Por José Belaunde M.
AGRADECIMIENTO
¿Quién no ha
experimentado alguna vez esa gran alegría que se siente cuando uno le hace un
regalo a una persona y ella le devuelve una sonrisa conmovida diciendo
"¡Gracias!" desde el fondo del alma, "¡Cuánto me alegra que lo
hayas pensado!"?
Pero también ¿quién no ha sentido esa gran desilusión que
produce hacer un regalo que nos ha costado tiempo y dinero, o hasta fatiga
encontrar, y que la persona lo reciba sin darle importancia, como si no valiera
nada, o como si fuera su derecho recibirlo, y no diga una sola palabra de
agradecimiento, o si lo dice lo haga secamente?
¿A qué se debe esa diferencia de actitudes? ¿Por qué
reaccionan unos de una manera y otros de otra? Depende del corazón de la
persona que recibe el regalo. Según el estado de su corazón responde y habla el
ser humano. El corazón es el que gobierna nuestras reacciones.
Un corazón duro, egocéntrico, como hay muchos, recibe lo
que le dan como si fuera su derecho y es incapaz, a su vez, de dar a otro ni
siquiera una sonrisa a cambio, salvo que le convenga.
Un corazón mezquino no reconoce el bien que recibe de
otros, porque le cuesta admitir que en los demás haya algo bueno, y, de
repente, hasta sospechará que hay una
intención oculta detrás del regalo: ¿Qué estará buscando éste?
Un corazón herido tiene dificultades para salir de su
propia pena y gozar del bien que recibe de otros, agradeciéndolo como debiera,
porque piensa que no lo merece, o se siente menos.
Un corazón egoísta sólo piensa en lo que necesita, y nunca
piensa en lo que otros puedan necesitar; y cuando recibe algún regalo, lo toma
como si fuera el pago de una deuda largo tiempo vencida.
Pero un corazón sano valora el regalo y todo lo que otros
puedan darle, y verá en la menor muestra de generosidad ajena una ocasión para
demostrar su aprecio por el dador.
El que se siente por encima de los demás, no agradece
porque considera que todos le deben pleitesía. Pero el que está debajo, el que
tiene una baja autoestima, agradece todo lo que le dan como si fuera un favor
inmerecido.
El orgulloso considera indigno reconocer que hay algún
valor en lo que su prójimo le alcanza. Él no necesita de regalos porque todo lo
tiene y todo lo puede, aunque sea un miserable. Pero cuanto más humilde sea la
persona, más reconocerá el valor del favor que le hacen y más agradecida
estará. En cambio hay pobres orgullosos que no agradecen la limosna que
suplican.
Mientras la soberbia levanta barreras entre los hombres, la
humildad las derriba. Dios actúa de una manera semejante pues, según dice su
palabra, Él “resiste a los soberbios, mas
da gracia a los humildes.” (1P 5:5)
Ahora bien, ¿cuál debe ser nuestra actitud con Dios?
Nosotros hemos recibido todo de Él. No sólo la existencia, sino la vida misma.
Ese aliento que hincha nuestros pulmones es un eco del espíritu que Dios sopló
en las narices de Adán y que aún resuena en nuestro pecho. Es una pequeña parte
de la propia vida de Dios que respira en nosotros. ¿Recuerdan el relato del
Génesis? Dice que Dios sopló aliento de vida en el cuerpo que había formado con
el polvo de la tierra. (Gn 2:7). Eso es lo que somos nosotros. Polvo de la
tierra que ha recibido un aliento de vida de su Creador.
Y si Él no pensara constantemente en nosotros; si Él retirara
por un solo instante su atención de nosotros, desapareceríamos sin dejar
huella, retornaríamos súbitamente a la nada de la que salimos, pues todo
subsiste gracias a Él, como dice la Escritura : "Él
sustenta todas las cosas con la palabra de su poder." (Hb 1:3)
Pero no sólo la vida, el cuerpo y los sentidos, sino
también la mente con la cual pensamos y sus facultades: la memoria, la
imaginación y la inteligencia; los sentimientos y emociones que hacen bella la
vida; y la voluntad que nos permite dirigirla y hacer cosas. Todo lo hemos recibido
de Dios. Nada de eso hemos obtenido por nuestro propio esfuerzo, y nada de lo
material que poseemos nos llevaremos cuando dejemos este mundo. Nos iremos tan
desnudos como cuando nacimos.
¿A quién se le podría preguntar: Dónde compraste tus ojos?
¿O cuánto esfuerzo te costó conseguir esas manos tan ágiles que tienes?
San Pablo escribió en primera a Tesalonicenses: "Dad gracias en todo, porque esta es la
voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús." (5:18)
Hemos de dar gracias a los demás por los favores que nos
hacen. Pero sobre todo, hemos de dar gracias a Dios por todas las cosas. No
sólo en las alegrías y por las alegrías, sino también en las penas y por las
penas. Porque todo viene de Dios.
“¿Cómo? -dirá alguno- ¿Acaso lo malo viene de Dios?” ¿No
recuerdan la historia de Job? Cuando a Job le fue quitado todo lo que tenía y
se quedó en la miseria, él exclamó: "Dios
me lo dio; Dios me lo quitó; bendito sea su nombre." (Jb 1:21)
Sin embargo, sabemos que no fue Dios sino el demonio quien
destruyó las posesiones de Job y quien mató a sus hijos, porque en el prólogo
del poema leemos cómo Satanás le dice a Dios que si Job le permanece fiel es
porque le conviene, ya que lo ha bendecido sobremanera. “Pero quítale lo que le
has dado, ¡a ver si no te maldice!” agrega el demonio.(Jb 1:11) Entonces Dios le
da carta blanca a Satanás para que haga con Job lo que le parezca, siempre y
cuando no toque su cuerpo (v. 12). Y Job pierde todo lo que posee, pierde hasta
sus hijos.
Más adelante le otorga permiso para enfermarlo también si
quiere, pero sin tocar su vida (Jb 2:6). Y cuando estaba sentado sobre un
montón de ceniza, rascándose sus llagas con una teja, Job fue tentado por su
mujer para maldecir a Dios. Pero él le reprenda: "¿Recibiremos sólo lo bueno de Dios y no lo malo?" (Jb
2:10).
Todo lo que sucede al hombre, sea bueno, sea malo, viene de
Dios, porque nada puede ocurrirnos sin que Él lo permita. Para recalcar
esta verdad, dice su palabra en Deuteronomio: "Yo hago morir y yo hago vivir; yo hiero y yo sano." (Dt
32:39; cf Os 6:1) Él gobierna
soberanamente sobre todo lo que ocurre en el tierra, y paga a cada cual según
sus obras (Sal 62:12; Mt 16:27). Él hace que todos –individuos y naciones-
cosechemos lo que sembramos (Gal 6:7).
Ciertamente, como dice la epístola de Santiago, “toda buena dádiva viene de lo alto” (St
1:17), y no es Dios –dice Jesús- quien da a sus hijos una piedra, o una
serpiente -símbolo de desgracia- cuando le piden algo bueno (Lc 11:11).
Pero entonces, se preguntará alguno: ¿Por qué me sucede
esto? Tenemos que reconocer que muchas de las cosas malas que le suceden al
hombre son simplemente consecuencia natural de sus propios actos. Si uno come
en exceso todos los días, dejándose llevar por la gula, ¿a quién va a echar la
culpa si se enferma del estómago? Y si maneja como un loco, ¿a quién va a echar
la culpa si sufre un accidente?
Pero de otro lado, aún estando libres de culpa, muchas
también son las aflicciones con las que Satanás busca atormentarnos, porque "él ha venido -dijo Jesús- sólo para robar, matar y destruir." (Jn10:10)
Sin embargo, nada de lo que el diablo nos quiera hacer para
atormentarnos, puede sobrevenirnos si Dios no lo permite; sin que Dios, en
última instancia, lo quiera. Y si Dios lo permite, o lo quiere directamente, no
es por maldad, ni por hacernos daño, tampoco por darle gusto al diablo, sino
para nuestro bien. Fue Dios quien permitió que el diablo afligiera a Job. Si no
se lo permitía, no hubiera podido hacerle nada. Y fue para su bien, porque al
fin tuvo más de lo que antes poseía. Y mucho más, porque se volvió sabio y tuvo
el privilegio de que Dios le hablara.
A nosotros nos es difícil comprender cómo de un mal puede
Dios sacar un bien. Hay un refrán español, sin embargo, que expresa esa verdad:
“Dios traza renglones derechos con pautas torcidas.” Y hay otro que expresa una
verdad semejante: “No hay mal que por bien no venga.” (Nótese que muchos
refranes antiguos expresan pensamientos basados en la Biblia ). Dios está mucho
más alto que nuestros pensamientos y sus caminos -dice su palabra- no son
nuestros caminos (Is 55:8,9). El amor infinito que Dios tiene por el hombre
hace que todo lo que a su criatura le sucede, aun el castigo, sea para su bien,
no para su mal. Y si el hombre, al final de su carrera, recibe el fruto de su
rebeldía, esto es, la separación eterna de Dios, no es porque Dios lo haya
deseado, sino porque el propio hombre así lo ha querido, a pesar de todo lo que
Dios hizo para salvarlo, incluso dando la vida de su Hijo único en rescate de
sus pecados.
Por eso es que, cualesquiera que sean las circunstancias,
debemos dar gloria a Dios por ellas, como dice Efesios: "...dando gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de
nuestro Señor Jesucristo." (5:20).
Si nosotros le damos gracias a Dios también en las malas, en
primer lugar, estaremos reconociendo que Dios es Rey soberano sobre toda la
tierra y que Él gobierna el mundo según su beneplácito. Segundo, reconoceremos
que Él tiene una intención superior -para nosotros inescrutable- al permitir
que temporalmente algo malo nos venga al encuentro. Y tercero, al agradecerle
nosotros manifestamos también nuestra fe de que Él puede sacar de lo ocurrido
un bien mayor a lo que hemos perdido, porque Él todo lo puede. En suma, al
agradecerle y alabarle en todas las circunstancias, buenas o malas, elevamos un
cántico de fe a Dios.
Algún día veremos las cosas buenas de nuestra vida que Dios
sacó de las circunstancias desfavorables que por las que atravesamos, porque la
voluntad de Dios para nosotros es siempre buena. Ya lo dijo Pablo, “a los que aman a Dios, todas las cosas les
ayudan a bien.” (Rm 8:28).
De ahí viene que en el salmo 103 David cante: "Bendice alma mía al Señor y no olvides
ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas sus iniquidades; el que
sana todas tus dolencias; el que rescata tu vida de la fosa; el que te corona
de favores y de misericordias; el que sacia de bien tu boca, de modo que te
rejuvenezcas como el águila." (1-5).
No olvides que todo lo que tienes viene de Él y que tú no
has ganado con tu esfuerzo ni un solo latido de tu corazón. Que todo se lo
debes a Él, y que así como viniste a este mundo desnudo, desnudo también te
irás.
El salmo 34 expresa cuál debe ser nuestra actitud
permanente: "Bendeciré al Señor en todo tiempo; su alabanza estará de continuo
en mi boca." (v. 1) Sí, en todo tiempo lo he de bendecir y su alabanza
estará de continuo en mi boca. Es decir, incesantemente; sin dejar de alabarlo
un solo instante.
¿Es posible esto? Sí es posible dar gracias a Dios a lo
largo del día por todo lo que podemos hacer, por todo lo que recibimos y por
todo lo que nos sucede. Basta proponérnoslo. Como dice Pablo en Colosenses: "Y todo lo que hagáis, sea de palabra o
de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre
por medio de Él." (3:17)
Todo lo que hagamos debemos hacerlo en nombre suyo:
levantarnos, vestirnos, tomar desayuno, comer, ir a trabajar, etc., etc. Todo
debemos hacerlo en su nombre y con su permiso, porque le pertenecemos.
Vivir de esta manera trae consigo una gran recompensa. En
primer lugar, nos hace estar alegres, porque la alabanza y el
agradecimiento ahuyentan la tristeza. Uno no puede dar gracias y a la vez
quejarse. Porque una de dos: o agradezco, o me quejo. El que se queja está
triste por lo que causa su lamento; el que agradece, está lleno de gozo por el
bien recibido. Y si acaso le sobreviene un percance, agradece a Dios de
antemano por la solución que Él le envía.
Así que, cuando esperas algo bueno de Dios, agradece ya por
ello, antes de haberlo recibido.
En segundo lugar, agradecer nos prepara para recibir más
de lo bueno y bienes mayores. Si nosotros hacemos a alguien algún regalo y
no lo agradece, difícilmente tendremos deseos de volverle a regalar. Pero si
nos lo agradece de todo corazón, cuando podamos le haremos otro regalo, aunque
más no fuera, por la dicha que nos produce su agradecimiento.
Pues igual es Dios, porque Él tiene nuestros sentimientos,
sólo que más altos y más intensos. Si Él ve que su hijo no agradece el bien que
le ha hecho, pensará que no lo necesita o no lo aprecia. Pero si ve que lo
atesoramos y se lo agradecemos, volverá a abrir las ventanas de los cielos para
bendecirnos, porque al alabarlo, le honramos. El que no agradece a Dios por
todo, se pierde la oportunidad de recibir todas las bendiciones que Él le tiene
preparadas.
Así que si quieres que Dios te siga bendiciendo agradécele,
por el sol, por el buen tiempo, o por la lluvia, o por el pequeño favor que te
hicieron y que te sacó de apuros, porque fue Él quien puso en la mente de esa
persona el hacerlo.
En tercer lugar, el agradecimiento nos mantiene humildes
y combate el orgullo. No es posible ser soberbio cuando uno reconoce que lo
que tiene no es por mérito propio sino, al contrario, es inmerecido. Porque si
uno merece lo que recibe, no necesita agradecerlo, es un pago.
¿Quién puede decir: Yo merezco todo lo bueno que Dios me ha
dado? Si tienes buena vista, ¿la has merecido? Con ella viniste al mundo. Si
estas con vida y salud a tu edad, ¿lo has merecido? Quizá al contrario, no has
llevado una vida santa y has maltratado tu cuerpo. Pero Dios te ha perdonado y
te ha restaurado, “porque Él es bueno y
para siempre es su misericordia.” (Sal 136:1).
En cuarto lugar, nuestro agradecimiento agrada a Dios.
Conocemos el episodio de Lucas en que Jesús sana a diez leprosos que encuentra.
Él les manda presentarse al sacerdote, según lo ordenado por Moisés (Lv 14:2-4),
a fin de que certifique su curación, y en el camino son limpiados de la lepra.
Entonces uno de ellos, que era samaritano, viendo que había sido sanado, vuelve
donde Jesús dando gloria a Dios a gritos. Pero Jesús pregunta: “¿No eran diez los que fueron sanados? ¿Cómo
es que sólo uno y todavía extranjero, regresa a agradecerlo? ¿Dónde están los
otros nueve?” (Lc 17:17,18)
Entonces le dice al hombre: "Levántate, tu fe te ha salvado." (v. 19)
Fíjense, fueron diez los que recibieron de Jesús su
curación, pero este samaritano agradecido recibió algo más, algo mucho
mejor y más valioso que su curación física: su salvación eterna. No
sabemos si los otros nueve, se perdieron o no. Pero el agradecido fue salvado,
esto es, regenerado, y recibió en ese instante la seguridad de que algún día
estaría con Dios.
Así pues, al agradecer a Dios, nosotros nos preparamos para
recibir bienes cada vez mayores a los ya recibidos. Y el bien mayor que se
puede recibir en vida es el quinto beneficio del agradecimiento:
Esto es, el que agradece y alaba a Dios todo el tiempo, permanece
todo el tiempo en su presencia. Ése es el mayor beneficio que el hombre
puede recibir en esta vida, porque constituye un adelanto de lo que será el
cielo.
¿En qué consiste el cielo? ¿Hay alguien que haya estado en
el cielo y haya regresado para contarlo?
No sabemos en verdad qué cosas que ojo humano nunca vio, ni
oído humano nunca escuchó, prepara Dios para los que le aman (1Cor 2:9; Is
64:4). ¿Qué cosa será eso que Dios tiene preparado para nosotros como
recompensa por haberle sido fieles?
Pero de todos los bienes que Él puede darnos, ninguno
hay mayor que Él mismo, ninguno mayor que estar en su presencia, ver su
gloria, contemplar su belleza, bañarse en su amor por los siglos de los siglos.
Gozaremos de una felicidad tan grande, que si la
experimentáramos un segundo en este cuerpo mortal, nos desmayaríamos de la
impresión.
Pues bien, el que vive en la presencia de Dios constantemente,
recordando que vive bajo su mirada y pensando en Él todo el tiempo, tiene en
esta vida un adelanto, un anticipo, de
lo que será algún día su dicha eterna en el cielo.
NB. Este artículo
está basado en una enseñanza dada en el ministerio de la Edad de Oro el 15.08.13, la
cual, a su vez, estuvo basada en una charla radial transmitida el 03.10.98,
cuyo texto fue impreso cinco años después.
Amado lector: Si
tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de
Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA
EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS
QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA.
AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
#794 (01.09.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.
Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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