miércoles, 17 de diciembre de 2008

FALSOS PROFETAS Y FALSOS MAESTROS III

Un Comentario a la Segunda Epístola de Pedro 2:17-22

17. “Estos son fuentes sin agua, y nubes empujadas por la tormenta; para los cuales la más densa oscuridad está reservada para siempre.”
Para describir a estos hipócritas el apóstol apela ahora a dos imágenes tomadas de la vida rural. ¿Qué cosa más frustrante y más inútil que una fuente que se ha quedado seca? (Jr 2:13; 14:3). El sediento del camino se acercará a ella inútilmente porque no podrá apagar en ella su sed.

Estos hombres son tan estériles como esas fuentes, no tienen nada bueno que ofrecer a quienes ingenuamente acudan a ellos. No hay doctrina ni palabra de sabiduría o de consuelo en sus bocas. Sólo saben decir vaguedades sin contenido, o palabras de adulación.

Son semejantes a las nubes que arrastra la tormenta, imagen rica de sugerencias (c.f. Jd 12). En los países donde la agricultura depende de la lluvia los labriegos ven la aparición de nubes en el horizonte como un anuncio de que sus plantas resecas serán restauradas por el agua que caiga del cielo. ¡Pero qué desilusión les produce ver cómo las nubes que prometían saciar la sed de sus campos pasan sobre sus cabezas empujadas por un viento tempestuoso!

De esa manera suelen portarse estos hombres inquietos con los que ponen vanamente su esperanza en su consejo. Aparecen de repente y se van prontamente empujados por el viento de sus pasiones, sin tener una palabra útil para los que confiaban en su visita.

¿Qué futuro espera a esos falsos maestros que asumen apariencia de piedad pero que la niegan con sus actos? (2Tm 3:5) Si no se arrepienten les espera el fuego eterno que arde pero no alumbra y la más densa oscuridad para siempre (c.f. Jd 13).

18. “Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error.”
A partir de este versículo y hasta el final del capítulo el apóstol aborda el tema de los que, habiendo conocido al Señor, se vuelven atrás seducidos por el ejemplo, o más exactamente, por la lengua de los impíos, que dice “hablan cosas infladas”. ¡Cuántas veces hemos escuchado personas que adoptan poses espirituales y que, desplegando una gran facilidad de palabra, hablan de verdades muy altas para su limitado entendimiento, o de cosas ocultas, o si no presentando con fingida autoridad interpretaciones novedosas de las Escrituras con las que atraen a los ingenuos!

“El avisado ve el mal y se aparta” dice Pr 22:3. Cuando escuchemos discursos altisonantes y pretenciosos, de boca de los que se alaban a sí mismos como sabios, a la vez que halagan la vanidad de sus oyentes, apartémonos cautamente o cerremos los oídos a su parloteo (c.f. Jd 16). Una de las tácticas que usan los engañadores para conquistar a sus oyentes, es adularlos. Por algo Proverbios advierte: “El hombre que alaba a su prójimo, red tiende delante de sus pies”. (Pr. 29:5).

Detrás del deslumbramiento que produce el discurso brillante puede esconderse la trampa no sólo del error sino, lo que es peor, de la seducción de la carne. Muchas desviaciones doctrinales astutamente disfrazadas, terminan en extravíos sexuales con los que atrapan a las almas inestables.

Es bueno recordar a este respecto lo que escribe Pablo a Timoteo en su segunda carta: “Porque habrá hombres amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita. Porque de éstos son los que se meten en las casas y llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados, arrastradas por diversas concupiscencias.” (3:2-6).

Es cierto que algunos de ellos no son cristianos, ni pretenden serlo, sino traen doctrinas exóticas. Pero también hay entre ellos quienes pretenden ser cristianos y que con un discurso engañoso, sazonado de citas bíblicas, presentan un evangelio diferente. ¡Oh, huyamos de esos predicadores! Es oportuno que recordemos las palabras de Pablo “Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema”; (Gal 1:9) y que tengamos en cuenta la advertencia del apóstol Juan: “Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.” (1Jn 4:1).

¡Huid también del despliegue de propaganda! ¡Huid de los que halagan la vanidad de sus oyentes! Yo prefiero escuchar a los predicadores que reprenden mi conciencia y me confrontan con la palabra, que a los que prometen prosperidad a cambio de ofrendas.

19. “Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción. Porque el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció.”
Este pasaje de Pedro, así como los pasajes semejantes de la epístola de Judas, y el párrafo que hemos citado de 2da de Timoteo, nos hacen ver que la iglesia estuvo desde temprano expuesta al ataque de impíos que trataban con argumentos falaces de desorientar a los creyentes, buscando hacerlos retroceder a la vida disoluta que habían dejado atrás al convertirse. No sabemos exactamente cuál era la doctrina que difundían y que preocupaba a Pedro, pero éste versículo nos da un indicio. Torciendo el sentido de algunos textos paulinos prometían libertad respecto de las normas de conducta contenidas en la ley de Cristo, a los que ingenuamente les escuchaban –como si eso fuera lo que Pablo propusiera- atrayéndolos sutilmente a la disolución de la que esos mismos maestros eran esclavos.

Es posible también que afirmaran –como también hacen algunos hoy día- que el cristiano “no puede pecar porque es nacido de Dios” no importa lo que haga, como si por el hecho de ser cristiano estuviera por encima del bien y del mal. Con esa malinterpretación maliciosa de 1Jn 3:9 han engañado a muchos y los han llevado a la perdición.

Para prevenir ese peligro Pedro afirma una verdad que tanto Jesús como Pablo proclamaron: que el que peca –esto es, el que cede a la tentación- es esclavo del pecado que lo ha vencido. Como una trasgresión suele llevar a otra, con la primera caída suele crearse una cadena de pecado que, como todo mal hábito, es difícil de romper, y que, de no mediar una intervención de la gracia, termina en el infierno. (Léase al respecto Jn 8:34,36; Rm 6:16).

20, 21. “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero.
Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado.”

Esto no puede ser más claro. Si alguno escapa de las contaminaciones que lo tenían atado y vuelve a caer en ellas por falta de firmeza, su estado final viene a ser peor que aquel en que primero se encontraba. El reincidente suele ser más inicuo que el novato. Tratando de escapar del pantano de la corrupción que lo tenía atrapado, se hunde cada vez más en él.

Mejor le hubiera sido, en efecto, no haber conocido a Cristo y no haber sido libertado por Él que, habiéndole conocido, apostatar de la fe para recaer en las prácticas que había abandonado.

Hebreos nos advierte severamente: “Si pecamos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.” (10:26,27).

El camino de Cristo exige constancia para llegar a la meta. El enemigo acecha con mil imposturas para impedirnos seguir adelante, pues no desea que alcancemos la victoria que Cristo promete a los que le son fieles y perseveran. Huyamos pues de las tentaciones y no nos creamos más fuertes de lo que en realidad somos, porque muchos por presunción han recaído.

“El que piensa estar firme, mire que no caiga”, nos advierte Pablo (1 Cor 10:12). Sólo los cadáveres no son tentados. Mientras haya un aliento de vida en tu cuerpo, la concupiscencia te atraerá. Hay algunos que han experimentado las peores tentaciones estando al borde de la muerte. El enemigo difícilmente abandona a su presa. Él sabe mejor que nadie lo que está en juego: la eternidad. Una eternidad de tormento, como la que él padece, o una eternidad de gloria, como la que gozan los santos.

Pero nosotros, debido al espeso velo de carne que nubla nuestros ojos, no comprendemos bien el tremendo dilema de la encrucijada: Ser apartado de Dios para siempre o gozar de su compañía eternamente.

22. “Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno.”
Pedro cierra su argumentación citando un proverbio basado en la observación de la conducta de los animales, un proverbio, en verdad, asqueroso (Pr 26:11a). Pero la conducta de los que después de haber conocido el camino de la justicia se vuelven atrás, no lo es menos.

“La puerca lavada” evoca la imagen del bautismo en cuyas aguas (la sangre de Cristo) el creyente lava sus pecados (Nota 1). Como le dijo Ananías a Pablo: “Levántate, bautízate, y lava tus pecados invocando su nombre” (Hch 22:16)

El creyente que ha lavado sus pecados en la sangre de Cristo y que vuelve a los vicios y pecados que había abandonado, es como una puerca que, habiendo sido limpiada de su inmundicia, retorna al chiquero para revolcarse en la basura que era su delicia y de donde fue sacada. ¿De qué le sirve al cristiano haber sido liberado del pecado si después retorna a la antigua esclavitud? Es muy frecuente el caso de los inconstantes que se vuelven peores de lo que antes eran, porque su enviciamiento se torna más refinado, y con más celo tratan de atraer a otros a la misma perdición en la que ellos han recaído.

Nótese que los dos animales citados como ejemplo eran animales impuros según la ley de Moisés. Podría por analogía alegarse que la naturaleza de los apóstatas que retornan a sus viejos caminos nunca fue cambiada. Siguieron siendo por dentro perros y puercos pese a la apariencia de una vida renovada y, por ese motivo, no podían perseverar. Pudiera ser cierto en algunos casos, pero no siempre. Sea como fuera, su caída nos hace ver muy claro cuánto necesita el hombre viejo dejar su antigua naturaleza carnal para revestirse de la nueva según Dios, en justicia y santidad (Ef 4:22-24). Incumbe a cada uno llevar a cabo esa paciente labor, ayudado por la gracia. Nadie puede hacerla por uno.

Nota 1: Este dicho no se encuentra en la Escritura, sino en la Historia de Ahicar, libro sapiencial oriental que fue muy popular entre los antiguos y con el cual podemos pensar el apóstol estaba familiarizado.

#551 (30.11.08) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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