miércoles, 16 de julio de 2014

¿POR QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES? I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿P0R QUÉ SE AMOTINAN LAS GENTES? I

Un Comentario del Salmo 2: 1-6
Introducción.
Este es el salmo mesiánico por excelencia, el salmo más citado en todo el Nuevo Testamento, lo que muestra cuán apreciado era por los primeros discípulos de Jesús. Es el salmo también que originalmente figuraba al inicio del Salterio, como el primero, tal como da testimonio el vers. 33 del capítulo 13 del libro de los Hechos que, en el original griego, dice textualmente: “Como está escrito también en el salmo primero…” Esa frase ha sido modificada en las versiones comunes para que coincida con la ubicación actual del salmo en segundo lugar. No se sabe en qué año de nuestra era los masoretas judíos le antepusieron el salmo que figura ahora como primero (“Bienaventurado el varón…”). Nótese, sin embargo, que así como ese salmo comienza con una bienaventuranza, con una bienaventuranza termina el segundo, lo que muestra cuán ligados están ambos poemas.
El tema de este salmo –dice Lowht, citado por Spurgeon- es el establecimiento de David sobre su trono como rey de Israel, pese a toda la oposición de sus enemigos; pero su desarrollo sugiere un sentido más profundo: El salmo apunta al David espiritual, al antitipo, al Rey de los judíos, a quien aluden algunas de sus frases. Eso es evidente, para comenzar, porque a David nunca se le prometió que poseería toda la tierra (v. 8).
A medida de que los reyes de Judá se daban cuenta de que la promesa de un reino eterno hecha a David para un descendiente suyo (2Sm 7:12-16), no era para ellos, pues su poder en vez de aumentar disminuía, tuvieron que aceptar que se refería a un futuro lejano. Después de la caída de Jerusalén y de la supresión de la monarquía el año 587 AC, éste y otros salmos semejantes empezaron a ser entendidos en un sentido profético y mesiánico. Los autores del Nuevo Testamento, y los escritores cristianos de los primeros siglos, ven el cumplimiento de la promesa de este salmo en el reinado de Cristo.
Este salmo consta de doce versículos distribuidos en cuatro estrofas de tres versículos cada una. Se ha dicho que en cada una de esas cuatro partes habla una voz distinta. En la primera estrofa habla el mundo, o un observador objetivo; en la segunda es la voz del Padre la que habla; en la tercera es la voz del Hijo; y en la cuarta, el Espíritu Santo.
1-3. “¿Por qué se amotinan las gentes, y los pueblos piensan cosas vanas? Se levantaron los reyes de la tierra y príncipes consultaron unidos contra Jehová y contra su Ungido, diciendo:Rompamos sus ligaduras y echemos de nosotros sus cuerdas.” (Nota 1)
Al comienzo del libro de los Hechos, cuando después de la liberación de Pedro y Juan, que habían sido detenidos por el Sanedrín en Jerusalén acusados de predicar a Cristo (4:1-22), los discípulos se pusieron a orar para darle gracias a Dios por su libertad, ellos citaron los dos primeros versículos de este salmo, aplicándolos a su situación presente y a lo ocurrido con Jesús, que fue víctima de las conspiraciones en su contra de los gentiles, representados por Poncio Pilatos y Herodes, unidos con las autoridades del pueblo de Israel (Hch 4:25-27) y el pueblo mismo que gritaba “¡Crucifícalo, crucifícalo!” (Mt 27:22,23). No obstante, ellos eran concientes de que los enemigos de Cristo, no podían hacer nada contra Él o sus discípulos, que no hubiera sido de antemano permitido por Dios, pues ellos, al citar este pasaje, añadieron: “para hacer cuanto tu mano y tu consejo habían antes determinado que sucediera.” (Hch 4:28).
Pero cuando el salmo fue escrito (no se sabe por quién, quizá por David mismo) esas palabras del inicio se referían al que había sido de muchacho ungido por Samuel como futuro rey de Israel, al hijo menor de Isaí, contra el cual, cuando estaba en Hebrón, se levantó una gran oposición a que fuera proclamado rey de Judá por parte de las tropas leales a Saúl (2Sm 2:8-3:1). Y se levantó nuevamente cuando, siete años más tarde, fue proclamado rey de todo Israel (2Sm 5:1-5), y conquistó Jerusalén -que estaba en poder de los jebuseos (2Sm 5:6-10)- para que Sión fuera cabeza del reino. Los filisteos celosos hicieron entonces también guerra contra él, y fueron derrotados (2Sm 5:17-25). Siendo David una figura de Cristo, ambas aplicaciones, la histórica y la profética, son posibles y compatibles.
¿Por qué se agitan las gentes como lo hace el mar embravecido, y traman intrigas contra Dios y su Ungido que no pueden prevalecer? Amotinarse es rebelarse contra la autoridad establecida y querer derribarla, pero los planes que urden y todos sus esfuerzos, están condenados al fracaso porque nadie puede oponerse a Dios.
Los rebeldes, azuzados por el diablo, creyeron por un momento haber triunfado porque crucificaron a Jesús, pero no se dieron cuenta de que su victoria momentánea se convirtió en derrota, porque la muerte de Jesús libertó al hombre de la esclavitud del pecado (Rm 6:11-14), e inició una nueva etapa para la humanidad con la predicación del Evangelio.
Ellos dicen: “Rompamos sus ligaduras y echemos de nosotros sus cuerdas.” Ésa es la actitud de los rebeldes e incrédulos de todos los tiempos: alzarse contra las leyes de Dios, que conocen por lo menos a través de su conciencia, o por la educación religiosa que recibieron de jóvenes. Quieren vivir a su manera, haciendo lo que les venga en gana, su capricho del momento, para gozar de todos los atractivos materiales que les ofrecen las circunstancias cambiantes de la vida, y los halagos del mundo. Ellos se jactan de su “libertad”, sin prever el lecho, no de rosas sino de espinas, que preparan para sí mismos.
En el versículo 3, de paralelismo sinónimo, las ligaduras y las cuerdas representan las leyes que Dios dio al hombre para que conduzca rectamente su vida y sea feliz, de las cuales en otro lugar se dice. “Haz esto y vivirás” (Lc 10:28), frase en que Jesús hace eco de Proverbios cuando enseña: “Guarda mis mandamientos y vivirás.” (Pr 7:2). Éste, a su vez, refleja un mandato de Levítico: “Guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo, el hombre vivirá por ellos.” (Lv 18:5; cf Nh 9:29; Ez 18:9; 20:11).
Muchos ven en esas ligaduras un límite a su libertad, o una señal de esclavitud, y por eso las arrojan de sí (Jr 5:5), sin comprender que ellas son verdaderamente “cuerdas de amor” (Os 11:4), con las que Dios los quiere atraer a sí mismo para darles la verdadera libertad, la libertad del espíritu, olvidando que Jesús dijo: “Mi yugo es fácil y mi carga ligera.” (Mt 11:30). Las leyes de Dios son en verdad “más deseables que el oro” y “más dulces que la miel.” (Sal 19:10).
4-6. “El que mora en los cielos se reirá; el Señor se burlará de ellos. Luego les hablará en su furor, y los turbará con su ira (2). Pero yo he puesto mi rey sobre Sión, mi santo monte.”
Desde las alturas empíreas en donde figuradamente vive Dios, y desde donde contempla todo lo que se mueve y ocurre en la tierra (Sal 11:4; 14:2; 2Cro 16:9), Él se ríe de los esfuerzos vanos del hombre para oponerse a sus planes y propósitos (Sal 37:13; 59:8; 2R 19:21,22).
Es como si una pequeña cucaracha desafiara al hombre que tiene delante y que con la sola suela de su zapato puede aplastarla sin el menor esfuerzo.
Todos los planes y esfuerzos orgullosos del hombre para oponerse a Dios están condenados irremediablemente al fracaso. Faraón quiso detener el éxodo del pueblo escogido que, en un momento de debilidad y de terror ante la muerte de los primogénitos de su casa y de todo el pueblo, había autorizado (Ex 12:29-33). Pero él, con todo su ejército y sus carros de guerra que se lanzaron a perseguirlos, perecieron ahogados en el Mar Rojo (Ex 14:26-28).
Herodes Agripa I metió presos a algunos miembros de la iglesia de Jerusalén e hizo matar a Santiago, hermano de Juan. Viendo que esto agradaba al pueblo mandó apresar a Pedro con el mismo propósito, pero el Señor libró a Pedro de manera milagrosa. Cuando el rey se enteró, en su frustración hizo matar a los guardias, que no tenían culpa alguna (Hch 12:6-19). Más adelante un ángel del Señor lo tocó y murió comido por gusanos por haber aceptado un homenaje que sólo se debe rendir a Dios (Hch 12:20-23).
Las autoridades romanas persiguieron y torturaron a los cristianos en su afán de suprimir lo que ellos llamaban “la secta de los nazarenos”, porque se negaban a rendir culto a los emperadores, que eran elevados a la categoría de dioses. Pero todos sus esfuerzos fueron vanos, porque la semilla del Evangelio se difundía inconteniblemente, regada por la sangre de los mártires. Al final el cristianismo se convirtió en la religión en las ciudades del imperio, desplazando al culto de las estatuas, y los templos paganos, una vez limpios de ídolos, se convirtieron en iglesias.
Uno de los emperadores, sin embargo, Juliano el Apóstata (332-63), quiso restablecer el culto pagano y persiguió a la iglesia en un último intento de suprimir el cristianismo, pero en la guerra que había emprendido contra el imperio persa, que amenazaba sus fronteras, una flecha inesperada le alcanzó y pereció exclamando: “¡Venciste Galileo!”
Luego de haberse reído de sus opositores, el Señor hablará y pronunciará su veredicto: Pese a toda vuestra oposición yo he colocado a mi rey como soberano en el monte santo, a David, mi escogido.
En efecto, después de haber reinado sobre Judá en Hebrón siete años, David reinó en Jerusalén treinta y tres años sobre todo Israel. De nada sirvió la oposición de sus muchos enemigos que trataron de impedir su triunfo y que hasta el final amenazaron su trono. Dios declaró que su reinado, en un sentido espiritual, sería eterno (2Sm 7:16).
Pese a todas las intrigas de sus enemigos, que estaban impulsados por el diablo, Jesús venció en el Calvario al que tenía el imperio de la muerte (Hb 2:14), y lo aplastó bajo sus pies, como estaba predicho (Gn 3:15). Él reina ahora en el monte de Sión espiritual que es la iglesia, y reina también en el corazón de todos sus siervos, a los cuales Él con su resurrección dio una nueva vida que les permite triunfar sobre el pecado. Y ha de venir una segunda vez para juzgar a vivos y muertos y destruir definitivamente a sus enemigos. Cuando aparezca triunfante montado en un caballo blanco, en sus muslos y en sus vestiduras blancas llevará inscritas las palabras: “Rey de reyes y Señor de señores” (Ap 19:16).
Notas: 1. El verbo hebreo hagáh figura también en el Sal 1:2, traducido como “medita”. Mientras el justo piensa o medita en la ley del Señor, los impíos piensan cosas vanas (A. R. Faucett). Esto es, mientras el primero piensa en las cosas buenas que puede hacer para beneficio de la gente, los segundos sólo piensan en cómo destruir y hacer daño.
2. Aunque el Antiguo Testamento habla con frecuencia de la ira de Dios, es evidente que lo hace metafóricamente, atribuyéndole sentimientos humanos. Si Él alguna vez se ve obligado a corregir al hombre, lo hace con amor; y si permite que le ocurran cosas que lo afligen, lo hace movido por su misericordia y para su bien.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#811 (05.01.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

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