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jueves, 5 de noviembre de 2015

PARÁBOLA DE LA OVEJA PERDIDA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PARÁBOLA DE LA OVEJA PERDIDA
Un Comentario de Mateo 18:10-14


10. "Mirad que no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos."
Los pequeños a los que Jesús se refiere aquí pueden ser literalmente niños, pero más probablemente serían hombres y mujeres, no de baja estatura sino de baja condición social, que son ignorantes no sólo de la fe, sino también de las cosas del mundo, el tipo de personas que la gente suele mirar con desprecio.

Pero ¿qué dice Jesús de ellos? Tú los desprecias porque son poca cosa a los ojos del mundo, pero "sus ángeles", es decir, los mensajeros de Su voluntad a quienes Dios ha encargado que se ocupen de ellos y los cuiden, al mismo tiempo que realizan esa labor están constantemente delante de Él.

Para el mundo ellos no valen nada, pero para Dios valen mucho, pues los ha confiado a ángeles que gozan de su intimidad. Ellos gozan de un privilegio mucho mayor de lo que tú te imaginas, ni quizá te ha sido acordado.

A nosotros quizá nos intrigue saber cómo pueden esos ángeles guardianes estar a la vez ocupados en la tierra y estar en la presencia de Dios. Nuestra perplejidad se debe a que nosotros no podemos concebir cómo son las cosas en las dimensiones celestes, espirituales, porque no las conocemos. Las distancias y los tiempos son diferentes.

En este versículo Jesús confirma la validez de la creencia del judaísmo de su tiempo en la existencia de ángeles guardianes que acompañan a cada ser humano. (Nota 1)

La lección que debe sacarse de este versículo es que contrariamente a nuestra tendencia natural, ningún ser humano debe ser despreciado, cualquiera que sea su condición, su suciedad, su grado de abandono, o su pobreza. A los ojos de Dios se trata de una criatura suya, altamente apreciada, porque Él no desprecia nada de lo que ha salido de sus manos. Piensa en eso: Nosotros, tú y yo, hemos salido de sus manos. ¡Aleluya! Y Él no nos desprecia, cualquiera que sea nuestra condición.

Mira a ese hombre asqueroso tirado en la calle, negro de suciedad. Todo el mundo huye de él asqueado. Pero Dios lo ama porque es una de sus criaturas. Jesús murió también por él.

Jesús nos advirtió acerca de la inconsistencia de mirar a alguna persona con desprecio cuando dijo que los últimos serán los primeros y los primeros, últimos. (Mt 20:16). Algún día en el cielo nos llevaremos una gran sorpresa. Algunos van a estar en primera fila, por así decirlo, a quienes nosotros no dimos ninguna importancia, a quienes quizá incluso despreciábamos.


Esto significa que el valor intrínseco de una persona es algo oculto a los ojos humanos. Nosotros vemos lo que muestra el exterior de la persona, pero no vemos lo que está en su interior. No sabemos si es de oro, plata, diamante, o de plomo u hojalata.

Recuérdese lo que le dijo Dios al profeta Samuel cuando buscaba entre los hijos de Isaí a uno que fuera rey para Israel, en reemplazo de Saúl. Al ver al mayor, alto, buen mozo y fuerte, Samuel se dijo: "Este debe ser". Pero Dios le dijo: "No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura...porque Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón." (1Sm 16:7). A nosotros nos impresionan ciertas personas por su aspecto, su fuerza o su inteligencia, pero no sabemos lo que hay dentro de ellas. Eso sólo lo sabe Dios.

11. "Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido."
Este versículo, que se encuentra también en la conclusión del episodio de la conversión de Zaqueo (Lucas 19:10), sirve de transición a la parábola de la oveja perdida que viene enseguida.

Esta frase enuncia de una manera clara el propósito para el cual el Verbo de Dios vino a la tierra, esto es, a rescatar y a salvar a los que estaban alejados de Dios y, por lo tanto, caminaban a su condenación, y estaban perdidos. En otro lugar Jesús dijo que Él no había venido a buscar a justos sino a pecadores, porque no son los sanos los que tienen necesidad de médico sino los enfermos (Mt 9:12,13).

Éste es un asunto que nos parece obvio. Son los pecadores, los perdidos los que están en la mira de Dios, porque son ellos los que más necesitan de Él. ¡Pero cuántas veces en la vida práctica de algunas iglesias (no en la nuestra) esos enfermos del alma, esos pobres pecadores, son marginados, excluidos y puestos de lado, abandonados a su suerte, mientras los sanos, los justos, se reúnen entre ellos satisfechos de la rectitud de su conducta y de su vida! De esa manera corren el peligro de convertirse en fariseos. Pero si Jesús descendiera nuevamente a la tierra, y lo hiciera de incógnito, ¿a quiénes buscaría? ¿A los que se sientan en primera fila en los servicios, o a las prostitutas en las calles, y a los bebedores que están emborrachándose en las cantinas? ¿Dónde están los enfermos? ¿Dónde están los perdidos? Está muy bien que tengamos comunión entre hermanos y que nos gocemos por lo que Dios hace en medio nuestro, pero eso no debe servir para estar satisfechos de nosotros mismos sino para que, fortalecidos con la palabra, salgamos a buscar a aquellos por los que Jesús vino a la tierra.

Los fariseos esperaban que Jesús predicara para ellos, que se habían preparado mediante oración, ayuno y estudio para entrar al Reino de los cielos. Ellos confiaban en su propia justicia. A ellos debería dedicar Jesús su atención preferente, pero Él desconfiaba de ellos.

Jesús predicaba un perdón inmediato a todo el que se arrepienta, como un don gratuito de la misericordia divina, no un perdón difícil que se obtiene después de mucha penitencia, ayuno y oración. (Sal 51:17).

La predicación de los fariseos no estaba dirigida a los perdidos. Ellos no tenían nada que decir a los pecadores, salvo exigirles que cumplan todos los mandamientos de la ley para ver si Dios quizá se apiadaba de ellos. En el fondo ellos dejaban que los pecadores se perdieran. Eso no era su problema.

En el evangelio de Lucas la parábola de la oveja perdida está precedida por la murmuración de escribas y fariseos contra Jesús porque se juntaba con publícanos y pecadores.

Los publícanos eran odiados por los judíos que los consideraban traidores a su pueblo, ya que recaudaban impuestos por cuenta de los extranjeros romanos, y se enriquecían de paso cobrando de más por cuenta propia, y oprimiendo con sus tácticas de cobranza al pueblo.

Ese rechazo llegaba al punto de que su dinero no era aceptado como limosna para el templo, su testimonio en los tribunales era inválido, y se les ponía al mismo nivel que los despreciados gentiles y que las prostitutas, aunque, como dijo Jesús de Zaqueo, ellos eran también hijos de Abraham (Lc 19:9).

Jesús se reunía con ellos al igual que con los pecadores y las prostitutas, precisamente porque eran personas rechazadas por la sociedad. Tomen nota. Por ese motivo los fariseos lo criticaban acremente. Pero Jesús se acercaba a ellos como hace el médico solícito con los enfermos. No omitía esfuerzo alguno para estar en contacto con ellos. Él los atraía por la bondad de su trato, y por eso venían donde Él en mancha a escucharlo.

En respuesta a las murmuraciones de los fariseos, Jesús narra las tres parábolas que vienen enseguida en el Evangelio de Lucas: la de la oveja perdida, la de la dracma perdida, y la del hijo pródigo.

La parábola de la oveja perdida destaca el amor de Dios que va en busca de los perdidos. En Lucas Jesús dirige esta parábola a los fariseos: "¿Quién de ustedes...?" (Lc 15:4).

Pero tornemos al texto de Mateo.
12. "¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado?"
La sociedad de Israel vivía sobre todo de la agricultura y de la ganadería. Ellos en su origen eran un pueblo pastoril. Por eso muchas de las parábolas de Jesús usan imágenes pastoriles. Sus oyentes las captaban fácilmente.

El cuadro que Jesús nos pinta en pocas pinceladas es muy simple: Un pastor tiene cien ovejas en su rebaño. Si de pronto se pierde una de ellas, ¿no dejará las noventainueve para ir a buscar a la descarriada? ¿Y si la encuentra, no se alegrará más por ella que por las que no se alejaron del redil?

Si una madre tiene un hijo enfermo ¿no se alegrará por la curación de ese hijo más que por los que están sanos? No es que no quiera a los sanos, pero en determinado momento su preocupación está concentrada en el hijo enfermo. Es natural que sea así.

Podría objetarse: el pastor que va detrás de la oveja descarriada ¿no está poniendo en peligro a las noventainueve que abandona? En el caso propuesto por Jesús podemos pensar que el pastor tendría un ayudante que cuide entretanto a las que quedan en el redil. Pero en el caso de Dios su providencia alcanza a todos, a los que perseveran y a los que se pierden.

El pecador es comparado a una oveja tonta que en su ignorancia, queriendo explorar prados para ella desconocidos, se pierde en el campo.

El pastor del rebaño no se dice: "Me quedan noventainueve ovejas. ¡Qué me importa si se me pierde una!" No, él se dice: "Si se me pierde una oveja ¿qué me importan las noventainueve?"

Al pastor asalariado no le importa que se pierda una, porque las ovejas no son suyas, pero al dueño del rebaño sí le importa que se pierda una, porque él ama a cada una de ellas (Jn 10:12,13). Él conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a Él (v. 14).

Su actitud es semejante a la de la mujer que ha perdido una dracma, y que no para de buscarla hasta que la encuentra (Lc 15:8).

La oveja descarriada es como muchos pecadores que se extravían del camino y se pierden por ignorancia. No saben en verdad lo que hacen, pero si nadie va a buscarlos se pierden para siempre. ¿Cuántos de nosotros éramos así? Si no hubiera habido una persona que se hubiera apiadado de nuestra condición, y no nos hubiera hablado de Dios, o no nos hubiera traído a la iglesia, ¿dónde estaríamos nosotros?

El profeta Ezequiel denuncia que muchas ovejas se pierden porque los pastores que están a cargo de ellas no las cuidan (Ez 34:1-6). Esos malos pastores se dedican a apacentarse a sí mismos, en lugar de cuidarlas (v. 8).

Pero, a través del profeta, Dios anuncia que Él mismo irá a buscar a sus ovejas para traerlas al redil: "Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí que yo, yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reconoceré. Como reconoce el pastor a su rebaño cuando está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré a mis ovejas, y las libraré de todos los lugares donde fueron esparcidas..." (v. 11,12).

El profeta Ezequiel, con quinientos años de anticipación, anunció lo que Jesús iba a hacer al venir a la tierra. No sólo buscaría a la oveja descarriada, sino que la sanaría (v. 16).

La encarnación de Jesús no fue otra cosa sino llevar a cabo la misión del Buen Pastor que se ciñe los lomos para ir a buscar lo que se había perdido. Y no cesa en su búsqueda hasta que encuentra a la oveja descarriada, la carga sobre sus hombros gozoso, y la trae de vuelta al redil. (Le 15:5). (2)

Eso ha ocurrido con la mayoría de los que están leyendo estas líneas. Él nos fue a buscar cuando estábamos perdidos en medio de nuestra miseria, no para castigarnos, sino para traernos al redil, después de habernos curado.

13. "Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron."
Al estar formulado en condicional ("si la encuentra") el texto de Mateo da a entender que pudiera ocurrir que todos los esfuerzos del Buen Pastor por recuperar al alma perdida sean  inútiles. ¿Es posible que eso ocurra? Sí, porque el pecador es libre de acudir al llamado de Dios, o de no hacerlo. Y, en efecto, ¡cuántos hay que por su propia voluntad se pierden ya que hacen caso omiso de los esfuerzos de Dios por salvarlos!

El mundo sería otro si eso no ocurriera con frecuencia. Démosle gracias a Dios de que nosotros no fuimos rebeldes a su llamado, y pidámosle que nunca permita que nos alejemos de Él.

"Y si acontece que la encuentra..." Si efectivamente el pastor halla a la oveja descarriada, en ese momento él se alegrará más por ella que por las ovejas que nunca se perdieron.

¿No es eso injusto? En la parábola del hijo pródigo el hermano mayor se resiente de que su padre haya hecho una fiesta para celebrar el retorno del hijo que se había ido, pero nunca hizo una fiesta para él, que nunca se alejó de su casa y siempre lo sirvió. El padre le responde: Todo lo mío es tuyo, pero "tu hermano estaba muerto y ha revivido, estaba perdido y ha sido hallado" (Lc 15:27-32). Yo me alegro mucho por él, y tú deberías hacerlo también teniendo en cuenta de qué abismo ha salido. No deberías tener celos de tu hermano, sino deberías alegrarte conmigo de que haya retornado.

Un pecador que se arrepiente da más gozo al Padre, y provoca una mayor fiesta en el cielo que noventainueve que permanecen fieles (Lc. 15:7). Pero la recompensa de los que siempre fueron fieles, o lo fueron más tiempo, será mayor que la de los que se desviaron y retomaron al buen camino.

14. "Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños."
Mateo concluye la parábola reiterando el deseo del Padre de que ninguno de los más despreciados e ignorantes se pierda (2P 3:9), porque -aunque esto no está dicho, se sobreentiende- por ellos también derramó Cristo su sangre.

Si la salvación del género humano le ha costado tanto, ¿cómo no ha de desear Él que ninguno deje de recibir ese beneficio? ¿Cómo no ha de entristecerse su corazón por uno solo que se condene? Las multitudes de los que se salvan no lo consuelan de una sola pérdida. Eso es lo que una sola alma vale para Él.

Notas: 1. El Nuevo Testamento está lleno de episodios en que los ángeles cumplen misiones específicas por encargo de Dios, comenzando con el anuncio del nacimiento de Juan Bautista (Lc 1:5-17), o el anuncio de la encarnación del Hijo de Dios en el vientre de María (Lc 1:26-35), o animando a sus escogidos (Hch 27:23,24), o librando de la cárcel a Pedro (Hch 12:6-10). La noción de que hay un ángel asignado a cada persona está confirmada en ese mismo episodio cuando Pedro se presenta en la puerta de la casa donde están reunidos los creyentes, y ellos se niegan a creer que sea él pensando que "es su ángel" (Hch 12:15).
2. La figura del Buen Pastor cargando en sus hombros a la oveja descarriada es uno de los temas más populares de la pintura clásica.




Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."


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lunes, 26 de enero de 2015

ANOTACIONES AL MARGEN XL

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.


ANOTACIONES AL MARGEN XL
v  Los que niegan la existencia del infierno, son los que con mayor seguridad caerán en él.
v  No hay situación difícil que Dios no pueda solucionar si confiamos en Él.
v  En algún lugar leí esta gran verdad: La guerra espiritual es una batalla entre el bien y el mal que se libra en nuestro interior, y nosotros somos el campo de batalla.
v  Jesús dijo: No podéis servir al mismo tiempo a Mammón y a Dios, porque son opuestos (Lc 16:13). Pero el dios de las riquezas se ha apoderado de la mente de los hombres que le rinden culto, envileciendo sus corazones, y ha traído consigo egoísmo, avaricia, impiedad, opresión, estafas, guerras, fraudes, negocios ilícitos, sembrando el odio entre los pueblos y hasta en el interior de las familias.
v  Puesto que el hombre ha rechazado lo cierto, es decir, la Verdad revelada, es justo que la fecha de su muerte sea incierta para él.
v  ¿Cómo es posible que Dios permita que el diablo tiente al hombre? Porque al hacerlo el diablo cumple sin saberlo los propósitos de Dios.
v  Ésta es una gran verdad: No hay nada bueno en mí, y lo que hubiere, me ha sido dado. No tengo nada, pues, de qué jactarme. Si lo hago, robo la gloria debida a Dios.
v  Cuanto más amamos una cosa, más pensamos en ella.
Cuanto más amamos a una persona, más pensamos en ella.
Cuanto más amamos a Dios, más pensamos en Él.
Si yo no pienso constantemente en Dios, es porque no lo amo mucho. Si lo amara como debiera, no dejaría de pensar en Él un solo instante.
v  Si la gloria de Dios pudiera ser vista por el hombre, su frágil cuerpo perecería, como se debilitaron los que vieron su gloria de lejos en la montaña del Sinaí (Dt 5:23-27). De ahí el dicho del Antiguo Testamento: Nadie puede ver a Dios y vivir (Ex 33:20). Es decir, el que ve el rostro de Dios, muere. Puesto que la gloria de Dios no puede ser vista tal cual es, nosotros vivimos entretanto por fe. Pero algún día la contemplaremos sin trabas por toda la eternidad.
v  ¡Si los impíos supieran lo que les espera después de la muerte! A nosotros nos toca advertirles. Por eso no hay prédica más útil y necesaria que la prédica del infierno. ¿A cuántos habrá librado de caer en él?
v  La encarnación es un misterio extraordinario que nos asombra. En efecto, el contraste entre un Dios infinito y omnipotente, y una criatura pequeña e inerme, es abismal. ¡Que el que lo es todo y todo lo puede se reduzca por amor a la impotencia de un recién nacido!
v  Si a alguien se le ofreciera algo muy valioso gratuitamente y sin límites, al infinito, ¿no lo recibiría encantado? Tanto más si es un bien tan maravilloso y sin precio como es la gracia. ¡Pero cuántos en su ignorancia lo rechazan! Dios no entra en sus planes.

v  El hombre es un ser al que se le hizo un regalo espléndido, pero que en lugar de apreciarlo y gozar de él, lo destrozó, al punto que Jesús tuvo que venir para repararlo. Pero el precio que Él tuvo que pagar por nuestra inconciencia fue inconmensurable.
v  Es bueno mantenerse en la presencia de Dios, es decir, recogido, en medio de las ocupaciones diarias, aun de las más exigentes.
v  Jesús es nuestro huésped interno. Él está dentro de nosotros y nos habla. ¿Cómo no prestarle atención todo el tiempo?
v  Jesús quiere, desea, anhela que le amemos, pero nosotros nos mantenemos fríos, indiferentes, distantes. Decimos que le amamos de la boca para afuera, pero nuestro interior está distante, distraído en otras cosas.
v  En lugar de pensar en las cosas que me preocupan, debo decírselas a Dios, como quien conversa con un amigo.
v  Dios me enriquece, me embellece constantemente. Dios no desea otra cosa sino derramar sus dones en mí; los inmateriales (que son de mayor valor) y los materiales. Necesito abrirme sin reservas a su acción en mí. ¿Cómo? Manteniéndome en su presencia y deseando que me una a Él cada día más y más. Pero sobretodo, dándole plena libertad para obrar en mí como Él quiera, sacando y poniendo lo que a Él le parezca. Aunque por momentos pueda ser doloroso, el fruto al final será sabroso.
v  Que mi alma sea su “chacra” depende de que le rinda mi voluntad sin reservas. Entonces podrá Él arar y abonar, sembrar, regar y cosechar a su antojo.
v  Dios se ama a sí mismo. Eso es algo en lo que antes nunca había pensado. Pero si Él es el amor mismo (1Jn 4:8) ¿cómo podría no amarse? Nuestro amor por nosotros mismos es un reflejo de ese amor suyo de sí mismo.
v  Dios se limitó a sí mismo voluntariamente al establecer que la colaboración del hombre le sería necesaria para sus propósitos. Él quiso que así fuera cuando hizo al hombre libre. El ser humano puede negarse a colaborar con Dios en lo que lo beneficia. Y con frecuencia, en efecto, se niega a hacerlo, o no colabora activamente, o colabora a medias, tibiamente. Él mismo es el perjudicado.
v  Cuando vemos las catástrofes que se producen en la naturaleza, con toda la destrucción que acarrean, y los cataclismos que afectan al hombre, no debemos sorprendernos. Todo eso es consecuencia del pecado, que corrompió a la naturaleza y alteró el orden perfecto establecido por Dios en todos sus dominios. A eso se refiere Pablo en Romanos 8:19-23, cuando habla de la corrupción de la naturaleza.
v  La menor falta aleja a Dios de nuestra alma, que oculta su rostro de nosotros para no ver (Is 59:2). De ahí la necesidad de aborrecer el pecado, la necesidad de la pureza.
v  Hay muchos que quisieran que no haya infierno, porque saben que van a ir ahí. Los que niegan la existencia del infierno son los más seguros candidatos a ser sus huéspedes por toda la eternidad.
v  Somos criaturas de Dios. Hemos salido de sus manos, y Él sabe lo que nos conviene. Que nada se oponga a su acción continua en nosotros, a nuestra comunión con Él.
v  A cada cual le es asignada una manera específica de dar gloria a Dios en su vida.
v  Dios puede a veces detenernos un buen rato en el camino para que le escuchemos mejor.
v  Imaginemos que Dios hubiera creado los astros, galaxias, estrellas y planetas en su inmensa variedad, y que les hubiera fijado a cada uno su órbita para moverse, pero que, al mismo tiempo, los hubiera dejado libres para ir por donde quieran. ¡Qué caos se armaría en el firmamento! ¡Qué de choques y colisiones catastróficas! Eso es lo que ocurre en la tierra con los seres humanos.
v  Cree en Él, en la abundancia de su amor, para que Él pueda llenarte con su gracia.
v  Si Dios no derrama más sus dones en mí, es porque carezco de la sed de ellos que debiera tener. “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas…” (Sal 42:1). Con la misma ansiedad debo desear yo beber de Dios para que Él me sacie.
v  La gracia es un manantial que se ofrece a todos los que quieran beber de sus aguas.
v  ¿Qué somos nosotros frente al infinito? Limaduras de hierro que el imán atrae.
v  Cuando el hombre deja de temer a Dios se extravía y cae en toda clase de desvaríos y excesos de los que, para mal suyo, se enorgullece.
v  La frase “la unión hace la fuerza” es una frase inspirada por Dios. Parece difícil de creer, pero es una verdad divina, que tiene su reverso en la frase de Jesús: “Una casa dividida contra sí misma no puede subsistir.” (Mt 12:25) Esto es, la división debilita.
v  No importa cuán imperfecto yo sea, si me entrego en manos de Dios para que Él me use como quiera.
v  Todo lo que viene de Dios debe recibirse como un regalo, con amor, aunque duela. Ahí está la clave del dicho de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí (es decir, ser mi discípulo), niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Mt 16:24), porque si se abraza con amor, la cruz no es pesada sino ligera.
v  He aquí lo que yo debería hacer cada mañana: Lanzarme hacia Dios al despertar.
v  ¿Cómo podemos santificarnos los unos a los otros? Exhortándonos mutuamente (Col 3:16).
v  El amor al prójimo que se manifiesta en hechos y obras concretas es una manifestación y una irradiación del amor con que Dios nos ama.
v  ¡Qué bueno fuera que Dios me diera el don de detectar la soberbia donde quiera que se manifieste!
v  El amor al prójimo, cuando es real, se anticipa a las necesidades ajenas.
v  Perdonar a los que nos ofenden es el mandamiento más difícil del Evangelio.
v  Pablo escribió algo que puede parecer insensato: “Me gozo en medio de mis tribulaciones…” (2Cor 7:4). Pero expresa una gran verdad, porque en medio del sufrimiento puede, por la gracia de Dios, surgir la alegría. Eso ocurre cuando uno comprende por qué y para qué sufre, y le entrega a Dios ese sufrimiento, ya que en los propósitos de Dios no hay sufrimiento, no hay tristeza, que no tenga sentido y no cumpla un propósito. ¡Cuánto podría consolar esta verdad a todos aquellos desdichados e inválidos que no comprenden por qué les ha tocado padecer en la vida!
v  Si Pablo habla de derribar la muralla que separa a judíos de gentiles (Ef 2:14), la muralla que separa al mundo de la iglesia nunca debe ser derribada. Cuando lo ha sido –y desafortunadamente lo ha sido con frecuencia- la influencia del mundo ha corrompido a la iglesia, despojándola de su vigor e impidiéndole ser verdadero testigo de Cristo.
v  Nosotros somos luz en la medida en que reflejamos la luz de Cristo.
v  El amor trata de no hacer daño y de hacer siempre el bien. En cambio, el odio busca hacer daño, y evita en lo posible hacer el bien.
v  Ser santos es un mandato, una obligación (Lv 19:2). Es lo menos que podemos ser para agradar a Dios. Pero nos retiene la tibieza de nuestro carácter. ¿Habrá habido un santo tibio? Parece imposible. El santo es por necesidad ardiente. Por algo dijo Jesús que vomitaría al tibio de su boca (Ap 3:16).
v  Pero si la iglesia está formada por hombres en su mayoría nada santos ¿cómo puede ella ser santa? Porque santo es el que la fundó, y el que la preserva de los ataques del enemigo.
v  En segunda de Pedro, Dios nos dice que este mundo será destruido por el fuego a causa del pecado, pero que Él podrá regenerarlo con facilidad y hacer uno mejor, como ocurrió después del diluvio (3:10-13).
v  Llegará un momento en que el sufrimiento de la humanidad será muy, muy grande, porque el pecado ha calado muy hondo. ¡Oh, cómo se ofende a Dios en nuestro tiempo! Ni en Sodoma y Gomorra se le ha ofendido tanto.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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jueves, 21 de noviembre de 2013

AGRADECIMIENTO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
AGRADECIMIENTO
¿Quién no ha experimentado alguna vez esa gran alegría que se siente cuando uno le hace un regalo a una persona y ella le devuelve una sonrisa conmovida diciendo "¡Gracias!" desde el fondo del alma, "¡Cuánto me alegra que lo hayas pensado!"?
Pero también ¿quién no ha sentido esa gran desilusión que produce hacer un regalo que nos ha costado tiempo y dinero, o hasta fatiga encontrar, y que la persona lo reciba sin darle importancia, como si no valiera nada, o como si fuera su derecho recibirlo, y no diga una sola palabra de agradecimiento, o si lo dice lo haga secamente?
¿A qué se debe esa diferencia de actitudes? ¿Por qué reaccionan unos de una manera y otros de otra? Depende del corazón de la persona que recibe el regalo. Según el estado de su corazón responde y habla el ser humano. El corazón es el que gobierna nuestras reacciones.
Un corazón duro, egocéntrico, como hay muchos, recibe lo que le dan como si fuera su derecho y es incapaz, a su vez, de dar a otro ni siquiera una sonrisa a cambio, salvo que le convenga.
Un corazón mezquino no reconoce el bien que recibe de otros, porque le cuesta admitir que en los demás haya algo bueno, y, de repente, hasta  sospechará que hay una intención oculta detrás del regalo: ¿Qué estará buscando éste?
Un corazón herido tiene dificultades para salir de su propia pena y gozar del bien que recibe de otros, agradeciéndolo como debiera, porque piensa que no lo merece, o se siente menos.
Un corazón egoísta sólo piensa en lo que necesita, y nunca piensa en lo que otros puedan necesitar; y cuando recibe algún regalo, lo toma como si fuera el pago de una deuda largo tiempo vencida.
Pero un corazón sano valora el regalo y todo lo que otros puedan darle, y verá en la menor muestra de generosidad ajena una ocasión para demostrar su aprecio por el dador.
El que se siente por encima de los demás, no agradece porque considera que todos le deben pleitesía. Pero el que está debajo, el que tiene una baja autoestima, agradece todo lo que le dan como si fuera un favor inmerecido.
El orgulloso considera indigno reconocer que hay algún valor en lo que su prójimo le alcanza. Él no necesita de regalos porque todo lo tiene y todo lo puede, aunque sea un miserable. Pero cuanto más humilde sea la persona, más reconocerá el valor del favor que le hacen y más agradecida estará. En cambio hay pobres orgullosos que no agradecen la limosna que suplican.
Mientras la soberbia levanta barreras entre los hombres, la humildad las derriba. Dios actúa de una manera semejante pues, según dice su palabra, Él “resiste a los soberbios, mas da gracia a los humildes.” (1P 5:5)
Ahora bien, ¿cuál debe ser nuestra actitud con Dios? Nosotros hemos recibido todo de Él. No sólo la existencia, sino la vida misma. Ese aliento que hincha nuestros pulmones es un eco del espíritu que Dios sopló en las narices de Adán y que aún resuena en nuestro pecho. Es una pequeña parte de la propia vida de Dios que respira en nosotros. ¿Recuerdan el relato del Génesis? Dice que Dios sopló aliento de vida en el cuerpo que había formado con el polvo de la tierra. (Gn 2:7). Eso es lo que somos nosotros. Polvo de la tierra que ha recibido un aliento de vida de su Creador.
Y si Él no pensara constantemente en nosotros; si Él retirara por un solo instante su atención de nosotros, desapareceríamos sin dejar huella, retornaríamos súbitamente a la nada de la que salimos, pues todo subsiste gracias a Él, como dice la Escritura: "Él sustenta todas las cosas con la palabra de su poder." (Hb 1:3)
Pero no sólo la vida, el cuerpo y los sentidos, sino también la mente con la cual pensamos y sus facultades: la memoria, la imaginación y la inteligencia; los sentimientos y emociones que hacen bella la vida; y la voluntad que nos permite dirigirla y hacer cosas. Todo lo hemos recibido de Dios. Nada de eso hemos obtenido por nuestro propio esfuerzo, y nada de lo material que poseemos nos llevaremos cuando dejemos este mundo. Nos iremos tan desnudos como cuando nacimos.
¿A quién se le podría preguntar: Dónde compraste tus ojos? ¿O cuánto esfuerzo te costó conseguir esas manos tan ágiles que tienes?
San Pablo escribió en primera a Tesalonicenses: "Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús." (5:18)
Hemos de dar gracias a los demás por los favores que nos hacen. Pero sobre todo, hemos de dar gracias a Dios por todas las cosas. No sólo en las alegrías y por las alegrías, sino también en las penas y por las penas. Porque todo viene de Dios.
“¿Cómo? -dirá alguno- ¿Acaso lo malo viene de Dios?” ¿No recuerdan la historia de Job? Cuando a Job le fue quitado todo lo que tenía y se quedó en la miseria, él exclamó: "Dios me lo dio; Dios me lo quitó; bendito sea su nombre." (Jb 1:21)
Sin embargo, sabemos que no fue Dios sino el demonio quien destruyó las posesiones de Job y quien mató a sus hijos, porque en el prólogo del poema leemos cómo Satanás le dice a Dios que si Job le permanece fiel es porque le conviene, ya que lo ha bendecido sobremanera. “Pero quítale lo que le has dado, ¡a ver si no te maldice!” agrega el demonio.(Jb 1:11) Entonces Dios le da carta blanca a Satanás para que haga con Job lo que le parezca, siempre y cuando no toque su cuerpo (v. 12). Y Job pierde todo lo que posee, pierde hasta sus hijos.
Más adelante le otorga permiso para enfermarlo también si quiere, pero sin tocar su vida (Jb 2:6). Y cuando estaba sentado sobre un montón de ceniza, rascándose sus llagas con una teja, Job fue tentado por su mujer para maldecir a Dios. Pero él le reprenda: "¿Recibiremos sólo lo bueno de Dios y no lo malo?" (Jb 2:10).
Todo lo que sucede al hombre, sea bueno, sea malo, viene de Dios, porque nada puede ocurrirnos sin que Él lo permita. Para recalcar esta verdad, dice su palabra en Deuteronomio: "Yo hago morir y yo hago vivir; yo hiero y yo sano." (Dt 32:39; cf Os 6:1)  Él gobierna soberanamente sobre todo lo que ocurre en el tierra, y paga a cada cual según sus obras (Sal 62:12; Mt 16:27). Él hace que todos –individuos y naciones- cosechemos lo que sembramos (Gal 6:7).
Ciertamente, como dice la epístola de Santiago, “toda buena dádiva viene de lo alto” (St 1:17), y no es Dios –dice Jesús- quien da a sus hijos una piedra, o una serpiente -símbolo de desgracia- cuando le piden algo bueno (Lc 11:11).
Pero entonces, se preguntará alguno: ¿Por qué me sucede esto? Tenemos que reconocer que muchas de las cosas malas que le suceden al hombre son simplemente consecuencia natural de sus propios actos. Si uno come en exceso todos los días, dejándose llevar por la gula, ¿a quién va a echar la culpa si se enferma del estómago? Y si maneja como un loco, ¿a quién va a echar la culpa si sufre un accidente?
Pero de otro lado, aún estando libres de culpa, muchas también son las aflicciones con las que Satanás busca atormentarnos, porque "él ha venido -dijo Jesús- sólo para robar, matar y destruir." (Jn10:10)
Sin embargo, nada de lo que el diablo nos quiera hacer para atormentarnos, puede sobrevenirnos si Dios no lo permite; sin que Dios, en última instancia, lo quiera. Y si Dios lo permite, o lo quiere directamente, no es por maldad, ni por hacernos daño, tampoco por darle gusto al diablo, sino para nuestro bien. Fue Dios quien permitió que el diablo afligiera a Job. Si no se lo permitía, no hubiera podido hacerle nada. Y fue para su bien, porque al fin tuvo más de lo que antes poseía. Y mucho más, porque se volvió sabio y tuvo el privilegio de que Dios le hablara.
A nosotros nos es difícil comprender cómo de un mal puede Dios sacar un bien. Hay un refrán español, sin embargo, que expresa esa verdad: “Dios traza renglones derechos con pautas torcidas.” Y hay otro que expresa una verdad semejante: “No hay mal que por bien no venga.” (Nótese que muchos refranes antiguos expresan pensamientos basados en la Biblia). Dios está mucho más alto que nuestros pensamientos y sus caminos -dice su palabra- no son nuestros caminos (Is 55:8,9). El amor infinito que Dios tiene por el hombre hace que todo lo que a su criatura le sucede, aun el castigo, sea para su bien, no para su mal. Y si el hombre, al final de su carrera, recibe el fruto de su rebeldía, esto es, la separación eterna de Dios, no es porque Dios lo haya deseado, sino porque el propio hombre así lo ha querido, a pesar de todo lo que Dios hizo para salvarlo, incluso dando la vida de su Hijo único en rescate de sus pecados.
Por eso es que, cualesquiera que sean las circunstancias, debemos dar gloria a Dios por ellas, como dice Efesios: "...dando gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo." (5:20).
Si nosotros le damos gracias a Dios también en las malas, en primer lugar, estaremos reconociendo que Dios es Rey soberano sobre toda la tierra y que Él gobierna el mundo según su beneplácito. Segundo, reconoceremos que Él tiene una intención superior -para nosotros inescrutable- al permitir que temporalmente algo malo nos venga al encuentro. Y tercero, al agradecerle nosotros manifestamos también nuestra fe de que Él puede sacar de lo ocurrido un bien mayor a lo que hemos perdido, porque Él todo lo puede. En suma, al agradecerle y alabarle en todas las circunstancias, buenas o malas, elevamos un cántico de fe a Dios.
Algún día veremos las cosas buenas de nuestra vida que Dios sacó de las circunstancias desfavorables que por las que atravesamos, porque la voluntad de Dios para nosotros es siempre buena. Ya lo dijo Pablo, “a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.” (Rm 8:28).
De ahí viene que en el salmo 103 David cante: "Bendice alma mía al Señor y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas sus iniquidades; el que sana todas tus dolencias; el que rescata tu vida de la fosa; el que te corona de favores y de misericordias; el que sacia de bien tu boca, de modo que te rejuvenezcas como el águila." (1-5).
No olvides que todo lo que tienes viene de Él y que tú no has ganado con tu esfuerzo ni un solo latido de tu corazón. Que todo se lo debes a Él, y que así como viniste a este mundo desnudo, desnudo también te irás.
El salmo 34 expresa cuál debe ser nuestra actitud permanente:  "Bendeciré al Señor en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca." (v. 1) Sí, en todo tiempo lo he de bendecir y su alabanza estará de continuo en mi boca. Es decir, incesantemente; sin dejar de alabarlo un solo instante.
¿Es posible esto? Sí es posible dar gracias a Dios a lo largo del día por todo lo que podemos hacer, por todo lo que recibimos y por todo lo que nos sucede. Basta proponérnoslo. Como dice Pablo en Colosenses: "Y todo lo que hagáis, sea de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de Él." (3:17)
Todo lo que hagamos debemos hacerlo en nombre suyo: levantarnos, vestirnos, tomar desayuno, comer, ir a trabajar, etc., etc. Todo debemos hacerlo en su nombre y con su permiso, porque le pertenecemos.
Vivir de esta manera trae consigo una gran recompensa. En primer lugar, nos hace estar alegres, porque la alabanza y el agradecimiento ahuyentan la tristeza. Uno no puede dar gracias y a la vez quejarse. Porque una de dos: o agradezco, o me quejo. El que se queja está triste por lo que causa su lamento; el que agradece, está lleno de gozo por el bien recibido. Y si acaso le sobreviene un percance, agradece a Dios de antemano por la solución que Él le envía.
Así que, cuando esperas algo bueno de Dios, agradece ya por ello, antes de haberlo recibido.
En segundo lugar, agradecer nos prepara para recibir más de lo bueno y bienes mayores. Si nosotros hacemos a alguien algún regalo y no lo agradece, difícilmente tendremos deseos de volverle a regalar. Pero si nos lo agradece de todo corazón, cuando podamos le haremos otro regalo, aunque más no fuera, por la dicha que nos produce su agradecimiento.
Pues igual es Dios, porque Él tiene nuestros sentimientos, sólo que más altos y más intensos. Si Él ve que su hijo no agradece el bien que le ha hecho, pensará que no lo necesita o no lo aprecia. Pero si ve que lo atesoramos y se lo agradecemos, volverá a abrir las ventanas de los cielos para bendecirnos, porque al alabarlo, le honramos. El que no agradece a Dios por todo, se pierde la oportunidad de recibir todas las bendiciones que Él le tiene preparadas.
Así que si quieres que Dios te siga bendiciendo agradécele, por el sol, por el buen tiempo, o por la lluvia, o por el pequeño favor que te hicieron y que te sacó de apuros, porque fue Él quien puso en la mente de esa persona el hacerlo.
En tercer lugar, el agradecimiento nos mantiene humildes y combate el orgullo. No es posible ser soberbio cuando uno reconoce que lo que tiene no es por mérito propio sino, al contrario, es inmerecido. Porque si uno merece lo que recibe, no necesita agradecerlo, es un pago.
¿Quién puede decir: Yo merezco todo lo bueno que Dios me ha dado? Si tienes buena vista, ¿la has merecido? Con ella viniste al mundo. Si estas con vida y salud a tu edad, ¿lo has merecido? Quizá al contrario, no has llevado una vida santa y has maltratado tu cuerpo. Pero Dios te ha perdonado y te ha restaurado, “porque Él es bueno y para siempre es su misericordia.” (Sal 136:1).
En cuarto lugar, nuestro agradecimiento agrada a Dios. Conocemos el episodio de Lucas en que Jesús sana a diez leprosos que encuentra. Él les manda presentarse al sacerdote, según lo ordenado por Moisés (Lv 14:2-4), a fin de que certifique su curación, y en el camino son limpiados de la lepra. Entonces uno de ellos, que era samaritano, viendo que había sido sanado, vuelve donde Jesús dando gloria a Dios a gritos. Pero Jesús pregunta: “¿No eran diez los que fueron sanados? ¿Cómo es que sólo uno y todavía extranjero, regresa a agradecerlo? ¿Dónde están los otros nueve?” (Lc 17:17,18)
Entonces le dice al hombre: "Levántate, tu fe te ha salvado." (v. 19)
Fíjense, fueron diez los que recibieron de Jesús su curación, pero este samaritano agradecido recibió algo más, algo mucho mejor y más valioso que su curación física: su salvación eterna. No sabemos si los otros nueve, se perdieron o no. Pero el agradecido fue salvado, esto es, regenerado, y recibió en ese instante la seguridad de que algún día estaría con Dios.
Así pues, al agradecer a Dios, nosotros nos preparamos para recibir bienes cada vez mayores a los ya recibidos. Y el bien mayor que se puede recibir en vida es el quinto beneficio del agradecimiento:
Esto es, el que agradece y alaba a Dios todo el tiempo, permanece todo el tiempo en su presencia. Ése es el mayor beneficio que el hombre puede recibir en esta vida, porque constituye un adelanto de lo que será el cielo.
¿En qué consiste el cielo? ¿Hay alguien que haya estado en el cielo y haya regresado para contarlo?
No sabemos en verdad qué cosas que ojo humano nunca vio, ni oído humano nunca escuchó, prepara Dios para los que le aman (1Cor 2:9; Is 64:4). ¿Qué cosa será eso que Dios tiene preparado para nosotros como recompensa por haberle sido fieles?
Pero de todos los bienes que Él puede darnos, ninguno hay mayor que Él mismo, ninguno mayor que estar en su presencia, ver su gloria, contemplar su belleza, bañarse en su amor por los siglos de los siglos.
Gozaremos de una felicidad tan grande, que si la experimentáramos un segundo en este cuerpo mortal, nos desmayaríamos de la impresión.
Pues bien, el que vive en la presencia de Dios constantemente, recordando que vive bajo su mirada y pensando en Él todo el tiempo, tiene en esta vida  un adelanto, un anticipo, de lo que será algún día su dicha eterna en el cielo.
NB. Este artículo está basado en una enseñanza dada en el ministerio de la Edad de Oro el 15.08.13, la cual, a su vez, estuvo basada en una charla radial transmitida el 03.10.98, cuyo texto fue impreso cinco años después.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.

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