jueves, 21 de noviembre de 2013

AGRADECIMIENTO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
AGRADECIMIENTO
¿Quién no ha experimentado alguna vez esa gran alegría que se siente cuando uno le hace un regalo a una persona y ella le devuelve una sonrisa conmovida diciendo "¡Gracias!" desde el fondo del alma, "¡Cuánto me alegra que lo hayas pensado!"?
Pero también ¿quién no ha sentido esa gran desilusión que produce hacer un regalo que nos ha costado tiempo y dinero, o hasta fatiga encontrar, y que la persona lo reciba sin darle importancia, como si no valiera nada, o como si fuera su derecho recibirlo, y no diga una sola palabra de agradecimiento, o si lo dice lo haga secamente?
¿A qué se debe esa diferencia de actitudes? ¿Por qué reaccionan unos de una manera y otros de otra? Depende del corazón de la persona que recibe el regalo. Según el estado de su corazón responde y habla el ser humano. El corazón es el que gobierna nuestras reacciones.
Un corazón duro, egocéntrico, como hay muchos, recibe lo que le dan como si fuera su derecho y es incapaz, a su vez, de dar a otro ni siquiera una sonrisa a cambio, salvo que le convenga.
Un corazón mezquino no reconoce el bien que recibe de otros, porque le cuesta admitir que en los demás haya algo bueno, y, de repente, hasta  sospechará que hay una intención oculta detrás del regalo: ¿Qué estará buscando éste?
Un corazón herido tiene dificultades para salir de su propia pena y gozar del bien que recibe de otros, agradeciéndolo como debiera, porque piensa que no lo merece, o se siente menos.
Un corazón egoísta sólo piensa en lo que necesita, y nunca piensa en lo que otros puedan necesitar; y cuando recibe algún regalo, lo toma como si fuera el pago de una deuda largo tiempo vencida.
Pero un corazón sano valora el regalo y todo lo que otros puedan darle, y verá en la menor muestra de generosidad ajena una ocasión para demostrar su aprecio por el dador.
El que se siente por encima de los demás, no agradece porque considera que todos le deben pleitesía. Pero el que está debajo, el que tiene una baja autoestima, agradece todo lo que le dan como si fuera un favor inmerecido.
El orgulloso considera indigno reconocer que hay algún valor en lo que su prójimo le alcanza. Él no necesita de regalos porque todo lo tiene y todo lo puede, aunque sea un miserable. Pero cuanto más humilde sea la persona, más reconocerá el valor del favor que le hacen y más agradecida estará. En cambio hay pobres orgullosos que no agradecen la limosna que suplican.
Mientras la soberbia levanta barreras entre los hombres, la humildad las derriba. Dios actúa de una manera semejante pues, según dice su palabra, Él “resiste a los soberbios, mas da gracia a los humildes.” (1P 5:5)
Ahora bien, ¿cuál debe ser nuestra actitud con Dios? Nosotros hemos recibido todo de Él. No sólo la existencia, sino la vida misma. Ese aliento que hincha nuestros pulmones es un eco del espíritu que Dios sopló en las narices de Adán y que aún resuena en nuestro pecho. Es una pequeña parte de la propia vida de Dios que respira en nosotros. ¿Recuerdan el relato del Génesis? Dice que Dios sopló aliento de vida en el cuerpo que había formado con el polvo de la tierra. (Gn 2:7). Eso es lo que somos nosotros. Polvo de la tierra que ha recibido un aliento de vida de su Creador.
Y si Él no pensara constantemente en nosotros; si Él retirara por un solo instante su atención de nosotros, desapareceríamos sin dejar huella, retornaríamos súbitamente a la nada de la que salimos, pues todo subsiste gracias a Él, como dice la Escritura: "Él sustenta todas las cosas con la palabra de su poder." (Hb 1:3)
Pero no sólo la vida, el cuerpo y los sentidos, sino también la mente con la cual pensamos y sus facultades: la memoria, la imaginación y la inteligencia; los sentimientos y emociones que hacen bella la vida; y la voluntad que nos permite dirigirla y hacer cosas. Todo lo hemos recibido de Dios. Nada de eso hemos obtenido por nuestro propio esfuerzo, y nada de lo material que poseemos nos llevaremos cuando dejemos este mundo. Nos iremos tan desnudos como cuando nacimos.
¿A quién se le podría preguntar: Dónde compraste tus ojos? ¿O cuánto esfuerzo te costó conseguir esas manos tan ágiles que tienes?
San Pablo escribió en primera a Tesalonicenses: "Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús." (5:18)
Hemos de dar gracias a los demás por los favores que nos hacen. Pero sobre todo, hemos de dar gracias a Dios por todas las cosas. No sólo en las alegrías y por las alegrías, sino también en las penas y por las penas. Porque todo viene de Dios.
“¿Cómo? -dirá alguno- ¿Acaso lo malo viene de Dios?” ¿No recuerdan la historia de Job? Cuando a Job le fue quitado todo lo que tenía y se quedó en la miseria, él exclamó: "Dios me lo dio; Dios me lo quitó; bendito sea su nombre." (Jb 1:21)
Sin embargo, sabemos que no fue Dios sino el demonio quien destruyó las posesiones de Job y quien mató a sus hijos, porque en el prólogo del poema leemos cómo Satanás le dice a Dios que si Job le permanece fiel es porque le conviene, ya que lo ha bendecido sobremanera. “Pero quítale lo que le has dado, ¡a ver si no te maldice!” agrega el demonio.(Jb 1:11) Entonces Dios le da carta blanca a Satanás para que haga con Job lo que le parezca, siempre y cuando no toque su cuerpo (v. 12). Y Job pierde todo lo que posee, pierde hasta sus hijos.
Más adelante le otorga permiso para enfermarlo también si quiere, pero sin tocar su vida (Jb 2:6). Y cuando estaba sentado sobre un montón de ceniza, rascándose sus llagas con una teja, Job fue tentado por su mujer para maldecir a Dios. Pero él le reprenda: "¿Recibiremos sólo lo bueno de Dios y no lo malo?" (Jb 2:10).
Todo lo que sucede al hombre, sea bueno, sea malo, viene de Dios, porque nada puede ocurrirnos sin que Él lo permita. Para recalcar esta verdad, dice su palabra en Deuteronomio: "Yo hago morir y yo hago vivir; yo hiero y yo sano." (Dt 32:39; cf Os 6:1)  Él gobierna soberanamente sobre todo lo que ocurre en el tierra, y paga a cada cual según sus obras (Sal 62:12; Mt 16:27). Él hace que todos –individuos y naciones- cosechemos lo que sembramos (Gal 6:7).
Ciertamente, como dice la epístola de Santiago, “toda buena dádiva viene de lo alto” (St 1:17), y no es Dios –dice Jesús- quien da a sus hijos una piedra, o una serpiente -símbolo de desgracia- cuando le piden algo bueno (Lc 11:11).
Pero entonces, se preguntará alguno: ¿Por qué me sucede esto? Tenemos que reconocer que muchas de las cosas malas que le suceden al hombre son simplemente consecuencia natural de sus propios actos. Si uno come en exceso todos los días, dejándose llevar por la gula, ¿a quién va a echar la culpa si se enferma del estómago? Y si maneja como un loco, ¿a quién va a echar la culpa si sufre un accidente?
Pero de otro lado, aún estando libres de culpa, muchas también son las aflicciones con las que Satanás busca atormentarnos, porque "él ha venido -dijo Jesús- sólo para robar, matar y destruir." (Jn10:10)
Sin embargo, nada de lo que el diablo nos quiera hacer para atormentarnos, puede sobrevenirnos si Dios no lo permite; sin que Dios, en última instancia, lo quiera. Y si Dios lo permite, o lo quiere directamente, no es por maldad, ni por hacernos daño, tampoco por darle gusto al diablo, sino para nuestro bien. Fue Dios quien permitió que el diablo afligiera a Job. Si no se lo permitía, no hubiera podido hacerle nada. Y fue para su bien, porque al fin tuvo más de lo que antes poseía. Y mucho más, porque se volvió sabio y tuvo el privilegio de que Dios le hablara.
A nosotros nos es difícil comprender cómo de un mal puede Dios sacar un bien. Hay un refrán español, sin embargo, que expresa esa verdad: “Dios traza renglones derechos con pautas torcidas.” Y hay otro que expresa una verdad semejante: “No hay mal que por bien no venga.” (Nótese que muchos refranes antiguos expresan pensamientos basados en la Biblia). Dios está mucho más alto que nuestros pensamientos y sus caminos -dice su palabra- no son nuestros caminos (Is 55:8,9). El amor infinito que Dios tiene por el hombre hace que todo lo que a su criatura le sucede, aun el castigo, sea para su bien, no para su mal. Y si el hombre, al final de su carrera, recibe el fruto de su rebeldía, esto es, la separación eterna de Dios, no es porque Dios lo haya deseado, sino porque el propio hombre así lo ha querido, a pesar de todo lo que Dios hizo para salvarlo, incluso dando la vida de su Hijo único en rescate de sus pecados.
Por eso es que, cualesquiera que sean las circunstancias, debemos dar gloria a Dios por ellas, como dice Efesios: "...dando gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo." (5:20).
Si nosotros le damos gracias a Dios también en las malas, en primer lugar, estaremos reconociendo que Dios es Rey soberano sobre toda la tierra y que Él gobierna el mundo según su beneplácito. Segundo, reconoceremos que Él tiene una intención superior -para nosotros inescrutable- al permitir que temporalmente algo malo nos venga al encuentro. Y tercero, al agradecerle nosotros manifestamos también nuestra fe de que Él puede sacar de lo ocurrido un bien mayor a lo que hemos perdido, porque Él todo lo puede. En suma, al agradecerle y alabarle en todas las circunstancias, buenas o malas, elevamos un cántico de fe a Dios.
Algún día veremos las cosas buenas de nuestra vida que Dios sacó de las circunstancias desfavorables que por las que atravesamos, porque la voluntad de Dios para nosotros es siempre buena. Ya lo dijo Pablo, “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.” (Rm 8:28).
De ahí viene que en el salmo 103 David cante: "Bendice alma mía al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas sus iniquidades; el que sana todas tus dolencias; el que rescata tu vida de la fosa; el que te corona de favores y de misericordias; el que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuvenezcas como el águila." (1-5).
No olvides que todo lo que tienes viene de Él y que tú no has ganado con tu esfuerzo ni un solo latido de tu corazón. Que todo se lo debes a Él, y que así como viniste a este mundo desnudo, desnudo también te irás.
El salmo 34 expresa cuál debe ser nuestra actitud permanente:  "Bendeciré al Señor en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca." (v. 1) Sí, en todo tiempo lo he de bendecir y su alabanza estará de continuo en mi boca. Es decir, incesantemente; sin dejar de alabarlo un solo instante.
¿Es posible esto? Sí es posible dar gracias a Dios a lo largo del día por todo lo que podemos hacer, por todo lo que recibimos y por todo lo que nos sucede. Basta proponérnoslo. Como dice Pablo en Colosenses: "Y todo lo que hagáis, sea de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él." (3:17)
Todo lo que hagamos debemos hacerlo en nombre suyo: levantarnos, vestirnos, tomar desayuno, comer, ir a trabajar, etc., etc. Todo debemos hacerlo en su nombre y con su permiso, porque le pertenecemos.
Vivir de esta manera trae consigo una gran recompensa. En primer lugar, nos hace estar alegres, porque la alabanza y el agradecimiento ahuyentan la tristeza. Uno no puede dar gracias y a la vez quejarse. Porque una de dos: o agradezco, o me quejo. El que se queja está triste por lo que causa su lamento; el que agradece, está lleno de gozo por el bien recibido. Y si acaso le sobreviene un percance, agradece a Dios de antemano por la solución que Él le envía.
Así que, cuando esperas algo bueno de Dios, agradece ya por ello, antes de haberlo recibido.
En segundo lugar, agradecer nos prepara para recibir más de lo bueno y bienes mayores. Si nosotros hacemos a alguien algún regalo y no lo agradece, difícilmente tendremos deseos de volverle a regalar. Pero si nos lo agradece de todo corazón, cuando podamos le haremos otro regalo, aunque más no fuera, por la dicha que nos produce su agradecimiento.
Pues igual es Dios, porque Él tiene nuestros sentimientos, sólo que más altos y más intensos. Si Él ve que su hijo no agradece el bien que le ha hecho, pensará que no lo necesita o no lo aprecia. Pero si ve que lo atesoramos y se lo agradecemos, volverá a abrir las ventanas de los cielos para bendecirnos, porque al alabarlo, le honramos. El que no agradece a Dios por todo, se pierde la oportunidad de recibir todas las bendiciones que Él le tiene preparadas.
Así que si quieres que Dios te siga bendiciendo agradécele, por el sol, por el buen tiempo, o por la lluvia, o por el pequeño favor que te hicieron y que te sacó de apuros, porque fue Él quien puso en la mente de esa persona el hacerlo.
En tercer lugar, el agradecimiento nos mantiene humildes y combate el orgullo. No es posible ser soberbio cuando uno reconoce que lo que tiene no es por mérito propio sino, al contrario, es inmerecido. Porque si uno merece lo que recibe, no necesita agradecerlo, es un pago.
¿Quién puede decir: Yo merezco todo lo bueno que Dios me ha dado? Si tienes buena vista, ¿la has merecido? Con ella viniste al mundo. Si estas con vida y salud a tu edad, ¿lo has merecido? Quizá al contrario, no has llevado una vida santa y has maltratado tu cuerpo. Pero Dios te ha perdonado y te ha restaurado, “porque Él es bueno y para siempre es su misericordia.” (Sal 136:1).
En cuarto lugar, nuestro agradecimiento agrada a Dios. Conocemos el episodio de Lucas en que Jesús sana a diez leprosos que encuentra. Él les manda presentarse al sacerdote, según lo ordenado por Moisés (Lv 14:2-4), a fin de que certifique su curación, y en el camino son limpiados de la lepra. Entonces uno de ellos, que era samaritano, viendo que había sido sanado, vuelve donde Jesús dando gloria a Dios a gritos. Pero Jesús pregunta: “¿No eran diez los que fueron sanados? ¿Cómo es que sólo uno y todavía extranjero, regresa a agradecerlo? ¿Dónde están los otros nueve?” (Lc 17:17,18)
Entonces le dice al hombre: "Levántate, tu fe te ha salvado." (v. 19)
Fíjense, fueron diez los que recibieron de Jesús su curación, pero este samaritano agradecido recibió algo más, algo mucho mejor y más valioso que su curación física: su salvación eterna. No sabemos si los otros nueve, se perdieron o no. Pero el agradecido fue salvado, esto es, regenerado, y recibió en ese instante la seguridad de que algún día estaría con Dios.
Así pues, al agradecer a Dios, nosotros nos preparamos para recibir bienes cada vez mayores a los ya recibidos. Y el bien mayor que se puede recibir en vida es el quinto beneficio del agradecimiento:
Esto es, el que agradece y alaba a Dios todo el tiempo, permanece todo el tiempo en su presencia. Ése es el mayor beneficio que el hombre puede recibir en esta vida, porque constituye un adelanto de lo que será el cielo.
¿En qué consiste el cielo? ¿Hay alguien que haya estado en el cielo y haya regresado para contarlo?
No sabemos en verdad qué cosas que ojo humano nunca vio, ni oído humano nunca escuchó, prepara Dios para los que le aman (1Cor 2:9; Is 64:4). ¿Qué cosa será eso que Dios tiene preparado para nosotros como recompensa por haberle sido fieles?
Pero de todos los bienes que Él puede darnos, ninguno hay mayor que Él mismo, ninguno mayor que estar en su presencia, ver su gloria, contemplar su belleza, bañarse en su amor por los siglos de los siglos.
Gozaremos de una felicidad tan grande, que si la experimentáramos un segundo en este cuerpo mortal, nos desmayaríamos de la impresión.
Pues bien, el que vive en la presencia de Dios constantemente, recordando que vive bajo su mirada y pensando en Él todo el tiempo, tiene en esta vida  un adelanto, un anticipo, de lo que será algún día su dicha eterna en el cielo.
NB. Este artículo está basado en una enseñanza dada en el ministerio de la Edad de Oro el 15.08.13, la cual, a su vez, estuvo basada en una charla radial transmitida el 03.10.98, cuyo texto fue impreso cinco años después.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.

#794 (01.09.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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