LA VIDA Y LA
PALABRA
Por José Belaunde M.
ASPECTOS DE LA ORACION
El capítulo décimo del libro de Daniel nos trae
el interesante episodio de la visión que el profeta tuvo al cabo de 21 días de
ayuno y oración. En esa visión se le aparece un ángel poderoso que le trae una profecía
relativa a los últimos tiempos. Pero yo
quiero dirigir mi atención esta vez a dos versículos de ese capítulo.
Los versículos 12 y 13
dicen lo siguiente: "Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día
en que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu
Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el
príncipe de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí, Miguel, uno
de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de
Persia."
Podemos ver aquí tres
cosas:
1)
Entender: Orar es no sólo
hablar, alabar, pedir, sino también tratar de entender los propósitos de Dios,
sus pensamientos, sus palabras para nuestra vida, o para nuestro país, o para
nuestra iglesia.
2) Humillarse: Orar es humillarse delante de Dios (1P5:5,6). Sólo
reconociendo nuestra pequeñez delante de nuestro Creador podemos asumir la
actitud correcta.
3) "A causa de tus
palabras..." Nuestras palabras provocan la respuesta de Dios. Dios
quiere que le hablemos, que le pidamos, que clamemos a Él (Jr 33:3), y entonces
nos responderá.
El versículo 13 nos dice también que nuestra
oración provoca una batalla en los cielos. Satanás tiene intereses contrarios a
los que persigue nuestra oración, y se opone a ellos con toda su fuerza.
Dios no viene enseguida en
nuestra ayuda sino deja que la batalla siga su curso, porque quiere enseñarnos
a pelear y a dominar. Quiere que desarrollemos nuestra musculatura espiritual,
nuestra perseverancia.
El luchador aprende a
luchar enfrentándose a contrincantes no más débiles, sino más fuertes que él,
y, de esa manera, cada vez puede desafiar a otros más fuertes. Si el luchador
sólo tuviera contendores inferiores a él en habilidad y fuerza, no
desarrollaría su propia capacidad.
Igual nosotros. Dios quiere
que, enfrentándonos a dificultades y pruebas cada vez mayores, poco a poco
desarrollemos la fe que puede mover montañas. Pero al comienzo moveremos
solamente pequeños montículos de arena.
Así como ocurre en la lucha
libre, es necesario que aprendamos a usar las llaves, las estrategias, las técnicas
de la oración. Porque, en efecto, en la oración hay llaves, hay estrategias,
hay técnicas: las promesas de Dios, el nombre de Jesús, el ayuno, la vigilia,
la alabanza, el silencio, la batalla espiritual, etc.
Pero durante todo el tiempo
que perseveramos, Dios nos está oyendo y, como hizo con Daniel, ha mandado, a
sus ángeles para ayudarnos en esa lucha. No nos ha dejado solos. Quizá nosotros
nos sintamos a veces solos, pero Él está a nuestro lado justamente cuando más
abandonados nos sentimos.
La demora, el obstáculo, la
tardanza no sólo sirven para probar y fortalecer nuestra fe, sino que son
también una señal para que escudriñemos nuestro corazón y veamos si nosotros no
estamos obstaculizando la respuesta. O para que veamos si hay algo que nos
falta para poder recibirla. Es una llamada a examinarnos y a intensificar
nuestra oración, y a crecer en la fe.
Pero la demora es también
una señal de que lo que hemos pedido a Dios es algo muy peligroso para los
planes de Satanás. Si no, no lucharía tanto para impedir la respuesta.
A veces tenemos que lidiar
con situaciones personales o familiares sumamente penosas, cuyo origen no
entendemos. Pudiera ser que nosotros mismos nos hayamos atraído la aflicción
que nos abate. Mal que nos pese tenemos que soportar las consecuencias de
nuestros actos, quizá cometidos hace muchos años, y que habíamos olvidado, pero
que al fin nos alcanzan, hasta que con nuestra oración redimamos las
consecuencias, hasta que nuestro arrepentimiento sea profundo y verdadero, e
ilumine nuestra inteligencia. Porque ése es uno de los frutos de la aflicción:
hacernos abrir los ojos.
Recuérdese que Absalón se
rebeló contra su padre David muchos años después del adulterio cometido con
Betsabé (2Sam 11,15). Pero David reconoció que en esa prueba se cumplía la
profecía que Natán había pronunciado contra él (2Sam 12).
El profeta Miqueas
escribió: "Habré de soportar la ira del Señor porque pequé contra Él,
hasta que juzgue mi causa y me haga justicia" (7:9).
¿Cuándo me hará justicia?
Cuando mi arrepentimiento produzca frutos verdaderos en mi alma, cuando haya
escarmentado y entendido. (Nota).
Dios quiere que entendamos.
Eso es sabiduría.
El que no aprende de sus
errores e insiste en cometerlos, tendrá
que sufrir repetidas veces las consecuencias hasta que al fin aprenda. Mejor es
aprender a la primera.
Si estando en una situación
desesperada nos desesperamos, perdemos todo. Pero si seguimos cavando, esto es,
orando y luchando, llegaremos a encontrar la fuente de agua que apague nuestra
sed.
En Hebreos leemos: "Sin
fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios
crea que hay Dios y que premia a los que le buscan." (11:6). Dios
premia a los que, estimulados y alentados por la fe en sus promesas, le buscan
con diligencia.
Cuando la respuesta demora
es porque Dios quiere que le sigamos buscando. Durante ese período de paciencia
y de lucha, nuestro corazón está siendo cambiado: Eso es lo que, por su lado,
Dios busca. No es un cambio que se ve afuera; es un cambio interior.
Santiago escribió: "Hermanos
míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que
la prueba de vuestra fe produce
paciencia (perseverancia). Mas tenga la paciencia su obra completa, para que
seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna" (1:2-4).
La prueba produce paciencia
y la paciencia (longanimidad) lleva a la obra completa. Nos hace perfectos y
cabales.
Dios quiere desarrollar
nuestro amor por Él. ¿Cómo? Dependiendo de Él. Cuando todo falla, cuando todos
los medios humanos fracasan, cuando todos nos abandonan, sólo queda esperar en
Dios. Cuando nos aferremos a Él como a nuestro último recurso, sin duda le
amaremos, así como el niño pequeño en peligro se aferra a sus padres. Cuanto
más se aferra a ellos, más les ama. Su padre es su confianza. ¡Oh, cómo ama el
hijo al padre o la madre en quien confía! Su amor va a la par de su confianza.
Dios nos empuja a veces a
situaciones en que sólo podemos confiar en Él. En esas situaciones aprendemos a
conocerle y a amarle de veras.
Pero sería interesante que
nos preguntemos cuál era el motivo de la oración y del ayuno de Daniel. No lo
precisa el texto en este punto, pero el capítulo anterior nos trae una larga
oración en que Daniel pide perdón a Dios por los pecados de su pueblo
recordando, para comenzar, la profecía anunciada por boca de Jeremías, de que,
al cabo de 70 años, el pueblo de Israel retornaría del exilio a su tierra (Jr
25:11;29:10). Estamos autorizados a suponer que la oración de Daniel en el
capítulo 10 anuda con la oración del capítulo anterior. Es decir, que Daniel
ora por la liberación de su pueblo y por la restauración del templo de
Jerusalén, como era el deseo de todo judío piadoso. Ya había llegado el tiempo
en que se cumpliera la profecía.
Ahora bien, si Dios había
prometido que el pueblo retornaría a su tierra ¿qué necesidad había de orar por
el cumplimiento de esa promesa? ¿No bastaba con que Dios hubiera prometido para
que lo ofrecido se cumpla sin más? No siempre basta, aunque nos cueste
entenderlo. Así como el Hijo de Dios se humilló a sí mismo haciéndose hombre,
en cierta manera, Dios se humilla a sí mismo haciendo que el cumplimiento de su
voluntad dependa de la oración del hombre. De otro modo Jesús no habría
enseñado a los apóstoles a orar por el cumplimiento de la voluntad del Padre
(Mt 6:10).
Dios necesitaba que alguien
orara por el cumplimiento de esa profecía para ponerla en obra; necesitaba que
alguien se pusiera en la brecha a interceder por el pueblo (Ésa es,
naturalmente, una limitación que Él se impone a sí mismo, no una limitación
necesaria). Tan pronto como Daniel empieza a orar suscita una batalla en las
regiones celestes, porque su oración es contraria a los propósitos de la
potestad satánica que rige los asuntos de la nación persa, y a la que la
Escritura llama "El Príncipe de Persia".
Los propósitos de Satanás
son siempre opuestos a los propósitos de Dios, y era natural que el Maligno
deseara mantener al pueblo elegido en
esclavitud y frustrar el plan de salvación que Dios quería llevar a cabo a
través de Israel retornándolo a su tierra.
También podemos suponer que
no convenía a los intereses del imperio persa que una minoría industriosa y
disciplinada, como lo era la comunidad judía, abandonara el país. Pero el ángel
que se aparece a Daniel lucha en las regiones celestes contra las huestes
espirituales de maldad, con la ayuda del arcángel Miguel, para hacer prevalecer
los designios de Dios. La batalla en los cielos empezó tan pronto Daniel empezó
a orar, y el ángel viene a anunciarle la victoria cuando su oración ha colmado
la medida necesaria fijada por Dios.
¡Con cuánta frecuencia
nuestros deseos y propósitos no se cumplen, o son obstaculizados, porque son
contrarios a los propósitos de Satanás! Si no oramos, o si no oramos con la
necesaria persistencia, le dejamos el campo libre para llevar a cabo su obra
destructora. ¡Cuántas cosas nefastas no nos han ocurrido a nosotros, o a
nuestras familias, porque no nos hemos mantenido vigilantes en oración haciendo
que los ángeles construyan una muralla protectora en torno de los nuestros! El
diablo viene a robar, matar y a destruir, pero si oramos continuamente, lo
mantenemos a raya y frustramos sus propósitos.
Hasta qué punto el
desenlace de la batalla celeste depende de la oración en la tierra ("Todo
lo que atéis en la tierra será atado en el cielo;" Mt 18:18) nos lo
muestra el episodio de la batalla contra los amalecitas que se narra en Éxodo
17:8-16. Cuando Moisés mantiene las manos en alto en oración, las fuerzas de
Israel vencen a las de Amalec; cuando las deja caer cansado, los de Amalec
ganan.
Aunque ya lo he dicho en
otro lugar vale la pena que lo repita aquí: El resultado de la batalla en la
tierra refleja el resultado de la batalla en los cielos. Los de Israel
prevalecen cuando los ángeles prevalecen; los de Amalec ganan cuando las
huestes de maldad llevan la mejor parte. Pero es la oración en la tierra la que
fortalece a la intervención angélica. Si dejamos de orar ellos aflojan, o dejan
de luchar. Quizá se dicen: No les interesa tanto lograr la victoria. Su ayuda
se amolda a nuestra insistencia.
Dios quiera que este
episodio nos ayude a entender cuán importante es que no cejemos en nuestros
esfuerzos para orar sin pausa, y sin desmayar por las causas que Él nos ha
encomendado, por nuestras familias y por las necesidades de nuestro pueblo, o
de nuestra iglesia.
Nota: Pero si hemos sido perdonados ¿por qué hemos de
sufrir todavía por los pecados pasados? Porque las consecuencias humanas de
nuestros pecados no se agotan con el arrepentimiento y el perdón, aunque Dios
en su misericordia puede apartar parte de esas consecuencias. Sin embargo, Él
quiere que comprendamos la gravedad de nuestros actos y que maduremos. Pensemos solamente ¿cuántas vidas habremos
afectado, y cuánto sufrimiento podemos haber causado que aún no termina? ¿Somos
concientes de ello? Sólo sufriendo nosotros mismos comprenderemos el
sufrimiento ajeno.
NB. El texto de esta charla radial fue publicado
en abril de 2002 en una edición limitada. Se vuelve a publicar sin cambios.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr
8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay
seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin
yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón
a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la
cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA
VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS
IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES:
EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA,
TEL. 4712178.
#853 (02.11.14). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231,
Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario