y abandonan el buen camino que habían iniciado.

Hay otros, y son la mayoría, que escuchan la palabra de Dios con interés, la comprenden y la aprecian y quisieran hacerla suya. Pero están tan cogidos por las preocupaciones y afanes de su posición en el mundo, por la vida social, o por los halagos de la fama, o por el dinero, o por su carrera, que la palabra de Dios no puede crecer en ellos; encuentra demasiados obstáculos, demasiadas cosas que la contradicen, como para poder desarrollarse y dar fruto como cristianos.

Hay un incidente en la vida del Salvador que ilustra claramente este caso: Un día se acercó a Jesús un joven y le preguntó: 'Maestro ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?' Y Jesús le contestó: 'Ya conoces los mandamientos: No matar, no robar, no mentir; honra a tu padre y a tu madre, y ama a tu prójimo como a ti mismo.' Y el joven le dijo: 'Todo eso lo he guardado desde niño.' Entonces Jesús añadió: 'Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes, repártelo a los pobres, ven y sígueme.' Entonces el joven se puso triste, porque era muy rico, y, dando media vuelta, se fue. (Mt 19:16-22).

Dios nos ha dado todos los bienes de la tierra para que usemos de ellos sabiamente, como administradores de su abundancia. Si nosotros consideramos los bienes de la tierra de esa manera, el dinero puede ser una bendición para nosotros y nuestras familias, y para las personas a las que ayudamos. Pero las riquezas se convierten en un tropiezo para el hombre cuando se hace esclavo de ellas, cuando hace del dinero un ídolo al que persigue con todas sus fuerzas, sacrificando a él honestidad, honor, familia y todos sus principios morales.

¿No vemos a cada rato en los diarios tantos casos de personas que han caído porque abusaron de la posición y del poder que tenían para enriquecerse y que terminan enjuiciados y en desgracia ante la sociedad para vergüenza de los suyos y que finalmente lo han perdido todo? ¿Cuántos de esos oyeron quizá la palabra de Dios alguna vez, la acogieron y quisieron seguirla, pero entró en conflicto con sus ambiciones de riqueza, o de posición social, y le dieron la espalda? ¿Cómo puede crecer la buena semilla de la palabra de Dios cuando el alma está ocupada por el ansia de poder, de figuración, de éxito o de lujo? ¿O cuando sólo se piensa en fiestas, o en ropa nueva, o en espectáculos y en cosas frívolas?

Pero felizmente hay algunos también que reciben la palabra de Dios, la atesoran en sus almas, y cuyo corazón es como tierra fértil, en la cual germina la semilla y crece la planta, y da abundante fruto.

¿A cuál de estas categorías de personas pertenecemos nosotros? Cada cual juzgue por sí mismo. ¿Eres tú como el primer tipo que no entiende y rechaza toda palabra que hable de Dios?

¿O eres como los del segundo grupo, pronto a correr detrás de cada novedad pero también el primero en descorazonarse? ¿Que quieres estar bien con Dios, pero no estás dispuesto a pagar el precio de perseverancia y de esfuerzo que se requiere?

¿O estás tan envuelto en las cosas del mundo que no hay lugar en tu corazón para las cosas del cielo? Mira, no sea que, sin saberlo, los cuidados de este mundo estén echando de tu vida no sólo la salvación que ya conoces, sino que estés sacrificando tu propia felicidad y la de tu familia, la comunicación y el diálogo con tus hijos, la intimidad con tu mujer, por perseguir una ficción. ¿Cuánto tiempo dedicas a tu profesión o a tu trabajo? ¿Cuánto tiempo a tus esfuerzos por ganar dinero? ¿A tus ambiciones sociales o políticas? ¿Cuanto tiempo pasas en la cantina o en el club con tus amigos? ¿Qué te queda para ti y para los tuyos? ¿No los estás defraudando del tiempo que les debes?

Y tú, mujer ¿cuánto tiempo pierdes en charlar, o en chismear, con tus amigas en reuniones y en tés, o en la calle? ¿Cuántas horas al día quemas tus pestañas delante de la pantalla de TV, alimentándote de sueños y pasiones ficticias, por no decir de basura? Y si vas a trabajar ¿lo haces por necesidad real, o sólo para ganarte unos soles más y poder gastártelos en ropa, o en el cuidado de tu belleza, y por eso dejas a tus hijos al cuidado de una extraña, privándolos de tu cariño?

Y tú, muchacho, muchacha, ¿cuánto tiempo pasas con amigos perdiendo el tiempo o hablando de cosas incorrectas? ¿Cuántas malas noches en las discotecas drogándote o profanando tu cuerpo? ¡Quiera Dios que no seas de esos que corren atolondrados a su perdición!

Ojalá pertenezcas a los del cuarto grupo que escuchan la palabra de Dios y la ponen por obra en su vida. Si eres uno de esos, al final del camino recogerás una rica y abundante cosecha.
Si no es el caso, mira, Dios te ha hablado en el pasado y te habla ahora. No dejes pasar la oportunidad. ¿Quién sabe si será la última? Dice el Señor: Hoy es el día de salvación. Hoy es el día. Hoy es el día en que puedes comenzar una nueva vida. Hoy es el día para creer; hoy es el día para arrepentirse, hoy es el día para volverse por entero a Dios.

Dios nos dice por boca del profeta Isaías: "Buscad al Señor mientras pueda ser hallado; llamadle mientras esté cerca." (Is 55:6). Pero también dijo una vez Jesús: "Me buscaréis y no me hallaréis". (Jn 7:34). Sí, lo buscaremos y no lo hallaremos, porque no le escuchamos cuando estuvo cerca y dejamos pasar la ocasión. Él te está hablando en este momento por mi boca y te dice: 'Llámame ahora que estoy cerca; búscame ahora que estoy a la mano.'

Hoy es el día de tu salvación. Inclina tu oído y oye la voz del Señor que te llama. No desoigas su llamado, que pudiera ser que no te acuerdes de Él cuando lo necesites, o que te pongas a buscarlo y no lo encuentres, porque ya pasó tu oportunidad.

Dice Jesús en su palabra: "He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, yo entraré a él y cenaré con él y él conmigo." (Ap 3:20).
¿Qué mayor privilegio que Dios venga a ti y cene contigo, y tú con Él, y haga en ti su morada? Ábrele la puerta y hazlo pasar y Él te dirá palabras que nunca has escuchado, que te limpiarán, te confortarán y que transformarán tu vida.

(Esta charla fue transmitida el 19.12.98 por Radio Miraflores. Luego fue objeto de una impresión limitada, y fue reimpresa en una edición más numerosa el 8.2.03).

#556 (04.01.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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