Por
José Belaunde M.
¿POR QUÉ
SE AMOTINAN LAS GENTES? II
Un Comentario del Salmo 2:7-9
7-9. “Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te he
engendrado
hoy. Pídeme y te daré por herencia las naciones, y como posesión
tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como
vasija de alfarero los desmenuzarás.”
En esta estrofa es el mismo
Cristo, el Hijo de Dios, el que habla, recordando el decreto proclamado por su
Padre Dios desde toda la eternidad, y que expresa su voluntad inconmovible. Las
palabras “Mi hijo eres tú” expresan
la relación existente entre el Padre, la cabeza de la Trinidad , y el Verbo, de
quien el Credo atestigua: “Engendrado, no creado; de la misma naturaleza que el
Padre.”
Esas palabras del Credo son
un eco de lo que escribe Juan en el Prólogo de su Evangelio: “En el principio era el Verbo, y el verbo era
con Dios, y el Verbo era Dios.” (Jn 1:1).
Por eso el decreto divino
afirma: “Yo te he engendrado hoy.” Hoy
es el día sin comienzo ni fin en que vive la Trinidad. Por eso también Hebreos
dice que el Hijo es “el resplandor de su
gloria (entiéndase, del Padre) y la
imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas por la palabra
de su poder.” (Hb 1:3). Igualmente, refiriéndose a la eternidad del Hijo,
Colosenses afirma: “Él es antes de todas
las cosas y todas las cosas subsisten en Él.” (Col 1:17).
Hablando acerca de Jesús,
poder y sabiduría de Dios (1Cor 1:24), el libro de Proverbios dice: “Jehová me poseía en el principio, ya de
antiguo, antes de sus obras. Eternamente tuve el principado…” (Pr 8:22,23a).
Y más abajo afirma: “Cuando establecía
los fundamentos de la tierra, con Él estaba yo ordenándolo todo…” (Pr
8:29b, 30a).
Las palabras del salmo
segundo que comentamos están reflejadas en la voz del cielo que se oyó cuando
Jesús fue bautizado por Juan: “Este es mi
hijo amado, en quien tengo complacencia.” (Mt 3:17), y nuevamente en el
monte de la transfiguración, pero con el agregado: “A Él oíd.” (Mt 17:5).
Pablo, predicando en
Antioquía de Pisidia, cita las palabras “Mi
hijo eres tú; yo te he engendrado hoy,” vinculándolas a la resurrección de
Jesús (Hch 13:33). Recordando esas palabras el apóstol afirma que Jesús “fue declarado Hijo de Dios… por la
resurrección de entre los muertos…” (Rm 1:4).
La epístola a los Hebreos
cita dos veces las palabras que comentamos de este salmo para probar, primero,
que Jesús es superior a los ángeles (Hb 1:5); y segundo, que no fue Él mismo
sino su Padre quien lo estableció como sacerdote para siempre “según el orden de Melquisedec”, tal como
está escrito en el salmo 110:4 (Hb 5:5,6).
De Jesús dijo también Dios:
“Yo haré de mi primogénito el más grande
de los reyes de la tierra.” (Sal 89:27).
Pero no debemos olvidar que
las palabras que comentamos se refieren en primer lugar al día en que el Verbo
se hizo carne en el vientre de María, sin intervención de varón, cuando el
Espíritu Santo vino sobre ella y ella concibió por el solo poder del Altísimo que
la cubrió con su sombra (Lc 1:35). Ese día el Padre bien pudo haber dicho: “Mi hijo eres tú; yo te he engendrado hoy”, porque
esas palabras se cumplieron literalmente.
El Hijo único de Dios dice
que su Padre le dijo: “Pídeme y yo te
daré por herencia las naciones, y en propiedad los confines de la tierra.”
La heredad del Señor en el
Antiguo Testamento era el pueblo de Israel, el pueblo que Él escogió en Abraham
como propio (Gn 17:1-7). La heredad de Cristo son todos los pueblos y naciones
de la tierra. Según H.A. Ironside, es como si el Padre le dijera al Hijo: Tu
propia gente no te ha querido, el pueblo de Israel te ha rechazado (cf Jn 1:11),
pero yo tengo para ti algo más grande que ser aceptado por ellos. Pídeme y yo
te daré por herencia todas las naciones del mundo entero.
No está de más que
recordemos que Satanás le hizo a Jesús un ofrecimiento semejante cuando ayunaba
en el desierto: Darle todos los reinos del mundo si postrándose delante de él,
le adoraba. Jesús lo rechazó diciéndole: “Vete
Satanás porque escrito está que al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás.”
(Mt 4:8-10). Pero bien pudo haberle también contestado: No necesito que me des
nada de eso porque lo que tú me ofreces me pertenece por herencia. (Nota)
No obstante, aun siendo
Dios, Jesús tiene que pedirle al Padre que le dé lo que por herencia le
pertenece. Tenemos varias instancias en los evangelios en que Jesús le pide
algo a su Padre. Por ejemplo, en la oración angustiada que hace en Getsemaní pidiéndole
que si es posible le libre de la copa amarga que ha de beber (Mt 26:39,42).
Asimismo, poco después de la última cena, en la oración que Jesús dirige al
Padre por sus discípulos, registrada en Juan 17, en la que Él le pide, entre
otras cosas, que no los quite del mundo, pero que los guarde del mal (v. 15);
que los santifique en la verdad, que es su palabra (v. 17); pero, sobre todo,
que sean uno “para que el mundo crea que
tú me enviaste.” (v. 21), petición que nosotros, los cristianos,
obstinadamente nos hemos empeñado en frustrar.
No hay poder que se compare
al poder de la oración. La fuerza del hombre, su verdadero poder, reside en su
capacidad de orar. El que ora con fe todo lo alcanza. Alguien ha escrito que la
oración es la fuerza del hombre y la debilidad de Dios. La oración abre, en
efecto, las puertas a todo lo que el hombre en justicia desea.
Estando en vida Jesús dijo:
“El Padre ama al Hijo y le ha entregado
todas las cosas en su mano.” (Jn 3:35; cf Mt 11:27a). Al terminar su
carrera en la tierra ese poder empezará a ponerse de manifiesto. Antes de subir
al cielo, Jesús dijo a sus discípulos: “Toda
potestad me ha sido dada en el cielo y en la tierra,” (como corresponde al
que, según Apocalipsis 19:16, es “Rey de
reyes y Señor de señores.” ). “Por
tanto, id y haced discípulos (míos se entiende) a todas las naciones.” (Mt 28:18,19)
En Hechos 1:8 ese mandato
es ligeramente diferente, porque Jesús añade: “Recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo,
y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta los
confines de la tierra.” (cf Is 49:6). A Él, por quien todo fue creado, le
pertenece todo por derecho propio y por herencia (Hb 1:2b).
Sin embargo, Él ha puesto
en nuestras manos, en cierta manera, la realización de ese derecho, es decir,
la extensión de su reino. En nosotros está que lleguemos con las palabras del
Evangelio hasta lo último de la tierra para que Él pueda poseerla. Él nos ha
confiado el cumplimiento de la profecía que contiene el salmo que comentamos.
Al final de los tiempos,
cuando Jesús venga por segunda vez, esta profecía se cumplirá plenamente, pues
todos sus enemigos habrán sido quebrantados. Entonces veremos cumplida la
solemne promesa que Dios le hizo a su Hijo cuando ascendió al cielo: “Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a
tus enemigos por estrado de tus pies.” (Sal 110:1). Su señal será vista ese
día por todos en el cielo antes de que descienda con las nubes con poder y gran
gloria (Mt 24:30). En ese momento se cumplirá el sueño profético que tuvo
Daniel acerca del Hijo del Hombre: “…He
aquí con las nubes venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano
de días, y le hicieron acercarse delante de Él. Y le fue dado dominio, gloria y
reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio
es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.” (Dn
7:13,14).
El salmo 72 al referirse a
este día dice: “Todos los reyes se
postrarán delante de Él; todas las naciones le servirán.” (v. 11). Y
también: “Será su nombre por
siempre…Benditas serán en Él todas las naciones.” (v. 17).
Nuestro salmo prosigue: “los quebrantarás con vara de hierro, como
vasijas de barro los desmenuzarás.” Este versículo es citado entero en la
carta que el Señor dirige a la iglesia de Tiatira (Ap 2:27), otorgándole a ella
el poder que a Él le fue dado, porque el cristiano puede ejercer en el nombre
de Jesús los poderes que a su Maestro le fueron otorgados.
Es propio de los reyes
tener un cetro de oro, una vara dorada que es símbolo de su poder (Est 4:11; 5:2;
cf Sal 45:6b). Pero en este salmo no se trata de un cetro, sino de un arma, y
no de oro sino de hierro; no simboliza tan sólo, sino es el instrumento del
poder con el cual el rey quebrantará a todos sus enemigos (Ap 12:5; 19:15), y
los desmenuzará con la facilidad con que se quiebra una vasija de barro (Jr
19:1,10).
Nota:
Nosotros no nos damos cuenta de que Satanás constantemente nos tienta de una
manera semejante, no para que le adoremos directamente, sino a través de
objetos y cosas del mundo que él nos ofrece, y que son instrumentos suyos
(tales como dinero, lujos, posición social, fama, etc.). Muchísimos son lamentablemente
los que caen en la trampa que él les tiende sin ser concientes de que han reemplazado
a Dios por uno o varios ídolos.
“Jesús, tú viniste al
mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres,
incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido
conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor,
te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi
vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#812 (12.01.14). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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