Por José Belaunde M.
¿QUÉ ES EL HOMBRE PARA
QUE DE ÉL TE ACUERDES? II
Un Comentario del Salmo
8:3-6
formaste, digo: ¿Qué es el hombre para que de él te acuerdes,
y el hijo de hombre para que lo visites?” (2)
En verdad, frente a la inmensidad de los cielos ¿qué
cosa es esta miserable criatura que camina sobre la tierra? ¿Qué somos nosotros?
La astronomía ha revelado que esos cuerpos celestiales que vemos en las noches
como pequeños puntitos arriba en los cielos, las estrellas del firmamento, son
en realidad de dimensiones portentosas, comparadas con las cuales, la tierra,
este planeta sobre el cual caminamos, es de un tamaño minúsculo, y el hombre es
menos que un virus, que una bacteria. El sol es más de mil veces más grande que
la tierra, ¿y qué es el sol comparado con la
Vía Láctea en la cual el sistema solar se
encuentra? ¿Qué somos nosotros? ¿Cuántos millones de veces más pequeños que la
tierra? Pero eso no es nada, la Vía Láctea , la
galaxia en la cual está el sistema solar, es una de los millones de millones de
galaxias que pueblan el universo.
¿Cómo podemos nosotros
entender esa inmensidad que es la creación? ¿Y qué es el hombre al lado de
ella? ¿Qué es el hombre para que Dios se acuerde de él y lo haya visitado
viniendo Él mismo a la tierra para hacerse como uno de nosotros? En términos de
comparación ¿quién es el hombre, o la mujer, que por amor a las cucarachas
quisiera hacerse cucaracha? ¿O menos aun, que hormiga, o que una pulga casi
invisible? ¿Qué diríamos de alguien que anuncie que se va a hacer pulga para
salvarlas? Que está loco, diríamos. Entonces tenemos que decir que por amor
Dios estaba loco, porque nosotros somos menos que una pulga comparados con Él.
Él se hizo hombre, se hizo pulga, por decirlo de alguna manera, para venir a
redimirnos y asumir nuestra naturaleza.
Oigan, ¿quién quisiera
ser pulga? ¿Quién quisiera ser cucaracha? El Verbo, la segunda persona de la Trinidad , que estaba allá
en la gloria de los cielos, se propuso tomar forma humana, hacerse hombre, sujetándose
a todas las debilidades y limitaciones propias de nuestra condición, y tener
hambre desde que era pequeño. ¿Ustedes se imaginan a Jesús como un bebé
llorando? Claro que tiene que haber llorado de hambre y sed, o porque se había
mojado y tenían que cambiarle los pañales. Su mamá tenía que acariciarlo para
calmarlo, y José quizá tenía que cargarlo como hacen todos los padres.
Y una vez crecido, ya adulto,
debe haberse cansado trabajando en Nazaret. Iniciada su vida pública anduvo por
los caminos polvorientos de Judea y de Galilea, transpirando y cansándose como
cualquiera de nosotros. Al final de su carrera fue insultado y golpeado. Lo
torturaron y lo mataron clavándolo a una cruz. Todo eso lo soportó por amor a
nosotros. ¿Qué es el hombre para que Jesús se sometiera a tantas vejaciones y
padecimientos por su causa? ¿Qué es ese ser miserable y malagradecido al lado
de Dios?
Asombrado el patriarca Job exclama: “¿Qué es el hombre (enosh), para que lo
engrandezcas, y pongas en él tu corazón?” (Jb 7:17).
Dios ama al hombre, y
todo lo soportó por amor a esos ingratos que somos nosotros. Es como si
nosotros amáramos a un ser que no se puede ver ni con lupa. Dios ama a esa
criatura insignificante. ¿Y por qué la ama? ¿Por qué será? Porque la ha creado,
porque salió de sus manos.
El ser humano, dice el
libro del Génesis, fue creado por Dios. Tomó polvo, arcilla de la tierra, le
dio forma, y le infundió aliento de vida (Gn 2:7). Somos obra suya. Él nos ha
hecho, y por eso, a pesar de que no somos nada, somos muchísimo, porque nos
hizo con sus manos y tenemos su Espíritu dentro de nosotros.
Hay un salmo que dice: “Oh Jehová, ¿qué es el hombre (adam), para que en él pienses, o el hijo de
hombre (enosh) para que lo estimes? El hombre (adam) es semejante a la vanidad; sus días son como la sombra que pasa.” (Sal
144:3,4).
Es verdad, nuestro paso
por la tierra es fugaz, como esas estrellas fugaces que se ven un instante en
el firmamento azul y que de pronto desaparecen. ¿Quién se acuerda de cuando
tenía tres años? Yo me acuerdo muy bien de cuando tenía esa edad, cuando jugaba
y me tropezaba, caía y lloraba. ¿Y cuándo fue eso? Ayer no más. Ayer no más fui
al colegio, hacía trampa y copiaba en los exámenes; ayer no más me trompeaba con
mis compañeros que me pegaban porque eran más fuertes que yo. Ayer no más, ayer no
más. Ayer no más me he casado, ayer no más nacieron mis hijos, uno tras otro,
casi uno por año. Ayer no más yo los llevaba al colegio. ¡Cómo pasa la vida tan
callado, como dice el poeta, y tan rápido! Los años vuelan, vuelan, vuelan.
El salmo 103 lo expresa
elocuentemente: “El hombre (enosh), como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasó
el viento por ella y pereció, y su lugar no la conocerá más.” (v. 15,16).
Y hay otro salmo, el
salmo 37, que lo dice de una manera más clara todavía, hablando del impío: “Vi al impío sumamente enaltecido, y que se
extendía como laurel verde. Pero él pasó, y he aquí ya no estaba; lo busqué y
no fue hallado”. (v. 35,36)
Yo pienso ¿cuántos
personajes famosos de la historia, o quizá más recientes, se pavoneaban porque eran
grandes y reconocidos y todo el mundo se inclinaba a su paso ante ellos porque
eran ricos y poderosos? ¿Dónde están ahora? ¿A dónde se fueron? Cuando mueren hay
grandes avisos necrológicos en los diarios y se les entierra en medio de gran
pompa. Pero en poco tiempo desaparecen de la memoria popular. ¿Dónde están sus sueños,
los grandes planes y proyectos que concibieron? Nadie sabe, nadie los conoce ni
los recuerda, porque murieron con ellos. Entonces ¿qué es lo que realmente
importa? Si todo eso desaparece y no vale nada, lo que realmente importa es
cómo nos vamos a presentar algún día delante de nuestro Juez. Eso importa. Si
Él nos va a recibir con los brazos abiertos, o nos va a rechazar; si vamos a
estar a su derecha con las ovejas, o si vamos a estar a su izquierda con los
cabritos. Yo estoy seguro de que todos los que estamos acá vamos a estar a su
derecha. Grandes y pequeños, todos vamos a comparecer delante del Dios para
quien, como dice el profeta, las naciones son como gotas de agua (Is 40:15).
Otro salmo dice: “Sale su aliento y vuelve a la tierra; en
ese mismo día perecen sus pensamientos.” (Sal 146:4) Y sin embargo, a ese ser transitorio que no es nada, o casi nada, “lo has hecho poco
menor que los ángeles”, como dice este salmo en
el vers. 5.
¿En qué sentido el
hombre es “poco menor que los ángeles”?
(3) Podríamos decir que el
hombre tiene inteligencia, pero no una inteligencia tan vasta como la de los
ángeles; ni tiene poderes como los que tienen los ángeles, que tienen la
capacidad de trasladarse de un sitio a otro en un instante, de aparecer y
desaparecer. ¿Quién puede hacer eso? Los ángeles sí lo pueden hacer, nosotros
no. Y luego añade: “Lo coronaste de
gloria y de honra.” Tóquense la cabeza, ahí tienen su corona de honra y de
gloria, aunque seamos calvos algunos. ¿Qué ha hecho el hombre para merecer ese
honor?
Luego dice en el vers.
6: “Le hiciste señorear sobre las obras de tus manos;
todo lo pusiste debajo de sus pies”. Hiciste que dominara
sobre toda la creación, según lo que dice el Génesis: “Hagamos al hombre conforme a nuestra semejanza y señoree en los peces
del mar, en las aves del cielo, en las bestias y en toda la tierra, y en todo
animal que se arrastra sobre la tierra.” (1:26) A este hombre que Dios creó, que salió de sus manos, y que es nada
en sus dimensiones físicas comparado con la grandeza del universo, a este
hombre, digo, le dio la facultad y la capacidad de ser señor de la naturaleza. ¿No
es verdad? Yo pienso que el hombre desde el inicio dominaba no sólo sobre los
animales que son más pequeños que él, sino también sobre los animales que son
más grandes, porque el hombre, aunque es débil en fuerza muscular comparativamente
hablando, domina a los rinocerontes, a los hipopótamos, a los elefantes. Y si
hubiera animales más grandes, también los dominaría. ¿Por qué los domina a
pesar de que no tiene una fuerza comparable a la que tienen ellos? Porque tiene
inteligencia, algo que los animales no tienen. Eso nos lo dio Dios, eso es lo
que Él hizo por nosotros.
En la epístola a los
Hebreos hay un pasaje que habla de algo más importante que quiero tocar para
terminar. Dice así: “Pero alguien
testificó en cierto lugar, diciendo: ¿Qué es el hombre, para que te acuerdes de
él? ¿O el hijo de hombre, para que lo visites? Tú le hiciste un poco menor que
los ángeles, le coronaste de gloria y de honra, y le pusiste sobre las obras de
tus manos; todas las cosas sujetaste debajo de sus pies. Porque en cuanto le
sujetó todas las cosas, nada dejó que no sea sujeto a él; pero aún no vemos que
todas las cosas le sean sujetas. Empero vemos coronado de gloria y de honra,
por el padecimiento de su muerte, a aquel Jesús que es hecho un poco menor que
los ángeles, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos.” (Hebreos 2:6-10).
Así que este salmo que
estamos comentando, en el que se habla del hombre, también habla del Hijo del
Hombre, esto es, de Jesús que vino a la tierra tomando forma humana; que fue
hecho temporalmente un poco menor que los ángeles para que pudiera padecer por
nosotros y nos redimiese. Fue hecho inferior a ellos, a pesar de que era
infinitamente superior a ellos, pues era su Creador. Fue hecho inferior a ellos
al tomar “forma de siervo” (Flp 2:7),
siendo concebido y formado en el vientre de una mujer, y naciendo en un humilde
pesebre (Lc 2:7); y aunque era el dueño de todo, no tenía dónde recostar la
cabeza (Mt 8:20); y aunque era igual en gloria y naturaleza al Padre, fue
rechazado y despreciado por los hombres que eran sus criaturas; y aunque en Él estaba
la vida que “era la luz de los hombres”
(Jn 1:4), “se humilló a sí mismo
haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz.” (Flp 2:8).
(Continuaré comentando el vers. 6).
Notas: 1. En verdad, no dice “obra de tus manos” sino “de tus
dedos”. Si comparamos las palabras de Jesús en Mt 12:28 y Lc 11:20, veremos
claramente que el dedo de Dios es su Espíritu. Con él expulsaba Jesús a los
demonios; con él también el Creador desplegó los cielos (Is 40:22), y creó todo
lo que contienen (Sal 146:6). En el salmo 144:1 podemos ver cómo las palabras
“manos” y “dedos” se usan como sinónimos. Por eso David pudo escribir: “Los cielos son obra de tus manos (Sal
102:25b).
2. En este versículo, en que aparece dos veces la palabra
“hombre”, el original hebreo emplea dos palabras distintas. La primera es enosh, “hombre mortal”, uno de cuyos
significados es también “ser débil”, por lo que esta palabra es empleada en
contextos que subrayan la debilidad humana (Jb 4:17; 7:1; Sal 90:3 y 103:15).
Esta palabra contrasta con ish, que
significa también “varón” o “esposo”, pero subrayando su fortaleza (Gn 3:6;
7:2; Is 21:9), aunque también puede significar “ser humano” (Nm 23:19). (No está
de más recordar que Enosh o Enós era el nombre del hijo mayor de
Set, el tercer hijo de Adán y Eva: Gn 5:5,6). La segunda palabra que aparece en
la frase es adam, la cual, además de
ser un nombre propio, designa a la humanidad en sentido general (Gn 1:26,27:
2:20), o también a un número específico de hombres (Gn 11:5; Jr 47:2). Se
podría entonces traducir la pregunta de este versículo de la siguiente manera: “¿Qué es este hombre débil y mortal para que
de él te acuerdes, y este descendiente de Adán para que lo visites?”
3. La palabra hebrea Elohim,
que se traduce aquí como “ángeles” significa literalmente “dioses”. Aunque
es una palabra plural, el libro del Génesis la emplea en un sentido singular
para referirse al Dios creador (Gn 1:1,2,3,4, etc.). En su sentido plural puede
significar “jueces” o “gobernantes” (Ex 21:6; Sal 82:2,6), o dioses paganos (Ex
18:11; Sal 86:8), o “ángeles”, como en este salmo.
La palabra Jehová que solemos usar viene de una latinización
del tetragrámmaton (JHVH por YHWH) y de una lectura equivocada de los signos de
las vocales que se colocan debajo de las consonantes en la escritura hebrea,
hecha a finales del siglo XIII, y que la costumbre ha consagrado. El alfabeto
hebreo consta de 22 consonantes. Hace algo más de diez siglos los escribas
judíos (masoretas) inventaron un sistema de puntos y rayas que se colocan
debajo de las consonantes, para registrar el sonido de las vocales y que la
pronunciación tradicional de las palabras del idioma no se perdiera. Dado que
estaba prohibido pronunciar el nombre de Dios (YHWH), se adoptó la costumbre de
decir Adonai en su lugar. Para
recordarlo se colocaron las vocales de esta última palabra (“a” “o” “a”. La
primera “a” corta tiene un sonido cercano a la “e”). Ignorantes de este hecho
los traductores cristianos de la Edad Media
asumieron que la pronunciación de JHVH era “Jehová”. Recién en el siglo XIX los
estudiosos se percataron del error.
NB. El presente artículo, el anterior y el siguiente
del mismo título, están basados en la grabación de una charla dada recientemente
en el ministerio de la Edad
de Oro.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, te invito a pedirle sinceramente perdón a Dios por tus
pecados diciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos
por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón,
porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me
lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento
sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy.
Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi
corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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(08.06.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección:
Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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