martes, 30 de diciembre de 2014

CONSEJOS PATERNALES III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
CONSEJOS PATERNALES III
Un Comentario de Proverbios 4:20-27
Esta última sección del capítulo dirige su atención a las diferentes partes de nuestro cuerpo que intervienen en nuestra conducta: oídos (v. 20), ojos (v. 21,25), corazón (v. 23), labios (v. 24), pies (v. 26,27).
20. “Hijo mío, está atento a mis palabras;
Inclina tu oído a mis razones.”
21. “No se aparten de tus ojos;
Guárdalas en medio de tu corazón;”
22. “Porque son vida a los que las hallan,
Y medicina a toda su carne.”
Esta pequeña perícopa de tres versículos dedica los dos primeros a exhortar encarecida e intensamente al hijo, (o discípulo) a prestar atención a los consejos paternos, y en el tercero expresa la razón de su insistencia, la cual encierra uno de los secretos del valor que tienen las Escrituras para nosotros. Los dos primeros versículos son una exposición de cómo debe ser la escucha: 1) estar atento, es decir, prestar atención a las palabras; 2) escuchar detenidamente su significado e intención (inclinarse es el gesto con el cual uno se acerca a algo); 3) tenerlas siempre presente, es decir, tener los ojos puestos en ellas, lo que quiere decir que no se trata solamente de escuchar la palabra hablada, sino también de leerla escrita. Leer con atención, en efecto, es una forma de escuchar. Finalmente 4) de nada serviría todo ese ejercicio si lo escuchado y leído no penetrara en el corazón, es decir, si no fuera apropiado internamente, incorporado a la propia vida y llevado a la práctica, convirtiendo sus consejos en normas y directrices concientemente vividas.
La razón, el secreto, de esta exhortación es –como ya se ha dicho anteriormente- que las palabras de Dios son vida, es decir, dan vida a los que las escuchan y ponen en práctica.
¿Qué quiere decir dar vida en este contexto? Teniendo en cuenta lo que se dice más adelante, que son medicina para los huesos (Pr 16:24), dar vida quiere decir que tienen, primero que nada, una virtud curativa para sanar las enfermedades del cuerpo. Pero, sobre todo, que, viniendo de Dios, refrescan el ánimo, dan vitalidad, alegran, aumentan las fuerzas, etc. Esto en el plano de la vida material, pero en el plano espiritual, comunican, infunden vida en el alma, acercan a Dios, limpian del pecado y sus secuelas, incentivan el desarrollo de las virtudes, y muy especialmente, avivan el amor a Dios.
Acerca de la virtud curativa de la palabra de Dios hay muchos testimonios escritos, y muchos textos en el Antiguo Testamento que lo confirman. Me limitaré a citar sólo uno: “Envió su palabra y los sanó.” (Sal 107:20). Pero acerca de su efecto espiritual, el Salmo 119 está lleno de instancias concretas: corrige (v. 67,71), redarguye (v. 21), exhorta (v. 25,50,93), guía (v. 105), guarda del pecado (v. 9,11,121,133), consuela (v. 52), etc. Siendo tan grande el poder de la palabra ¿cómo vamos a descuidar alimentarnos de ella cotidianamente? Hacerlo sería descuidar nuestro propio bien y despreciar nuestro provecho. Si Dios la ha puesto a nuestra disposición para que nos valgamos de ella, sería una grave negligencia no aprovechar la oportunidad que se nos brinda de ser enriquecidos por este don suyo de valor eterno.
23. “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón;

Porque de él mana la vida.”
Este versículo es uno de los más importantes de toda la Biblia, porque trata de la posesión más valiosa que haya sido encomendada al hombre. En efecto, no hay cosa más digna de estima, de mayor valor para nosotros, que nuestro corazón en sentido espiritual. Es decir, nuestro ser interior, con todo lo que ello comprende: mente, sentimientos, decisiones, sueños, aspiraciones e intenciones. El corazón ha sido llamado con acierto “la ciudadela del hombre”. Debemos vigilar su contenido con toda diligencia, porque así como del órgano del corazón mana la vida del cuerpo por la sangre que envía a todo el organismo, llevando el oxígeno que necesitan nuestras células, de manera semejante de ese centro de nuestro ser fluye nuestra vida espiritual, pues nuestros pensamientos, sentimientos y deseos definen y determinan la calidad de esa vida, si es vital o está como muerta.
Notemos que si la fuente está contaminada, sucia, el agua que brote de ella también lo estará. De ahí que deba vigilarse todo lo que entra a nuestra mente y todo lo que nuestra mente rumia, por así decirlo, porque lo que entra en ella y lo que ella elabora, determina lo que sale, esto es, nuestras acciones y conducta (16:9a).
Jesús lo dijo muy claro: “No es lo que entra en la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale de la boca, eso lo contamina. Porque lo que sale de la boca, del corazón sale; y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.” (Mt 15:11,18,19). Todo lo que nosotros hacemos y decimos existió primero potencialmente en nuestro corazón. Bien lo dijo Orígenes: “La fuente de todo pecado está en los malos pensamientos, porque a menos que ellos ganen dominio sobre nosotros no existirían los asesinatos ni los adulterios. Recuerda que las fuerzas espirituales de maldad de las regiones celestes andan alrededor nuestro como león rugiente (1P 5:8) tratando de apoderarse de nuestro corazón para gobernar nuestras vidas. Pon pues, por ello, una valla alrededor de tu corazón para que nada impuro lo contamine. El diablo también lo está vigilando, para ver en qué momentos de descuido tuyo puede asaltarlo para clavar sus dardos.
Algunos se guardan de pecar con el cuerpo, pero pecan con el corazón teniendo pensamientos de lujuria, o de odio y venganza. Pero si pecaste con el corazón es como si hubieras pecado con el cuerpo. Tu mano no asestó el golpe para herir, pero tu corazón si lo hizo, y no quedará inadvertido, porque “el Señor aclarará lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones del corazón.” (1Cor 4:5).
24. “Aparta de ti la perversidad de la boca,
Y aleja de ti la iniquidad de los labios.”
Habiendo hablado del corazón, ahora pasa a los labios. Sabemos que hay una conexión
estrecha entre la boca y el corazón porque, como dijo Jesús: “de la abundancia del corazón habla la boca.” (Mt 12:34b) Nosotros solemos hablar de las cosas que llenan nuestro corazón, es decir, de las cosas que nos interesan, que ocupan nuestra mente; de las cosas con las que tenemos una vívida relación emotiva; sea positiva, porque las amamos, o negativa, porque nos son odiosas y las detestamos. Todo lo que tenemos en el corazón saldrá algún día por nuestros labios, aun sin quererlo ni darnos cuenta; y a veces nuestras propias palabras inadvertidamente nos acusarán. Más aun, como ya se ha dicho, lo que guardamos en el corazón determinará nuestras actitudes, y nuestros gestos y reacciones, sin que nos demos cuenta.
Si la frase de Jesús es cierta –como lo es sin duda- puede decirse que a quien guarde su corazón con toda diligencia no es necesario aconsejarle que aparte la perversidad de su boca, porque no se hallará en él. Pero no hay hombre tan perfecto en la tierra que no esconda alguna iniquidad en su alma, de modo que aun a ése tal hay que exhortarle a que aleje la iniquidad de sus labios. Si le da expresión con la boca la refuerza en su corazón y se mancilla con ella. Si tiene la tentación de expresar sus malos sentimientos hacia alguna persona, o llevar a la práctica los malos deseos de su mente sensual, será mejor que se refrene para no dar lugar a que el diablo le venza y retome aquella parte de su corazón que ya había cedido a Dios.
L.A. Schökel traduce: “Aparta de ti la lengua tramposa; aleja de ti los labios falsos.” Su versión expone la necesidad de ser siempre veraz, de no engañar a nadie para obtener alguna ventaja, o ganancia. ¡Cómo escucharan este consejo algunos comerciantes! La ganancia mal obtenida puede agujerear su bolsillo, o su estómago, después de agujerear su alma. Aconseja además no mentir ni manchar la honra de nadie, acusándolo falsamente de cosas que no ha cometido. El día menos pensado el daño hecho a la honra, o buen nombre ajeno, rebotará en perjuicio del mentiroso.
El libro de Proverbios tiene mucho que decir de la boca, de los labios y de la lengua: Condena los labios mentirosos (12:22); denuncia al chismoso (20:19) (Nunca caigas en ese defecto al que son proclives no sólo las mujeres, como se cree, porque, como dice Ecl 7:21,22, si hablas mal de otro, algún día oirás a alguno hablar mal de ti). En cambio, encomia al corazón del sabio que “hace prudente su boca y añade gracia a sus labios.” (16:23; cf 10:19; 13:3); afirma que “la lengua de los sabios es medicina.” (12:18), y árbol de vida “la lengua apacible” (15:4). Proclama por último que “la vida y la muerte están en el poder de la lengua” (18:21). Cuida pues tu lengua, porque, quiéraslo o no,  comerás del fruto de lo que ella diga.
25. “Tus ojos miren lo recto,
Y diríjanse tus párpados hacia lo que tienes delante.”
Que los propósitos que persigues sean siempre honestos y las metas que deseas alcanzar sean siempre honorables. En ellos fija tu mirada sin vacilar. La persona que anda mirando de un lado a otro al caminar, como espiando el entorno de manera furtiva para ver qué oportunidad se le ofrece de aprovecharse del descuido o ingenuidad de algún incauto, guarda pensamientos de dudosa índole en su corazón. No es una persona confiable. Es mejor que no tengas trato con ella; no vayas a caer en una de sus trampas.
Pero este versículo advierte también del peligro de dejar que nuestra mirada sea atraída por una mujer ajena, con la cual, si uno la mira con deseo, ya ha cometido adulterio en su corazón, según dijo Jesús (Mt 5:28). Por eso es que Job dice que él se había impuesto por ley no mirar con deseo ni siquiera a una virgen (Jb 31:1). Por eso también dijo Jesús muy apropiadamente que los ojos son la lámpara del cuerpo. Si nuestros ojos son malos, es decir, si la intención con que miramos es torcida, todo nuestro ser estará en oscuridad; pero si son buenos, es decir, si nuestras intenciones son rectas e inocentes, todo nuestro ser estará iluminado (Mt 6:22,23). Eso se refiere no sólo a la sensualidad, sino también a la codicia.
26. “Examina la senda de tus pies,
Y todos tus caminos sean rectos.”
27. “No te desvíes a la derecha ni a la izquierda;
Aparta tu pie del mal.”
26. Este proverbio nos exhorta a hacer el examen continuo del camino que llevamos, de lo que estamos haciendo, si es recto, conforme a la palabra de Dios, o no. Este versículo, además,  respalda la noción de que el examen de conciencia es algo bíblico. "Examina la senda de tus pies" quiere decir: examínate a ti mismo, examina tu conducta, práctica que Pablo recomienda (2 Cor 13:5), no vaya a ser que sin darte cuenta estés incurriendo en faltas. Mejor es que te juzgues tú sinceramente, que no que sea Dios quien lo haga cuando ya no puedes rectificar nada de lo hecho en tu vida.
Nuestros caminos están abiertos a los ojos de Dios que los considera (Pr 5:21), y tiene en cuenta todas nuestras acciones (1Sm 2:3). No hay nada que escape a su mirada.
Esa misma exhortación nos la hace Efesios 5:15: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios.”
27. La exhortación a no desviarse del camino aparece frecuentemente en Deuteronomio y Josué (Dt 5:32; 17:11,20; 28:13,14; Js 1:7; 23:6), y anima a perseverar en el camino trazado que debe siempre perseguir el bien, tal como hizo el piadoso rey Josías (2R 22:2).
En Isaías se da un consejo semejante: “Este es el camino, andad por él; y no echéis a la mano derecha, ni tampoco torzáis a la mano izquierda.” (Is 30:21). No dudemos de que Dios, en su infinita compasión, enviará su voz como un aviso que oiremos a nuestras espaldas cuando más lo necesitemos, alertándonos del peligro de desviarnos que enfrentamos.
Conviene recordar lo que dice otro proverbio: “Todo camino del hombre es recto en su propia opinión; pero Jehová pesa los corazones.” (Pr 21:2). Para no desviarnos del camino debemos siempre pedirle a Dios que nos guíe y nos guarde, porque mientras vivamos seremos inevitablemente tentados a dejar una y otra vez el camino recto y seguro por el que andamos; y habrá incentivos que atraigan nuestra ambición, o nuestra concupiscencia, y que nos inciten engañosamente a gozar de ellos (Sal 27:11; cf 5:8). Bien advirtió Pablo: “El que piensa estar firme, mire que no caiga.” (1Cor 10:12).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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#856 (23.11.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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