Por José Belaunde M.
¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA
QUE DE ÉL TE ACUERDES? III
Un Comentario del
Salmo 8:6-9
Continuamos con el comentario del versículo 6 de
nuestro salmo, pero extendemos la
exposición a los dos versículos siguientes,
el 7 y el 8, que junto con el primer nombrado, dicen así:
“Le hiciste señorear
sobre las obras de tus manos; todo lo pusiste debajo de sus pies; ovejas y
bueyes, todo ello, y asimismo las bestias del campo, las aves de los cielos y
los peces del mar; todo cuanto pasa por los senderos del mar.”
Es comprensible que al
hablar de los animales sobre los cuales Dios le dio al hombre dominio, el salmo
mencione en primer lugar a las ovejas y a los bueyes, puesto que David, su
autor, era pastor y esos animales eran los que tenía más cerca. Luego menciona
a las bestias del campo, por lo que podemos entender que alude a otros animales
de los que el hombre se sirve –y se servía con más intensidad en otras épocas-
como el asno, la mula y los camellos, que están sujetos al hombre.
Menciona asimismo las
aves del cielo, algunas de las cuales caza y convierte en alimento, así como también
los peces del mar, que los hombres pescan con anzuelos y redes, y ahora
incluso, con grandes embarcaciones. La pesca, como bien sabemos, es una
actividad inmemorial que proporciona alimento a una buena parte de la
humanidad. Recordemos que algunos de los discípulos de Jesús eran de profesión
pescadores. Por eso Él pudo decirles al llamarlos: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mt 4:19).
¿Qué comprende la
frase: “todo cuanto pasa por los senderos
del mar.”? ¿Los tiburones, las
ballenas, y otros peces grandes como el delfín? ¿Por qué no? El hombre ha
aprendido a pescarlos y a utilizar la grasa y otros elementos de su cuerpo,
además de su carne. Hay también quienes interpretan esa frase como aludiendo a
las embarcaciones de todo tipo que el ingenio del hombre ha inventado, y que
surcan los mares, e incluso, navegan sumergidos.
Entre las bestias del
campo pueden estar incluidos también las fieras salvajes, como el tigre y el
león, de los que él ha aprendido a defenderse para que no le hagan daño, y a
los que en una ocasión el poder de Dios cerró la boca (Dn 6:22).
Los tres versículos que
hemos citado describen la posición que Dios le dio al hombre al crearlo, dándole
dominio sobre la creación. Con ello Dios le estaba mostrando el gran amor que
le tenía. Todas las riquezas de la tierra han sido reservadas para su uso y su
beneficio. Es por la
Providencia de Dios que los caballos y los bueyes y otros
animales le prestan su fuerza; que las ovejas, y los camélidos producen lana
para que se vista y se abrigue; que los ganados le proporcionen carne y leche;
que los campos producen alimento forraje; y que las fuerzas de la naturaleza,
como la electricidad, las ondas electromagnéticas y la luz, estén a su
servicio, le ahorran esfuerzo y le permitan comunicarse con quienes están a
miles de kilómetros de distancia. ¡Con cuánto amor y gratitud debe el hombre
corresponder a estas muestras de la benevolencia de Dios!
Sin embargo Hebreos 2:8
al citar el versículo 6 de este salmo, ha dicho que no todas las cosas están
sujetas al hombre, lo cual es muy cierto, porque el viento y el mar no le
obedecen. ¿Quién es el hombre, o la mujer, en efecto, que pueda pararse en la
playa y ordenarle al mar: “Oye, ya basta, ya no tengas olas; quiero que te estés
quieto. ¿Has oído?” ¿Le obedecerá el mar? Y si hay un viento muy fuerte, ¿dónde
está el hombre que se ponga de pie y le diga: “Oye viento, ya para, detente. Me
estás dando frío. Deja ya de soplar?” ¿Le obedecerá el viento? No existe. No
hay ser humano que pueda hacer eso.
Sin embargo hay uno a
quien el mar y los vientos sí le están sujetos. Por eso en una ocasión ordenó
que se calmaran y le obedecieron. ¿Recuerdan ese episodio? El Maestro y sus
discípulos estaban en una barca atravesando el lago de Genesaret, y Jesús se
había quedado dormido. Como era un lago grande y soplaba un fuerte viento, las
olas amenazaban hundir la barca. Entonces los discípulos asustados lo despertaron
diciéndole: “¡Jesús nos hundimos, nos hundimos! ¿No te preocupa?” Jesús se
levantó entonces y mandó a los vientos y al mar que se calmen. Y enseguida sobrevino
una gran calma. Sus discípulos se quedaron asombrados, diciéndose: “¿Quién es éste a quien los vientos y el mar
obedecen?” (Mt 8:23-27; Mr 4:35-41; Lc 8:22-25).
Vemos pues que sí hay Uno
a quien los vientos y el mar obedecen, Uno que fue hecho durante un tiempo un
poco inferior a los ángeles a causa de los padecimientos de la muerte, pero que
una vez resucitado, es superior a todos ellos; Uno de quien también se dice que
todas las cosas fueron puestas bajo sus pies; y de quien dice además Efesios: “Y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a
la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en
todo” (Ef 1:22,23).
¿De quién está
hablando? De Jesús. De manera que este salmo que comentamos, como hemos ya
visto en el artículo anterior, también es aplicable a Él, a nuestro Redentor, a
nuestro hermano mayor, porque, después de haber sido coronado de espinas, Él ha
sido realmente y sin exageración, coronado de gloria y de honra en recompensa a
los padecimientos a los cuales se sometió voluntariamente para reconciliar al
hombre con Dios.
Jesús tiene
efectivamente dominio sobre todas las cosas sin excepción, no solamente en la
tierra, sino también en el cielo y en el infierno (Flp 2:10), como muy bien
explica Pablo en 1Cor 15:24-28.
Por eso mismo podemos
también ver cuán grande fue su humildad, porque no solamente se hizo inferior a
los ángeles, sino que, sin dejar de ser Dios, tomó apariencia de siervo
haciéndose semejante a nosotros al tomar forma humana, como dice Filipenses en
el capítulo 2. Y a pesar de que todos los ángeles le adoran, aceptó durante un
tiempo ser un poco menos que ellos, y ser como uno de nosotros, y estar sometido
a las mismas limitaciones que nosotros.
Dios le dio al hombre
dominio sobre todas las cosas y las puso bajo sus pies; es decir, en rigor, sobre
casi todas las cosas, porque ciertamente el hombre ha dominado la naturaleza en
medio de la cual vive, pero aún le quedan muchos campos por dominar, y a medida
que descubre más cosas, constata que todavía le quedan muchas más por descubrir.
Ha dominado las fuerzas de la naturaleza y ahora puede volar aunque no tiene
alas, y puede remontarse hasta la luna. Puede permanecer debajo del mar durante
bastante tiempo, aunque no tiene agallas para respirar como los peces, y puede
moverse con facilidad en el agua, aunque no tiene aletas. Puede hacer cosas
extraordinarias, antes inimaginables. Sin embargo ese mismo hombre que todo lo
domina, se vuelve siervo de las cosas y objetos materiales que él mismo con su
ingenio ha creado y produce en masa, y las convierte en ídolos a los cuales
adora y detrás de los cuales corre desesperado. Se convierte realmente en su esclavo.
Lo vemos alrededor
nuestro. Compran un automóvil que les ha costado bastante dinero. Lo cuidan, lo
acariñan, lo quieren como si fuera un ser humano, y ponen todo su cuidado en mantenerlo
limpio y en perfecto estado. Y si por casualidad se raspa un poquito buscan
todos los medios para limpiar la raspadura. ¡Y ay, ay, ay! no vaya a ser que lo
choquen. (No quiero ser hipócrita. Yo también cuido mi carro con esmero. Sobre
todo debajo del capó para que dure)
Adoramos las cosas y
los objetos que tenemos. Hay personas que tienen colecciones de relojes, o de
porcelanas, y los adoran como si fueran la última maravilla. No digo que no
tengan valor; son objetos artísticos que adornan la vida y algunos son muy
bellos. Pero son cosas finalmente que el hombre ha hecho con sus manos, o con
herramientas, como fabricaba antaño ídolos de madera o metal delante de los
cuales se inclinaba, meras cosas y objetos inanimados, y por ellos el hombre
descuida lo que es importante.
Entonces uno puede
realmente preguntarse: ¿Qué cosa es el hombre para que Dios se acuerde de él?
¿Qué es esta criatura que recibió tantos favores de Dios y que en un momento de
locura le da la espalda? ¿Qué es este hombre para que tengas compasión de él
cuando sólo merece tu castigo? Porque tú, Señor, te has inclinado hacia el
hombre y lo has levantado de la cloaca en que se revolcaba, y lo has limpiado
de toda suciedad con tu sangre, y le has infundido tu Espíritu. ¿No se puede
decir acaso eso de nosotros, que nos sacó de la cloaca, del muladar en que
vivíamos con nuestros pecados? Pero Él nos ha levantado, nos ha sacado de la
miseria en que estábamos, de la ignominia, de la vergüenza, de la desesperación
y nos ha limpiado con ese líquido, con ese detergente espiritual maravilloso
que es la sangre de Jesús, y ahora estamos limpios, inmaculados, libres de toda
mancha al habernos justificado. Y algún día nos vamos a presentar delante de Él
para ser juzgados.
A.B. Simpson escribió:
“La raza humana no ha alcanzado aún la victoria, pero la Cabeza de la raza sí la ha
alcanzado, y donde Él está, ahí estaremos nosotros; y como Él es, así seremos
nosotros.”
Nuestro salmo termina
repitiendo la frase inicial. “¡Oh Jehová, Señor
nuestro, cuán grande es tu nombre en toda la tierra!” (v. 9). Y es muy justo que lo
haga, porque su grandeza es para nosotros insondable, más grande de lo que el
hombre pueda concebir. Sin embargo, este Dios inmenso está más cerca de
nosotros que nuestro propio aliento, pues lo tenemos dentro de nosotros, y ahí
está para escucharnos como Padre amante, para atender a la menor de nuestras
súplicas y aliviar la menor de nuestras penas y preocupaciones. Este Dios
inmenso que no cabe en el universo entero está en nuestro pecho. ¿Podemos imaginarlo?
El Creador de todo lo que existe está dentro de nosotros. Y Él vigila y dirige
nuestros pasos, los pasos de todos aquellos que le temen y elevan su
pensamiento a Él.
Decir que “elevan su
pensamiento a Él” es una manera de hablar, porque sólo necesitamos pensar en Él
para contactarlo en nuestro interior. No obstante, la expresión es muy justa,
porque al pensar en Dios nuestro pensamiento se eleva, deja lo cotidiano y
terreno, y se remonta a las regiones del Espíritu.
¿Qué cosa tenemos que
hacer entonces? Adorarle con todo el fervor que Él se merece, con toda la
admiración que su majestad reclama, y darle toda la gloria que podamos con
nuestra boca, con nuestros labios, rindiéndonos a Él y diciéndole: “Señor, yo
soy tuyo, todo lo que soy te pertenece. Tú me has hecho para un destino
glorioso, aunque ahora parezca que estoy limitado, porque tengo un cuerpo que
tiene sus fallas, sus deficiencias y sus debilidades, debido a la edad. Pero
algún día tendré un cuerpo de gloria como el cuerpo de Jesús resucitado, que
atravesaba las paredes y era incorruptible. Y no habrá ninguna enfermedad,
ninguna dolencia, ningún dolor que me impida gozar de la presencia de Dios para
siempre. Amén.
NB. El presente artículo, así como los dos anteriores del
mismo título, están basados en la grabación de una charla dada recientemente en
el ministerio de la Edad de Oro.
Amado lector:
Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre
ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que
cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que
adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare
y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus
pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y
voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin
merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados
y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava
mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante
quiero vivir para ti y servirte.”
#834 (15.06.14). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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