lunes, 21 de julio de 2014

¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES? II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES? II
Un Comentario del Salmo 2:7-9
7-9. “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te he engendrado
hoy. Pídeme y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás.”
En esta estrofa es el mismo Cristo, el Hijo de Dios, el que habla, recordando el decreto proclamado por su Padre Dios desde toda la eternidad, y que expresa su voluntad inconmovible. Las palabras “Mi hijo eres tú” expresan la relación existente entre el Padre, la cabeza de la Trinidad, y el Verbo, de quien el Credo atestigua: “Engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el Padre.”
Esas palabras del Credo son un eco de lo que escribe Juan en el Prólogo de su Evangelio: “En el principio era el Verbo, y el verbo era con Dios, y el Verbo era Dios.” (Jn 1:1).
Por eso el decreto divino afirma: “Yo te he engendrado hoy.” Hoy es el día sin comienzo ni fin en que vive la Trinidad. Por eso también Hebreos dice que el Hijo es “el resplandor de su gloria (entiéndase, del Padre) y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas por la palabra de su poder.” (Hb 1:3). Igualmente, refiriéndose a la eternidad del Hijo, Colosenses afirma: “Él es antes de todas las cosas y todas las cosas subsisten en Él.” (Col 1:17).
Hablando acerca de Jesús, poder y sabiduría de Dios (1Cor 1:24), el libro de Proverbios dice: “Jehová me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado…” (Pr 8:22,23a). Y más abajo afirma: “Cuando establecía los fundamentos de la tierra, con Él estaba yo ordenándolo todo…” (Pr 8:29b, 30a).
Las palabras del salmo segundo que comentamos están reflejadas en la voz del cielo que se oyó cuando Jesús fue bautizado por Juan: “Este es mi hijo amado, en quien tengo complacencia.” (Mt 3:17), y nuevamente en el monte de la transfiguración, pero con el agregado: “A Él oíd.” (Mt 17:5).
Pablo, predicando en Antioquía de Pisidia, cita las palabras “Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy,” vinculándolas a la resurrección de Jesús (Hch 13:33). Recordando esas palabras el apóstol afirma que Jesús “fue declarado Hijo de Dios… por la resurrección de entre los muertos…” (Rm 1:4).
La epístola a los Hebreos cita dos veces las palabras que comentamos de este salmo para probar, primero, que Jesús es superior a los ángeles (Hb 1:5); y segundo, que no fue Él mismo sino su Padre quien lo estableció como sacerdote para siempre “según el orden de Melquisedec”, tal como está escrito en el salmo 110:4 (Hb 5:5,6).
De Jesús dijo también Dios: “Yo haré de mi primogénito el más grande de los reyes de la tierra.” (Sal 89:27).
Pero no debemos olvidar que las palabras que comentamos se refieren en primer lugar al día en que el Verbo se hizo carne en el vientre de María, sin intervención de varón, cuando el Espíritu Santo vino sobre ella y ella concibió por el solo poder del Altísimo que la cubrió con su sombra (Lc 1:35). Ese día el Padre bien pudo haber dicho: “Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy”, porque esas palabras se cumplieron literalmente.
El Hijo único de Dios dice que su Padre le dijo: “Pídeme y yo te daré por herencia las naciones, y en propiedad los confines de la tierra.”
La heredad del Señor en el Antiguo Testamento era el pueblo de Israel, el pueblo que Él escogió en Abraham como propio (Gn 17:1-7). La heredad de Cristo son todos los pueblos y naciones de la tierra. Según H.A. Ironside, es como si el Padre le dijera al Hijo: Tu propia gente no te ha querido, el pueblo de Israel te ha rechazado (cf Jn 1:11), pero yo tengo para ti algo más grande que ser aceptado por ellos. Pídeme y yo te daré por herencia todas las naciones del mundo entero.
No está de más que recordemos que Satanás le hizo a Jesús un ofrecimiento semejante cuando ayunaba en el desierto: Darle todos los reinos del mundo si postrándose delante de él, le adoraba. Jesús lo rechazó diciéndole: “Vete Satanás porque escrito está que al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás.” (Mt 4:8-10). Pero bien pudo haberle también contestado: No necesito que me des nada de eso porque lo que tú me ofreces me pertenece por herencia. (Nota)
No obstante, aun siendo Dios, Jesús tiene que pedirle al Padre que le dé lo que por herencia le pertenece. Tenemos varias instancias en los evangelios en que Jesús le pide algo a su Padre. Por ejemplo, en la oración angustiada que hace en Getsemaní pidiéndole que si es posible le libre de la copa amarga que ha de beber (Mt 26:39,42). Asimismo, poco después de la última cena, en la oración que Jesús dirige al Padre por sus discípulos, registrada en Juan 17, en la que Él le pide, entre otras cosas, que no los quite del mundo, pero que los guarde del mal (v. 15); que los santifique en la verdad, que es su palabra (v. 17); pero, sobre todo, que sean uno “para que el mundo crea que tú me enviaste.” (v. 21), petición que nosotros, los cristianos, obstinadamente nos hemos empeñado en frustrar.
No hay poder que se compare al poder de la oración. La fuerza del hombre, su verdadero poder, reside en su capacidad de orar. El que ora con fe todo lo alcanza. Alguien ha escrito que la oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios. La oración abre, en efecto, las puertas a todo lo que el hombre en justicia desea.
Estando en vida Jesús dijo: “El Padre ama al Hijo y le ha entregado todas las cosas en su mano.” (Jn 3:35; cf Mt 11:27a). Al terminar su carrera en la tierra ese poder empezará a ponerse de manifiesto. Antes de subir al cielo, Jesús dijo a sus discípulos: “Toda potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra,” (como corresponde al que, según Apocalipsis 19:16, es “Rey de reyes y Señor de señores.” ). “Por tanto, id y haced discípulos (míos se entiende) a todas las naciones.” (Mt 28:18,19)
En Hechos 1:8 ese mandato es ligeramente diferente, porque Jesús añade: “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los confines de la tierra.” (cf Is 49:6). A Él, por quien todo fue creado, le pertenece todo por derecho propio y por herencia (Hb 1:2b).
Sin embargo, Él ha puesto en nuestras manos, en cierta manera, la realización de ese derecho, es decir, la extensión de su reino. En nosotros está que lleguemos con las palabras del Evangelio hasta lo último de la tierra para que Él pueda poseerla. Él nos ha confiado el cumplimiento de la profecía que contiene el salmo que comentamos.
Al final de los tiempos, cuando Jesús venga por segunda vez, esta profecía se cumplirá plenamente, pues todos sus enemigos habrán sido quebrantados. Entonces veremos cumplida la solemne promesa que Dios le hizo a su Hijo cuando ascendió al cielo: “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.” (Sal 110:1). Su señal será vista ese día por todos en el cielo antes de que descienda con las nubes con poder y gran gloria (Mt 24:30). En ese momento se cumplirá el sueño profético que tuvo Daniel acerca del Hijo del Hombre: “…He aquí con las nubes venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.” (Dn 7:13,14).
El salmo 72 al referirse a este día dice: “Todos los reyes se postrarán delante de Él; todas las naciones le servirán.” (v. 11). Y también: “Será su nombre por siempre…Benditas serán en Él todas las naciones.” (v. 17).
Nuestro salmo prosigue: “los quebrantarás con vara de hierro, como vasijas de barro los desmenuzarás.” Este versículo es citado entero en la carta que el Señor dirige a la iglesia de Tiatira (Ap 2:27), otorgándole a ella el poder que a Él le fue dado, porque el cristiano puede ejercer en el nombre de Jesús los poderes que a su Maestro le fueron otorgados.
Es propio de los reyes tener un cetro de oro, una vara dorada que es símbolo de su poder (Est 4:11; 5:2; cf Sal 45:6b). Pero en este salmo no se trata de un cetro, sino de un arma, y no de oro sino de hierro; no simboliza tan sólo, sino es el instrumento del poder con el cual el rey quebrantará a todos sus enemigos (Ap 12:5; 19:15), y los desmenuzará con la facilidad con que se quiebra una vasija de barro (Jr 19:1,10).
Nota: Nosotros no nos damos cuenta de que Satanás constantemente nos tienta de una manera semejante, no para que le adoremos directamente, sino a través de objetos y cosas del mundo que él nos ofrece, y que son instrumentos suyos (tales como dinero, lujos, posición social, fama, etc.). Muchísimos son lamentablemente los que caen en la trampa que él les tiende sin ser concientes de que han reemplazado a Dios por uno o varios ídolos.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#812 (12.01.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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