martes, 27 de octubre de 2009

EL ANCIANO I

Antiguo Testamento
El presente texto está basado en la trascripción de una charla dada recientemente en el ministerio de la Edad de Oro de la Comunidad Cristiana Agua Viva.

Pienso que a ninguno de los que estamos acá –incluyéndome a mí- le gusta que le digan anciano. Y sin embargo la palabra “anciano” es muy honrosa en la Biblia, y está acompañada de gran prestigio. Para ver por qué y cómo, y cuán ilustre es el “pedigree”, la prosapia de esta palabra, voy a ofrecerles una charla cuyo título es precisamente “El Anciano”.

No podemos negar que en nuestros días la palabra “anciano” tiene una connotación negativa, casi peyorativa, humillante. Por eso empleamos en su lugar eufemismos tales como “adulto mayor”, o “persona de la tercera edad”. Dicen que a partir de los 80 (ya casi estoy ahí) es la “cuarta edad”. ¿A partir de los 100 años será la “quinta edad”? ¿Quién quisiera llegar a la “quinta edad”? A mi me encantaría, siempre y cuando llegue fresco como un pollo.

En nuestra iglesia, por generosidad de nuestros pastores principales, y por iniciativa de nuestro hermano y pastor José y de su esposa Gladys, se ha fundado el ministerio de la “Edad de Oro”. El nombre es muy apropiado, porque es la edad en la que el fruto de la vida alcanza su plenitud.

Sin embargo, debemos tener en cuenta que esta desvaloración de la edad avanzada a la que me he referido es cuestión de una moda cultural reciente, que puede ser pasajera y que podría ser revertida. Ahora muchas empresas piensan que un funcionario a los 40 años ya está demasiado viejo para nombrarlo Gerente General. Los altos funcionarios de los bancos tienen una edad promedio de 35 años. Conseguir un trabajo bien renumerado después de los 40 es muy difícil, y después de los 50, es prácticamente imposible. A esos supuestos viejos se les arruma cuando están en la plenitud de sus capacidades.

Pero antes no era así, sino todo lo contrario. El mundo antiguo privilegiaba la ancianidad. Roma era gobernada por el “senado”, que estaba formado por los ciudadanos “senior”, palabra latina que quiere decir “anciano”; esto es, en aquellos tiempos de menor expectativa de vida, por los ciudadanos mayores de 45 años. En Grecia ocurría algo parecido. Igual entre los árabes. La palabra “sheik”, que sin duda ustedes conocen por los “comics” de antaño que leían de niños, quiere decir “anciano”.

En nuestro país, hasta no hace mucho los jóvenes tenían que esperar que los viejos se murieran para poder ser ascendidos. Los mejores cargos eran para los mayores de 60.

Ni ocurre en todas las culturas lo que ocurre ahora en la nuestra, por influencia norteamericana naturalmente. Por ejemplo, el Japón es conocido por ser una “gerontocracia” (Nota 1), una sociedad gobernada por ancianos. Para ser primer ministro hay que tener por lo menos 70 años, si no más. Bueno, ahora admiten a los menores de 70 siempre y cuando sean mayores de 60.
Pero basta de introducción, y vayamos al tema.

En la antigüedad bíblica los ancianos encarnaban la autoridad. Eso lo vemos, por ejemplo, en la historia de José, en Génesis 50:7, en donde se habla de los ancianos de la casa del Faraón y de la tierra de Egipto. O en Números 22:7, donde se habla de los ancianos de Moab y de Madián, es decir, de las autoridades de esos pueblos.

Se suponía, con razón, que el anciano está lleno de experiencia y de sabiduría, y es la persona a la cual hay que acudir para pedir consejo. Por ejemplo en el libro de Job se dice: “En los ancianos está la sabiduría y en la larga edad, la inteligencia.”(Jb 12:12).

Al anciano se le debe honrar dice el Levítico: “Delante de las canas te levantarás, y honrarás el rostro del anciano.” (Lv 19:32). Yo recuerdo que cuando era niño me enseñaron a levantarme cuando entraba al salón una persona de edad, y a ofrecerle mi asiento. Me temo que eso es algo que ya no se enseña ni a los niños ni a los jóvenes. Sin embargo, es una muy buena costumbre y una señal de buena educación.

Cuando Dios ordena a Moisés que vaya a liberar al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, no le dice que vaya a hablar a la multitud de los israelitas directamente, sino que vaya a hablar a los ancianos del pueblo, porque ellos representan al pueblo y tienen autoridad. (Ex 3:16). (2)

Por consejo de Jetro, su suegro, Moisés nombra 70 jueces para que compartan con él la responsabilidad de juzgar los asuntos del pueblo. (Ex 18:13-27). No se menciona en ese pasaje la palabra “anciano”, pero está sobreentendida. Pero se dice que los jueces deben ser:
- virtuosos,
- temerosos de Dios,
- que aborrezcan la avaricia (para que no sean tentados por el soborno)
- veraces.

¿Cuántos de los que estamos aquí podemos decir que esas cualidades nos describen a nosotros?
En el pasaje paralelo (Nm 11:16,17), sí se menciona la palabra “anciano” y Dios le dice a Moisés: “Tomaré de tu espíritu y lo pondré sobre ellos.”

Eso es muy interesante, porque quiere decir que cuando el pastor nombra “ancianos” en la iglesia (es decir, líderes que compartan con él la responsabilidad pastoral) Dios toma parte del Espíritu Santo que reposa sobre el pastor y lo pone sobre cada uno de sus colaboradores que está ordenando.

El Espíritu Santo es Dios y está muy por encima de nosotros, pero en cierta manera hay una unción personal que se transmite del mayor al menor, como cuando Eliseo le pide a Elías, antes de que sea levantado al cielo, que repose sobre él una doble porción del Espíritu que el profeta anciano tenía (2R 2:9). Y le fue concedido lo que había pedido porque Eliseo realizó mayores milagros de los que Elías había hecho.

Cuando Dios iba a dar a Moisés las tablas de la ley, Él le ordena que suban al monte él, Aarón, sus dos hijos y setenta ancianos, pero éstos no debían acercarse, sino sólo inclinarse de lejos (Ex 24:1,2). Así hicieron y tuvieron como una visión de Dios de lejos (v.9,10). Posteriormente Moisés subió a la cima y un nube cubrió el monte, “y la gloria de Jehová reposó sobre el monte Sinaí.” (v. 12,16).

En varios pasajes del Pentateuco vemos cómo Moisés encarga que cuando el pueblo se establezca en la Tierra Prometida, los ancianos administren justicia. Por ejemplo, deben
- investigar los asesinatos (Dt 21:2);
- apresar y juzgar a los asesinos que se escondan en las ciudades de refugio (Dt 19:12) (3);
- velar por la castidad de la novia (Dt 22:15-19).

Los ancianos tenían que velar también porque el pueblo recuerde las proezas que Dios hizo con ellos cuando los sacó de Egipto, para que el pueblo le sirva fielmente cumpliendo su ley (Dt 32:7-10).

Si los ancianos no cumplen esa obligación, el pueblo olvidará lo que Dios ha hecho por ellos y se apartará de Él, como en efecto ocurrió en la época de los jueces (Jc 2:7-10).

Nosotros los mayores somos responsables de trasmitir a los jóvenes, a nuestros hijos y nietos, los recuerdos y tradiciones de nuestra familia. La pérdida de los recuerdos familiares tiene como consecuencia una pérdida de la identidad personal. Esa es una de las causas por las cuales nuestra juventud carece de raíces y, como consecuencia, está desorientada. No sé si todos, pero muchos tenemos antepasados de los cuales nos enorgullecemos, que no fueron necesariamente personas famosas o ricas, pero sí personas honestas, que cumplieron su deber, o que se sacrificaron por una causa noble, o que murieron defendiendo a su patria. Los recuerdos de nuestros mayores nos orientan en la vida y nos dan la seguridad de lo que somos. Tenemos de quiénes orgullecernos, y ese orgullo sano –siempre que no sea exagerado- nos inspira y nos sostiene en la vida. Los jóvenes que no tienen mayores de quiénes sentirse orgullosos tienen una identidad débil, que tratarán de compensar haciendo quizá cosas de las después pudieran arrepentirse. Es decir, si Dios no viene en su ayuda y les da una identidad mejor, una identidad divina como hijos de Dios, que es superior a cualquier identidad humana.

¡Cuán bienaventurados son los que pueden decir que la gracia de Dios se manifestó en la vida de sus padres, o de sus abuelos, o de alguno de sus antepasados, o que Dios los salvó de situaciones difíciles! Si hechos semejantes forman parte de los recuerdos familiares, como sé de algunos, ellos tienen la obligación de transmitirlos a sus hijos, nietos y descendientes, para que no los olviden y sepan que Dios es real y se preocupa por nosotros.

A lo largo de la historia de Israel vemos la presencia constante de los ancianos a la vez como representantes y como autoridades del pueblo. Por ejemplo, los ancianos de Israel van donde el profeta Samuel, que estaba ya viejo, para pedirle que les nombre un rey como tienen los demás pueblos (1Sam 8:4,5). Samuel se molesta porque piensa: Ya no quieren que yo les gobierne. Pero Dios le dice: Hazles caso. Y Samuel les ungió a Saúl como rey, pero no sin advertirles todas las cargas que el rey impondría sobre ellos (1Sam 8:9-18).

Más adelante vemos cómo los ancianos de Israel, después de muerto Saúl, ungen a David como rey (2Sam 5:3; 1Cro 11:3).

Muerto David, Salomón convoca a los ancianos de Israel para traer el arca de la alianza al templo que él había construido en Jerusalén (2Cro 5:2-5).

¿Quiénes cargaron el arca? ¿Los jovencitos? No, ese honor les cupo a los ancianos.

Ante la rebelión de las tribus del Norte, su hijo y sucesor, Roboam, pide consejo a los ancianos que habían estado delante de su padre (1R 12:6,7) pero, desgraciadamente, no les hace caso, sino sigue el consejo contrario y necio de los jóvenes que eran sus amigos. Como consecuencia el reino se divide en dos reinos rivales, y él se queda con la parte menor (vers. 8 al 17). Si les hubiera hecho caso, otra habría sido su suerte y la de su pueblo.

Cuando en tiempos de Josías se encuentra el libro de la ley, que por descuido se había extraviado, y no se cumplían sus mandatos, el rey convoca a todos los ancianos y a todo el pueblo para que oigan la lectura del libro sagrado (2R 23:1-3). Con esa ocasión comienza un gran avivamiento en Judá.

Durante su cautividad en Babilonia, el pueblo, privado de su libertad, siguió teniendo ancianos a su cabeza (Jr 29:1; Ez 14:1; 20:1). Pero también los que habían quedado en Judá seguían teniendo ancianos que los gobernaban, aunque mal porque no los apartaron de la idolatría que había causado su ruina. (Ez 8:1). ¿De qué sirve tener ancianos que gobiernen si no guían al pueblo en el temor de Dios?

El anciano siempre debe dar buen ejemplo, porque si lo da malo ¿qué cosa podemos esperar de los jóvenes?

Durante la época de la dominación griega, que va desde el año 323 AC, cuando Alejandro Magno conquistó Israel, hasta el año 63 AC, en que Jerusalén fue conquistada por los romanos, hubo un consejo de ancianos llamado “gerusía”, según narran 1Mac 12:6 y 14:20, y el historiador Josefo. Ese consejo tomará pronto el nombre de “sanedrín” tal como lo conocemos nosotros por los evangelios, y estaba formado por los sacerdotes, los escribas (en su mayoría fariseos) y por los ancianos de Israel, es decir, por las personas notables por su posición y experiencia.

Notas: 1. La palabra “gerontocracia” viene del griego gerontos (anciano, adjetivo) y kratos (poder) y significa gobierno por un consejo de ancianos. La palabra “gerusía” (Ver más arriba) tiene el mismo origen etimológico.
2. La palabra hebrea que traducimos como “anciano” es zakén (que la Septuaginta traduce como presbúteros). Cuando se la usa como sustantivo plural, el contexto determina si se trata del cuerpo gobernante de ancianos o de la clasificación correspondiente a la edad avanzada. Como lo primero solían sesionar en las puertas de la ciudad (Pr 31:23) para resolver diversos asuntos (Dt 21:1-9; Rt 4:11), siendo el “quórum” requerido diez hombres (Rt 4:2).
3. La legislación mosaica preveía el establecimiento de ciudades de refugio en las que el que hubiera matado involuntariamente a una persona pudiera refugiarse y escapar hasta que fuera juzgado, del “vengador de la sangre”, el pariente encargado de matar al asesino. (Nm 35:9-28; Dt 19:1-13; Jos 20:1-9).

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