jueves, 7 de noviembre de 2013

JEFTA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JEFTA I (Nota)

Después de Abimelec, el hijo impío de Gedeón que le hizo tanto daño al pueblo, se levantaron Tola, varón de Isacar, que juzgó a Israel 23 años; y Jair, de Galaad, que juzgó a Israel 22 años (Jc 10:1-5).
“Pero los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales y a Astarot, a los dioses de Siria, a los dioses de Sidón, a los dioses de Moab, a los dioses de los hijos de Amón y a los dioses de los filisteos; y dejaron a Jehová y no le sirvieron.” (Jc 10:6) Esta apostasía parece haber sido peor que la de tiempos anteriores. (2)
“Y se encendió la ira de Jehová contra Israel, y los entregó en mano de los filisteos, y en manos de los hijos de Amón; los cuales oprimieron y quebrantaron a los hijos de Israel en aquel tiempo dieciocho años, a todos los hijos de Israel que estaban al otro lado del Jordán en la tierra del amorreo, que está en Galaad. Y los hijos de Amón pasaron el Jordán para hacer también guerra contra Judá y contra Benjamín y la casa de Efraín, y fue afligido Israel en gran manera.” (Jc 10:7-9).
Por fin ellos, apretados por la necesidad, confesaron sus pecados: “Nosotros hemos pecado contra ti; porque hemos dejado a nuestro Dios, y servido a los baales.” (v. 10). La confesión de pecados es el primer paso del arrepentimiento. Si el hombre no reconoce que le ha fallado a Dios pecando, ¿de qué tendría que arrepentirse? Con frecuencia se lee de personajes de la farándula a los que se les pregunta si no tienen nada de qué arrepentirse en su vida, y la respuesta frecuente es: No, porque todas las cosas por las que he pasado han sido experiencias que han enriquecido mi vida. Ese tipo de respuestas pone en evidencia cuán alejadas de Dios están esas personas.
Imaginemos una persona que, confrontada por un predicador, dijera: Yo reconozco que he ofendido a Dios muchas veces, pero no me arrepiento de nada, porque esas acciones mías han sido vivencias que han enriquecido mi personalidad y forjado mi carácter. Diríamos que tiene el corazón endurecido y que está muy lejos de la gracia divina.
Pero esta vez Dios no les contestó como en otras ocasiones, apiadándose de ellos, sino lo hace severamente, para moverlos a un arrepentimiento más profundo: “Y Jehová respondió a los hijos de Israel: ¿No habéis sido oprimidos de Egipto, de los amorreos, de los amonitas, de los Filisteos, de los de Sidón, de Amalec, y de Maón, y clamando a mí no os he libré de sus manos? Mas vosotros me habéis dejado, y habéis servido a dioses ajenos; por tanto, yo no os libraré más.” (v. 11-13) Dios les responde, posiblemente por boca del sumo sacerdote de ese tiempo, o de algún profeta no nombrado.
Notemos que los israelitas adoraron a siete dioses ajenos, y fueron oprimidos por siete pueblos paganos; y siete fueron las veces, no obstante, que Dios los libró. Siete es el número de la perfección divina.
Con toda razón el Señor les dice que ya no los librará más de sus enemigos, porque han demostrado ser unos veletas e infieles con Él: “Andad y clamad a los dioses que os habéis elegido; que os libren ellos en el tiempo de vuestra aflicción.” (v. 14).
Ése es el discurso que ellos se merecen y la justa respuesta de un Dios ofendido: Vayan pues a ver lo que esos dioses falsos a los que habéis servido pueden hacer por ustedes. Ustedes les han rendido homenaje. Que ellos los protejan pues ahora de sus enemigos. Que esos ídolos inertes en los cuales han confiado, les muestren ahora su fuerza.
Reuniéndose en una asamblea solemne, los hijos de Israel respondieron con un arrepentimiento sincero: “Hemos pecado; haz tú con nosotros como bien te parezca; sólo te rogamos que nos libres en este día.” (v. 15).
Haz con nosotros lo que mejor te parezca. Es decir, nos ponemos en tus manos. Pero tan solo líbranos de caer en manos enemigas. Ese acto de humillación y de entrega a Dios no fue resultado de su piedad, sino fue interesado: Nos rendimos a ti, pero líbranos del enemigo.
Una petición semejante hizo David cuando Dios le planteó que escogiera entre tres castigos cuando hizo un censo del pueblo: hambruna, o peste, o huir delante de sus enemigos, y él escogió caer en manos de Dios, “porque sus misericordias son muchas”, y no en manos de hombres (2Sm 24:12-14).
Ellos reconocieron que merecían la severidad de Dios, que merecían el castigo que Él les enviaba. Se avergonzaron de sí mismos. Pero a la vez, eran concientes de que de Dios no puede venirles nada malo.
Nosotros, que a veces nos portamos igual o peor que los israelitas de antaño, debemos someternos a la disciplina de Dios, confiando a la vez en su misericordia.
“Y quitaron de entre sí los dioses ajenos, y sirvieron á Jehová.” (Jc 10:16ª). Unieron entonces la acción a sus palabras de arrepentimiento, descartando a los dioses ajenos a los que habían rendido culto, y volvieron a servir a Dios. De esa manera mostraron que su arrepentimiento era sincero. Pero ¿por cuánto tiempo?
Pero Dios, como padre amoroso que es, no podía seguir estando indignado con los ingratos; su justa ira cedió lugar a la compasión: “y Él fue angustiado a causa de la aflicción de Israel.” (v. 16b).
¡Cuántos padres no se comportan de manera semejante! Inflingen a sus hijos rebeldes el castigo que se merecen, pero luego se arrepienten, y su severidad termina doliéndoles más a ellos que a los castigados. El amor gana su corazón y se impone sobre la justicia. Ése es el corazón de padre que Jesús describe en la parábola del Hijo Pródigo.
“Entonces se juntaron los hijos de Amón, y acamparon en Galaad; se juntaron asimismo los hijos de Israel, y acamparon en Mizpa.” (v. 17) (3) Posiblemente la intención de los amonitas era abandonar la guerra de guerrillas acostumbrada para derrotar en una batalla decisiva a las fuerzas de Israel y arrancarles gran parte de su territorio (Véase 11:13). Por eso los israelitas, concientes del peligro que los amenazaba, reunieron sus tropas en un lugar apropiado preparándose para una batalla que podía ser decisiva.
Pero ellos carecían de un general que comandase sus fuerzas. ¿Cómo iban a pelear así contra un enemigo bien organizado? Se volvieron concientes de que estaban en inferioridad de condiciones: “Y los príncipes y el pueblo de Galaad dijeron el uno al otro: ¿Quién comenzará la batalla contra los hijos de Amón? Será caudillo sobre todos los que habitan en Galaad.” (v. 18).
La falta de un liderazgo adecuado es un mal que suele aquejar a los pueblos que se alejan de Dios. Caen en manos de líderes mediocres o corruptos.
En estas circunstancias por fin el libro nos presenta al héroe de este episodio, a Jefta, uno de los caracteres más nobles del libro de Jueces, aunque no era tampoco un hombre perfecto: “Jefta, galaadita, era esforzado y valeroso.” (11:1ª).
Su historia parece sacada de los anales de una crónica social peruana: “Era hijo de una mujer ramera, y el padre de Jefta era Galaad.” (11:1b). Él era hijo de un hombre importante de la tribu de Manasés que se había permitido tener un hijo fuera de su matrimonio.
Él no era hijo siquiera de una concubina, como había sido Agar para Abraham, sino de una prostituta, probablemente cananea. ¡Qué gran honor el suyo! Por eso sus hermanos, hijos de la esposa de Galaad, que habían tolerado su presencia en vida de su padre, lo echaron de casa cuando se hicieron mayores y tomaron control de los bienes de la familia: “No heredarás en la casa de nuestro padre, porque eres hijo de otra mujer.” (v. 2b). Tu presencia nos deshonra. ¿Pero qué culpa tenía él de su origen? La culpa era de su padre, no suya.
“Huyó pues Jefta de sus hermanos, y habitó en tierra de Tob (4); y se juntaron con él hombres ociosos, los cuales salían con él.” (v. 3). En este punto él hizo lo mismo que haría David algún tiempo después cuando salió de la cueva de Adulam (1Sm 22:2): Dedicarse al bandolerismo.
Jefta lo hizo no para luchar contra los suyos, sino contra los enemigos de su pueblo, y todo parece indicar que ganó cierta fama en esta empresa por sus correrías e incursiones contra los amonitas. Era pues natural que los ancianos de Israel no dudaran acerca de quién debían escoger como líder: “Y cuando los hijos de Amón hicieron guerra contra Israel, los ancianos de Galaad fueron a traer a Jefta de la tierra de Tob; y dijeron a Jefta: Ven, y serás nuestro jefe, para que peleemos contra los hijos de Amón.” (Jc 11:5,6).
Pero fíjense en la ironía de la situación. Ellos se habían prostituido al rendir culto a falsos dioses; ahora tenían que recurrir al hijo de una prostituta para que comande sus tropas y los libre de sus enemigos. La elección del hijo de una ramera como líder nos hace pensar en las palabras de Pablo: “Y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer los que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1Cor 1:28,29).
Sin embargo, Jefta no estaba dispuesto a ceder así no más a su pedido. Él tenía serios motivos de resentimiento contra sus connacionales: “Jefta respondió a los ancianos de Galaad: ¿No me aborrecisteis vosotros, y me echasteis de la casa de mi padre? ¿Por qué, pues, venís ahora a mí cuando estáis en aflicción?” (v. 7)
Jefta acusa a los ancianos de Israel de no haberlo defendido, como hubieran debido, cuando sus hermanos lo expulsaron de su casa. Su lenguaje hace suponer que entre los que fueron a buscarlo se encontraba uno de sus hermanos.
Fíjense cómo opera la Providencia de Dios conduciendo los acontecimientos humanos. Si Jefta no hubiera sido expulsado de su casa por sus hermanos, él no hubiera tenido ocasión, impulsado por la necesidad, de desarrollar sus aptitudes de guerrero, que ahora iban a ser útiles para su pueblo.
Se parece al caso de José, que tuvo que ser vendido como esclavo a Egipto, para que luego pudiera salvar del hambre a los mismos que lo habían vendido, y a su padre y a todo el clan familiar, y a todos los pueblos de esa región mediterránea. Los hombres de Dios tienen que pasar por pruebas severas antes de ser usados por Él.
Pero ahora los ancianos de Israel, puesto que lo necesitan, quieren reparar su omisión y la injusticia cometida entonces con Jefta, y le ofrecen firmemente, poniendo a Dios como testigo de la veracidad sus palabras, que él será su jefe y capitán no sólo en la guerra, sino también en la paz, cuando Dios les conceda la victoria sobre sus enemigos. Pero faltaba que el pueblo confirmara esa elección: “Entonces Jefta vino con los ancianos de Galaad, y el pueblo lo eligió por su caudillo y jefe; y Jefta habló todas sus palabras delante de Jehová en Mizpa.” (v. 11). Es posible que su elección se produjera por aclamación en el marco de una ceremonia solemne con participación del sumo sacerdote, en la que Jefta se comprometió a conducirlos a la victoria con la ayuda de Dios.
Notas: 1. Su nombre lo escriben algunos como Jefté. (Jephthah en inglés) En hebreo es Yifzáj, y quiere decir “el que abre”.
2. ¿Qué podríamos decir nosotros de la apostasía en nuestro tiempo de ciertos países que antes fueron cristianos, pero que le han dado la espalda a Dios? Uno de ellos ha decidido cambiar la letra de su himno nacional ¡porque en ella se menciona demasiado a Dios!
3. Son varias las localidades en Israel que llevaban el nombre de Mizpa (palabra que quiere decir “atalaya”, cf Gn 31:49) (Véase Jc 11:29). Es probable que la de nuestro relato estuviera ubicada al norte de Israel, al pie del monte Hermón.
4. Territorio situado al noreste de Galaad (2Sm 10:8).
NB. Este artículo y el siguiente, como también los dos anteriores sobre Gedeón, están basados en enseñanzas dadas recientemente en el Ministerio de la Edad de Oro.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#792 (18.08.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

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