LA VIDA Y
LA PALABRA
Por José Belaunde M.
CONSEJOS PATERNALES III
Un Comentario de Proverbios 4:20-27
Esta última sección del capítulo
dirige su atención a las diferentes partes de nuestro cuerpo que intervienen en
nuestra conducta: oídos (v. 20), ojos (v. 21,25), corazón (v. 23), labios (v.
24), pies (v. 26,27).
20. “Hijo mío, está atento a mis palabras;
Inclina tu oído a mis razones.”
Inclina tu oído a mis razones.”
21. “No se aparten de tus
ojos;
Guárdalas en medio de tu corazón;”
Guárdalas en medio de tu corazón;”
22. “Porque son vida a los que las hallan,
Y medicina a toda su carne.”
Y medicina a toda su carne.”
Esta pequeña perícopa de tres
versículos dedica los dos primeros a exhortar encarecida e intensamente al hijo,
(o discípulo) a prestar atención a los consejos paternos, y en el tercero
expresa la razón de su insistencia, la cual encierra uno de los secretos del
valor que tienen las Escrituras para nosotros. Los dos primeros versículos son
una exposición de cómo debe ser la escucha: 1) estar atento, es decir, prestar
atención a las palabras; 2) escuchar detenidamente su significado e intención (inclinarse
es el gesto con el cual uno se acerca a algo); 3) tenerlas siempre presente, es
decir, tener los ojos puestos en ellas, lo que quiere decir que no se trata solamente
de escuchar la palabra hablada, sino también de leerla escrita. Leer con atención,
en efecto, es una forma de escuchar. Finalmente 4) de nada serviría todo ese
ejercicio si lo escuchado y leído no penetrara en el corazón, es decir, si no
fuera apropiado internamente, incorporado a la propia vida y llevado a la
práctica, convirtiendo sus consejos en normas y directrices concientemente vividas.
La razón, el secreto, de esta
exhortación es –como ya se ha dicho anteriormente- que las palabras de Dios son
vida, es decir, dan vida a los que las escuchan y ponen en práctica.
¿Qué quiere decir dar vida en
este contexto? Teniendo en cuenta lo que se dice más adelante, que son medicina
para los huesos (Pr 16:24), dar vida quiere decir que tienen, primero que nada,
una virtud curativa para sanar las enfermedades del cuerpo. Pero, sobre todo,
que, viniendo de Dios, refrescan el ánimo, dan vitalidad, alegran, aumentan las
fuerzas, etc. Esto en el plano de la vida material, pero en el plano espiritual,
comunican, infunden vida en el alma, acercan a Dios, limpian del pecado y sus
secuelas, incentivan el desarrollo de las virtudes, y muy especialmente, avivan
el amor a Dios.
Acerca de la virtud curativa de
la palabra de Dios hay muchos testimonios escritos, y muchos textos en el Antiguo
Testamento que lo confirman. Me limitaré a citar sólo uno: “Envió su palabra y los sanó.” (Sal 107:20). Pero acerca de su
efecto espiritual, el Salmo 119 está lleno de instancias concretas: corrige (v.
67,71), redarguye (v. 21), exhorta (v. 25,50,93), guía (v. 105), guarda del
pecado (v. 9,11,121,133), consuela (v. 52), etc. Siendo tan grande el poder de
la palabra ¿cómo vamos a descuidar alimentarnos de ella cotidianamente? Hacerlo
sería descuidar nuestro propio bien y despreciar nuestro provecho. Si Dios la
ha puesto a nuestra disposición para que nos valgamos de ella, sería una grave
negligencia no aprovechar la oportunidad que se nos brinda de ser enriquecidos
por este don suyo de valor eterno.
23. “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón;
Porque de él mana la vida.”
Este versículo es uno de los más importantes de toda la
Biblia, porque trata de la posesión más valiosa que haya sido encomendada al
hombre. En efecto, no hay cosa más digna de estima, de mayor valor para
nosotros, que nuestro corazón en sentido espiritual. Es decir, nuestro ser
interior, con todo lo que ello comprende: mente, sentimientos, decisiones,
sueños, aspiraciones e intenciones. El corazón ha sido llamado con acierto “la
ciudadela del hombre”. Debemos vigilar su contenido con toda diligencia, porque
así como del órgano del corazón mana la vida del cuerpo por la sangre que envía
a todo el organismo, llevando el oxígeno que necesitan nuestras células, de
manera semejante de ese centro de nuestro ser fluye nuestra vida espiritual,
pues nuestros pensamientos, sentimientos y deseos definen y determinan la
calidad de esa vida, si es vital o está como muerta.
Notemos que si la fuente
está contaminada, sucia, el agua que brote de ella también lo estará. De ahí
que deba vigilarse todo lo que entra a nuestra mente y todo lo que nuestra
mente rumia, por así decirlo, porque lo que entra en ella y lo que ella elabora,
determina lo que sale, esto es, nuestras acciones y conducta (16:9a).
Jesús lo dijo muy claro: “No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que
sale de la boca, eso lo contamina. Porque lo que sale de la boca, del corazón
sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos
pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos,
los falsos testimonios, las blasfemias.” (Mt 15:11,18,19). Todo lo que
nosotros hacemos y decimos existió primero potencialmente en nuestro corazón.
Bien lo dijo Orígenes: “La fuente de todo pecado está en los malos
pensamientos, porque a menos que ellos ganen dominio sobre nosotros no
existirían los asesinatos ni los adulterios. Recuerda que las fuerzas
espirituales de maldad de las regiones celestes andan alrededor nuestro como
león rugiente (1P 5:8) tratando de apoderarse de nuestro corazón para gobernar
nuestras vidas. Pon pues, por ello, una valla alrededor de tu corazón para que
nada impuro lo contamine. El diablo también lo está vigilando, para ver en qué
momentos de descuido tuyo puede asaltarlo para clavar sus dardos.
Algunos se guardan de pecar con el cuerpo, pero pecan con
el corazón teniendo pensamientos de lujuria, o de odio y venganza. Pero si
pecaste con el corazón es como si hubieras pecado con el cuerpo. Tu mano no
asestó el golpe para herir, pero tu corazón si lo hizo, y no quedará
inadvertido, porque “el Señor aclarará lo
oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones del corazón.” (1Cor
4:5).
24. “Aparta de ti la perversidad de la boca,
Y aleja de ti la iniquidad de los labios.”
Habiendo hablado del corazón, ahora pasa a los labios.
Sabemos que hay una conexión
estrecha entre la boca y el corazón porque, como
dijo Jesús: “de la abundancia del corazón
habla la boca.” (Mt 12:34b) Nosotros solemos hablar de las cosas que llenan
nuestro corazón, es decir, de las cosas que nos interesan, que ocupan nuestra
mente; de las cosas con las que tenemos una vívida relación emotiva; sea
positiva, porque las amamos, o negativa, porque nos son odiosas y las
detestamos. Todo lo que tenemos en el corazón saldrá algún día por nuestros
labios, aun sin quererlo ni darnos cuenta; y a veces nuestras propias palabras
inadvertidamente nos acusarán. Más aun, como ya se ha dicho, lo que guardamos
en el corazón determinará nuestras actitudes, y nuestros gestos y reacciones, sin
que nos demos cuenta.
Si la frase de Jesús es
cierta –como lo es sin duda- puede decirse que a quien guarde su corazón con
toda diligencia no es necesario aconsejarle que aparte la perversidad de su
boca, porque no se hallará en él. Pero no hay hombre tan perfecto en la tierra
que no esconda alguna iniquidad en su alma, de modo que aun a ése tal hay que
exhortarle a que aleje la iniquidad de sus labios. Si le da expresión con la
boca la refuerza en su corazón y se mancilla con ella. Si tiene la tentación de
expresar sus malos sentimientos hacia alguna persona, o llevar a la práctica los
malos deseos de su mente sensual, será mejor que se refrene para no dar lugar a
que el diablo le venza y retome aquella parte de su corazón que ya había cedido
a Dios.
L.A. Schökel traduce: “Aparta de ti la lengua tramposa; aleja de
ti los labios falsos.” Su versión expone la necesidad de ser siempre veraz,
de no engañar a nadie para obtener alguna ventaja, o ganancia. ¡Cómo escucharan
este consejo algunos comerciantes! La ganancia mal obtenida puede agujerear su
bolsillo, o su estómago, después de agujerear su alma. Aconseja además no
mentir ni manchar la honra de nadie, acusándolo falsamente de cosas que no ha
cometido. El día menos pensado el daño hecho a la honra, o buen nombre ajeno, rebotará
en perjuicio del mentiroso.
El libro de Proverbios
tiene mucho que decir de la boca, de los labios y de la lengua: Condena los
labios mentirosos (12:22); denuncia al chismoso (20:19) (Nunca caigas en ese
defecto al que son proclives no sólo las mujeres, como se cree, porque, como
dice Ecl 7:21,22, si hablas mal de otro, algún día oirás a alguno hablar mal de
ti). En cambio, encomia al corazón del sabio que “hace prudente su boca y añade gracia a sus labios.” (16:23; cf
10:19; 13:3); afirma que “la lengua de
los sabios es medicina.” (12:18), y árbol de vida “la lengua apacible” (15:4). Proclama por último que “la vida y la muerte están en el poder de la
lengua” (18:21). Cuida pues tu lengua, porque, quiéraslo o no, comerás del fruto de lo que ella diga.
25. “Tus ojos miren lo recto,
Y diríjanse tus párpados hacia
lo que tienes delante.”
Que los propósitos que persigues sean
siempre honestos y las metas que deseas alcanzar sean siempre honorables. En
ellos fija tu mirada sin vacilar. La persona que anda mirando de un lado a otro
al caminar, como espiando el entorno de manera furtiva para ver qué oportunidad
se le ofrece de aprovecharse del descuido o ingenuidad de algún incauto, guarda
pensamientos de dudosa índole en su corazón. No es una persona confiable. Es
mejor que no tengas trato con ella; no vayas a caer en una de sus trampas.
Pero este versículo advierte
también del peligro de dejar que nuestra mirada sea atraída por una mujer
ajena, con la cual, si uno la mira con deseo, ya ha cometido adulterio en su
corazón, según dijo Jesús (Mt 5:28). Por eso es que Job dice que él se había
impuesto por ley no mirar con deseo ni siquiera a una virgen (Jb 31:1). Por eso
también dijo Jesús muy apropiadamente que los ojos son la lámpara del cuerpo.
Si nuestros ojos son malos, es decir, si la intención con que miramos es
torcida, todo nuestro ser estará en oscuridad; pero si son buenos, es decir, si
nuestras intenciones son rectas e inocentes, todo nuestro ser estará iluminado
(Mt 6:22,23). Eso se refiere no sólo a la sensualidad, sino también a la
codicia.
26. “Examina la senda de tus pies,
Y todos tus caminos sean
rectos.”
27. “No te desvíes a la derecha ni a la izquierda;
Aparta tu pie del mal.”
26. Este proverbio nos exhorta a hacer
el examen continuo del camino que llevamos, de lo que estamos haciendo, si es
recto, conforme a la palabra de Dios, o no. Este versículo, además, respalda la noción de que el examen de
conciencia es algo bíblico. "Examina
la senda de tus pies" quiere decir: examínate a ti mismo, examina tu
conducta, práctica que Pablo recomienda (2 Cor 13:5), no vaya a ser que sin
darte cuenta estés incurriendo en faltas. Mejor es que te juzgues tú
sinceramente, que no que sea Dios quien lo haga cuando ya no puedes rectificar
nada de lo hecho en tu vida.
Nuestros caminos están abiertos
a los ojos de Dios que los considera (Pr 5:21), y tiene en cuenta todas
nuestras acciones (1Sm 2:3). No hay nada que escape a su mirada.
Esa misma exhortación nos la
hace Efesios 5:15: “Mirad, pues, con
diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios.”
27. La exhortación a no desviarse
del camino aparece frecuentemente en Deuteronomio y Josué (Dt 5:32; 17:11,20; 28:13,14;
Js 1:7; 23:6), y anima a perseverar en el camino trazado que debe siempre perseguir
el bien, tal como hizo el piadoso rey Josías (2R 22:2).
En Isaías se da un consejo
semejante: “Este es el camino, andad por
él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda.” (Is
30:21). No dudemos de que Dios, en su infinita compasión, enviará su voz como
un aviso que oiremos a nuestras espaldas cuando más lo necesitemos, alertándonos
del peligro de desviarnos que enfrentamos.
Conviene recordar lo que dice
otro proverbio: “Todo camino del hombre
es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones.” (Pr 21:2).
Para no desviarnos del camino debemos siempre pedirle a Dios que nos guíe y nos
guarde, porque mientras vivamos seremos inevitablemente tentados a dejar una y
otra vez el camino recto y seguro por el que andamos; y habrá incentivos que
atraigan nuestra ambición, o nuestra concupiscencia, y que nos inciten engañosamente
a gozar de ellos (Sal 27:11; cf 5:8). Bien advirtió Pablo: “El que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1Cor 10:12).
Amado lector: Si tú no estás seguro
de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a
arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos
haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la
cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
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Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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