Por José Belaunde M.
JEFTA II
Antes de empezar la guerra, Jefta,
deseoso de evitar un inútil derramamiento de sangre, envía una embajada de paz
al rey de Amón, preguntándole por qué quiere atacar a Israel (Jc 11:12). Este
gesto nos muestra cómo Jefta ponía el bien común por encima de la gloria
militar.
Eso es al que todos deberíamos hacer
cuando tenemos un conflicto con alguien. Tratar de sondear cuál es el motivo
real que ha provocado el enfrentamiento. Pudiera ser que sólo se trate de un
malentendido.
El rey de Amón le contesta a Jefta reiterando
sus reclamos territoriales: Israel está ocupando tierras que les pertenecen a
ellos. (v. 13)
Jefta le responde diciendo que Israel
no ha tomado tierra de Moab ni de los hijos de Amón, sino que esos territorios
fueron conquistados por Israel de los amorreos que las poseían, porque se
negaron a dejarlos pasar cuando, al terminar su peregrinaje en el desierto,
entraron a la tierra prometida (v. 14-22).
Así que lo que Dios le quitó a los
amorreos y nos lo dio a nosotros, ¿tú quieres quitárnoslo? Nosotros los hemos
poseído durante trescientos años. ¿Por qué no las reclamaste antes? Juzgue Dios
entre nosotros (v. 23-27).
“Mas el
rey de los hijos de Amón no atendió a las razones que Jefta le envió.” (v.
28) Él no estaba dispuesto a llegar a un entendimiento. Seguro de la victoria,
quiere guerra.
Entonces, dice el texto, el espíritu
de Jehová vino sobre Jefta, dándole un impulso heroico, y él recorrió toda la
tierra del norte de Israel para asegurarse de que todo el pueblo le obedecería
y saldrían a pelear junto con él contra el enemigo común. (v. 29)
Pero antes de empezar la pelea Jefta
hizo un voto temerario: Si tú entregas a los amonitas en mis manos, cuando yo
regrese triunfante a casa, quienquiera que sea el que salga a recibirme, será
de Dios y yo se lo ofreceré en holocausto. (v. 30,31).
¿No había pensado él bien en quién
podía salir a recibirlo? Quienquiera que fuera ¿no era ésa una promesa impía,
que podía implicar un sacrificio humano? Él no se había puesto en ese caso.
Enseguida salió Jefta a pelear e
inflingió una gran derrota a los amonitas, conquistando veinte de sus ciudades
(v. 32,33).
La Escritura dice a continuación que
cuando él regresó a su casa, su hija vino a recibirlo con panderos y danzas,
seguramente acompañada por sus amigas, como era costumbre hacer en Israel, y
harían más adelante con Saúl las doncellas cuando él volvía con David de derrotar
a los filisteos (1Sm 18:6).
El texto añade solemnemente: “Y
ella era su única hija; no tenía fuera de ella hijo ni hija.” (Jc 11:34).
Cuando él la vio desgarró sus
vestidos, en señal de dolor, y dijo: “¡Ay,
hija mía! En verdad me has abatido, y tú misma has venido a ser causa de mi dolor;
porque le he dado palabra a Jehová, y no podré retractarme.” (v. 35; cf Nm 30:2). Él
debe haber sentido una punzada en el corazón al verla, y que se le
congestionaba la cabeza. Ella era lo que más amaba. Toda la alegría del triunfo
se desvaneció en un instante y lo que debía ser para él un motivo de gran
regocijo se convirtió en un motivo de angustia y pena.
Ella le respondió: “Padre mío, si le has dado palabra a Jehová, haz de
mí conforme a lo que prometiste, ya que Jehová ha hecho venganza en tus enemigos
los hijos de Amón.” (v. 36). ¡Qué bella la respuesta sumisa de la
muchacha! Ella prefigura la oración que Jesús dirigirá a su Padre en Getsemaní,
diciéndole que no se haga su voluntad sino la suya.
Aquí la pregunta es: ¿Qué fue lo que
Jefta le había prometido a Dios hacer con la primera persona que saliera a
recibirlo?
Este punto, así como la manera cómo se
cumplió el voto, ha sido objeto de discusiones entre los comentaristas y
eruditos durante siglos, sin que llegaran a ponerse de acuerdo. San Agustín la
califica de “cuestión magna y ardua en extremo.” La opinión prevaleciente en
los primeros siglos de la iglesia era que Jefta efectivamente ofreció a Dios sacrificar
a un ser humano, porque en esa época eso no era algo impensable. Pero en el
siglo XIII los eruditos judíos Kimchi, padre e hijo, así como Gerson,
sostuvieron que la partícula conectiva “v” es disyuntiva y es traducida, por lo
tanto, casi siempre como “o”. En consecuencia el voto que pronunció Jefta debe
leerse así: “será de Dios o se la
ofreceré en holocausto.” Es decir, una cosa u otra. La interpretación de
estos dos autores ha influenciado la opinión de muchos intérpretes posteriores.
Sin embargo, si nos atenemos al
sentido literal de las palabras de Jefta, lo que él le había ofrecido a Dios
era que la primera persona que saliera de las puertas de su casa a recibirlo
sería ofrecida en holocausto a Dios, es decir, sería sacrificada sobre el altar
(“Será de Dios y yo se la
ofreceré…”). Y así lo entendieron los traductores de la Septuaginta y de la Vulgata.
Pero ¿podría Jefta, que era un hombre
piadoso y temeroso de Dios, ofrecerle a Dios una cosa tan impía como sacrificar
a un ser humano, algo que estaba estrictamente prohibido por la ley? (Lv 18:21;
20:2-5; Dt 12:31; 18:10). Y en el caso de hacerlo ¿lo aceptaría Dios?
Es claro que los sacrificios humanos
eran cosa común entre los pueblos paganos –que sacrificaban a Moloc incluso a
sus hijos pequeños; o como hizo el rey de Moab cuando era vencido por Joram rey
de Israel sacrificando a su hijo primogénito y heredero (2R 3:26,27)- pero
Jefta nunca habría imitado esa práctica salvaje. ¿Qué fue entonces lo que Jefta
le ofreció a Dios respecto de su hija?
El texto dice a continuación que ella
“volvió a decir a su padre: Concédeme
esto: déjame por dos meses que vaya y descienda por los montes, y llore mi
virginidad, yo y mis compañeras.” (Jc 11:37) ¿Qué quiere decir “llorar mi
virginidad”? Lamentar que moriría sin haber sido esposa de nadie y sin haber
tenido hijos.
¿Creen ustedes, como han pensado
muchos –incluso Lutero- que Jefta ofreció a su hija en sacrificio a Dios sobre
el altar como se ofrece un animal? Muchos lo creen. A favor de esa tesis se
argumenta que la palabra “holocausto” se refiere siempre a un sacrificio
cruento, y no hay antecedentes de que pudiera ser entendida en sentido figurado
de consagración al servicio divino. A mayor abundamiento es sabido que en esa
época no había mujeres vírgenes consagradas al servicio en el santuario y, de
otro lado, no existe ningún ejemplo en la Biblia de una mujer que fuera obligada a guardar
virginidad perpetua por el voto hecho por uno de sus padres, ni sería justo que
los padres tuvieran esa potestad sobre una hija.
Pero si él hubiera hecho una cosa tan
impía, ¿sería su nombre mencionado en la epístola a los Hebreos entre los
héroes de la fe, junto con Gedeón, Sansón, David y Samuel? (Hb 11:32)
Que ella quisiera llorar su virginidad
tiene sentido sólo si ella permanecía en vida. Si el propósito de su padre
hubiera sido sacrificarla ella hubiera querido más bien llorar su corta vida.
¿Qué quieren decir las palabras: “hizo de ella conforme al voto que había
hecho”? (v. 39) ¿No quieren decir, más bien, como algunos piensan, que él
la consagró al culto de Dios como doncella y que nunca se casó? Las palabras “y ella nunca conoció varón” sugieren
fuertemente que ella no murió en ese momento sino que permaneció viva.
Sea como fuere, sea que ella muriera o
siguiera viva, el cumplimiento de su voto significaba para Jefta una gran
pérdida porque, siendo ella su única hija, él se quedaría sin descendencia que
perpetuara su nombre y heredara sus posesiones, lo que en Israel de ese tiempo
era considerado como una gran desgracia.
Por eso dice la Escritura que ella fue
por los montes a llorar –es decir, a lamentar- su virginidad, porque si ella
nunca conocería varón tampoco se casaría ni tendría hijos que amamantar y que
alegraran su mesa, lo cual era entonces la gloria de toda mujer.
El episodio se cierra con las palabras:
“Y se hizo costumbre en Israel, que de
año en año fueran las doncellas de Israel a conmemorar a la hija de Jefta
galaadita, cuatro días en el año” (v. 40).
De este episodio se puede extraer la
enseñanza de que no es bueno comprometerse en algo, o en hacer una promesa o un
voto a Dios, sin haberlo pensado bien, y sin tener en cuenta las consecuencias
de nuestro compromiso.
Bien dice por eso Eclesiastés: “No te des prisa con tu boca, ni tu corazón
se apresure a proferir palabra delante de Dios; porque Dios está en el cielo, y
tú sobre la tierra; por tanto, sean pocas tus palabras.. Cuando a Dios haces
promesa, no tardes en cumplirla; porque Él no se complace en los insensatos.
Cumple lo que prometes. Mejor es que no prometas, y no que prometas y no
cumplas.” (Ecl 5:2,4,5).
“Cumple lo que prometes” es una
palabra que se podría decir a los hombres que prometen muchas cosas a las
mujeres, pero que luego, una vez satisfecha su pasión, no cumplen.
En similar sentido dice también
Proverbios: “Lazo es al hombre hacer
apresuradamente voto de consagración, y después de hacerlo, reflexionar.”
(Pr 20:25).
Antes de decir palabra, antes de
prometer algo, piénsalo bien. Piensa primero si estás en condiciones de
cumplirlo, si está dentro de tus posibilidades. No sea que tu promesa sea fruto
de un entusiasmo momentáneo y después no tengas la misma disposición de ánimo.
Ten mucho cuidado porque lo que sale
de tu boca una vez, ha sido registrado en los cielos. ¿Qué dijo Jesús? Que tu
sí sea sí, y tu no, no. (Mt 5:37) Porque, como dice Proverbios, nosotros somos
atados por nuestras palabras (6:2).
Cuando nos comprometemos a ofrendar
una suma de dinero, tengamos cuidado, pensémoslo bien: ¿Tendré en mi bolsillo
esa suma de dinero cuando llegue el plazo? Y si no estás seguro de tenerla, no
te comprometas. Porque peor que no dar es prometer y no cumplir.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le
sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás
seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda
la eternidad, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la
tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a
pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por
todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque
te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo
ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento
sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy.
Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi
corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#793 (25.08.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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