miércoles, 2 de julio de 2014

¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA QUE DE ÉL TE ACUERDES? III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA QUE DE ÉL TE ACUERDES? III
Un Comentario del Salmo 8:6-9
Continuamos con el comentario del versículo 6 de nuestro salmo, pero extendemos la
exposición a los dos versículos siguientes, el 7 y el 8, que junto con el primer nombrado, dicen así:
“Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies; ovejas y bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar.”
Es comprensible que al hablar de los animales sobre los cuales Dios le dio al hombre dominio, el salmo mencione en primer lugar a las ovejas y a los bueyes, puesto que David, su autor, era pastor y esos animales eran los que tenía más cerca. Luego menciona a las bestias del campo, por lo que podemos entender que alude a otros animales de los que el hombre se sirve –y se servía con más intensidad en otras épocas- como el asno, la mula y los camellos, que están sujetos al hombre.
Menciona asimismo las aves del cielo, algunas de las cuales caza y convierte en alimento, así como también los peces del mar, que los hombres pescan con anzuelos y redes, y ahora incluso, con grandes embarcaciones. La pesca, como bien sabemos, es una actividad inmemorial que proporciona alimento a una buena parte de la humanidad. Recordemos que algunos de los discípulos de Jesús eran de profesión pescadores. Por eso Él pudo decirles al llamarlos: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt 4:19).
¿Qué comprende la frase: “todo cuanto pasa por los senderos del mar.”? ¿Los tiburones, las ballenas, y otros peces grandes como el delfín? ¿Por qué no? El hombre ha aprendido a pescarlos y a utilizar la grasa y otros elementos de su cuerpo, además de su carne. Hay también quienes interpretan esa frase como aludiendo a las embarcaciones de todo tipo que el ingenio del hombre ha inventado, y que surcan los mares, e incluso, navegan sumergidos.
Entre las bestias del campo pueden estar incluidos también las fieras salvajes, como el tigre y el león, de los que él ha aprendido a defenderse para que no le hagan daño, y a los que en una ocasión el poder de Dios cerró la boca (Dn 6:22).
Los tres versículos que hemos citado describen la posición que Dios le dio al hombre al crearlo, dándole dominio sobre la creación. Con ello Dios le estaba mostrando el gran amor que le tenía. Todas las riquezas de la tierra han sido reservadas para su uso y su beneficio. Es por la Providencia de Dios que los caballos y los bueyes y otros animales le prestan su fuerza; que las ovejas, y los camélidos producen lana para que se vista y se abrigue; que los ganados le proporcionen carne y leche; que los campos producen alimento forraje; y que las fuerzas de la naturaleza, como la electricidad, las ondas electromagnéticas y la luz, estén a su servicio, le ahorran esfuerzo y le permitan comunicarse con quienes están a miles de kilómetros de distancia. ¡Con cuánto amor y gratitud debe el hombre corresponder a estas muestras de la benevolencia de Dios!
Sin embargo Hebreos 2:8 al citar el versículo 6 de este salmo, ha dicho que no todas las cosas están sujetas al hombre, lo cual es muy cierto, porque el viento y el mar no le obedecen. ¿Quién es el hombre, o la mujer, en efecto, que pueda pararse en la playa y ordenarle al mar: “Oye, ya basta, ya no tengas olas; quiero que te estés quieto. ¿Has oído?” ¿Le obedecerá el mar? Y si hay un viento muy fuerte, ¿dónde está el hombre que se ponga de pie y le diga: “Oye viento, ya para, detente. Me estás dando frío. Deja ya de soplar?” ¿Le obedecerá el viento? No existe. No hay ser humano que pueda hacer eso.
Sin embargo hay uno a quien el mar y los vientos sí le están sujetos. Por eso en una ocasión ordenó que se calmaran y le obedecieron. ¿Recuerdan ese episodio? El Maestro y sus discípulos estaban en una barca atravesando el lago de Genesaret, y Jesús se había quedado dormido. Como era un lago grande y soplaba un fuerte viento, las olas amenazaban hundir la barca. Entonces los discípulos asustados lo despertaron diciéndole: “¡Jesús nos hundimos, nos hundimos! ¿No te preocupa?” Jesús se levantó entonces y mandó a los vientos y al mar que se calmen. Y enseguida sobrevino una gran calma. Sus discípulos se quedaron asombrados, diciéndose: “¿Quién es éste a quien los vientos y el mar obedecen?” (Mt 8:23-27; Mr 4:35-41; Lc 8:22-25).
Vemos pues que sí hay Uno a quien los vientos y el mar obedecen, Uno que fue hecho durante un tiempo un poco inferior a los ángeles a causa de los padecimientos de la muerte, pero que una vez resucitado, es superior a todos ellos; Uno de quien también se dice que todas las cosas fueron puestas bajo sus pies; y de quien dice además Efesios: “Y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (Ef 1:22,23).
¿De quién está hablando? De Jesús. De manera que este salmo que comentamos, como hemos ya visto en el artículo anterior, también es aplicable a Él, a nuestro Redentor, a nuestro hermano mayor, porque, después de haber sido coronado de espinas, Él ha sido realmente y sin exageración, coronado de gloria y de honra en recompensa a los padecimientos a los cuales se sometió voluntariamente para reconciliar al hombre con Dios.
Jesús tiene efectivamente dominio sobre todas las cosas sin excepción, no solamente en la tierra, sino también en el cielo y en el infierno (Flp 2:10), como muy bien explica Pablo en 1Cor 15:24-28.
Por eso mismo podemos también ver cuán grande fue su humildad, porque no solamente se hizo inferior a los ángeles, sino que, sin dejar de ser Dios, tomó apariencia de siervo haciéndose semejante a nosotros al tomar forma humana, como dice Filipenses en el capítulo 2. Y a pesar de que todos los ángeles le adoran, aceptó durante un tiempo ser un poco menos que ellos, y ser como uno de nosotros, y estar sometido a las mismas limitaciones que nosotros.
Dios le dio al hombre dominio sobre todas las cosas y las puso bajo sus pies; es decir, en rigor, sobre casi todas las cosas, porque ciertamente el hombre ha dominado la naturaleza en medio de la cual vive, pero aún le quedan muchos campos por dominar, y a medida que descubre más cosas, constata que todavía le quedan muchas más por descubrir. Ha dominado las fuerzas de la naturaleza y ahora puede volar aunque no tiene alas, y puede remontarse hasta la luna. Puede permanecer debajo del mar durante bastante tiempo, aunque no tiene agallas para respirar como los peces, y puede moverse con facilidad en el agua, aunque no tiene aletas. Puede hacer cosas extraordinarias, antes inimaginables. Sin embargo ese mismo hombre que todo lo domina, se vuelve siervo de las cosas y objetos materiales que él mismo con su ingenio ha creado y produce en masa, y las convierte en ídolos a los cuales adora y detrás de los cuales corre desesperado. Se convierte realmente en su esclavo.
Lo vemos alrededor nuestro. Compran un automóvil que les ha costado bastante dinero. Lo cuidan, lo acariñan, lo quieren como si fuera un ser humano, y ponen todo su cuidado en mantenerlo limpio y en perfecto estado. Y si por casualidad se raspa un poquito buscan todos los medios para limpiar la raspadura. ¡Y ay, ay, ay! no vaya a ser que lo choquen. (No quiero ser hipócrita. Yo también cuido mi carro con esmero. Sobre todo debajo del capó para que dure)
Adoramos las cosas y los objetos que tenemos. Hay personas que tienen colecciones de relojes, o de porcelanas, y los adoran como si fueran la última maravilla. No digo que no tengan valor; son objetos artísticos que adornan la vida y algunos son muy bellos. Pero son cosas finalmente que el hombre ha hecho con sus manos, o con herramientas, como fabricaba antaño ídolos de madera o metal delante de los cuales se inclinaba, meras cosas y objetos inanimados, y por ellos el hombre descuida lo que es importante.
Entonces uno puede realmente preguntarse: ¿Qué cosa es el hombre para que Dios se acuerde de él? ¿Qué es esta criatura que recibió tantos favores de Dios y que en un momento de locura le da la espalda? ¿Qué es este hombre para que tengas compasión de él cuando sólo merece tu castigo? Porque tú, Señor, te has inclinado hacia el hombre y lo has levantado de la cloaca en que se revolcaba, y lo has limpiado de toda suciedad con tu sangre, y le has infundido tu Espíritu. ¿No se puede decir acaso eso de nosotros, que nos sacó de la cloaca, del muladar en que vivíamos con nuestros pecados? Pero Él nos ha levantado, nos ha sacado de la miseria en que estábamos, de la ignominia, de la vergüenza, de la desesperación y nos ha limpiado con ese líquido, con ese detergente espiritual maravilloso que es la sangre de Jesús, y ahora estamos limpios, inmaculados, libres de toda mancha al habernos justificado. Y algún día nos vamos a presentar delante de Él para ser juzgados.
A.B. Simpson escribió: “La raza humana no ha alcanzado aún la victoria, pero la Cabeza de la raza sí la ha alcanzado, y donde Él está, ahí estaremos nosotros; y como Él es, así seremos nosotros.”
Nuestro salmo termina repitiendo la frase inicial. “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!” (v. 9). Y es muy justo que lo haga, porque su grandeza es para nosotros insondable, más grande de lo que el hombre pueda concebir. Sin embargo, este Dios inmenso está más cerca de nosotros que nuestro propio aliento, pues lo tenemos dentro de nosotros, y ahí está para escucharnos como Padre amante, para atender a la menor de nuestras súplicas y aliviar la menor de nuestras penas y preocupaciones. Este Dios inmenso que no cabe en el universo entero está en nuestro pecho. ¿Podemos imaginarlo? El Creador de todo lo que existe está dentro de nosotros. Y Él vigila y dirige nuestros pasos, los pasos de todos aquellos que le temen y elevan su pensamiento a Él.
Decir que “elevan su pensamiento a Él” es una manera de hablar, porque sólo necesitamos pensar en Él para contactarlo en nuestro interior. No obstante, la expresión es muy justa, porque al pensar en Dios nuestro pensamiento se eleva, deja lo cotidiano y terreno, y se remonta a las regiones del Espíritu.
¿Qué cosa tenemos que hacer entonces? Adorarle con todo el fervor que Él se merece, con toda la admiración que su majestad reclama, y darle toda la gloria que podamos con nuestra boca, con nuestros labios, rindiéndonos a Él y diciéndole: “Señor, yo soy tuyo, todo lo que soy te pertenece. Tú me has hecho para un destino glorioso, aunque ahora parezca que estoy limitado, porque tengo un cuerpo que tiene sus fallas, sus deficiencias y sus debilidades, debido a la edad. Pero algún día tendré un cuerpo de gloria como el cuerpo de Jesús resucitado, que atravesaba las paredes y era incorruptible. Y no habrá ninguna enfermedad, ninguna dolencia, ningún dolor que me impida gozar de la presencia de Dios para siempre. Amén.
NB. El presente artículo, así como los dos anteriores del mismo título, están basados en la grabación de una charla dada recientemente en el ministerio de la Edad de Oro.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#834 (15.06.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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