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viernes, 9 de marzo de 2018

LOS CIELOS CUENTAN LA GLORIA DE DIOS


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

LOS CIELOS CUENTAN LA GLORIA DE DIOS

REFLEXIONES EN TORNO A LA PRIMERA ESTROFA DEL SALMO 19
Uno de mis salmos favoritos, el número 19, comienza con estas palabras:
"Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. El día transmite al día la palabra  y la noche a la noche el conocimiento. No es lenguaje ni palabras ni es oída su voz, pero por toda la tierra salió su sonido y hasta el confín del mundo sus palabras." (Sal 19:1-4).
Este salmo nos habla de una gran verdad: la naturaleza entera entona un cántico incesante de alabanza a la gloria de su Creador. No es un cántico audible a los oídos naturales, sino una sinfonía para los ojos y oídos espirituales de los que los tienen abiertos. (Nota 1)
Por eso dice que no es un mensaje de palabras, ni es oída su voz, pero que por toda la tierra sale su sonido y hasta el confín del mundo su palabra.
En verdad, ¡qué cosa tan extraña! No emite un solo sonido y, sin embargo, su voz es oída en toda la tierra.
Para el que tiene los ojos y los oídos abiertos, todo el mundo, toda la naturaleza nos habla de SU Hacedor, y podemos ver SU imagen en todas las cosas que Él ha creado, porque todo está lleno de Él y lleva la huella de sus manos.
Por eso es que Pablo pudo escribir: "Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas..." (Rm 1:20). Ahora sí lo entiendo: El mundo entero es su mensaje.
Dios no nos ha dejado sin pruebas de su existencia, ni sin manifestaciones de su amor. Más bien, todo en la naturaleza es prueba de su existencia, y manifestación de su amor. Y así debemos mirarla, admirarla y gozarnos en ella.

Pensemos un momento en el sol. ¿Podríamos existir sin su luz y sin su calor? Jesús dijo que Dios hace brillar SU sol sobre malos y buenos (Mt 5:45). Dios lo ha creado para nosotros, para darnos vida, calor y luz. La ciencia nos dice que toda la energía que circula y actúa en la tierra proviene del sol, es energía solar reciclada, transformada por millones de procesos físicos y químicos simultáneos e incesantes.
San Agustín decía que el sol es un símbolo de la Trinidad y nos permite, por analogía, acercarnos un poco a su misterio. Dios es como el sol, decía, el astro que rige nuestro sistema planetario. Nosotros percibimos el disco solar durante el día, el cual representa al Padre; al mismo tiempo recibimos la luz que nos alumbra y que representa al Hijo; y de otro, finalmente, sentimos el calor que el sol irradia, el cual representa al Espíritu Santo, que derrama su amor en nosotros. Pero el astro solar es uno solo, así como Dios es uno solo (2).
¿Cuántas cosas hace el sol para nuestro contentamiento y nuestro gozo? Pensemos en el espectáculo maravilloso del crepúsculo al caer la tarde, o el de la aurora cuando nace un nuevo día. No hay pintor que pueda pintar en un lienzo una combinación comparable de tonos y matices.
Muchos jóvenes han tomado la costumbre de ir a la orilla del mar a ver el "sunset", como ellos lo llaman -prestándose esa palabra del inglés, como si no la hubiera en nuestro idioma- para llenar sus ojos de la belleza de ese espectáculo extraordinario. ¿Pero quién de ellos recuerda que es Dios el que nos brinda y prepara día tras día ese cuadro glorioso, para alegrarnos y llenar nuestro ánimo de su dicha y paz? Ahí está el crepúsculo a disposición de todos, para que lo gocen por igual buenos y malos, como tantas otras cosas de la naturaleza.
También la luna nos habla del Dios que brilla en nuestras noches de infortunio, aunque a veces parece que se ocultara. Cuando todas las cosas, las personas y las circunstancias, se vuelven contra nosotros y nos rodea la oscuridad, ahí está el astro nocturno para recordarnos que Dios nunca se olvida de sus hijos y que, tras la noche de la tribulación, vendrá sin falta el día.
El mar, con su incomparable grandeza, es un símbolo de la insondable inmensidad de Dios. Nosotros vivimos sumergidos en Él como el pez en el océano, tal como dice Pablo: "En Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser" (Hch 17:28). Dios nos alimenta y nos da vida, así como todos los seres marinos se nutren y respiran del mar. Como los peces en el agua, nosotros vivimos rodeados por todas partes de Dios y no podemos salirnos de Él. Pero muchos ciegamente niegan su existencia porque no lo ven, cuando es visible a los ojos del alma. ¡Cuántas cosas se pierden!
Las olas del mar borrascoso son una imagen del poder incontrastable de Dios. Quien ha estado en medio de una tempestad en pleno océano sabe cuán frágil e impotente es el hombre frente a la fuerza desencadenada de las olas: "Porque habló e hizo levantar un viento tempestuoso, que encrespa sus olas," dice el salmista (Sal 107:25). Nosotros somos aun más inermes frente al poder de Dios que con su solo soplo puede barrernos de la existencia. Sólo Dios puede poner arena como término a la fuerza de las olas, según nos recuerda Jeremías (5:22).
Pero esas mismas olas pueden arrullarnos cuando estamos en una barca, sesteando bajo el sol no lejos de la orilla, y pueden llenarnos de paz y seguridad cuando la brisa juguetea con las ondas cerca de la playa. Así nos arrulla el amor de Dios cuando nos confiamos por entero a Él.
El aire que nos rodea por todas partes y que todo lo llena es una imagen de Dios, que llena con su Espíritu la creación entera y que todo lo penetra (Sal 139:7-12). Así como nosotros nos ahogamos si nos falta el aire, de igual manera tampoco podemos vivir sin Dios. Si Él nos falta nuestra vida se marchita y se extingue. Bien lo enseña el salmo 104: "Les quitas el hálito, y dejan de ser, y vuelven al polvo." (v.29). Pero también es verdad lo que dice el versículo siguiente: "Envías tu Espíritu y son creados y renuevas la faz de la tierra".
Por eso el viento es también un símbolo del Espíritu Santo, según palabras del propio Jesús: "El viento sopla donde quiere, y oyes su sonido; mas no sabes de dónde viene, ni a dónde va." (Jn 3:8)
En el relato del Génesis leemos que Dios sopló aliento de vida en la nariz del hombre, y éste fue un ser viviente (Gn 2:7). Una misma palabra en los idiomas hebreo (ruaj) y griego (pneuma) designa a la vez al viento y al espíritu.
Pero también el agua es símbolo del Espíritu Santo que brota de todo aquel que cree en Jesús, según clamó Él mismo un día en el templo: "El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva." (Jn 7:38)
El agua es, sin embargo, también símbolo de la palabra que nos limpia y purifica, como les dijo Jesús a sus discípulos: "Ya vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado." (Jn 15:3; cf Ef 5:26)
La tierra que sostiene y alimenta a todas las criaturas es un símbolo de Dios que todo lo sustenta. Cual una gallina que empolla sus huevos, la tierra incuba, por así decirlo, a las semillas que están en su interior, las nutre con su sustancia y humedad, y les da su calor hasta que germinan y brotan. De igual manera Dios nos ha incubado en su mente desde la eternidad hasta el día en que vimos la luz por vez primera: "Mis días estaban previstos,-dice el salmista- escritos todos en un libro, sin faltar uno, cuando fui formado en lo oculto y entretejido en los más profundo de la tierra." (Sal 139:13-16).
La tierra, en la que todos somos peregrinos y transeúntes, es también un símbolo del cielo que Dios nos prepara, la tierra prometida a la cual entraremos un día a descansar de nuestras obras, "así como Dios reposó de las suyas." (Hb 4:9,10; cf Gn 2:2).
Las montañas son una imagen de la solidez y de la permanencia de Dios, tal como recitaban los peregrinos que se acercaban a la ciudad santa: "Los que confían en el Señor son como el monte de Sión, que no se mueve y permanece para siempre." (Sal 125:1).
Dios se manifiesta en las montañas cuyas cimas tocan el cielo, como ocurrió en el Sinaí, cuando descendió fuego y humo, y el monte se estremeció de manera pavorosa. Ahí, en la cumbre de la montaña, Dios le habló a Moisés y le dio las tablas de la ley, hablándole en medio de truenos y relámpagos. (Ex 19:16-20).
Los ríos son un símbolo de la fecundidad y enjundia de la palabra de Dios que alimenta a los justos plantados a su orilla, así como son regados los árboles que están sembrados "junto a las corrientes de aguas." (Sal 1:3).
Las semillas son una imagen de la palabra de Dios que, cuando es sembrada en la buena tierra del corazón humano, germina y crece y da fruto hasta ciento por uno (Mr 4:20).
El imán es una imagen del amor de Dios que nos atrae irresistiblemente como el acero a las virutas.
Más que ninguna otra cosa, el fuego es un símbolo del amor de Dios que todo lo abrasa y purifica, y en el que el Espíritu Santo nos bautiza para llenarnos de su poder para testificar (Lc 3:16; Hch 1:8;2:1-4).
La luz es un símbolo de la verdad que trajo Jesús a la tierra y que ilumina las tinieblas de nuestra ignorancia (Jn 1:4,5). El que le siga "no andará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida." (Jn 8:12)
Los colores del arco iris simbolizan los variados dones y frutos del Espíritu Santo que se funden en un solo haz de luz blanca. Pero también es el arco iris un símbolo de la fidelidad de Dios con el hombre, así como fue en el pasado una señal del pacto inconmovible que Dios estableció con Noé, de que nunca más la humanidad perecería por las aguas. (Gn 9:11-17).
Las nubes que, como una enhiesta columna, guiaron a Israel en su peregrinar de 40 años por el desierto, son un símbolo de la presencia de Dios que nunca nos deja y nos acompaña a lo largo de la vida (Ex:33; Nm 9:15-23). Cuando las ilumina el sol y las tiñe de magníficos colores, son una imagen de su incomparable majestad, como lo era la nube de gloria que descendió sobre el tabernáculo de reunión edificado por Moisés, y no dejaba que nadie entrara (Ex 40:34-38). Esa nube en particular era, es cierto, más que una imagen, una manifestación de su gloria, manifestación que el pueblo elegido necesitaba en un momento decisivo de su arduo peregrinar.
El pan es una imagen de la bondad de Dios que sacia nuestro hambre y nos alimenta. Por eso dice la gente: “bueno como el pan".
"La leche no adulterada", como bien sabemos, es un símbolo de la palabra que nutre a los recién nacidos en la fe (1P:2:2).
Toda la creación nos habla de Dios y canta a su gloria. ¿Podremos nosotros permanecer mudos y no unirnos al salmo en su alabanza que entona la naturaleza entera?
¡Oh, cuánta verdad hay en ese verso: "Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos"! (Sal 19:1). Yo quiero unir mi voz al canto de toda la creación para darle gracias por todas las bendiciones que ha derramado sobre mí. ¿Y tú no quieres unir la tuya, a la alabanza a ese Padre que todo lo ha hecho para tu bien? ¿En cuyo seno vives y cuyo aliento respiras? ¿Que te ha dado no sólo la vida, sino todo lo que tienes? ¿Y que encima, como si todo lo anterior fuera poco, envió a su Hijo para salvarte? ¿Serías tú tan ingrato como para darle la espalda? Si empecinado lo haces, te perderás para siempre. Pero si te vuelves a Él, algún día gozarás de su presencia sin el velo de la carne. Y tu dicha no tendrá fin.
Notas: 1. Los comentaristas dicen que Dios se revela al hombre básicamente de dos maneras: por medio de la naturaleza creada, y mediante su Palabra (También puede, es cierto, hablarle al ser humano directamente al corazón mediante el Espíritu Santo). El mundo, dice un autor medieval, es un libro escrito por el dedo de Dios que todos pueden leer. Pablo alude a ese hecho en Rm 1:18-21. Y más adelante, en el vers. 10:18 cita el vers. 4 de este salmo.
La primera parte del salmo 19 (vers 1-6) habla de la primera forma de revelación; la segunda (vers. 7-11), de la revelación mediante la Palabra.
2. Esta es una ilustración figurada, no una explicación de la Trinidad, como a veces se la presenta. Las tres personas de la Trinidad no son modalidades diferentes en las que la Deidad se manifiesta, sino son personas en sí mismas distintas. Incluso la misma palabra "persona"  tomada del lenguaje común, expresa pobremente la individualidad de cada una de ellas. De qué manera las tres son a la vez uno, es un misterio que está más allá del tema de este artículo.
NB Esta charla radial, escrita el 21.01.01, fue impresa por primera vez en marzo de 2001, y luego en octubre de 2007. Se imprime por tercera vez ligeramente revisada.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos diciendo: Jesús, yo te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.
#956 (18.12.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 8 de abril de 2016

DIFICULTADES Y DUDAS EN LA ORACIÓN

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
DIFICULTADES Y DUDAS EN LA ORACIÓN
Para muchas personas, incluso piadosas, la oración es un problema, un hueso duro de roer. Saben que es bueno orar y muchas veces lo han intentado, pero se desaniman.
Son dos los obstáculos más comunes que enfrentan muchas personas. De un lado la oración les aburre, les parece una rutina vacía. De otro, piensan que es inútil, que no vale la pena, porque han pedido muchas veces con insistencia a Dios, pero no han obtenido lo que solicitaban.
Vamos a examinar esos dos obstáculos y ver cuánto de verdad hay en ellos. En primer lugar, es cierto que con frecuencia orar nos resulta difícil. No creo que haya nadie que no haya experimentado algunas veces una resistencia interna, un desgano cuando se pone a orar, sobre todo en la mañana temprano.
Uno se siente cansado, le cuesta trabajo concentrarse, le asalta una multitud de pensamientos que lo distraen y desvían su atención. O puede ser un libro que está a la mano y versa sobre un tema que nos interesa; o algo urgente que se presenta y que pensamos es necesario atender en el momento.
Todas esas resistencias y obstáculos provienen del enemigo que trata por todos los medios de impedir que oremos. Él sabe muy bien que el cristiano que ora es un peligro para el reino de las tinieblas. El cristiano que no ora lo tiene sin cuidado.
Sabe también que la oración nos fortalece contra las tentaciones, como dijo Jesús: "Velad y orad para que no caigáis en tentación" (Mt 26:41). El cristiano que no ora cae fácilmente cuando es tentado.
La armadura de Dios, de que habla Pablo en Efesios, no consiste en aditamentos artificiales que de alguna manera nos ponemos, sino en una fuerza de la que nos revestimos orando, como lo muestra la frase con que concluye ese famoso pasaje: "orando en todo tiempo..." (Ef 6:13-18).
El demonio sabe también que la oración es el canal por el que fluyen las bendiciones que Dios quiere derramar sobre sus hijos. Si el creyente deja de orar, pues simplemente deja de recibir lo que Dios desea  darle. Pero si ora puede obtener muchas cosas de Dios: iluminación, fuerza, sabiduría, etc.
Por todos esos motivos, a los que se podría añadir otros más, nuestro enemigo trata por todos los medios de apartarnos de la oración para apartarnos de Dios, para enfriarnos, para paralizarnos.
La mejor manera de luchar contra ese obstáculo es simplemente desestimarlo. Esto es, empezar a alabar a Dios y seguir orando hasta que llegue un momento en que nuestro corazón se inflame y nuestra oración fluya como de costumbre. Pero aunque no ocurriera eso y siguiéramos sintiéndonos secos y vacíos, no debemos desanimarnos. El valor de nuestra oración no depende de lo que sintamos cuando oramos, sino en el hecho de que de todas maneras Dios nos escucha. Nuestra oración será tanto más valiosa para Él cuanto más nos cueste perseverar en ella.
Pero hay muchas personas para las que la oración es aburrida porque creen, y así lo aprendieron, que orar consiste en recitar oraciones o fórmulas hechas, distraídamente y sin poner el pensamiento en lo que dicen.
No es sorprendente que para ellos la oración sea un rito vacío y aburrido, pues lo hacen aburridamente. Intuyen que, dicha de esa manera, su oración no pasa del techo, ni llega al cielo. El que se aburre orando, me temo que aburra también a Dios.
A esas personas se les podría decir que la esencia de la oración no consiste en recitar frases mecánicamente, por muy bellas que sean, sino en hablarle a Dios con naturalidad y con nuestras propias palabras, como le hablaríamos a un amigo. Dios quiere que le hablemos con confianza y sencillez. No es necesario pronunciar discursos pomposos y solemnes al orar; no es necesario usar un lenguaje refinado y bonito. Le basta que usemos las palabras que brotan espontáneamente de nuestro interior y que las digamos sin afectación alguna y sinceramente.
Eso no quiere decir que no puedan usarse oraciones hechas, escritas de antemano, o tomadas de un libro, para orar. He escuchado decir que el Padre Nuestro no es una oración para ser recitada; que esa no fue la intención de Jesús al enseñársela a sus discípulos, sino que es una pauta, un modelo para ordenar nuestros pensamientos al orar.
Es cierto que el Padre Nuestro puede ser usado como un esquema que oriente nuestros pensamientos cuando oramos, agregando a las palabras originales nuestras propias palabras y pensamientos. También los salmos pueden tomarse para orar de esa manera devocional. Pero es ignorar el contexto histórico, negar que Jesús les dió a sus discípulos una oración hecha para ser recitada cuando les enseñó el Padre Nuestro.
Por de pronto, el texto de Mateo lo muestra claramente: Los discípulos le piden a Jesús que les enseñe a orar. Jesús les responde primero mostrándoles cómo no deben orar: no ostentosamente para ser vistos por la gente, sino en privado; no usando de vanas repeticiones, ni de palabrería (Mt 6:5-8).
Enseguida añade: "Vosotros pues oraréis así...", que es como si les dijera: 'oraréis con estas palabras: "Padre Nuestro que estás en los cielos...'" (9-13). (Nota 1)
Hemos de tener en cuenta que en el culto de las sinagogas y del templo, en tiempos de Jesús, se usaban oraciones hechas y que el mismo Jesús debe haber recitado algunas de ellas, de las cuales varias han llegado hasta nosotros y se recitan todavía en las sinagogas.
Los salmos, que son un modelo de oración inspirado por el Espíritu Santo, eran sea la letra de cánticos o himnos, que la congregación cantaba muchas veces en forma antifonal. (2), sean oraciones para ser recitadas. Los cristianos de los primeros tiempos compusieron también oraciones que eran recitadas en el culto, algo de lo que ha quedado huella en algunas epístolas de Pablo (1Tm 3:16; 2Tm 2:11-13; Ef 5:14).
Se suele decir que "rezar", o recitar oraciones (3), es usar de vanas repeticiones y de palabrería. Pero eso no es lo que Jesús tuvo en mente cuando puso en guardia a sus discípulos contra una forma trillada de orar. Él rechaza las repeticiones "vanas", no toda repetición. Yo puedo decirle mil veces seguidas a Dios: 'Señor, te amo', y no porque lo diga muchas veces será una vana repetición. Si pongo en cada palabra todo mi ser, mi oración le será grata aunque no conste sino de tres palabras repetidas todo el tiempo.
La vanidad de las repeticiones no está en las repeticiones mismas, sino en que sean "vacías" -que es lo que "vana" quiere decir- de contenido.
Por el contrario, es muy posible que yo me levante a orar y que con voz potente e improvisando diga: "Señor Dios todopoderoso, Padre Eterno: tu palabra dice que donde están dos o tres reunidos en tu nombre, ahí estás tú en medio de ellos, y yo lo creo porque tu palabra no miente, etc. etc." Y pudiera ser que al orar así no haga otra cosa sino usar de vanas repeticiones y de palabrería, porque estoy repitiendo fórmulas conocidas y trilladas que se emplean comúnmente en las iglesias, y que no ponga mi corazón en ellas al decirlas. Los cristianos sabemos endilgar fórmula tras fórmula sin pensar en lo que decimos, porque las hemos escuchado hasta la saciedad y las conocemos de memoria.
¿De qué depende pues que una oración sea o no vana repetición y palabrería? De la atención y de la sinceridad con que se pronuncie. Dios conoce nuestro corazón, y nuestra oración le será o no grata, según lo que en él vea. La oración que sube como el incienso hasta la presencia de Dios (Sal 141:2) es la que brota de un corazón contrito y humillado y que rendido le adora, sea cuales sean las palabras que se usen.
A veces nos burlamos de los que recitan letanías -el tipo acabado, según algunos, de vanas  repeticiones –olvidando que hay un modelo bíblico de letanía: "Alabad al Señor porque Él es bueno; porque para siempre es su misericordia. Alabad al Dios de los dioses; porque para siempre es su misericordia. Alabad al Señor de los señores; porque para siempre es su misericordia..." ¿Lo reconocen? Es el salmo 136, en el que el refrán se repite 26 veces. ¿Vanas repeticiones? No las habría escrito el Espíritu Santo si lo fueran. Pero nosotros podemos convertirlas en vanas repeticiones si las decimos mecánicamente.
A veces se escucha la pregunta ¿Cómo debemos orar? ¿En voz alta o en silencio? Ciertamente la oración hablada y en voz alta es muy provechosa. Por de pronto nos ayuda a mantenernos despiertos cuando nos levantamos a orar temprano y todavía estamos luchando contra el sueño. En esas ocasiones orar en voz alta es muy efectivo, sobre todo si lo hacemos de pie o caminando.
Orar en voz alta nos ayuda también a concretar nuestros pensamientos y deseos, a "objetivizarlos". A medida que hablamos van saliendo de nuestro interior ideas y aspiraciones de las que quizá no éramos concientes, o que el Espíritu Santo nos pone en ese momento.
En otras ocasiones ese mismo Espíritu puede hacernos prorrumpir en gemidos indecibles, cuyo significado ignoramos, pero que Él sí conoce (Rm 8:26,27).
Pero también la oración en silencio tiene su lugar. Hay ocasiones en las que sería inoportuno levantar la voz y en que es mejor orar con el pensamiento. Sabemos que Dios escucha nuestros más fugaces pensamientos tan claramente como nuestras palabras.
Cuando Ana, la madre de Samuel, derramó delante del Señor su alma acongojada, ella "hablaba en su corazón y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía..." (1Sam 1:13). ¡Y cómo le concedió Dios lo que pedía!
El salmo 16 menciona una de las formas de oración más poderosas que yo conozca: "Al Señor he puesto siempre delante de mi" (v. 8). Eso es algo que se hace con el pensamiento, no de palabra: ser conciente de que siempre estamos en la presencia de Dios. Si siempre lo recordáramos, difícilmente pecaríamos.
Cuando alabamos y exaltamos a Dios es apropiado hacerlo en voz alta; pero hay ocasiones en que, como a la persona amada, le susurramos al oído.
El otro gran obstáculo que he mencionado al comienzo es lo que piensan algunas personas: que Dios no oye sus oraciones porque nunca les concede lo que piden. Si eso es así ¿para qué orar?
Pero Jesús dijo: "Pedid y se os dará", y "todo el que pide, recibe" (Lc 11:9,10). ¿Habrá mentido Jesús? ¿O no hablaba en serio?
Sabemos que hay muchas razones por las que Dios no nos concede lo que le pedimos. De un lado, porque oramos mal, egoístamente, para satisfacer nuestros deleites (St 4:3). O porque pedimos sin fe (St 1:6,7), que es como si le dijéramos a Dios: "Te pido que me concedas este favor. Pero yo sé que no me lo vas a dar". La falta de confianza al orar ofende a Dios.
O porque pedimos cosas que no son conformes a su voluntad (Un 5:14,15). O porque no guardamos sus mandamientos (IJn 3:22).
Pero supongamos que Dios nunca nos concediera lo que le pedimos, y no por alguna de las razones enumeradas, sino por algún motivo desconocido para nosotros. ¿Serían inútiles nuestras oraciones? ¿Una pérdida de tiempo?
¿Por qué quiere Dios que oremos? ¿Sólo para poder darnos lo que le solicitamos? ¿Para conocer nuestros deseos? No necesita que se los digamos (Mt 6:8).
Yo creo que la razón principal es porque, como todo buen padre que ama a sus hijos, Él quiere, no, desea ardientemente, que le hablemos. A Dios le gusta escucharnos. ¿No nos basta, como incentivo para orar, con saber que le agradamos cuando oramos? Dice su palabra "que la oración de los rectos es su gozo" (Pr 15:8).
Dios se goza teniendo comunión con nosotros. Y ¿cómo la tendríamos si no le hablamos, si no dirigimos a Él nuestro pensamiento?
"Mis delicias son estar con los hijos de los hombres" dice la Sabiduría (Pr 8:31b). Dios se deleita en nuestra compañía y en nuestras palabras. ¿No queremos deleitarlo orando aunque no nos conceda lo que le pedimos?
Aunque nunca recibamos lo que le pedimos siempre "el que pide recibe". Recibe algo mucho más valioso que lo que ha pedido: Lo recibe a Él mismo, recibe su amor que todo lo transforma, recibe su gracia.
No hay oraciones inútiles; no hay oraciones perdidas. Aun la oración del gentil, del pagano, la oración del que no lo conoce plenamente (Hch 10:4), del que le busca como a tientas, llega hasta sus oídos, y Él la contesta.
Notas. 1. Hay muy buenas iglesias evangélicas que recitan el Padre Nuestro en algún momento durante el servicio. La iglesia del pastor Yongui Cho, en Seúl, Corea, empieza sus cultos -como describe un libro sobre ella escrito por Karen Hurston recitando el Credo de los Apóstoles, que es una confesión de fe elaborada en los primeros siglos y que resume lo que los primeros cristianos creían.
2. Hay canto antifonal cuando la congregación dividida en dos grupos canta alternativamente las estrofas de un himno; o cuando hombres y mujeres se alternan cantando: un grupo responde al otro.
3. "Orar" y "rezar" son lo mismo. Es cierto que, etimológicamente, "rezar" viene del latín "recitare" (recitar) y "orar" de "orare" (hablar para persuadir). Pero en la práctica, en el lenguaje común, esas palabras son sinónimas. ¿Cómo se dice en inglés "rezar"? "to pray". ¿Y cómo se dice "orar"? "to pray". ¿Y en francés? En ambos casos "prier". El inglés y las demás lenguas europeas no tienen palabras distintas para orar recitando una oración, y para orar improvisando las palabras.
NB. Esta charla radial fue publicada por primera vez en agosto del 2002. Se imprime nuevamente, ligeramente revisada.
Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#891 (26.07.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


miércoles, 10 de febrero de 2016

LA ORACIÓN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACIÓN II

Revisando mi charla anterior (La Oración I), al llegar al texto que decía: Si no le amamos y adoramos en la intimidad de nuestro ser, no le amaremos en la práctica de la vida, me di cuenta de que antes de preguntar ¿Cómo se ama a Dios en la práctica? debí haber preguntado ¿Cómo se ama a Dios en la intimidad de nuestro ser? No lo hice porque pensé que todos mis lectores lo saben. Pero quizá no sea tan evidente para todos.

Así que contestemos a esa pregunta. Lo primero que debemos tener en cuenta es que nosotros somos indignos de acercarnos a Dios. Aunque tengamos la sincera intención de honrarlo en nuestras vidas, en los hechos muchas veces le fallamos y nos comportamos de una manera que no le agrada. Por ese motivo, la primera forma de amarlo es decirle que reconocemos nuestra indignidad, que sabemos que no merecemos que nos atienda, y enseguida pedirle perdón por las muchas veces que le hemos sido ingratos, en lo poco y en lo mucho. Y a continuación, suplicarle que nos admita en su presencia. Lo hará porque de todos modos lo desea, y ya nos ha perdonado.

¿Cómo se ama a Dios? Pues simplemente amándolo. Diciéndole todas las cosas gratas que nos vengan en mente y que nuestro amor inspire. Dios no se cansará de oírlas. Más bien, Él hará que nuestro amor crezca al decirlas.

Amamos a Dios en nuestro ser más íntimo dándole gracias por los muchos favores y bendiciones que hemos recibido de Él, comenzando por la vida misma, por la salud y el bienestar de que gozamos. Podemos decirle con el rey David: "Bendice alma mía al Señor, y todo mi ser bendiga su santo nombre" (Sal 103:1).

En ese salmo el poeta real enumera algunas de las bendiciones que recibió de Dios. Nosotros podríamos hacer lo mismo, recordando las muchas cosas que Dios ha hecho a favor nuestro desde nuestro nacimiento, y dándole gracias por cada una de ellas. Nosotros las conocemos bien, pero no deberíamos olvidarlas nunca,  porque tenerlas siempre en mente fortalece nuestra fe y nuestra confianza en Él, y nos ayuda a esperar cosas mejores.

Alabar a Dios es darle el lugar que le corresponde: "Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder..." (Ap 4:11). Jesús nos enseñó a decir en el Padre Nuestro: "Santificado sea tu nombre" (Mt 6:9), esto es, sea tu nombre alabado, bendito, exaltado, por encima de todas las cosas.

Cuando alabamos a Dios, atraemos su presencia sobre nosotros: "Dios habita en medio de las alabanzas de Israel." (Sal 22:3), esto es, de su pueblo, que somos nosotros. ¿Y qué puede darnos la presencia de Dios sino gozo? Como nos lo recuerda el salmista: "Te alabaré, oh Señor; con todo mi corazón; contaré todas tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en ti." (Sal 9:1,2).

Cuando nos alegramos en Él, Él se regocija en nosotros. ¿No quisiéramos nosotros, sus hijos, que nuestro Padre se alegre en nosotros? ¿Qué mayor alegría podemos tener en la tierra sino que Dios nos visite con su presencia y su gozo? Si alguna vez estamos cansados, deprimidos, tristes, el mejor remedio es empezar a alabarlo, aunque no tengamos ganas de hacerlo. En poco tiempo el gozo de Dios vendrá sobre nosotros y disipará las nubes que ensombrecen nuestra alma.

Frente a las desgracias y tribulaciones, frente a las ingratitudes e incomprensiones,
frente a las injusticias de la vida, el mejor remedio es gozarse en Dios, alabarle y darle gracias, aun por aquello que nos aflige. Con el  gozo de Dios retornarán nuestras fuerzas, si acaso las hubiésemos perdido: "El gozo del Señor mi fortaleza es." (Nh 8:10). ¡Cuántas veces lo hemos cantado!

Más importante es experimentarlo. Pero ése no es el único beneficio: Al alabarle y darle gracias a Dios por todos sus favores, convertimos nuestros sinsabores en fuente de bendiciones, y nos atraemos otras nuevas: "Haz del Señor tus delicias y Él te dará los deseos de tu corazón." (Sal 37:4). Cuando nos deleitamos en Dios, Él se deleita en concedernos nuestros deseos más íntimos, más preciados, sin que tengamos necesidad de  pedírselos.

¿Cuál es la diferencia entre la alabanza y la adoración? Creo que todos lo sabemos de una manera instintiva. Pero una manera de hacer explícita la diferencia sería decir que la primera es expansiva, y la segunda intimista; que la primera lleva naturalmente a elevar la voz; la segunda conduce al silencio: "Guarda silencio ante el Señor y espera en Él." (Sal 37:7a). Sí, bien podemos adorarlo en silencio y Él escucha nuestros más ocultos pensamientos como si los gritáramos a voz en cuello. Podríamos agregar que se alaba mayormente con la boca ("alabar" quiere decir "dar gracias"), y se adora sobre todo con la actitud corporal.

El verbo griego que traducimos por "adorar", "proskuneo", quiere decir literalmente "postrarse". Esa es la actitud que expresa mejor la adoración, así como el estar de pie, cantando o bailando, expresa la alabanza. Cuando adoramos nos arrodillamos, nos postramos con la frente en el suelo, como el esclavo ante su señor, en señal de sumisión.

Hay un episodio en los evangelios que manifiesta muy bien lo que es la adoración: el de la pecadora que cubre de besos y lágrimas los pies de Jesús (Lc 7:37,38). Los hombres objetarán quizá: ¡la que hacía eso era una mujer! En el espíritu no hay sexo, no hay hombre, no hay mujer, como dijo Pablo (Gal 3:28). Todos somos iguales. (Nota 1).

Generalmente asociamos en nuestro espíritu las palabras "oración" y "petición". Si oramos es porque necesitamos algo, y se lo pedimos a Dios para que nos lo conceda. La conexión es cierta. La petición forma parte de la oración. Pero hemos visto que no es su único aspecto, ni es el primero.

Es de mal gusto y una descortesía acercarse a una persona y, sin más, pedirle algo sin ni siquiera saludarlo (2). Si no lo somos con los hombres, mucho menos debemos ser maleducados y descorteses con Dios. Después de todo la cortesía y las buenas maneras surgen del amor. ¿Amaremos menos a Dios que al prójimo? ¿Seremos menos considerados con Él que con el vecino?

Si dedicamos la mayor parte de nuestra oración a alabarlo y bendecirlo, nos habremos ganado su favor, y sólo necesitaremos decirle llanamente, y en pocas palabras, lo que necesitamos para que nos lo conceda.

Pero hay quienes sostienen que no se debe utilizar a Dios como si fuera el duende de la lámpara de Aladino: "¡Dame! ¡Tráeme! ¡Consígueme!" No está bien, dicen, pedirle a Dios cosas todo el tiempo.

Sin embargo, su palabra dice: "Pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; tocad y se os abrirá. Porque todo el que pide,  recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá." (Lc 11:9,10). La primera parte es una orden; la segunda, una promesa. Él mismo nos exhorta a pedirle. Él quiere que le pidamos. Nuestras peticiones no le aburren, no le  molestan, no le cansan; al contrario, le agradan. Si deseamos algo y no queremos pedírselo a Dios ¿no será quizá porque no queremos recibirlo de sus manos, o porque no queremos que Él tenga que ver nada con eso? Quizá  pensemos que no nos lo daría si lo mencionamos. Queremos tenerlo sin que Él lo sepa.

Pero si hay algo que deseamos recibir, mas no de sus manos, mejor será que ni siquiera lo deseemos. Porque no  nos convendría. Pero si de algo pensamos que sí lo podríamos recibir de Él, pidámoselo aunque no lo recibamos, porque el sólo hecho de orar nos hace mejores, nos cambia para bien. Ésa es la razón, creo yo, por la que Él, aunque sabe muy bien todo lo que necesitamos, quiere, no obstante, que se lo pidamos (Mr 10:51).

Notas: 1. Por si acaso alguien nos entienda mal, digamos que sí hay diferencia en la tierra entre uno y otro, es decir, mientras estemos en la carne. Diferencia pero no preeminencia. Hay quienes sostienen, sin embargo, que las características psicológicas de los sexos se mantienen en el más allá, porque en la dualidad masculino/femenino  Dios se expresa a sí mismo, expresa la multiforme naturaleza de su ser.
2. Aunque muchas veces lo hacemos en la práctica. El peruano se ha vuelto descortés. Pero el cristiano no debe serlo. Ése es un tema al cual valdría la pena dedicar toda una enseñanza.

NB. Como el artículo anterior, este artículo fue publicado por primera vez en febrero del 2002, y fue reimpreso nuevamente cuatro años después. Se publica de nuevo, pero dividido en dos partes debido a su extensión.

Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a i r a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."


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