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viernes, 22 de diciembre de 2017
jueves, 5 de noviembre de 2015
PARÁBOLA DE LA OVEJA PERDIDA
LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PARÁBOLA
DE LA OVEJA PERDIDA
Un Comentario de Mateo 18:10-14
10. "Mirad que
no menospreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los
cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos."
Los
pequeños a los que Jesús se refiere aquí pueden ser literalmente niños, pero más
probablemente serían hombres y mujeres, no de baja estatura sino de baja condición
social, que son ignorantes no sólo de la fe, sino también de las cosas del
mundo, el tipo de personas que la gente suele mirar con desprecio.
Pero
¿qué dice Jesús de ellos? Tú los desprecias porque son poca cosa a los ojos del
mundo, pero "sus ángeles", es decir, los mensajeros de Su
voluntad a quienes Dios ha encargado que se ocupen de ellos y los cuiden, al
mismo tiempo que realizan esa labor están constantemente delante de Él.
Para
el mundo ellos no valen nada, pero para Dios valen mucho, pues los ha confiado
a ángeles que gozan de su intimidad. Ellos gozan de un privilegio mucho mayor
de lo que tú te imaginas, ni quizá te ha sido acordado.
A
nosotros quizá nos intrigue saber cómo pueden esos ángeles guardianes estar a
la vez ocupados en la tierra y estar en la presencia de Dios. Nuestra perplejidad
se debe a que nosotros no podemos concebir cómo son las cosas en las
dimensiones celestes, espirituales, porque no las conocemos. Las distancias y
los tiempos son diferentes.
En
este versículo Jesús confirma la validez de la creencia del judaísmo de su tiempo
en la existencia de ángeles guardianes que acompañan a cada ser humano. (Nota 1)
La
lección que debe sacarse de este versículo es que contrariamente a nuestra
tendencia natural, ningún ser humano debe ser despreciado, cualquiera que sea
su condición, su suciedad, su grado de abandono, o su pobreza. A los ojos de
Dios se trata de una criatura suya, altamente apreciada, porque Él no
desprecia nada de lo que ha salido de sus manos. Piensa en eso: Nosotros,
tú y yo, hemos salido de sus manos. ¡Aleluya! Y Él no nos desprecia, cualquiera
que sea nuestra condición.
Mira
a ese hombre asqueroso tirado en la calle, negro de suciedad. Todo el mundo
huye de él asqueado. Pero Dios lo ama porque es una de sus criaturas. Jesús
murió también por él.
Jesús
nos advirtió acerca de la inconsistencia de mirar a alguna persona con
desprecio cuando dijo que los últimos serán los primeros y los primeros, últimos.
(Mt 20:16). Algún día en el cielo nos llevaremos una gran sorpresa. Algunos van
a estar en primera fila, por así decirlo, a quienes nosotros no dimos ninguna
importancia, a quienes quizá incluso despreciábamos.
Esto
significa que el valor intrínseco de una persona es algo oculto a los ojos humanos.
Nosotros vemos lo que muestra el exterior de la persona, pero no vemos lo que
está en su interior. No sabemos si es de oro, plata, diamante, o de plomo u
hojalata.
Recuérdese
lo que le dijo Dios al profeta Samuel cuando buscaba entre los hijos de Isaí a
uno que fuera rey para Israel, en reemplazo de Saúl. Al ver al mayor, alto,
buen mozo y fuerte, Samuel se dijo: "Este debe ser". Pero Dios le
dijo: "No mires a su parecer, ni a lo grande de su estatura...porque
Jehová no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante
de sus ojos, pero Jehová mira el corazón." (1Sm 16:7). A nosotros nos
impresionan ciertas personas por su aspecto, su fuerza o su inteligencia, pero
no sabemos lo que hay dentro de ellas. Eso sólo lo sabe Dios.
11.
"Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había
perdido."
Este
versículo, que se encuentra también en la conclusión del episodio de la conversión
de Zaqueo (Lucas 19:10), sirve de transición a la parábola de la oveja perdida
que viene enseguida.
Esta
frase enuncia de una manera clara el propósito para el cual el Verbo de Dios
vino a la tierra, esto es, a rescatar y a salvar a los que estaban alejados de Dios
y, por lo tanto, caminaban a su condenación, y estaban perdidos. En otro lugar
Jesús dijo que Él no había venido a buscar a justos sino a pecadores, porque no
son los sanos los que tienen necesidad de médico sino los enfermos (Mt
9:12,13).
Éste
es un asunto que nos parece obvio. Son los pecadores, los perdidos los que
están en la mira de Dios, porque son ellos los que más necesitan de Él. ¡Pero
cuántas veces en la vida práctica de algunas iglesias (no en la nuestra) esos
enfermos del alma, esos pobres pecadores, son marginados, excluidos y puestos
de lado, abandonados a su suerte, mientras los sanos, los justos, se reúnen
entre ellos satisfechos de la rectitud de su conducta y de su vida! De esa
manera corren el peligro de convertirse en fariseos. Pero si Jesús descendiera
nuevamente a la tierra, y lo hiciera de incógnito, ¿a quiénes buscaría? ¿A los
que se sientan en primera fila en los servicios, o a las prostitutas en las
calles, y a los bebedores que están emborrachándose en las cantinas? ¿Dónde
están los enfermos? ¿Dónde están los perdidos? Está muy bien que tengamos
comunión entre hermanos y que nos gocemos por lo que Dios hace en medio
nuestro, pero eso no debe servir para estar satisfechos de nosotros mismos sino
para que, fortalecidos con la palabra, salgamos a buscar a aquellos por los que
Jesús vino a la tierra.
Los
fariseos esperaban que Jesús predicara para ellos, que se habían preparado mediante
oración, ayuno y estudio para entrar al Reino de los cielos. Ellos confiaban en
su propia justicia. A ellos debería dedicar Jesús su atención preferente, pero
Él desconfiaba de ellos.
Jesús
predicaba un perdón inmediato a todo el que se arrepienta, como un don gratuito
de la misericordia divina, no un perdón difícil que se obtiene después de mucha
penitencia, ayuno y oración. (Sal 51:17).
La
predicación de los fariseos no estaba dirigida a los perdidos. Ellos no tenían
nada que decir a los pecadores, salvo exigirles que cumplan todos los mandamientos
de la ley para ver si Dios quizá se apiadaba de ellos. En el fondo ellos
dejaban que los pecadores se perdieran. Eso no era su problema.
En
el evangelio de Lucas la parábola de la oveja perdida está precedida por la murmuración
de escribas y fariseos contra Jesús porque se juntaba con publícanos y
pecadores.
Los
publícanos eran odiados por los judíos que los consideraban traidores a su
pueblo, ya que recaudaban impuestos por cuenta de los extranjeros romanos, y se
enriquecían de paso cobrando de más por cuenta propia, y oprimiendo con sus tácticas de cobranza al pueblo.
Ese
rechazo llegaba al punto de que su dinero no era aceptado como limosna para el
templo, su testimonio en los tribunales era inválido, y se les ponía al mismo
nivel que los despreciados gentiles y que las prostitutas, aunque, como dijo
Jesús de Zaqueo, ellos eran también hijos de Abraham (Lc 19:9).
Jesús
se reunía con ellos al igual que con los pecadores y las prostitutas, precisamente
porque eran personas rechazadas por la sociedad. Tomen nota. Por ese motivo
los fariseos lo criticaban acremente. Pero Jesús se acercaba a ellos como hace
el médico solícito con los enfermos. No omitía esfuerzo alguno para estar en
contacto con ellos. Él los atraía por la bondad de su trato, y por eso venían
donde Él en mancha a escucharlo.
En
respuesta a las murmuraciones de los fariseos, Jesús narra las tres parábolas
que vienen enseguida en el Evangelio de Lucas: la de la oveja perdida, la de la
dracma perdida, y la del hijo pródigo.
La
parábola de la oveja perdida destaca el amor de Dios que va en busca de los
perdidos. En Lucas Jesús dirige esta parábola a los fariseos: "¿Quién
de ustedes...?" (Lc 15:4).
Pero
tornemos al texto de Mateo.
12.
"¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de
ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se
había descarriado?"
La
sociedad de Israel vivía sobre todo de la agricultura y de la ganadería. Ellos
en su origen eran un pueblo pastoril. Por eso muchas de las parábolas de Jesús
usan imágenes pastoriles. Sus oyentes las captaban fácilmente.
El
cuadro que Jesús nos pinta en pocas pinceladas es muy simple: Un pastor tiene
cien ovejas en su rebaño. Si de pronto se pierde una de ellas, ¿no dejará las
noventainueve para ir a buscar a la descarriada? ¿Y si la encuentra, no se
alegrará más por ella que por las que no se alejaron del redil?
Si
una madre tiene un hijo enfermo ¿no se alegrará por la curación de ese hijo más
que por los que están sanos? No es que no quiera a los sanos, pero en
determinado momento su preocupación está concentrada en el hijo enfermo. Es natural
que sea así.
Podría
objetarse: el pastor que va detrás de la oveja descarriada ¿no está poniendo en
peligro a las noventainueve que abandona? En el caso propuesto por Jesús
podemos pensar que el pastor tendría un ayudante que cuide entretanto a las que
quedan en el redil. Pero en el caso de Dios su providencia alcanza a todos, a
los que perseveran y a los que se pierden.
El
pecador es comparado a una oveja tonta que en su ignorancia, queriendo explorar
prados para ella desconocidos, se pierde en el campo.
El
pastor del rebaño no se dice: "Me quedan noventainueve ovejas. ¡Qué me importa
si se me pierde una!" No, él se dice: "Si se me pierde una oveja ¿qué
me importan las noventainueve?"
Al
pastor asalariado no le importa que se pierda una, porque las ovejas no son
suyas, pero al dueño del rebaño sí le importa que se pierda una, porque él ama a
cada una de ellas (Jn 10:12,13). Él conoce a sus ovejas y ellas lo conocen a Él
(v. 14).
Su
actitud es semejante a la de la mujer que ha perdido una dracma, y que no para
de buscarla hasta que la encuentra (Lc 15:8).
La
oveja descarriada es como muchos pecadores que se extravían del camino y se
pierden por ignorancia. No saben en verdad lo que hacen, pero si nadie va a
buscarlos se pierden para siempre. ¿Cuántos de nosotros éramos así? Si no
hubiera habido una persona que se hubiera apiadado de nuestra condición, y no
nos hubiera hablado de Dios, o no nos hubiera traído a la iglesia, ¿dónde
estaríamos nosotros?
El
profeta Ezequiel denuncia que muchas ovejas se pierden porque los pastores que
están a cargo de ellas no las cuidan (Ez 34:1-6). Esos malos pastores se
dedican a apacentarse a sí mismos, en lugar de cuidarlas (v. 8).
Pero,
a través del profeta, Dios anuncia que Él mismo irá a buscar a sus ovejas para
traerlas al redil: "Porque así ha dicho Jehová el Señor: He aquí que yo,
yo mismo iré a buscar a mis ovejas y las reconoceré. Como reconoce el pastor a
su rebaño cuando está en medio de sus ovejas esparcidas, así reconoceré a mis
ovejas, y las libraré de todos los lugares donde fueron esparcidas..."
(v. 11,12).
El
profeta Ezequiel, con quinientos años de anticipación, anunció lo que Jesús iba
a hacer al venir a la tierra. No sólo buscaría a la oveja descarriada, sino que
la sanaría (v. 16).
La
encarnación de Jesús no fue otra cosa sino llevar a cabo la misión del Buen
Pastor que se ciñe los lomos para ir a buscar lo que se había perdido. Y no cesa
en su búsqueda hasta que encuentra a la oveja descarriada, la carga sobre sus
hombros gozoso, y la trae de vuelta al redil. (Le 15:5). (2)
Eso
ha ocurrido con la mayoría de los que están leyendo estas líneas. Él nos fue a buscar
cuando estábamos perdidos en medio de nuestra miseria, no para castigarnos,
sino para traernos al redil, después de habernos curado.
13.
"Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más
por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron."
Al
estar formulado en condicional ("si la encuentra") el texto de Mateo
da a entender que pudiera ocurrir que todos los esfuerzos del Buen Pastor por recuperar
al alma perdida sean inútiles. ¿Es
posible que eso ocurra? Sí, porque el pecador es libre de acudir al llamado de
Dios, o de no hacerlo. Y, en efecto, ¡cuántos hay que por su propia voluntad se
pierden ya que hacen caso omiso de los esfuerzos de Dios por salvarlos!
El
mundo sería otro si eso no ocurriera con frecuencia. Démosle gracias a Dios de
que nosotros no fuimos rebeldes a su llamado, y pidámosle que nunca permita que
nos alejemos de Él.
"Y si acontece que la encuentra..." Si efectivamente
el pastor halla a la oveja descarriada, en ese momento él se alegrará más por ella
que por las ovejas que nunca se perdieron.
¿No
es eso injusto? En la parábola del hijo pródigo el hermano mayor se resiente de
que su padre haya hecho una fiesta para celebrar el retorno del hijo que se
había ido, pero nunca hizo una fiesta para él, que nunca se alejó de su casa y siempre
lo sirvió. El padre le responde: Todo lo mío es tuyo, pero "tu hermano estaba
muerto y ha revivido, estaba perdido y ha sido hallado" (Lc 15:27-32).
Yo me alegro mucho por él, y tú deberías hacerlo también teniendo en cuenta de qué
abismo ha salido. No deberías tener celos de tu hermano, sino deberías alegrarte
conmigo de que haya retornado.
Un
pecador que se arrepiente da más gozo al Padre, y provoca una mayor fiesta en
el cielo que noventainueve que permanecen fieles (Lc. 15:7). Pero la recompensa
de los que siempre fueron fieles, o lo fueron más tiempo, será mayor que la de
los que se desviaron y retomaron al buen camino.
14.
"Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se
pierda uno de estos pequeños."
Mateo
concluye la parábola reiterando el deseo del Padre de que ninguno de los más
despreciados e ignorantes se pierda (2P 3:9), porque -aunque esto no está dicho,
se sobreentiende- por ellos también derramó Cristo su sangre.
Si
la salvación del género humano le ha costado tanto, ¿cómo no ha de desear Él
que ninguno deje de recibir ese beneficio? ¿Cómo no ha de entristecerse su
corazón por uno solo que se condene? Las multitudes de los que se salvan no lo
consuelan de una sola pérdida. Eso es lo que una sola alma vale para Él.
Notas: 1. El Nuevo Testamento está
lleno de episodios en que los ángeles cumplen misiones específicas por encargo
de Dios, comenzando con el anuncio del nacimiento de Juan Bautista (Lc 1:5-17),
o el anuncio de la encarnación del Hijo de Dios en el vientre de María (Lc
1:26-35), o animando a sus escogidos (Hch 27:23,24), o librando de la cárcel a
Pedro (Hch 12:6-10). La noción de que hay un ángel asignado a cada persona está
confirmada en ese mismo episodio cuando Pedro se presenta en la puerta de la
casa donde están reunidos los creyentes, y ellos se niegan a creer que sea él
pensando que "es su
ángel" (Hch 12:15).
2. La figura del Buen
Pastor cargando en sus hombros a la oveja descarriada es uno de los temas más populares
de la pintura clásica.
Amado lector: Jesús
dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su
alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a
gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad,
porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan
necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te
invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#882 (24.05.15).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tele 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
lunes, 26 de enero de 2015
ANOTACIONES AL MARGEN XL
LA
VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ANOTACIONES
AL MARGEN XL
v Los que niegan la existencia del infierno, son los que con mayor
seguridad caerán en él.
v No hay situación difícil que Dios no pueda solucionar si confiamos en
Él.
v En algún lugar leí esta gran verdad: La guerra espiritual es una
batalla entre el bien y el mal que se libra en nuestro interior, y nosotros
somos el campo de batalla.
v Jesús dijo: No podéis servir al mismo tiempo a Mammón y a Dios, porque
son opuestos (Lc 16:13). Pero el dios de las riquezas se ha apoderado de la
mente de los hombres que le rinden culto, envileciendo sus corazones, y ha
traído consigo egoísmo, avaricia, impiedad, opresión, estafas, guerras,
fraudes, negocios ilícitos, sembrando el odio entre los pueblos y hasta en el
interior de las familias.
v Puesto que el hombre ha rechazado lo cierto, es decir, la Verdad
revelada, es justo que la fecha de su muerte sea incierta para él.
v ¿Cómo es posible que Dios permita que el diablo tiente al hombre? Porque
al hacerlo el diablo cumple sin saberlo los propósitos de Dios.
v Ésta es una gran verdad: No hay nada bueno en mí, y lo que hubiere, me
ha sido dado. No tengo nada, pues, de qué jactarme. Si lo hago, robo la gloria
debida a Dios.
v Cuanto más amamos una cosa, más pensamos en ella.
Cuanto más amamos a una persona, más pensamos en ella.
Cuanto más amamos a Dios, más pensamos en Él.
Si yo no pienso constantemente en Dios, es porque no lo amo mucho. Si
lo amara como debiera, no dejaría de pensar en Él un solo instante.
v Si la gloria de Dios pudiera ser vista por el hombre, su frágil cuerpo
perecería, como se debilitaron los que vieron su gloria de lejos en la montaña
del Sinaí (Dt 5:23-27). De ahí el dicho del Antiguo Testamento: Nadie puede ver
a Dios y vivir (Ex 33:20). Es decir, el que ve el rostro de Dios, muere. Puesto
que la gloria de Dios no puede ser vista tal cual es, nosotros vivimos
entretanto por fe. Pero algún día la contemplaremos sin trabas por toda la
eternidad.
v ¡Si los impíos supieran lo que les espera después de la muerte! A
nosotros nos toca advertirles. Por eso no hay prédica más útil y necesaria que
la prédica del infierno. ¿A cuántos habrá librado de caer en él?
v La encarnación es un misterio extraordinario que nos asombra. En
efecto, el contraste entre un Dios infinito y omnipotente, y una criatura
pequeña e inerme, es abismal. ¡Que el que lo es todo y todo lo puede se reduzca
por amor a la impotencia de un recién nacido!
v Si a alguien se le ofreciera algo muy valioso gratuitamente y sin
límites, al infinito, ¿no lo recibiría encantado? Tanto más si es un bien tan
maravilloso y sin precio como es la gracia. ¡Pero cuántos en su ignorancia lo
rechazan! Dios no entra en sus planes.
v El hombre es un ser al que se le hizo un regalo espléndido, pero que
en lugar de apreciarlo y gozar de él, lo destrozó, al punto que Jesús tuvo que
venir para repararlo. Pero el precio que Él tuvo que pagar por nuestra
inconciencia fue inconmensurable.
v Es bueno mantenerse en la presencia de Dios, es decir, recogido, en medio
de las ocupaciones diarias, aun de las más exigentes.
v Jesús es nuestro huésped interno. Él está dentro de nosotros y nos
habla. ¿Cómo no prestarle atención todo el tiempo?
v Jesús quiere, desea, anhela que le amemos, pero nosotros nos
mantenemos fríos, indiferentes, distantes. Decimos que le amamos de la boca
para afuera, pero nuestro interior está distante, distraído en otras cosas.
v En lugar de pensar
en las cosas que me preocupan, debo decírselas a Dios, como quien conversa con
un amigo.
v Dios me enriquece, me embellece constantemente. Dios no desea otra
cosa sino derramar sus dones en mí; los inmateriales (que son de mayor valor) y
los materiales. Necesito abrirme sin reservas a su acción en mí. ¿Cómo?
Manteniéndome en su presencia y deseando que me una a Él cada día más y más.
Pero sobretodo, dándole plena libertad para obrar en mí como Él quiera, sacando
y poniendo lo que a Él le parezca. Aunque por momentos pueda ser doloroso, el
fruto al final será sabroso.
v Que mi alma sea su “chacra” depende de que le rinda mi voluntad sin
reservas. Entonces podrá Él arar y abonar, sembrar, regar y cosechar a su
antojo.
v Dios se ama a sí mismo. Eso es algo en lo que antes nunca había
pensado. Pero si Él es el amor mismo (1Jn 4:8) ¿cómo podría no amarse? Nuestro
amor por nosotros mismos es un reflejo de ese amor suyo de sí mismo.
v Dios se limitó a sí mismo voluntariamente al establecer que la
colaboración del hombre le sería necesaria para sus propósitos. Él quiso que
así fuera cuando hizo al hombre libre. El ser humano puede negarse a colaborar
con Dios en lo que lo beneficia. Y con frecuencia, en efecto, se niega a
hacerlo, o no colabora activamente, o colabora a medias, tibiamente. Él mismo
es el perjudicado.
v Cuando vemos las catástrofes que se producen en la naturaleza, con
toda la destrucción que acarrean, y los cataclismos que afectan al hombre, no
debemos sorprendernos. Todo eso es consecuencia del pecado, que corrompió a la
naturaleza y alteró el orden perfecto establecido por Dios en todos sus
dominios. A eso se refiere Pablo en Romanos 8:19-23, cuando habla de la
corrupción de la naturaleza.
v La menor falta aleja a Dios de nuestra alma, que oculta su rostro de
nosotros para no ver (Is 59:2). De ahí la necesidad de aborrecer el pecado, la
necesidad de la pureza.
v Hay muchos que quisieran que no haya infierno, porque saben que van a
ir ahí. Los que niegan la existencia del infierno son los más seguros
candidatos a ser sus huéspedes por toda la eternidad.
v Somos criaturas de Dios. Hemos salido de sus manos, y Él sabe lo que
nos conviene. Que nada se oponga a su acción continua en nosotros, a nuestra
comunión con Él.
v A cada cual le es asignada una manera específica de dar gloria a Dios
en su vida.
v Dios puede a veces detenernos un buen rato en el camino para que le
escuchemos mejor.
v Imaginemos que Dios hubiera creado los astros, galaxias, estrellas y
planetas en su inmensa variedad, y que les hubiera fijado a cada uno su órbita
para moverse, pero que, al mismo tiempo, los hubiera dejado libres para ir por
donde quieran. ¡Qué caos se armaría en el firmamento! ¡Qué de choques y
colisiones catastróficas! Eso es lo que ocurre en la tierra con los seres
humanos.
v Cree en Él, en la abundancia de su amor, para que Él pueda llenarte
con su gracia.
v Si Dios no derrama más sus dones en mí, es porque carezco de la sed de
ellos que debiera tener. “Como el ciervo
brama por las corrientes de las aguas…” (Sal 42:1). Con la misma ansiedad
debo desear yo beber de Dios para que Él me sacie.
v La gracia es un manantial que se ofrece a todos los que quieran beber
de sus aguas.
v ¿Qué somos nosotros frente al infinito? Limaduras de hierro que el
imán atrae.
v Cuando el hombre deja de temer a Dios se extravía y cae en toda clase
de desvaríos y excesos de los que, para mal suyo, se enorgullece.
v La frase “la unión hace la fuerza” es una frase inspirada por Dios.
Parece difícil de creer, pero es una verdad divina, que tiene su reverso en la
frase de Jesús: “Una casa dividida contra
sí misma no puede subsistir.” (Mt 12:25) Esto es, la división debilita.
v No importa cuán imperfecto yo sea, si me entrego en manos de Dios para
que Él me use como quiera.
v Todo lo que viene de Dios debe recibirse como un regalo, con amor,
aunque duela. Ahí está la clave del dicho de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí (es decir, ser mi discípulo), niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.”
(Mt 16:24), porque si se abraza con amor, la cruz no es pesada sino ligera.
v He aquí lo que yo debería hacer cada mañana: Lanzarme hacia Dios al
despertar.
v ¿Cómo podemos santificarnos los unos a los otros? Exhortándonos
mutuamente (Col 3:16).
v El amor al prójimo que se manifiesta en hechos y obras concretas es
una manifestación y una irradiación del amor con que Dios nos ama.
v ¡Qué bueno fuera que Dios me diera el don de detectar la soberbia
donde quiera que se manifieste!
v El amor al prójimo, cuando es real, se anticipa a las necesidades
ajenas.
v Perdonar a los que nos ofenden es el mandamiento más difícil del
Evangelio.
v Pablo escribió algo que puede parecer insensato: “Me gozo en medio de mis tribulaciones…” (2Cor 7:4). Pero expresa
una gran verdad, porque en medio del sufrimiento puede, por la gracia de Dios,
surgir la alegría. Eso ocurre cuando uno comprende por qué y para qué sufre, y
le entrega a Dios ese sufrimiento, ya que en los propósitos de Dios no hay
sufrimiento, no hay tristeza, que no tenga sentido y no cumpla un propósito.
¡Cuánto podría consolar esta verdad a todos aquellos desdichados e inválidos
que no comprenden por qué les ha tocado padecer en la vida!
v Si Pablo habla de derribar la muralla que separa a judíos de gentiles
(Ef 2:14), la muralla que separa al mundo de la iglesia nunca debe ser
derribada. Cuando lo ha sido –y desafortunadamente lo ha sido con frecuencia-
la influencia del mundo ha corrompido a la iglesia, despojándola de su vigor e
impidiéndole ser verdadero testigo de Cristo.
v Nosotros somos luz en la medida en que reflejamos la luz de Cristo.
v El amor trata de no hacer daño y de hacer siempre el bien. En cambio,
el odio busca hacer daño, y evita en lo posible hacer el bien.
v Ser santos es un mandato, una obligación (Lv 19:2). Es lo menos que
podemos ser para agradar a Dios. Pero nos retiene la tibieza de nuestro
carácter. ¿Habrá habido un santo tibio? Parece imposible. El santo es por
necesidad ardiente. Por algo dijo Jesús que vomitaría al tibio de su boca (Ap
3:16).
v Pero si la iglesia está formada por hombres en su mayoría nada santos
¿cómo puede ella ser santa? Porque santo es el que la fundó, y el que la
preserva de los ataques del enemigo.
v En segunda de Pedro, Dios nos dice que este mundo será destruido por
el fuego a causa del pecado, pero que Él podrá regenerarlo con facilidad y
hacer uno mejor, como ocurrió después del diluvio (3:10-13).
v Llegará un momento en que el sufrimiento de la humanidad será muy, muy
grande, porque el pecado ha calado muy hondo. ¡Oh, cómo se ofende a Dios en
nuestro tiempo! Ni en Sodoma y Gomorra se le ha ofendido tanto.
Amado lector: Si
tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de
Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados y a pedirle perdón a Dios por
ellos, haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar
en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo
sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
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jueves, 21 de noviembre de 2013
AGRADECIMIENTO
Por José Belaunde M.
AGRADECIMIENTO
¿Quién no ha
experimentado alguna vez esa gran alegría que se siente cuando uno le hace un
regalo a una persona y ella le devuelve una sonrisa conmovida diciendo
"¡Gracias!" desde el fondo del alma, "¡Cuánto me alegra que lo
hayas pensado!"?
Pero también ¿quién no ha sentido esa gran desilusión que
produce hacer un regalo que nos ha costado tiempo y dinero, o hasta fatiga
encontrar, y que la persona lo reciba sin darle importancia, como si no valiera
nada, o como si fuera su derecho recibirlo, y no diga una sola palabra de
agradecimiento, o si lo dice lo haga secamente?
¿A qué se debe esa diferencia de actitudes? ¿Por qué
reaccionan unos de una manera y otros de otra? Depende del corazón de la
persona que recibe el regalo. Según el estado de su corazón responde y habla el
ser humano. El corazón es el que gobierna nuestras reacciones.
Un corazón duro, egocéntrico, como hay muchos, recibe lo
que le dan como si fuera su derecho y es incapaz, a su vez, de dar a otro ni
siquiera una sonrisa a cambio, salvo que le convenga.
Un corazón mezquino no reconoce el bien que recibe de
otros, porque le cuesta admitir que en los demás haya algo bueno, y, de
repente, hasta sospechará que hay una
intención oculta detrás del regalo: ¿Qué estará buscando éste?
Un corazón herido tiene dificultades para salir de su
propia pena y gozar del bien que recibe de otros, agradeciéndolo como debiera,
porque piensa que no lo merece, o se siente menos.
Un corazón egoísta sólo piensa en lo que necesita, y nunca
piensa en lo que otros puedan necesitar; y cuando recibe algún regalo, lo toma
como si fuera el pago de una deuda largo tiempo vencida.
Pero un corazón sano valora el regalo y todo lo que otros
puedan darle, y verá en la menor muestra de generosidad ajena una ocasión para
demostrar su aprecio por el dador.
El que se siente por encima de los demás, no agradece
porque considera que todos le deben pleitesía. Pero el que está debajo, el que
tiene una baja autoestima, agradece todo lo que le dan como si fuera un favor
inmerecido.
El orgulloso considera indigno reconocer que hay algún
valor en lo que su prójimo le alcanza. Él no necesita de regalos porque todo lo
tiene y todo lo puede, aunque sea un miserable. Pero cuanto más humilde sea la
persona, más reconocerá el valor del favor que le hacen y más agradecida
estará. En cambio hay pobres orgullosos que no agradecen la limosna que
suplican.
Mientras la soberbia levanta barreras entre los hombres, la
humildad las derriba. Dios actúa de una manera semejante pues, según dice su
palabra, Él “resiste a los soberbios, mas
da gracia a los humildes.” (1P 5:5)
Ahora bien, ¿cuál debe ser nuestra actitud con Dios?
Nosotros hemos recibido todo de Él. No sólo la existencia, sino la vida misma.
Ese aliento que hincha nuestros pulmones es un eco del espíritu que Dios sopló
en las narices de Adán y que aún resuena en nuestro pecho. Es una pequeña parte
de la propia vida de Dios que respira en nosotros. ¿Recuerdan el relato del
Génesis? Dice que Dios sopló aliento de vida en el cuerpo que había formado con
el polvo de la tierra. (Gn 2:7). Eso es lo que somos nosotros. Polvo de la
tierra que ha recibido un aliento de vida de su Creador.
Y si Él no pensara constantemente en nosotros; si Él retirara
por un solo instante su atención de nosotros, desapareceríamos sin dejar
huella, retornaríamos súbitamente a la nada de la que salimos, pues todo
subsiste gracias a Él, como dice la Escritura : "Él
sustenta todas las cosas con la palabra de su poder." (Hb 1:3)
Pero no sólo la vida, el cuerpo y los sentidos, sino
también la mente con la cual pensamos y sus facultades: la memoria, la
imaginación y la inteligencia; los sentimientos y emociones que hacen bella la
vida; y la voluntad que nos permite dirigirla y hacer cosas. Todo lo hemos recibido
de Dios. Nada de eso hemos obtenido por nuestro propio esfuerzo, y nada de lo
material que poseemos nos llevaremos cuando dejemos este mundo. Nos iremos tan
desnudos como cuando nacimos.
¿A quién se le podría preguntar: Dónde compraste tus ojos?
¿O cuánto esfuerzo te costó conseguir esas manos tan ágiles que tienes?
San Pablo escribió en primera a Tesalonicenses: "Dad gracias en todo, porque esta es la
voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús." (5:18)
Hemos de dar gracias a los demás por los favores que nos
hacen. Pero sobre todo, hemos de dar gracias a Dios por todas las cosas. No
sólo en las alegrías y por las alegrías, sino también en las penas y por las
penas. Porque todo viene de Dios.
“¿Cómo? -dirá alguno- ¿Acaso lo malo viene de Dios?” ¿No
recuerdan la historia de Job? Cuando a Job le fue quitado todo lo que tenía y
se quedó en la miseria, él exclamó: "Dios
me lo dio; Dios me lo quitó; bendito sea su nombre." (Jb 1:21)
Sin embargo, sabemos que no fue Dios sino el demonio quien
destruyó las posesiones de Job y quien mató a sus hijos, porque en el prólogo
del poema leemos cómo Satanás le dice a Dios que si Job le permanece fiel es
porque le conviene, ya que lo ha bendecido sobremanera. “Pero quítale lo que le
has dado, ¡a ver si no te maldice!” agrega el demonio.(Jb 1:11) Entonces Dios le
da carta blanca a Satanás para que haga con Job lo que le parezca, siempre y
cuando no toque su cuerpo (v. 12). Y Job pierde todo lo que posee, pierde hasta
sus hijos.
Más adelante le otorga permiso para enfermarlo también si
quiere, pero sin tocar su vida (Jb 2:6). Y cuando estaba sentado sobre un
montón de ceniza, rascándose sus llagas con una teja, Job fue tentado por su
mujer para maldecir a Dios. Pero él le reprenda: "¿Recibiremos sólo lo bueno de Dios y no lo malo?" (Jb
2:10).
Todo lo que sucede al hombre, sea bueno, sea malo, viene de
Dios, porque nada puede ocurrirnos sin que Él lo permita. Para recalcar
esta verdad, dice su palabra en Deuteronomio: "Yo hago morir y yo hago vivir; yo hiero y yo sano." (Dt
32:39; cf Os 6:1) Él gobierna
soberanamente sobre todo lo que ocurre en el tierra, y paga a cada cual según
sus obras (Sal 62:12; Mt 16:27). Él hace que todos –individuos y naciones-
cosechemos lo que sembramos (Gal 6:7).
Ciertamente, como dice la epístola de Santiago, “toda buena dádiva viene de lo alto” (St
1:17), y no es Dios –dice Jesús- quien da a sus hijos una piedra, o una
serpiente -símbolo de desgracia- cuando le piden algo bueno (Lc 11:11).
Pero entonces, se preguntará alguno: ¿Por qué me sucede
esto? Tenemos que reconocer que muchas de las cosas malas que le suceden al
hombre son simplemente consecuencia natural de sus propios actos. Si uno come
en exceso todos los días, dejándose llevar por la gula, ¿a quién va a echar la
culpa si se enferma del estómago? Y si maneja como un loco, ¿a quién va a echar
la culpa si sufre un accidente?
Pero de otro lado, aún estando libres de culpa, muchas
también son las aflicciones con las que Satanás busca atormentarnos, porque "él ha venido -dijo Jesús- sólo para robar, matar y destruir." (Jn10:10)
Sin embargo, nada de lo que el diablo nos quiera hacer para
atormentarnos, puede sobrevenirnos si Dios no lo permite; sin que Dios, en
última instancia, lo quiera. Y si Dios lo permite, o lo quiere directamente, no
es por maldad, ni por hacernos daño, tampoco por darle gusto al diablo, sino
para nuestro bien. Fue Dios quien permitió que el diablo afligiera a Job. Si no
se lo permitía, no hubiera podido hacerle nada. Y fue para su bien, porque al
fin tuvo más de lo que antes poseía. Y mucho más, porque se volvió sabio y tuvo
el privilegio de que Dios le hablara.
A nosotros nos es difícil comprender cómo de un mal puede
Dios sacar un bien. Hay un refrán español, sin embargo, que expresa esa verdad:
“Dios traza renglones derechos con pautas torcidas.” Y hay otro que expresa una
verdad semejante: “No hay mal que por bien no venga.” (Nótese que muchos
refranes antiguos expresan pensamientos basados en la Biblia ). Dios está mucho
más alto que nuestros pensamientos y sus caminos -dice su palabra- no son
nuestros caminos (Is 55:8,9). El amor infinito que Dios tiene por el hombre
hace que todo lo que a su criatura le sucede, aun el castigo, sea para su bien,
no para su mal. Y si el hombre, al final de su carrera, recibe el fruto de su
rebeldía, esto es, la separación eterna de Dios, no es porque Dios lo haya
deseado, sino porque el propio hombre así lo ha querido, a pesar de todo lo que
Dios hizo para salvarlo, incluso dando la vida de su Hijo único en rescate de
sus pecados.
Por eso es que, cualesquiera que sean las circunstancias,
debemos dar gloria a Dios por ellas, como dice Efesios: "...dando gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de
nuestro Señor Jesucristo." (5:20).
Si nosotros le damos gracias a Dios también en las malas, en
primer lugar, estaremos reconociendo que Dios es Rey soberano sobre toda la
tierra y que Él gobierna el mundo según su beneplácito. Segundo, reconoceremos
que Él tiene una intención superior -para nosotros inescrutable- al permitir
que temporalmente algo malo nos venga al encuentro. Y tercero, al agradecerle
nosotros manifestamos también nuestra fe de que Él puede sacar de lo ocurrido
un bien mayor a lo que hemos perdido, porque Él todo lo puede. En suma, al
agradecerle y alabarle en todas las circunstancias, buenas o malas, elevamos un
cántico de fe a Dios.
Algún día veremos las cosas buenas de nuestra vida que Dios
sacó de las circunstancias desfavorables que por las que atravesamos, porque la
voluntad de Dios para nosotros es siempre buena. Ya lo dijo Pablo, “a los que aman a Dios, todas las cosas les
ayudan a bien.” (Rm 8:28).
De ahí viene que en el salmo 103 David cante: "Bendice alma mía al Señor y no olvides
ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas sus iniquidades; el que
sana todas tus dolencias; el que rescata tu vida de la fosa; el que te corona
de favores y de misericordias; el que sacia de bien tu boca, de modo que te
rejuvenezcas como el águila." (1-5).
No olvides que todo lo que tienes viene de Él y que tú no
has ganado con tu esfuerzo ni un solo latido de tu corazón. Que todo se lo
debes a Él, y que así como viniste a este mundo desnudo, desnudo también te
irás.
El salmo 34 expresa cuál debe ser nuestra actitud
permanente: "Bendeciré al Señor en todo tiempo; su alabanza estará de continuo
en mi boca." (v. 1) Sí, en todo tiempo lo he de bendecir y su alabanza
estará de continuo en mi boca. Es decir, incesantemente; sin dejar de alabarlo
un solo instante.
¿Es posible esto? Sí es posible dar gracias a Dios a lo
largo del día por todo lo que podemos hacer, por todo lo que recibimos y por
todo lo que nos sucede. Basta proponérnoslo. Como dice Pablo en Colosenses: "Y todo lo que hagáis, sea de palabra o
de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre
por medio de Él." (3:17)
Todo lo que hagamos debemos hacerlo en nombre suyo:
levantarnos, vestirnos, tomar desayuno, comer, ir a trabajar, etc., etc. Todo
debemos hacerlo en su nombre y con su permiso, porque le pertenecemos.
Vivir de esta manera trae consigo una gran recompensa. En
primer lugar, nos hace estar alegres, porque la alabanza y el
agradecimiento ahuyentan la tristeza. Uno no puede dar gracias y a la vez
quejarse. Porque una de dos: o agradezco, o me quejo. El que se queja está
triste por lo que causa su lamento; el que agradece, está lleno de gozo por el
bien recibido. Y si acaso le sobreviene un percance, agradece a Dios de
antemano por la solución que Él le envía.
Así que, cuando esperas algo bueno de Dios, agradece ya por
ello, antes de haberlo recibido.
En segundo lugar, agradecer nos prepara para recibir más
de lo bueno y bienes mayores. Si nosotros hacemos a alguien algún regalo y
no lo agradece, difícilmente tendremos deseos de volverle a regalar. Pero si
nos lo agradece de todo corazón, cuando podamos le haremos otro regalo, aunque
más no fuera, por la dicha que nos produce su agradecimiento.
Pues igual es Dios, porque Él tiene nuestros sentimientos,
sólo que más altos y más intensos. Si Él ve que su hijo no agradece el bien que
le ha hecho, pensará que no lo necesita o no lo aprecia. Pero si ve que lo
atesoramos y se lo agradecemos, volverá a abrir las ventanas de los cielos para
bendecirnos, porque al alabarlo, le honramos. El que no agradece a Dios por
todo, se pierde la oportunidad de recibir todas las bendiciones que Él le tiene
preparadas.
Así que si quieres que Dios te siga bendiciendo agradécele,
por el sol, por el buen tiempo, o por la lluvia, o por el pequeño favor que te
hicieron y que te sacó de apuros, porque fue Él quien puso en la mente de esa
persona el hacerlo.
En tercer lugar, el agradecimiento nos mantiene humildes
y combate el orgullo. No es posible ser soberbio cuando uno reconoce que lo
que tiene no es por mérito propio sino, al contrario, es inmerecido. Porque si
uno merece lo que recibe, no necesita agradecerlo, es un pago.
¿Quién puede decir: Yo merezco todo lo bueno que Dios me ha
dado? Si tienes buena vista, ¿la has merecido? Con ella viniste al mundo. Si
estas con vida y salud a tu edad, ¿lo has merecido? Quizá al contrario, no has
llevado una vida santa y has maltratado tu cuerpo. Pero Dios te ha perdonado y
te ha restaurado, “porque Él es bueno y
para siempre es su misericordia.” (Sal 136:1).
En cuarto lugar, nuestro agradecimiento agrada a Dios.
Conocemos el episodio de Lucas en que Jesús sana a diez leprosos que encuentra.
Él les manda presentarse al sacerdote, según lo ordenado por Moisés (Lv 14:2-4),
a fin de que certifique su curación, y en el camino son limpiados de la lepra.
Entonces uno de ellos, que era samaritano, viendo que había sido sanado, vuelve
donde Jesús dando gloria a Dios a gritos. Pero Jesús pregunta: “¿No eran diez los que fueron sanados? ¿Cómo
es que sólo uno y todavía extranjero, regresa a agradecerlo? ¿Dónde están los
otros nueve?” (Lc 17:17,18)
Entonces le dice al hombre: "Levántate, tu fe te ha salvado." (v. 19)
Fíjense, fueron diez los que recibieron de Jesús su
curación, pero este samaritano agradecido recibió algo más, algo mucho
mejor y más valioso que su curación física: su salvación eterna. No
sabemos si los otros nueve, se perdieron o no. Pero el agradecido fue salvado,
esto es, regenerado, y recibió en ese instante la seguridad de que algún día
estaría con Dios.
Así pues, al agradecer a Dios, nosotros nos preparamos para
recibir bienes cada vez mayores a los ya recibidos. Y el bien mayor que se
puede recibir en vida es el quinto beneficio del agradecimiento:
Esto es, el que agradece y alaba a Dios todo el tiempo, permanece
todo el tiempo en su presencia. Ése es el mayor beneficio que el hombre
puede recibir en esta vida, porque constituye un adelanto de lo que será el
cielo.
¿En qué consiste el cielo? ¿Hay alguien que haya estado en
el cielo y haya regresado para contarlo?
No sabemos en verdad qué cosas que ojo humano nunca vio, ni
oído humano nunca escuchó, prepara Dios para los que le aman (1Cor 2:9; Is
64:4). ¿Qué cosa será eso que Dios tiene preparado para nosotros como
recompensa por haberle sido fieles?
Pero de todos los bienes que Él puede darnos, ninguno
hay mayor que Él mismo, ninguno mayor que estar en su presencia, ver su
gloria, contemplar su belleza, bañarse en su amor por los siglos de los siglos.
Gozaremos de una felicidad tan grande, que si la
experimentáramos un segundo en este cuerpo mortal, nos desmayaríamos de la
impresión.
Pues bien, el que vive en la presencia de Dios constantemente,
recordando que vive bajo su mirada y pensando en Él todo el tiempo, tiene en
esta vida un adelanto, un anticipo, de
lo que será algún día su dicha eterna en el cielo.
NB. Este artículo
está basado en una enseñanza dada en el ministerio de la Edad de Oro el 15.08.13, la
cual, a su vez, estuvo basada en una charla radial transmitida el 03.10.98,
cuyo texto fue impreso cinco años después.
Amado lector: Si
tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de
Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú
viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he
ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA
EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS
QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA.
AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
#794 (01.09.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.
Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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